Carlos Barbarito

Fotografía  de Ileana Andrea Gómez Gavinoser

10 Poemas Inéditos

Meditaciones al pie de una escalera



A Ana Becciú


I

Aquí habita lo por nacer.
Más cerca del aire que del agua.
Muy lejos de la tierra. ¿Cuándo
habrá un principio
para esta materia que sólo sueña,
para esta espera en lo invisible
que el fuego no quema
y aguarda en el fuego, alguna vez, quemarse?
No es serpiente, un ojo junto al otro
a lo largo del cuerpo;
no es planta segura del sol
del que otras plantas desconfían;
no es hambre de tiempo
que el tiempo, de a poco, consume;
no es madera inclinada
por la que ruedan, tarde o temprano,
amores, ceremonias, imperios.
Es antes de cualquier bendición o plaga,
del plato servido, del agua que refleja,
del hombre que escupe en el suelo
de un andén vacío,
del primer esbozo, de la primera idea,
del esbozo en el dorso
de un papel usado por nadie del otro lado.

II


Pero, allí, la casa… Por algún prodigio,
sin intervención humana, la casa,
 entre abismo y abismo.
¿Por qué, ya en esa casa, la memoria,
el olvido, el eco y la sombra,
la inagotable persecución,
el giro de la peonza,
la palabra tornasol,
el vívido azul del océano
sometido a la voluntad de la Luna?

III


¿No será éste otro engaño,
espejismo en el desierto,
espejo que distorsiona,
cifra que envuelve a modo de trapo
el número verdadero?
¿Y si la pregunta, cualquier pregunta,
fuese una llave equivocada
que se rompe antes del segundo giro,
la voluntad apenas un animal
que camina bajo la lluvia y tiembla,
la supuesta divinidad
-encargada de escribir el guión
y alzar el telón para que el drama ocurra-
fuera menos que una sombra
que se detiene ante cada puerta
para pedir plato caliente, agua, una moneda?




Fotografía de Shawn McCarney



De: Última Señal En La Arena (Inédito)


A Mercedes Acosta, en memoria:

Un día me preguntaste: ¿Cómo hacés para sobrellevar
lo que te habita? Yo no supe qué responderte. Hoy siento
que eso que me habita -y que no sé cómo llamarlo-se abre
paso a través de mí, gana espacios, me derrota.
Octubre 18, 2012.




No duerme; el mundo le es ajeno…


No duerme; el mundo le es ajeno,
acechante. En la palma de una mano,
un laico estigma; en la palma
de la otra mano, una piedra pómez,
único residuo de un antiguo,
inexplicado desastre. En oscuridad,
cada pregunta vale menos
que un montón de ceniza;
si hubiese ahora carne
de otro cuerpo junto a la carne de su cuerpo,
si ese cuerpo fuera como una extensión
del suyo, ¿arrimaría calma
la labor del arduo obrero nocturno,
el que golpea con su pico
la dura piedra de lo más profundo?


¿En manos de quiénes? El cielo…


¿En manos de quiénes? El cielo
se agrisa al tocar la tierra;
el tallo se dobla bajo el peso del aire;
¿y el agua? ¿y el fuego?
Hacia lo oscuro y espeso.
Hacia el número fijo, clavado
al muro con clavo de bronce.
Hacia la madriguera del tigre
y su garra curva a la que nada logra limar.
¿Ante qué ojo, qué sombra?
Lo desnudan. Le revisan la entraña.
Interrogan a su hez, su orina.
En ningún momento le preguntan
cómo se llama, dónde vive.



Pude alcanzarla, al menos...


Pude alcanzarla, al menos
por un momento, para mirarla a los ojos;
no lo hice: me conformé apenas
con una desleída memoria,
impregnada de lejía,
de agua enturbiada y lenta hacia el albañal.
¿Y ahora? Siento que de lo que arde
se separa una parte de su arder,
la plomada se desvía
un grado antes de tocar el suelo.
Hay, en todo, una nota en discordia,
una fuerza en repliegue,
algo que en vez de ascender
acaba siempre, al final de la jornada,
junto a despojos, resacas...
La ocasión no se renueva,
otra es la hora como otro, el mundo;
lo vasto se hace diminuto,
la limpia orilla se cubre de guijarros
y lastima el pie a cada paso.
¿Qué claridad ahora no es de fósforo frotado,
luz que, fugazmente,
en cualquier pedazo de botella se refleja?



Apenas esbozada, en un papel...

Apenas esbozada, en un papel
que el viento no demoró en llevarse,
en una tela expuesta a la lluvia;
en una música de flauta de afilador
que se alejó  calle abajo.
Así de fugaz el destino que le reservaron las olas,
las horas, las tardes:
un relámpago por el ojo de una aguja
entre oscuridad y oscuridad.
Cómo abrazar a lo que dura
apenas un momento,
se retira, se hunde,
cae sin demora
hasta un fondo sin fondo,
se fusiona con formas abisales
a las que la presión
arrastra y achata;
cómo darle un nombre
a lo que no sobrevive
bajo el sol, al aire,
y, entonces, no me pertenece,
se vuelve hija de otro padre,
inhumano y nocturno,
sin pecho, ni frente, ni espalda.



Estuvo, estoy; tal vez estemos...

`Tis Dying – I am doing- but
I´m not afraid to know -
E.D.
692, c. 1863.


Estuvo, estoy; tal vez estemos
en cuartos contiguos, incluso
haya una puerta entre uno y otro,
una puerta nocturna
que, tal vez, se abrirá
cuando tengamos, al unísono, el mismo sueño.
Pero, ¿ le es necesario el sueño
ahora que la adorna una gracia alta
que mis ojos no pueden ni vislumbrar?
Ella en un continuo instante
que no necesita luz
para enhebrar el hilo en la aguja;
yo en una sucesión de instantes
que necesitan siempre luz
para calzar, no sin dificultad, el zapato.



Llora ante las ropas dispersas...

Llora ante las ropas dispersas,
los libros diseminados, las paredes despintadas;
¿por qué? -se dice a si misma
mientras, del otro lado del mundo,
cada ola aporta su cuota de resaca,
la deposita en la orilla.
Se desgasta la acotada órbita,
hora tras hora, y, antes de lo pensado,
caerá la última señal en la arena;
¿por qué al revés el sueño,
la irrupción del tornado
en donde debiera soplar la brisa,
el súbito arder de la sílaba
salida por desolación
de la punta de la lengua?
Adelante, el declive, el desmoronamiento,
el latir veloz de un corazón de bovino
ante el abismo que se inaugura,
el alto precio por cualquier baratija,
la postrera charca bajo un sol etíope.
Ni asilo, ni ebriedad, ni resplandecer.



Hubo temor a la propia mano...


Hubo temor a la propia mano,
al propio rostro en el espejo;
de un largo hilo ovillado
nació de pronto un dios
cuyo primer mandato fue cerrar
el único camino hacia el océano.
En vez de vida, la muerte
en cada sílaba, en cada pasaje,
un suplicio. Y
el galló señaló desde lo alto del poste
la cercanía de la noche;
se entornó la puerta,
la mujer negó siete veces su boca
y el beso, al ser sólo anhelo,
se convirtió en mordedura.
Quien detuvo al sol
subió el telón, no sin antes desgarrarlo:
principió para nosotros la danza, sí,
pero cada paso, muela que muele en el vacío,
cada figura, pasaje sin alcance ni significado.



Pero en qué lugar encontrar piedad...


Pero en qué lugar encontrar piedad
para el fruto caído de la rama
en el barro del camino,
para el reloj detenido a la una y cuarto,
para la última reserva de pan
antes de la lluvia de las cenizas;
tal vez no donde pensamos,
no donde nos enseñaron,
quizás en el viento que, indeciso,
agita tanto una hoja como una cortina,
un vestido, una hierba olvidada,
quizás en el único carbón
que no ardió anoche en el hogar.
O en un papel con una cuenta
escrita con tinta dejado sobre la mesa.
Ahora recuerdo que nada abriga,
en la lluvia, a la piedra
y que sólo en el sueño del alquimista
el dragón envuelve a la mujer desnuda;
el que viaja puede caer,
fulminado por el rayo,
el mismo capaz de quemar al árbol
e incendiar los trigales.
¿Y si esa supuesta piedad no existiese
y todo fuera desnudez e intemperie,
un animal solitario y descentrado
aullando en donde siempre anochece?



No sé si ríe todavía, o aún al menos respira...


No sé si ríe todavía, o aún al menos respira,
al cabo de calmas y tormentas, de años:
aquí, ahora, para fijar su nombre
si no en la piedra, en el agua quieta,
un gesto, una mano levantada detrás del ligustro
a la que responde, del otro lado,
un ave mínima y blanca, que aletea.
Sí, la vía se abisma,
el camino se torna, enseguida, abrupto;
pero debo andar, a pie descalzo,
hacia el sueño que la sueña
y allí, lo no vencido por el tiempo,
de ella, la tan querida, mezcla de miel y ceniza,
en plena madrugada me consuela.






[*] Los datos biobibliográficos del autor puede el lector interesado consultarlos en nuestro post del 17 de septiembre de 2008 y actualizados al 2013.