Esteban Nicotra


10 Poemas





De: La vida que se vive (2006)



UNA MAREA DE HIELO SUBIRÁ


Una marea de hielo subirá
desde los pies a la boca.
La vida, casi una fiebre,
irá huyendo como un río
hasta el último pantano de los ojos.
Y no sabremos por qué estamos muriendo.
Los grandes rascacielos de la noche
seguirán escuchando el rumor de las calles
y la frente será un témpano.
La lámpara,
hipnotizada insistirá sobre estos párpados
desesperadamente inmóviles...
Mudas presencias,
las formas familiares
van buscando rincones de olvido.


TERROR DEL DÍA


El terror del día
hace temblar el cuerpo
como si estuviera desnudo.
Cerrar los ojos, apretar los dientes, beber el propio
aliento,
puede llegar a salvarte.
O tal vez el calor de tus recuerdos.
(Es extraño ver cómo quedan las cosas de los que
se han ido.
No se hablan más que a sí mismas,
como si estuvieran ciegas).
Todo está bien mientras nada se mueva.
No hay que arriesgarse al azar de las calles;
la mañana mira por los ojos de las estatuas:
todo se refleja en su iris vacío.
Y los huesos gimen
su dolor de carne, de pequeña luz,
tan fácil de apagarse.
El cuerpo se ampara a sí mismo,
como las manos ocultan la llama
a los golpes del viento.

1975-1983

ERA LA AGONÍA

Era la agonía, el dolor tensado
entre una fiebre que devora
y el agua de unos ojos
que pedían la vida.
(Todo sería más fácil
si hubiera un culpable.
Ya veo brillar la mirada
de los rostros de madera hueca
bajo las altas catedrales con sus cruces de hierro.)
El rincón que habitabas
está vacío,
tus gestos son del aire...


NO ESTAMOS PRISIONEROS


No estamos prisioneros
pero en el patio de paredes altas
sólo se oyen chillidos
o el silencio paseando bajo el sol:
aquí podríamos hablar,
y sin embargo, muy de tanto en tanto,
cambiamos algunas palabras
que vamos a rumiar en un rincón.
Ecos de voces...
En el silencio
el otro ya no escucha;
mira la pared,
vacío.


A ESTA HORA

A esta hora
cuando las hojas huelen
y alguna rama te acaricia el rostro,
la noche traspasa cada poro del cuerpo.
Los pasos no van más allá
de ti mismo, caminando
por una ciudad que es sólo tuya:
bebiendo esta oscuridad,
que es sólo oscuridad,
llena del murmullo de tu sangre.
Y ya eres criatura, un cadáver vivo,
con un corazón que ofrendar
a nadie.


AIRE OLOR A CENIZA

Aire olor a ceniza,
huelo el tiempo.
Recuerdo cuando esperaba acostado,
los ojos bien abiertos,
sintiendo tu presencia, casi un cuerpo,
en cada arista del cuarto.
Te llevo sobre el corazón
como un trozo de tela negra.
Hermano de la boca muda,
y sólo quieres decirme
que te olvide.


LA NOCHE LLEGA, TRAE SU FIEBRE


La noche llega, trae su fiebre,
y te va ahogando el agua de tu gruta
hasta que flotan las cenizas de los párpados.
Entonces descansas como los árboles
con los ojos hacia adentro.
Pasan rostros como velas
iluminando rincones olvidados;
vuelves con ellos, te muerdes el corazón,
y olvidas que estás bajo el cielo.
(Allí, donde tú mires,
en la noche, en el día,
sus ojos balbuceando la pregunta,
atrapados tras los cristales de aire,
estrellas mudas,
vuelven con el viento del sur).
Afuera la noche pasa buscándose
de un rincón al otro del mundo.
Vieja escalera de sombras,
baja el silencio...
Como una burbuja del pantano,
te doy un beso, noche.


MUERTOS DEL MAR


Ahora comprendes la vieja plegaria.
Ahí van por la mano los dedos
como una procesión
de tus muertos.

De nada vale buscar con la frente
el oasis del muro.

Eres un ser de piedra;
la carne cada vez más
se parece a los huesos.

Hay una vida olvidada
detrás de lo más duro,
y una muerte encerrada en nuestros cuerpos.

Afuera el viento va dejando
las huellas de la vida
y es lejano el amor del árbol con la nube
―las ramas se extienden
pero las formas blancas huyen.

En la sombra
late el pecho de dormidas palomas.

Pero no hay sangre,
no hay fuego,
sino el ondular lánguido
de cuerpos desnudos, casi algas,
entre las sábanas de agua.

Rostros cenicientos se hielan
con los ojos abiertos
bajo las olas verdes.

Y la noche está increíblemente pura...


1982

ANTES DE LA NOCHE



Antes que estas nubes grises
cubran con su herrumbre el cielo
ese ebrio tiene que encontrar
su voz para poder cantar;
antes que las luces se enciendan,
en ese silencio de escenario fatal,
tendríamos que poder oír la voz de la tragedia,
como un relámpago,
sobre la plaza de la ciudad;
antes de que llegue la noche
tienen que brillar unos ojos
(que sólo supieron llorar
y hace años que están secos);
antes que tú y yo tengamos que callar,
debe llegar como una ola,
hasta estas paredes fantasmales,
un rumor como un mar;
antes de que sea tarde
y acunados como niños,
gusanos en su capullo invernal,
tengamos que volar;
antes que este aire extraño,
confuso, se pierda en el alba
y la vida normal vuelva a empezar,
antes de que nos dejemos de amar,
antes de que el silencio silente
como el grito de una multitud
amorfa de estadio
no nos deje escuchar;
antes de la noche final,
cuando los gallos giman,
y los pájaros enloquecidos
crucen al azar,
¿veremos las ciudades del sol:
su rostro de verdad?


ELLOS VUELVEN


En la noche,
como traídos por las olas negras,
entre el sudor salobre de las sábanas,
ellos vuelven.

Llegan hasta tu cuarto a oscuras
y flotan sobre tus párpados caídos,
hasta que te levantas, insomne.

No dicen nada,
te miran con sus ojos de corderos,
sonríen, cantan su canción muda,
como tantos años atrás.

Y tu caminas y caminas,
entre las dunas,
entre las zarzas y el viento,
hasta que tus pies
pisan la arena firme de la playa,
y tu paso va recto y seguro,
hasta que te internas
en el agua helada del alba.





ESTEBAN NICOTRA, Poeta, Ensayista, Traductor y Profesor universitario argentino, nacido en  Villa Dolores, Córdoba, en 1962. Ha publicado en poesía: La vida que se vive (1992), La vida que se vive (2006) y en ensayo La realidad en la palabra. Escritores italianos del siglo XX y nuestros días (2005) y Ser el Otro (2007). En esta editorial también, en la colección «Vital» que dirige con Sylvia Nasif, ha publicado, por primera vez al castellano, las traducciones y ensayos introductorios de los libros Del diario (1945-47) y Empirismo herético de Pier Paolo Pasolini y Por un segundo o un siglo de Maurizio Cucchi. Tradujo también Gente al paso de Tiziano Rossi (2002), premio traducción del gobierno de Italia, poemas de Pavese, Conte, Saba, Campana, etc., y en colaboración con Pablo Anadón el libro El dolor de Giuseppe Ungaretti (1994). Recientemente ha cuidado y prologado la edición de la poesía completa de Horacio Castillo Por un poco más de luz. Obra poética (1974-2005) (2005). Vive en Córdoba, donde es Profesor de Literatura Italiana y del Seminario de Traducción Literaria del Italiano en la Facultad de Filosofía y Humanidades (U. N. C.).