Fernando Sorrentino | El culpable*






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Yo trabajo en más de un colegio secundario. Cuando concluyo mis actividades matutinas, encuentro que no me alcanza el tiempo para hacer una escala en casa. A la vez, es demasiado temprano para presentarme en el colegio de la tarde, sin embargo, esto es lo que hago siempre.

Llego, entonces, a una hora anómala, en que ya se han retirado los profesores de la mañana y en que aún no han llegado los de la tarde. Esta situación me concede una pausa agradable: la aprovecho para leer el diario, todavía intacto, que llevo en el cartapacio desde primera hora. Los sillones de la sala de profesores son cómodos, el piso está alfombrado, la luz es buena pero no cegadora, los ruidos de la calle se atenúan en un rumor afelpado e indefinido… Por momentos, ya no leo el diario, sino que el cansancio me vence, y duermo intermitentes fracciones de segundo: tengo sueños menudos y bastante lógicos, donde persiste la sala en que me hallo.

Pero aquel martes me encontraba bien despierto, dedicado a hojear el diario. El hombre que estaba en el otro extremo de la sala no podía no llamarme la atención. Era el ser más alto y más obeso que había visto en toda mi vida: un gigante adiposo, rosado, con formas esféricas en cada rasgo del rostro, con ojos claros, con rizos rubios. Acentuaba su enormidad un traje clarísimo, de color té con leche, que se extendía un metro hacia lo ancho y dos hacia las alturas.

Ahora bien, yo no observaba todos estos detalles con disimulo: abstraído por el asombro, recorría con mi vista —inconsciente, impertinentemente— aquella figura ilimitada de la manera más franca y abierta, como si en vez de encontrarme ante un hombre que pudiera molestarse por tan grosero escrutinio, me hallara observando un hipopótamo o una estatua. 

De pronto noté que el hombre había advertido —¿cómo no iba a advertirla?— mi torpe contemplación, y que se dirigía rectamente hacia mi persona. Un poco azorado, bajé la mirada y fingí continuar con la lectura del diario.
    
Cuando lo supe frente a mí, alcé los ojos y esperé. No soy de físico pequeño pero pensé que, de agredirnos, el gigante podría triturarme a golpes, sin que mis puños —como alfileres— lograran nada contra aquella temblorosa mole de grasa.

Sin embargo, mi aprensión resultó exagerada y, sobre todo, injusta, al atribuir a ese hombre intenciones tan salvajes. Pues todo lo que él dijo fue:

—Soy nuevo aquí. ¿Me podrías decir, por favor, dónde queda el tualé de caballeros?

Quedé hipnotizado todavía un poco más: por el rostro rojizo y mantecoso, por los seis u ocho pliegues de su papada, por la piel tersa y traslúcida como la de un bebé, por las desmedidas manos de dedos voluminosos, por el tono algo afeminado de su voz, por el hecho de que llamara “tualé de caballeros” al baño de hombres.

Al fin, reaccioné y pude contestar:

—Salga por esa puerta, atraviese el vestíbulo grande y doble por el pasillito de la izquierda.

Entonces las montañas y los valles redondos de ese rostro esférico se encendieron en una llamarada de indignación:

—Yo te traté de vos —dijo, abriendo la boca muy poquito—, como un acto amistoso, y vos me contestaste de usted, como para poner distancia…

—Disculpame —lo interrumpí—. No fue para poner distancia: fue porque no me di cuenta…

—¡Claro! —exclamó, triunfal—. Y no te diste cuenta porque, en lugar de prestar atención a mis palabras, estabas observándome como a un bicho raro —empezó a levantar la voz más y más: eché una mirada recelosa a nuestro alrededor—, y estabas pensando que yo era un gordo monstruoso y horrible, un engendro digno de exhibirse en el circo, para que todos se rían de él…

Sin duda, yo estaba poseído por el espíritu de la perversión de que habla Poe: mientras el hombre me sepultaba bajo un alud de reproches por haberlo observado con malsana curiosidad, yo seguía observándolo con malsana curiosidad. Sí, era la fascinación de lo monstruoso la que me gobernaba, y veía ahora que el gordo era, en verdad, muy joven, acaso de unos veinticinco, veintiséis años… 

Y esos ojos celestes fueron enrojeciendo y llenándose de lágrimas, y, por fin, el personaje estalló en un llanto estentóreo y espectacular, que culminó con estas palabras, proferidas a gritos y entre sollozos:

—¡Sos igual que todos! ¡Todos están cortados por la misma tijera! ¡Adiós, adiós para siempre…!

Y partió ruidosamente, pisando con fuerza y sacudiendo el corpachón.

Yo no sabía dónde meterme: de la vergüenza, estaba hecho un fuego. Es que, mientras tanto, se había reunido allí un buen número de profesores y —¡ay de mí!— de profesoras, algunas bastante bonitas: ¿qué idea equívoca se forjarían ahora esas damas, qué relación imaginarían entre el gordo y yo?

Me pareció mejor salir a caminar por los pasillos. Durante el resto del día, y aun durante otros días, volví a pensar en el hombre obeso e histérico, y en el pequeño escándalo, y juré que nunca más observaría con impertinencia a nadie.

El martes siguiente llegué al colegio con un plan: me sentaría en el sillón de siempre y, apenas apareciera el gordo, fingiría no verlo y me iría a sentar en un banco de madera que hay en el vestíbulo del primer piso. De esta manera evitaría cualquier escena desagradable.

Pero, por fortuna, el gordo no apareció: no apareció ese martes, no apareció nunca más.

Después me venció la curiosidad y, con circunloquios de falsa indiferencia, averigüé en la secretaría que un profesor nuevo, así y así, algo gordito, llamado —supe— Edgardo Carlos Piaro, había dado clases —de psicología y de lógica— el lunes de la semana anterior, y luego, sin aviso ninguno, había hecho “abandono de tareas” —éste fue el preciso término empleado— y ya había sido reemplazado por otro docente.
 
    
2
    

El sábado por la tarde recibí la alucinante visita de la madre del profesor Piaro. Su mejor arma fue la sorpresa: antes de que yo pudiera pensar en el mínimo movimiento defensivo, esa señora ya había entrado hasta lo hondo del living y se había sentado, jadeante, en el brazo de un sillón.

Mi mujer y yo, con un matrimonio amigo, estábamos dados al trivial transcurrir de la tarde, entre vasos de whisky, cigarrillos y charlas del momento. Y ahora, allí, ante ojos ajenos y surgida como un fantasma, estaba sentada esa mujer fea, transpirada, con batón estampado en blanco y negro, con anteojos, con cabellos de un rubio desteñido y entrecano, con las uñas sucias. Y esa mujer hablaba y hablaba, con voz chirriante, equivocando fonemas, omitiendo eses y haciéndome —¡santo Dios!— recriminaciones inconcebibles:

—…y Elgardito está ahora con la depresión, por lo que usted le dijo de la gordura, ¿entiende? Usted nunca tuvo de haberle dicho de que era gordo... Ahora está con la depresión y, cuando está con la depresión, se pone como loco, se descontrola y empieza a comer y a comer más que nunca, ¿entiende…?

La mujer se había puesto de pie y siempre se me acercaba un poco más. Le faltaban unos cuantos dientes y, por eso, acompañaban sus palabras gotitas de saliva, que yo, en retroceso continuo, procuraba evitar.

—...y come y come y come… Usted no sabe lo que es Elgardito cuando come. Eso lo va a llevar a la tumba. La doctora está desesperada por la sobringesta. Hace diez días que Elgardito se lo pasa comiendo y comiendo. La doctora dice que no puede seguir con esa sobringesta, el corazón no lo va a resistir y se va a morir de un infarto. A la mañana temprano se levanta y se come un kilo de fideos con tuco; después, a eso de las diez, se come ocho o diez milanesas con papas fritas y huevos fritos…

Y, sin perdonar detalle, continuó pintándome un desfile gastronómicamente aterrador de ravioles, pucheros, fiambres, dulces, mantecas, mermeladas, panes, galletitas, tortas, golosinas… Para que todo resultara más horrendo, convertía en vecinos verbales a alimentos que, en la realidad, no se podían combinar sin repulsión: hígado frito y dulce de leche, estofado de carne y jalea de membrillo. Así comía Edgardito, y la mujer lloraba y gritaba, y de pronto supe qué pretendía de mí:

—¡Usted tiene de ir a pedirle perdón a Elgardito! Sólo así va a dejar de comer. Él mismo me lo dijo, bien clarito. Me dijo: “Hasta que el agresivo señor Sorrentino no venga a pedirme perdón de rodillas, no voy a dejar de comer, voy a comer y comer hasta reventarme del corazón. Así va a aprender quién soy yo”. Esto mismo dijo Elgardito, y tiene mucha razón. Toda la razón del mundo tiene.

Pasé por alto estas frases, evitando refutar su flagrante insensatez. Mi único deseo era que la mujer se marchara lo antes posible.

Sin embargo, atiné a decir:

—Pero, señora, sea razonable. ¿Qué puedo hacer yo? Le convendría llamar a un médico…

—¡No, señor! —estaba aún más furiosa—. ¡Qué médico ni médico! ¿No le estoy diciendo que Elgardito dijo bien clarito lo que usted tiene que hacer? Usted tiene que ir a pedirle perdón de rodillas. Así lo dijo Elgardito: “Hasta que el agresivo señor Sorrentino no venga a pedirme perdón de rodillas, voy a seguir comiendo y comiendo hasta reventar”. Y eso es lo que está haciendo: cuando salí para acá, lo dejé comiendo arroz con panceta y chorizo colorado… Elgardito está cumpliendo su promesa de matarse, y ¡todo por culpa suya, señor Sorrentino!

No quiero ser reiterativo: estas argumentaciones cíclicas —pegajosas como alquitrán, desesperantes como moscardón— se repitieron no sé cuántas veces. Tampoco sé cómo logré que, entre llantos y amenazas, finalmente se marchara. Por más que me diera lástima esa madre que venía a implorar por la salud de su hijo desequilibrado de ningún modo podía admitir —salvo que yo mismo estuviera loco de remate— esa solución demencial de ir a pedirle perdón de rodillas al gordo histérico.

En una hoja de cuaderno, con laboriosa letra de semianalfabeta y separando cada palabra con un punto, la mujer había escrito la dirección adonde, teóricamente, yo debía concurrir a arrodillarme para salvar la vida de aquel hombre insaciable. Éste vivía, por añadidura, en un pueblo del partido de La Matanza, un lugar al que yo ya no me sentía capaz de ir, a pesar de que en otras épocas lo había hecho por el solo gusto de viajar en ese curioso tren arcaico que sale de la estación Buenos Aires, en Barracas.

Entonces me hostigó un súbito remordimiento: “Si antes fuiste por puro gusto, bien podrías ir ahora para salvar una vida”. Cerré los ojos con fuerza y sacudí la cabeza para ahuyentar la idea: ¿estaría también yo cayendo en la enfermedad del sinsentido?
    

    
3
    
—Es para vos —dijo mi mujer, cubriendo la bocina del teléfono con la mano—. ¿Estás?

—¿Quién es?

—Una tal doctora Perla Zaselsky.

Como tal persona desconocida no se contaba, por el momento, en el número de quienes podían fastidiarme, tomé el teléfono. Hubo presentaciones y un diálogo rápido. Entendí de qué se trataba al oír:

—Soy la psicoterapeuta del señor Edgardo Piaro…

—¡Ah, no, no, no! —la interrumpí—. ¡Eso sí que no! Discúlpeme, doctora, pero no quiero intervenir en nada que tenga la menor relación con ese señor.

—Pero mire que es muy importante.

—Discúlpeme, pero no quiero oírla, doctora.

La voz se volvió indignada y filosa:

—¿De manera que me va a cortar sin saber lo que quiero decirle?

—Así es —yo me sentía extrañamente orgulloso de mi actitud.

—Muy bien. Usted sabrá lo que hace. Buenas tardes.

Y no yo, sino ella, fue quien cortó la comunicación, cuando yo había empezado a decir “¡Espere!”.
    
    
4
    
Entre cuatro sobres con la dirección escrita a máquina, había uno con torpes rasgos manuscritos. En lugar de Sorrentino habían puesto Zorrentino, mi calle Matienzo se había convertido en Matenso y habían omitido el número del código postal.

Sin necesidad de leer el remitente, supe en seguida de quién era la carta. Vacilé unos instantes entre abrir el sobre o hacerlo pedazos. Después me dije que una carta nunca podría ser peor que una visita, y extraje del sobre una hoja de cuaderno escolar, doblada en cuatro.

En el papel habían pegado un diminuto recorte de diario. Apenas lo leí, experimenté una especie de mareo y me empapé de transpiración: Edgardo Carlos Piaro, q.e.p.d., falleció el 7 de septiembre de 1982, c.a.s.r. y b.p. Luego estaba el nombre de la madre: Isabel Hilda Morguebur vda. de Piaro. No figuraba esposa: ¿el gordo, tan joven, ya sería viudo? En seguida, se me partió el alma: sus hijitas Valeria Roxana y Verónica Mariela. ¿De modo que ese hombre irracional dejaba dos hijitas? ¿De modo que, en lugar de pensar en ellas, se había lanzado locamente a comer y a comer hasta reventar? Después aparecían otros parientes y, al final de todo, sus colegas del Ateneo de Lógica Simbólica de San Justo.

Pero, antes de leer esta minúscula tipografía del diario, vi, forzosamente, un grueso recuadro rojo que rodeaba el aviso fúnebre y, una vez más, la torpe letra que decía: vos . lo . matastes . asecino.

    
* Este cuento ha sido publicado en el diario La Prensa, Buenos Aires, el 10 de abril de 1983, y no ha sido recogido en libros. Analecta Literaria agradece la autorización para reproducirlo.



FERNANDO SORRENTINO, nació en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1942. Es profesor de Lengua y Literatura. Su bibliografía detallada (excluidas las ediciones anotadas de clásicos, las inclusiones en antologías —tanto en español como en otras lenguas— y las colaboraciones en diarios y/o revistas) es la siguiente:


OBRA NARRATIVA

A) LIBROS DE CUENTOS

La regresión zoológica, Buenos Aires, Editores Dos, 1969, 154 págs.
Imperios y servidumbres, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1972, 196 págs.; reedición, Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1992, 160 págs.
El mejor de los mundos posibles, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976, 208 págs. 
En defensa propia, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982, 128 págs.
El rigor de las desdichas, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1994, 82 págs. 
La Corrección de los Corderos, y otros cuentos improbables, Buenos Aires, Editorial Abismo, 2002, 194 págs.
Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza, Barcelona, Ediciones Carena, 2005, 356 págs.
El regreso. Y otros cuentos inquietantes, Buenos Aires, Editorial Estrada, 2005, 80 págs.
En defensa propia / El rigor de las desdichas, Buenos Aires, Editorial Los Cuadernos de Odiseo, 2005, 144 págs.
Costumbres del alcaucil, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008, 64 págs.
El crimen de san Alberto, Buenos Aires, Editorial Losada, 2008, 186 págs.
El centro de la telaraña, y otros cuentos de crimen y misterio, Buenos Aires, Editorial Longseller, 2008, 64 págs. Nueva edición: El centro de la telaraña, y otros cuentos de crimen y misterio, Buenos Aires, Editorial Longseller, 2014, 96 págs.
Paraguas, supersticiones y cocodrilos (Verídicas historias improbables), Veracruz (México), Instituto Literario de Veracruz, El Rinoceronte de Beatriz, 2013, 140 págs.
Problema resuelto / Problem gelöst, edición bilingüe español/alemán, Düsseldorf, DUP (Düsseldorf University Press), 2014, 252 págs.
Los reyes de la fiesta, y otros cuentos con cierto humor, Madrid, Apache Libros, 2015, 206 págs.
     
B) NOVELA

Sanitarios centenarios, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1979, 144 págs.; reedición (muy reelaborada), Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000, 160 págs.; reedición, Barcelona, Ediciones Carena, 2008, 126 págs.
     
C) NOUVELLE

Crónica costumbrista, Buenos Aires, Ediciones Pluma Alta, 1992, 70 págs. Reeditada con el título de Costumbres de los muertos, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1996, 66 págs.
     
D) LITERATURA PARA NIÑOS Y/O ADOLESCENTES

Cuentos del Mentiroso, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978, 96 págs. (Faja de Honor de la S.A.D.E. [Sociedad Argentina de Escritores]); reedición (con modificaciones), Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2002, 140 págs.; nueva reedición (con nuevas modificaciones), Buenos Aires, Cántaro, 2012, 176 págs.
El remedio para el rey ciego, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1984, 78 págs.
El Mentiroso entre guapos y compadritos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1994, 96 págs.
La recompensa del príncipe, Buenos Aires, Editorial Stella, 1995, 160 págs.
Historias de María Sapa y Fortunato, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995, 72 págs. (Premio Fantasía Infantil (1996); reedición: Ediciones Santillana, 2001, 102 págs.
El Mentiroso contra las Avispas Imperiales, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1997, 120 págs.
La venganza del muerto, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1997, 92 págs.
El que se enoja, pierde, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999, 56 págs.
Aventuras del capitán Bancalari, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999, 92 págs.
Cuentos de don Jorge Sahlame, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001, 134 págs.
El Viejo que Todo lo Sabe, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001, 94 págs.
Burladores burlados, Buenos Aires, Editorial Crecer Creando, 2006, 104 págs.
La venganza del muerto [edición ampliada, contiene cinco cuentos: Historia de María Sapa; Relato de mis travesuras; La fortuna de Fortunato; Hombre de recursos; La venganza del muerto,], Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2011, 160 págs.
     

ENSAYOS

El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Editorial Losada, 2011, 200 págs.


ENTREVISTAS

Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Editorial Casa Pardo, 1974, 164 págs.; reedición (con notas revisadas y actualizadas), Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1996, 272 págs.; nueva reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001, 272 págs.; reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007, 272 págs.

Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1992, 270 págs.; reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001, 270 págs.; reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007, 270 págs.
     
     
ANTOLOGÍAS (compilador)

35 cuentos breves argentinos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1973, 186 págs.
36 cuentos argentinos con humor, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976, 240 págs. 
17 cuentos fantásticos argentinos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978, 190 págs.
Historias improbables. Antología del cuento insólito argentino, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2007, 136 págs.
Ficcionario argentino (1840-1940). Cien años de narrativa: de Esteban Echeverría a Roberto Arlt, Buenos Aires, Editorial Losada, 2012, 408 págs.
50 cuentos clásicos argentinos. De Juan María Gutiérrez a Enrique González Tuñón, Buenos Aires, Editorial Losada, 2016, 220 págs.


TRADUCCIONES

A) LIBROS DE FICCIÓN

Sanitary Centennial. And Selected Short Stories. Translated by Thomas C. MEEHAN. Austin, Texas, University of Texas Press, 1988, 186 págs.
Sanitários centenários [Sanitarios centenarios]. Traducción al portugués de Reinaldo GUARANY. Río de Janeiro, José Olympio Editora, 1989, 174 págs. 
Von Skorpionen und anderen Alltagsgefahren. Erzählungen. Ausgewählt und aus dem Spanischen übersetzt von Vera GERLING. Gotinga, Hainholz Verlag, 2001, 160 págs.
Attukkuttikal Allikkum Thandanai (La Corrección de los Corderos). Volumen de once cuentos en lengua tamil. Nagercoil (India), Kalachuvadu Pathippagam, 2003, 72 págs.
Per colpa del dottor Moreau, ed altri racconti fantastici (14 racconti; traduttori: Alessandro ABATE; Mario DE BARTOLOMEIS; Isabel CUARTERO; Carlo SANTULLI, Marco CAPELLI y Eva MALAGON ESTEO; Luca MUZZIOLI). Módena, Progetto Babele, 2006, 100 págs.
Existe um homem que tem o costume de me dar com um guarda-chuva na cabeça (18 contos; traduzidos do espanhol por António LADEIRA e Helder SEMMEDO). Entroncamento (Portugal), OVNI, 2006, 182 págs.
Per difendersi dagli scorpioni, ed altri racconti insoliti (20 racconti; traduttori: Alessandro ABATE; Mario DE BARTOLOMEIS; Federico GUERRINI; Renata LO IACONO; Carlo SANTULLI). Macerata, Progetto Babele / Stampalibri, 2009, 140 págs.
How to Defend Yourself against Scorpions (25 short stories; translators: Clark M. ZLOTCHEW, Emmy BRIGGS, Gustavo ARTILES, Michele MCKAY AYNESWORTH, Alex PATTERSON, Jonathan COLE, Norman Thomas DI GIOVANNI, Susan ASHE, Donald A. YATES, Naomi LINDSTROM). Liverpool, Red Rattle Books, 2013, 216 págs.
Problema resuelto / Problem gelöst (2014). Edición bilingüe español/alemán. Al cuidado  de Vera Elisabeth GERLING y Andrea SCHMITTMANN  (16 cuentos; traductoras: Francie BOORTZ, Stephanie ZYSK, Emilia GAGALSKI, Sophia HÜBSCHMANN, Verena-Loraine TRZASKOWSKI, Tanja WICHMANN, Hoda ISTAN, Hanna Christine FLIEDNER, Katharina MEYER, Doreen KLAHOLD, Aletta WIECZOREK, Nina SCHÜRMANN, Andrea SCHMITTMANN, Sonia LÓPEZ, Johanna MALCHER, Constanze WEHNES, Anna-Maria ORLACCHIO, Sandra FUERTES ROMERO, Jana WAHRENDORFF). Düsseldorf, DUP (Düsseldorf University Press), 2014, 252 págs.
     

B) LIBROS DE ENTREVISTAS

Seven Conversations with Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Translation, additional notes, appendix of personalities mentioned by Borges and translator’s foreword by Clark M. ZLOTCHEW. Troy, Nueva York, The Whitston Publishing Company, 1982, 220 págs.
Sette conversazioni con Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. A cura di Lucio D’ARCANGELO. Milán, Arnoldo Mondadori Editore, 1999, 224 págs.
Hét beszélgetés Jorge Luis Borgesszel [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Fordította LATORRE Ágnes. Szerkesztette SCHOLZ László. Budapest, Európa Könyvkiadó, 2000, 264 págs. 
Borges chi si tan [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al chino de LIN YI AN. Pekín, 2000, 212 págs.
Sapte convorbiri cu Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al rumano de Stefana LUCA. Bucarest, Editura Fabulator, 2004, 200 págs.
Sapte convorbiri cu Adolfo Bioy Casares [Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares]. Traducción al rumano de Ileana SCIPIONE. Bucarest, Editura Fabulator, 2004, 180 págs.
Sete conversas com Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Tradução: Ana FLORES. Río de Janeiro, Azougue Editorial, 2009, 224 págs.
Seven Conversations with Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Translated, with Notes and Appendix by Clark M. ZLOTCHEW. Filadelfia, Paul Dry Books, 2010, 196 págs.
Sedem radsgovora s Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al búlgaro de Boriana DUKOVA. Sofía, Enthusiast Libris, 2011, 224 págs.
Sette conversazioni con Adolfo Bioy Casares [Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares]. A cura di María José FLORES REQUEJO, Introduzione di Armando FRANCESCONI, Traduzione e note di Armando FRANCESCONI e Laura LISI, Note alla traduzione di Laura LISI. Pescara, Edizioni Solfanelli, 2014, 232 págs. 
Sedam razgovora sa Horheom Luisom Borhesom [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Prevod sa španskog: Sandra NEŠOVIĆ. Belgrado, Dereta, 2014, 182 págs.