Olga Rivero Jordán | Poemas escogidos





ODISEA
      
Hoy ríen las flores de la noche. Perseguidas caen deslumbradas en el centro de tu pecho. Espina por espina se plantó su simiente, y en mitad de la frente un pensamiento, rubor y abrazo interminable que no se agota en ciclos al empezar a renacer un nuevo hombre.

Silencio no se oyó sino rumores del aire, de su estertor vahídos, carne que se resiente al doblegar la piel dañada labios.

Ahora meditas dentro del escalofrío el final de tu odisea. Tu sudor es mío. No lo apartes pues como agua llena las charcas del prado de la noche. Tu verde se hizo hierba y te sentí en mis brazos, sedoso como una oruga en la orilla de su bosque.


PROFETA
      
Tu remojo de hortelana resucitó música de esta carretera de cebollas al desprender asfalto del rímel de una noche. Juegos en la visión carmín de helados espejuelos, manos de las tinieblas cavadas al charol de tu despavorida carroza sobre los biombos de mis ojos, soplo de luz en las descamisadas nubes de los vigías y profetas, duende de brumas al pespuntarme el alba. Cabeceo maldito del atigrado mar que destila espuma en el sembradío del ocaso. Rezagada lluvia ermitaña de alguna viuda tarde. 
      
   
LUCES DEL SILENCIO
      
Fue encima de un tigre anaranjado. El tren se paró. Los ojos asustados del bosque quedaron empapados de gravilla verde tras el monóculo del parado transeúnte hijo del insomnio. La tierra olía a susto. Su mano la quemó en las liñas de los resquemores con alas rojas, abiertas a las cunas de los lloros. Cauces bebidos para que el miedo se eleve hacia el territorio perdido. Fue eco de un origen en mi pecho. Pero no temas: el espejo de campo está roto, los dioses y sus piedras enturbiaron el ardor de lo esperado. Detrás de lo absoluto yazgo sin cuerdas y con ojos de iridio. Reflejos del río donde las adyacentes muñecas espolvorean humo dulce mientras se agarran a la pirámide de los tejidos. Lejanas luces que tintinean entre el vapor del silencio.
      
          
BRISA
      
Una nube azul rozó mis ojos y los tiernos tallos de las uñas. Una hilera de sangre con su voz atravesó el embudo grotesco de la vida, el eco devuelto del abismo. Con apacible oleaje el grito crece en la llanura, espejo desbocado del vértigo lejano de montañas. Deja la lengua reseca apareada de suave brisa, ancha sombra como sudario del cenit. Con el sermón de las pisadas la lluvia se calza de barrancos, se abre ensimismada por las venas de la orilla. Un largo sopor adormece el cauce de silencio y despierta las fauces a la jungla, levanta el cuerpo que te acoge. Y allí enmarañadas de miedo se aprietan en la tierra las quebradizas manos que te escriben.
      
            
POE
      
Salgo de un aparatoso accidente tras un desfile de sombreros por la quietud de una pared de velas. Un lápiz sangra cada hora, su barniz disuelve las ideas. Desde las cerdas de la brocha surge un panorama de trazos de un yo más extenso, de un caserío que está cerca del lienzo y en la orilla de mis dedos, imagen de lo que un día paseé. De reojo observo su campiña: se va quedando pálida con las secuelas de la felicidad en las sinuosidades truncadas de los sueños para que caigan las estrellas. Si las cuento, uno a uno me quemarán sus astros al no saber hurgar en los tendones de la vida,  y muerta reclino la cabeza, hundida en los sillones de la espera.
      
            
TROMBÓN
      
Los blancos techos de los camellos cortan el viento trenzado de cristales y lloran aserrín por el chubasco de resacas. En el corazón la luna corre hasta el oasis de la música con su reseca garganta de espejismos. Un saxo va derritiéndose en la arena rubia de las rutas, por la sedienta lucidez del brillante cachemir del ocaso que relame las pezuñas del anacrónico pellejo con el bucio de su boca virado en su espalda. Habla la majestuosa montaña de baterías adornada con rizos de una puesta de sol. Emite sonidos que aniquilan a Lucifer con percusiones de invisibles dedos en las brujas escarchas de su  redonda barriga. Acolchadas prendas con ladrillos vendados se ruborizan en temblores y su sangre está a punto de abrazar a estómagos que vomitan la ira del triunfo en el alocado aleteo del trombón de Harlem.
      
      
INDIANOS
      
Mi madre era yo, y yo era mi madre que me seguía por un descampado. El desprendimiento no era fácil: ella me había traído sin consentimiento y a una hora inadecuada. Esperemos que este evento no haya sido pernicioso para mi dilatada vida. A fin de cuentas, sería como una noria arañada de eólicos gruñidos y sus diademas enjaretadas a la pamela que antaño coronara la blanca cabeza de mi antecesora, con espinas y ese brillor que enaltece la faz de la tranquilidad y el equilibrio como soberbia. Pero apenas la vida le dio el sacramento como recompensa a su virtuosísima imagen tallada de mármol sanguinolento: la diosa de diez hijos, mitad morenos, mitad estremecedoramente blancos.

Los gatos morunos se parecían a mi angosto padre. Alto como un pino joven, con una raya en el centro de su pensamiento, redonda luz que sobresalía de su leontina plateada y de un chaleco que ajustaba  todo su cuerpo esmaltado de finura, tanta como finos eran sus labios moldeados por una suave sonrisa con monedas traídas por su abuelo y sus tíos solteros de Indias. Así abotonó la tierra junto con su Nash verde botella.


   
      
De: Bosque de palabras
      
      

Mis espasmos decoro
con cortinas rosa
sedosas palabras
y un tabique
para no oír nada.






Las pinturas se borran
y mis trajes están descosidos
por eso te vuelvo a decir
que debajo de mí estoy empapada
de hilachas de hinojo.
No desees mi cuerpo
hecho de cajas de cerillas
es tan flexible como las nubes
y tan profundo como el mundo.






Ellos vaciaron el saco núbil
en el anfiteatro del cielo.
Deshojaron aires
en el solar agripado
patentes días
con pelo de pena hondísima
contornos y hebras en las ubres
del escuálido y estrafalario lienzo de mar.






Un guardián desliza el sol
en tu taza de sueño y maúlla.
Médula dulce mordiendo el silencio
mirando el collar de la noche
que despacio se aproxima.



Teniéndote tan cerca
supe cómo te perdí.
Al doblar la esquina
los dorados resquemores
se fugaron entre la ventisca
e inertes pensamientos
juegan a matarse.



Siete musas
cantan
en un triángulo
pero al visillo
lo bambolea el aire.



Un vaso azul
reposa
sobre mi sueño
osado
me despierta.
No hay nada
ante la verdad
del mar.






De: Poemas de Huertas de luna



DESPRENDIDA EN TUS BRAZOS


Con la tierra me basta
un día dejé de andar 
con zapatos altos
y sin etiquetas
sellaron mi bata de percal
así caminaré por sitios pardos
donde la noche acostada espera
ciega muda y sin brazos.



RONRONEO


Hay vigas en el vientre del cielo
con aserrín 
en los fugaces ojos del viento
después se precipitarán las salamandras
sobre el panal salobre
de algún paquidermo tuerto.
Así se deslizan antorchas
en las patas del silencio
rompen su huída las ranas
de una raza tímida
como final del ronroneo 
de su cerebro de estrellas.



BUITRE POR SU TRANSPARENCIA


Como un paraguas abrelatas 
del tiempo bastardo de otoños
hay un goterón 
en la mejilla de la tierra
esperado puñal
en el malvasía de tus ojos
moteados de viento.
El cardonal de tu cuerpo
tornea capitulaciones
al giro de mi cuello
abrazado a la fiebre
de este pan dulce
manjar amarrado
a la espiga que dobla el alma
con jugo de humo y labios
cuatro sinuosidades 
por los parámetros del moho.
Destila sangre
como el mordisco que buscamos
del mareado corazón
del mar de las minervas
como puñado 
de puñales
servidos al jerez.


ATAVÍO

Oigo el resplandor de la música 
su piano y la madera.
Descended de la boca del averno
maldito el rubor 
se quedó estancado
mareado de tanto amar.
Me he visto
sustraje de su aroma el atavío.
Al pie
rotas flores
te besen el camino.





OLGA RIVERO JORDÁN, nació a la vida en La Laguna (Aguere) y también a la literatura en sus visitas cotidianas a la biblioteca del Instituto de Canarias. Allí conoce a Balzac, Valle-Inclán, Valdés, Maurois, Verne, Galdós, Emilio Carrere, Hugo, Tolstoi…admirando la notable narrativa y poesía de los años 50, entre cuyos autores se encuentra su propio hermano y notable escritor Joaquín Rivero*, quien publicaría sistemáticamente en Hespérides, Gánigo y otras publicaciones dirigidas en su mayoría por el maestro de poetas Emeterio Gutiérrez Albelo. Otro nombre ilustre de su estirpe fue el deán Isidoro Rivero y Peraza de Ayala**, profesor de la Universidad de La Laguna, diputado y escritor. Investigando asimismo en la biografía del insigne escritor y humanista José de Anchieta***, antepasado de nuestra autora. Publica y colabora en las revistas Campus II, Aquel Viejo Noray, Taramela, Menstrua Alba, Poesía -revista venezolana de poesía y teoría poética de la Universidad de Valencia, Venezuela -, en El Taller, El Vigía, así como en los diarios La Tarde (Revista Semanal de las Artes), Diario de Avisos, El Día y La Gaceta de Canarias (Gaceta de Arte y Literatura). Aparece en la última antología de poetas canarios editada por el Ateneo Obrero de Gijón (Asturias), Antología de la Poesía Canaria de Antonio Arroyo y Domingo Acosta Felipe en la revista Isla Negra nº 202, además inéditos en prosa y otros volúmenes de poesía actualmente en prensa alguno de ellos. Goza de gran divulgación en Latinoamérica gracias a autores simpatizantes de su obra que la han hecho llegar tanto a Chile o Venezuela como a México y Argentina. A una primera etapa social le ha seguido el discurso pleno de un intimismo que se alonga hasta los profundos pozos del inconsciente y su alquimia. Esa biografía de su palabra escrita, se evidencia en la llameante imaginación idiomática de esta autora de Hiladora de Luz, y desde los títulos mismos de sus fragmentos hasta los editados poemarios: Los Zapatos del Mundo Ed. Cuadernos de Arte y Literatura, Santa Cruz de Tenerife, Las Llamas Rápidas de la Sangre Ed. CCPCanaria. Girándula Ed. Benchomo. La Imaginista de Sueños Ed. Idea.-Instituto de La Mujer-. La Ciudad Soñada ed. Benchomo prólogo de Freddy Crescente; Antología Poética Ed. Artemisa. Y también en ed. Benchomo, la trilogía: El Sentir de la Hoguera, Hiladora de Luz y Mares, prologados por Juan José Delgado, Antonio Jiménez y Roberto Cabrera. Memoria Azul, El Vigía editora 2009 dentro de la colección Lengua Viva. Solar de Manuscritos, El Duende Azul y Huertas de Luna, son algunas de sus textos aún inéditos y próximos a publicar. Sus obras han sido reseñadas por eminentes escritores como Isaac de Vega o Carlos Pinto Grote, ambos Premios Canarias de Literatura. En un prólogo vernal dice el primero de ellos: “te colmaba una alegría inocente que sobrenadaba por encima de las pesadas tontadas del suceder de los días”. Otros poetas como Pérez Só o Freddy Crecente sugieren un paralelismo que nos presenta el maestro de la poética venezolana Ramos Sucre: ”la prosa existe como tal en el montaje gráfico, ya que su contenido poético reposa en la esencialidad del lenguaje”. Quizá la propia Olga conozca esta cita que Sucre pone en boca de un bardo “la tradición había vinculado la victoria a la presencia de la mujer ilustre, superviviente de una raza invicta. Debía acompañarnos espontáneamente sin conocer su propia importancia.” Antonio Arroyo Silva dice que en su poesía “no hay palabras mágicas. Es la magia de las palabras con su hambre y su sed repintadas de cereza, que Olga recoge de la escarcha, después de la nevada del desasosiego. Así que me siento a la mesa, me vierto en el café con leche y Olga, desde el silencio, va llenando el vacío con las frutas prohibidas de todos los paraísos.” El crítico Jorge Rodríguez Padrón le dice a Olga Rivero Jordán. “Leyendo he recordado el mundo de la poeta uruguaya Marosa di Giorgio, con el que creo el suyo establece un sugestivo paralelo o reflejo, desde esta ladera del idioma. No sé si conocerá la obra de di Giorgio (lo digo porque hace muy poco que se ha publicado en España); pero creo que valdría la pena que se encontraran  –siquiera a través de la lectura– con alguien que yo entiendo que es su alma literaria gemela. La diferencia fundamental: lo radicalmente vital de, y el estilo que da la voz personal de cada una”. © Roberto Cabrera / El Vigía editora


Notas:

*Joaquín Rivero, escritor silenciado que nació en Santa Cruz de Tenerife en el año veinte del pasado siglo, y murió en enero del año dos mil en La Laguna, donde residió buena parte de su vida… Compartió un célebre premio convocado por el ateneo de La Laguna en torno a la figura del poeta Manuel Verdugo, con la que luego sería gran escritora María Rosa Alonso. Ante todo fue un hombre de una vastísima cultura y un extraordinario lector. Su dominio de las matemáticas o de la filosofía kantiana eran más que evidentes, también fue traductor del inglés y del francés como dejaría patente en sus frecuentes colaboraciones en el vespertino La Tarde así como en las revistas Gánigo y Hespérides, donde la versatilidad de su pluma obtuvo gran reconocimiento; sobremanera entre los entonces jóvenes narradores fetasianos de los cincuenta, “alguien a quien veían con buenos ojos emular”. Joaquín Rivero fue reclutado junto a su hermano Luis con apenas diecisiete años y enviado a la guerra; transcurrida la contienda y como tantos otros, ya no fue el mismo, su desencanto se unió al escepticismo de una generación que vivió el trauma y sobrevivió a la posguerra con la entereza de los héroes. Joaquín Rivero pertenece a esa generación de los cuarenta que tanto aportó a la literatura insular. Su vocación literaria se había despertado a muy temprana edad, aunque las circunstancias hicieran que estos creadores tuvieran que recorrer un largo y tortuoso camino. Joaquín Rivero, hermano de la también escritora Olga Rivero, cuyo padre Don Luis Rivero ocupaba una tenencia de alcaldía en el Ayuntamiento de La Laguna al estallar el golpe militar, no fue una excepción pues tuvo que salir a flote gracias a su profesión de maestro nacional debiendo conformarse con esporádicas apariciones en prensa, eso sí con un estilo de altura, y abordando asimismo los más disímiles temas de actualidad, donde destaca el desparpajo y el manejo a veces de un léxico extranjerizante que nos recuerda al también imborrable Francisco Pimentel. Amigo personal de Emeterio Gutiérrez Albelo, realizó un profundo estudio acerca del parnasianismo frente al romanticismo en la literatura insular y universal, analizando la confluencia y desencuentros de estos movimientos con las vanguardias históricas surgidas desde aquel entonces de la mano de Agustín Espinosa y la generación de Gaceta de Arte.  © Roberto Cabrera

** El Doctor Don Isidoro Rivero Peraza y Ayala. Canónigo de la iglesia catedral de Tenerife, que también fue cura de Granadilla, natural de Tacoronte, fue designado junto con otros doctores para enseñar en la Universidad. Don Isidoro, cura liberal y que formaba parte del grupo de los doceañistas o partidario de la Constitución de 1812, no tenía ninguna simpatía por los españoles ni por los Jesuitas e insistió en que se crearan las cátedras de Humanidades, Matemáticas y Lógica por lo que el 27 de enero de 1817 se acordó fijar edictos anunciando la apertura de dichas cátedras. Posteriormente, en el curso principiado el 18 de octubre de 1818 , ya fue preciso establecer una nueva cátedra de Física experimental para los que habían concluido los cursos de Lógica y Matemáticas, y nombrando para ella al doctor Saviñón y para la de Matemáticas a D. Domingo Bello Lenard.Por desgracia para los alumnos, la segunda Universidad salida de la real cédula del 10 de noviembre de 1816 no fue un modelo de enseñanza moderna de la que enorgullecerse. En el nuevo establecimiento se dió demasiada importancia a los usos escolásticos del siglo XIII a pesar de los esfuerzos de mi tío el canónigo don Isidoro Rivero Peraza de Ayala y de don José Deza Goyri. No hay que olvidar que en tiempos de aquel nefasto rey Fernando VII, quizá el peor rey que ha tenido España, el cual restableció la odiada Inquisición, la Gaceta de Madrid, del 3 de mayo de 1817, publicaba esta vergonzosa frase: ” Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir “. @ Antonio León Cubillo Ferreira

*** José de Anchieta nació el 19 de marzo de 1534, año de la fundación de la Compañía de Jesús, en las Islas Afortunadas, concretamente en San Cristóbal de la Laguna, isla de Tenerife. Hijo de un padre rico, hidalgo vascuence que participó en el levantamiento de los comuneros contra Carlos I, fue enviado a la por entonces prestigiosa Universidad de Coimbra a la edad de 15 años junto con su hermano Pedro, mayor que él. Allá estudió latín, retórica y filosofía en la Escuela de Bellas Artes, donde pronto destacó por sus composiciones poéticas. De temprana vocación religiosa, en 1551 ingresó en la orden jesuita recientemente creada. Su salud era quebradiza debido a que su fervor ascético no beneficiaba en nada una escoliosis que venía sufriendo desde niño. Sus superiores pensaron que el clima de Brasil le beneficiaría y fue enviado allá junto con otros seis hermanos de orden, llegando a Bahía en el año 1553.  A los dos meses de su llegaba a Brasil, se le envió a San Vicente, hoy Santos, situada en el sur del país. Durante la travesía, una tormenta hizo zozobrar su barco a la altura de Las Carabelas. Mientras se arreglaba el navío, el joven jesuita naufragado contactó con indígenas amistosos y se dedicó a aprender su idioma. José de Anchieta enseñó gramática tanto a los hijos de los portugueses como a los nativos. De gran facilidad para los idiomas, Anchieta aprendió rápidamente el tupí-guaraní hablado por los indios. No contento con eso, escribió la primera gramática de la lengua tupí, así como un catecismo en dicho idioma, siendo el mismo el primer catecismo cristiano escrito en una lengua nativa del continente americano. También hizo el primer diccionario. Poesía, obras dramáticas (teatro que combinaba lo visto en Portugal y propuestas guaraníes), cantos, sermones… el Beato José de Anchieta tuvo una gran actividad literaria en portugués, latín y tupí-guaraní.  © fórum libertas web