Poemas de Abraham Valdelomar | Nota Biobibliográfica y Selección de Textos de Ramiro J. Lozano





Pedro Abraham Valdelomar Pinto, fue un narrador, poeta, periodista, ensayista y dramaturgo peruano. El escritor y poeta peruano, Alberto Hidalgo, quien vivió muchos años y murió en Buenos Aires, en 1967, ha escrito sobre su colega y compatriota:

De los escritores peruanos es, sin duda alguna, Abraham Valdelomar uno de los más importantes y acaso el más complejo de todos [...] Fue un talento predestinado. Si no lo fue ya, estuvo muy cerca del genio. Sí; acaso era un genio. Pero el genio lo derrochaba a manos llenas en todo lo que no fuera escribir. A su obra nunca le dio más de dos o tres brochazos de genialidad: son los brochazos porque subsiste y por los que se la recordará siempre, por lo menos en los anales de la literatura peruana. Amaba la Gloria, la deseaba con frenesí, con avidez de sediento, y alguna vez logró cogerla, pero con tan poca firmeza que la muy coqueta se le escapó de entre las manos. Con alguna razón podría decirse que Valdelomar malparía. Sus hijos espirituales, la mayor parte de ellos por lo menos, son admirables; pero convengamos en que de ningún modo son tanto como debieron, como pudieron serlo.1

Abraham Valdelomar nació en la ciudad de Ica, Perú, el 27 de abril de 1888. Sus padres fueron Anfiloquio Valdelomar Fajardo y Carolina Pinto, y él fue el quinto de ocho hermanos (algunas versiones sostienen que era el sexto de seis hermanos). La infancia del poeta estuvo marcada por la pobreza y la desesperación, como lo revelo más de una vez en sus relatos. Su padre, por motivos de trabajo, se ausentaba a menudo del hogar, lo que hizo que la familia viviera en una constante estrechez económica. En 1892 la familia se traslada a Pisco y en 1899 a Chincha, en busca de mejores horizontes, en esta ciudad culmina sus estudios primarios. En 1900 Valdelomar llega a Lima y se matricula en el Colegio Nuestra Sra. De Guadalupe, donde concluye sus estudios secundarios en 1904.


Siempre recordará los primeros años los vivió en Ica, en una aldea de pescadores, como él mismo lo menciona: "Yo soy aldeano y me crié a orillas del mar, viendo mis infantiles ojos de cerca y permanentemente la naturaleza. No me eduqué en los libros sino en el crepúsculo. Mi profesor de religión fue mi madre; y lo fue después, el firmamento [...] Mis maestros de estética fueron el paisaje y el mar; mi libro de moral fue la aldehuela de San Andrés de los Pescadores, mi única filosofía la que me enseñara el cementerio de mi pueblo. Yo dejé el pueblo amado de mi corazón a los nueve años".

En 1903, estando en el colegio secundario, fundó la revista “La Idea Guadalupana” junto con su compañero de estudios Manuel A. Bedoya. Terminados sus estudios secundarios ingresa a la Escuela de Ingenieros, sin embargo, poco después se traslada a la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos. En 1905 se matriculó en la Universidad, pero la dejó al año siguiente para emplearse como dibujante en las revistas “Aplausos y silbidos”, “Monos y Monadas”, “Actualidades”, “Cinema y Gil Blas”, donde también trabajó como director artístico. Retomó los estudios en 1910, pero tres años más tarde los abandonó de forma definitiva. En 1909 publicó sus primeros versos en la revista “Contemporáneos”.


En 1910, a raiz de un conflicto con Ecuador, Abraham Valdelomar se incorpora al Batallon Universitario, formado por estudiantes de San Marcos, y durante el acuartelamiento escribio una serie de cronicas bajo el titulo Con la argelina al viento que fueron publicadas en El Diario y La Opinion Nacional de Lima entre abril y junio de 1910, y que le valieron un premio por parte del Municipio de Lima; posteriormente viajo con una delegacion universitaria al sur del pais, visitando Arequipa, Cuzco y Puno. En este mismo año se publicaron sus primeros cuentos en las revistas “Variedades” e “Ilustración Peruana”, y al año siguiente sus novelas cortas “La ciudad de los tísicos” y “La ciudad muerta”. Éstas fueron publicadas por entregas en las mismas revistas. Publica también “El beso de Evans” un cuento que marca el transito del modernismo a la vanguardia, razón por la cual la critica ve en Valdelomar al fundador del cuento moderno en el Peru.

Ingresa a la política en defensa de las ideas de Guillermo Billinghurst. Llegado Billinghurst al poder lo nombra administrador de la Imprenta del Estado y director del diario oficial, en octubre de 1912. Al año siguiente renuncia a ambos cargos al ser nombrado Segundo Secretario de la Legación del Perú en Italia. El contacto con el viejo mundo amplía y enriquece su cultura estética y literaria, al mismo tiempo que despierta su anhelo por la patria lejana, y sus recuerdos de infancia afloran frescos y naturalmente en sus cuentos y narraciones. En Italia, además de escribir una serie de artículos llamados “Crónicas de Roma”, participó en el concurso literario organizado por La Nación con el cuento “El Caballero Carmelo”, que resultó ganador. Luego de enterarse del derrocamiento del presidente Billinghurst, renunció a su cargo diplomático y regresó a Lima. En su patria escribió su primer libro “La Mariscala” (1914). En ese entonces Valdelomar colaboraba con frecuencia para varios medios gráficos de su país, como: los diarios El Comercio y La Crónica, y las revistas “balnearios”, “Mundo Limeño” y “Variedades”, en los que publicaba sus poemas, cuentos y artículos.

En 1916 funda Colónida. Revista de combate, que reunió al movimiento colonidista conformado por los mas distinguidos escritores de su generación, como Enrique Bustamante y Ballivian, José María Eguren, César Atahualpa Rodríguez y José Carlos Mariategui, entre otros. El movimiento Colónida hizo del Palais Concert, un café limeño muy de moda en la Belle epoque, su cuartel general de dandismo y decadencia. Ésta revista, a pesar de su corta duración -sólo publicó cuatro números-, tuvo una gran influencia en el ambiente cultural de su país. La nueva literatura peruana comienza a gestarse con Valdelomar y el movimiento Colónida. Así lo afirma Mariategui:

En tanto que la literatura peruana conservó su carácter conservador y académico, no supo ser real y profundamente peruana. Hasta hace muy pocos años, nuestra literatura no ha sido sino una modesta colonia de la literatura española. Su transformación, a este respecto como a otros, comienza con el movimiento colónida.2

Desde 1915 hasta 1918, fue periodista del diario La Prensa donde tuvo a su cargo la sección “Palabras”. También publicó en este diario, con el seudónimo El Conde de Lemos, “Crónicas frágiles” y los “Diálogos máximos”. Valdelomar también firmó, en algunas ocasiones, como "Val del Omar", aludiendo a un supuesto ancestro árabe. En 1917 ganó el concurso organizado por el Círculo de Periodistas del Perú con su artículo “Ensayo sobre la psicología del gallinazo”. Posteriormente publicó los que fueron sus últimos libros: “Belmonte, el trágico”, “Ensayo de una estética futura a través del arte nuevo” (1918), y su exitoso primer volumen de cuentos bajo el título de “El Caballero Carmelo” (1918).

Ese año renunció a su puesto de redactor en La Prensa y comenzó una breve colaboración con la revista Sud América. Por ese entonces tomó la decisión de recorrer su país como conferenciante, cosa que hizo dando charlas sobre temas estéticos, patrióticos y sociales. Mientras tanto, se había postulado a la diputación regional de Ica y fue elegido para el cargo en 1919. Ese año Abraham Valdelomar sufrió un accidente que le fractura la espina dorsal. Fallece al día siguiente. Sus restos fueron velados en Lima y sepultado el 16 de noviembre de 1919. Exactamente un 3 de noviembre a las dos y media de la tarde muere Abraham Valdelomar Pinto, el Conde de Lemos.

Alberto Hidalgo que dice conocer la verdadera causa de su muerte sostiene que el poeta murió de una manera poco decorosa sobre una inmundicia. Hidalgo encuentra irónico que un hombre refinado y delicado haya encontrado una muerte poco decente o indecorosa. Hidalgo, quien dice conocer por cartas particulares recibidas con posterioridad a la noticia telegráfica, y luego confirmadas por Luis Góngora, la verdad del suceso. En un texto escrito en 1920, Hidalgo da una versión distinta de la muerte de Valdelomar que hasta hace poco era la más aceptada. Señala Hidalgo que, en Ayacucho, pueblo que Valdelomar asimilaba a Bolivia por ser uno de los sitios más atrasados del Perú, encontró la muerte al caer en el interior de un "silo", vale decir, por un hueco de una cámara séptica que en las casonas coloniales de Ayacucho cumple las funciones de un excusado. Sostiene Hidalgo:

Escribo esto en 25 de marzo de 1920. En los primeros días de noviembre último pasado, murió Abraham Valdelomar. Al redor de su muerte, como al redor de todas las muertes que en el mundo han sido, se ha hecho un poco de "literatura". Yo veo en eso una prueba más del espíritu menguado, sórdido y mojigato del periodismo. Han creído quizás los amigos póstumos de Valdelomar -digo póstumos, y digo bien, pues aquellos no lo fueron en vida del escritor: le han nacido frente al ataúd y la mortaja, ante los cirios lánguidos y los crespones de luto- han creído, repito, los amigos póstumos de Valdelomar, que le prestaban un servicio ocultando la forma de su muerte. Se dijo al público que el pobre había rodado de la escalera de un hotel, en Ayacucho, ciudad donde a la sazón se hallaba, inmiscuido ciertamente en pocos honestos ajetreos políticos, habiendo el golpe, ocasionado su fallecimiento. Mentira.

El water closset es allí reemplazado por un hueco de diez a veinte metros de profundidad, abierto en el interior de las casas, y al cual se da el nombre de "silo". Y bien: en uno de esos silos pestilentes, Abraham Valdelomar, que fue a satisfacer vulgares necesidades, encontró la muerte. Era él, antes que todo, un artista, un artista delicado, sutil, aristocrático. ¡Quién hubiera dicho que había de morir de manera tan inmunda! ¿No es esto como una trágica ironía del Destino?3

Recientemente, el Diario La Primera de Perú, en su edición on-line, publicó una noticia donde se refiere que el escritor peruano Gotardo Almonacid Cisneros ha realizado una labor de investigación respecto a la forma en que halló la muerte el "Conde de Lemos" y desmiente categóricamente la versión de Alberto Hidalgo. Según Gotardo Almonacid Cisneros, Abraham Valdelomar viajó a Ayacucho para participar en el Congreso Regional. Llegó a caballo procedente de Huancayo, el lunes 27 de octubre a las 4.30 p. m., de 1919. Gotardo Almonacid Cisneros, escribe:

Cuando Valdelomar sale del comedor, Pacheco va con él o le sigue los pasos. Nuestro escritor marcha por un paso desconocido, hacia una simple pared que conduce a una escalera a interior de piedra, da un paso en falso y cae al vacío, rompiéndose la columna vertebral contra el pretil de una vieja escalera del tiempo de la colonia y, rebotando cae sobre un montículo de piedra al lado de aquella escalera. Transcurridas algunas horas, lo encontraran quejumbroso, con la columna vertebral fracturada y dolores insoportables. (…) Abriendo los ojos desmesuradamente, murmuró: ‘Me estoy muriendo’ y exclamó haciendo un último esfuerzo: ‘Dios mío, ¿por qué me llevas tan pronto?, si todavía no he terminado mi trabajo’. Expiró a las dos y media de la tarde del 3 de noviembre de 1919.

La muerte trágica de Valdelomar sirvió para que sus enemigo se ensañaran con él después de muerto, tejiendo una versión tergiversada de los hechos, haciendo correr el rumor malévolo que había muerto encima de una inmundicia. Afirmación sin pruebas. Quienes lo encontraron declararon haberlo hallado sobre un montículo de piedras, al pie de las gradas, con la columna espinal quebrada. Esos ególatras y figuretis que siempre eran los mismos que destilaban el veneno de la envidia y la incomprensión contra César Vallejo y José Carlos Mariátegui.4

Es probable que Almonacid Cisneros tenga razón. Abraham Valdelomar es un caso excepcional dentro de la literatura peruana. Elogiado y atacado en vida como ningún otro escritor de su pais, fue dueño de un espíritu aristocrático y elitista. Valdelomar no escribía para todo el mundo. La naturaleza dandysta de su refinamiento literario no se condice con el gusto popular. Representa este hombre el arquetipo del poeta culto, entregado con celo casi ascético a su vocación intelectual, a sus creaciones poéticas y al acrecentimiento de su espítitu. El acercamiento a los ideales y principios estéticos superiores le hacen tomar conciencia que su arte es para unos pocos elegidos: "Mi arte es para los limpios de corazón, para los sanos de espiritu, para los ebrios de ilusión, para los sedientos de esperanza, saturados de fe, para los puros, los comprensibles, los buenos, los que tienen miel en el panal del corazón, perfume en la corola del espiritu, suaves colores en los pétalos del sentimiento, música alada en los vergeles de la conciencia."

Valdelomar es un escritor que no pretende que se rebaje la altura del lenguaje, piensa que un espíritu refinado tiene una forma de expresión acorde. Sin embargo, Valdelomar no asumió la actitud altanera del artista superior al vulgo. En todo caso, su dandysmo y su elitismo eran poses de su exhibicionismo histriónico. Tildado de extravagante, obsceno, degenerado y enfermizo, Valdelomar y su movimiento literario y artístico huyó de los dogmas institucionales del academicismo para promover una profunda renovación estética en la cual la belleza del arte fuera única y verdadera soberana. César Vallejo, en 1918, lo considera el primer esteta de la literatura americana y la figura intelectual más importante de su tiempo, después de José Enrique Rodo: "Con Abraham Valdelomar, el artista proteico, la literatura americana presenta su primer esteta. Después de José Enrique Rodó, el divino maestro del optimismo, profeta mayor y primer capitán de energía espiritual, surge el Conde de Lemos, este joven maestro del idealismo y de lucha."

Valdelomar era un hombre de espíritu refinado y costumbres delicadas, un dandy que Hidalgo describe con rasgos exagerados que rozan la caricatura:

Veámosle. Más bien bajo que alto, era moreno de color y algo crespo de pelo, detalles ambos que, junto con su apellido, que solía descomponer así: Val Del Omar, le servían para proclamar a los cuatro vientos del horizonte la árabe nobleza de su abolengo. Jactábase de tener pies finos y pequeñines y manos de marquesa. Ancho de tórax y más de caderas, daba a su cuerpo, al caminar, una leve ondulación que le acarreó siempre la antipatía de los burgueses. Unos ojos inteligentes, medio alegres y maliciosos, parapetábanse tras de quevedos grandotes de que pendía ancha cinta negra sin otra finalidad que la de llamar la atención. Cuidábase las uñas con esmero de señorita y ajustábase la cintura de modo de veras escandaloso. Sus labios no eran muy viriles que digamos y su vocecilla era como de tiple arruinada y envejecida. Así, muchos le imaginaban un equívoco vulgar, mientras que, para los que le conocíamos a fondo, era una figura de lo más inquietante.5

Valdelomar estuvo decidido a triunfar en su medio para lo cual no dudo en adoptar posturas desafiantes y escandalosas a la manera de Oscar Wilde, a quien seguramente quiso imitar. Pero, a diferencia de Wilde, no fue homosexual. Hidalgo desmiente la homosexualidad de Valdelomar:

Hoy que Valdelomar está muerto, creo que se puede hablar, sin faltarle al respeto, de ciertos aspectos que se atribuye a su vida, del mismo modo que se habla de Óscar Wilde. Él no fue, cual algunos dicen y hasta escribieron, un invertido. Este hombre poseyó en grado sumo, aunque mal equilibrada, una virtud que muchos quisiéramos: la curiosidad. Fue por curiosidad por qué pasó los linderos de lo lícito, por qué se puso más allá de la naturaleza, espiritualmente, se entiende. Porque si alguna inversión hubo en él, fue espiritual. Era demasiado artista para llegar al arrebato carnal, que siempre es grotesco. Dígase que era misógino, y entonces sí se dirá la verdad. Tan cierto es lo que afirmo, que en plena madurez de su existencia, cuando yo le conocí, solía cambiar de vicio como de camisa. Todos los tóxicos, uno por uno, los conoció y gustó: el opio, la morfina, el éter, la cocaína, el cloretilo. Yo me pongo de rodillas y digo verdad: ni siquiera fue degenerado moral. Curioso, tan curioso fue, que se hubiera pegado un tiro sólo para tener el gusto de saber lo que hay después...6

Para Hidalgo, todas estas actitudes eran meras poses exhibicionistas, pirotecnia efectista, pero inofensiva, de un artífice literario de comienzos de siglo:

Muchas de sus cosas las hacía por pose. Porque era un excelente poser. Gustábale llamar la atención, hacer escándalo, épater les bourgeois. Se mandaba hacer unos chalecos de lo más extraños y unos zapatos que no lo eran menos. En cada uno de los índices llevaba una sortija en la que había engarzada enorme piedra verde, que los tontos creían esmeralda, y tenía tan buen humor que hasta le propuso a un joyero que se la engarzara en la falange misma. Jugaba con los ojos como una bailarina y se polveaba la cara como un arlequín. Vivió verdaderamente atacado de exhibicionismo. Para asustar a ingenuos nadie le ganaba. Un día, por ejemplo, en una de las principales confiterías de Lima, bebía un cocktail de moda, en unión de varios amigos, cuando, de pronto, se le acercó un otro amigo para presentarle a cierto joven notable poeta trujillano, que acababa de llegar a la capital. El Conde de Lemos, tal era su seudónimo de periodista, hizo al recién llegado las atenciones que fue menester y, cuando éste se levantó para marcharse, el de Lemos, tendiéndole la mano, le dijo: "Ahora ya puede decir en Trujillo que ha estrechado usted la mano de Abraham Valdelomar". Naturalmente, el poeta y los amigos abrieron tamaña boca.7

Sin embargo, detras del decadentismo que solia mostrar en público y su apego a las frases brillantes e ironicas, se descubre un autentico temperamento artistico, lleno de sentimiento y nostalgia, que se manifiesta en sus mejores poemas y en los cuentos criollos que forman su libro El Caballero Carmelo. Este contiene algunos de los mejores relatos regionalistas escritos en el Perú. A pesar de su dandysmo y elitismo, Valdelomar fue el más popular de los escritores peruanos de su época. Como dice Alberto Hidalgo, si el valer de un escritor se mide por la influencia que ejerce en determinado movimiento literario, Valdelomar podría ser considerado como el primero de nuestros modernos escritores:

En plena juventud, a los treinta años, pudo ya tener la vanidad de que le llamaran maestro. Su influencia en la literatura nacional no fue, no es para descrita. A tal extremo llegó, que se imitaba no ya sólo su obra sino hasta sus amaneramientos y posturas personales.8

Alberto Hidalgo señala con piadosa condescendencia, que, como sucede con muchos otros escritores, a Valdelomar, mientras en vida se le discutía, insultaba y calumniaba, en la muerte se le ha reconocido méritos y tributado honores. Remata su artículo sobre Abraham Valdelomar compadeciéndolo: "¡Pobre Abraham!."9

Después de su muerte se publicó Los hijos del sol (cuentos incaicos, 1921), conjunto de relatos escritos alrededor del año 1910, y Tríptico heroico (1921), libro de poemas patrióticos dedicados a los niños de las escuelas del Perú. Su obra literaria fue recopilada en varias ocasiones, la última compilación -y también la más completa- fue Obras (2 vols., Lima 1988).



Notas

1. HIDALGO, Alberto, Muertos, heridos y contusos. Imprenta Mercatali, (Buenos Aires, 1920), 63-73
2. MARIATEGUI, José Carlos, "Nacionalismo y vanguardismo en la literatura y en el arte", Mundial, Lima, 4 de diciembre de 1925, en Peruanicemos al Perú, 10ª edición, Biblioteca Amauta, Lima 1986, 107.
3. HIDALGO, Alberto, o. c., ibidem.
4. ALMONACID CISNEROS,Gotardo, "Se esclarece la trágica muerte de Valdelomar" en Diario La Primera de Perú, Cultura. http://www.diariolaprimeraperu.com/online/cultura/se-esclarece-la-tragica-muerte-de-valdelomar_28309.html
5. HIDALGO, Alberto, o. c., ibidem.
6. Ibidem.
7. Ibidem.
8. Ibidem.
9. Ibidem.





POEMAS SELECCIONADOS


1. TRISTITIA


Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía;
el cielo, la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegría
y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado del mar.

Lo que él me dijera, aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar...


2. EL HERMANO AUSENTE EN LA CENA DE PASCUAL

La misma mesa antigua y holgada, de nogal,
Y sobre ella la misma blancura del mantel
Y los cuadros de caza de anónimo pincel
Y la oscura alacena, todo, todo está igual…


Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual
mi madre tiende a veces su mirada de miel
y se musita el nombre del ausente; pero él
hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.


La misma criada pone, sin dejarse sentir,
la suculenta vianda y el plácido manjar;
pero no hay la alegría ni el afán de reir

que animaran antaño la cena familiar;
y mi madre que acaso algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar…


3. ELOGIO...

¡Poeta! tú naciste para reír bajo las vides
para cantar victorias y triunfar en las lides
y llevar el ensueño de canción en canción
orlarte con coronas del laurel de las Hadas
y llevar tus guedejas bajo el Sol coronadas
por las formas olímpicas donde ríe el amor.
Un haz de voluntades te llevó a otros vergeles
y cantaste a otras razas y bebiste otras mieles
junto a un río de plata donde se mira el Sol;
la Historia entre tus humos un perfume ha aspirado
y un susurro de voces en el bosque sagrado
anuncia el nuevo triunfo de un nuevo Anacreón.
Heraldo de tu raza diste el primer acorde
en la augusta trompeta y en la lira tricorde
donde las notas juguetearon como en un humo sideral
y hay en tu vieja estirpe, noble como el acero
guerrero en la gloria y en la tierra un trovero
fresco, joven y ardiente como una flor primaveral.
Vayan mis versos pálidos a orlar serenamente
junto a tantos laureles los rizos de tu frente
cual susurro lejano de un modesto vergel,
bajo la débil sombra de tu imperial corona
que el arte, el talento y el amor eslabona
con un simbólico laurel.
Hubo en tu raza un hombre, precursor de la Historia
que soñó tus canciones y presintió tu gloria
entre águilas heráldicas y entre campos de azur,
que imaginó algo grande digno de tus hazañas
y en el nido más alto de las altas montañas
hizo un pueblo, poeta, ¡donde nacieras tú!
Recuerdo vagamente de un lejano momento.
Fue un floreal. Tus canciones impregnaron el viento
y yo vi ante tus versos la brisa sonreír,
cantará las doradas espigas de la lira...
En el floreal de entonces cantaste a Primavera,
y hoy es la Primavera, ¡la que te canta a ti!
Ve por el mundo, bardo, y atraviesen tus rondas
entre frescos jardines y entre aromadas frondas
hacia el amplio sendero donde mora Ilusión
poeta que naciste para reír bajo las vides
para cantar victorias y triunfar en las lides
¡y llevar el Ensueño de canción en canción!


4. ABRE EL POZO...


Abre el pozo su boca, como vieja pupila
sin lágrimas. El ñorbo se envejeció trepando.
El horno que en la pascua cociera el bollo blando,
como una gran tortuga, silenciosa, vigila.

La araña en los rincones, nerviosa y pulcra, hila
la artera geometría de su malla enredando.
Las abejas no vienen de libar, como cuando
miel destilaba el pecho que ahora dolor destila.

Los restos de mi dulce niñez busco en la oscura
soledad de las salas, en el viejo granero,
y sólo encuentro la honda tristeza del pasado.

El corazón me lleva por el viejo granero
y encuentro en los despojos, viejo, decapitado
el caballo de pino del que fui caballero.


5. EL ÁRBOL DEL CEMENTERIO

No la tranquilidad de la arboleda
que ofrece sombra fresca y regalada
al remanso, al pastor y la manada
y que paisaje bíblico remeda.

No el suspiro de la ola cuando rueda
a morir en la playa desolada,
ni el morir de la tarde en la callada
fronda que al ave taciturna hospeda,

dieron a mi niñez ésta en que vivo
sed de misterio torturante y honda,
donde todos los pasos son inciertos:

fue del panteón el árbol pensativo
en cuya fosca, impenetrable fronda
anidaban las aves de los muertos.


6. EL CONJURO


El barco va a manera, sobre el mar inestable,
de un cansado titán que buscara su lecho
y el viento entre las jarcias silba agudo, a despecho
de la hélice que gira veloz e inexorable.

Como un gran corazón, crepita; mas advierte
la mirada radiante del fanal, que, avizora,
le indica la acechanza marina, y con la prora
en blanca espuma frágil, al cruzarla, convierte.

Va sin temor, confiado, seguro en su destino;
la hélice da el impulso, el timón, el camino
y atraviesa la negra sombra inerte, ligero.

Y el conjuro del mar ruge a su paso. ¡Pero
hay rocas y hay tormentas, y ha de llegar un día!...
Y toda tu armadura ¡oh vano! será mía...


7. EN MI DOLOR PUSISTEIS...


En mi dolor pusisteis vuestro cordial consuelo;
en vuestro hogar mis penas encontraron un nido;
para mi soledad, vuestras almas han sido
como dos alas blancas bajo la paz del cielo.

Dios os pague la sombra que me dio vuestro pecho,
y el vino generoso que me dio vuestra mesa,
y aquella dulce paz de vuestras almas, y esa
serenidad de lago que disteis a mi pecho.

Por el beso de amor, por el pan de cariño,
por el trino del ave, por el llanto del niño,
por los dulces poemas que vuestro hogar me dio,

dirá mi corazón esta prez cotidiana,
al morir el crepúsculo y al nacer la mañana:
que el Señor os bendiga como os bendigo yo...



7. LA OFRENDA DE ODHAR
Para Raimundo Morales de la Torre.


Caminaba el anda
sobre doce nubios de pieles brillantes
hacia Samarcanda.

Regado de flores –amapolas rojas-
se abría el camino que iba a la mezquita.
Los esclavos negros pisaban las hojas
y sus albornoces manchaban de blanco la ruta bendita.

En el anda iba la reina de Oriente
que se adormitaba pálida y silente
bajo las ojivas de sus alfeizares
mimada por suaves abanicos indios
y por enervantes antimacazares.

¡Oh, la reina mora, la reina brillante!
A Odhar, que era un niño, su primer amante,
a cambio de un beso le pidió un collar
y todos sus blancos dientes blancos marfilinos
que eran amuleto contra los destinos
galante el infante los hizo engarzar.

Fue al camino triste como sus amores
por donde pasaba con sus servidores
la reina, y, entonces, el muriente Odhar
pálido y tranquilo la esperó en las flores
y al pasar la reina, la ofreció el collar.

Sobre el blando cuerpo del joven amante
pasaron los nubios el anda triunfante.

Entre nubes rosas -mirra y eucalipto-
sobre las cabezas de nubios sansones
entró la graciosa princesa de Egipto
en el viejo templo de los Faraones.

Al salir del templo la reina galante
se olvidó del niño -su primer amante-
cuya boca en sangre no quiso besar,
y al primer esclavo que llegó a los
pálidos mármoles del templo
como una limosna le ofreció el collar.

Con los doce nubios
tristemente, el anda
se perdió en la ruta que iba a Samarcanda...


8. LA VIAJERA DESCONOCIDA


En el rostro anguloso de fiero perfil duro
se enseñorea el aire de su adusta mirada;
parece que viniera de una tierra ignorada,
habla un idioma extraño, sordo, lento y oscuro.

La cabeza inclinada en la cóncava mano,
el cuerpo agazapado en un gesto felino,
sus ojos son los ojos siniestros del Destino
y su boca la puerta de un insondable arcano.

Cuando el mar en las tardes su furor agiganta,
la ignota en un impulso violento se levanta
y las rojas quimeras del crepúsculo mira.

Pasa sobre la nave graznando una gaviota,
epilépticamente la dura hélice gira
y en la estela agitada la blanca espuma flota…



9. LOS PENSADORES VENCIDOS
Para José Gálvez.


Por la Roma vencedora
pasa la Grecia vencida, pero siempre soñadora...
Al coro
de monocordios de oro
van las cabezas hermosas
de los griegos, coronadas de pámpanos y de rosas.

Por entre la multitud
va la esteta juventud
de pensadores vencidos
y de eternos soñadores de los frutos prohibidos.

La suave diosa Harmonía
cuando pasan por el yugo les habla de poesía.

…Por la Roma vencedora
pasa la Grecia vencida pero siempre soñadora...

Las cabezas cabellosas
dejan, como frescas rosas
que pisaran los atletas,
las divinas harmonías de sus rítmicos poetas...

Pasan sátiros, vestales
y entonan himnos triunfales
los labios que beben mieles,
y con guirnaldas de mirtos van guiando sus corceles
los donceles...

En la Puerta Nomentana y en el viejo Capitolio
el eco de un himno eolio,
deja una nota sonora.

...Por la Roma vencedora
pasa la Grecia vencida pero siempre soñadora...



10. LOS VIOLINES HÚNGAROS
Para Rafael Belaúnde

Los violines húngaros con notas lejanas,
marcaban el paso de las princesitas
que al rústico templo, todas las mañanas
llevaban aromas de cosas marchitas.

Las dos princesitas, rubias encantadas
soñaban la vida de un cuento de hadas
en cuyo prefacio reía Merlín;
cuando iban cantando bajo de los tilos
y arrancando flores en los peristilos
que hay en el palacio del viejo jardín.

Las dos princesitas de rostro muriente
entraron al templo silenciosamente
a orar la plegaria triste y lastimera
ante la divina virgen sonriente
delicadamente modelada en cera.

El viento que siempre baladas lejanas
silentes y tristes como caravanas
lleva a los palacios de los soñadores
cantó a las princesa sus notas tranquilas
al llorar doliente de viejas esquilas
cuando ya en el templo morían las flores.

El Sol. Las princesas ropadas en sedas
como las tanagras de un rito pagano
vuelven tristemente por las alamedas
mientras en las vegas del jardín lejano
los violines húngaros suenan piano... piano...


11. HA VIVIDO MI ALMA...


Ha vivido mi alma en las Edades viejas
en un guerrero heroico y un galán trovador,
y en gentiles mancebos de enroscadas guedejas
enamorada siempre de una prohibición.

Mi alma fue de Tartufo, de un ídolo pagano,
de un impúber de lesbia, de un fauno y de un bufón;
vivió dentro del cuerpo de un gladiador romano,
y en el cuerpo caduco de un viejo Faraón.

Ha vivido en las aguas y ha vivido en las rosas,
ha vivido en los hombres y ha vivido en las cosas,
buscando siempre amor.

Irá hacia un país lejano de sátiros traviesos
y de labios de sangre que conviertan en besos
las cosas que no son...

Y vivirá mi alma en las cosas futuras
sintiendo las saetas de nuevas desventuras,
en una larga, triste, cruel peregrinación...



12. DESOLATRIX

Umana cosa piciol tempo dura. LEOPARDI.


Un álbum... Una dama que entre los folios tersos
ha de buscar inquieta la ofrenda primorosa...
La pluma está en mi mano vacilante y medrosa,
pero en mi corazón no florecen los versos.

Yo no creo que el lírico valor de mis esfuerzos
haga brotar en mi alma la ofrenda primorosa:
un secreto dolor, cual pétalos de rosa,
mis más amados ritmos se ha llevado dispersos.

Hoy quisiera, señora, cantar vuestros hermosos
prestigios, el divino don de vuestra belleza,
vuestro selecto espíritu elogiar en mi canto,

pero a mi derredor sólo escucho sollozos,
ya sólo me acompañan mi perenne tristeza
y este mi corazón que se deshace en llanto...