Alicia Poderti


Alicia Poderti
Primera Herida*
Poemas
Con Prólogo de Miguel Espejo



La grieta abisal
Miguel Espejo



Posiblemente esté fuera de discusión que la primera gran poeta que dieron las cada vez menos inteligibles tierras hispanoamericanas sea Sor Juana Inés de la Cruz. A ella dedicó Octavio Paz uno de sus mejores libros de ensayos, donde logró combinar un estudio sobre la obra de la escritora mexicana, un recorrido biográfico y uno de los mayores develamientos, desde el punto de vista histórico, del período colonial, apto no sólo para el país de la autora, sino para todas las regiones tocadas por el halo del Imperio. Conocidos son los primeros versos de sus célebres redondillas: Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis. Un poco menos conocido es su otro poema, Primero sueño, donde la autora condensa de algún modo su estética.

Al leer los poemas que Alicia Poderti incluyó en Primera herida, inmediatamente los asocié con el de Sor Juana, no sólo porque el recurso lexical los emparienta, sino porque hay en ellos un trasfondo que no es otra cosa que el murmullo inagotable de las voces femeninas. Alguna vez recordé lo que un escritor alemán señalaba de las mujeres. La reconstrucción de Alemania -decía Enzensberger- no había comenzado con el Plan Marshall, sino al día siguiente de la guerra, cuando las mujeres escarbaban entre los escombros. Fuente de vida y de reiniciación de los ciclos, las mujeres, para el mundo helénico, estaban vinculadas a las divinidades ctonias, o sea, a lo sustancial de la tierra.

Si es verdad que en todo ser humano hay una herida, en el caso de las mujeres esta herida es doble. La grieta por la cual dan vida es la misma por la que se precipitan los acontecimientos hacia la muerte. El alumbramiento está consagrado, como bien lo han sabido todas las religiones, al deterioro y la decrepitud. Desde "el rastro en la cara", enunciado en uno de sus primeros poemas, Germinación, hasta los versos finales de Los inmigrantes, asistimos a un recorrido cronológico de la poesía de Alicia Poderti, pero al mismo tiempo a la comprobación de la grieta que atraviesa su palabra poética. Grieta en el sentido que las fallas geológicas terminan confundiéndose con el ser humano, hendidos ya en esa textura que el pintor G. Aparicio ha sintetizado, muy recientemente, como "la piedra que habla".



En este itinerario, en estos veinte años de poesía, el movimiento pendular es el que se afirma al borde de su propia extinción. La palabra de nuestro tiempo aflora para corroborar el silencio, el silencio impronunciable en labios como grietas: contra el muro blanco / que me sabe tan muda / para hablar. Los libros que la autora publicara antes (Huellas imposibles, I-laciones, El Dios impar) expresan el balbuceo que sigue al Verbo, del modo que la destrucción sigue a la creación, o mejor todavía, en palabras de La Rochefoucauld, que los bosques preceden a los hombres y los desiertos los siguen.

El clima que se va conformando a medida que la voz femenina interroga ya no al varón sino al ser constitutivo de la mujer queda resuelto en Ellas (I) bajo el signo de la contradicción:

La partera suspira
y teje.
La madre gime
y da a luz su hijo.

Dos mujeres en el mismo cuarto
con una función
aparentemente idéntica

y un ovillo contradictoriamente distinto.

Es profundamente revelador que el mayor filósofo del siglo XX, Martin Heidegger, nunca haya abordado el tema de la diferencia sexual, aun cuando uno de sus muchos libros se haya intitulado Identidad y diferencia. ¿Quizás porque la función última de la mujer sea preservar esa zona poblada de enigmas, no por cierto el comportamiento femenino tan realzado por el romanticismo, sino el simple hecho de existir? El mismo Heidegger, al tratar el problema del olvido del Ser, señalaba que no alcanzamos a preguntarnos por aquello que nos es más próximo. ¿Y hay algo más próximo y más fundamental que el hecho de ser?

El ser humano nunca se encuentra en la indeterminación, ya que la única forma que tiene de ser es a través de lo que en Ser y Tiempo se denominan los existenciarios y que Ortega y Gasset llamaba sencillamente las "circunstancias". "Yo soy yo y mis circunstancias" es la conclusión del filósofo español. ¿Pero qué ocurre si esa circunstancia es al mismo tiempo la determinación esencial de las especies sexuadas? La poesía que emerge del género femenino tiene, por supuesto, connotaciones diferenciadas y un espacio peculiar a partir de la afirmación de la identidad. No es que antes careciera de ella, pero desde que las universidades (sobre todo norteamericanas) estudian la constitución del género, pareciera que es sólo con esta conciencia y conocimiento especializado que la identidad tiene lugar.

Sin embargo, la poesía sabe desde tiempos inmemoriales que si bien el lenguaje no alcanza a trascender la sexualidad del emisor, la disuelve en imágenes y metáforas que llevan hasta el límite la conciencia que tenemos de nuestra existencia. Las canciones de cuna constituyen el ejemplo prístino de los lazos entre lenguaje, existencia y sexualidad. La grieta, percibida desde esta óptica, posee una resonancia que convoca a todos los nombres. A su turno, la poesía de Alicia Poderti también apuesta por la participación de ese llamado a lo recóndito y a aquello que siempre germina y se gesta.

La famosa tela de Gauguin se interroga sobre quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Todo lenguaje está atravesado por estas preguntas. En su bello poema Los inmigrantes, la poeta transparenta su preocupación por el "de dónde" y la pertenencia, como si intuyera que la sentencia bíblica del Eclesiastés ("Las generaciones vienen y van, sólo la tierra permanece") es parte fundamental del humus sobre el que reposa el hombre, la tierra que camina, nacida de un vientre que lo vuelca al mundo para la fugacidad y el parpadeo.

Dieron vida a los hijos, a los nietos.
Sangres distantes que fluyen,
fruto de la aventura
(del destierro).

Sangres mediterráneas o costeras,
de sastres, de labriegos, de guerreros, de marinos
que llegaron sin hierro,
sin hilo, sin costas y sin tierras.
Con pasión y con sueños.

Con la esperanza.

Esta es nuestra tierra,
la destellante muralla andina,
donde los reyes muertos viven todavía
donde los hombres de los barcos
desafiaron su destino.

San Salvador de Jujuy, 5 de mayo de 2002.


1. HOSPITAL


Los rincones congregan
miradas ahuecadas
repletas de silencios.
Hay en el piso
mil fatigas
impresas
como trampas
de insomnio
de ceniza
la convulsión inexpresiva en la cola
a las seis de la mañana.


En los pasillos
un olor largo
sobrevive a los alcoholes.


Palpita
en cada mano
marcada en la pared.

Un olor.
Nacido para la pobreza.


2. INSURRECCIÓN


Nos ataron
desde allá
con limpios hilos,
asperjando
desde el aire
cloroformos.


Pasó el tiempo
y nos fuimos rebelando.


En el punto
donde un hilo se cortaba
se nos formó la mano


de golpe.



Y respiramos.





3. LOS INMIGRANTES

I.

Los barcos crecían
hasta tocar la tierra.
Buscaban sus intrépidas geografías.
Encontraban
ciudades transparentes,
hurañas soledades,
distinta lluvia mojando el regazo de otros árboles,
los arados esperando en cavidades secretas.

Como aquellos,
los primeros viajeros soñadores,
en la orilla construyeron
la Gran Cabaña
que descifrara sus enigmas.

Trocaron sus mapas redondos
por planos manuscritos
surcados de tesoros y leyendas selváticas,

Cambiaron sus medallas y empuñaduras
por diccionarios
repletos de huestes
y palabras.


II.

Durmieron a la intemperie,
escuchando los verdes pasos subterráneos,
disfrazando las nuevas constelaciones,
fundiendo sus rostros
en el espejo de estos ríos.
Desbordados.

Despertaron
palpitando el eco de Guamán Poma y Viracocha.
Y vieron pasar las alas enlutadas,
los cantos devorados,
las lágrimas aguerridas de los hombres.
Antiguos.

Se sobresaltaron con el rumor de las flores cortadas,
con un pacto de armaduras milenarias,
con el rito arterial sepultado en la espesura.

Destituidas civilizaciones los observaban
a través de los signos
tallados en runas y magmas volcánicos.


III.


Decidieron que América era el centro del mundo.
El Lugar.
Donde volverían a sonar los acordeones,
las guitarras,
los tambores de sus antepasados.

Se poblaban de casas las distancias,
las calles se llenaban de panaderías y de pájaros.

Pero una vez al año
se miraban entre sí.
Recordando
los bastones de sus abuelos,
las escalinatas de brumas,
los amores ancestrales
que engendraran sus culturas.

Sus lenguas
dispersas en caminos lejanos.


IV.


Gritaron
a viva voz su catarata de recuerdos:
los bastiones sumergidos,
las estepas y archipiélagos malheridos.

En los buques
quedaron sus abanicos,
sus alcázares, sus castillos,
sus abedules nevados
y sus jazmines.

Multiplicando
sus identidades,
en la oración crepuscular,
en las navidades,
en las copas sin latitud,
en el fuego
atropellándose en el embarcadero imaginado.

En el baile bajo los faroles incandescentes,
en los mercados repletos de plumas y pescados,
de mentas y naranjas, de lechugas y ajíes presurosos,
de quesos y vinos.
Relampagueantes.

V.

Ellos nos vieron,
en la proyección magnetizada del tiempo,
más allá de la muerte,
de los enigmas generacionales.

Cuando decidieron dilatar sus noches
y enterraron sus monedas, sus cartas
sus guerras,
los aromas y atavíos de sus parajes.

Dieron vida a los hijos, a los nietos.
Sangres distantes que fluyen,
fruto de la aventura
(del destierro).

Sangres mediterráneas o costeras,
de sastres, de labriegos, de guerreros, de marinos
que llegaron sin hierro,
sin hilo, sin costas y sin tierras.
Con pasión y con sueños.

Con la esperanza.

"Esta es nuestra tierra,
la destellante muralla andina,
donde los reyes muertos viven todavía
donde los hombres de los barcos
desafiaron su destino."


* Primera Herida. Veinte años de Poesía (Salta: MILOR), ISBN 987-99460-8-1.

** Los datos biobibliográficos de la autora puede el lector interesado consultarlos en nuestro posteo del día lunes 6 de julio de 2009.