UN NIÑO ESPÍA A EMILY DICKINSON EN SU JARDÍN
Que la mirara un pájaro —hostilmente,
por supuesto, ¿qué hacía allí, la intrusa?—,
no era extraño, de modo que su frente
apenas se alteró, e indiferente
siguió sus ademanes de reclusa.
Ni un pájaro, ni un hombre
(ella, en ese caso, lo sabría)
la están espiando. Un niño es quién la espía
Un niño —la inocencia—, ése es su nombre.
Estaba en su jardín, arrodillada
sobre una capa roja. La mirada
curiosa la seguía entre las flores.
¿Por qué el niño guardó, de los colores,
el color de la capa? La memoria
es frágil, pero fiel. Esta es la historia:
«Estaba en su jardín, arrodillada
sobre una capa roja.» Después, nada.
Nada sino el jardín en donde corta
la memoria inmortal sus flores raras
y al que ella sólo entra. Qué le importa
que pájaros —¿o niños?— con sus caras
se asomen al jardín perecedero.
Ella es Emily Dickinson, y acepta.
Y mientras acomoda en el cantero
el brote por nacer, la tierra yerma,
como una flor perfecta
va abriéndose su alma en el poema.
EN HUANCAYO, PERÚ
En Huancayo, Perú, hay una casa.
Y en la casa hay un hombre.
No sé las señas ni sé el nombre
de la casa y el hombre.
Apenas visto, apenas entrevista,
les diré lo que pasa.
En Huancayo, Perú, perdónenme que insista.
Me dijeron, y es cierto,
que en la casa, un viejo restaurant,
cuando se queda el comedor desierto,
los niños de Huancayo comen pan.
Todos los niños pobres, los que tienen
hambre y ensayan ya, como un mendigo
hecho de muchas manos,
el gesto del castigo
de ser la humanidad de donde vienen,
de estar entre los hombres, sus hermanos.
Los he visto parados en la calle
ante la puerta misericordiosa.
Para que el hambre no los halle,
se ocultan en la sombra,
se hacen guiños.
Brilla la oscuridad como una rosa.
El hombre dice: "Entra, si puedes".
Y el hambre no se asombra.
El hambre hermoso de los niños
por la maldad de ustedes.
Entonces entran, comen.
Saltan entre las ollas con el salto
del pajarito en el asfalto,
del pajarito solo en la ciudad.
Los que se asomen,
verán la cara de la caridad.
Yo no he visto otra cara.
No sé las señas ni sé el nombre
de la casa y el hombre.
Tampoco el hombre preguntaba
si el hambre es mucho o poco.
Les digo esto para
que dejen sus corteses modos:
el hambre de los niños es la maldad de todos.
Si quieren más, yo estaba ahí, miraba.
Me comía mis lágrimas, la parte que me toca.
COMO EL AGUA SIN FORMA
Como el agua sin forma, como el agua desnuda,
de rodillas caída —inmortal y secreta—,
así el alma en la tierra, el alma del poeta,
ante la realidad que es terrible y es muda.
En su lengua los muertos miran la luz del día
y hay alguno que vuelve de la nada, hay alguno,
porque todos los hombres en su lengua son uno,
y no hay tiempo, ni edades, y una es la melodía.
La luz sin sombra canta, la luz del Paraíso,
y adora la belleza, que termina en horror...
Pero es su canto sólo la sombra del amor
que cae sobre el mundo, para el que Dios lo hizo.
Entonces, como el agua, como el agua caída,
va buscando su forma, y es el cuerpo su vaso.
Pero nada comprende su mirada, y acaso,
es sólo un resplandor que contempla la vida.
HISTORIA (Fragmentos)
2
Los árboles colmados de sol en la mañana,
la claridad del agua de la fuente en la fuente,
la mejilla del niño con rubor de manzana
y el asfalto en la luz, el asfalto crujiente,
lucen con la alegría de la paloma en vuelo,
de la paloma en vuelo que remonta lo alto
por guirnalda de amor, por guirnalda del cielo
del árbol, de la fuente, del niño y el asfalto.
3
El mendigo camina —¡Oh, qué noche de frío!
Lo asalta por la acera un gorrión matinal.
Y mira sorprendido sus manos con rocío,
la forma de su cuerpo mojado en el umbral.
El mendigo camina. Pasea sus harapos
por la ciudad henchida, rosa de luz y ruidos.
Como la nube oscura tiende al cielo sus trapos,
él pasea los suyos entre muros y nidos.
7
Aquí, desde la cama blanca del hospital,
vería la ventana y los árboles... tal vez
un pájaro cantase... porque todo está igual:
sus zapatos, su libro para leer después,
y hay pájaros que cantan... Tal vez la muerte
iría diciéndole palabras, y era el contorno lucio
de las nubes en él, ¡no esta penumbra fría
con su friso deshecho de nubes de humo sucio!
8
Dentro del colectivo tiemblan las ventanillas.
La vida es esto, dicen: buenos y malos ratos.
Oigo en silencio y miro, sobre mis dos rodillas,
el paquete en que van tu libro y tus zapatos.
EL SURTIDOR
De yeso o cal la taza del surtidor blanquea,
bajo el ramaje húmedo, con leve sombra en torno,
(La hoja en el ramaje, sin un rumor, gotea,
El surtidor esconde, dibuja ya el contorno.)
Es medianoche y cae, como una mancha informe,
en la arboleda el viento; alguien que escucha, calla...
De cacería, el viento, tras una estrella enorme,
va por el cielo, suelta la iluminada malla.
AQUÍ, DONDE EL AMOR
Aquí donde el amor es el comienzo
de la tristeza, donde inúltilmente
esperamos... Aquí donde se siente
a Dios inmenso, inmenso...
Aquí en la tierra de las criaturas,
donde todo el dolor del universo
cabe en un verso, un solo verso,
frágil en las palabras inseguras.
Aquí, donde un día tuvimos
la inocencia primera
de la imagen que fuimos.
Aquí, donde el amor espera, espera, espera...
Donde apenas entiendo,
vine a vivir, estoy viviendo.
LOS PARAÍSOS
El alto cielo azul tiene una nube alta.
Los paraísos tienen el ansia de ser nube.
La frescura del verde de sus hojas me asalta:
lloro en mi corazón por lo que nunca tuve.
¿Hay un prado de verdes y azules eternos
donde tiembla una forma de infinita blancura?
El pomo de la nube siembra capullos tiernos.
Los paraísos tienden sus ramas a la altura.
ANTINOO
Con la resignación de la tristeza,
Antinóo ensaya el gesto, pero mudo,
porque es ardua la luz de la belleza,
y en medio de la luz está desnudo.
En las formas del mármol aun persiste,
melancólicamente verdadero,
en mirar la corriente que no existe,
solo, como aquel príncipe de Homero.
(El poeta lo nombra entre diversos.
Era tímido, no era como Ulises.
Entre la muchedumbre de los versos
está solo. Y es todo lo que dice.)
Así Antinóo. Y en la corona ausente,
en la corona funeral que nunca
le ceñirá con su laurel la frente,
está su juventud que quedó trunca.
Pero en su eternidad de dura piedra
la carcoma del tiempo lo rodea
y le teje la sombra de otra hiedra,
porque el tiempo destruye lo que crea.
Y va a morir. Y sin embargo,
en la muerte que vive está cautiva
su soledad (también el arte es largo),
y el mármol, para él, es carne viva.
Victorioso del tiempo en forma muda,
nos avisa en el gesto del amante,
cuando cada muchacho se desnuda,
que nuestra eternidad es un instante.
Y solo, y extranjero, con el no
del suicida, se yergue en cuerpo fuerte.
Y él es todos los cuerpos. ¡Antinóo,
tanta carne salvada de la muerte!
Delfos, Grecia, 1962
COMO UNA HOJA AL VIENTO, UNA COSTUMBRE
Qué inútilmente insiste, cómo insiste
mi corazón, mi corazón que sabe.
Como la luz, como la luz que cabe
en un temblor, en su temblor persiste.
Y cómo existe, cómo —si es que existe.
No hay alegría que en su afán no alabe.
En él estará el mundo hasta que acabe.
El mundo, el mundo, que además es triste.
Esto decía para mí. Y cantaba.
El fondo de la calle era de herrumbre.
La melodía mínima sonaba.
Para que el verso en el poema alumbre,
mi pobre corazón ciego giraba
como una hoja al viento, una costumbre.
PERO EL AMOR
Pero el amor no tiene sus coronas dispuestas,
ni existen en el mundo palabras de respuesta.
La caricia imposible sobre la tierra espera,
bajo árboles floridos que son la primavera.
¿Quién nos devolverá la inocencia perdida,
las flores imposibles, las fuentes de la vida?
La vida era un jardín junto a un muro sin fin.
Sólo ha quedado el muro. Se ha perdido el jardín.
OSCAR HERMES VILLORDO, Poeta, escritor y periodista nacido en Machagai, provincia del Chaco, el 9 de mayo de 1928. Había estudiado en Catamarca. Cuando llegó a Buenos Aires comenzó a colaborar para la Editorial Atlántida escribiendo para la revista Billiken. Ejerció el periodismo y la crítica literaria en los diarios La Prensa y La Nación de Buenos Aires y en La Gaceta de Tucumán. Fue autor de varios libros. En Poesía publicó: Poemas de la calle (1953), Teníamos la luz (1962), y El bazar (1966). En Narrativa publicó: Consultorio sentimental (1971), la trilogía homoerótica La brasa en la mano (1983), La otra mejilla (1986) y El ahijado (1990); en ensayo publicó: Genio y figura de Adolfo Bioy Casares (1983) y una biografía de Manuel Mujica Láinez, Manucho (1991). Integró la comisión directiva de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores). Fue conferencista, y en tal carácter visitó algunos países latinoamericanos, y Grecia, donde fue especialmente invitado. Fue premiado con la Faja de Honor de la SADE (Sociedad Argentina de Autores), la Pluma de Plata del Pen Club Internacional, el Premio Municipal de Literatura y una beca Fullbright. Residía en la Capital Federal, donde falleció el 1º de enero de 1994.