Santiago Sylvester

Santiago Sylvester
16 Poemas


de: Escenarios


1.

RETRATO




Esta cara es también las otras que alguna vez ha sido.
Este pelo blanco, en cambio, no es el otro, pero cumple su
tarea con la misma fe.
El brazo izquierdo, con un reloj en la muñeca, pregunta la
hora a cada rato;
el derecho acerca la comida, se estira hacia el teléfono y
dispone de una mano que no tiene descanso: una mano que detuvo un camión en Payogasta.
La pierna izquierda alguna vez se golpeó contra una piedra
(dos meses inactiva); se acompaña con la otra y entre las dos transportan esta carga difícil, de opinión imprevista.
El hígado promueve aclamadas satisfacciones;
el sexo euforia súbita, esperanza sucesiva de una nueva
euforia.
Los ojos miran gestos, colecciones de gestos, y de ellos
sacan la conclusión que necesitan.
Esta mirada no siempre es impasible, esconde un centro
incontrolado, una acumulación de miradas: todas necesarias, ninguna con la solución.

No puedo distraerme;
un solo instante de abandono
y muero aplastado por estos desconocidos
que he juntado
y que trabajan para mi perdición.




2.

LA RÓTULA



De una rótula conozco, sobre todo, la palabra rótula.
No sé qué sabe la rótula de mí, tal vez que hablo solo y
duermo de a pedazos,
pero ocurre que nos necesitamos, nos debemos favores, y
eso cuenta al hacer el inventario.

Ella es un énfasis entre vocales graves,
yo un peso arbitrario, propenso a caminar sin rumbo.
Ella viene del latín, de boca en boca,
yo vengo de Salta, de tropiezo en tropiezo.
Ella se incrusta como un acorde haciendo fuerza,
yo digo mi opinión: enfermedad sagrada que agradezco a
Heráclito.

Y aquí estamos los dos, sin saber el uno
casi nada del otro, pero ambos
capeando el temporal cuando lo premonitorio
habla de una dura década
que ya habrá comenzado,
y el dato de ese cálculo soy yo:
pieza llena de mañas
que ha llegado hasta aquí
gracias a la complicidad de lo que ignora.


3.

MUJER EN LA ESQUINA



De lo que se trata es del intercambio: ella tiene hambre, yo
no tengo conocimiento; y si cada uno espera que caiga su ración del cielo, ya podemos despedirnos sin aliviar la carga.
Siempre ha habido estos pactos: ella, con un naipe distinto
en cada caso, yo eligiendo la carta para ver si acierto;
ella, yegua de Parménides llevándome camino arriba, yo
olfateando el rastro con precipitación;
y así, necesitados ambos de lo que el otro tiene y no guarda
para sí, buscamos lo excitable de la especie para alcanzar el peso, la saliva del otro, la célebre unión de las mitades.

Ella siempre con historias exitosas (todas tristes), y yo
atestiguando lo que he dicho:
que si espera en la calle
se debe al intercambio,
si entra en el bar y llama por teléfono,
si disloca hasta morir la mandíbula del alma
y se ríe cuando corresponde llorar
se debe al intercambio: esas partes separadas en
busca de lo mismo.

Y es todo lo que sé.
Pero ella sabe más:
sin salir de la esquina
conoce el mar por el tripulante a deshora,
el mercado por el olor de una manos,
la vaca por el carnicero;
y si no quiere ni oír
hablar del corazón, acostumbrada
como está a la charla,
es porque sabe que ahí cruje la madera.
El corazón es puro esteticismo.



de: Café Bretaña


4.

EL tiempo cobra peaje a todo lo que ha nacido para durar.
Peaje a la belleza, al porvenir, al odio;
peaje a ese montón de pelo atado en la nuca de la mujer,
a la mirada del hombre,
a las palabras que se dicen, al sentido:
peaje aún sin saberlo,
como existen caminos aunque no vamos a ninguna
parte.

Ellos se han sentado allí, mesa de por medio, con la
intención de eternidad que aturde a todo lo transitorio:
solos y a la vez acompañados,
en estado de mudanza;
condenados a buscar cómo se sale de la contradicción.

El tiempo cobrando peaje es infalible;
y yo mismo, a mi pesar, sin ser el tiempo cobro peaje:
no soy el tiempo, pero soy el que mira.

5.

UN golpe en una mesa,
y el hombre mira alrededor, sin éxito ni culpa, sólo con el
asombro del que, repleto de whisky, no encuentra qué decir.

La palabra, una autopsia: un corte transversal en el cerebro;
y de este menoscabo del lenguaje se alimenta un época que cesa, no por agotamiento, sino por crispación:
el psicoanálisis concluye en epilepsia,
la semiótica esconde su abuso en la trastienda,
la fanfarria de la ciencia no logra descifrar sus
propósitos;
¿y qué haremos con la actividad de la palabra?

Un hombre ha golpeado la mesa, torpe la lengua y la mirada
idiota,
y ha marcado el arranque de una nueva era:
él es su profeta,
una trompada en una mesa su huella digital.

6.

NO tiene brillo ese hombre,
ni siquiera cuando toca el violín:
descascarado, pulcro, con la edad ya insegura: una pared caleada que muestra a su pesar las noticias del tiempo.

Ni brillo ni resolución: sólo un resultado.
Se acerca a cada mesa y deja allí flotando la mano con que
pide: la misma mano que sostiene el arco y suelta ante nosotros fragmentos de Paganini, aproximaciones y retazos.
Mano experta que, al aunar dos gestos, conoce la distancia
entre ilusión y derrumbe: mano que actúa como si no supiera que esa distancia es ella.

7.

ESTE sitio, como todos, es una excepción: mezcla de
estilos, huída de la naturaleza al sucedáneo, y saber
que esto (una excepción sumada a otras) es todo lo que podemos esperar.

La cerveza de ese hombre junta bilis;
una falsa rubia detiene demasiado su mirada;
ese codo en la mesa supone una teoría: soledad por puro
método, y un campo de realización que ha fracasado hace años.
Alguien cerca tose, cuenta monedas o juega con las llaves;
alguien descubre un axioma imprevisto: con las mismas
personas se habla siempre de las mismas cosas;
alguien mira hacia fuera.

He aquí una amplia escena: elija usted el nombre, péguele
el rótulo, envíe el paquete a donde quiera; y por favor no agite el frasco, deje en paz el contenido.

8.

DESPUÉS, ya veremos: por ahora
lo que conocemos del futuro es el presente.

Ese hombre afirma que nunca se irá de la ciudad;
su amigo, lo contrario: su tendencia a la huída.
Una joven, desdeñosa, se niega a perdonar.
Un hombre saca del bolsillo una entrada para el teatro.
Una muchacha, deslizada hacia la desgracia, sorbe un café
con la mirada en otra parte,
y en la mesa vecina un estudiante anticipa su porvenir.

Es fácil conocer el futuro: con sólo oír a esta gente, ya
sabemos su trama,
que no es sino una cita colectiva:
cuándo, dónde, con quién,
ese es todo el problema.

9.

PUERTA de entrar, puerta de salir: esta gente
ya no recuerda el camino de Heráclito;
pero el que entra airoso sale con su trizadura,
el que viene a pedir recoge su moneda,
esa mujer, como las avenidas, tiene dos direcciones,
aquel hombre busca lo que no ha perdido.

Esa puerta supone una reversión,
y así ya no sabemos si alguien entra o sale,
si consiste en algo hacerlo.
No se sabe quién está del otro lado,
si hay otro lado,
sea ajeno o propio.

La mujer que fuma en esa mesa, ¿está adentro?
Su amiga, la que se ríe sin problemas, ¿se ha quedado
afuera?
¿Dónde estoy yo para ellas: yo, que soy un lugar?

Es difícil saber quién está con uno: aquí, sin ir más lejos.



de: El Punto Más Lejano

10.

XVII



Hay
un contagio de mirar
como hay otro
contagio: el de no estar en el lugar correcto,
contagio de la década perdida que se llama
fracaso.
Fracaso
que se esconde en cualquier parte
y desde allí avanza hasta ocupar la respiración.

Pero el fracaso es selectivo, elige
con cuidado: cada uno
con su fracaso propio, como la muerte propia a la manera
organizada de Rilke, como el pan de cada día, la propia purificación o la palabra propia.

O la propia versión del que, por ejemplo, dice:

...el largo filamento que dejaba un caracol en el patio: iba de hoja en hoja, inspeccionando todo, lenta y concienzudamente, como si tuviera el deber de informar de su paso por la tierra, con su enorme memoria de animal milenario. Inmóvil ante una hoja caída, bajo el toldo que paraba el sol del verano, y nada se movía en el patio; sólo que para mí la vida era un túnel por el que soplaba un viento feroz, un arrebato que me llevaba a la otra punta: yo era succionado por la gran ventilación, y aparecía con el pelo revuelto y los ojos fuera de órbita en la otra punta del mundo: y yo no estaba aquí sino allá, donde la vida no tenía la meditación ceremoniosa y sabia del caracol sino el oleaje del caballo en el momento de saltar. Yo era ese caballo viviendo en ese caracol.


de: Calles


11.
(Königsberg)


LLEGABA hasta el borde de la ciudad, donde cedían las
últimas casas: nunca
pudo Kant cruzar esa frontera: nada de excesos en torno al asunto de los límites;
así dijo las raíces del exilio son interiores: las raíces
también retrocedían, se replegaban temerosas
de cruzar esa zona del corazón
con los cuidados de la angustia.

Königsberg
fue su invernadero: su ideal
no era comer en restoranes y vivir en hoteles, sino la
precisión:
un cerebro volando en línea recta como un desafío
y un privilegio: el de construir
el paisaje, su escenario fiel
y mimarlo por ochenta años: un triunfo de la elaboración
para quien sabe que darse cuenta es aislar, que yo
es representar una idea: amueblar el mundo, y
en cuanto a la vida
vivirla como
una cuestión intensa que no llega a suceder.

12.

(Avenida Santa Fe)


TODA esta gente, aún sin saberlo,
tiene opinión sobre nosotros: nos da la razón, discute, habla
en contra o a favor:
y todos, aunque
no lo sepan,
necesitan dos oportunidades: la primera, para la impostura;
la segunda (y
siempre que haya suerte), para mostrarse como son.

Ese hombre angustiado
se despierta a medianoche para saber cómo está,
aquella mujer no termina de cuajar en estilo; lo peor
del exhibicionista
no es lo que muestra sino lo que oculta;
¿y qué haremos con ese hombre pomposo que, cuando habla,
no se apoya en su opinión sino en su cuenta bancaria?

Sólo la variedad
justifica esta abundancia: ver
es verse, pero el riesgo consiste en lo contrario:
no advertir que, al mirar,
nos estamos mirando: salir
a no mirar,
y que esta calle no exista para uno.


13.

(vuelo Madrid-Buenos Aires)


CALLE de aire: viene
a llamarse así esta ventilación por donde transportamos la
carga terrestre: calle por donde vamos saludando vecinos sin consistencia: nubes, pálpito de la intemperie a 50 grados bajo cero: esta calle
cuya ley no es incompatible con la otra: la ley de gravedad,
que no nos suelta.

Hemos subido hasta aquí
por lo que tiene de versátil la columna vertebral: siempre erguida y queriéndose asomar por un balcón distinto: estar
allá precisamente
porque estamos aquí: voluntad del inestable.

Y al fin
casi todo se explica con saber dónde estábamos: si íbamos
volando
ahora estamos de pie; si teníamos dudas
seguimos en lo mismo;
si el calor nos caía en chaparrón y ahora el frío nos sale
desde adentro
es por el balanceo de la continuidad;
en salir y regresar consiste
este callejón que colinda con el vuelo de las estrellas: salir
para tocar tierra: ir
por el aire y tocar
tierra una y otra vez: así
hasta que, de tanto tocar tierra, nos acostumbremos.

14.

DE todas las teorías, la que más me intriga es la de la reencarnación: no
por lo improbable de haber sido hugonote
o coliflor en una huerta etrusca,
sino por la sugerencia implícita de que
cada uno de nosotros merece haber sido otra cosa.

Hablo de merecimientos: la insistente sucesión que viene
desde lejos: el que es, el que
pudo haber sido
o para averiguarlo con ejemplos: el que quiere el bien y
hace el mal, el que tala un bosque y
ronca bajo el agua,
el que degüella la gallina para la cena pascual,
el que se disgrega en la noche con las canciones de la buena nueva: o
el que, como cualquiera de nosotros, ha heredado un error.

Hasta que nos retiramos juntos hacia un rumbo inesperado,
y ahí queda la pregunta de si es útil buscarnos en la ceniza funeraria donde, todos revueltos, estamos inventando
un porvenir.



De: El Reloj Biológico


15.

(perseverancia del halcón)


TIENE nombre ilustre
y lo protege la serenidad: vuela sin inmutarse por el espanto
de esos pequeños alborotadores que resguardan huevos y
pichones:
él
con alzada majestuosa
y ojo directo
busca comida.

Por estas quebradas
pasó la historia: él
vio todo: gente a manotazos, escapando o persiguiendo: el
murmullo de muertos que se escucha promediando
enero: una partida de gauchos al acecho, la cabalgata
heroica de pobre gente
obligada al heroísmo:
y vio también el merodeo, el desplazamiento: los restos de
una civilización que ha prescrito: piedras y cantos con alguna ceremonia:
él
vio todo desde su vuelo impertérrito: no juzga, no invoca,
no confía: tiene
hambre.

Vuela, aterra, y todas las tardes
organiza ese escándalo; desde aquí
lo veo: sabio, sin prisas, esperando
que todos nos volvamos comida: historia, huesos, animales,
persona.


16.

(a lo Quevedo)




ESE bicho que se arrastra por mi pierna buscando altura,
verde y rojo con estrías blancas,
lleva a cuestas su dificultad: una liturgia que lo obliga a
hacer un alto, desandar
y otra vez arriba: esta caparazón de supervivencia
con las alas cortas que
no se ve si sirven para volar: sus patas trabajadoras con las
que come, saluda a las arañas
y mueve como si pedaleara
cuando en realidad parpadea
porque ya es noche cerrada, está quieto el viento, y él se
aferra como yo, a lo Quevedo,
al tiempo que ni vuelve ni tropieza.

Que suba en paz.




SANTIAGO SYLVESTER, poeta y escritor argentino, nacido en Salta en 1942, residió casi veinte años en Madrid y hoy vive en Buenos Aires. Dirige la colección Pez Náufrago, de Ediciones del Dock. Ha recibido, entre otros, el premio del Fondo Nacional de las Artes, el Premio Nacional de Poesía, el Gran Premio Internacional Jorge Luis Borges y, recientemente, el Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. En España, el premio Ignacio Aldecoa, de cuentos, y el Jaime Gil de Biedma, de poesía. Entre sus libros de poesía se puede mencionar Escenarios, Perro de laboratorio, Café Bretaña, El punto más lejano, Calles y El reloj biológico. Publicó un libro de cuentos, La prima carnal; y un libro de ensayos, Oficio de lector. Realizó una edición crítica de La tierra natal y Lo íntimo, de Juana Manuela Gorriti; publicó El gozante, antología de Manuel J. Castilla; y las antologías Poesía del Noroeste Argentino. Siglo XX y Poesía Joven del Noroeste Argentino, ambas publicadas por el Fondo Nacional de las Artes.