Jorge Luis Borges con Carlos Mastronardi, Eduardo GonzƔlez Lanuza y Alberto Mosquera MontaƱa, CafƩ Tortoni, circa 1973 |
Era, como yo, un autodidacto ajeno al rigor azaroso de los exĆ”menes y a esa contradictio in adjecto, la lectura obligatoria. LeĆa por placer, y sólo interrogaba los textos que realmente le interesaban, los que nos acompaƱarĆ”n hasta el fin. Durante mĆ”s de medio siglo fuimos amigos. Con frecuencia suelo olvidar las circunstancias en las que conozco a las personas; recuerdo, sin embargo, mi primer encuentro con Carlos Mastronardi y nuestra primera conversación en la librerĆa de Samet, en avenida de Mayo y Salta. Hablamos sobre alguien que era, digamos, paisano de los dos, sobre Evaristo Carriego, el entrerriano que descubrió las orillas de Buenos Aires, y que era nuestro vecino en el barrio de Palermo. Mastronardi me dijo despuĆ©s que lo habĆa llevado a conversar conmigo el hecho de que yo habĆa alcanzado, siquiera de niƱo, a conocer a Carriego. Un poema suyo, que no sĆ© si llegó a publicarse, evoca la figura de su coprovinciano con estos versos memorables:"Trabajó con dulzura de los barrios. /Yo soy el respetuoso de sus pasos".
Mastronardi, como todos los hombres de mi generación, empezó a escribir bajo el influjo barroco de Lugones. En aquella Ć©poca lo atacĆ”bamos a Lugones precisamente porque sentĆamos el poderĆo y la gravitación de Lugones. PensĆ”bamos que escribir bien era escribir como Lugones, olvidĆ”ndonos de la sentencia de Kipling, que dice que hay 99 modos de escribir versos y que cada uno de ellos es justo. Para nosotros, el Ćŗnico modo era el modo de Lugones, y buscĆ”bamos las sorpresas de la metĆ”fora, las sorpresas del adjetivo, las sorpresas del verbo. Mastronardi jugó a ese juego y luego fue puliendo su estilo. El barroquismo, con los aƱos, lo condujo a un estilo simple y llano que, en su caso, fue como el Ć”pice del barroquismo.
Pocos hombres conservaron la soledad con la minuciosidad de Mastronardi. Era un inseparable amigo de la noche que sabiamente abusó de la noche y del cafĆ©, que tanto se le parece a la noche. Para vivir eligió la avenida de Mayo; acaso una de las zonas mĆ”s tristes de Buenos Aires. Como Augusto Duplin, el primer detective de la literatura policial, que de noche recorrĆa las calles de ParĆs en compaƱĆa de sus amigos, Mastronardi recorrĆa las calles de Buenos Aires buscando ese estĆmulo intelectual que sólo puede dar la noche de una gran ciudad.
Mi memoria estĆ” poblada de recuerdos compartidos con Mastronardi. Caminatas interminables por las orillas de Buenos Aires, donde veĆamos, con asombro de trasnochadores, amanecer una maƱana. Recuerdo nuestras discusiones sobre temas literarios; sobre Paul ValĆ©ry, a quien yo nunca he podido admirar como sin duda lo merece ese gran poeta, que Mastronardi admiraba. Pero creo que lo admiraba menos por su obra que por la imagen la tónica que tenĆa de Ć©l, por la idea del ostinato rigore de que habla Leonardo da Vinci. Y eso fue lo que Mastronardi puso en su admirable obra. Yo he visto versiones sucesivas de Luz de provincia, publicadas con un aƱo de diferencia, y creo no ser caricatural al decir que en la segunda versión habĆa un punto y coma, en la tercera el punto y coma era sustituido por un punto y seguido, en la cuarta se volvĆa a ese punto y coma. Todo esto, que contado asĆ puede parecer irrisorio, lo llevó a nuestro poeta a esa gran obra que lo inmortaliza.
Con Mastronardi profesamos una curiosa amistad. Una amistad que no necesitó de la frecuencia; a veces pasamos un aƱo sin vernos, pero eso no significaba una sombra en nuestro trato. Nos sentĆamos amigos y podĆamos serlo sin frecuentarnos, sin confirmaciones, sin dudas de ninguna especie.
Carlos Mastronardi fue uno de los pocos que lograron que en estos melancólicos tiempos, el nombre- de argentino sea todavĆa honroso. El empeƱo que otros ponen en ser famosos, el empeƱo que otros ponen en esas mismas miserias que se llaman la promoción o la publicidad, Mastronardi lo puso en pasar casi inadvertido, en esa vida umbrĆ”til que recomendaban los estoicos.
Carlos Mastronardi nació en Gualeguay, Entre RĆos, en 1901, y murió en Buenos Aires, en 1975.
N. de la R.: Este artĆculo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de febrero de 1986 EL PAĆS