La corriente nacionalista de izquierda en la que nos centraremos aquĆ, denominada tambiĆ©n izquierda nacional o marxismo nacional, surgió en la Argentina a mediados del siglo XX. Sus fundadores replantearon la interpretación de la historia y la cultura nacional con una perspectiva revolucionaria, americanista y socialista, cuestionando la visión liberal eurocĆ©ntrica predominante y su influencia en la izquierda tradicional. La inevitable dificultad que se presenta al circunscribir el corpus de estas ideas al Ć”mbito de nuestro paĆs, es que los orĆgenes y las proyecciones de las mismas atraviesan el conjunto de la región, en tanto postulan un nacionalismo de dimensión sudamericana [1].
Sus propuestas militantes -reflexión para la acción, “para transformar el mundo”- reflejaron en general el espĆritu revolucionario del siglo pasado, y en particular los cambios sociales que introdujeron en nuestras latitudes el peronismo y otros movimientos cercanos. Pese a su recepción marginal en medios acadĆ©micos, en la dĆ©cada de 1960 alcanzaron predicamento en sectores intelectuales y populares de la Argentina y continuaron incidiendo en los debates teóricos y polĆticos posteriores.
Si bien puede considerarse que esta vertiente del nacionalismo de izquierda se inserta en el cauce mĆ”s amplio de una corriente nacional y popular, en nuestro trabajo la delimitamos ciƱƩndonos a los autores que se reconocĆan como marxistas, en el perĆodo -anterior a 1989- en que la gravitación del mito de la Revolución Rusa y la confrontación de posiciones acerca del “socialismo real” acentuaban el carĆ”cter definitorio de tal adscripción.
Se trata entonces de la confluencia de dos tradiciones ideológicas diferentes, el nacionalismo y el marxismo, que segĆŗn los patrones de la cultura polĆtica occidental resultaban antitĆ©ticos. Nuestra aproximación al asunto requiere precisar tales conceptos y esbozar al menos la trama de antecedentes históricos en la que se inscribe esta lĆnea de pensamiento, antes de referirnos a sus exponentes y sus tesis principales.
En general, nacionalismo es la doctrina de la autonomĆa de una colectividad que reivindica sus derechos, su integridad y sus valores culturales; que puede traducirse en proyectos y polĆticas, y que por lo comĆŗn se manifiesta entrelazada con otros sistemas ideológicos: precisamente, nos interesa tomar en cuenta esas asociaciones del nacionalismo con otras tendencias en el devenir de las luchas polĆticas argentinas [2].
La emancipación de las colonias hispanoamericanas estuvo signada por el liberalismo y un embrionario nacionalismo, en aquel momento histórico en el que ambas concepciones se entrelazaban. Los patriotas jacobinos y los grandes conductores militares de la revolución apelaron a una identidad criolla e indiana, intentaron liberar y elevar a las masas populares -las castas- y proyectaron construir una nación en el continente sudamericano [3].
El federalismo de los caudillos que movilizaron a las masas rurales en el Ć”mbito del antiguo Virreynato del Plata fue la subsiguiente expresión de un nacionalismo americanista, que tendrĆa sus expositores en la generación de JosĆ© y Rafael HernĆ”ndez, Carlos Guido Spano, Olegario V. Andrade y otros. A la vez, el liberalismo europeĆsta de Domingo F. Sarmiento y otros miembros de la generación de 1837, que cristalizó como proyecto en 1880, se divorciaba del nacionalismo independentista al subordinar la organización del paĆs a su inserción en el dinamismo del capitalismo mundial, repudiando la “barbarie” americana y propiciando el trasplante de instituciones y poblaciones europeas.
Posteriormente, en el populismo [4] de Hipólito Yrigoyen confluyeron las supervivencias del nacionalismo de cuƱo federal y un programa democrĆ”tico que pugnó por rescatar del fraude oligĆ”rquico los contenidos republicanos de la Constitución liberal: su discurso re-unĆa asĆ el nacionalismo y el liberalismo en forma anĆ”loga a la de los tiempos de la emancipación.
Desde comienzos del siglo XX se fue perfilando otro nacionalismo, en el que predominó la tendencia conservadora y católica, oponiendo las raĆces hispanas y criollas al cosmopolitismo de la elite porteƱa y al aluvión de inmigrantes portadores de ideas anarquistas y marxistas. Su Ćndole autoritaria se manifestó en el golpe de estado de 1930, y cundió entre los militares mezclado con las concepciones estatistas y corporativistas que propagaban los movimientos fascistas europeos. Los historiadores de este nacionalismo “de derecha” revisaron la versión de los vencedores de Caseros, exaltando a Rosas y a los caudillos federales, e impugnaron las bases económicas, polĆticas y jurĆdicas del modelo liberal implantado en el paĆs.
Por otra parte, en la dĆ©cada del ‘30 se manifestó una variante nacionalista, cuyo centro visible fue F.O.R.J.A. (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) con su plataforma democrĆ”tica, americana y antimperialista, denunciando la corrupción del coloniaje económico y reclamando el ejercicio de la soberanĆa popular. Marcando diferencias con los nacionalistas de derecha, Arturo Jauretche optaba por la autodenominación de “nacionales”. Los forjistas recorrieron un trayecto paradigmĆ”tico desde la intransigencia yrigoyenista hasta la disolución del grupo para incorporarse, casi todos, al peronismo [5].
Estas distintas expresiones nacionalistas -entre las cuales hubo importantes intercambios, oposiciones y continuidades- antecedieron al nacionalismo populista del peronismo, cuyo arraigo en el movimiento obrero atrajo a ciertos sectores de la izquierda.
La izquierda
La noción de izquierda, en sentido amplio, remite a un conjunto de ideas de cambio social que impugnan el statu quo; y en sentido mÔs estricto, como la empleamos en el presente trabajo, se refiere a las de inspiración marxista.
La concepción del progreso histórico y las “etapas necesarias de desarrollo”, conforme al modelo de la evolución europea trazado por Marx, veĆa en el pleno desarrollo del capitalismo una condición inexcusable para llegar al socialismo. La causa socialista y su sujeto, la clase obrera, tenĆan que ser internacionalistas, pues la superación del rĆ©gimen capitalista sólo podĆa realizarse a escala mundial, trascendiendo las fronteras. La construcción del Estado nacional era “tarea de la burguesĆa”, y los proletarios “no tenĆan patria”.
Desde esta óptica, en los paĆses mĆ”s atrasados resultaba prioritario erradicar los rĆ©moras feudales o precapitalistas para que prosperara el capitalismo. En la Argentina, los primeros ideólogos del socialismo marxista, y luego los comunistas, se guiaron por una interpretación histórica no muy diferente a la del liberalismo positivista, que despreciaba a las masas autóctonas y postulaba la europeización del paĆs. JosĆ© Ingenieros reformuló la dicotomĆa “civilización y barbarie” de Sarmiento en tĆ©rminos de “capitalismo versus feudalismo”, un esquema segĆŗn el cual los caudillos federales encarnaban el atraso feudal, mientras que el unitarismo rivadaviano, los liberales de la “organización nacional” y la generación del 80 habĆan sido los impulsores del progreso capitalista [6].
El marxismo reformista del Partido Socialista orientado por Juan B. Justo defendĆa el librecambio y veĆa como un factor de avance la penetración del capital extranjero. La base social de los socialistas y comunistas estaba compuesta en gran nĆŗmero por obreros inmigrantes, y su dependencia del liberalismo y el progresismo europeo les condujo a juzgar el nacionalismo populista de Yrigoyen como una perversión de la “polĆtica criolla” o a tacharlo de “fascistizante”.
Ahora bien, a partir de la teorĆa del imperialismo y la experiencia revolucionaria en Rusia, Lenin introdujo la distinción entre paĆses capitalistas avanzados y paĆses dominados, propugnando para Ć©stos -en sus tesis de la III Internacional- un frente antimperialista con los sectores burgueses democrĆ”ticos, en el cual los comunistas debĆan disputar el liderazgo preservando su independencia ideológica y organizativa. Desarrollando las ideas de Marx en un nuevo sentido, Lenin y Trotsky justificaban las luchas por la liberación y la identidad estatal-nacional de los pueblos sometidos [7].
Tales principios fueron mantenidos en tiempos de Stalin, que planteó ademĆ”s “el socialismo en un solo paĆs” e instrumentó el “internacionalismo proletario” en función de la polĆtica exterior soviĆ©tica. No obstante pues la tradición internacionalista, las posiciones antimperialistas del comunismo constituĆan una zona de coincidencia con el nacionalismo.
La izquierda nacionalista argentina, sin embargo, sólo se definió como tal en 1945, cuando el grueso de la nueva clase obrera adhirió a las apelaciones nacionales y las reformas sociales del peronismo, mientras los partidos comunista y socialista persistĆan en oponerse a aquel movimiento que veĆan como un engendro nazi-fascista.
Los ideólogos
Entre los antecedentes o fuentes teóricas del nacionalismo de izquierda hay que tener en cuenta los aportes de JosĆ© Vasconcelos y otros intelectuales ligados a la Revolución Mexicana, asĆ como los de JosĆ© Carlos MariĆ”tegui y el fundador del aprismo, VĆctor RaĆŗl Haya de la Torre, quienes plantearon desde el PerĆŗ, con distintos enfoques, un enraizamiento del marxismo en la historia americana. AdemĆ”s, el exilio de Trotsky lo acercó al proceso revolucionario de MĆ©xico, y su propuesta de los “Estados Unidos Socialistas de AmĆ©rica Latina” movilizó a sus seguidores en varios paĆses de la región.
En el nacionalismo de izquierda argentino confluyeron intelectuales y grupos de diversa procedencia, que se situaron dentro o “al lado” del movimiento peronista. Por otra parte, varios exponentes del pensamiento nacional y popular compartieron importantes aspectos del mismo programa sin comulgar con su base u horizonte marxista [8].
Un precursor fue Manuel Ugarte (1878-1951), polĆtico, escritor y brillante publicista, expulsado del partido de Juan B. Justo, que sembró los fundamentos de un nacionalismo socialista iberoamericano para enfrentar al imperialismo norteamericano. Vinculado en un primer momento con JosĆ© Ingenieros y Leopoldo Lugones -que siguieron derroteros diferentes-, Ugarte dirigió el periódico La Patria (1915), difundió sus ideas viajando por los paĆses del continente y editó sus principales libros en EspaƱa. Adhirió al peronismo en 1945 y fue embajador en MĆ©xico, Nicaragua y Cuba, si bien luego se apartó de esas funciones oficiales.
Carlos Astrada (1895-1970), aunque siempre rehusó coyundas partidarias, asumió crĆticamente el marxismo y en su obra filosófica elaboró una reflexión sobre la cultura argentina que permite ubicarlo como referente de un pensamiento nacional de izquierda. Tras abandonar la carrera de Derecho, su autoformación y sus eminentes estudios en Alemania le fueron reconocidos en el Ć”mbito acadĆ©mico. Adherente a la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba -aunque no al yrigoyenismo-, profesor en las universidades de La Plata y Buenos Aires, se acercó al gobierno de Perón y fue uno de los organizadores del Congreso de FilosofĆa de Mendoza en 1949. Ćcido anticlerical, expulsado de sus cargos universitarios en 1956 y distanciado tambiĆ©n del peronismo, en la dĆ©cada siguiente se identificó con el maoĆsmo.
Rodolfo Puiggrós (1906–1980), periodista y estudioso autodidacta, publicó sus primeros trabajos historiogrĆ”ficos cuando militaba en el Partido Comunista. Expulsado del mismo en 1946, dirigió el periódico Clase Obrera y la fracción Movimiento Obrero Comunista (MOC), que apuntaba a rectificar la lĆnea de la conducción del partido y reconocer la “Revolución Nacional” peronista. DespuĆ©s de 1955 postuló generar una fuerza proletaria dentro del peronismo. Profundizó sus investigaciones históricas y colaboró con Perón en las relaciones con otros movimientos latinoamericanos. Vinculado a la “tendencia revolucionaria”, fue rector-interventor de la Universidad de Buenos Aires en 1973, cargo al que debió renunciar cuando estallaron las contradicciones internas del peronismo gobernante, y tuvo que exiliarse en MĆ©xico.
Eduardo B. Astesano (1913-1991), afiliado al Partido Comunista, se graduó de abogado en 1946 en la Universidad del Litoral de Santa Fe, y siguió un camino similar al de Puiggrós. Miembro del grupo “autocrĆtico” de Rosario, que fue expulsado del partido en 1946, integró luego el MOC. Realizó una profusa labor periodĆstica, dirigió el periódico Relevo en los aƱos ´60, y en sus numerosos libros de revisión histórica contribuyó a abonar las tesis del nacionalismo de izquierda, con un especial acento indigenista en su Ćŗltima etapa.
John William Cooke (1920-1968), militante juvenil radical, abogado, fue diputado nacional por el peronismo en 1946. Descollante orador, profesor de EconomĆa PolĆtica, allegado al revisionismo rosista, dirigió la revista De Frente y fue interventor reorganizador del Partido Peronista de la Capital Federal en 1955. Proscripto el movimiento, estuvo preso, fue delegado de Perón y dirigente de la resistencia en la clandestinidad, secundado por su sobresaliente compaƱera Alicia Eguren. SolidarizĆ”ndose con la Revolución Cubana, residió en La Habana y en 1964 volvió a la Argentina para promover el “ala revolucionaria” del movimiento. En sus notables textos de este perĆodo tendĆa a compatibilizar las propuestas del nacionalismo marxista con la “ortodoxia” comunista en función de un frente antimperialista continental.
Jorge Abelardo Ramos (1921-1994), activista del trotskismo, manifestó su apoyo crĆtico al peronismo desde 1945. Publicó el periódico Octubre, participó del grupo Frente Obrero, fue columnista del diario Democracia y en 1953 ingresó al Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN) que dirigĆa Enrique Dickmann. Gran polemista, escribió sus filosos ensayos y editó, con los sellos IndoamĆ©rica y CoyoacĆ”n, a una amplia gama de autores de la “lĆnea nacional”. Fundó en 1962 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN) y en 1971 el Frente de Izquierda Popular (FIP). Tras la dictadura del Proceso estrechó lazos con el peronismo, formó el Movimiento Patriótico de Liberación y, en su Ćŗltima actuación polĆtica, traicionando sus propias ideas, acompañó al gobierno neoliberal de Menem como embajador en MĆ©xico.
Rodolfo Walsh (1927-1976), autor de una excepcional obra literaria y periodĆstica, aunque no dejó ensayos doctrinarios, realizó singulares aportes intelectuales desde posiciones nacionalistas de izquierda. Simpatizante del nacionalismo tradicional en su juventud, cuentista y dramaturgo, investigó y denunció los fusilamientos de 1956 y otros crĆmenes polĆticos. Comprometido luego con la Revolución Cubana, contribuyó a organizar la agencia de noticias Prensa Latina. Dirigió el semanario de la central sindical CGT de los Argentinos, y se incorporó en tareas de difusión e inteligencia a las formaciones armadas del peronismo revolucionario.
Jorge Enea Spilimbergo (1928-2004), abogado y escritor de vasta cultura, siendo estudiante habĆa adherido a la Federación Juvenil Comunista. Colaborando con Ramos, integró el PSRN, el PSIN y el FIP. Ejerció el periodismo militante, publicó diversos ensayos y fue profesor de EconomĆa PolĆtica en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA entre 1973 y 1976. Alejado luego de Ramos, fundó el Partido de la Izquierda Nacional, que mantenĆa su independencia orgĆ”nica sin perjuicio de reconocer la identidad popular peronista.
Juan JosĆ© Hernandez Arregui (1929-1974), que habĆa iniciado estudios de Derecho en Buenos Aires, se doctoró en filosofĆa en la Universidad de Córdoba en 1944. Enrolado en la intransigencia del sabattinismo cordobĆ©s, colaboró en la prensa partidaria y tuvo contacto con los forjistas. En 1947 renunció a la afiliación radical para incorporarse al peronismo. Desempeñó funciones en el gobierno de la provincia de Buenos Aires y se dedicó principalmente a sus cĆ”tedras universitarias. ExcluĆdo de la Universidad en 1955, publicó sus libros, que alcanzaron extensa repercusión, y participó en la agitación de la resistencia peronista. Ćl reivindicaba haber ideado la denominación “Izquierda Nacional” para esta tendencia, que concebĆa ligada al peronismo revolucionario.
Otros trabajos seƱalables en esta corriente son los ensayos de Enrique Rivera y Esteban Rey, los estudios historiogrĆ”ficos de Norberto D’Atri, Alfredo Terzaga, Rodolfo Ortega PeƱa y Eduardo Luis Duhalde, las aproximaciones polĆtico-estĆ©ticas de Ricardo Carpani y el grupo Espartaco, reflexiones de cuadros sindicales como el ex anarquista Alberto Belloni y el ex socialista Ćngel Perelman, textos de intelectuales de origen católico como Emilio FermĆn Mignone y Conrado Eggers Lan y, llegando a un perĆodo mĆ”s reciente, las investigaciones históricas de continuadores de esta orientación como Norberto Galasso y Emilio J. CorbiĆØre.
En Uruguay, Vivian TrĆas (1922-1980), talentoso periodista, profesor, diputado e historiador, fundamentó la lĆnea polĆtica del Partido Socialista abordando la problemĆ”tica rioplatense y sudamericana con un enfoque marxista nacional. En una visión coincidente se enmarcan los ensayos latinoamericanistas del escritor y periodista Eduardo Galeano, los trabajos del historiador Carlos Machado y los de otros autores relacionados con la revista Marcha.
Existen asimismo notorias concomitancias en la producción de algunos marxistas heterodoxos vinculados al trabalhismo brasileƱo, como Darcy Ribeiro, que elaboró una ambiciosa teorización del proceso civilizatorio universal y americano, Theotonio Dos Santos y otros economistas de la "teorĆa de la dependencia".
Tesis bƔsicas
Las obras de los autores que conformaron la corriente nacionalista de izquierda articulan un conjunto de proposiciones que -sin pretender agotar el listado ni el anÔlisis de los temas, y a riesgo de allanar importantes matices, deslizamientos o excepciones- resumiremos aquà en los siguientes puntos:
1- una aplicación de la filosofĆa y la metodologĆa marxista, basada en la dialĆ©ctica de la lucha de clases y los fenómenos económicos para interpretar la realidad social, asumiendo como presupuesto la misión universal emancipadora del proletariado e incorporando la concepción leninista sobre la liberación nacional de los pueblos oprimidos.
2- la recuperación de la tradición y las formas de conciencia nacionales y populares como fundamentos de una revolución nacional, dirigida a superar la dependencia económica, polĆtica y cultural del imperialismo capitalista y cuyo desarrollo debĆa orientarse hacia el socialismo, rechazando la sumisión al satelismo comunista.
3- un punto de vista americano, seƱalando la inversión del sentido de ideologĆas trasplantadas a nuestros paĆses e impugnando la visión eurocĆ©ntrica y el “colonialismo mental” en la cultura de elite, en el sistema educativo y universitario y en los partidos de izquierda, con la intención de abrir cauces a un “nuevo pensamiento”.
4- una renovación de la revisión histórica, centrada en los intereses y la lucha de las masas trabajadoras, oponiendo a la historiografĆa liberal la interpretación de la continuidad de la revolución incumplida de la independencia y los levantamientos federales del siglo XIX con las causas democrĆ”ticas y populares del siglo XX.
5- la postulación de una nación sudamericana, concibiendo la integración de las repúblicas del continente como imperativo histórico, objetivo estratégico y dimensión necesaria para su plena emancipación.
6- la caracterización del radicalismo yrigoyenista como continuador o heredero de las rebeldĆas históricas del federalismo y, no obstante sus limitaciones, precursor de la polĆtica nacionalista y las reformas sociales del peronismo.
7- la caracterización del peronismo como un movimiento nacional y popular de potencialidad revolucionaria, que expresaba los intereses de la clase obrera a pesar de las distorsiones de la capa burocrÔtica dirigente.
8- la reconsideración crĆtica de la participación polĆtica de los militares, rescatando los antecedentes y las posibilidades de una conjunción pueblo-ejĆ©rcito.
9- la reivindicación de la cultura criolla mestiza y el sustrato indĆgena de los pueblos americanos, rebatiendo la descalificación de las etnias autóctonas por las proyecciones racistas del pensamiento “occidental”.
Una interpretación marxista
El marxismo, “un humanismo cuyo centro es el proletariado y su circunferencia, el gĆ©nero humano” segĆŗn tĆ©rminos de HernĆ”ndez Arregui, era a la par “un mĆ©todo para la investigación de la historia y la cultura”, que debĆa aplicarse sin incurrir en traslados mecĆ”nicos, como habĆan hecho en Argentina “las izquierdas europeĆstas”. Por sobre las “deformaciones stalinistas”, el marxismo tenĆa que “recrearse” desde el mundo colonial [9].
Puiggrós defendĆa el mĆ©todo marxista de sus reductores y detractores, explicando que las “condiciones de vida material” constituĆan las raĆces de las formas culturales, jurĆdicas y polĆticas, en un nexo de carĆ”cter dialĆ©ctico: el materialismo histórico, lejos de ser un determinismo económico, “abarca el conjunto de los fenómenos en sus conexiones recĆprocas y en su mutuo condicionamiento”, estableciendo una graduación o jerarquĆa entre las causas del proceso histórico.
Relativizando el internacionalismo de Marx, Puiggrós subrayaba la constatación del Manifiesto Comunista de que “la campaƱa del proletariado contra la burguesĆa empieza siendo nacional”; aunque reciĆ©n medio siglo despuĆ©s Lenin, al caracterizar el paso del capitalismo a la etapa imperialista, habĆa sacado a luz el problema nacional en los paĆses dependientes, segĆŗn “la ley del desarrollo desigual”, propiciando -como tambiĆ©n Stalin y Mao- el frente revolucionario con la burguesĆa dentro del cual debĆan dirimirse las contradicciones internas [10].
HernĆ”ndez Arregui citaba asimismo opiniones de Marx —por ejemplo su apoyo a la lucha de los irlandeses contra Inglaterra y de los polacos contra Rusia— congruentes con la lĆnea leninista sobre la alianza de todas las tendencias interesadas en la liberación nacional. Por su parte, Ramos, Rivera y otros ponĆan Ć©nfasis en los aportes teóricos de Trotsky [11] -a quien HernĆ”ndez Arregui, sin suscribir “el trotskismo”, reconocĆa haber aplicado con coherencia el marxismo a la situación de los paĆses dependientes, y Puiggrós sólo citarĆa ocasionalmente para desdeƱar su “soberbia” intelectual y la de sus epĆgonos.
Spilimbergo advertĆa que Marx y Engels, pagando tributo a su condición de europeos, enunciaron en el Manifiesto de 1848 ciertas conclusiones “simplistas” (como que “la burguesĆa... lleva la civilización hasta a las naciones mĆ”s salvajes”), escollo ideológico frente al cual se imponĆa una distinción que la izquierda europeĆsta habĆa sido incapaz de efectuar:
“...Siempre hay un conflicto entre el dogma y el mĆ©todo, entre la construcción teórica elaborada para un tiempo y un lugar históricos, y los procedimientos y fines del anĆ”lisis. Cambiadas las circunstancias, se establece la discordia entre construcción doctrinaria y mĆ©todo animador, entre la armazón lógica y el elemento dinĆ”mico, intencional, actuante de la doctrina. Optar por el dogma, como se hizo, fue traicionar la esencia revolucionaria del marxismo...”
No obstante tales prevenciones, Spilimbergo dedicó un ensayo a rescatar en Marx los elementos de una visión de la cuestión nacional diferente a la del cosmopolitismo “civilizador” que le adjudicaba la lectura de su obra por los “socialistas cipayos”. En la dĆ©cada de 1860, observaba, Marx y Engels revisaron su concepción internacionalista y apoyaron algunos movimientos nacionales de los paĆses oprimidos [12].
Cooke tomaba de Marx, en particular de los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844, las herramientas de anĆ”lisis aplicables a una situación histórico-social concreta: la alienación cultural argentina como paĆs dependiente, y encontraba asimismo allĆ las bases de una concepción humanista revolucionaria, la lucha por la desalienación “material y moral”, en el mismo sentido que las propuestas de Ernesto Guevara sobre el “hombre nuevo” [13].
Agreguemos que el manifiesto de C.O.N.D.O.R., agrupación que HernĆ”ndez Arregui fundó en 1964 pensando reeditar la experiencia de F.O.R.J.A., adoptaba explĆcitamente “la metodologĆa del marxismo” para la investigación de la realidad histórica y “como guĆa de la acción polĆtica de las masas”, aunque “sin dejarse dominar” por el mĆ©todo, conforme a la advertencia del propio Marx. Instaba ademĆ”s a otras tendencias embarcadas en la causa nacional a despojarse de prejuicios y “comprender, de una vez por todas, la poderosa validez de un sistema de ideas que influye en todo el pensamiento contemporĆ”neo” [14].
Un nacionalismo revolucionario
El eje de esta lĆnea ideológica era el carĆ”cter nacional de la Revolución, entendida como culminación de las luchas históricas contra la dominación colonial y semicolonial. Frente a los socialistas y comunistas que predicaban una reforma o revolución democrĆ”tico-burguesa para superar el atraso feudal, la izquierda nacionalista concebĆa una revolución antimperialista, dirigida ante todo a romper las ataduras externas. En ella podĆan concurrir sectores burgueses y del ejĆ©rcito, pero debĆa basarse primordialmente en las masas trabajadoras, a las que era necesario infundir una perspectiva socialista. “El nacionalismo toma las Ćŗnicas formas que puede tomar hoy en dĆa: formas socialistas” escribĆa Cooke a Perón a propósito del caso de Argelia [15].
Ramos invocaba “la tradición de un nacionalismo democrĆ”tico revolucionario” en la cual se insertaba su partido levantando las banderas del socialismo, lo cual suponĆa un salto cualitativo respecto al nacionalismo meramente defensista. No obstante esas ostensibles diferencias, un periódico nacionalista conservador acusó de plagio a la izquierda nacional, afirmando que su bagaje, desde el revisionismo histórico hasta el examen de los hechos económicos, estaba "calcado del nacionalismo" en una "laboriosa adaptación" [16].
RecĆprocamente, al comentar Revolución y contrarrevolución de Ramos, HernĆ”ndez Arregui saludaba su lograda aplicación del mĆ©todo marxista y, anticipĆ”ndose al reclamo de lo que el autor “les debĆa” a los historiadores rosistas, enrostraba a Ć©stos cuĆ”nto habĆa en sus trabajos de “aplicación subrepticia y parcial de los supuestos metodológicos del materialismo histórico”.
HernĆ”ndez Arregui sostenĆa que “hay un nacionalismo reaccionario y un nacionalismo revolucionario”, entre los cuales marcaba diferencias tajantes, citando por analogĆa el aserto de un dirigente negro norteamericano de que “el nacionalismo blanco es lo contrario del nacionalismo negro”. El autoritarismo del nacionalismo de derecha, observaba, lo llevó a identificarse con el fascismo. Aunque ponderaba la labor de los historiadores revisionistas y la exaltación de la cultura nacional a partir de la saga del gaucho en Lugones, denunciaba los prejuicios racistas y clericales en esta tendencia y su paradójica inspiración en teorĆas extranjeras como las de Charles Maurras y Thierry Maulnier.
El nacionalismo de las grandes potencias y de los ideólogos europeos, alegaba, era de Ćndole diferente al de los paĆses coloniales. AquĆ©l pretendĆa conservar naciones segregadas, en tanto el nacionalismo iberoamericano requerĆa trascender los aislamientos regionales. Autores como Fichte se dirigĆan al pueblo alemĆ”n a travĆ©s de las clases altas; pero en IberoamĆ©rica era inĆŗtil interpelar a las oligarquĆas, que veĆan en el pueblo a su enemigo.
“La etapa nacionalista es inevitable. Pero este tramo, en los paĆses coloniales que reciĆ©n entran en Ć©l, es distinto al que han recorrido en el siglo XIX naciones como Alemania o Italia. Y por tanto, tal distingo en nuestra realidad americana pide una interpretación distinta”.
El nacionalismo de masas, propio de los pueblos dependientes, segĆŗn los tĆ©rminos de HernĆ”ndez Arregui, luchaba para liberar “una patria interminada”. HabĆa que arrancar la capa superficial de “la cultura aparente”, fruto de la colonización educativa, para exhibir la cultura del pueblo -“las entraƱables tradiciones del paĆs, sus costumbres heredadas, que son creaciones colectivas, la fidelidad al suelo”, “sus hĆ”bitos de pensamiento y sus modos de sentir”- como un momento necesario, premonitorio, en el “trĆ”nsito racional hacia la liberación del coloniaje” [17].
Astrada -a quien HernĆ”ndez Arregui reprochaba incursionar de manera “casi” abusiva en las brumas metafĆsicas para llegar al meollo de lo real- habĆa expresado los mismos ideales, clamando por preservar “el carĆ”cter de un pueblo”, su idiosincracia y autonomĆa, conquistar “una progresiva conciencia nacional” en la fidelidad al propio destino de los argentinos, “realzarlo en las creaciones del arte y la poesĆa, esclarecerlo en el pensamiento filosófico, abrirle cauce en la ciencia y en las instrumentaciones de la tĆ©cnica, dentro de las estructuras sociales de una comunidad justa y libre” para promover “la continuidad de nuestra estirpe” [18].
Puiggrós descalificaba al nacionalismo reaccionario inspirado por “el miedo y el odio” al movimiento obrero, confiando en la fuerza de un nacionalismo popular, “proletario”, que no era antagónico al internacionalismo, pues su realización completa desembocarĆa en el mismo, al conducir a “la unidad de la especie humana” [19].
Es sugestivo acotar que Astesano, en su trayecto hacia una cada vez mĆ”s acentuada heterodoxia, llegó a afirmar que el materialismo histórico, centrado en la lucha de clases, no concedĆa un lugar suficiente a la lucha de comunidades como los pueblos y las naciones, por lo que proponĆa otro mĆ©todo: el “nacionalismo histórico”, dado que el nacionalismo era la cuestión principal a la que debĆan subordinarse las contradicciones de clases [20].
Los expositores de esta corriente coincidĆan en condenar el seguidismo pro soviĆ©tico y las manipulaciones del internacionalismo proletario, si bien existĆan disonancias entre Ramos, Rivera y los que, en la lĆnea trotskista, repudiaban la desvirtuación de la Revolución Rusa por la “burocracia soviĆ©tica”, y quienes, como Cooke, HernĆ”ndez Arregui y Puiggrós, veĆan con mayor benevolencia la polĆtica de la URSS y valoraban su apoyo a las revoluciones del Tercer Mundo. En general todos aprobaron el giro “tercerista” de China, donde Mao amalgamaba su propia versión marxista con la milenaria cultura oriental.
Hacia un pensamiento americano
La izquierda nacionalista denunciaba un fenómeno de trastocamiento de las ideas que cruzaban el AtlĆ”ntico, por el cual a menudo lo que era progresivo para Europa se tornaba regresivo en AmĆ©rica, y viceversa. Frente a los equĆvocos irremediables de esas ideologĆas de importación, lo que hacĆa falta era fundar nuestra propia visión del mundo.
Manuel Ugarte fincaba en la doble raĆz hispĆ”nica e indĆgena la originalidad americana y la posibilidad de otra cultura: “la promesa de una nueva modalidad humana, de un pensamiento distinto dentro de los valores universales” [21].
Astrada rechazó de plano las ideas de Sarmiento, asĆ como la “artificiosa aclimatación de las formas externas de una civilización de trasplante” que achacaba a la oligarquĆa imitadora, servil al capitalismo extranjero. Encontraba un prospecto de pensamiento emancipador en Moreno, Belgrano, San MartĆn y Monteagudo, en Juan MarĆa GutiĆ©rrez, en los atisbos de EcheverrĆa y Alberdi donde se advertĆa la influencia de Herder, y sobre todo en las claves poĆ©ticas del MartĆn Fierro de HernĆ”ndez. El camino no era la copia, sino “la adaptación y aplicación de las ideas y concepciones europeas en función de las necesidades de la sociedad latinoamericana". Contra la afirmación de Hegel de que las antiguas culturas de este continente "tenĆan que sucumbir" ante el “EspĆritu" universal, argumentaba que esta Ćŗltima abstracción
"no ha sido ni podĆa ser un principio determinante de la cultura que se viene gestando en LatinoamĆ©rica, cuyo paideuma estĆ” penetrado por lo telĆŗrico y por el aliento imponderable del milenario pasado cultural amerindio. Del encuentro y conjugación de estos factores condicionantes y los valores sociales de la cultura universal surgirĆ”, con una organización social basada quizĆ” en una integral democracia de bienes, una Weltanschaung (cosmovisión) propia, como expresión de una forma de vida diferente de la occidental" [22].
Puiggrós cuestionó el tratamiento habitual de la realidad americana como resultado de relaciones puramente externas, punto de vista que colocaba a las grandes potencias como transmisoras activas de civilización y a los pueblos atrasados como receptores pasivos, subestimando la función determinante de las causas internas.
“No es que las causas externas dejen de tener influencia, a veces primordial... El error consiste en colocarlas en el lugar correspondiente a las causas internas, en diluir Ć©stas al no presentar mĆ”s que aquĆ©llas, en no ver que las causas externas actĆŗan sobre un fondo o base ya creado por las causas internas. Las causas externas intervienen en los cambios sociales por intermedio de las causas internas en la medida que estas Ćŗltimas se lo permiten”.
Puiggrós criticaba los estragos que habĆa hecho entre los marxistas el diletantismo de JosĆ© Ingenieros, en cuya sociologĆa “los altibajos de la historia argentina vendrĆan a ser el reflejo empequeƱecido y tardĆo, casi una caricatura, de la lucha entre reacción y revolución en Europa”. En cambio rescataba de Ricardo Rojas, pese a su historicismo idealista, las sugerencias de “no vestir prestadas formas de Europa”, sino asimilar la cultura universal “buscando en la propia vida americana las normas que convienen a nuestra capacidad creadora”.
La explicación de la realidad por las causas externas, el culto a la “universalidad” y la incapacidad de ver “lo singular” habĆa llevado a los “comunistas fideĆstas” a creer en “la revolución exportada”, y tambiĆ©n a la teorĆa de la “reacción exportada”: la URSS exportaba revolución proletaria, Alemania exportaba nazifascismo, y nuestro paĆs quedaba “librado a la suerte de la importación”. AsĆ era cómo, ignorando la cuestión nacional, socialistas y comunistas, igual que los liberales, no habĆan podido entender al peronismo. Para Puiggrós, la emancipación en Argentina era parte de la liberación de la humanidad, pero en concreto sólo podĆa inteligirse su sentido atendiendo al proceso de las causas internas [23].
La tarea que HernĆ”ndez Arregui emprendió fue, ateniĆ©ndonos a sus palabras, “la construcción de una imagen del paĆs opuesta a la visión europeĆsta de la cultura”. Este propósito racional se cimentaba en un sentimiento de amor e identificación con el interior, con el arte popular, con la realidad profunda del continente en la que germinaba “la autoconciencia de la nación”. Frente al “engendro espiritual” del paĆs enajenado, sostenĆa que “sólo una filosofĆa independiente de Europa puede interrogar y traducir la realidad nacional en gestación”. Lo planteaba en futuro, pues los pueblos colonizados sólo podĆan dar “una filosofĆa bastarda, superflua, marginal”. Pero el espĆritu nacional vivĆa en las masas, y los intelectuales debĆan beber de esas fuentes para producir “un pensamiento original” [24].
Con intención semejante, Astesano se empeƱarĆa en elaborar una sĆntesis comprensiva de la historia de AmĆ©rica, retomando la preocupación de Darcy Ribeiro por centrar en esta realidad el enfoque de la evolución social universal.
La revisión histórica
Otro aporte perdurable de estos autores fue la reinterpretación de la historia argentina en el contexto sudamericano, refutando ante todo la historiografĆa liberal mitrista y sus versiones de izquierda, pero discrepando tambiĆ©n con el revisionismo rosista.
Siendo diputado, Cooke habĆa impugnado el falseamiento oligĆ”rquico del pasado como cobertura de “la tremenda entrega económica del paĆs”, resaltando el sentido de la batalla ideológica para establecer la verdad y reivindicar las luchas y los caudillos de las masas populares contra los dogmas históricos y económicos que servĆan al imperialismo [25].
Ramos arguĆa la filiación hispĆ”nica del liberalismo de la revolución de Mayo, fruto de la escisión de “las dos EspaƱas” y -citando a Puiggrós y JosĆ© MarĆa Rosa- reivindicaba el Plan de Operaciones de Moreno, expresión del “jacobinismo sin burguesĆa” que resultó derrotado en el reflujo contrarrevolucionario. ExponĆa la centralidad del conflicto entre el interior mediterrĆ”neo y los intereses mercantiles porteƱos, dilema ante el cual el litoral ganadero vacilarĆa pactando con la ciudad-puerto. Justificaba la rebelión de Artigas, asĆ como a las montoneras y los caudillos gauchos, enfrentando a los unitarios rivadavianos; denunciaba la creación del Estado-tapón del Uruguay como parte de las agresiones neo-colonialistas, y juzgaba con cierto equilibrio el rol de Rosas: aunque “rechazó las exigencias del comercio importador y del capital extranjero”, no logró “una nueva base de sustentación acorde con el desarrollo mundial del capitalismo”, pues su nacionalismo estaba condicionado por la clase saladerista en cuyos lĆmites se movĆa [26].
Vivian TrĆas, comparando la polĆtica agraria y las ideas económicas de Rosas con las de Artigas, coincidĆa en marcar esa limitación del rosismo que, no obstante jaquear y combatir con eficacia la “satelización colonial”, no logró romper la dependencia de los estancieros respecto a los intereses britĆ”nicos, incubando asĆ su propia derrota [27].
Astesano, menos reticente, desarrolló la noción de Ramos de que Rosas “fue la primera expresión capitalista en la Argentina” y lo caracterizó como pionero de una burguesĆa nacional, propulsor de un capitalismo basado en la organización productiva de la estancia, el trabajo asalariado, el desarrollo del transporte fluvial y la protección de las economĆas regionales [28].
Astrada, aunque se refirió con desdĆ©n a los caudillos federales y censuraba sin ambages a Rosas, hacĆa una importante salvedad:
“Caseros, en la petit histoire argentine, es la Troya -por lo del caballo- de la frustración argentina, pues es necesario disociar entre la caĆda inevitable y necesaria de Rosas, y la instrumentación de ella, digitada por el extranjero y en beneficio de los intereses forĆ”neos” [29].
El relato de Ramos sobre la etapa de la “organización nacional” exhibĆa las defecciones de Urquiza y las agresiones de Mitre contra el interior y el Paraguay, apoyĆ”ndose en Alberdi. Matizaba el retrato del “loco” Sarmiento reconociendo su “amor por la cultura”, aunque este sanjuanino “transigió sistemĆ”ticamente con la oligarquĆa porteƱa para poder vivir y expre-sarse”. Era benevolente con Avellaneda por su simpatĆa con las posturas industrialistas, y sobre todo con Julio A. Roca, a quien describĆa como lĆder de una reacción de los grupos burgueses provincianos, que hizo un gobierno laicista y progresista, si bien terminarĆa “incrustado” en el sistema oligĆ”rquico [30].
Spilimbergo compartĆa la visión de Ramos, y Alfredo Terzaga fue aĆŗn mĆ”s entusiasta en su biografĆa de Roca. Sin embargo, esta interpretación era rechazada por otros autores. HernĆ”ndez Arregui coincidĆa con Ramos acerca del influjo del liberalismo espaƱol en la emancipación y el juicio sobre Rosas, pero discrepó con su versión del roquismo: “Roca, en Ćŗltima instancia, fue absorbido por la oligarquĆa y nunca dejó de ser su representante” [31].
Puiggrós ahondó en una amplia revisión de la historia argentina y de la región del Plata, incluyendo la conquista y la colonización espaƱola. Su caracterización del sistema económico de la colonia como “feudal” lo involucró en una resonante polĆ©mica con AndrĆ© Gunder Frank y otros historiadores de izquierda, que si contribuyó a elucidar los modos de producción en la formación americana, tambiĆ©n mostraba las dificultades de las categorĆas clĆ”sicas marxianas para explicar la dualidad colonial.
El cuadro que trazó Puiggrós de la revolución de 1810 hacĆa hincapiĆ© en el Plan de Moreno y la lucha federal de Artigas. Su anĆ”lisis de la contradicción del interior con el puerto y de las guerras civiles no se apartaba demasiado del revisionismo nacionalista, pero sus apreciaciones sobre Rosas establecĆan sensibles distancias: el federalismo rosista, decĆa, no fue mĆ”s allĆ” de la defensa de la autonomĆa de la provincia que poseĆa el puerto Ćŗnico, instrumento del avasallamiento de las demĆ”s; el dictador tiranizó al pueblo, reduciendo el presupuesto de la educación para aumentar el de la policĆa; “la patria de Rosas no era la nación sino la estancia”. En cuanto al “roqui-juarismo”, juzgaba que su liberalismo anticlerical no podĆa disimular que “practicó la polĆtica de los grandes terratenientes y del capital extranjero” [32].
La unidad sudamericana
Una idea medular en esta corriente es la unión de toda la AmĆ©rica al sur del rĆo Bravo. La proposición de Ugarte era refundar la nación -que Ć©l preferĆa llamar iberoamericana- mediante la unificación y la liberación de nuestros pueblos:
"Ha llegado la hora de realizar la segunda independencia. Nuestra América debe cesar de ser rica para los demÔs y pobre para sà misma. Iberoamérica pertenece a los iberoamericanos" [33].
Recuperando el discurso de Ugarte, Ramos planteaba la reintegración de la patria sudamericana, por sobre las nacionalidades “provinciales” en que se dividió:
"La historia de los argentinos se desenvuelve sobre un territorio que abrazó un dĆa la mitad de AmĆ©rica del Sur”. “Somos un paĆs porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos". "La Nación, que hasta 1810 era el conjunto de AmĆ©rica hispana, y en cierto sentido, tambiĆ©n EspaƱa, se disgrega en una polvareda difusa de pequeƱos estados”. “En el siglo que presencia el movimiento de las nacionalidades, la AmĆ©rica indo-ibĆ©rica pierde su unidad nacional. (...) un acto de reposesión de nuestro pasado histórico, serĆ” el primer paso de nuestra revolución. El proletariado latinoamericano del siglo XX se ha convertido en el heredero de todas las tareas nacionales que la historia dejó sin resolver" [34].
HernĆ”ndez Arreguiinvocaba la definición de BolĆvar: “nuestra AmĆ©rica es la patria de todos”, y afirmaba que "la unidad hispanoamericana no es un ideal, sino una comprobación histórica". El Ćŗnico nacionalismo legĆtimo era el nacionalismo latinoamericano. Consecuente con la visión de “la 'patria grande', descuartizada pero no disuelta", intentó un estudio abarcador de la misma, aunque confesaba haber tenido que limitar su ambición: “el tema de la AmĆ©rica hispĆ”nica desborda a un sólo escritor, y debe ser, dadas las actuales condiciones del continente, tarea de equipos universitarios coordinados de los diversos paĆses latinoamericanos”.
Ante los dilemas terminológicos, HernĆ”ndez Arregui aplicaba la denominación AmĆ©rica latina -aĆŗn criticando su origen “afrancesado” y desechando una irreal “latinidad”- a la realidad económica y polĆtica presente, y AmĆ©rica hispĆ”nica para designar la historia y cultura de estos pueblos (con la aclaración de que el adjetivo hispĆ”nica, al referirse a toda la antigua Hispania romana, comprende tambiĆ©n a Brasil por su herencia lusitana) [35].
Puiggrós, no obstante disentir con el concepto de una nación latinoamericana preexistente tal como la definĆa Ramos, concordaba en la necesidad de la unión, y volcó su interĆ©s por la problemĆ”tica comĆŗn de los paĆses del Ć”rea en numerosos artĆculos periodĆsticos. Atacando el sesgo economicista y liberal de los planes formulados por los burócratas de los organismos internacionales, sostenĆa que nuestra AmĆ©rica, “una y mĆŗltiple”, debĆa integrarse por la lucha de sus pueblos para lograr una sĆntesis revolucionaria superior.
“En AmĆ©rica Latina germina el Nuevo Mundo que fue hasta ahora profecĆa. Durante cuatro siglos pasó de un coloniaje a otro y se edificó como conglomerado desunido de campos de abastecimiento de Europa o de los Estados Unidos que recibĆan a cambio manufacturas, tĆ©cnicas, ciencia, filosofĆa y prototipos polĆticos. Hoy, brotes que se multiplican anuncian el fin de esos cuatro siglos de trasplantes...” [36]
Vivian TrĆas evocaba el proyecto visionario bolivariano, deduciendo que ya era hora de que “nos desprendamos de la balcanización que el imperialismo nos impuso y pensemos a nuestro continente como una unidad desde todos los Ć”ngulos”. AtribuĆa al capitalismo inglĆ©s la fragmentación sudamericana y la creación de la repĆŗblica del Uruguay “desarraigĆ”ndola de las Provincias Unidas”. Si “la liberación económica de nuestros paĆses no puede separarse de su asociación polĆtica, o sea, de su unidad nacional”, advertĆa que la integración tambiĆ©n podrĆa intrumentarse “para afianzar el subdesarrollo y la dependencia” [37].
Cooke vaticinaba la “revolución latinoamericana, integral”, relacionĆ”ndola con la tradición histórica de las luchas por la independencia:
“Una de las cosas que perdimos en Caseros fue la costumbre de escribir y pensar como latinoamericanos. BolĆvar, San MartĆn, Artigas, Moreno, Monteagudo, Rosas, etc., todos escribĆan y opinaban como ‘americanos’. DespuĆ©s de la caĆda de Rosas, eso terminó: como semicolonias, los paĆses perdieron ese sentido americano. ReciĆ©n reapareció con Yrigoyen, aunque sin poder pasar de su contenido romĆ”ntico y verbal a una acción prĆ”ctica”.
Luego, recordaba, el gobierno de Perón “retomó el sentido de la AmĆ©rica Latina como unidad, y lo llevó a la prĆ”ctica en la medida que fue posible”; mĆ”s que los resultados, importaba el concepto de aquella orientación precursora, que en los aƱos ´60 habĆa madurado en los movimientos de liberación y se proyectaba en la experiencia de Cuba [38].
Los nacionalistas de izquierda apoyaron la Revolución Cubana y su llamado a la unión continental contra el imperialismo, en un espectro de posiciones que iban desde la plena identificación de Cooke o de Walsh hasta las objeciones de Ramos, quien criticó algunas concepciones del Che Guevara y sobre todo el foquismo que pretendĆa trasladar la experiencia guerrillera a otros paĆses [39].
El Yrigoyenismo
ApoyĆ”ndose en los textos testimoniales de Ricardo Caballero sobre la composición social de los alzamientos revolucionarios radicales, Ramos recalcó los orĆgenes federales del movimiento, al que algunos de sus protagonistas veĆan como “una cruzada... que es el reverso de Caseros y de Pavón”. Retrataba a Hipólito Yrigoyen, nieto de mazorquero, “de estampa aindiada”, perseverante antimitrista, rodeado por hombres de prosapia federal provinciana como Elpidio GonzĆ”lez, conduciendo un torrente de “oscuros hijos del paĆs”: “las tendencias mĆ”s plebeyas de la sociedad argentina y tambiĆ©n mĆ”s criollas”, que convergĆan con “los hijos de la primera generación inmigratoria”. El austero desinterĆ©s de aquel caudillo habrĆa sido un arquetipo para “el moralismo pequeƱo burguĆ©s de las nuevas clases medias”, a la vez que personificaba ante los criollos sus virtudes tradicionales [40].
Spilimbergo sintetizó la definición del yrigoyenismo como una alianza de “clases medias y viejo criollaje federal” contra el poder oligĆ”rquico, al que obligaron a garantir el sufragio popular; fue asĆ “el primer partido orgĆ”nico y principista” de masas, con un programa centrado en hacer cumplir la Constitución [41].
Ramos (que en 1951 habĆa escrito bajo seudónimo una biografĆa laudatoria de Leandro Alem) explicaba el enfrentamiento de Hipólito con su tĆo “por la irresistible propensión de Leandro a combatir a Roca aliĆ”ndose con Mitre” y forzaba los argumentos para mostrar episódicas coincidencias entre Yrigoyen y Roca. Respecto a la estrategia de intransigencia y abstención, alternando con la revuelta armada, constataba su eficacia -y su carĆ”cter de escuela para seleccionar los cuadros- que mostraba a Yrigoyen como un habilĆsimo polĆtico.
“No ofrece ‘programitas’: ofrece un programa que para su Ć©poca es un programa revolucionario: se trata del derecho a votar y ser elegido en un paĆs donde un puƱado de ´notables´ habĆa terminado por imponer su voluntad exclusiva”.
Como la generalidad de sus colegas de la izquierda nacional, Ramos reconocĆa a Yrigoyen haber impulsado la Reforma Universitaria de 1918, aunque este movimiento renovador habĆa sido frenado por Alvear y mĆ”s adelante desvirtuado por las propias dirigencias estudiantiles. Pero seƱalaba los tropiezos del gobierno yrigoyenista ante la agitación obrera y, en definitiva, los lĆmites de su “nacionalismo agrario y popular”, que no cuestionó el modelo exportador oligĆ”rquico: a pesar de sus intenciones de reforma social y los avances en la polĆtica petrolera y ferroviaria, mantenĆa reticencias a emprender el desarrollo industrial; y a pesar de su polĆtica exterior autónoma, neutralista y pacifista, de los gestos hacia los paĆses hermanos agredidos y su desconfiaza ante los Estados Unidos, en las relaciones con Gran BretaƱa el presidente Yrigoyen “no enfrentaba al Imperio”. Esta era su ambigüedad ante la oligarquĆa.
“Sólo un nuevo movimiento nacional democrĆ”tico, cuyo protagonista fuera el proletariado argentino, podĆa llevar mĆ”s adelante la bandera de la revolución nacional...” [42]
En tĆ©rminos concordantes, HernĆ”ndez Arregui reconocĆa en el nacionalismo -“aunque vacilante”- de Yrigoyen, el antecedente inmediato de la causa que corporizó el peronismo.
Puiggrós analizó en el liderazgo de Yrigoyen la influencia formal del krausismo y su impronta moralista. En cuanto al gobierno, interpretaba que, a pesar de sus debilidades, el yrigoyenismo fue una expresión antitĆ©tica a la colonización capitalista del paĆs:
“Yrigoyen demostró en la polĆtica exterior la firmeza que le faltó en la conducción interna. En aquĆ©lla contó con el apoyo de un movimiento policlasista de oposición al imperialismo; en Ć©sta tuvo que optar en la lucha de clases y eligió el camino del liberalismo burguĆ©s”.
AsĆ, la Semana TrĆ”gica lo alejó del movimiento obrero, y las matanzas de la Patagonia y del Chaco santafesino “lo enajenaron aĆŗn mĆ”s a la polĆtica de la oligarquĆa conservadora”. En cuanto al rumbo del partido tras la muerte del caudillo, denunciaba la traición de sus herederos, acotando que, como era frecuente en la historia, “la continuidad aparece por caminos imprevistos y de otro origen” [43].
El Peronismo
Ramos explicó al peronismo con la categorĆa de bonapartismo, basada en el anĆ”lisis de Marx sobre el rĆ©gimen de Luis Bonaparte: Perón, apoyado en el ejĆ©rcito, representaba los intereses históricos de la burguesĆa industrial, aunque esta clase, “cobarde y caótica, inconsciente y semi-extranjera”, le fuera en su mayorĆa hostil. SegĆŗn una cita de Engels que traĆa a colación, tal modelo dictatorial sirve el interĆ©s de la burguesĆa, en contra de su voluntad y aĆŗn en oposición a ella, sin dejarle controlar los negocios.
Spilimbergo, Rivera y otros siguieron esta calificación, aunque el mismo Ramos le restó Ć©nfasis en la Ćŗltima versión de su libro sobre la era peronista, quitando del tĆtulo el tĆ©rmino bonapartismo. No obstante, insistĆa en que el peronismo tuvo que subrogar a la burguesĆa nacional debido a la alineación oligĆ”rquica y colonial de la UIA (Unión Industrial Argentina) y la fragilidad del empresariado nucleado por la CGE (Confederación General Económica). La centralización del poder y la verticalización del aparato burocrĆ”tico, decĆa, fue necesaria para enfrentar las poderosas redes del sistema imperialista, pero al elevarse por encima de la sociedad e “independizarse de las fuerzas que le dieron origen”, Perón impidió la organización de su propio movimiento y no pudo contar con un frente de partidos nacionales que apoyaran su programa, frustrando la posibilidad de crear una “democracia revolucionaria” [44].
HernĆ”ndez Arregui admitió con reservas la utilidad de la categorĆa de bonapartismo. En el primer gobierno peronista veĆa la realización de la Revolución Nacional, “bajo la forma de una democracia autoritaria de masas”, que no era sino la combinación que Mao describĆa como “democracia dentro del pueblo” y “dictadura sobre la reacción”. Una revolución sostenida por el “proletariado nacional”, que habĆa participado del poder polĆtico por primera vez en la historia argentina. El peronismo era “el partido nacional de la clase obrera”, aunque su sobrevivencia dependĆa de que pudiera resolver la contradicción entre “la conducción polĆtica no obrera y la base de masas proletaria” [45].
Puiggrós —dejando de lado la definición de bonapartismo, en razón de su “dudosa exactitud histórica”— explicó al peronismo como resultado del crecimiento de las fuerzas productivas en la Argentina, en contradicción con el carĆ”cter dependiente de la economĆa, y en particular por la necesidad del desarrollo industrial, a la par de la maduración de la experiencia obrera y “el despertar de una conciencia nacional antimperialista entre los intelectuales y en las filas del EjĆ©rcito”. Las nacionalizaciones habĆan impulsado el “capitalismo de Estado”, que sin ser la socialización “trae en sus entraƱas elementos de socialismo”. El contenido de clase del Estado se modificó, a pesar de que faltó consumar la reforma agraria. El Estado justicialista estableció “un equilibrio inestable y provisorio entre la burguesĆa y el proletariado”, como una etapa de transición. La conjunción de clases distintas era, a la vez, la fuerza y la debilidad del peronismo. Perón habĆa errado al dar por implantada “la economĆa social” y declarar cumplida la revolución, cuando mĆ”s necesitaba del apoyo combativo de las masas para que no fracasara [46].
Astrada exaltó el 17 de octubre como la irrupción del pueblo, ”los hijos de Fierro”, en la plaza pĆŗblica, en un contexto que relegó a la oligarquĆa por una dĆ©cada; pero el proletariado, “carente de conciencia de clase”, “habĆa sido vĆctima de un ominoso paternalismo” y los dirigentes convirtieron al movimiento peronista en “una verdadera olla de grillos” [47].
Cooke consideraba que el peronismo era “en esencia” nacionalista y socialmente revolucionario -el “hecho maldito de la polĆtica del paĆs burguĆ©s” que, jugando con las propias reglas del sistema, desnudaba la falsedad demoliberal-, y apuntaba su penetrante “crĆtica de la razón burocrĆ”tica” contra la dirigencia polĆtica y sindical que lo entorpecĆa y desviaba de sus objetivos [48]. Claro que la apuesta de Cooke chocaba con el propio Perón y el grueso del movimiento, a los que no iba a lograr convencer de que su destino era la revolución socialista.
En Walsh podemos leer una precisa caracterización del gobierno del peronismo como una “tentativa de ruptura” con la sujeción imperialista: un Estado popular que defendĆa a la clase trabajadora, en el cual se desarrolló un “ala burguesa”, la “nueva burguesĆa en asenso”, a la par de “esa enfermedad parasitaria del Movimiento peronista, la burocracia”, que luego, bajo el Estado reaccionario, terminarĆa convirtiĆ©ndose -particularmente los jerarcas sindicales- en otra expresión del imperialismo [49].
El papel del ejƩrcito
En la secuencia de las luchas nacionales que reivindicaban los nacionalistas de izquierda, la participación militar habĆa sido decisiva. Libertadores, caudillos federales, revolucionarios radicales y primeras figuras del peronismo fueron hombres de armas. A la luz de esa historia, era esperable que la Revolución Nacional contara con respaldos en las instituciones armadas.
HernĆ”ndez Arregui afirmaba que en los paĆses dependientes el ejĆ©rcito podĆa cumplir una función anticolonialista, como fue el caso del peronismo, el nasserismo y otros procesos del Tercer Mundo. El nacionalismo del ejĆ©rcito era consustancial a su función profesional y geopolĆtica, y por eso salieron de Ć©l decididos industrialistas como Manuel Savio, Enrique Mosconi y Alonso Baldrich. Aunque el temor al comunismo fue introducido en sus filas para “desbaratar el entendimiento histórico” entre el poder militar y los trabajadores, habĆa una “tradición popular hispanoamericana de nuestros ejĆ©rcitos emancipadores” y en la Argentina se daban las condiciones para “un reencuentro entre el ejĆ©rcito y el proletariado” [50].
Al tratar diversos momentos de la historia militar, Ramos enaltecĆa una tradición nacional y popular en el seno de la institución, sin dejar de contraponerla a las infamias, la imbecilidad o la venalidad de los generales de la oligarquĆa. Relataba tambiĆ©n que, dentro del Estado peronista, el ejĆ©rcito jugó como actor directo en los planes para desarrollar una industria pesada, aunque despuĆ©s de 1955 fue “diezmado” para ponerlo al servicio del sistema oligĆ”rquico [51].
En la dĆ©cada de los ‘60, Cooke llegó a la conclusión de que era inĆŗtil esperar una rectificación de los militares argentinos:
“Desde 1955, el ejĆ©rcito es un partido mĆ”s, el partido continuo del rĆ©gimen, el partido con la mĆ”xima capacidad de violencia en una fase histórica en que la institucionalidad democrĆ”tica-representativa no funciona y todo es acción directa”.
Desalentando el seguidismo pero tambiĆ©n el anti-militarismo de ciertos sectores, Cooke aƱadĆa que “nadie podrĆ” convencerme de que el ejĆ©rcito de San MartĆn y de Dorrego es tambiĆ©n el ejĆ©rcito del Conintes y las torturas o la represión, o que la gloria que nuestros antepasados conquistaron con la lanza cubra ahora el manejo de la picana o se empaƱe por la actividad represiva de ahora” [52].
Walsh, cuya obra literaria y denuncialista panteó los dilemas que atravesaba la profesión militar al enfrentarse con el pueblo, optó al fin, igual que Cooke, por el proyecto de construir otro ejército, una fuerza armada popular para emprender la revolución.
Como un eco tardĆo, las expectativas sobre un reencuentro de los militares con el pueblo resurgieron confusamente en 1982, en la agonĆa del Proceso, con motivo de la recuperación de las Malvinas. Ramos, Siplimbergo y Astesano expresaron su apoyo a esa “gesta”, justificando la distinción entre el rĆ©gimen dictatorial y los intereses históricos del paĆs [53].
Las raĆces criollas e indĆgenas
Astrada contestó las “deformaciones” de la visión oligĆ”rquica acerca de los pueblos indios, atribuyĆ©ndolas al designio de justificar “la campaƱa de exterminio” que culminó con la “conquista del desierto”. El programa que avizoraba, para adaptar y aplicar los frutos de la cultura europea a la sociedad latinoamericana, requerĆa considerar
“que este aporte viene a sedimentarse sobre los restos de las culturas aborĆgenes y su aĆŗn perviviente soporte humano; culturas y formas sociales desintegradas, pero no del todo extinguidas. Su aliento telĆŗrico y sugestión aĆŗn persisten e influyen, directa o indirectamente, en la vida, usos, costumbres y hasta en la orientación cultural de nuestras actuales comunidades".
En la filosofĆa de Astrada, la identidad y el destino argentinos estaban cifrados en el gaucho, que fue “una clase social, vinculada por la mezcla de sangre con las razas aborĆgenes”, eslabón entre el indio y el criollo -es decir, el hombre culturalmente mestizo-, metamorfoseado hoy en el sector mayoritario del pueblo. Su profecĆa era que “el gaucho vengarĆ”, a la corta o a la larga, al aborigen destruĆdo, ya que lleva tambiĆ©n su sangre”, contribuyendo a integrar a los sobrevivientes de esos pueblos [54].
Las disquisiciones de HernĆ”ndez Arregui sobre el ser nacional hablaban de “calar en las culturas indĆgenas” y “reivindicar a las poblaciones nativas”. Los ejemplos de “superior espĆritu revolucionario” en “paĆses de fuerte ascendencia aborigen y mestiza” como MĆ©xico, Paraguay, Bolivia, Cuba, rebatĆan “la fementida inferioridad de las masas indĆgenas”. ConcluĆa en que el problema Ć©tnico derivado de la existencia de distintas razas era real, pero la solución era social, en la medida en que madurara la conciencia del “proletariado latinoamericano” [55].
Descartando la visión liberal de la “excepcionalidad argentina” en AmĆ©rica, Puiggrós partĆa del estudio de las sociedades indĆgenas en las que se asentó la estructura colonial, explicaba la matriz de nuestra sociedad en torno al mestizaje racial y cultural, analizaba el origen de los gauchos, y destacaba las insurrecciones indias y la participación de las castas en armas como factores de las contradicciones de clases que condujeron a la revolución independentista [56].
Tal como otros nacionalistas, estos autores observaban que la inmigración europea masiva, que en Argentina se concentró en el litoral dominante, habĆa interrumpido la transmisión oral de las tradiciones autóctonas en las familias, favoreciendo la operación pedagógica racista y “desnacionalizadora” del positivismo oligĆ”rquico sobre las clases medias.
Astesano asumĆa que, tras “medio milenio de avasallamiento europeo” en el cual la historia americana fue escrita por intelectuales que tenĆan “sus pies en nuestra tierra y su cabeza en Europa“, “no contamos todavĆa con un pensar ni un lenguaje propio, que nos permita encarar el problema indĆgena en toda su profundidad”. Su intento por llenar ese vacĆo lo llevó a explorar el pasado remoto de la nación indoamericana, sus hilos de continuidad en el mestizaje de la colonia y la significación de los proyectos de los patriotas de la independencia, en particular el de la monarquĆa incaica propuesta por Belgrano, sugiriendo que en esta dirección se abrĆa la posibilidad de profundizar la conciencia de una nueva nacionalidad americana [57].
Trascendencias y balance
Las formulaciones de los fundadores del nacionalismo de izquierda tenĆan las virtudes y defectos propios de su carĆ”cter comprometido. Si ofrecĆan ciertos flancos dĆ©biles por su esquematismo, poseĆan el vigor de la utopĆa y ejercĆan un eficaz sentido crĆtico. Sus tesis incidieron en las rupturas que sufrieron los socialistas y comunistas, y no fueron ajenas al surgimiento de las llamadas “nuevas izquierdas” [58]. Influyeron en importantes sectores del peronismo y en el lĆder del movimiento, que apreció la contribución de algunos de sus exponentes. TambiĆ©n nutrieron los planteos ideológicos de las organizaciones armadas que aparecieron a lo largo de la dĆ©cada de 1960 -incluso las que no se vinculaban con el peronismo-, aunque pocos de ellos habĆan propiciado la guerra revolucionaria.
Los nacionalistas de izquierda concebĆan la revolución ante todo como insurrección popular. HernĆ”ndez Arregui, que habĆa confiado en que una fracción del ejĆ©rcito cumpliera el papel de vanguardia del levantamiento del pueblo, apoyó la lucha armada contra la dictadura militar, no asĆ contra el gobierno de 1973. Puiggrós veĆa las acciones de la guerrilla como parte de un proceso de eclosiones sociales que debĆa converger hacia un “poder revolucionario popular centralizado”. Ramos, en cambio, se pronunció enfĆ”ticamente contra la “actividad terrorista” de los “grupos pequeƱo-burgueses armados” [59].
Tras los virajes históricos de la Ćŗltima dĆ©cada del siglo XX, algunas aristas del nacionalismo de izquierda perdieron actualidad. La fe en el avance inexorable del socialismo ha sido sustituĆda en gran parte por una nueva confianza en la profundización de la democracia. Con la reducción y dispersión de las clases obreras, decayó su papel de vanguardia del cambio social. La opción revolucionaria del peronismo fue aplastada por la reacción interna y externa al mismo. La revolución violenta no es considerada ya como Ćŗnica vĆa por las izquierdas y los movimientos populares, y las expectativas en cualquier solución dictatorial o militar resultan inadmisibles.
Sin embargo, la conquista de la autonomĆa nacional en el marco de la integración sudamericana ha llegado a ser un axioma de los discursos polĆticos, en Ć©ste y en los demĆ”s paĆses del continente. La renovación del revisionismo histórico y la crĆtica de las corrientes ideológicas argentinas, que mostraron por un lado las causas del desarraigo y los fracasos del progresismo liberal y las izquierdas tradicionales, y por otro lado el encadenamiento de los movimientos nacionales de masas que caracterizan nuestra historia, siguen teniendo vigencia polĆ©mica. La reivindicación de las huellas de los pueblos originarios en la cultura que vivimos, asĆ como la postulación de un pensamiento propio, orientador de las mayorĆas populares, son desafĆos alrededor de los cuales todavĆa podemos leer con interĆ©s lo que estos hombres escribieron.
La recapitulación de las obras citadas nos deja la impresión de que partes sustantivas de sus afirmaciones -pese al revival global del liberalismo y las evoluciones e involuciones en las nuevas izquierdas- se han incorporado al sentido comĆŗn de la cultura polĆtica mayoritaria, o al menos de un sector significativo de la misma, y contienen incitantes sugerencias para proseguir reflexionando. Como provisoria conclusión, nuestra hipótesis es que la trascendencia del nacionalismo de izquierda ha sido mayor que el menguado reconocimiento que recibieron hasta ahora sus ideólogos.
Publicado en Hugo Biagini y Arturo AndrƩs Roig (Comp.), El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX, tomo II , Buenos Aires, Biblos, 2006.
NOTAS
1 Entendemos que el concepto de SudamĆ©rica es mĆ”s apropiado ?y mĆ”s congruente con el sentido del nacionalismo de izquierda? que el de “AmĆ©rica latina”, aunque los autores que consideramos utilizaban con frecuencia este Ćŗltimo.
2 L. Incisa, “Nacionalismo” en N. Bobbio y N. Matteucci, Diccionario de polĆtica, 1986. E. J. Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1870, 1991.
3 Ver H. Chumbita, “El americanismo de los revolucionarios de 1810” en Ciudadanos N° 5, Buenos Aires, OtoƱo de 2002.
4 Empleamos el tĆ©rmino populismo con un significado próximo al de Ernesto Laclau en PolĆtica e ideologĆa en la teorĆa marxista, 1978, como un modo de apelación a movilizar al conjunto del pueblo, por sobre las clases, para enfrentar al poder establecido.
5 A. Jauretche, F.O.R.J.A. y la dƩcada infame, 1962.
6 J. Ingenieros, SociologĆa argentina [1913-18].
7 N. Galasso, La izquierda nacional y el FIP, 1983.
8 Nos referimos a los forjistas Jauretche y Scalabrini Ortiz, el historiador JosĆ© MarĆa Rosa, el constitucionalista Arturo Sampay, el filósofo Rodolfo Kusch, e incluso a Leopoldo Marechal, Rogelio GarcĆa Lupo, Alberto Methol FerrĆ© (proveniente del nacionalismo “blanco” de Luis Alberto de Herrera), el sociólogo brasileƱo Helio Jaguaribe, et al.
9 J. J. HernÔndez Arregui, Nacionalismo y liberación, 1969, p. 68-71, 31 y ss.
10 R. Puiggrós, Historia crĆtica de los partidos polĆticos argentinos, 1986, p. 30-31; El proletariado en la revolución nacional, 1958, p. 41 y ss.
11 J. A. Ramos, La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 109 y ss.
12 J. E. Spilimbergo, Juan B. Justo y el socialismo cipayo, s/d, p. 45, 15, 46-47; La revolución nacional en Marx, s/d.
13 Citas de Cooke en N. S. Redondo, El compromiso polĆtico y la literatura, 2001, p. 133 y ss.
14 HernÔndez Arregui, Nacionalismo y liberación, 1969, apéndice.
15 Perón/Cooke, Correspondencia, 1984, p. 219.
16 Periódico Azul y Blanco, en A. Methol Ferré, La izquierda nacional en la Argentina, s/d, p. 39-42.
17 HernÔndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 484-485; Nacionalismo y liberación, 1969, p. 97-100 y 189-198.
18 HernÔndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 215. C. Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 151.
19 Puiggrós, El proletariado en la revolución nacional, 1958, p. 35-48.
20 E. B. Astesano, Nacionalismo histórico o materialismo histórico, 1972, p. 202-206.
21 M. Ugarte, La reconstrucción de Hispanoamérica, 1961, p. 9.
22 Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 1, 25, 75, 139 y ss, 85 y ss, 137.
23 Puiggrós, Historia crĆtica de los partidos polĆticos argentinos, 1986, p. 11, 16 y ss, 32 y ss.
24 HernÔndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 50; Qué es el ser nacional?, 1963, p. 260 y ss.
25 Homenaje a Adolfo SaldĆas (1949), en R. Gillespie, J. W. Cooke. El peronismo alternativo, 1989, p. 104-109.
26 Ramos, Las masas y las lanzas. 1810-1862 (vol. 1 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p 19 y ss, 31 y ss, 75 y ss, 160 y ss.
27 V. TrĆas, Juan Manuel de Rosas, 1974, p. 99.
28 Ramos, Las masas y las lanzas, p. 149. Astesano, Rosas. Bases del nacionalismo popular, 1960.
29 Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 148.
30 Ramos, Del patriciado a la oligarquĆa. 1862-1904 (vol. 2 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p. 171 y ss.
31 HernÔndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 480-481.
32 Puiggrós, Rosas, el pequeƱo, 1944; Historia crĆtica de los partidos polĆticos argentinos, 1986, p. 137.
33 Ugarte, La reconstrucción de Hispanoamérica, 1961, p. 17.
34 Ramos, Las masas y las lanzas, 1973, p. 17-18.
35 Hernandez Arregui, ¿QuĆ© es el ser nacional?, 1963, p. 23, 9, 33-34.
36 Puiggrós, AmĆ©rica Latina en transición, 1970; Integración de AmĆ©rica Latina. Factores ideológicos y polĆticos, 1965.
37 TrĆas, Juan Manuel de Rosas, 1974, p. 11; El imperialismo en el RĆo de la Plata, s/d, p. 11-12; Imperialismo y geopolĆtica en AmĆ©rica Latina, 1989, p. 273 y ss.
38 Perón/Cooke, Correspondencia, 1984, p. 220.
39 Ramos, La lucha por un partido revolucionario, p. 93 y ss; La era del peronismo, s/d, p. 244-246, 251 y ss.
40 Ramos, La bella época. 1904-1922 (vol. 3 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina) 1973, p. 64 y ss, 116 y ss, 222 y ss.
41 Spilimbergo, Historia crĆtica del radicalismo, 1974; Juan B. Justo o el socialismo cipayo, s/d, p. 90-91.
42 Ramos, La bella época, 1973, p. 118, 258 y ss, 272 y ss; El sexto dominio. 1922-1943 (vol.4 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p. 75-113.
43 Puiggrós, El yrigoyenismo, 1974, p. 73 y ss, 69, 211, 78.
44 Ramos, La era del bonapartismo. 1943-1972 (vol. 5 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p. 182; La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 15-17; La era del peronismo, s/d, p. 101 y ss, p. 136-137.
45 HernĆ”ndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 397 y ss, Nacionalismo y liberación, 1969, p. 297 y ss; ¿QuĆ© es el ser nacional?, 1963, p. 267.
46 Puiggrós, El proletariado en la revolución nacional, 1958, p. 51-77.
47 Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 118-119.
48 Cooke, Peronismo y revolución, 1971.
49 R. Walsh, Caso Satanowsky, 1973, p. 169 y ss.
50 HernÔndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 487-490, 39,
51 Ramos, La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 60-67; La era del peronismo, s/d, p. 109-111, 177.
52 Conferencia del 4 de diciembre de 1964, en R. Baschetti, Documentos de la Resistencia Peronista 1955-1970, 1988, p. 187.
53 Ramos, La era del peronismo, s/d, p. 297 y ss. Astesano, La nación indoamericana, 1985, p. 4.
54 Astrada, El mito gaucho, 1948, p. 12 y ss, 137, 39-40.
55 HernĆ”ndez Arregui, ¿QuĆ© es el ser nacional?, 1963 , p. 23 y ss, 244 y ss.
56 Puiggrós, De la colonia a la revolución, 1957, p. 65 y ss, 154 y ss, 256 y ss.
57 Astesano, La nación indoamericana, 1985, p. 3; Juan Bautista de América, 1979.
58 Ver O. TerĆ”n, Nuestros aƱos sesentas, 1993, aunque su anĆ”lisis no distingue a la izquierda nacionalista como corriente y la engloba en la “nueva izquierda intelectual”.
59 Ver Galasso, J. J. HernÔndez Arregui: del peronismo al socialismo, 1986, p. 199 y ss. Puiggrós, Adónde vamos, argentinos, 1972, p. 209-210. Ramos, La era del peronismo, s/d, p. 251-254.
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