La corriente nacionalista de izquierda en la que nos centraremos aquĆ, denominada tambiĆ©n izquierda nacional o marxismo nacional, surgiĆ³ en la Argentina a mediados del siglo XX. Sus fundadores replantearon la interpretaciĆ³n de la historia y la cultura nacional con una perspectiva revolucionaria, americanista y socialista, cuestionando la visiĆ³n liberal eurocĆ©ntrica predominante y su influencia en la izquierda tradicional. La inevitable dificultad que se presenta al circunscribir el corpus de estas ideas al Ć”mbito de nuestro paĆs, es que los orĆgenes y las proyecciones de las mismas atraviesan el conjunto de la regiĆ³n, en tanto postulan un nacionalismo de dimensiĆ³n sudamericana [1].
Sus propuestas militantes -reflexiĆ³n para la acciĆ³n, “para transformar el mundo”- reflejaron en general el espĆritu revolucionario del siglo pasado, y en particular los cambios sociales que introdujeron en nuestras latitudes el peronismo y otros movimientos cercanos. Pese a su recepciĆ³n marginal en medios acadĆ©micos, en la dĆ©cada de 1960 alcanzaron predicamento en sectores intelectuales y populares de la Argentina y continuaron incidiendo en los debates teĆ³ricos y polĆticos posteriores.
Si bien puede considerarse que esta vertiente del nacionalismo de izquierda se inserta en el cauce mĆ”s amplio de una corriente nacional y popular, en nuestro trabajo la delimitamos ciƱƩndonos a los autores que se reconocĆan como marxistas, en el perĆodo -anterior a 1989- en que la gravitaciĆ³n del mito de la RevoluciĆ³n Rusa y la confrontaciĆ³n de posiciones acerca del “socialismo real” acentuaban el carĆ”cter definitorio de tal adscripciĆ³n.
Se trata entonces de la confluencia de dos tradiciones ideolĆ³gicas diferentes, el nacionalismo y el marxismo, que segĆŗn los patrones de la cultura polĆtica occidental resultaban antitĆ©ticos. Nuestra aproximaciĆ³n al asunto requiere precisar tales conceptos y esbozar al menos la trama de antecedentes histĆ³ricos en la que se inscribe esta lĆnea de pensamiento, antes de referirnos a sus exponentes y sus tesis principales.
En general, nacionalismo es la doctrina de la autonomĆa de una colectividad que reivindica sus derechos, su integridad y sus valores culturales; que puede traducirse en proyectos y polĆticas, y que por lo comĆŗn se manifiesta entrelazada con otros sistemas ideolĆ³gicos: precisamente, nos interesa tomar en cuenta esas asociaciones del nacionalismo con otras tendencias en el devenir de las luchas polĆticas argentinas [2].
La emancipaciĆ³n de las colonias hispanoamericanas estuvo signada por el liberalismo y un embrionario nacionalismo, en aquel momento histĆ³rico en el que ambas concepciones se entrelazaban. Los patriotas jacobinos y los grandes conductores militares de la revoluciĆ³n apelaron a una identidad criolla e indiana, intentaron liberar y elevar a las masas populares -las castas- y proyectaron construir una naciĆ³n en el continente sudamericano [3].
El federalismo de los caudillos que movilizaron a las masas rurales en el Ć”mbito del antiguo Virreynato del Plata fue la subsiguiente expresiĆ³n de un nacionalismo americanista, que tendrĆa sus expositores en la generaciĆ³n de JosĆ© y Rafael HernĆ”ndez, Carlos Guido Spano, Olegario V. Andrade y otros. A la vez, el liberalismo europeĆsta de Domingo F. Sarmiento y otros miembros de la generaciĆ³n de 1837, que cristalizĆ³ como proyecto en 1880, se divorciaba del nacionalismo independentista al subordinar la organizaciĆ³n del paĆs a su inserciĆ³n en el dinamismo del capitalismo mundial, repudiando la “barbarie” americana y propiciando el trasplante de instituciones y poblaciones europeas.
Posteriormente, en el populismo [4] de HipĆ³lito Yrigoyen confluyeron las supervivencias del nacionalismo de cuƱo federal y un programa democrĆ”tico que pugnĆ³ por rescatar del fraude oligĆ”rquico los contenidos republicanos de la ConstituciĆ³n liberal: su discurso re-unĆa asĆ el nacionalismo y el liberalismo en forma anĆ”loga a la de los tiempos de la emancipaciĆ³n.
Desde comienzos del siglo XX se fue perfilando otro nacionalismo, en el que predominĆ³ la tendencia conservadora y catĆ³lica, oponiendo las raĆces hispanas y criollas al cosmopolitismo de la elite porteƱa y al aluviĆ³n de inmigrantes portadores de ideas anarquistas y marxistas. Su Ćndole autoritaria se manifestĆ³ en el golpe de estado de 1930, y cundiĆ³ entre los militares mezclado con las concepciones estatistas y corporativistas que propagaban los movimientos fascistas europeos. Los historiadores de este nacionalismo “de derecha” revisaron la versiĆ³n de los vencedores de Caseros, exaltando a Rosas y a los caudillos federales, e impugnaron las bases econĆ³micas, polĆticas y jurĆdicas del modelo liberal implantado en el paĆs.
Por otra parte, en la dĆ©cada del ‘30 se manifestĆ³ una variante nacionalista, cuyo centro visible fue F.O.R.J.A. (Fuerza de OrientaciĆ³n Radical de la Joven Argentina) con su plataforma democrĆ”tica, americana y antimperialista, denunciando la corrupciĆ³n del coloniaje econĆ³mico y reclamando el ejercicio de la soberanĆa popular. Marcando diferencias con los nacionalistas de derecha, Arturo Jauretche optaba por la autodenominaciĆ³n de “nacionales”. Los forjistas recorrieron un trayecto paradigmĆ”tico desde la intransigencia yrigoyenista hasta la disoluciĆ³n del grupo para incorporarse, casi todos, al peronismo [5].
Estas distintas expresiones nacionalistas -entre las cuales hubo importantes intercambios, oposiciones y continuidades- antecedieron al nacionalismo populista del peronismo, cuyo arraigo en el movimiento obrero atrajo a ciertos sectores de la izquierda.
La izquierda
La nociĆ³n de izquierda, en sentido amplio, remite a un conjunto de ideas de cambio social que impugnan el statu quo; y en sentido mĆ”s estricto, como la empleamos en el presente trabajo, se refiere a las de inspiraciĆ³n marxista.
La concepciĆ³n del progreso histĆ³rico y las “etapas necesarias de desarrollo”, conforme al modelo de la evoluciĆ³n europea trazado por Marx, veĆa en el pleno desarrollo del capitalismo una condiciĆ³n inexcusable para llegar al socialismo. La causa socialista y su sujeto, la clase obrera, tenĆan que ser internacionalistas, pues la superaciĆ³n del rĆ©gimen capitalista sĆ³lo podĆa realizarse a escala mundial, trascendiendo las fronteras. La construcciĆ³n del Estado nacional era “tarea de la burguesĆa”, y los proletarios “no tenĆan patria”.
Desde esta Ć³ptica, en los paĆses mĆ”s atrasados resultaba prioritario erradicar los rĆ©moras feudales o precapitalistas para que prosperara el capitalismo. En la Argentina, los primeros ideĆ³logos del socialismo marxista, y luego los comunistas, se guiaron por una interpretaciĆ³n histĆ³rica no muy diferente a la del liberalismo positivista, que despreciaba a las masas autĆ³ctonas y postulaba la europeizaciĆ³n del paĆs. JosĆ© Ingenieros reformulĆ³ la dicotomĆa “civilizaciĆ³n y barbarie” de Sarmiento en tĆ©rminos de “capitalismo versus feudalismo”, un esquema segĆŗn el cual los caudillos federales encarnaban el atraso feudal, mientras que el unitarismo rivadaviano, los liberales de la “organizaciĆ³n nacional” y la generaciĆ³n del 80 habĆan sido los impulsores del progreso capitalista [6].
El marxismo reformista del Partido Socialista orientado por Juan B. Justo defendĆa el librecambio y veĆa como un factor de avance la penetraciĆ³n del capital extranjero. La base social de los socialistas y comunistas estaba compuesta en gran nĆŗmero por obreros inmigrantes, y su dependencia del liberalismo y el progresismo europeo les condujo a juzgar el nacionalismo populista de Yrigoyen como una perversiĆ³n de la “polĆtica criolla” o a tacharlo de “fascistizante”.
Ahora bien, a partir de la teorĆa del imperialismo y la experiencia revolucionaria en Rusia, Lenin introdujo la distinciĆ³n entre paĆses capitalistas avanzados y paĆses dominados, propugnando para Ć©stos -en sus tesis de la III Internacional- un frente antimperialista con los sectores burgueses democrĆ”ticos, en el cual los comunistas debĆan disputar el liderazgo preservando su independencia ideolĆ³gica y organizativa. Desarrollando las ideas de Marx en un nuevo sentido, Lenin y Trotsky justificaban las luchas por la liberaciĆ³n y la identidad estatal-nacional de los pueblos sometidos [7].
Tales principios fueron mantenidos en tiempos de Stalin, que planteĆ³ ademĆ”s “el socialismo en un solo paĆs” e instrumentĆ³ el “internacionalismo proletario” en funciĆ³n de la polĆtica exterior soviĆ©tica. No obstante pues la tradiciĆ³n internacionalista, las posiciones antimperialistas del comunismo constituĆan una zona de coincidencia con el nacionalismo.
La izquierda nacionalista argentina, sin embargo, sĆ³lo se definiĆ³ como tal en 1945, cuando el grueso de la nueva clase obrera adhiriĆ³ a las apelaciones nacionales y las reformas sociales del peronismo, mientras los partidos comunista y socialista persistĆan en oponerse a aquel movimiento que veĆan como un engendro nazi-fascista.
Los ideĆ³logos
Entre los antecedentes o fuentes teĆ³ricas del nacionalismo de izquierda hay que tener en cuenta los aportes de JosĆ© Vasconcelos y otros intelectuales ligados a la RevoluciĆ³n Mexicana, asĆ como los de JosĆ© Carlos MariĆ”tegui y el fundador del aprismo, VĆctor RaĆŗl Haya de la Torre, quienes plantearon desde el PerĆŗ, con distintos enfoques, un enraizamiento del marxismo en la historia americana. AdemĆ”s, el exilio de Trotsky lo acercĆ³ al proceso revolucionario de MĆ©xico, y su propuesta de los “Estados Unidos Socialistas de AmĆ©rica Latina” movilizĆ³ a sus seguidores en varios paĆses de la regiĆ³n.
En el nacionalismo de izquierda argentino confluyeron intelectuales y grupos de diversa procedencia, que se situaron dentro o “al lado” del movimiento peronista. Por otra parte, varios exponentes del pensamiento nacional y popular compartieron importantes aspectos del mismo programa sin comulgar con su base u horizonte marxista [8].
Un precursor fue Manuel Ugarte (1878-1951), polĆtico, escritor y brillante publicista, expulsado del partido de Juan B. Justo, que sembrĆ³ los fundamentos de un nacionalismo socialista iberoamericano para enfrentar al imperialismo norteamericano. Vinculado en un primer momento con JosĆ© Ingenieros y Leopoldo Lugones -que siguieron derroteros diferentes-, Ugarte dirigiĆ³ el periĆ³dico La Patria (1915), difundiĆ³ sus ideas viajando por los paĆses del continente y editĆ³ sus principales libros en EspaƱa. AdhiriĆ³ al peronismo en 1945 y fue embajador en MĆ©xico, Nicaragua y Cuba, si bien luego se apartĆ³ de esas funciones oficiales.
Carlos Astrada (1895-1970), aunque siempre rehusĆ³ coyundas partidarias, asumiĆ³ crĆticamente el marxismo y en su obra filosĆ³fica elaborĆ³ una reflexiĆ³n sobre la cultura argentina que permite ubicarlo como referente de un pensamiento nacional de izquierda. Tras abandonar la carrera de Derecho, su autoformaciĆ³n y sus eminentes estudios en Alemania le fueron reconocidos en el Ć”mbito acadĆ©mico. Adherente a la Reforma Universitaria de 1918 en CĆ³rdoba -aunque no al yrigoyenismo-, profesor en las universidades de La Plata y Buenos Aires, se acercĆ³ al gobierno de PerĆ³n y fue uno de los organizadores del Congreso de FilosofĆa de Mendoza en 1949. Ćcido anticlerical, expulsado de sus cargos universitarios en 1956 y distanciado tambiĆ©n del peronismo, en la dĆ©cada siguiente se identificĆ³ con el maoĆsmo.
Rodolfo PuiggrĆ³s (1906–1980), periodista y estudioso autodidacta, publicĆ³ sus primeros trabajos historiogrĆ”ficos cuando militaba en el Partido Comunista. Expulsado del mismo en 1946, dirigiĆ³ el periĆ³dico Clase Obrera y la fracciĆ³n Movimiento Obrero Comunista (MOC), que apuntaba a rectificar la lĆnea de la conducciĆ³n del partido y reconocer la “RevoluciĆ³n Nacional” peronista. DespuĆ©s de 1955 postulĆ³ generar una fuerza proletaria dentro del peronismo. ProfundizĆ³ sus investigaciones histĆ³ricas y colaborĆ³ con PerĆ³n en las relaciones con otros movimientos latinoamericanos. Vinculado a la “tendencia revolucionaria”, fue rector-interventor de la Universidad de Buenos Aires en 1973, cargo al que debiĆ³ renunciar cuando estallaron las contradicciones internas del peronismo gobernante, y tuvo que exiliarse en MĆ©xico.
Eduardo B. Astesano (1913-1991), afiliado al Partido Comunista, se graduĆ³ de abogado en 1946 en la Universidad del Litoral de Santa Fe, y siguiĆ³ un camino similar al de PuiggrĆ³s. Miembro del grupo “autocrĆtico” de Rosario, que fue expulsado del partido en 1946, integrĆ³ luego el MOC. RealizĆ³ una profusa labor periodĆstica, dirigiĆ³ el periĆ³dico Relevo en los aƱos ´60, y en sus numerosos libros de revisiĆ³n histĆ³rica contribuyĆ³ a abonar las tesis del nacionalismo de izquierda, con un especial acento indigenista en su Ćŗltima etapa.
John William Cooke (1920-1968), militante juvenil radical, abogado, fue diputado nacional por el peronismo en 1946. Descollante orador, profesor de EconomĆa PolĆtica, allegado al revisionismo rosista, dirigiĆ³ la revista De Frente y fue interventor reorganizador del Partido Peronista de la Capital Federal en 1955. Proscripto el movimiento, estuvo preso, fue delegado de PerĆ³n y dirigente de la resistencia en la clandestinidad, secundado por su sobresaliente compaƱera Alicia Eguren. SolidarizĆ”ndose con la RevoluciĆ³n Cubana, residiĆ³ en La Habana y en 1964 volviĆ³ a la Argentina para promover el “ala revolucionaria” del movimiento. En sus notables textos de este perĆodo tendĆa a compatibilizar las propuestas del nacionalismo marxista con la “ortodoxia” comunista en funciĆ³n de un frente antimperialista continental.
Jorge Abelardo Ramos (1921-1994), activista del trotskismo, manifestĆ³ su apoyo crĆtico al peronismo desde 1945. PublicĆ³ el periĆ³dico Octubre, participĆ³ del grupo Frente Obrero, fue columnista del diario Democracia y en 1953 ingresĆ³ al Partido Socialista de la RevoluciĆ³n Nacional (PSRN) que dirigĆa Enrique Dickmann. Gran polemista, escribiĆ³ sus filosos ensayos y editĆ³, con los sellos IndoamĆ©rica y CoyoacĆ”n, a una amplia gama de autores de la “lĆnea nacional”. FundĆ³ en 1962 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN) y en 1971 el Frente de Izquierda Popular (FIP). Tras la dictadura del Proceso estrechĆ³ lazos con el peronismo, formĆ³ el Movimiento PatriĆ³tico de LiberaciĆ³n y, en su Ćŗltima actuaciĆ³n polĆtica, traicionando sus propias ideas, acompaĆ±Ć³ al gobierno neoliberal de Menem como embajador en MĆ©xico.
Rodolfo Walsh (1927-1976), autor de una excepcional obra literaria y periodĆstica, aunque no dejĆ³ ensayos doctrinarios, realizĆ³ singulares aportes intelectuales desde posiciones nacionalistas de izquierda. Simpatizante del nacionalismo tradicional en su juventud, cuentista y dramaturgo, investigĆ³ y denunciĆ³ los fusilamientos de 1956 y otros crĆmenes polĆticos. Comprometido luego con la RevoluciĆ³n Cubana, contribuyĆ³ a organizar la agencia de noticias Prensa Latina. DirigiĆ³ el semanario de la central sindical CGT de los Argentinos, y se incorporĆ³ en tareas de difusiĆ³n e inteligencia a las formaciones armadas del peronismo revolucionario.
Jorge Enea Spilimbergo (1928-2004), abogado y escritor de vasta cultura, siendo estudiante habĆa adherido a la FederaciĆ³n Juvenil Comunista. Colaborando con Ramos, integrĆ³ el PSRN, el PSIN y el FIP. EjerciĆ³ el periodismo militante, publicĆ³ diversos ensayos y fue profesor de EconomĆa PolĆtica en la Facultad de Ciencias EconĆ³micas de la UBA entre 1973 y 1976. Alejado luego de Ramos, fundĆ³ el Partido de la Izquierda Nacional, que mantenĆa su independencia orgĆ”nica sin perjuicio de reconocer la identidad popular peronista.
Juan JosĆ© Hernandez Arregui (1929-1974), que habĆa iniciado estudios de Derecho en Buenos Aires, se doctorĆ³ en filosofĆa en la Universidad de CĆ³rdoba en 1944. Enrolado en la intransigencia del sabattinismo cordobĆ©s, colaborĆ³ en la prensa partidaria y tuvo contacto con los forjistas. En 1947 renunciĆ³ a la afiliaciĆ³n radical para incorporarse al peronismo. DesempeĆ±Ć³ funciones en el gobierno de la provincia de Buenos Aires y se dedicĆ³ principalmente a sus cĆ”tedras universitarias. ExcluĆdo de la Universidad en 1955, publicĆ³ sus libros, que alcanzaron extensa repercusiĆ³n, y participĆ³ en la agitaciĆ³n de la resistencia peronista. Ćl reivindicaba haber ideado la denominaciĆ³n “Izquierda Nacional” para esta tendencia, que concebĆa ligada al peronismo revolucionario.
Otros trabajos seƱalables en esta corriente son los ensayos de Enrique Rivera y Esteban Rey, los estudios historiogrĆ”ficos de Norberto D’Atri, Alfredo Terzaga, Rodolfo Ortega PeƱa y Eduardo Luis Duhalde, las aproximaciones polĆtico-estĆ©ticas de Ricardo Carpani y el grupo Espartaco, reflexiones de cuadros sindicales como el ex anarquista Alberto Belloni y el ex socialista Ćngel Perelman, textos de intelectuales de origen catĆ³lico como Emilio FermĆn Mignone y Conrado Eggers Lan y, llegando a un perĆodo mĆ”s reciente, las investigaciones histĆ³ricas de continuadores de esta orientaciĆ³n como Norberto Galasso y Emilio J. CorbiĆØre.
En Uruguay, Vivian TrĆas (1922-1980), talentoso periodista, profesor, diputado e historiador, fundamentĆ³ la lĆnea polĆtica del Partido Socialista abordando la problemĆ”tica rioplatense y sudamericana con un enfoque marxista nacional. En una visiĆ³n coincidente se enmarcan los ensayos latinoamericanistas del escritor y periodista Eduardo Galeano, los trabajos del historiador Carlos Machado y los de otros autores relacionados con la revista Marcha.
Existen asimismo notorias concomitancias en la producciĆ³n de algunos marxistas heterodoxos vinculados al trabalhismo brasileƱo, como Darcy Ribeiro, que elaborĆ³ una ambiciosa teorizaciĆ³n del proceso civilizatorio universal y americano, Theotonio Dos Santos y otros economistas de la "teorĆa de la dependencia".
Tesis bƔsicas
Las obras de los autores que conformaron la corriente nacionalista de izquierda articulan un conjunto de proposiciones que -sin pretender agotar el listado ni el anĆ”lisis de los temas, y a riesgo de allanar importantes matices, deslizamientos o excepciones- resumiremos aquĆ en los siguientes puntos:
1- una aplicaciĆ³n de la filosofĆa y la metodologĆa marxista, basada en la dialĆ©ctica de la lucha de clases y los fenĆ³menos econĆ³micos para interpretar la realidad social, asumiendo como presupuesto la misiĆ³n universal emancipadora del proletariado e incorporando la concepciĆ³n leninista sobre la liberaciĆ³n nacional de los pueblos oprimidos.
2- la recuperaciĆ³n de la tradiciĆ³n y las formas de conciencia nacionales y populares como fundamentos de una revoluciĆ³n nacional, dirigida a superar la dependencia econĆ³mica, polĆtica y cultural del imperialismo capitalista y cuyo desarrollo debĆa orientarse hacia el socialismo, rechazando la sumisiĆ³n al satelismo comunista.
3- un punto de vista americano, seƱalando la inversiĆ³n del sentido de ideologĆas trasplantadas a nuestros paĆses e impugnando la visiĆ³n eurocĆ©ntrica y el “colonialismo mental” en la cultura de elite, en el sistema educativo y universitario y en los partidos de izquierda, con la intenciĆ³n de abrir cauces a un “nuevo pensamiento”.
4- una renovaciĆ³n de la revisiĆ³n histĆ³rica, centrada en los intereses y la lucha de las masas trabajadoras, oponiendo a la historiografĆa liberal la interpretaciĆ³n de la continuidad de la revoluciĆ³n incumplida de la independencia y los levantamientos federales del siglo XIX con las causas democrĆ”ticas y populares del siglo XX.
5- la postulaciĆ³n de una naciĆ³n sudamericana, concibiendo la integraciĆ³n de las repĆŗblicas del continente como imperativo histĆ³rico, objetivo estratĆ©gico y dimensiĆ³n necesaria para su plena emancipaciĆ³n.
6- la caracterizaciĆ³n del radicalismo yrigoyenista como continuador o heredero de las rebeldĆas histĆ³ricas del federalismo y, no obstante sus limitaciones, precursor de la polĆtica nacionalista y las reformas sociales del peronismo.
7- la caracterizaciĆ³n del peronismo como un movimiento nacional y popular de potencialidad revolucionaria, que expresaba los intereses de la clase obrera a pesar de las distorsiones de la capa burocrĆ”tica dirigente.
8- la reconsideraciĆ³n crĆtica de la participaciĆ³n polĆtica de los militares, rescatando los antecedentes y las posibilidades de una conjunciĆ³n pueblo-ejĆ©rcito.
9- la reivindicaciĆ³n de la cultura criolla mestiza y el sustrato indĆgena de los pueblos americanos, rebatiendo la descalificaciĆ³n de las etnias autĆ³ctonas por las proyecciones racistas del pensamiento “occidental”.
Una interpretaciĆ³n marxista
El marxismo, “un humanismo cuyo centro es el proletariado y su circunferencia, el gĆ©nero humano” segĆŗn tĆ©rminos de HernĆ”ndez Arregui, era a la par “un mĆ©todo para la investigaciĆ³n de la historia y la cultura”, que debĆa aplicarse sin incurrir en traslados mecĆ”nicos, como habĆan hecho en Argentina “las izquierdas europeĆstas”. Por sobre las “deformaciones stalinistas”, el marxismo tenĆa que “recrearse” desde el mundo colonial [9].
PuiggrĆ³s defendĆa el mĆ©todo marxista de sus reductores y detractores, explicando que las “condiciones de vida material” constituĆan las raĆces de las formas culturales, jurĆdicas y polĆticas, en un nexo de carĆ”cter dialĆ©ctico: el materialismo histĆ³rico, lejos de ser un determinismo econĆ³mico, “abarca el conjunto de los fenĆ³menos en sus conexiones recĆprocas y en su mutuo condicionamiento”, estableciendo una graduaciĆ³n o jerarquĆa entre las causas del proceso histĆ³rico.
Relativizando el internacionalismo de Marx, PuiggrĆ³s subrayaba la constataciĆ³n del Manifiesto Comunista de que “la campaƱa del proletariado contra la burguesĆa empieza siendo nacional”; aunque reciĆ©n medio siglo despuĆ©s Lenin, al caracterizar el paso del capitalismo a la etapa imperialista, habĆa sacado a luz el problema nacional en los paĆses dependientes, segĆŗn “la ley del desarrollo desigual”, propiciando -como tambiĆ©n Stalin y Mao- el frente revolucionario con la burguesĆa dentro del cual debĆan dirimirse las contradicciones internas [10].
HernĆ”ndez Arregui citaba asimismo opiniones de Marx —por ejemplo su apoyo a la lucha de los irlandeses contra Inglaterra y de los polacos contra Rusia— congruentes con la lĆnea leninista sobre la alianza de todas las tendencias interesadas en la liberaciĆ³n nacional. Por su parte, Ramos, Rivera y otros ponĆan Ć©nfasis en los aportes teĆ³ricos de Trotsky [11] -a quien HernĆ”ndez Arregui, sin suscribir “el trotskismo”, reconocĆa haber aplicado con coherencia el marxismo a la situaciĆ³n de los paĆses dependientes, y PuiggrĆ³s sĆ³lo citarĆa ocasionalmente para desdeƱar su “soberbia” intelectual y la de sus epĆgonos.
Spilimbergo advertĆa que Marx y Engels, pagando tributo a su condiciĆ³n de europeos, enunciaron en el Manifiesto de 1848 ciertas conclusiones “simplistas” (como que “la burguesĆa... lleva la civilizaciĆ³n hasta a las naciones mĆ”s salvajes”), escollo ideolĆ³gico frente al cual se imponĆa una distinciĆ³n que la izquierda europeĆsta habĆa sido incapaz de efectuar:
“...Siempre hay un conflicto entre el dogma y el mĆ©todo, entre la construcciĆ³n teĆ³rica elaborada para un tiempo y un lugar histĆ³ricos, y los procedimientos y fines del anĆ”lisis. Cambiadas las circunstancias, se establece la discordia entre construcciĆ³n doctrinaria y mĆ©todo animador, entre la armazĆ³n lĆ³gica y el elemento dinĆ”mico, intencional, actuante de la doctrina. Optar por el dogma, como se hizo, fue traicionar la esencia revolucionaria del marxismo...”
No obstante tales prevenciones, Spilimbergo dedicĆ³ un ensayo a rescatar en Marx los elementos de una visiĆ³n de la cuestiĆ³n nacional diferente a la del cosmopolitismo “civilizador” que le adjudicaba la lectura de su obra por los “socialistas cipayos”. En la dĆ©cada de 1860, observaba, Marx y Engels revisaron su concepciĆ³n internacionalista y apoyaron algunos movimientos nacionales de los paĆses oprimidos [12].
Cooke tomaba de Marx, en particular de los Manuscritos EconĆ³mico-FilosĆ³ficos de 1844, las herramientas de anĆ”lisis aplicables a una situaciĆ³n histĆ³rico-social concreta: la alienaciĆ³n cultural argentina como paĆs dependiente, y encontraba asimismo allĆ las bases de una concepciĆ³n humanista revolucionaria, la lucha por la desalienaciĆ³n “material y moral”, en el mismo sentido que las propuestas de Ernesto Guevara sobre el “hombre nuevo” [13].
Agreguemos que el manifiesto de C.O.N.D.O.R., agrupaciĆ³n que HernĆ”ndez Arregui fundĆ³ en 1964 pensando reeditar la experiencia de F.O.R.J.A., adoptaba explĆcitamente “la metodologĆa del marxismo” para la investigaciĆ³n de la realidad histĆ³rica y “como guĆa de la acciĆ³n polĆtica de las masas”, aunque “sin dejarse dominar” por el mĆ©todo, conforme a la advertencia del propio Marx. Instaba ademĆ”s a otras tendencias embarcadas en la causa nacional a despojarse de prejuicios y “comprender, de una vez por todas, la poderosa validez de un sistema de ideas que influye en todo el pensamiento contemporĆ”neo” [14].
Un nacionalismo revolucionario
El eje de esta lĆnea ideolĆ³gica era el carĆ”cter nacional de la RevoluciĆ³n, entendida como culminaciĆ³n de las luchas histĆ³ricas contra la dominaciĆ³n colonial y semicolonial. Frente a los socialistas y comunistas que predicaban una reforma o revoluciĆ³n democrĆ”tico-burguesa para superar el atraso feudal, la izquierda nacionalista concebĆa una revoluciĆ³n antimperialista, dirigida ante todo a romper las ataduras externas. En ella podĆan concurrir sectores burgueses y del ejĆ©rcito, pero debĆa basarse primordialmente en las masas trabajadoras, a las que era necesario infundir una perspectiva socialista. “El nacionalismo toma las Ćŗnicas formas que puede tomar hoy en dĆa: formas socialistas” escribĆa Cooke a PerĆ³n a propĆ³sito del caso de Argelia [15].
Ramos invocaba “la tradiciĆ³n de un nacionalismo democrĆ”tico revolucionario” en la cual se insertaba su partido levantando las banderas del socialismo, lo cual suponĆa un salto cualitativo respecto al nacionalismo meramente defensista. No obstante esas ostensibles diferencias, un periĆ³dico nacionalista conservador acusĆ³ de plagio a la izquierda nacional, afirmando que su bagaje, desde el revisionismo histĆ³rico hasta el examen de los hechos econĆ³micos, estaba "calcado del nacionalismo" en una "laboriosa adaptaciĆ³n" [16].
RecĆprocamente, al comentar RevoluciĆ³n y contrarrevoluciĆ³n de Ramos, HernĆ”ndez Arregui saludaba su lograda aplicaciĆ³n del mĆ©todo marxista y, anticipĆ”ndose al reclamo de lo que el autor “les debĆa” a los historiadores rosistas, enrostraba a Ć©stos cuĆ”nto habĆa en sus trabajos de “aplicaciĆ³n subrepticia y parcial de los supuestos metodolĆ³gicos del materialismo histĆ³rico”.
HernĆ”ndez Arregui sostenĆa que “hay un nacionalismo reaccionario y un nacionalismo revolucionario”, entre los cuales marcaba diferencias tajantes, citando por analogĆa el aserto de un dirigente negro norteamericano de que “el nacionalismo blanco es lo contrario del nacionalismo negro”. El autoritarismo del nacionalismo de derecha, observaba, lo llevĆ³ a identificarse con el fascismo. Aunque ponderaba la labor de los historiadores revisionistas y la exaltaciĆ³n de la cultura nacional a partir de la saga del gaucho en Lugones, denunciaba los prejuicios racistas y clericales en esta tendencia y su paradĆ³jica inspiraciĆ³n en teorĆas extranjeras como las de Charles Maurras y Thierry Maulnier.
El nacionalismo de las grandes potencias y de los ideĆ³logos europeos, alegaba, era de Ćndole diferente al de los paĆses coloniales. AquĆ©l pretendĆa conservar naciones segregadas, en tanto el nacionalismo iberoamericano requerĆa trascender los aislamientos regionales. Autores como Fichte se dirigĆan al pueblo alemĆ”n a travĆ©s de las clases altas; pero en IberoamĆ©rica era inĆŗtil interpelar a las oligarquĆas, que veĆan en el pueblo a su enemigo.
“La etapa nacionalista es inevitable. Pero este tramo, en los paĆses coloniales que reciĆ©n entran en Ć©l, es distinto al que han recorrido en el siglo XIX naciones como Alemania o Italia. Y por tanto, tal distingo en nuestra realidad americana pide una interpretaciĆ³n distinta”.
El nacionalismo de masas, propio de los pueblos dependientes, segĆŗn los tĆ©rminos de HernĆ”ndez Arregui, luchaba para liberar “una patria interminada”. HabĆa que arrancar la capa superficial de “la cultura aparente”, fruto de la colonizaciĆ³n educativa, para exhibir la cultura del pueblo -“las entraƱables tradiciones del paĆs, sus costumbres heredadas, que son creaciones colectivas, la fidelidad al suelo”, “sus hĆ”bitos de pensamiento y sus modos de sentir”- como un momento necesario, premonitorio, en el “trĆ”nsito racional hacia la liberaciĆ³n del coloniaje” [17].
Astrada -a quien HernĆ”ndez Arregui reprochaba incursionar de manera “casi” abusiva en las brumas metafĆsicas para llegar al meollo de lo real- habĆa expresado los mismos ideales, clamando por preservar “el carĆ”cter de un pueblo”, su idiosincracia y autonomĆa, conquistar “una progresiva conciencia nacional” en la fidelidad al propio destino de los argentinos, “realzarlo en las creaciones del arte y la poesĆa, esclarecerlo en el pensamiento filosĆ³fico, abrirle cauce en la ciencia y en las instrumentaciones de la tĆ©cnica, dentro de las estructuras sociales de una comunidad justa y libre” para promover “la continuidad de nuestra estirpe” [18].
PuiggrĆ³s descalificaba al nacionalismo reaccionario inspirado por “el miedo y el odio” al movimiento obrero, confiando en la fuerza de un nacionalismo popular, “proletario”, que no era antagĆ³nico al internacionalismo, pues su realizaciĆ³n completa desembocarĆa en el mismo, al conducir a “la unidad de la especie humana” [19].
Es sugestivo acotar que Astesano, en su trayecto hacia una cada vez mĆ”s acentuada heterodoxia, llegĆ³ a afirmar que el materialismo histĆ³rico, centrado en la lucha de clases, no concedĆa un lugar suficiente a la lucha de comunidades como los pueblos y las naciones, por lo que proponĆa otro mĆ©todo: el “nacionalismo histĆ³rico”, dado que el nacionalismo era la cuestiĆ³n principal a la que debĆan subordinarse las contradicciones de clases [20].
Los expositores de esta corriente coincidĆan en condenar el seguidismo pro soviĆ©tico y las manipulaciones del internacionalismo proletario, si bien existĆan disonancias entre Ramos, Rivera y los que, en la lĆnea trotskista, repudiaban la desvirtuaciĆ³n de la RevoluciĆ³n Rusa por la “burocracia soviĆ©tica”, y quienes, como Cooke, HernĆ”ndez Arregui y PuiggrĆ³s, veĆan con mayor benevolencia la polĆtica de la URSS y valoraban su apoyo a las revoluciones del Tercer Mundo. En general todos aprobaron el giro “tercerista” de China, donde Mao amalgamaba su propia versiĆ³n marxista con la milenaria cultura oriental.
Hacia un pensamiento americano
La izquierda nacionalista denunciaba un fenĆ³meno de trastocamiento de las ideas que cruzaban el AtlĆ”ntico, por el cual a menudo lo que era progresivo para Europa se tornaba regresivo en AmĆ©rica, y viceversa. Frente a los equĆvocos irremediables de esas ideologĆas de importaciĆ³n, lo que hacĆa falta era fundar nuestra propia visiĆ³n del mundo.
Manuel Ugarte fincaba en la doble raĆz hispĆ”nica e indĆgena la originalidad americana y la posibilidad de otra cultura: “la promesa de una nueva modalidad humana, de un pensamiento distinto dentro de los valores universales” [21].
Astrada rechazĆ³ de plano las ideas de Sarmiento, asĆ como la “artificiosa aclimataciĆ³n de las formas externas de una civilizaciĆ³n de trasplante” que achacaba a la oligarquĆa imitadora, servil al capitalismo extranjero. Encontraba un prospecto de pensamiento emancipador en Moreno, Belgrano, San MartĆn y Monteagudo, en Juan MarĆa GutiĆ©rrez, en los atisbos de EcheverrĆa y Alberdi donde se advertĆa la influencia de Herder, y sobre todo en las claves poĆ©ticas del MartĆn Fierro de HernĆ”ndez. El camino no era la copia, sino “la adaptaciĆ³n y aplicaciĆ³n de las ideas y concepciones europeas en funciĆ³n de las necesidades de la sociedad latinoamericana". Contra la afirmaciĆ³n de Hegel de que las antiguas culturas de este continente "tenĆan que sucumbir" ante el “EspĆritu" universal, argumentaba que esta Ćŗltima abstracciĆ³n
"no ha sido ni podĆa ser un principio determinante de la cultura que se viene gestando en LatinoamĆ©rica, cuyo paideuma estĆ” penetrado por lo telĆŗrico y por el aliento imponderable del milenario pasado cultural amerindio. Del encuentro y conjugaciĆ³n de estos factores condicionantes y los valores sociales de la cultura universal surgirĆ”, con una organizaciĆ³n social basada quizĆ” en una integral democracia de bienes, una Weltanschaung (cosmovisiĆ³n) propia, como expresiĆ³n de una forma de vida diferente de la occidental" [22].
PuiggrĆ³s cuestionĆ³ el tratamiento habitual de la realidad americana como resultado de relaciones puramente externas, punto de vista que colocaba a las grandes potencias como transmisoras activas de civilizaciĆ³n y a los pueblos atrasados como receptores pasivos, subestimando la funciĆ³n determinante de las causas internas.
“No es que las causas externas dejen de tener influencia, a veces primordial... El error consiste en colocarlas en el lugar correspondiente a las causas internas, en diluir Ć©stas al no presentar mĆ”s que aquĆ©llas, en no ver que las causas externas actĆŗan sobre un fondo o base ya creado por las causas internas. Las causas externas intervienen en los cambios sociales por intermedio de las causas internas en la medida que estas Ćŗltimas se lo permiten”.
PuiggrĆ³s criticaba los estragos que habĆa hecho entre los marxistas el diletantismo de JosĆ© Ingenieros, en cuya sociologĆa “los altibajos de la historia argentina vendrĆan a ser el reflejo empequeƱecido y tardĆo, casi una caricatura, de la lucha entre reacciĆ³n y revoluciĆ³n en Europa”. En cambio rescataba de Ricardo Rojas, pese a su historicismo idealista, las sugerencias de “no vestir prestadas formas de Europa”, sino asimilar la cultura universal “buscando en la propia vida americana las normas que convienen a nuestra capacidad creadora”.
La explicaciĆ³n de la realidad por las causas externas, el culto a la “universalidad” y la incapacidad de ver “lo singular” habĆa llevado a los “comunistas fideĆstas” a creer en “la revoluciĆ³n exportada”, y tambiĆ©n a la teorĆa de la “reacciĆ³n exportada”: la URSS exportaba revoluciĆ³n proletaria, Alemania exportaba nazifascismo, y nuestro paĆs quedaba “librado a la suerte de la importaciĆ³n”. AsĆ era cĆ³mo, ignorando la cuestiĆ³n nacional, socialistas y comunistas, igual que los liberales, no habĆan podido entender al peronismo. Para PuiggrĆ³s, la emancipaciĆ³n en Argentina era parte de la liberaciĆ³n de la humanidad, pero en concreto sĆ³lo podĆa inteligirse su sentido atendiendo al proceso de las causas internas [23].
La tarea que HernĆ”ndez Arregui emprendiĆ³ fue, ateniĆ©ndonos a sus palabras, “la construcciĆ³n de una imagen del paĆs opuesta a la visiĆ³n europeĆsta de la cultura”. Este propĆ³sito racional se cimentaba en un sentimiento de amor e identificaciĆ³n con el interior, con el arte popular, con la realidad profunda del continente en la que germinaba “la autoconciencia de la naciĆ³n”. Frente al “engendro espiritual” del paĆs enajenado, sostenĆa que “sĆ³lo una filosofĆa independiente de Europa puede interrogar y traducir la realidad nacional en gestaciĆ³n”. Lo planteaba en futuro, pues los pueblos colonizados sĆ³lo podĆan dar “una filosofĆa bastarda, superflua, marginal”. Pero el espĆritu nacional vivĆa en las masas, y los intelectuales debĆan beber de esas fuentes para producir “un pensamiento original” [24].
Con intenciĆ³n semejante, Astesano se empeƱarĆa en elaborar una sĆntesis comprensiva de la historia de AmĆ©rica, retomando la preocupaciĆ³n de Darcy Ribeiro por centrar en esta realidad el enfoque de la evoluciĆ³n social universal.
La revisiĆ³n histĆ³rica
Otro aporte perdurable de estos autores fue la reinterpretaciĆ³n de la historia argentina en el contexto sudamericano, refutando ante todo la historiografĆa liberal mitrista y sus versiones de izquierda, pero discrepando tambiĆ©n con el revisionismo rosista.
Siendo diputado, Cooke habĆa impugnado el falseamiento oligĆ”rquico del pasado como cobertura de “la tremenda entrega econĆ³mica del paĆs”, resaltando el sentido de la batalla ideolĆ³gica para establecer la verdad y reivindicar las luchas y los caudillos de las masas populares contra los dogmas histĆ³ricos y econĆ³micos que servĆan al imperialismo [25].
Ramos arguĆa la filiaciĆ³n hispĆ”nica del liberalismo de la revoluciĆ³n de Mayo, fruto de la escisiĆ³n de “las dos EspaƱas” y -citando a PuiggrĆ³s y JosĆ© MarĆa Rosa- reivindicaba el Plan de Operaciones de Moreno, expresiĆ³n del “jacobinismo sin burguesĆa” que resultĆ³ derrotado en el reflujo contrarrevolucionario. ExponĆa la centralidad del conflicto entre el interior mediterrĆ”neo y los intereses mercantiles porteƱos, dilema ante el cual el litoral ganadero vacilarĆa pactando con la ciudad-puerto. Justificaba la rebeliĆ³n de Artigas, asĆ como a las montoneras y los caudillos gauchos, enfrentando a los unitarios rivadavianos; denunciaba la creaciĆ³n del Estado-tapĆ³n del Uruguay como parte de las agresiones neo-colonialistas, y juzgaba con cierto equilibrio el rol de Rosas: aunque “rechazĆ³ las exigencias del comercio importador y del capital extranjero”, no logrĆ³ “una nueva base de sustentaciĆ³n acorde con el desarrollo mundial del capitalismo”, pues su nacionalismo estaba condicionado por la clase saladerista en cuyos lĆmites se movĆa [26].
Vivian TrĆas, comparando la polĆtica agraria y las ideas econĆ³micas de Rosas con las de Artigas, coincidĆa en marcar esa limitaciĆ³n del rosismo que, no obstante jaquear y combatir con eficacia la “satelizaciĆ³n colonial”, no logrĆ³ romper la dependencia de los estancieros respecto a los intereses britĆ”nicos, incubando asĆ su propia derrota [27].
Astesano, menos reticente, desarrollĆ³ la nociĆ³n de Ramos de que Rosas “fue la primera expresiĆ³n capitalista en la Argentina” y lo caracterizĆ³ como pionero de una burguesĆa nacional, propulsor de un capitalismo basado en la organizaciĆ³n productiva de la estancia, el trabajo asalariado, el desarrollo del transporte fluvial y la protecciĆ³n de las economĆas regionales [28].
Astrada, aunque se refiriĆ³ con desdĆ©n a los caudillos federales y censuraba sin ambages a Rosas, hacĆa una importante salvedad:
“Caseros, en la petit histoire argentine, es la Troya -por lo del caballo- de la frustraciĆ³n argentina, pues es necesario disociar entre la caĆda inevitable y necesaria de Rosas, y la instrumentaciĆ³n de ella, digitada por el extranjero y en beneficio de los intereses forĆ”neos” [29].
El relato de Ramos sobre la etapa de la “organizaciĆ³n nacional” exhibĆa las defecciones de Urquiza y las agresiones de Mitre contra el interior y el Paraguay, apoyĆ”ndose en Alberdi. Matizaba el retrato del “loco” Sarmiento reconociendo su “amor por la cultura”, aunque este sanjuanino “transigiĆ³ sistemĆ”ticamente con la oligarquĆa porteƱa para poder vivir y expre-sarse”. Era benevolente con Avellaneda por su simpatĆa con las posturas industrialistas, y sobre todo con Julio A. Roca, a quien describĆa como lĆder de una reacciĆ³n de los grupos burgueses provincianos, que hizo un gobierno laicista y progresista, si bien terminarĆa “incrustado” en el sistema oligĆ”rquico [30].
Spilimbergo compartĆa la visiĆ³n de Ramos, y Alfredo Terzaga fue aĆŗn mĆ”s entusiasta en su biografĆa de Roca. Sin embargo, esta interpretaciĆ³n era rechazada por otros autores. HernĆ”ndez Arregui coincidĆa con Ramos acerca del influjo del liberalismo espaƱol en la emancipaciĆ³n y el juicio sobre Rosas, pero discrepĆ³ con su versiĆ³n del roquismo: “Roca, en Ćŗltima instancia, fue absorbido por la oligarquĆa y nunca dejĆ³ de ser su representante” [31].
PuiggrĆ³s ahondĆ³ en una amplia revisiĆ³n de la historia argentina y de la regiĆ³n del Plata, incluyendo la conquista y la colonizaciĆ³n espaƱola. Su caracterizaciĆ³n del sistema econĆ³mico de la colonia como “feudal” lo involucrĆ³ en una resonante polĆ©mica con AndrĆ© Gunder Frank y otros historiadores de izquierda, que si contribuyĆ³ a elucidar los modos de producciĆ³n en la formaciĆ³n americana, tambiĆ©n mostraba las dificultades de las categorĆas clĆ”sicas marxianas para explicar la dualidad colonial.
El cuadro que trazĆ³ PuiggrĆ³s de la revoluciĆ³n de 1810 hacĆa hincapiĆ© en el Plan de Moreno y la lucha federal de Artigas. Su anĆ”lisis de la contradicciĆ³n del interior con el puerto y de las guerras civiles no se apartaba demasiado del revisionismo nacionalista, pero sus apreciaciones sobre Rosas establecĆan sensibles distancias: el federalismo rosista, decĆa, no fue mĆ”s allĆ” de la defensa de la autonomĆa de la provincia que poseĆa el puerto Ćŗnico, instrumento del avasallamiento de las demĆ”s; el dictador tiranizĆ³ al pueblo, reduciendo el presupuesto de la educaciĆ³n para aumentar el de la policĆa; “la patria de Rosas no era la naciĆ³n sino la estancia”. En cuanto al “roqui-juarismo”, juzgaba que su liberalismo anticlerical no podĆa disimular que “practicĆ³ la polĆtica de los grandes terratenientes y del capital extranjero” [32].
La unidad sudamericana
Una idea medular en esta corriente es la uniĆ³n de toda la AmĆ©rica al sur del rĆo Bravo. La proposiciĆ³n de Ugarte era refundar la naciĆ³n -que Ć©l preferĆa llamar iberoamericana- mediante la unificaciĆ³n y la liberaciĆ³n de nuestros pueblos:
"Ha llegado la hora de realizar la segunda independencia. Nuestra AmĆ©rica debe cesar de ser rica para los demĆ”s y pobre para sĆ misma. IberoamĆ©rica pertenece a los iberoamericanos" [33].
Recuperando el discurso de Ugarte, Ramos planteaba la reintegraciĆ³n de la patria sudamericana, por sobre las nacionalidades “provinciales” en que se dividiĆ³:
"La historia de los argentinos se desenvuelve sobre un territorio que abrazĆ³ un dĆa la mitad de AmĆ©rica del Sur”. “Somos un paĆs porque no pudimos integrar una naciĆ³n y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos". "La NaciĆ³n, que hasta 1810 era el conjunto de AmĆ©rica hispana, y en cierto sentido, tambiĆ©n EspaƱa, se disgrega en una polvareda difusa de pequeƱos estados”. “En el siglo que presencia el movimiento de las nacionalidades, la AmĆ©rica indo-ibĆ©rica pierde su unidad nacional. (...) un acto de reposesiĆ³n de nuestro pasado histĆ³rico, serĆ” el primer paso de nuestra revoluciĆ³n. El proletariado latinoamericano del siglo XX se ha convertido en el heredero de todas las tareas nacionales que la historia dejĆ³ sin resolver" [34].
HernĆ”ndez Arreguiinvocaba la definiciĆ³n de BolĆvar: “nuestra AmĆ©rica es la patria de todos”, y afirmaba que "la unidad hispanoamericana no es un ideal, sino una comprobaciĆ³n histĆ³rica". El Ćŗnico nacionalismo legĆtimo era el nacionalismo latinoamericano. Consecuente con la visiĆ³n de “la 'patria grande', descuartizada pero no disuelta", intentĆ³ un estudio abarcador de la misma, aunque confesaba haber tenido que limitar su ambiciĆ³n: “el tema de la AmĆ©rica hispĆ”nica desborda a un sĆ³lo escritor, y debe ser, dadas las actuales condiciones del continente, tarea de equipos universitarios coordinados de los diversos paĆses latinoamericanos”.
Ante los dilemas terminolĆ³gicos, HernĆ”ndez Arregui aplicaba la denominaciĆ³n AmĆ©rica latina -aĆŗn criticando su origen “afrancesado” y desechando una irreal “latinidad”- a la realidad econĆ³mica y polĆtica presente, y AmĆ©rica hispĆ”nica para designar la historia y cultura de estos pueblos (con la aclaraciĆ³n de que el adjetivo hispĆ”nica, al referirse a toda la antigua Hispania romana, comprende tambiĆ©n a Brasil por su herencia lusitana) [35].
PuiggrĆ³s, no obstante disentir con el concepto de una naciĆ³n latinoamericana preexistente tal como la definĆa Ramos, concordaba en la necesidad de la uniĆ³n, y volcĆ³ su interĆ©s por la problemĆ”tica comĆŗn de los paĆses del Ć”rea en numerosos artĆculos periodĆsticos. Atacando el sesgo economicista y liberal de los planes formulados por los burĆ³cratas de los organismos internacionales, sostenĆa que nuestra AmĆ©rica, “una y mĆŗltiple”, debĆa integrarse por la lucha de sus pueblos para lograr una sĆntesis revolucionaria superior.
“En AmĆ©rica Latina germina el Nuevo Mundo que fue hasta ahora profecĆa. Durante cuatro siglos pasĆ³ de un coloniaje a otro y se edificĆ³ como conglomerado desunido de campos de abastecimiento de Europa o de los Estados Unidos que recibĆan a cambio manufacturas, tĆ©cnicas, ciencia, filosofĆa y prototipos polĆticos. Hoy, brotes que se multiplican anuncian el fin de esos cuatro siglos de trasplantes...” [36]
Vivian TrĆas evocaba el proyecto visionario bolivariano, deduciendo que ya era hora de que “nos desprendamos de la balcanizaciĆ³n que el imperialismo nos impuso y pensemos a nuestro continente como una unidad desde todos los Ć”ngulos”. AtribuĆa al capitalismo inglĆ©s la fragmentaciĆ³n sudamericana y la creaciĆ³n de la repĆŗblica del Uruguay “desarraigĆ”ndola de las Provincias Unidas”. Si “la liberaciĆ³n econĆ³mica de nuestros paĆses no puede separarse de su asociaciĆ³n polĆtica, o sea, de su unidad nacional”, advertĆa que la integraciĆ³n tambiĆ©n podrĆa intrumentarse “para afianzar el subdesarrollo y la dependencia” [37].
Cooke vaticinaba la “revoluciĆ³n latinoamericana, integral”, relacionĆ”ndola con la tradiciĆ³n histĆ³rica de las luchas por la independencia:
“Una de las cosas que perdimos en Caseros fue la costumbre de escribir y pensar como latinoamericanos. BolĆvar, San MartĆn, Artigas, Moreno, Monteagudo, Rosas, etc., todos escribĆan y opinaban como ‘americanos’. DespuĆ©s de la caĆda de Rosas, eso terminĆ³: como semicolonias, los paĆses perdieron ese sentido americano. ReciĆ©n reapareciĆ³ con Yrigoyen, aunque sin poder pasar de su contenido romĆ”ntico y verbal a una acciĆ³n prĆ”ctica”.
Luego, recordaba, el gobierno de PerĆ³n “retomĆ³ el sentido de la AmĆ©rica Latina como unidad, y lo llevĆ³ a la prĆ”ctica en la medida que fue posible”; mĆ”s que los resultados, importaba el concepto de aquella orientaciĆ³n precursora, que en los aƱos ´60 habĆa madurado en los movimientos de liberaciĆ³n y se proyectaba en la experiencia de Cuba [38].
Los nacionalistas de izquierda apoyaron la RevoluciĆ³n Cubana y su llamado a la uniĆ³n continental contra el imperialismo, en un espectro de posiciones que iban desde la plena identificaciĆ³n de Cooke o de Walsh hasta las objeciones de Ramos, quien criticĆ³ algunas concepciones del Che Guevara y sobre todo el foquismo que pretendĆa trasladar la experiencia guerrillera a otros paĆses [39].
El Yrigoyenismo
ApoyĆ”ndose en los textos testimoniales de Ricardo Caballero sobre la composiciĆ³n social de los alzamientos revolucionarios radicales, Ramos recalcĆ³ los orĆgenes federales del movimiento, al que algunos de sus protagonistas veĆan como “una cruzada... que es el reverso de Caseros y de PavĆ³n”. Retrataba a HipĆ³lito Yrigoyen, nieto de mazorquero, “de estampa aindiada”, perseverante antimitrista, rodeado por hombres de prosapia federal provinciana como Elpidio GonzĆ”lez, conduciendo un torrente de “oscuros hijos del paĆs”: “las tendencias mĆ”s plebeyas de la sociedad argentina y tambiĆ©n mĆ”s criollas”, que convergĆan con “los hijos de la primera generaciĆ³n inmigratoria”. El austero desinterĆ©s de aquel caudillo habrĆa sido un arquetipo para “el moralismo pequeƱo burguĆ©s de las nuevas clases medias”, a la vez que personificaba ante los criollos sus virtudes tradicionales [40].
Spilimbergo sintetizĆ³ la definiciĆ³n del yrigoyenismo como una alianza de “clases medias y viejo criollaje federal” contra el poder oligĆ”rquico, al que obligaron a garantir el sufragio popular; fue asĆ “el primer partido orgĆ”nico y principista” de masas, con un programa centrado en hacer cumplir la ConstituciĆ³n [41].
Ramos (que en 1951 habĆa escrito bajo seudĆ³nimo una biografĆa laudatoria de Leandro Alem) explicaba el enfrentamiento de HipĆ³lito con su tĆo “por la irresistible propensiĆ³n de Leandro a combatir a Roca aliĆ”ndose con Mitre” y forzaba los argumentos para mostrar episĆ³dicas coincidencias entre Yrigoyen y Roca. Respecto a la estrategia de intransigencia y abstenciĆ³n, alternando con la revuelta armada, constataba su eficacia -y su carĆ”cter de escuela para seleccionar los cuadros- que mostraba a Yrigoyen como un habilĆsimo polĆtico.
“No ofrece ‘programitas’: ofrece un programa que para su Ć©poca es un programa revolucionario: se trata del derecho a votar y ser elegido en un paĆs donde un puƱado de ´notables´ habĆa terminado por imponer su voluntad exclusiva”.
Como la generalidad de sus colegas de la izquierda nacional, Ramos reconocĆa a Yrigoyen haber impulsado la Reforma Universitaria de 1918, aunque este movimiento renovador habĆa sido frenado por Alvear y mĆ”s adelante desvirtuado por las propias dirigencias estudiantiles. Pero seƱalaba los tropiezos del gobierno yrigoyenista ante la agitaciĆ³n obrera y, en definitiva, los lĆmites de su “nacionalismo agrario y popular”, que no cuestionĆ³ el modelo exportador oligĆ”rquico: a pesar de sus intenciones de reforma social y los avances en la polĆtica petrolera y ferroviaria, mantenĆa reticencias a emprender el desarrollo industrial; y a pesar de su polĆtica exterior autĆ³noma, neutralista y pacifista, de los gestos hacia los paĆses hermanos agredidos y su desconfiaza ante los Estados Unidos, en las relaciones con Gran BretaƱa el presidente Yrigoyen “no enfrentaba al Imperio”. Esta era su ambigĆ¼edad ante la oligarquĆa.
“SĆ³lo un nuevo movimiento nacional democrĆ”tico, cuyo protagonista fuera el proletariado argentino, podĆa llevar mĆ”s adelante la bandera de la revoluciĆ³n nacional...” [42]
En tĆ©rminos concordantes, HernĆ”ndez Arregui reconocĆa en el nacionalismo -“aunque vacilante”- de Yrigoyen, el antecedente inmediato de la causa que corporizĆ³ el peronismo.
PuiggrĆ³s analizĆ³ en el liderazgo de Yrigoyen la influencia formal del krausismo y su impronta moralista. En cuanto al gobierno, interpretaba que, a pesar de sus debilidades, el yrigoyenismo fue una expresiĆ³n antitĆ©tica a la colonizaciĆ³n capitalista del paĆs:
“Yrigoyen demostrĆ³ en la polĆtica exterior la firmeza que le faltĆ³ en la conducciĆ³n interna. En aquĆ©lla contĆ³ con el apoyo de un movimiento policlasista de oposiciĆ³n al imperialismo; en Ć©sta tuvo que optar en la lucha de clases y eligiĆ³ el camino del liberalismo burguĆ©s”.
AsĆ, la Semana TrĆ”gica lo alejĆ³ del movimiento obrero, y las matanzas de la Patagonia y del Chaco santafesino “lo enajenaron aĆŗn mĆ”s a la polĆtica de la oligarquĆa conservadora”. En cuanto al rumbo del partido tras la muerte del caudillo, denunciaba la traiciĆ³n de sus herederos, acotando que, como era frecuente en la historia, “la continuidad aparece por caminos imprevistos y de otro origen” [43].
El Peronismo
Ramos explicĆ³ al peronismo con la categorĆa de bonapartismo, basada en el anĆ”lisis de Marx sobre el rĆ©gimen de Luis Bonaparte: PerĆ³n, apoyado en el ejĆ©rcito, representaba los intereses histĆ³ricos de la burguesĆa industrial, aunque esta clase, “cobarde y caĆ³tica, inconsciente y semi-extranjera”, le fuera en su mayorĆa hostil. SegĆŗn una cita de Engels que traĆa a colaciĆ³n, tal modelo dictatorial sirve el interĆ©s de la burguesĆa, en contra de su voluntad y aĆŗn en oposiciĆ³n a ella, sin dejarle controlar los negocios.
Spilimbergo, Rivera y otros siguieron esta calificaciĆ³n, aunque el mismo Ramos le restĆ³ Ć©nfasis en la Ćŗltima versiĆ³n de su libro sobre la era peronista, quitando del tĆtulo el tĆ©rmino bonapartismo. No obstante, insistĆa en que el peronismo tuvo que subrogar a la burguesĆa nacional debido a la alineaciĆ³n oligĆ”rquica y colonial de la UIA (UniĆ³n Industrial Argentina) y la fragilidad del empresariado nucleado por la CGE (ConfederaciĆ³n General EconĆ³mica). La centralizaciĆ³n del poder y la verticalizaciĆ³n del aparato burocrĆ”tico, decĆa, fue necesaria para enfrentar las poderosas redes del sistema imperialista, pero al elevarse por encima de la sociedad e “independizarse de las fuerzas que le dieron origen”, PerĆ³n impidiĆ³ la organizaciĆ³n de su propio movimiento y no pudo contar con un frente de partidos nacionales que apoyaran su programa, frustrando la posibilidad de crear una “democracia revolucionaria” [44].
HernĆ”ndez Arregui admitiĆ³ con reservas la utilidad de la categorĆa de bonapartismo. En el primer gobierno peronista veĆa la realizaciĆ³n de la RevoluciĆ³n Nacional, “bajo la forma de una democracia autoritaria de masas”, que no era sino la combinaciĆ³n que Mao describĆa como “democracia dentro del pueblo” y “dictadura sobre la reacciĆ³n”. Una revoluciĆ³n sostenida por el “proletariado nacional”, que habĆa participado del poder polĆtico por primera vez en la historia argentina. El peronismo era “el partido nacional de la clase obrera”, aunque su sobrevivencia dependĆa de que pudiera resolver la contradicciĆ³n entre “la conducciĆ³n polĆtica no obrera y la base de masas proletaria” [45].
PuiggrĆ³s —dejando de lado la definiciĆ³n de bonapartismo, en razĆ³n de su “dudosa exactitud histĆ³rica”— explicĆ³ al peronismo como resultado del crecimiento de las fuerzas productivas en la Argentina, en contradicciĆ³n con el carĆ”cter dependiente de la economĆa, y en particular por la necesidad del desarrollo industrial, a la par de la maduraciĆ³n de la experiencia obrera y “el despertar de una conciencia nacional antimperialista entre los intelectuales y en las filas del EjĆ©rcito”. Las nacionalizaciones habĆan impulsado el “capitalismo de Estado”, que sin ser la socializaciĆ³n “trae en sus entraƱas elementos de socialismo”. El contenido de clase del Estado se modificĆ³, a pesar de que faltĆ³ consumar la reforma agraria. El Estado justicialista estableciĆ³ “un equilibrio inestable y provisorio entre la burguesĆa y el proletariado”, como una etapa de transiciĆ³n. La conjunciĆ³n de clases distintas era, a la vez, la fuerza y la debilidad del peronismo. PerĆ³n habĆa errado al dar por implantada “la economĆa social” y declarar cumplida la revoluciĆ³n, cuando mĆ”s necesitaba del apoyo combativo de las masas para que no fracasara [46].
Astrada exaltĆ³ el 17 de octubre como la irrupciĆ³n del pueblo, ”los hijos de Fierro”, en la plaza pĆŗblica, en un contexto que relegĆ³ a la oligarquĆa por una dĆ©cada; pero el proletariado, “carente de conciencia de clase”, “habĆa sido vĆctima de un ominoso paternalismo” y los dirigentes convirtieron al movimiento peronista en “una verdadera olla de grillos” [47].
Cooke consideraba que el peronismo era “en esencia” nacionalista y socialmente revolucionario -el “hecho maldito de la polĆtica del paĆs burguĆ©s” que, jugando con las propias reglas del sistema, desnudaba la falsedad demoliberal-, y apuntaba su penetrante “crĆtica de la razĆ³n burocrĆ”tica” contra la dirigencia polĆtica y sindical que lo entorpecĆa y desviaba de sus objetivos [48]. Claro que la apuesta de Cooke chocaba con el propio PerĆ³n y el grueso del movimiento, a los que no iba a lograr convencer de que su destino era la revoluciĆ³n socialista.
En Walsh podemos leer una precisa caracterizaciĆ³n del gobierno del peronismo como una “tentativa de ruptura” con la sujeciĆ³n imperialista: un Estado popular que defendĆa a la clase trabajadora, en el cual se desarrollĆ³ un “ala burguesa”, la “nueva burguesĆa en asenso”, a la par de “esa enfermedad parasitaria del Movimiento peronista, la burocracia”, que luego, bajo el Estado reaccionario, terminarĆa convirtiĆ©ndose -particularmente los jerarcas sindicales- en otra expresiĆ³n del imperialismo [49].
El papel del ejƩrcito
En la secuencia de las luchas nacionales que reivindicaban los nacionalistas de izquierda, la participaciĆ³n militar habĆa sido decisiva. Libertadores, caudillos federales, revolucionarios radicales y primeras figuras del peronismo fueron hombres de armas. A la luz de esa historia, era esperable que la RevoluciĆ³n Nacional contara con respaldos en las instituciones armadas.
HernĆ”ndez Arregui afirmaba que en los paĆses dependientes el ejĆ©rcito podĆa cumplir una funciĆ³n anticolonialista, como fue el caso del peronismo, el nasserismo y otros procesos del Tercer Mundo. El nacionalismo del ejĆ©rcito era consustancial a su funciĆ³n profesional y geopolĆtica, y por eso salieron de Ć©l decididos industrialistas como Manuel Savio, Enrique Mosconi y Alonso Baldrich. Aunque el temor al comunismo fue introducido en sus filas para “desbaratar el entendimiento histĆ³rico” entre el poder militar y los trabajadores, habĆa una “tradiciĆ³n popular hispanoamericana de nuestros ejĆ©rcitos emancipadores” y en la Argentina se daban las condiciones para “un reencuentro entre el ejĆ©rcito y el proletariado” [50].
Al tratar diversos momentos de la historia militar, Ramos enaltecĆa una tradiciĆ³n nacional y popular en el seno de la instituciĆ³n, sin dejar de contraponerla a las infamias, la imbecilidad o la venalidad de los generales de la oligarquĆa. Relataba tambiĆ©n que, dentro del Estado peronista, el ejĆ©rcito jugĆ³ como actor directo en los planes para desarrollar una industria pesada, aunque despuĆ©s de 1955 fue “diezmado” para ponerlo al servicio del sistema oligĆ”rquico [51].
En la dĆ©cada de los ‘60, Cooke llegĆ³ a la conclusiĆ³n de que era inĆŗtil esperar una rectificaciĆ³n de los militares argentinos:
“Desde 1955, el ejĆ©rcito es un partido mĆ”s, el partido continuo del rĆ©gimen, el partido con la mĆ”xima capacidad de violencia en una fase histĆ³rica en que la institucionalidad democrĆ”tica-representativa no funciona y todo es acciĆ³n directa”.
Desalentando el seguidismo pero tambiĆ©n el anti-militarismo de ciertos sectores, Cooke aƱadĆa que “nadie podrĆ” convencerme de que el ejĆ©rcito de San MartĆn y de Dorrego es tambiĆ©n el ejĆ©rcito del Conintes y las torturas o la represiĆ³n, o que la gloria que nuestros antepasados conquistaron con la lanza cubra ahora el manejo de la picana o se empaƱe por la actividad represiva de ahora” [52].
Walsh, cuya obra literaria y denuncialista panteĆ³ los dilemas que atravesaba la profesiĆ³n militar al enfrentarse con el pueblo, optĆ³ al fin, igual que Cooke, por el proyecto de construir otro ejĆ©rcito, una fuerza armada popular para emprender la revoluciĆ³n.
Como un eco tardĆo, las expectativas sobre un reencuentro de los militares con el pueblo resurgieron confusamente en 1982, en la agonĆa del Proceso, con motivo de la recuperaciĆ³n de las Malvinas. Ramos, Siplimbergo y Astesano expresaron su apoyo a esa “gesta”, justificando la distinciĆ³n entre el rĆ©gimen dictatorial y los intereses histĆ³ricos del paĆs [53].
Las raĆces criollas e indĆgenas
Astrada contestĆ³ las “deformaciones” de la visiĆ³n oligĆ”rquica acerca de los pueblos indios, atribuyĆ©ndolas al designio de justificar “la campaƱa de exterminio” que culminĆ³ con la “conquista del desierto”. El programa que avizoraba, para adaptar y aplicar los frutos de la cultura europea a la sociedad latinoamericana, requerĆa considerar
“que este aporte viene a sedimentarse sobre los restos de las culturas aborĆgenes y su aĆŗn perviviente soporte humano; culturas y formas sociales desintegradas, pero no del todo extinguidas. Su aliento telĆŗrico y sugestiĆ³n aĆŗn persisten e influyen, directa o indirectamente, en la vida, usos, costumbres y hasta en la orientaciĆ³n cultural de nuestras actuales comunidades".
En la filosofĆa de Astrada, la identidad y el destino argentinos estaban cifrados en el gaucho, que fue “una clase social, vinculada por la mezcla de sangre con las razas aborĆgenes”, eslabĆ³n entre el indio y el criollo -es decir, el hombre culturalmente mestizo-, metamorfoseado hoy en el sector mayoritario del pueblo. Su profecĆa era que “el gaucho vengarĆ”, a la corta o a la larga, al aborigen destruĆdo, ya que lleva tambiĆ©n su sangre”, contribuyendo a integrar a los sobrevivientes de esos pueblos [54].
Las disquisiciones de HernĆ”ndez Arregui sobre el ser nacional hablaban de “calar en las culturas indĆgenas” y “reivindicar a las poblaciones nativas”. Los ejemplos de “superior espĆritu revolucionario” en “paĆses de fuerte ascendencia aborigen y mestiza” como MĆ©xico, Paraguay, Bolivia, Cuba, rebatĆan “la fementida inferioridad de las masas indĆgenas”. ConcluĆa en que el problema Ć©tnico derivado de la existencia de distintas razas era real, pero la soluciĆ³n era social, en la medida en que madurara la conciencia del “proletariado latinoamericano” [55].
Descartando la visiĆ³n liberal de la “excepcionalidad argentina” en AmĆ©rica, PuiggrĆ³s partĆa del estudio de las sociedades indĆgenas en las que se asentĆ³ la estructura colonial, explicaba la matriz de nuestra sociedad en torno al mestizaje racial y cultural, analizaba el origen de los gauchos, y destacaba las insurrecciones indias y la participaciĆ³n de las castas en armas como factores de las contradicciones de clases que condujeron a la revoluciĆ³n independentista [56].
Tal como otros nacionalistas, estos autores observaban que la inmigraciĆ³n europea masiva, que en Argentina se concentrĆ³ en el litoral dominante, habĆa interrumpido la transmisiĆ³n oral de las tradiciones autĆ³ctonas en las familias, favoreciendo la operaciĆ³n pedagĆ³gica racista y “desnacionalizadora” del positivismo oligĆ”rquico sobre las clases medias.
Astesano asumĆa que, tras “medio milenio de avasallamiento europeo” en el cual la historia americana fue escrita por intelectuales que tenĆan “sus pies en nuestra tierra y su cabeza en Europa“, “no contamos todavĆa con un pensar ni un lenguaje propio, que nos permita encarar el problema indĆgena en toda su profundidad”. Su intento por llenar ese vacĆo lo llevĆ³ a explorar el pasado remoto de la naciĆ³n indoamericana, sus hilos de continuidad en el mestizaje de la colonia y la significaciĆ³n de los proyectos de los patriotas de la independencia, en particular el de la monarquĆa incaica propuesta por Belgrano, sugiriendo que en esta direcciĆ³n se abrĆa la posibilidad de profundizar la conciencia de una nueva nacionalidad americana [57].
Trascendencias y balance
Las formulaciones de los fundadores del nacionalismo de izquierda tenĆan las virtudes y defectos propios de su carĆ”cter comprometido. Si ofrecĆan ciertos flancos dĆ©biles por su esquematismo, poseĆan el vigor de la utopĆa y ejercĆan un eficaz sentido crĆtico. Sus tesis incidieron en las rupturas que sufrieron los socialistas y comunistas, y no fueron ajenas al surgimiento de las llamadas “nuevas izquierdas” [58]. Influyeron en importantes sectores del peronismo y en el lĆder del movimiento, que apreciĆ³ la contribuciĆ³n de algunos de sus exponentes. TambiĆ©n nutrieron los planteos ideolĆ³gicos de las organizaciones armadas que aparecieron a lo largo de la dĆ©cada de 1960 -incluso las que no se vinculaban con el peronismo-, aunque pocos de ellos habĆan propiciado la guerra revolucionaria.
Los nacionalistas de izquierda concebĆan la revoluciĆ³n ante todo como insurrecciĆ³n popular. HernĆ”ndez Arregui, que habĆa confiado en que una fracciĆ³n del ejĆ©rcito cumpliera el papel de vanguardia del levantamiento del pueblo, apoyĆ³ la lucha armada contra la dictadura militar, no asĆ contra el gobierno de 1973. PuiggrĆ³s veĆa las acciones de la guerrilla como parte de un proceso de eclosiones sociales que debĆa converger hacia un “poder revolucionario popular centralizado”. Ramos, en cambio, se pronunciĆ³ enfĆ”ticamente contra la “actividad terrorista” de los “grupos pequeƱo-burgueses armados” [59].
Tras los virajes histĆ³ricos de la Ćŗltima dĆ©cada del siglo XX, algunas aristas del nacionalismo de izquierda perdieron actualidad. La fe en el avance inexorable del socialismo ha sido sustituĆda en gran parte por una nueva confianza en la profundizaciĆ³n de la democracia. Con la reducciĆ³n y dispersiĆ³n de las clases obreras, decayĆ³ su papel de vanguardia del cambio social. La opciĆ³n revolucionaria del peronismo fue aplastada por la reacciĆ³n interna y externa al mismo. La revoluciĆ³n violenta no es considerada ya como Ćŗnica vĆa por las izquierdas y los movimientos populares, y las expectativas en cualquier soluciĆ³n dictatorial o militar resultan inadmisibles.
Sin embargo, la conquista de la autonomĆa nacional en el marco de la integraciĆ³n sudamericana ha llegado a ser un axioma de los discursos polĆticos, en Ć©ste y en los demĆ”s paĆses del continente. La renovaciĆ³n del revisionismo histĆ³rico y la crĆtica de las corrientes ideolĆ³gicas argentinas, que mostraron por un lado las causas del desarraigo y los fracasos del progresismo liberal y las izquierdas tradicionales, y por otro lado el encadenamiento de los movimientos nacionales de masas que caracterizan nuestra historia, siguen teniendo vigencia polĆ©mica. La reivindicaciĆ³n de las huellas de los pueblos originarios en la cultura que vivimos, asĆ como la postulaciĆ³n de un pensamiento propio, orientador de las mayorĆas populares, son desafĆos alrededor de los cuales todavĆa podemos leer con interĆ©s lo que estos hombres escribieron.
La recapitulaciĆ³n de las obras citadas nos deja la impresiĆ³n de que partes sustantivas de sus afirmaciones -pese al revival global del liberalismo y las evoluciones e involuciones en las nuevas izquierdas- se han incorporado al sentido comĆŗn de la cultura polĆtica mayoritaria, o al menos de un sector significativo de la misma, y contienen incitantes sugerencias para proseguir reflexionando. Como provisoria conclusiĆ³n, nuestra hipĆ³tesis es que la trascendencia del nacionalismo de izquierda ha sido mayor que el menguado reconocimiento que recibieron hasta ahora sus ideĆ³logos.
Publicado en Hugo Biagini y Arturo AndrƩs Roig (Comp.), El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX, tomo II , Buenos Aires, Biblos, 2006.
NOTAS
1 Entendemos que el concepto de SudamĆ©rica es mĆ”s apropiado ?y mĆ”s congruente con el sentido del nacionalismo de izquierda? que el de “AmĆ©rica latina”, aunque los autores que consideramos utilizaban con frecuencia este Ćŗltimo.
2 L. Incisa, “Nacionalismo” en N. Bobbio y N. Matteucci, Diccionario de polĆtica, 1986. E. J. Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1870, 1991.
3 Ver H. Chumbita, “El americanismo de los revolucionarios de 1810” en Ciudadanos N° 5, Buenos Aires, OtoƱo de 2002.
4 Empleamos el tĆ©rmino populismo con un significado prĆ³ximo al de Ernesto Laclau en PolĆtica e ideologĆa en la teorĆa marxista, 1978, como un modo de apelaciĆ³n a movilizar al conjunto del pueblo, por sobre las clases, para enfrentar al poder establecido.
5 A. Jauretche, F.O.R.J.A. y la dƩcada infame, 1962.
6 J. Ingenieros, SociologĆa argentina [1913-18].
7 N. Galasso, La izquierda nacional y el FIP, 1983.
8 Nos referimos a los forjistas Jauretche y Scalabrini Ortiz, el historiador JosĆ© MarĆa Rosa, el constitucionalista Arturo Sampay, el filĆ³sofo Rodolfo Kusch, e incluso a Leopoldo Marechal, Rogelio GarcĆa Lupo, Alberto Methol FerrĆ© (proveniente del nacionalismo “blanco” de Luis Alberto de Herrera), el sociĆ³logo brasileƱo Helio Jaguaribe, et al.
9 J. J. HernĆ”ndez Arregui, Nacionalismo y liberaciĆ³n, 1969, p. 68-71, 31 y ss.
10 R. PuiggrĆ³s, Historia crĆtica de los partidos polĆticos argentinos, 1986, p. 30-31; El proletariado en la revoluciĆ³n nacional, 1958, p. 41 y ss.
11 J. A. Ramos, La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 109 y ss.
12 J. E. Spilimbergo, Juan B. Justo y el socialismo cipayo, s/d, p. 45, 15, 46-47; La revoluciĆ³n nacional en Marx, s/d.
13 Citas de Cooke en N. S. Redondo, El compromiso polĆtico y la literatura, 2001, p. 133 y ss.
14 HernĆ”ndez Arregui, Nacionalismo y liberaciĆ³n, 1969, apĆ©ndice.
15 PerĆ³n/Cooke, Correspondencia, 1984, p. 219.
16 PeriĆ³dico Azul y Blanco, en A. Methol FerrĆ©, La izquierda nacional en la Argentina, s/d, p. 39-42.
17 HernĆ”ndez Arregui, La formaciĆ³n de la conciencia nacional, 1973, p. 484-485; Nacionalismo y liberaciĆ³n, 1969, p. 97-100 y 189-198.
18 HernĆ”ndez Arregui, La formaciĆ³n de la conciencia nacional, 1973, p. 215. C. Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 151.
19 PuiggrĆ³s, El proletariado en la revoluciĆ³n nacional, 1958, p. 35-48.
20 E. B. Astesano, Nacionalismo histĆ³rico o materialismo histĆ³rico, 1972, p. 202-206.
21 M. Ugarte, La reconstrucciĆ³n de HispanoamĆ©rica, 1961, p. 9.
22 Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 1, 25, 75, 139 y ss, 85 y ss, 137.
23 PuiggrĆ³s, Historia crĆtica de los partidos polĆticos argentinos, 1986, p. 11, 16 y ss, 32 y ss.
24 HernĆ”ndez Arregui, La formaciĆ³n de la conciencia nacional, 1973, p. 50; QuĆ© es el ser nacional?, 1963, p. 260 y ss.
25 Homenaje a Adolfo SaldĆas (1949), en R. Gillespie, J. W. Cooke. El peronismo alternativo, 1989, p. 104-109.
26 Ramos, Las masas y las lanzas. 1810-1862 (vol. 1 de RevoluciĆ³n y contrarrevoluciĆ³n en la Argentina), 1973, p 19 y ss, 31 y ss, 75 y ss, 160 y ss.
27 V. TrĆas, Juan Manuel de Rosas, 1974, p. 99.
28 Ramos, Las masas y las lanzas, p. 149. Astesano, Rosas. Bases del nacionalismo popular, 1960.
29 Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 148.
30 Ramos, Del patriciado a la oligarquĆa. 1862-1904 (vol. 2 de RevoluciĆ³n y contrarrevoluciĆ³n en la Argentina), 1973, p. 171 y ss.
31 HernĆ”ndez Arregui, La formaciĆ³n de la conciencia nacional, 1973, p. 480-481.
32 PuiggrĆ³s, Rosas, el pequeƱo, 1944; Historia crĆtica de los partidos polĆticos argentinos, 1986, p. 137.
33 Ugarte, La reconstrucciĆ³n de HispanoamĆ©rica, 1961, p. 17.
34 Ramos, Las masas y las lanzas, 1973, p. 17-18.
35 Hernandez Arregui, ¿QuĆ© es el ser nacional?, 1963, p. 23, 9, 33-34.
36 PuiggrĆ³s, AmĆ©rica Latina en transiciĆ³n, 1970; IntegraciĆ³n de AmĆ©rica Latina. Factores ideolĆ³gicos y polĆticos, 1965.
37 TrĆas, Juan Manuel de Rosas, 1974, p. 11; El imperialismo en el RĆo de la Plata, s/d, p. 11-12; Imperialismo y geopolĆtica en AmĆ©rica Latina, 1989, p. 273 y ss.
38 PerĆ³n/Cooke, Correspondencia, 1984, p. 220.
39 Ramos, La lucha por un partido revolucionario, p. 93 y ss; La era del peronismo, s/d, p. 244-246, 251 y ss.
40 Ramos, La bella Ć©poca. 1904-1922 (vol. 3 de RevoluciĆ³n y contrarrevoluciĆ³n en la Argentina) 1973, p. 64 y ss, 116 y ss, 222 y ss.
41 Spilimbergo, Historia crĆtica del radicalismo, 1974; Juan B. Justo o el socialismo cipayo, s/d, p. 90-91.
42 Ramos, La bella Ć©poca, 1973, p. 118, 258 y ss, 272 y ss; El sexto dominio. 1922-1943 (vol.4 de RevoluciĆ³n y contrarrevoluciĆ³n en la Argentina), 1973, p. 75-113.
43 PuiggrĆ³s, El yrigoyenismo, 1974, p. 73 y ss, 69, 211, 78.
44 Ramos, La era del bonapartismo. 1943-1972 (vol. 5 de RevoluciĆ³n y contrarrevoluciĆ³n en la Argentina), 1973, p. 182; La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 15-17; La era del peronismo, s/d, p. 101 y ss, p. 136-137.
45 HernĆ”ndez Arregui, La formaciĆ³n de la conciencia nacional, 1973, p. 397 y ss, Nacionalismo y liberaciĆ³n, 1969, p. 297 y ss; ¿QuĆ© es el ser nacional?, 1963, p. 267.
46 PuiggrĆ³s, El proletariado en la revoluciĆ³n nacional, 1958, p. 51-77.
47 Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 118-119.
48 Cooke, Peronismo y revoluciĆ³n, 1971.
49 R. Walsh, Caso Satanowsky, 1973, p. 169 y ss.
50 HernĆ”ndez Arregui, La formaciĆ³n de la conciencia nacional, 1973, p. 487-490, 39,
51 Ramos, La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 60-67; La era del peronismo, s/d, p. 109-111, 177.
52 Conferencia del 4 de diciembre de 1964, en R. Baschetti, Documentos de la Resistencia Peronista 1955-1970, 1988, p. 187.
53 Ramos, La era del peronismo, s/d, p. 297 y ss. Astesano, La naciĆ³n indoamericana, 1985, p. 4.
54 Astrada, El mito gaucho, 1948, p. 12 y ss, 137, 39-40.
55 HernĆ”ndez Arregui, ¿QuĆ© es el ser nacional?, 1963 , p. 23 y ss, 244 y ss.
56 PuiggrĆ³s, De la colonia a la revoluciĆ³n, 1957, p. 65 y ss, 154 y ss, 256 y ss.
57 Astesano, La naciĆ³n indoamericana, 1985, p. 3; Juan Bautista de AmĆ©rica, 1979.
58 Ver O. TerĆ”n, Nuestros aƱos sesentas, 1993, aunque su anĆ”lisis no distingue a la izquierda nacionalista como corriente y la engloba en la “nueva izquierda intelectual”.
59 Ver Galasso, J. J. HernĆ”ndez Arregui: del peronismo al socialismo, 1986, p. 199 y ss. PuiggrĆ³s, AdĆ³nde vamos, argentinos, 1972, p. 209-210. Ramos, La era del peronismo, s/d, p. 251-254.
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