Hugo Chumbita | Patria y Revolución: La Corriente Nacionalista de Izquierda





La corriente nacionalista de izquierda en la que nos centraremos aquí, denominada también izquierda nacional o marxismo nacional, surgió en la Argentina a mediados del siglo XX. Sus fundadores replantearon la interpretación de la historia y la cultura nacional con una perspectiva revolucionaria, americanista y socialista, cuestionando la visión liberal eurocéntrica predominante y su influencia en la izquierda tradicional. La inevitable dificultad que se presenta al circunscribir el corpus de estas ideas al Ômbito de nuestro país, es que los orígenes y las proyecciones de las mismas atraviesan el conjunto de la región, en tanto postulan un nacionalismo de dimensión sudamericana [1].

Sus propuestas militantes -reflexión para la acción, “para transformar el mundo”- reflejaron en general el espĆ­ritu revolucionario del siglo pasado, y en particular los cambios sociales que introdujeron en nuestras latitudes el peronismo y otros movimientos cercanos. Pese a su recepción marginal en medios acadĆ©micos, en la dĆ©cada de 1960 alcanzaron predica­mento en sectores intelectuales y populares de la Argentina y continuaron incidiendo en los debates teóricos y polĆ­ticos posteriores.

Si bien puede considerarse que esta vertiente del nacionalismo de izquierda se inserta en el cauce mĆ”s amplio de una corriente nacional y popular, en nuestro trabajo la delimitamos ciƱƩndonos a los autores que se reconocĆ­an como marxistas, en el perĆ­odo -anterior a 1989- en que la gravitación del mito de la Revolución Rusa y la confrontación de posiciones acerca del “socialismo real” acentuaban el carĆ”cter definitorio de tal adscripción.

Se trata entonces de la confluencia de dos tradiciones ideológicas diferentes, el nacionalismo y el marxismo, que segĆŗn los patrones de la cultura polĆ­tica occidental resultaban antitĆ©ticos. Nuestra aproximación al asunto requiere precisar tales conceptos y esbozar al menos la trama de antecedentes históricos en la que se inscribe esta lĆ­nea de pensamiento, antes de referirnos a sus exponentes y sus tesis principales.  

El nacionalismo

En general, nacionalismo es la doctrina de la autonomĆ­a de una colectividad que reivindica sus derechos, su integridad y sus valores culturales; que puede traducirse en proyectos y polĆ­ticas, y que por lo comĆŗn se manifiesta entrelazada con otros sistemas ideológicos: precisamente, nos interesa tomar en cuenta esas asociaciones del nacionalismo con otras tendencias en el devenir de las luchas polĆ­ticas argentinas [2].     

La emancipación de las colonias hispanoamericanas estuvo signada por el liberalismo y un embrionario nacionalismo, en aquel momento histórico en el que ambas concepciones se entrelazaban. Los patriotas jacobinos y los grandes conductores militares de la revolución apelaron a una identidad criolla e indiana, intentaron liberar y elevar a las masas populares -las castas- y proyectaron construir una nación en el continente sudamericano [3].

El federalismo de los caudillos que movilizaron a las masas rurales en el Ć”mbito del antiguo Virreynato del Plata fue la subsiguiente expresión de un nacionalismo americanista, que tendrĆ­a sus expositores en la generación de JosĆ© y Rafael HernĆ”ndez, Carlos Guido Spano, Olegario V. Andrade y otros. A la vez, el liberalismo europeĆ­sta de Domingo F. Sarmiento y otros miembros de la generación de 1837, que cristalizó como proyecto en 1880, se divorciaba del nacionalismo independentista al subordinar la organización del paĆ­s a su inserción en el dinamismo del capitalismo mundial, repudiando la “barbarie” americana y propiciando el trasplante de instituciones y poblaciones europeas.

Posteriormente, en el populismo [4] de Hipólito Yrigoyen confluyeron las supervivencias del nacionalismo de cuño federal y un programa democrÔtico que pugnó por rescatar del fraude oligÔrquico los contenidos republicanos de la Constitución liberal: su discurso re-unía así el nacionalismo y el liberalismo en forma anÔloga a la de los tiempos de la emancipación.

Desde comienzos del siglo XX se fue perfilando otro nacionalismo, en el que predominó la tendencia conservadora y católica, oponiendo las raĆ­ces hispanas y criollas al cosmopolitismo de la elite porteƱa y al aluvión de inmigrantes portadores de ideas anarquistas y marxistas. Su Ć­ndole autoritaria se manifestó en el golpe de estado de 1930, y cundió entre los militares mezclado con las concepciones estatistas y corporativistas que propagaban los movimientos fascistas europeos. Los historiadores de este nacionalismo “de derecha” revisaron la versión de los vencedores de Caseros, exaltando a Rosas y a los caudillos federales, e impugnaron las bases económicas, polĆ­ticas y jurĆ­dicas del modelo liberal implantado en el paĆ­s.

Por otra parte, en la dĆ©cada del ‘30 se manifestó una variante nacionalista, cuyo centro visible fue F.O.R.J.A. (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) con su plataforma democrĆ”tica, americana y antimperialista, denunciando la corrupción del coloniaje económico y reclamando el ejercicio de la soberanĆ­a popular. Marcando diferencias con los nacionalistas de derecha, Arturo Jauretche optaba por la autodenominación de “nacionales”. Los forjistas recorrieron un trayecto paradigmĆ”tico desde la intransigencia yrigoyenista hasta la disolución del grupo para incorporarse, casi todos, al peronismo [5].

Estas distintas expresiones nacionalistas -entre las cuales hubo importantes intercambios, oposi­ciones y continuidades- antecedieron al nacionalismo populista del peronismo, cuyo arraigo en el movimiento obrero atrajo a ciertos sectores de la izquierda.

La izquierda

La noción de iz­quierda, en sentido amplio, remite a un conjunto de ideas de cambio social que impugnan el statu quo; y en sentido mĆ”s estric­to, como la empleamos en el presente trabajo, se refiere a las de inspiración marxista.

La concepción del progreso histórico y las “etapas necesarias de desarrollo”, conforme al modelo de la evolución europea trazado por Marx, veĆ­a en el pleno desarrollo del capitalismo una condición inexcusable para llegar al socialismo. La causa socialista y su sujeto, la clase obrera, tenĆ­an que ser internacionalistas, pues la superación del rĆ©gimen capitalista sólo podĆ­a realizarse a escala mundial, trascendiendo las fronteras. La construcción del Estado nacional era “tarea de la burguesĆ­a”, y los proletarios “no tenĆ­an patria”.

Desde esta óptica, en los paĆ­ses mĆ”s atrasados resultaba prioritario erradicar los rĆ©moras feudales o precapitalistas para que prosperara el capitalismo. En la Argentina, los primeros ideólogos del socialismo marxista, y luego los comunistas, se guiaron por una interpretación histórica no muy diferente a la del liberalismo positivista, que despreciaba a las masas autóctonas y postulaba la europeización del paĆ­s. JosĆ© Ingenieros reformuló la dicotomĆ­a “civilización y barbarie” de Sarmiento en tĆ©rminos de “capitalismo versus feudalismo”, un esquema segĆŗn el cual los caudillos federales encarnaban el atraso feudal, mientras que el unitarismo rivadaviano, los liberales de la “organización nacional” y la generación del 80 habĆ­an sido los impulsores del progreso capitalista [6].

El marxismo reformista del Partido Socialista orientado por Juan B. Justo defendĆ­a el librecambio y veĆ­a como un factor de avance la penetración del capital extranjero. La base social de los socialistas y comunistas estaba compuesta en gran nĆŗmero por obreros inmigrantes, y su dependencia del liberalismo y el progresismo europeo les condujo a juzgar el nacionalismo populista de Yrigoyen como una perversión de la “polĆ­tica criolla” o a tacharlo de “fascistizante”.

Ahora bien, a partir de la teoría del imperialismo y la experiencia revolucionaria en Rusia, Lenin introdujo la distinción entre países capitalistas avanzados y países dominados, propugnando para éstos -en sus tesis de la III Internacional- un frente antimperialista con los sectores burgueses democrÔticos, en el cual los comunistas debían disputar el liderazgo preservando su independencia ideológica y organizativa. Desarrollando las ideas de Marx en un nuevo sentido, Lenin y Trotsky justificaban las luchas por la liberación y la identidad estatal-nacional de los pueblos sometidos [7].

Tales principios fueron mantenidos en tiempos de Stalin, que planteó ademĆ”s “el socialismo en un solo paĆ­s” e instrumentó el “internacionalismo proletario” en función de la polĆ­tica exterior soviĆ©tica. No obstante pues la tradición internacionalista, las posiciones antimperialistas del comunismo constituĆ­an una zona de coincidencia con el nacionalismo.

La izquierda nacionalista argentina, sin embargo, sólo se definió como tal en 1945, cuando el grueso de la nueva clase obrera adhirió a las apelaciones nacionales y las reformas sociales del peronismo, mientras los parti­dos comu­nista y socia­lista persistĆ­an en oponerse a aquel movimiento que veĆ­an como un engendro nazi-fascista.  

Los ideólogos

Entre los antecedentes o fuentes teóricas del nacionalismo de izquierda hay que tener en cuenta los aportes de JosĆ© Vascon­ce­los y otros intelectuales ligados a la Revolución Mexicana, asĆ­ como los de JosĆ© Carlos MariĆ”te­gui y el fundador del aprismo, VĆ­ctor RaĆŗl Haya de la Torre, quienes plantearon desde el PerĆŗ, con distintos enfoques, un enraizamiento del marxismo en la historia americana. AdemĆ”s, el exilio de Trotsky lo acercó al proceso revolucionario de MĆ©xico, y su propuesta de los “Estados Unidos Socialistas de AmĆ©rica Latina” movilizó a sus seguidores en varios paĆ­ses de la región.

En el nacionalismo de izquierda argentino confluyeron intelectuales y grupos de diversa procedencia, que se situaron dentro o “al lado” del movimiento peronista. Por otra parte, varios exponentes del pensa­mien­to nacional y popular compartieron importantes aspectos del mismo programa sin comulgar con su base u horizonte marxista [8].

Un precursor fue Manuel Ugarte (1878-1951), polĆ­tico, escritor y brillante publicista, expulsa­do del partido de Juan B. Justo, que sembró los fundamentos de un nacionalismo socialista iberoamericano para enfrentar al imperialismo norteamericano. Vinculado en un primer momento con JosĆ© Ingenieros y Leopoldo Lugones -que siguieron derroteros diferentes-, Ugarte dirigió el periódico La Patria (1915), difundió sus ideas viajando por los paĆ­ses del continen­te y editó sus principales libros en EspaƱa. Adhirió al peronismo en 1945 y fue embajador en MĆ©xico, Nicaragua y Cuba, si bien luego se apartó de esas funciones oficiales.

Carlos Astrada (1895-1970), aunque siempre rehusó coyundas partidarias, asumió críticamente el marxismo y en su obra filosófica elaboró una reflexión sobre la cultura argentina que permite ubicarlo como referente de un pensamiento nacional de izquierda. Tras abandonar la carrera de Derecho, su autoformación y sus eminentes estudios en Alemania le fueron reconocidos en el Ômbito académico. Adherente a la Reforma Universitaria de 1918 en Córdoba -aunque no al yrigoyenismo-, profesor en las universidades de La Plata y Buenos Aires, se acercó al gobierno de Perón y fue uno de los organizadores del Congreso de Filosofía de Mendoza en 1949. Ácido anticlerical, expulsado de sus cargos universitarios en 1956 y distanciado también del peronismo, en la década siguiente se identificó con el maoísmo.

Rodolfo Puiggrós (1906–1980), periodista y estudioso autodidacta, publicó sus primeros trabajos historiogrĆ”ficos cuando militaba en el Partido Comunista. Expulsado del mismo en 1946, dirigió el periódico Clase Obrera y la fracción Movimiento Obrero Comunista (MOC), que apuntaba a rectificar la lĆ­nea de la conducción del partido y reconocer la “Revolución Nacional” peronista. DespuĆ©s de 1955 postuló generar una fuerza proletaria dentro del peronismo. Profundizó sus investigaciones históricas y colaboró con Perón en las relaciones con otros movimientos latinoamericanos. Vinculado a la “tendencia revolucionaria”, fue rector-interventor de la Universidad de Buenos Aires en 1973, cargo al que debió renunciar cuando estallaron las contradicciones internas del peronismo gobernante, y tuvo que exiliarse en MĆ©xico.

Eduardo B. Astesano (1913-1991), afiliado al Partido Comunista, se graduó de abogado en 1946 en la Universidad del Litoral de Santa Fe, y siguió un camino similar al de Puiggrós. Miembro del grupo “autocrĆ­tico” de Rosario, que fue expulsado del partido en 1946, integró luego el MOC. Realizó una profusa labor periodĆ­stica, dirigió el periódico Relevo en los aƱos ´60, y en sus numerosos libros de revisión histórica contribuyó a abonar las tesis del nacionalismo de izquierda, con un especial acento indigenista en su Ćŗltima etapa. 

John William Cooke (1920-1968), militante juvenil radical, abogado, fue diputado nacional por el peronismo en 1946. Descollante orador, profesor de EconomĆ­a PolĆ­tica, allegado al revisionismo rosista, dirigió la revista De Frente y fue interventor reorganizador del Partido Peronista de la Capital Federal en 1955. Proscripto el movimiento, estuvo preso, fue delegado de Perón y dirigente de la resistencia en la clandestinidad, secundado por su sobresaliente compaƱera Alicia Eguren. SolidarizĆ”ndose con la Revolución Cubana, residió en La Habana y en 1964 volvió a la Argentina para promover el “ala revolucionaria” del movimiento. En sus notables textos de este perĆ­odo tendĆ­a a compatibilizar las propuestas del nacionalismo marxista con la “ortodoxia” comunista en función de un frente antimperialista continental.

Jorge Abelardo Ramos (1921-1994), activista del trotskismo, manifestó su apoyo crĆ­tico al peronismo desde 1945. Publicó el periódico Octubre, participó del grupo Frente Obrero, fue columnista del diario Democracia y en 1953 ingresó al Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN) que dirigĆ­a Enrique Dickmann. Gran polemista, escribió sus filosos ensayos y editó, con los sellos IndoamĆ©rica y CoyoacĆ”n, a una amplia gama de autores de la “lĆ­nea nacional”. Fundó en 1962 el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN) y en 1971 el Frente de Izquierda Popular (FIP). Tras la dictadura del Proceso estrechó lazos con el peronismo, formó el Movimiento Patriótico de Liberación y, en su Ćŗltima actuación polĆ­tica, traicionando sus propias ideas, acompañó al gobierno neoliberal de Menem como embajador en MĆ©xico.

Rodolfo Walsh (1927-1976), autor de una excepcional obra literaria y periodística, aunque no dejó ensayos doctrinarios, realizó singulares aportes intelectuales desde posiciones nacionalistas de izquierda. Simpatizante del nacionalismo tradicional en su juventud, cuentista y dramaturgo, investigó y denunció los fusilamientos de 1956 y otros crímenes políticos. Comprometido luego con la Revolución Cubana, contribuyó a organizar la agencia de noticias Prensa Latina. Dirigió el semanario de la central sindical CGT de los Argentinos, y se incorporó en tareas de difusión e inteligencia a las formaciones armadas del peronismo revolucionario.

Jorge Enea Spilimber­go (1928-2004), abogado y escritor de vasta cultura, siendo estudiante habĆ­a adherido a la Federación Juvenil Comunista. Colaborando con Ramos, integró el PSRN, el PSIN y el FIP. Ejerció el periodismo militante, publicó diversos ensayos y fue profesor de EconomĆ­a PolĆ­tica en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA entre 1973 y 1976. Alejado luego de Ramos, fundó el Partido de la Izquierda Nacional, que mantenĆ­a su independencia orgĆ”nica sin perjuicio de reconocer la identidad popular peronista.  

Juan JosĆ© Hernan­dez Arre­gui (1929-1974), que habĆ­a iniciado estudios de Derecho en Buenos Aires, se doctoró en filosofĆ­a en la Universidad de Córdoba en 1944. Enrolado en la intransigencia del sabattinismo cordobĆ©s, colaboró en la prensa partidaria y tuvo contacto con los forjistas. En 1947 renunció a la afiliación radical para incorporarse al peronismo. Desempeñó funciones en el gobierno de la provincia de Buenos Aires y se dedicó principalmente a sus cĆ”tedras universitarias. ExcluĆ­do de la Universidad en 1955, publicó sus libros, que alcanzaron extensa repercusión, y participó en la agitación de la resistencia peronista. Ɖl reivindicaba haber ideado la denominación “Izquierda Nacional” para esta tendencia, que concebĆ­a ligada al peronismo revolucionario. 

Otros trabajos seƱalables en esta corriente son los ensayos de Enrique Rivera y Esteban Rey, los estudios historiogrĆ”ficos de Norberto D’Atri, Alfredo Terzaga, Rodolfo Ortega PeƱa y Eduardo Luis Duhalde, las aproximaciones polĆ­tico-estĆ©ticas de Ricardo Carpani y el grupo Espartaco, reflexiones de cuadros sindicales como el ex anarquista Alberto Belloni y el ex socialista Ɓngel Perelman, textos de intelectuales de origen católico como Emilio FermĆ­n Mignone y Conrado Eggers Lan y, llegando a un perĆ­odo mĆ”s reciente, las investigaciones históricas de continuadores de esta orientación como Norberto Galasso y Emilio J. CorbiĆØre. 

En Uruguay, Vivian TrĆ­as (1922-1980), talentoso periodista, profesor, diputado e historiador, fundamentó la lĆ­nea polĆ­tica del Partido Socia­lista abordando la problemĆ”tica rioplatense y sudamericana con un enfoque marxista nacional. En una visión coincidente se enmarcan los ensayos latinoamericanistas del escritor y periodista Eduardo Galeano, los trabajos del historiador Carlos Machado y los de otros autores relacionados con la revista Marcha.

Existen asimismo notorias concomitancias en la producción de algunos marxistas heterodoxos vinculados al trabal­hismo brasileƱo, como Darcy Ribeiro, que elaboró una ambiciosa teorización del proceso civili­zato­rio universal y ameri­cano, Theotonio Dos Santos y otros economistas de la "teorĆ­a de la dependencia".

Tesis bƔsicas

Las obras de los autores que conformaron la corriente nacionalista de izquierda articulan un conjunto de proposiciones que -sin pretender agotar el listado ni el anƔlisis de los temas, y a riesgo de allanar importantes matices, deslizamientos o excepciones- resumiremos aquƭ en los siguientes puntos:

1- una aplicación de la filosofía y la metodología marxista, basada en la dialéctica de la lucha de clases y los fenómenos económicos para interpretar la realidad social, asumiendo como presupuesto la misión universal emancipadora del proletariado e incorporando la concepción leninista sobre la liberación nacional de los pueblos oprimidos.

2- la recuperación de la tradición y las formas de conciencia nacionales y populares como fundamentos de una revolución naciona­l, dirigida a superar la dependencia económica, polĆ­tica y cultural del imperia­lismo capitalista y cuyo desarrollo debĆ­a orientarse hacia el socialismo, rechazando la sumisión al satelismo comunista.

3- un punto de vista americano, seƱalando la inversión del sentido de ideologĆ­as trasplantadas a nuestros paĆ­ses e impugnando la visión eurocĆ©ntrica y el “colonialismo mental” en la cultura de elite, en el sistema educativo y universitario y en los partidos de izquierda, con la intención de abrir cauces a un “nuevo pensamiento”. 

4- una renovación de la revisión histórica, centrada en los intereses y la lucha de las masas trabajadoras, oponiendo a la historiografía liberal la interpretación de la continuidad de la revolución incumplida de la independencia y los levantamientos federales del siglo XIX con las causas democrÔticas y populares del siglo XX.

5- la postulación de una nación sudamericana, concibiendo la integración de las repúblicas del continente como imperativo histórico, objetivo estratégico y dimensión necesaria para su plena emancipación.

6- la caracterización del radicalismo yrigoyenista como continuador o heredero de las rebeldías históricas del federalismo y, no obstante sus limitaciones, precursor de la política nacionalista y las reformas sociales del peronismo.

7- la caracterización del peronismo como un movimiento nacional y popular de potencialidad revolucionaria, que expresaba los intereses de la clase obrera a pesar de las distorsiones de la capa burocrÔtica dirigente.

8- la reconsideración crĆ­tica de la participación polĆ­tica de los militares, rescatando los antecedentes y las posibilidades de una conjun­ción pueblo-ejĆ©rcito.

9- la reivindicación de la cultura criolla mestiza y el sustrato indĆ­gena de los pueblos americanos, rebatiendo la descalificación de las etnias autóctonas por las proyecciones racistas del pensamiento “occidental”.

Una interpretación marxista

El marxismo, “un humanismo cuyo centro es el proletariado y su circunferencia, el gĆ©nero humano” segĆŗn tĆ©rminos de HernĆ”ndez Arregui, era a la par “un mĆ©todo para la investigación de la historia y la cultura”, que debĆ­a aplicarse sin incurrir en traslados mecĆ”nicos, como habĆ­an hecho en Argentina “las izquierdas europeĆ­stas”. Por sobre las “deformaciones stalinistas”, el marxismo tenĆ­a que “recrearse” desde el mundo colonial [9].

Puiggrós defendĆ­a el mĆ©todo marxista de sus reductores y detractores, explicando que las “condiciones de vida material” constituĆ­an las raĆ­ces de las formas culturales, jurĆ­dicas y polĆ­ticas, en un nexo de carĆ”cter dialĆ©ctico: el materialismo histórico, lejos de ser un determinismo económico, “abarca el conjunto de los fenómenos en sus conexiones recĆ­procas y en su mutuo condicionamiento”, estableciendo una graduación o jerarquĆ­a entre las causas del proceso histórico.

Relativizando el internacionalismo de Marx, Puiggrós subrayaba la constatación del Manifiesto Comunista de que “la campaƱa del proletariado contra la burguesĆ­a empieza siendo nacional”; aunque reciĆ©n medio siglo despuĆ©s Lenin, al caracterizar el paso del capitalismo a la etapa imperialista, habĆ­a sacado a luz el problema nacional en los paĆ­ses dependientes, segĆŗn “la ley del desarrollo desigual”, propiciando -como tambiĆ©n Stalin y Mao- el frente revolucionario con la burguesĆ­a dentro del cual debĆ­an dirimirse las contradicciones internas [10].

HernĆ”ndez Arregui citaba asimismo opiniones de Marx —por ejemplo su apoyo a la lucha de los irlandeses contra Inglaterra y de los polacos contra Rusia— congruentes con la lĆ­nea leninista sobre la alianza de todas las tendencias interesadas en la liberación nacional. Por su parte, Ramos, Rivera y otros ponĆ­an Ć©nfasis en los aportes teóricos de Trotsky [11] -a quien HernĆ”ndez Arregui, sin suscribir “el trotskismo”, reconocĆ­a haber aplicado con coherencia el marxismo a la situación de los paĆ­ses dependientes, y Puiggrós sólo citarĆ­a ocasionalmente para desdeƱar su “soberbia” intelectual y la de sus epĆ­gonos. 

Spilimbergo advertĆ­a que Marx y Engels, pagando tributo a su condición de europeos, enunciaron en el Manifiesto de 1848 ciertas conclusiones “simplistas” (como que “la burguesĆ­a... lleva la civilización hasta a las naciones mĆ”s salvajes”), escollo ideológico frente al cual se imponĆ­a una distinción que la izquierda europeĆ­sta habĆ­a sido incapaz de efectuar:

“...Siempre hay un conflicto entre el dogma y el mĆ©todo, entre la construcción teórica elaborada para un tiempo y un lugar históricos, y los procedimientos y fines del anĆ”lisis. Cambiadas las circunstancias, se establece la discordia entre construcción doctrinaria y mĆ©todo animador, entre la armazón lógica y el elemento dinĆ”mico, intencional, actuante de la doctrina. Optar por el dogma, como se hizo, fue traicionar la esencia revolucionaria del marxismo...”

No obstante tales prevenciones, Spilimbergo dedicó un ensayo a rescatar en Marx los elementos de una visión de la cuestión nacional diferente a la del cosmopolitismo “civilizador” que le adjudicaba la lectura de su obra por los “socialistas cipayos”. En la dĆ©cada de 1860, observaba, Marx y Engels revisaron su concepción internacionalista y apoyaron algunos movimientos nacionales de los paĆ­ses oprimidos [12]. 

Cooke tomaba de Marx, en particular de los Manuscritos Económico-Filosóficos de 1844, las herramientas de anĆ”lisis aplicables a una situación histórico-social concreta: la alienación cultural argentina como paĆ­s dependiente, y encontraba asimismo allĆ­ las bases de una concepción humanista revolucionaria, la lucha por la desalienación “material y moral”, en el mismo sentido que las propuestas de Ernesto Guevara sobre el “hombre nuevo” [13].

Agreguemos que el manifiesto de C.O.N.D.O.R., agrupación que HernĆ”ndez Arregui fundó en 1964 pensando reeditar la experiencia de F.O.R.J.A., adoptaba explĆ­citamente “la metodologĆ­a del marxismo” para la investigación de la realidad histórica y “como guĆ­a de la acción polĆ­tica de las masas”, aunque “sin dejarse dominar” por el mĆ©todo, conforme a la advertencia del propio Marx. Instaba ademĆ”s a otras tendencias embarcadas en la causa nacional a despojarse de prejuicios y “comprender, de una vez por todas, la poderosa validez de un sistema de ideas que influye en todo el pensamiento contemporĆ”neo” [14].

Un nacionalismo revolucionario

El eje de esta lĆ­nea ideológica era el carĆ”cter nacional de la Revolución, entendida como culminación de las luchas históricas contra la dominación colonial y semicolonial. Frente a los socialistas y comunistas que predicaban una reforma o revolución democrĆ”tico-burguesa para superar el atraso feudal, la izquierda nacionalista concebĆ­a una revolución antimperialista, dirigida ante todo a romper las ataduras externas. En ella podĆ­an concurrir sectores burgueses y del ejĆ©rcito, pero debĆ­a basarse primordialmente en las masas trabajadoras, a las que era necesario infundir una perspectiva socialista. “El nacionalismo toma las Ćŗnicas formas que puede tomar hoy en dĆ­a: formas socialistas” escribĆ­a Cooke a Perón a propósito del caso de Argelia [15].

Ramos invocaba “la tradición de un nacionalismo democrĆ”tico revolucionario” en la cual se insertaba su partido levantando las banderas del socialismo, lo cual suponĆ­a un salto cualitativo respecto al nacionalismo meramente defensista. No obstante esas ostensibles diferencias, un periódico nacionalista conservador acusó de plagio a la izquierda nacional, afirmando que su bagaje, desde el revisionismo histórico hasta el examen de los hechos econó­micos, estaba "calcado del nacionalismo" en una "laborio­sa adapta­ción" [16].

RecĆ­procamente, al comentar Revolución y contrarrevolución de Ramos, HernĆ”ndez Arregui saludaba su lograda aplicación del mĆ©todo marxista y, anticipĆ”ndose al reclamo de lo que el autor “les debĆ­a” a los historiadores rosistas, enrostraba a Ć©stos cuĆ”nto habĆ­a en sus trabajos de “aplicación subrepticia y parcial de los supuestos metodológicos del materialismo histórico”.

HernĆ”ndez Arregui sostenĆ­a que “hay un nacionalismo reaccionario y un nacionalismo revolucionario”, entre los cuales marcaba diferencias tajantes, citando por analogĆ­a el aserto de un dirigente negro norteamericano de que “el nacionalismo blanco es lo contrario del nacionalismo negro”. El autoritarismo del nacionalismo de derecha, observaba, lo llevó a identificarse con el fascismo. Aunque ponderaba la labor de los historiadores revisionistas y la exaltación de la cultura nacional a partir de la saga del gaucho en Lugones, denunciaba los prejuicios racistas y clericales en esta tendencia y su paradójica inspiración en teorĆ­as extranjeras como las de Charles Maurras y Thierry Maulnier.

El nacionalismo de las grandes potencias y de los ideólogos europeos, alegaba, era de Ć­ndole diferente al de los paĆ­ses coloniales. AquĆ©l pretendĆ­a conservar naciones segregadas, en tanto el nacionalismo iberoamericano requerĆ­a trascender los aislamientos regionales. Autores como Fichte se dirigĆ­an al pueblo alemĆ”n a travĆ©s de las clases altas; pero en IberoamĆ©rica era inĆŗtil interpelar a las oligarquĆ­as, que veĆ­an en el pueblo a su enemigo. 

“La etapa nacionalista es inevitable. Pero este tramo, en los paĆ­ses coloniales que reciĆ©n entran en Ć©l, es distinto al que han recorrido en el siglo XIX naciones como Alemania o Italia. Y por tanto, tal distingo en nuestra realidad americana pide una interpretación distinta”.

El nacionalismo de masas, propio de los pueblos dependientes, segĆŗn los tĆ©rminos de HernĆ”ndez Arregui, luchaba para liberar “una patria interminada”. HabĆ­a que arrancar la capa superficial de “la cultura aparente”, fruto de la colonización educativa, para exhibir la cultura del pueblo -“las entraƱables tradiciones del paĆ­s, sus costumbres heredadas, que son creaciones colectivas, la fidelidad al suelo”, “sus hĆ”bitos de pensamiento y sus modos de sentir”- como un momento necesario, premonitorio, en el “trĆ”nsito racional hacia la liberación del coloniaje” [17].

Astrada -a quien HernĆ”ndez Arregui reprochaba incursionar de manera “casi” abusiva en las brumas metafĆ­sicas para llegar al meollo de lo real- habĆ­a expresado los mismos ideales, clamando por preservar “el carĆ”cter de un pueblo”, su idiosincracia y autonomĆ­a, conquistar “una progresiva conciencia nacional” en la fidelidad al propio destino de los argentinos, “realzarlo en las creaciones del arte y la poesĆ­a, esclarecerlo en el pensamiento filosófico, abrirle cauce en la ciencia y en las instrumentaciones de la tĆ©cnica, dentro de las estructuras sociales de una comunidad justa y libre” para promover “la continuidad de nuestra estirpe” [18].

Puiggrós descalificaba al nacionalismo reaccionario inspirado por “el miedo y el odio” al movimiento obrero, confiando en la fuerza de un nacionalismo popular, “proletario”, que no era antagónico al internacionalismo, pues su realización completa desembocarĆ­a en el mismo, al conducir a “la unidad de la especie humana” [19].

Es sugestivo acotar que Astesano, en su trayecto hacia una cada vez mĆ”s acentuada heterodoxia, llegó a afirmar que el materialismo histórico, centrado en la lucha de clases, no concedĆ­a un lugar suficiente a la lucha de comunidades como los pueblos y las naciones, por lo que proponĆ­a otro mĆ©todo: el “nacionalismo histórico”, dado que el nacionalismo era la cuestión principal a la que debĆ­an subordinarse las contradicciones de clases [20].  

Los expositores de esta corriente coincidĆ­an en condenar el seguidismo pro soviĆ©tico y las manipulaciones del internacionalismo proletario, si bien existĆ­an disonancias entre Ramos, Rivera y los que, en la lĆ­nea trotskista, repudiaban la desvirtuación de la Revolución Rusa por la “burocracia soviĆ©tica”, y quienes, como Cooke, HernĆ”ndez Arregui y Puiggrós, veĆ­an con mayor benevolencia la polĆ­tica de la URSS y valoraban su apoyo a las revoluciones del Tercer Mundo. En general todos aprobaron el giro “tercerista” de China, donde Mao amalgamaba su propia versión marxista con la milenaria cultura oriental.

Hacia un pensamiento americano

La izquierda nacionalista denunciaba un fenómeno de trastocamiento de las ideas que cruzaban el AtlÔntico, por el cual a menudo lo que era progresivo para Europa se tornaba regresivo en América, y viceversa. Frente a los equívocos irremediables de esas ideologías de importación, lo que hacía falta era fundar nuestra propia visión del mundo.

Manuel Ugarte fincaba en la doble raĆ­z hispĆ”nica e indĆ­gena la originalidad americana y la posibilidad de otra cultura: “la promesa de una nueva modalidad humana, de un pensamiento distinto dentro de los valores universales” [21].

Astrada rechazó de plano las ideas de Sarmiento, asĆ­ como la “artificiosa aclimatación de las formas externas de una civilización de trasplante” que achacaba a la oligarquĆ­a imitadora, servil al capitalismo extranjero. Encontraba un prospecto de pensamiento emancipador en Moreno, Belgrano, San MartĆ­n y Monteagudo, en Juan MarĆ­a GutiĆ©rrez, en los atisbos de EcheverrĆ­a y Alberdi donde se advertĆ­a la influencia de Herder, y sobre todo en las claves poĆ©ticas del MartĆ­n Fierro de HernĆ”ndez. El camino no era la copia, sino “la adaptación y aplicación de las ideas y concepciones europeas en función de las necesi­dades de la sociedad latinoamericana". Contra la afirmación de Hegel de que las antiguas culturas de este continente "tenĆ­an que sucumbir" ante el “EspĆ­ritu" universal, argumentaba que esta Ćŗltima abstracción

"no ha sido ni podĆ­a ser un principio determinante de la cultura que se viene gestando en LatinoamĆ©ri­ca, cuyo paideuma estĆ” penetrado por lo telĆŗrico y por el aliento impon­derable del milenario pasado cultural amerindio. Del encuentro y conjuga­ción de estos factores condicionantes y los valores sociales de la cultura universal surgirĆ”, con una organización social basada quizĆ” en una inte­gral democra­cia de bienes, una Weltanschaung (cosmovisión) propia, como expresión de una forma de vida diferen­te de la occidental" [22].

Puiggrós cuestionó el tratamiento habitual de la realidad americana como resultado de relaciones puramente externas, punto de vista que colocaba a las grandes potencias como transmisoras activas de civilización y a los pueblos atrasados como receptores pasivos, subestimando la función determinante de las causas internas.

“No es que las causas externas dejen de tener influencia, a veces primordial... El error consiste en colocarlas en el lugar correspondiente a las causas internas, en diluir Ć©stas al no presentar mĆ”s que aquĆ©llas, en no ver que las causas externas actĆŗan sobre un fondo o base ya creado por las causas internas. Las causas externas intervienen en los cambios sociales por intermedio de las causas internas en la medida que estas Ćŗltimas se lo permiten”.

Puiggrós criticaba los estragos que habĆ­a hecho entre los marxistas el diletantismo de JosĆ© Ingenieros, en cuya sociologĆ­a “los altibajos de la historia argentina vendrĆ­an a ser el reflejo empequeƱecido y tardĆ­o, casi una caricatura, de la lucha entre reacción y revolución en Europa”. En cambio rescataba de Ricardo Rojas, pese a su historicismo idealista, las sugerencias de “no vestir prestadas formas de Europa”, sino asimilar la cultura universal “buscando en la propia vida americana las normas que convienen a nuestra capacidad creadora”. 

La explicación de la realidad por las causas externas, el culto a la “universalidad” y la incapacidad de ver “lo singular” habĆ­a llevado a los “comunistas fideĆ­stas” a creer en “la revolución exportada”, y tambiĆ©n a la teorĆ­a de la “reacción exportada”: la URSS exportaba revolución proletaria, Alemania exportaba nazifascismo, y nuestro paĆ­s quedaba “librado a la suerte de la importación”. AsĆ­ era cómo, ignorando la cuestión nacional, socialistas y comunistas, igual que los liberales, no habĆ­an podido entender al peronismo. Para Puiggrós, la emancipación en Argentina era parte de la liberación de la humanidad, pero en concreto sólo podĆ­a inteligirse su sentido atendiendo al proceso de las causas internas [23].

La tarea que HernĆ”ndez Arregui emprendió fue, ateniĆ©ndonos a sus palabras, “la construcción de una imagen del paĆ­s opuesta a la visión europeĆ­sta de la cultura”. Este propósito racional se cimentaba en un sentimiento de amor e identificación con el interior, con el arte popular, con la realidad profunda del continente en la que germinaba “la autoconciencia de la nación”. Frente al “engendro espiritual” del paĆ­s enajenado, sostenĆ­a que “sólo una filosofĆ­a independiente de Europa puede interrogar y traducir la realidad nacional en gestación”. Lo planteaba en futuro, pues los pueblos colonizados sólo podĆ­an dar “una filosofĆ­a bastarda, superflua, marginal”. Pero el espĆ­ritu nacional vivĆ­a en las masas, y los intelectuales debĆ­an beber de esas fuentes para producir “un pensamiento original” [24].  

Con intención semejante, Astesano se empeñaría en elaborar una síntesis comprensiva de la historia de América, retomando la preocupación de Darcy Ribeiro por centrar en esta realidad el enfoque de la evolución social universal.

La revisión histórica

Otro aporte perdurable de estos autores fue la reinterpretación de la historia argentina en el contexto sudamericano, refutando ante todo la historiografía liberal mitrista y sus versiones de izquierda, pero discrepando también con el revisionismo rosista.

Siendo diputado, Cooke habĆ­a impugnado el falseamiento oligĆ”rquico del pasado como cobertura de “la tremenda entrega económica del paĆ­s”, resaltando el sentido de la batalla ideológica para establecer la verdad y reivindicar las luchas y los caudillos de las masas populares contra los dogmas históricos y económicos que servĆ­an al imperialismo [25]. 

Ramos arguĆ­a la filiación hispĆ”nica del liberalismo de la revolución de Mayo, fruto de la escisión de “las dos EspaƱas” y -citando a Puiggrós y JosĆ© MarĆ­a Rosa- reivindicaba el Plan de Operaciones de Moreno, expresión del “jacobinismo sin burguesĆ­a” que resultó derrotado en el reflujo contrarrevolucionario. ExponĆ­a la centralidad del conflicto entre el interior mediterrĆ”neo y los intereses mercantiles porteƱos, dilema ante el cual el litoral ganadero vacilarĆ­a pactando con la ciudad-puerto. Justificaba la rebelión de Artigas, asĆ­ como a las montoneras y los caudillos gauchos, enfrentando a los unitarios rivadavianos; denunciaba la creación del Estado-tapón del Uruguay como parte de las agresiones neo-colonialistas, y juzgaba con cierto equilibrio el rol de Rosas: aunque “rechazó las exigencias del comercio importador y del capital extranjero”, no logró “una nueva base de sustentación acorde con el desarrollo mundial del capitalismo”, pues su nacionalismo estaba condicionado por la clase saladerista en cuyos lĆ­mites se movĆ­a [26]. 

Vivian TrĆ­as, comparando la polĆ­tica agraria y las ideas económicas de Rosas con las de Artigas, coincidĆ­a en marcar esa limitación del rosismo que, no obstante jaquear y combatir con eficacia la “satelización colonial”, no logró romper la dependencia de los estancieros respecto a los intereses britĆ”nicos, incubando asĆ­ su propia derrota [27].  

Astesano, menos reticente, desarrolló la noción de Ramos de que Rosas “fue la primera expresión capitalista en la Argentina” y lo caracterizó como pionero de una burguesĆ­a nacional, propulsor de un capitalismo basado en la organización productiva de la estancia, el trabajo asalariado, el desarrollo del transporte fluvial y la protección de las economĆ­as regionales [28].

Astrada, aunque se refirió con desdén a los caudillos federales y censuraba sin ambages a Rosas, hacía una importante salvedad:

“Caseros, en la petit histoire argentine, es la Troya -por lo del caballo- de la frustración argentina, pues es necesario disociar entre la caĆ­da inevitable y necesaria de Rosas, y la instrumentación de ella, digitada por el extranjero y en beneficio de los intereses forĆ”neos” [29].

El relato de Ramos sobre la etapa de la “organización nacional” exhibĆ­a las defecciones de Urquiza y las agresiones de Mitre contra el interior y el Paraguay, apoyĆ”ndose en Alberdi. Matizaba el retrato del “loco” Sarmiento reconociendo su “amor por la cultura”, aunque este sanjuanino “transigió sistemĆ”ticamente con la oligarquĆ­a porteƱa para poder vivir y expre-sarse”. Era benevolente con Avellaneda por su simpatĆ­a con las posturas industrialistas, y sobre todo con Julio A. Roca, a quien describĆ­a como lĆ­der de una reacción de los grupos burgueses provincianos, que hizo un gobierno laicista y progresista, si bien terminarĆ­a “incrustado” en el sistema oligĆ”rquico [30]. 

Spilimbergo compartĆ­a la visión de Ramos, y Alfredo Terzaga fue aĆŗn mĆ”s entusiasta en su biografĆ­a de Roca. Sin embargo, esta interpretación era rechazada por otros autores. HernĆ”ndez Arregui coincidĆ­a con Ramos acerca del influjo del liberalismo espaƱol en la emancipación y el juicio sobre Rosas, pero discrepó con su versión del roquismo: “Roca, en Ćŗltima instancia, fue absorbido por la oligarquĆ­a y nunca dejó de ser su representante” [31]. 

Puiggrós ahondó en una amplia revisión de la historia argentina y de la región del Plata, incluyendo la conquista y la colonización espaƱola. Su caracterización del sistema económico de la colonia como “feudal” lo involucró en una resonante polĆ©mica con AndrĆ© Gunder Frank y otros historiadores de izquierda, que si contribuyó a elucidar los modos de producción en la formación americana, tambiĆ©n mostraba las dificultades de las categorĆ­as clĆ”sicas marxianas para explicar la dualidad colonial.

El cuadro que trazó Puiggrós de la revolución de 1810 hacĆ­a hincapiĆ© en el Plan de Moreno y la lucha federal de Artigas. Su anĆ”lisis de la contradicción del interior con el puerto y de las guerras civiles no se apartaba demasiado del revisionismo nacionalista, pero sus apreciaciones sobre Rosas establecĆ­an sensibles distancias: el federalismo rosista, decĆ­a, no fue mĆ”s allĆ” de la defensa de la autonomĆ­a de la provincia que poseĆ­a el puerto Ćŗnico, instrumento del avasallamiento de las demĆ”s; el dictador tiranizó al pueblo, reduciendo el presupuesto de la educación para aumentar el de la policĆ­a; “la patria de Rosas no era la nación sino la estancia”. En cuanto al “roqui-juarismo”, juzgaba que su liberalismo anticlerical no podĆ­a disimular que “practicó la polĆ­tica de los grandes terratenientes y del capital extranjero” [32].

La unidad sudamericana

Una idea medular en esta corriente es la unión de toda la AmĆ©rica al sur del rĆ­o Bravo. La proposición de Ugarte era refundar la nación -que Ć©l preferĆ­a llamar iberoamericana- mediante la unificación y la liberación de nuestros pueblos:  

"Ha llegado la hora de realizar la segunda independencia. Nuestra AmƩrica debe cesar de ser rica para los demƔs y pobre para sƭ misma. IberoamƩrica pertenece a los iberoamericanos" [33].

Recuperando el discurso de Ugarte, Ramos planteaba la reintegración de la patria sudamericana, por sobre las nacionalidades “provinciales” en que se dividió:

"La historia de los argentinos se desenvuelve sobre un territorio que abrazó un dĆ­a la mitad de AmĆ©rica del Sur”. “Somos un paĆ­s porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasa­mos en ser america­nos". "La Nación, que hasta 1810 era el conjunto de AmĆ©rica hispana, y en cierto sentido, tambiĆ©n EspaƱa, se disgrega en una polvareda difusa de pequeƱos estados”. “En el siglo que presen­cia el movimiento de las naciona­lidades, la AmĆ©rica indo-ibĆ©rica pierde su unidad nacional. (...) un acto de reposesión de nuestro pasado histórico, serĆ” el primer paso de nuestra revolución. El proleta­riado latinoamericano del siglo XX se ha convertido en el heredero de todas las tareas nacionales que la historia dejó sin resolver" [34].

HernĆ”ndez Arreguiinvocaba la definición de BolĆ­var: “nuestra AmĆ©rica es la patria de todos”, y afirmaba que "la unidad hispanoa­merica­na no es un ideal, sino una comproba­ción histórica". El Ćŗnico nacionalismo legĆ­timo era el nacionalismo latinoamericano. Consecuente con la visión de “la 'patria grande', des­cuartizada pero no disuelta", intentó un estudio abarcador de la misma, aunque confesaba haber tenido que limitar su ambición: “el tema de la AmĆ©rica hispĆ”nica desborda a un sólo escritor, y debe ser, dadas las actuales condiciones del continente, tarea de equipos universitarios coordinados de los diversos paĆ­ses latinoamericanos”.

Ante los dilemas termi­nológicos, HernĆ”ndez Arregui aplicaba la denominación AmĆ©ri­ca latina -aĆŗn criticando su origen “afrancesado” y desechando una irreal “latinidad”- a la realidad econó­mica y polĆ­tica presente, y AmĆ©rica hispĆ”nica para designar la historia y cultura de estos pueblos (con la aclaración de que el adjetivo hispĆ”nica, al referirse a toda la antigua Hispania romana, comprende tambiĆ©n a Brasil por su heren­cia lusitana) [35].

Puiggrós, no obstante disentir con el concepto de una nación latinoamericana preexistente tal como la definĆ­a Ramos, concordaba en la necesidad de la unión, y volcó su interĆ©s por la problemĆ”tica comĆŗn de los paĆ­ses del Ć”rea en numerosos artĆ­culos periodĆ­sticos. Atacando el sesgo economicista y liberal de los planes formulados por los burócratas de los organismos internacionales, sostenĆ­a que nuestra AmĆ©rica, “una y mĆŗltiple”, debĆ­a integrarse por la lucha de sus pueblos para lograr una sĆ­ntesis revolucionaria superior.

“En AmĆ©rica Latina germina el Nuevo Mundo que fue hasta ahora profecĆ­a. Durante cuatro siglos pasó de un coloniaje a otro y se edificó como conglomerado desunido de campos de abastecimiento de Europa o de los Estados Unidos que recibĆ­an a cambio manufacturas, tĆ©cnicas, ciencia, filosofĆ­a y prototipos polĆ­ticos. Hoy, brotes que se multiplican anuncian el fin de esos cuatro siglos de trasplantes...” [36]

Vivian TrĆ­as evocaba el proyecto visionario bolivariano, deduciendo que ya era hora de que “nos desprendamos de la balcanización que el imperialismo nos impuso y pensemos a nuestro continente como una unidad desde todos los Ć”ngulos”. AtribuĆ­a al capitalismo inglĆ©s la fragmentación sudamericana y la creación de la repĆŗblica del Uruguay “desarraigĆ”ndola de las Provincias Unidas”. Si “la liberación económica de nuestros paĆ­ses no puede separarse de su asociación polĆ­tica, o sea, de su unidad nacional”, advertĆ­a que la integración tambiĆ©n podrĆ­a intrumentarse “para afianzar el subdesarrollo y la dependencia” [37].

Cooke vaticinaba la “revolución latinoamericana, integral”, relacionĆ”ndola con la tradición histórica de las luchas por la independencia:

“Una de las cosas que perdimos en Caseros fue la costumbre de escribir y pensar como latinoamericanos. BolĆ­var, San MartĆ­n, Artigas, Moreno, Monteagudo, Rosas, etc., todos escribĆ­an y opinaban como ‘americanos’. DespuĆ©s de la caĆ­da de Rosas, eso terminó: como semicolonias, los paĆ­ses perdieron ese sentido americano. ReciĆ©n reapareció con Yrigoyen, aunque sin poder pasar de su contenido romĆ”ntico y verbal a una acción prĆ”ctica”.

Luego, recordaba, el gobierno de Perón “retomó el sentido de la AmĆ©rica Latina como unidad, y lo llevó a la prĆ”ctica en la medida que fue posible”; mĆ”s que los resultados, importaba el concepto de aquella orientación precursora, que en los aƱos ´60 habĆ­a madurado en los movimientos de liberación y se proyectaba en la experiencia de Cuba [38].

Los nacionalistas de izquierda apoyaron la Revolución Cubana y su llamado a la unión continental contra el imperialismo, en un espectro de posiciones que iban desde la plena identificación de Cooke o de Walsh hasta las objeciones de Ramos, quien criticó algunas concepciones del Che Guevara y sobre todo el foquismo que pretendía trasladar la experiencia guerrillera a otros países [39].

El Yrigoyenismo

ApoyĆ”ndose en los textos testimoniales de Ricardo Caballero sobre la composición social de los alzamientos revolucionarios radicales, Ramos recalcó los orĆ­genes federales del movimiento, al que algunos de sus protagonistas veĆ­an como “una cruzada... que es el reverso de Caseros y de Pavón”. Retrataba a Hipólito Yrigoyen, nieto de mazorquero, “de estampa aindiada”, perseverante antimitrista, rodeado por hombres de prosapia federal provinciana como Elpidio GonzĆ”lez, conduciendo un torrente de “oscuros hijos del paĆ­s”: “las tendencias mĆ”s plebeyas de la sociedad argentina y tambiĆ©n mĆ”s criollas”, que convergĆ­an con “los hijos de la primera generación inmigratoria”. El austero desinterĆ©s de aquel caudillo habrĆ­a sido un arquetipo para “el moralismo pequeƱo burguĆ©s de las nuevas clases medias”, a la vez que personificaba ante los criollos sus virtudes tradicionales [40].

Spilimbergo sintetizó la definición del yrigoyenismo como una alianza de “clases medias y viejo criollaje federal” contra el poder oligĆ”rquico, al que obligaron a garantir el sufragio popular; fue asĆ­ “el primer partido orgĆ”nico y principista” de masas, con un programa centrado en hacer cumplir la Constitución [41].

Ramos (que en 1951 habĆ­a escrito bajo seudónimo una biografĆ­a laudatoria de Leandro Alem) explicaba el enfrentamiento de Hipólito con su tĆ­o “por la irresistible propensión de Leandro a combatir a Roca aliĆ”ndose con Mitre” y forzaba los argumentos para mostrar episódicas coincidencias entre Yrigoyen y Roca. Respecto a la estrategia de intransigencia y abstención, alternando con la revuelta armada, constataba su eficacia -y su carĆ”cter de escuela para seleccionar los cuadros- que mostraba a Yrigoyen como un habilĆ­simo polĆ­tico.

“No ofrece ‘programitas’: ofrece un programa que para su Ć©poca es un programa revolucionario: se trata del derecho a votar y ser elegido en un paĆ­s donde un puƱado de ´notables´ habĆ­a terminado por imponer su voluntad exclusiva”. 

Como la generalidad de sus colegas de la izquierda nacional, Ramos reconocĆ­a a Yrigoyen haber impulsado la Reforma Universitaria de 1918, aunque este movimiento renovador habĆ­a sido frenado por Alvear y mĆ”s adelante desvirtuado por las propias dirigencias estudiantiles. Pero seƱalaba los tropiezos del gobierno yrigoyenista ante la agitación obrera y, en definitiva, los lĆ­mites de su “nacionalismo agrario y popular”, que no cuestionó el modelo exportador oligĆ”rquico: a pesar de sus intenciones de reforma social y los avances en la polĆ­tica petrolera y ferroviaria, mantenĆ­a reticencias a emprender el desarrollo industrial; y a pesar de su polĆ­tica exterior autónoma, neutralista y pacifista, de los gestos hacia los paĆ­ses hermanos agredidos y su desconfiaza ante los Estados Unidos, en las relaciones con Gran BretaƱa el presidente Yrigoyen “no enfrentaba al Imperio”. Esta era su ambigüedad ante la oligarquĆ­a.

“Sólo un nuevo movimiento nacional democrĆ”tico, cuyo protagonista fuera el proletariado argentino, podĆ­a llevar mĆ”s adelante la bandera de la revolución nacional...” [42] 

En tĆ©rminos concordantes, HernĆ”ndez Arregui reconocĆ­a en el nacionalismo -“aunque vacilante”- de Yrigoyen, el antecedente inmediato de la causa que corporizó el  peronismo.

Puiggrós analizó en el liderazgo de Yrigoyen la influencia formal del krausismo y su impronta moralista. En cuanto al gobierno, interpretaba que, a pesar de sus debilidades, el yrigoyenismo fue una expresión antitética a la colonización capitalista del país:

“Yrigoyen demostró en la polĆ­tica exterior la firmeza que le faltó en la conducción interna. En aquĆ©lla contó con el apoyo de un movimiento policlasista de oposición al imperialismo; en Ć©sta tuvo que optar en la lucha de clases y eligió el camino del liberalismo burguĆ©s”.

AsĆ­, la Semana TrĆ”gica lo alejó del movimiento obrero, y las matanzas de la Patagonia y del Chaco santafesino “lo enajenaron aĆŗn mĆ”s a la polĆ­tica de la oligarquĆ­a conservadora”. En cuanto al rumbo del partido tras la muerte del caudillo, denunciaba la traición de sus herederos, acotando que, como era frecuente en la historia, “la continuidad aparece por caminos imprevistos y de otro origen” [43]. 

El Peronismo

Ramos explicó al peronismo con la categorĆ­a de bonapartismo, basada en el anĆ”lisis de Marx sobre el rĆ©gimen de Luis Bonaparte: Perón, apoyado en el ejĆ©rcito, representaba los intereses históricos de la burguesĆ­a industrial, aunque esta clase, “cobarde y caótica, inconsciente y semi-extranjera”, le fuera en su mayorĆ­a hostil. SegĆŗn una cita de Engels que traĆ­a a colación, tal modelo dictatorial sirve el interĆ©s de la burguesĆ­a, en contra de su voluntad y aĆŗn en oposición a ella, sin dejarle controlar los negocios.

Spilimbergo, Rivera y otros siguieron esta calificación, aunque el mismo Ramos le restó Ć©nfasis en la Ćŗltima versión de su libro sobre la era peronista, quitando del tĆ­tulo el tĆ©rmino bonapartismo. No obstante, insistĆ­a en que el peronismo tuvo que subrogar a la burguesĆ­a nacional debido a la alineación oligĆ”rquica y colonial de la UIA (Unión Industrial Argentina) y la fragilidad del empresariado nucleado por la CGE (Confederación General Económica). La centralización del poder y la verticalización del aparato burocrĆ”tico, decĆ­a, fue necesaria para enfrentar las poderosas redes del sistema imperialista, pero al elevarse por encima de la sociedad e “independizarse de las fuerzas que le dieron origen”, Perón impidió la organización de su propio movimiento y no pudo contar con un frente de partidos nacionales que apoyaran su programa, frustrando la posibilidad de crear una “democracia revolucionaria” [44].

HernĆ”ndez Arregui admitió con reservas la utilidad de la categorĆ­a de bonapartismo. En el primer gobierno peronista veĆ­a la realización de la Revolución Nacional, “bajo la forma de una democracia autoritaria de masas”, que no era sino la combinación que Mao describĆ­a como “democracia dentro del pueblo” y “dictadura sobre la reacción”. Una revolución sostenida por el “proletariado nacional”, que habĆ­a participado del poder polĆ­tico por primera vez en la historia argentina. El peronismo era “el partido nacional de la clase obrera”, aunque su sobrevivencia dependĆ­a de que pudiera resolver la contradicción entre “la conducción polĆ­tica no obrera y la base de masas proletaria” [45].

Puiggrós —dejando de lado la definición de bonapartismo, en razón de su “dudosa exactitud histórica”— explicó al peronismo como resultado del crecimiento de las fuerzas productivas en la Argentina, en contradicción con el carĆ”cter dependiente de la economĆ­a, y en particular por la necesidad del desarrollo industrial, a la par de la maduración de la experiencia obrera y “el despertar de una conciencia nacional antimperialista entre los intelectuales y en las filas del EjĆ©rcito”. Las nacionalizaciones habĆ­an impulsado el “capitalismo de Estado”, que sin ser la socialización “trae en sus entraƱas elementos de socialismo”. El contenido de clase del Estado se modificó, a pesar de que faltó consumar la reforma agraria. El Estado justicialista estableció “un equilibrio inestable y provisorio entre la burguesĆ­a y el proletariado”, como una etapa de transición. La conjunción de clases distintas era, a la vez, la fuerza y la debilidad del peronismo. Perón habĆ­a errado al dar por implantada “la economĆ­a social” y declarar cumplida la revolución, cuando mĆ”s necesitaba del apoyo combativo de las masas para que no fracasara [46].

Astrada exaltó el 17 de octubre como la irrupción del pueblo, ”los hijos de Fierro”, en la plaza pĆŗblica, en un contexto que relegó a la oligarquĆ­a por una dĆ©cada; pero el proletariado, “carente de conciencia de clase”, “habĆ­a sido vĆ­ctima de un ominoso paternalismo” y los dirigentes convirtieron al movimiento peronista en “una verdadera olla de grillos” [47].

Cooke consideraba que el peronismo era “en esencia” nacionalista y socialmente revolucionario -el “hecho maldito de la polĆ­tica del paĆ­s burguĆ©s” que, jugando con las propias reglas del sistema, desnudaba la falsedad demoliberal-, y apuntaba su penetrante “crĆ­tica de la razón burocrĆ”tica” contra la dirigencia polĆ­tica y sindical que lo entorpecĆ­a y desviaba de sus objetivos [48]. Claro que la apuesta de Cooke chocaba con el propio Perón y el grueso del movimiento, a los que no iba a lograr convencer de que su destino era la revolución socialista.

En Walsh podemos leer una precisa caracterización del gobierno del peronismo como una “tentativa de ruptura” con la sujeción imperialista: un Estado popular que defendĆ­a a la clase trabajadora, en el cual se desarrolló un “ala burguesa”, la “nueva burguesĆ­a en asenso”, a la par de “esa enfermedad parasitaria del Movimiento peronista, la burocracia”, que luego, bajo el Estado reaccionario, terminarĆ­a convirtiĆ©ndose -particularmente los jerarcas sindicales- en otra expresión del imperialismo [49].       

El papel del ejƩrcito

En la secuencia de las luchas nacionales que reivindicaban los nacionalistas de izquierda, la participación militar habĆ­a sido decisiva. Libertadores, caudillos federales, revolucionarios radicales y primeras figuras del peronismo fueron hombres de armas. A la luz de esa historia, era esperable que la Revolución Nacional contara con respaldos en las instituciones armadas.   

HernĆ”ndez Arregui afirmaba que en los paĆ­ses dependientes el ejĆ©rcito podĆ­a cumplir una función anticolonialista, como fue el caso del peronismo, el nasserismo y otros procesos del Tercer Mundo. El nacionalismo del ejĆ©rcito era consustancial a su función profesional y geopolĆ­tica, y por eso salieron de Ć©l decididos industrialistas como Manuel Savio, Enrique Mosconi y Alonso Baldrich. Aunque el temor al comunismo fue introducido en sus filas para “desbaratar el entendimiento histórico” entre el poder militar y los trabajadores, habĆ­a una “tradición popular hispanoamericana de nuestros ejĆ©rcitos emancipadores” y en la Argentina se daban las condiciones para “un reencuentro entre el ejĆ©rcito y el proletariado” [50].

Al tratar diversos momentos de la historia militar, Ramos enaltecĆ­a una tradición nacional y popular en el seno de la institución, sin dejar de contraponerla a las infamias, la imbecilidad o la venalidad de los generales de la oligarquĆ­a. Relataba tambiĆ©n que, dentro del Estado peronista, el ejĆ©rcito jugó como actor directo en los planes para desarrollar una industria pesada, aunque despuĆ©s de 1955 fue “diezmado” para ponerlo al servicio del sistema oligĆ”rquico [51].

En la dĆ©cada de los ‘60, Cooke llegó a la conclusión de que era inĆŗtil esperar una rectificación de los militares argentinos:

“Desde 1955, el ejĆ©rcito es un partido mĆ”s, el partido continuo del rĆ©gimen, el partido con la mĆ”xima capacidad de violencia en una fase histórica en que la institucionalidad democrĆ”tica-representativa no funciona y todo es acción directa”.

Desalentando el seguidismo pero tambiĆ©n el anti-militarismo de ciertos sectores, Cooke aƱadĆ­a que “nadie podrĆ” convencerme de que el ejĆ©rcito de San MartĆ­n y de Dorrego es tambiĆ©n el ejĆ©rcito del Conintes y las torturas o la represión, o que la gloria que nuestros antepasados conquistaron con la lanza cubra ahora el manejo de la picana o se empaƱe por la actividad represiva de ahora” [52].

Walsh, cuya obra literaria y denuncialista panteó los dilemas que atravesaba la profesión militar al enfrentarse con el pueblo, optó al fin, igual que Cooke, por el proyecto de construir otro ejĆ©rcito, una fuerza armada popular para emprender la revolución.  

Como un eco tardĆ­o, las expectativas sobre un reencuentro de los militares con el pueblo resurgieron confusamente en 1982, en la agonĆ­a del Proceso, con motivo de la recuperación de las Malvinas. Ramos, Siplimbergo y Astesano expresaron su apoyo a esa “gesta”, justificando la distinción entre el rĆ©gimen dictatorial y los intereses históricos del paĆ­s [53].

Las raĆ­ces criollas e indĆ­genas

Astrada contestó las “deformaciones” de la visión oligĆ”rquica acerca de los pueblos indios, atribuyĆ©ndolas al designio de justificar “la campaƱa de exterminio” que culminó con la “conquista del desierto”. El programa que avizoraba, para adaptar y aplicar los frutos de la cultura europea a la sociedad latinoamericana, requerĆ­a considerar          

“que este aporte viene a sedimentarse sobre los restos de las culturas aborĆ­genes y su aĆŗn perviviente soporte humano; culturas y formas sociales desinte­gradas, pero no del todo extinguidas. Su aliento telĆŗrico y sugestión aĆŗn persisten e influyen, directa o indirectamente, en la vida, usos, costum­bres y hasta en la orientación cultural de nuestras actuales comunidades".

En la filosofĆ­a de Astrada, la identidad y el destino argentinos estaban cifrados en el gaucho, que fue “una clase social, vinculada por la mezcla de sangre con las razas aborĆ­genes”, eslabón entre el indio y el criollo -es decir, el hombre culturalmente mestizo-, metamorfoseado hoy en el sector mayoritario del pueblo. Su profecĆ­a era que “el gaucho vengarĆ”, a la corta o a la larga, al aborigen destruĆ­do, ya que lleva tambiĆ©n su sangre”, contribuyendo a integrar a los sobrevivientes de esos pueblos [54].

Las disquisiciones de HernĆ”ndez Arregui sobre el ser nacional hablaban de “calar en las culturas indĆ­genas” y “reivindicar a las poblaciones nativas”. Los ejemplos de “superior espĆ­ritu revolucionario” en “paĆ­ses de fuerte ascendencia aborigen y mestiza” como MĆ©xico, Paraguay, Bolivia, Cuba, rebatĆ­an “la fementida inferioridad de las masas indĆ­genas”. ConcluĆ­a en que el problema Ć©tnico derivado de la existencia de distintas razas era real, pero la solución era social, en la medida en que madurara la conciencia del “proletariado latinoamericano” [55].

Descartando la visión liberal de la “excepcionalidad argentina” en AmĆ©rica, Puiggrós partĆ­a del estudio de las sociedades indĆ­genas en las que se asentó la estructura colonial, explicaba la matriz de nuestra sociedad en torno al mestizaje racial y cultural, analizaba el origen de los gauchos, y destacaba las insurrecciones indias y la participación de las castas en armas como factores de las contradicciones de clases que condujeron a la revolución independentista [56].

Tal como otros nacionalistas, estos autores observaban que la inmigración europea masiva, que en Argentina se concentró en el litoral dominante, habĆ­a interrumpido la transmisión oral de las tradiciones autóctonas en las familias, favoreciendo la operación pedagógica racista y “desnacionalizadora” del positivismo oligĆ”rquico sobre las clases medias.

Astesano asumĆ­a que, tras “medio milenio de avasallamiento europeo” en el cual la historia americana fue escrita por intelectuales que tenĆ­an “sus pies en nuestra tierra y su cabeza en Europa“, “no contamos todavĆ­a con un pensar ni un lenguaje propio, que nos permita encarar el problema indĆ­gena en toda su profundidad”. Su intento por llenar ese vacĆ­o lo llevó a explorar el pasado remoto de la nación indoamericana, sus hilos de continuidad en el mestizaje de la colonia y la significación de los proyectos de los patriotas de la independencia, en particular el de la monarquĆ­a incaica propuesta por Belgrano, sugiriendo que en esta dirección se abrĆ­a la posibilidad de profundizar la conciencia de una nueva nacionalidad americana [57].

Trascendencias y balance

Las formulaciones de los fundadores del nacionalismo de izquierda tenĆ­an las virtudes y defectos propios de su carĆ”cter comprometido. Si ofrecĆ­an ciertos flancos dĆ©biles por su esquematismo, poseĆ­an el vigor de la utopĆ­a y ejercĆ­an un eficaz sentido crĆ­tico. Sus tesis incidieron en las rupturas que sufrieron los socialistas y comunistas, y no fueron ajenas al surgimiento de las llamadas “nuevas izquierdas” [58]. Influyeron en importantes sectores del peronismo y en el lĆ­der del movimiento, que apreció la contribución de algunos de sus exponentes. TambiĆ©n nutrieron los planteos ideológicos de las organizaciones armadas que aparecieron a lo largo de la dĆ©cada de 1960 -incluso las que no se vinculaban con el peronismo-, aunque pocos de ellos habĆ­an propiciado la guerra revolucionaria.

Los nacionalistas de izquierda concebĆ­an la revolución ante todo como insurrección popular. HernĆ”ndez Arregui, que habĆ­a confiado en que una fracción del ejĆ©rcito cumpliera el papel de vanguardia del levantamiento del pueblo, apoyó la lucha armada contra la dictadura militar, no asĆ­ contra el gobierno de 1973. Puiggrós veĆ­a las acciones de la guerrilla como parte de un proceso de eclosiones sociales que debĆ­a converger hacia un “poder revolucionario popular centralizado”. Ramos, en cambio, se pronunció enfĆ”ticamente contra la “actividad terrorista” de los “grupos pequeƱo-burgueses armados” [59].

Tras los virajes históricos de la última década del siglo XX, algunas aristas del nacionalismo de izquierda perdieron actualidad. La fe en el avance inexorable del socialismo ha sido sustituída en gran parte por una nueva confianza en la profundización de la democracia. Con la reducción y dispersión de las clases obreras, decayó su papel de vanguardia del cambio social. La opción revolucionaria del peronismo fue aplastada por la reacción interna y externa al mismo. La revolución violenta no es considerada ya como única vía por las izquierdas y los movimientos populares, y las expectativas en cualquier solución dictatorial o militar resultan inadmisibles.

Sin embargo, la conquista de la autonomía nacional en el marco de la integración sudamericana ha llegado a ser un axioma de los discursos políticos, en éste y en los demÔs países del continente. La renovación del revisionismo histórico y la crítica de las corrientes ideológicas argentinas, que mostraron por un lado las causas del desarraigo y los fracasos del progresismo liberal y las izquierdas tradicionales, y por otro lado el encadenamiento de los movimientos nacionales de masas que caracterizan nuestra historia, siguen teniendo vigencia polémica. La reivindicación de las huellas de los pueblos originarios en la cultura que vivimos, así como la postulación de un pensamiento propio, orientador de las mayorías populares, son desafíos alrededor de los cuales todavía podemos leer con interés lo que estos hombres escribieron.

La recapitulación de las obras citadas nos deja la impresión de que partes sustantivas de sus afirmaciones -pese al revival global del liberalismo y las evoluciones e involuciones en las nuevas izquierdas- se han incorporado al sentido comĆŗn de la cultura polĆ­tica mayoritaria, o al menos de un sector significativo de la misma, y contienen incitantes sugerencias para proseguir reflexionando. Como provisoria conclu­sión, nuestra hipótesis es que la trascen­den­cia del nacionalismo de izquierda ha sido mayor que el menguado reconoci­miento que reci­bieron hasta ahora sus ideólogos.
Publicado en Hugo Biagini y Arturo AndrĆ©s Roig (Comp.), El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX, tomo II , Buenos Aires, Biblos, 2006. 


NOTAS
1 Entendemos que el concepto de SudamĆ©rica es mĆ”s apropiado ?y mĆ”s congruente con el sentido del nacionalismo de izquierda? que el de “AmĆ©rica latina”, aunque los autores que consideramos utilizaban con frecuencia este Ćŗltimo.  
2 L. Incisa, “Nacionalismo” en N. Bobbio y N. Matteucci, Diccionario de polĆ­tica, 1986. E. J. Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde 1870, 1991.
3 Ver H. Chumbita, “El americanismo de los revolucionarios de 1810” en Ciudadanos N°  5, Buenos Aires, OtoƱo de 2002.   
4 Empleamos el tĆ©rmino populismo con un significado próximo al de Ernesto Laclau en PolĆ­tica e ideologĆ­a en la teorĆ­a marxista, 1978, como un modo de apelación a movilizar al conjunto del pueblo, por sobre las clases, para enfrentar al poder establecido. 
5 A. Jauretche, F.O.R.J.A. y la dƩcada infame, 1962.
6 J. Ingenieros, SociologĆ­a argentina [1913-18]. 
7 N. Galasso, La izquierda nacional y el FIP, 1983.
8 Nos referimos a los forjistas Jauretche y Scalabrini Ortiz, el historiador JosĆ© MarĆ­a Rosa, el constitucionalista Arturo Sampay, el filósofo Rodolfo Kusch, e incluso a Leopoldo Marechal, Rogelio GarcĆ­a Lupo, Alberto Methol FerrĆ© (proveniente del nacionalismo “blanco” de Luis Alberto de Herrera), el sociólogo brasileƱo Helio Jaguaribe, et al. 
9 J. J. HernÔndez Arregui, Nacionalismo y liberación, 1969, p. 68-71, 31 y ss.
10 R. Puiggrós, Historia crĆ­tica de los partidos polĆ­ticos argentinos, 1986, p. 30-31; El proletariado en la revolución nacional, 1958, p. 41 y ss. 
11 J. A. Ramos, La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 109 y ss.
12 J. E. Spilimbergo, Juan B. Justo y el socialismo cipayo, s/d, p. 45, 15, 46-47; La revolución nacional en Marx, s/d.
13 Citas de Cooke en N. S. Redondo, El compromiso polĆ­tico y la literatura, 2001, p. 133 y ss.
14 HernĆ”ndez Arregui, Nacionalismo y liberación, 1969, apĆ©ndice. 
15 Perón/Cooke, Correspondencia, 1984, p. 219.
16 Periódico Azul y Blanco, en A. Methol FerrĆ©, La izquierda nacional en la Argentina, s/d, p. 39-42. 
17 HernÔndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 484-485; Nacionalismo y liberación, 1969, p. 97-100 y 189-198.
18 HernÔndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 215. C. Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 151.
19 Puiggrós, El proletariado en la revolución nacional, 1958, p. 35-48.
20 E. B. Astesano, Nacionalismo histórico o materialismo histórico, 1972, p. 202-206.
21 M. Ugarte, La reconstrucción de Hispanoamérica, 1961, p. 9.
22 Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 1, 25, 75, 139 y ss, 85 y ss, 137.
23 Puiggrós, Historia crítica de los partidos políticos argentinos, 1986, p. 11, 16 y ss, 32 y ss.
24 HernÔndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 50; Qué es el ser nacional?, 1963, p. 260 y ss.
25 Homenaje a Adolfo SaldĆ­as (1949), en R. Gillespie, J. W. Cooke. El peronismo alternativo, 1989, p. 104-109.
26 Ramos, Las masas y las lanzas. 1810-1862 (vol. 1 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p 19 y ss, 31 y ss, 75 y ss, 160 y ss.
27 V. TrĆ­as, Juan Manuel de Rosas, 1974, p. 99.
28 Ramos, Las masas y las lanzas, p. 149. Astesano, Rosas. Bases del nacionalismo popular, 1960.
29 Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 148.
30 Ramos, Del patriciado a la oligarquĆ­a. 1862-1904 (vol. 2 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p. 171 y ss. 
31 HernÔndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 480-481.
32 Puiggrós, Rosas, el pequeño, 1944; Historia crítica de los partidos políticos argentinos, 1986, p. 137.
33 Ugarte, La reconstrucción de Hispanoamérica, 1961, p. 17.
34 Ramos, Las masas y las lanzas, 1973, p. 17-18.
35 Hernandez Arregui, ¿QuĆ© es el ser nacional?, 1963, p. 23, 9, 33-34.
36 Puiggrós, América Latina en transición, 1970; Integración de América Latina. Factores ideológicos y políticos, 1965.
37 Trƭas, Juan Manuel de Rosas, 1974, p. 11; El imperialismo en el Rƭo de la Plata, s/d, p. 11-12; Imperialismo y geopolƭtica en AmƩrica Latina, 1989, p. 273 y ss.
38 Perón/Cooke, Correspondencia, 1984, p. 220.
39 Ramos, La lucha por un partido revolucionario, p. 93 y ss; La era del peronismo, s/d, p. 244-246, 251 y ss.
40 Ramos, La bella época. 1904-1922 (vol. 3 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina) 1973, p. 64 y ss, 116 y ss, 222 y ss.
41 Spilimbergo, Historia crĆ­tica del radicalismo, 1974; Juan B. Justo o el socialismo cipayo, s/d, p. 90-91.
42 Ramos, La bella época, 1973, p. 118, 258 y ss, 272 y ss; El sexto dominio. 1922-1943 (vol.4 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p. 75-113.
43 Puiggrós, El yrigoyenismo, 1974, p. 73 y ss, 69, 211, 78. 
44 Ramos, La era del bonapartismo. 1943-1972 (vol. 5 de Revolución y contrarrevolución en la Argentina), 1973, p. 182; La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 15-17; La era del peronismo, s/d, p. 101 y ss, p. 136-137.
45 HernĆ”ndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 397 y ss, Nacionalismo y liberación, 1969, p. 297 y ss; ¿QuĆ© es el ser nacional?, 1963, p. 267.
46 Puiggrós, El proletariado en la revolución nacional, 1958, p. 51-77.
47 Astrada, El mito gaucho, 1972, p. 118-119.
48 Cooke, Peronismo y revolución, 1971.     
49 R. Walsh, Caso Satanowsky, 1973, p. 169 y ss.
50 HernĆ”ndez Arregui, La formación de la conciencia nacional, 1973, p. 487-490, 39, 
51 Ramos, La lucha por un partido revolucionario, 1964, p. 60-67; La era del peronismo, s/d, p. 109-111, 177.
52 Conferencia del 4 de diciembre de 1964, en R. Baschetti, Documentos de la Resistencia Peronista 1955-1970, 1988, p. 187.     
53 Ramos, La era del peronismo, s/d, p. 297 y ss. Astesano, La nación indoamericana, 1985, p. 4. 
54 Astrada, El mito gaucho, 1948, p. 12 y ss, 137, 39-40.    
55 HernĆ”ndez Arregui, ¿QuĆ© es el ser nacional?, 1963 , p. 23 y ss, 244 y ss.
56 Puiggrós, De la colonia a la revolución, 1957, p. 65 y ss, 154 y ss, 256 y ss. 
57 Astesano, La nación indoamericana, 1985, p. 3; Juan Bautista de América, 1979.
58 Ver O. TerĆ”n, Nuestros aƱos sesentas, 1993, aunque su anĆ”lisis no distingue a la izquierda nacionalista como corriente y la engloba en la “nueva izquierda intelectual”.   
59 Ver Galasso, J. J. HernÔndez Arregui: del peronismo al socialismo, 1986, p. 199 y ss. Puiggrós, Adónde vamos, argentinos, 1972, p. 209-210. Ramos, La era del peronismo, s/d, p. 251-254.


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