Edgar Borges | La Contemplación I Premio Internacional de Novela Albert Camus 2009




Adelanto Exclusivo para Analecta Literaria


Con su nueva novela La contemplación (Grup Lobher. España 2010), el escritor  Edgar Borges (Caracas, 1966) no sólo obtuvo el I Premio Internacional de Novela "Albert Camus", sino que logró que Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) se preguntara: «¿Dónde queda la calle 11? ¿Pretende La contemplación orientarnos hacia esa dirección? ¿Es la misma hacia la que camina su autor?  Creo que Edgar Borges, novelista que ama el riesgo, entiende la  literatura como un complot contra la realidad. Leer La contemplación es perderse en el laberinto de las identidades olvidadas».

Dos personas divididas por los paradigmas: masculino o femenino; tren o calle; pintura o fotografía; observación o movimiento; carta  o  e-mail; McCartney o Lennon; nacional o extranjero. Y por el medio una existencia implosiona. Ella podría ser él y viceversa. Esto es parte de lo que cuenta La contemplación, novela que se divide en Tránsitos y Lecturas; de este último segmento, perteneciente al capítulo 8, titulado Mensajes, Analecta Literaria presenta, en exclusiva, un adelanto editorial.







En el edificio 2 un hombre llevaba ocho días asomado en la ventana principal del apartamento 8D. Esperaba recuperar su cuaderno rojo; tenía que terminar su novela La contemplación. Cada mañana, para sostenerse en pie o para no extraviarse en los laberintos de la memoria, espabilaba con la rabia de un  vagabundo que maldice la luz del día. Luego buscaba aire y abría los ojos al máximo, con la desesperación de un ahogado que regresa a la vida; miraba hacia el frente y bajaba un poco la vista, directo hacia el apartamento 7B.
 
Le atormentaba pensar que un impostor pudiera firmar la autoría de La contemplación. Se había aferrado a esa novela como si fuese la última rama que le impediría caer al abismo. En La contemplación Pedro el hostelero logró convocar a buena parte del pueblo en el centro de la plaza. Allí proclamó (a todo pulmón) la solución de la crisis. La solución no es continuar avanzando por el camino equivocado. Hace mucho tiempo, para abandonar el atraso, copiamos el frenético ritmo de las ciudades industrializadas. Y el resultado lo tenemos hoy en nuestras propias casas: le hemos cerrado las puertas a nuestros vecinos. Las familias se han distanciado; cada uno de sus miembros se han refugiando en su cuarto; sería engañarnos a nosotros mismos negar en público algo que todos sabemos, y que padecemos. De seguir así,  pronto, supongo, el suicidio será la epidemia de moda. Hemos llegado a un punto extremo de nuestra historia; estamos padeciendo una vida que no es vida, estamos transitando un camino que no es camino. Es tanto el daño que venimos dejando atrás que ya hasta nos pesa la memoria. La frase de aquella canción que decía "Recordar es vivir" ha sido cambiada por "Recordar es sufrir, recordar es no vivir". Por esta vía no encontraremos jamás luz en el túnel. O nos detenemos o nos pulverizamos en el camino; también es posible que nos convirtamos en fieras. Y nos devoremos por hambre y por rabia.

Como solución, si es que deseamos conseguir una solución,  he propuesto que nos detengamos de inmediato. Se trata de que todo el pueblo se siente en las aceras, en las calles y en las plazas. Los invito a echar la prisa a un lado, la idea es  recordar todos los momentos imperceptibles de nuestra historia, como pueblo, como amigos, como familia. Propongo repensar lo no pensado; se trata de volver la cara y apreciar las experiencias con mayor detenimiento. Es mucho más sencillo de lo que parece.  Invito simplemente a que observemos; no hablo de caminar ni mucho menos de correr; considero que necesitamos valorar los amaneceres lentos y las noches largas; creo que sensato sería vivir todo de nuevo pero con la cámara lenta de la memoria. Avancemos hacia atrás con la lentitud de un recién nacido; levitemos en dirección al pasado. Vayamos en sentido contrario a la prisa, a paso sereno con los ojos muy abiertos a la belleza de las cosas pequeñas que nunca antes vimos. Seamos capaces de pensarnos; juguemos a darle una nueva utilidad a las palabras. Pensamiento: imaginación; adulto: memoria; fantasma: estupidez; mundo: uno; uno: todos. No nos importe si todo esto lo dijo alguien antes; la intención es justamente repetirnos, pero esta vez, muy lentamente, muy poco a poco. Que nadie haga nada más que recordar; que nadie se mueva, que nadie hable; propongo que hasta en la memoria los recuerdos transiten en voz muy baja. En esa posición de contemplación debemos pasar todo el tiempo que sea necesario. Sólo debemos caminar  el día que seamos capaces de volver a valorar cada experiencia con la mirada de un  niño.
    
La novela planteaba un final contradictorio, abierto y cargado de drama. Los habitantes del pueblo aceptaron la idea de Pedro el hostelero; el hombre logró cautivar, incluso, a los más escépticos, con su extraño discurso. No obstante, en principio la gente consideró muy complicados los ejercicios de memoria. Difícil fue relatar los momentos imperceptibles, la mayoría ni siquiera recordaba cuándo ocurrieron. Una anciana confesó que le daba vergüenza reconocer que era incapaz de volver a valorar sus experiencias con mirada de niña. Pero a pesar de las dificultades todos se empeñaron en el intento. Se detuvo la historia y se detuvo el progreso. Y es que el pueblo, dispuesto a lograr el objetivo, decidió pasar la vida en una constante contemplación.

El sonido del timbre hizo que el hombre dejara de pensar en su novela. ¡El impostor!, fue lo primero que le vino a la mente. Pero el impostor sigue en su guarida, dijo entre dientes,  copiando La contemplación. Y el timbre sonó de nuevo.

—¿Quién llama? —preguntó arrastrando la voz.
—¡El cartero!
—¿El cartero? —preguntó ahogando la voz en su propia duda.
—¡Sí, señor, traigo una carta para la señora Lupe Vega! ¿Vive aquí la señora Lupe Vega?

El hombre se apartó de la ventana y caminó muy lentamente hacia la puerta; de un bolsillo sacó un bolígrafo y lo empuñó como si fuera un arma blanca.

—¿Vive aquí la señora Lupe Vega? —preguntó de nuevo el cartero, un tanto  fastidiado.

El hombre se detuvo y bajó la mano armada; el temor le hizo dudar si avanzar o retroceder.

—¿Y por qué no deja la carta en el buzón del edificio? —se atrevió a preguntar.
—¡Pues porque alguien deberá firmar el recibo de entrega!

El hombre avanzó decidido.

¡Dígame de una buena vez si va a recibir la carta!

Y se detuvo en la puerta, apretó la manilla y poco a poco fue abriendo. Apenas hubo espacio posible, una mano se asomó sosteniendo un sobre y un recibo. El hombre bajó la mirada, tomó el sobre y, con el bolígrafo que tenía en mano, firmó el papel. Durante varios minutos permaneció en el mismo sitio, extraviado, con la mirada fija en el centro del sobre: Para Lupe Vega.

Sólo parpadeó al escuchar unos pasos que corrían en retirada. Cerró la puerta y, sin dejar de ver el sobre, caminó hasta la ventana. El impostor sigue en su guarida, copiando La contemplación, como siempre. Entonces abrió el sobre y leyó la carta.

La contemplación.

Al leer el título, un impulso de rabia amenazó con reventarle los ojos.

—¿La contemplación? ¿Ese maldito impostor se atreve a enviarme mi novela?

Y siguió leyendo.

¿Alguna vez te has detenido a pensar en que habitar un cuerpo es mucho más difícil que habitar un apartamento? Sin embargo, tenemos que habitarlo.

El hombre apretó el papel con rabia.

—¿Eso es La contemplación? ¿Para eso robó ese miserable mi novela? ¿Para deformarla?

Y entre jadeos y maldiciones, siguió la lectura del arrugado papel.

El cuerpo debería ser nuestro primer descubrimiento de encierro; pero nos pasamos la vida intentando escapar de encierros externos al cuerpo. Nos enseñan a temerle a otros encierros; vivimos entre paredes ajenas; vamos y venimos buscando las llaves de muchas otras puertas; la vida se nos despedaza, casi siempre sin poder encontrar la llave de una sola de esas puertas. Obvia, pero inalcanzable, será la liberación mientras no vayamos al punto cero del encierro: el cuerpo.

¿Alguna vez te has detenido a pensar en que habitar un cuerpo es mucho más difícil que habitar un apartamento? Y nunca podremos salir de los otros encierros (habitación, apartamento, escuela, trabajo, ciudad...) si no aprendemos a transitar nuestro encierro. ¿Sabías que los encierros se transitan, se huelen, se palpan, se sueñan y se transmutan, y sólo entonces se hace posible aprender a salir de ellos?

Hubo una vez un hombre llamado Gregorio Samsa que transmutó su encierro volviéndose escarabajo; hubo una vez un cuervo que se volvió poeta para contar historias de espantos y de gatos encerrados. A cada quien le corresponde transmutar su encierro; poco importa si al abrir una primera puerta sólo encuentra un abismo. Muy posible será que, en el fondo de ese abismo, el escapista consiga la transmutación. Y que nadie espere encontrar nunca más a ese escapista, porque, en su lugar, habrá otro. Hubo una vez un hombre que un buen día descubrió que llevaba mucho tiempo encerrado en un cuerpo que aborrecía. La contemplación es la historia de ese hombre que  por miedo  se detuvo a esperar su inevitable final.

Y el hombre que leía la carta intentó buscar más, pero, como si se tratara de una novela por entregas, no había nada más luego de un punto. Indignado caminó con la carta entre las manos, rumbo a la ventana. Y se asomó: vio hacia arriba y buscó aire. Tembló como un niño nervioso y bajó la mirada en dirección al apartamento 7B. Herido, pero en pie de guerra, levantó el papel. Y gritó:

—¿Fue para esto que robaste mi novela? ¿Llamas La contemplación a esta basura?

El sujeto del edificio de enfrente continuó escribiendo de espalda a los gritos del mundo.



* Analecta Literaria agradece al autor y al editor del Grup Lobher de España la cesión de este capítulo de la novela La Contemplación en carácter de adelanto exclusivo. Copyright © 2010 Grup Lobher Editorial.




EDGAR BORGES
, es escritor y periodista, nacido en Caracas, Venezuela, en 1966. Su radioserie La fuga de don Quijote fue transmitida en 2005 por Radio Exterior de España, en el marco del IV Centenario del Quijote. Ha publicado los libros de relatos: Sueños desencantados, Mis días debajo de tu falda y El vuelo de Caín y otros relatos, el monólogo Lavoe contra Lavoe, la tragedia del cantante y las novelas La monstrua, la mujer que jamás invitaron a bailar y ¿Quién mató a mi madre?, finalista en 2008 del III Premio Nacional de Novela Ciudad Ducal de Loeches. Y es, también, autor de ¿Quién mató al doble de Edgar Allan Poe? Who Killed Edgar Allan Poe’s Double?.