Hilario Barrero Díaz
Veinte Poemas Inéditos
1. LOS DE LOS TRISTES DESTINOS
Al Museo le cambiarán de protectora,
reemplazarán los premios con los del vencedor,
derribarán estatuas y fundirán monedas,
sustituirán el nombre de las plazas,
serán reconocidos los dos hijos bastardos,
las fotos oficiales se venderán en rastros y subastas
y el brillo de la corte se amargará de olvido.
Con suerte, si no son fusilados,
sus cenizas irán al pudridero
y en los libros de texto serán un par de líneas.
¿Qué será de nosotros que somos solamente
dos cuerpos que se aman?
2. INVENTARIO EN EL MUSEO DIOCESANO
El tiempo detenido en la capa pluvial
de un canónigo bordada en plata y negro,
la luz adormecida en la amatista
de la cruz pectoral del obispo olvidado,
cálices de anónimos orfebres
donados por piadosas ancianas,
solideos vacíos, reliquias hechas polvo,
manípulos dormidos, alguna mitra sin memoria,
una bula papal otorgando indulgencia plenaria,
casullas arañadas de polillas,
cuadros mediocres de pintores locales
y la momia de un santo inocente:
una historia menor arropada en cristales
que un cronista celoso anotó con cuidado
en un libro que venden a la entrada
donde el portero, un sebastián vestido,
labios de santo quemándose en la hoguera,
observa detenido al viejo visitante.
La mirada del joven es lo único vivo en el museo.
3. LA MANO DE MI PADRE
Mi madre lleva guantes, abanico
y en el bolso, los recordatorios
de la primera comunión de mi hermano.
A mi hermano se le enreda el rosario entre los guantes
como una cobra de plata que resbala,
le cuelga el crucifijo de oro que tiene ladeado
y los zapatos le brillan como si Dios fuera su espejo.
Yo llevo una chaqueta que no tiene solapas
y me aprietan bastante los zapatos que están llenos de polvo.
De la forma que mi padre me coge de la mano,
como un jilguero en la jaula enorme de la suya,
parece que me va a proteger para toda la vida.
En mi primera comunión llevé el traje de mi hermano
y mi madre, sin guantes ni abanico,
guardaba en el bolso de su vientre
otro recordatorio de los ochos que mi padre le imprimió.
A veces siento la mano congelada de mi padre que me aprieta
y me quiere llevar a los infiernos donde ahora descansa.
En la fotografía, en blanco y negro, la hoguera no se ve.
4. QUIRÓFANO
Era de noche cuando entraron, los primeros.
Como si fuera al colegio
el niño arrastraba una mochila roja
y una enorme caja de colores.
La habitación llena de sillas vacías
se iluminó cuando entró con el anorak amarillo
y unos ojos redondos encima de una sonrisa desdibujada.
Esperando se recostaba en el regazo de la madre,
preguntaba al padre por la hora, se subía a la silla
o dibujaba cuerpos sin cabeza.
Una enfermera le llamó dos veces
y el niño, abrazándose al cuello del padre,
miró a la madre como quien mira el mar.
Se alejaron los tres por un largo pasillo
respaldados por una luz desnuda.
Después de algunas horas
regresó el matrimonio a la sala de espera.
Traía el padre una expresión borrosa,
el macuto y un osito de mirada imprecisa
y la madre abrazaba, como si fuera un cuerpo,
una bolsa de plástico translúcido con la ropa del niño.
5. LA BRIGADISTA
I
A los ochenta y siete salió en The New York Times
siendo arrestada al protestar
por una de las guerra del Sr. Bush.
Una fotografía que la hizo feliz
y envió con orgullo a sus amigos.
Su cuerpo es un grafiti que camina:
lazos negros, azules, amarillos...
una gorra por una pacifista
encarcelada en una isla del Pacifico,
insignias por la paz, por focas maltratadas,
tigres en extinción, lesbianas transformistas,
por total amnistía, por un mundo más verde,
una bufanda roja por un oscuro político de izquierdas...
II
El otro día vino para hablarme de Pushkin,
la noté muy turbada,
(su bisabuelo fue un escribano
en la Rusia de Nicolás II)
y movía su cuerpo como una bailarina
que estuviera borracha,
sus brazos parecían los de Lenin
arengando a las masas en Moscú;
como sólo llevaba un blusón proletario,
abierto por los lados, con tanto movimiento,
se le salió un pecho (era el izquierdo)
con un pezón oscuro,
como de terciopelo, a pesar de la edad:
yo le miré perplejo y de soslayo
y él se escondió travieso para salir de nuevo.
III
Es evidente que aborreció la carne toda su militante vida,
que es enemiga de la televisión
y nunca lleva puesto nada contra natura.
Sólo escucha noticias, en radios clandestinas,
de abusos e injusticias,
duerme durante el día rodeada de noche,
de papeles, panfletos,
propaganda que incita,
en estilo marxista y decadente,
a huelgas y a protestas
y si fuera posible a la revolución.
IV
En la noche recorta temblorosa
fotos del tercer mundo, de prisiones, de guerras,
o escribe breves cartas de protesta
a la prensa local que no publican.
Manda de lo que cobra del gobierno de USA
un cheque a Fidel Castro
y es seguidora adicta de la Brigada Lincoln
a la que patrocina con un cheque también.
V
En medio de tanta soledad
deja abierta la puerta de su casa
por si alguno de los pocos vecinos que aun le quedan
quiere entrar a hacerle compañía.
La visita que ella está esperando
es una vieja conocida que le traerá una insignia de fuego
y se la llevará consigo a la huelga final.
6. SEVENTH AVENUE CORNER BERKELEY STREET
En la gloriosa mañana de domingo,
la avenida con rojos tulipanes
y en las fachadas una luz de Hopper
un muchacho, apoyado en la esquina
de la casa con un cerezo en flor,
está esperando a alguien
con un ramo de flores amarillas.
Un nuevo amor que nace tan temprano
y en domingo debería gozar
de una luz avanzada y larga vida
y no morir al mismo tiempo que las flores.
7. BLEISTIFTE HÖCHSTER QUALITÄT
Abro la caja
y se dispara un olor a colegio de monjas,
olor a cedro, a mina clausurada,
a lápiz encerrado
con una sombra en su interior.
La Hermana Aurora,
la confesión, el ayuno, el rosario,
los nueve primeros viernes
y el mes de mayo a Maria.
Y esa otra mina dentro de mí
del pecado mortal, la carne, el deseo,
el "cuántas veces, hijo mío" del confesor.
Miro los doce lápices ahora que ya es tarde,
rectos, serios, puntiagudos,
doce apóstoles en la última cena de la línea,
doce peces ahumados en un mar de latón,
Faber-Castell del curso de dibujo
donde por vez primera tracé una curva.
Elijo el lápiz 7B para aclarar mi imagen
y en una hoja de papel prestada
enciendo las tinieblas.
Lo más difícil en el trazo de mi vida siempre ha sido
que la sombra parezca verdadera
no una mancha adherida
al boceto de lo que fue mi infancia.
8. SUBJUNTIVO
Y tener que explicar de nuevo el subjuntivo,
acechante la tiza de la noche del encerado en luto,
ahora que ellos entregan sus cuerpos a la hoguera
cuando lo que desean es sentir el mordisco
que tatúa con rosas coaguladas sus cuellos ofrecidos
y olvidarse del viejo profesor que les roba
su tiempo inútilmente.
Mientras copian los signos del lenguaje,
emotion, doubt, volition, fear, joy...,
y usando el subjuntivo de mi lengua de humo
mi deseo es que tengan un amor como el nuestro,
pero sé que no escuchan la frase
que les pongo para ilustrar su duda
ansiosos como están de usar indicativo.
Este será su más feliz verano
el que recordarán mañana
cuando la soledad y la rutina
les hayan destrozado su belleza,
la rosa sin perfume, los cuerpos asaltados,
ajadas las espinas de sus labios.
Pero hoy tienen prisa, como la tuve yo,
por salir a la noche, por disfrutar la vida,
por conocer el rostro de la muerte.
9. FOTO EN LA UNIVERSIDAD DE COLUMBIA
Un rayo destruyó
la esfera en que te apoyas,
sólo queda la base
por donde juegan niños que no te conocieron
y meditan lagartos prisioneros de plomo.
El campus, a finales de curso,
es un río de cuerpos
que con el torso herido
estudian en el césped luminoso.
Pasan cometas tristes suspendidas de lluvia
y pájaros alegres aprobados de viento.
La luz moja tu cara en luna llena,
pelo liso con un brillo cansado,
tus manos enlazadas reposando en tus muslos,
pantalones bombachos
y dos escarabajos en tus ojos
mirando la retina de la tarde.
Sonríe, Federico, no te muevas.
Aunque se queda inmóvil,
la imagen sale turbia.
Se distingue una mano clarísima y helada
que se posa con fuerza en otra mano en fuego.
La lente invierte la foto de Manhattan
y Harlem se amotina
en la cámara oscura de la noche.
10. RETRASO
¿Dónde están esos trenes que pasaron
llevando tanta vida en sus vagones,
tanta sangre veloz
de jóvenes nocturnos
que huyendo del suburbio
bajaban perfumados
los fines de semana a la ciudad
en busca de otro amor?
¿Qué silencio escogió
el ruido de sus cuerpos
que vestidos de fiesta
murieron un domingo
cuando de madrugada
volvían a su casa?
Mejor hubiera sido haber perdido el tren.
11. LUNES, MADRUGADA
En apariencia un acto
veloz y rutinario
que a estas horas practican
otras muchas parejas.
La luz recién nacida,
escribiendo torcida en la persiana,
se enreda entre tu mano
que recorre mi cuerpo
hasta encontrar lo que te ofrezco.
Sacas más luz de mí,
un chorro plateado
que al chocar en mi pecho
se oscurece y se espesa.
Oigo, desde la cama,
cómo lavas tus manos
y siento el agua tibia
corriendo en mi costado.
Veloz el acto y fugaz el gozo,
lento llega el metal
que me clava sus dientes,
flecha de plata fresca,
en el pezón izquierdo.
Cierras la puerta de la casa
y recuerdo que es lunes.
12. POSTDATA
Me arrimo a ti
en una calle estrecha
y dejo pasar la sombra
que nos viene siguiendo.
13. PLAGA
Todavía se aman a pesar de la plaga
y encuentran en la noche sus torsos alumbrados
sabiendo que la muerte les acecha celosa.
Tiemblan cuando desnudos se miran al cristal
y ven alguna mancha que oscurece su piel.
Con precaución celebran sus huesos arropados
y con certeza saben éste es tiempo de guerra.
Oficiando sus ojos un memorial de sombras
recuerdan tantos nombres que con pasión se amaron,
cuerpos llenos de fuego su coraza encendida
y que ahora rescatan del campo de batalla.
14. "EARLY SUNDAY MORNING"
Única criatura, la claridad
extiende sus raíces en la línea
horizonte de la calle vacía,
bautizando al color por su apellido:
azules infantiles, verdes lluviosos,
ocres enamorados, húmedos blancos
que son frontera con la sábana tibia,
el olor a café, la primera caricia,
y el roce de la muerte que, temprana,
teje precipitada la túnica del barro.
Dando razón de luz al carbón de la sombra,
el sol va señalando a la fachada
su destino de noche aún distante.
Dormidas las persianas, amarillo
despierto de septiembre, un visillo
entretiene su frágil esqueleto
en el lento columpio de la brisa,
mientras Mrs. McLaughlin siente un escalofrío,
protegida por Gato (y una buena ginebra)
y comienza a leer la última edición
del New York Times, cuando tan sólo son
las siete menos cuarto, en la recién
creada mañana del domingo.
15. SEIZE EL DÍA
Todos vienen del ghetto,
admiran a Selena,
quieren sacarse el Lotto,
son pesadas sus sombras,
grises sus biografías,
visten de polyester con ropa made in China,
pies ligeros de Adidas
y sonríen con dientes en andamios,
granos en sus mejillas,
grasa sobre su frente.
Hoy son cuerpos en marzo,
primavera en sus dedos,
fuego por su mirada,
la agresiva belleza de sólo veinte años,
dueños de sus caderas,
urgencias por sus lenguas,
la insolencia del sexo inundando su ingle,
el fulgor de la sangre retrasando relojes
y el descarado valle de sus pechos
umbrío de semillas.
Esto les califica de inmortales.
Mañana serán ruina,
del Olimpo expulsados para siempre,
cuerpos viejos y lentos,
oídos destemplados,
ojos llenos de tierra,
mutilados sus labios con cristales,
el olor de la rosa evaporado,
su tacto acuchillado,
ya la muerte inquilina del pecho pergamino
borrando la escritura de su sangre.
Ignorando lo hermoso y fugitivo de su tiempo
ellos no se dan cuenta cómo el viejo celebra
la clave de su piel y el lujo de sus cuerpos,
tan cerca de sus manos y a la vez tan lejanos,
ansias que le convidan a la vida,
trampas que le conducen a la muerte.
16. LA ÚLTIMA MIRADA
De todas las últimas miradas
que hemos ido dejando por la vida
sin saber que lo eran
¿cómo será la última, la mirada final?
¿Se quedará pegada a la piel de los ojos?
¿Cuándo se seque será raíz del llanto?
¿En que región oscura volverá a ser primera?
¿Tendrá fuego en su voz si la reconocemos
o será como agua si nos llega a traición?
¿Se hundirá el peso de su polvo
en el aire de la nueva mañana
que nosotros ya ciegos no veremos?
Mirar es responder a preguntas vacías
en la primera noche sin respuestas.
17. SABOTAJE
Hay peligro de bombas
y oyen desde la alcoba las sirenas
que destrozan la luz en la ventana.
Temerosos salen después al parque
y sin rozarse se saben abrazados.
¿Dónde irá, se preguntan, el temblor de la luz
cuando llenos de sombra no vean la cometa,
no oigan las sirenas, no tiemblen al roce de una boca
y el parque les resulte impreciso y borroso?
El rumor de las hojas
extiende el miedo al atentado.
Crece cerca el aviso metal de la sirena.
18. CARBONES
Ha vuelto a la maleza después de algunos años.
Se han borrado caminos, el puente se ha caído,
el agua corre espesa y parece más hondo el precipicio.
Los cuerpos que ofrecieron su belleza
han desaparecido fulminados después de aquel verano
o muertos de cansancio y de vejez más tarde.
Siguen las sombras cerrando el laberinto,
oscureciendo el hilo que a algunos de nosotros nos salvó.
Salvados sí pero bien muertos
que desde entonces nadie ha vuelto su rostro
a nuestro paso.
Sigue también la vida:
dos cuerpos con los torsos desnudos,
dos carbones a punto de encenderse,
abrazados se ocultan en lo oscuro
sin saber si saldrán victoriosos
o serán perfumados por el rosal de la espesura.
Al Museo le cambiarán de protectora,
reemplazarán los premios con los del vencedor,
derribarán estatuas y fundirán monedas,
sustituirán el nombre de las plazas,
serán reconocidos los dos hijos bastardos,
las fotos oficiales se venderán en rastros y subastas
y el brillo de la corte se amargará de olvido.
Con suerte, si no son fusilados,
sus cenizas irán al pudridero
y en los libros de texto serán un par de líneas.
¿Qué será de nosotros que somos solamente
dos cuerpos que se aman?
2. INVENTARIO EN EL MUSEO DIOCESANO
El tiempo detenido en la capa pluvial
de un canónigo bordada en plata y negro,
la luz adormecida en la amatista
de la cruz pectoral del obispo olvidado,
cálices de anónimos orfebres
donados por piadosas ancianas,
solideos vacíos, reliquias hechas polvo,
manípulos dormidos, alguna mitra sin memoria,
una bula papal otorgando indulgencia plenaria,
casullas arañadas de polillas,
cuadros mediocres de pintores locales
y la momia de un santo inocente:
una historia menor arropada en cristales
que un cronista celoso anotó con cuidado
en un libro que venden a la entrada
donde el portero, un sebastián vestido,
labios de santo quemándose en la hoguera,
observa detenido al viejo visitante.
La mirada del joven es lo único vivo en el museo.
3. LA MANO DE MI PADRE
Mi madre lleva guantes, abanico
y en el bolso, los recordatorios
de la primera comunión de mi hermano.
A mi hermano se le enreda el rosario entre los guantes
como una cobra de plata que resbala,
le cuelga el crucifijo de oro que tiene ladeado
y los zapatos le brillan como si Dios fuera su espejo.
Yo llevo una chaqueta que no tiene solapas
y me aprietan bastante los zapatos que están llenos de polvo.
De la forma que mi padre me coge de la mano,
como un jilguero en la jaula enorme de la suya,
parece que me va a proteger para toda la vida.
En mi primera comunión llevé el traje de mi hermano
y mi madre, sin guantes ni abanico,
guardaba en el bolso de su vientre
otro recordatorio de los ochos que mi padre le imprimió.
A veces siento la mano congelada de mi padre que me aprieta
y me quiere llevar a los infiernos donde ahora descansa.
En la fotografía, en blanco y negro, la hoguera no se ve.
4. QUIRÓFANO
Era de noche cuando entraron, los primeros.
Como si fuera al colegio
el niño arrastraba una mochila roja
y una enorme caja de colores.
La habitación llena de sillas vacías
se iluminó cuando entró con el anorak amarillo
y unos ojos redondos encima de una sonrisa desdibujada.
Esperando se recostaba en el regazo de la madre,
preguntaba al padre por la hora, se subía a la silla
o dibujaba cuerpos sin cabeza.
Una enfermera le llamó dos veces
y el niño, abrazándose al cuello del padre,
miró a la madre como quien mira el mar.
Se alejaron los tres por un largo pasillo
respaldados por una luz desnuda.
Después de algunas horas
regresó el matrimonio a la sala de espera.
Traía el padre una expresión borrosa,
el macuto y un osito de mirada imprecisa
y la madre abrazaba, como si fuera un cuerpo,
una bolsa de plástico translúcido con la ropa del niño.
5. LA BRIGADISTA
I
A los ochenta y siete salió en The New York Times
siendo arrestada al protestar
por una de las guerra del Sr. Bush.
Una fotografía que la hizo feliz
y envió con orgullo a sus amigos.
Su cuerpo es un grafiti que camina:
lazos negros, azules, amarillos...
una gorra por una pacifista
encarcelada en una isla del Pacifico,
insignias por la paz, por focas maltratadas,
tigres en extinción, lesbianas transformistas,
por total amnistía, por un mundo más verde,
una bufanda roja por un oscuro político de izquierdas...
II
El otro día vino para hablarme de Pushkin,
la noté muy turbada,
(su bisabuelo fue un escribano
en la Rusia de Nicolás II)
y movía su cuerpo como una bailarina
que estuviera borracha,
sus brazos parecían los de Lenin
arengando a las masas en Moscú;
como sólo llevaba un blusón proletario,
abierto por los lados, con tanto movimiento,
se le salió un pecho (era el izquierdo)
con un pezón oscuro,
como de terciopelo, a pesar de la edad:
yo le miré perplejo y de soslayo
y él se escondió travieso para salir de nuevo.
III
Es evidente que aborreció la carne toda su militante vida,
que es enemiga de la televisión
y nunca lleva puesto nada contra natura.
Sólo escucha noticias, en radios clandestinas,
de abusos e injusticias,
duerme durante el día rodeada de noche,
de papeles, panfletos,
propaganda que incita,
en estilo marxista y decadente,
a huelgas y a protestas
y si fuera posible a la revolución.
IV
En la noche recorta temblorosa
fotos del tercer mundo, de prisiones, de guerras,
o escribe breves cartas de protesta
a la prensa local que no publican.
Manda de lo que cobra del gobierno de USA
un cheque a Fidel Castro
y es seguidora adicta de la Brigada Lincoln
a la que patrocina con un cheque también.
V
En medio de tanta soledad
deja abierta la puerta de su casa
por si alguno de los pocos vecinos que aun le quedan
quiere entrar a hacerle compañía.
La visita que ella está esperando
es una vieja conocida que le traerá una insignia de fuego
y se la llevará consigo a la huelga final.
la verde sombra que en la boca tiembla
Ricardo Molina
6. SEVENTH AVENUE CORNER BERKELEY STREET
En la gloriosa mañana de domingo,
la avenida con rojos tulipanes
y en las fachadas una luz de Hopper
un muchacho, apoyado en la esquina
de la casa con un cerezo en flor,
está esperando a alguien
con un ramo de flores amarillas.
Un nuevo amor que nace tan temprano
y en domingo debería gozar
de una luz avanzada y larga vida
y no morir al mismo tiempo que las flores.
7. BLEISTIFTE HÖCHSTER QUALITÄT
Abro la caja
y se dispara un olor a colegio de monjas,
olor a cedro, a mina clausurada,
a lápiz encerrado
con una sombra en su interior.
La Hermana Aurora,
la confesión, el ayuno, el rosario,
los nueve primeros viernes
y el mes de mayo a Maria.
Y esa otra mina dentro de mí
del pecado mortal, la carne, el deseo,
el "cuántas veces, hijo mío" del confesor.
Miro los doce lápices ahora que ya es tarde,
rectos, serios, puntiagudos,
doce apóstoles en la última cena de la línea,
doce peces ahumados en un mar de latón,
Faber-Castell del curso de dibujo
donde por vez primera tracé una curva.
Elijo el lápiz 7B para aclarar mi imagen
y en una hoja de papel prestada
enciendo las tinieblas.
Lo más difícil en el trazo de mi vida siempre ha sido
que la sombra parezca verdadera
no una mancha adherida
al boceto de lo que fue mi infancia.
8. SUBJUNTIVO
Y tener que explicar de nuevo el subjuntivo,
acechante la tiza de la noche del encerado en luto,
ahora que ellos entregan sus cuerpos a la hoguera
cuando lo que desean es sentir el mordisco
que tatúa con rosas coaguladas sus cuellos ofrecidos
y olvidarse del viejo profesor que les roba
su tiempo inútilmente.
Mientras copian los signos del lenguaje,
emotion, doubt, volition, fear, joy...,
y usando el subjuntivo de mi lengua de humo
mi deseo es que tengan un amor como el nuestro,
pero sé que no escuchan la frase
que les pongo para ilustrar su duda
ansiosos como están de usar indicativo.
Este será su más feliz verano
el que recordarán mañana
cuando la soledad y la rutina
les hayan destrozado su belleza,
la rosa sin perfume, los cuerpos asaltados,
ajadas las espinas de sus labios.
Pero hoy tienen prisa, como la tuve yo,
por salir a la noche, por disfrutar la vida,
por conocer el rostro de la muerte.
9. FOTO EN LA UNIVERSIDAD DE COLUMBIA
Un rayo destruyó
la esfera en que te apoyas,
sólo queda la base
por donde juegan niños que no te conocieron
y meditan lagartos prisioneros de plomo.
El campus, a finales de curso,
es un río de cuerpos
que con el torso herido
estudian en el césped luminoso.
Pasan cometas tristes suspendidas de lluvia
y pájaros alegres aprobados de viento.
La luz moja tu cara en luna llena,
pelo liso con un brillo cansado,
tus manos enlazadas reposando en tus muslos,
pantalones bombachos
y dos escarabajos en tus ojos
mirando la retina de la tarde.
Sonríe, Federico, no te muevas.
Aunque se queda inmóvil,
la imagen sale turbia.
Se distingue una mano clarísima y helada
que se posa con fuerza en otra mano en fuego.
La lente invierte la foto de Manhattan
y Harlem se amotina
en la cámara oscura de la noche.
10. RETRASO
¿Dónde están esos trenes que pasaron
llevando tanta vida en sus vagones,
tanta sangre veloz
de jóvenes nocturnos
que huyendo del suburbio
bajaban perfumados
los fines de semana a la ciudad
en busca de otro amor?
¿Qué silencio escogió
el ruido de sus cuerpos
que vestidos de fiesta
murieron un domingo
cuando de madrugada
volvían a su casa?
Mejor hubiera sido haber perdido el tren.
11. LUNES, MADRUGADA
En apariencia un acto
veloz y rutinario
que a estas horas practican
otras muchas parejas.
La luz recién nacida,
escribiendo torcida en la persiana,
se enreda entre tu mano
que recorre mi cuerpo
hasta encontrar lo que te ofrezco.
Sacas más luz de mí,
un chorro plateado
que al chocar en mi pecho
se oscurece y se espesa.
Oigo, desde la cama,
cómo lavas tus manos
y siento el agua tibia
corriendo en mi costado.
Veloz el acto y fugaz el gozo,
lento llega el metal
que me clava sus dientes,
flecha de plata fresca,
en el pezón izquierdo.
Cierras la puerta de la casa
y recuerdo que es lunes.
12. POSTDATA
Me arrimo a ti
en una calle estrecha
y dejo pasar la sombra
que nos viene siguiendo.
13. PLAGA
Todavía se aman a pesar de la plaga
y encuentran en la noche sus torsos alumbrados
sabiendo que la muerte les acecha celosa.
Tiemblan cuando desnudos se miran al cristal
y ven alguna mancha que oscurece su piel.
Con precaución celebran sus huesos arropados
y con certeza saben éste es tiempo de guerra.
Oficiando sus ojos un memorial de sombras
recuerdan tantos nombres que con pasión se amaron,
cuerpos llenos de fuego su coraza encendida
y que ahora rescatan del campo de batalla.
14. "EARLY SUNDAY MORNING"
Para Edward Hopper
Única criatura, la claridad
extiende sus raíces en la línea
horizonte de la calle vacía,
bautizando al color por su apellido:
azules infantiles, verdes lluviosos,
ocres enamorados, húmedos blancos
que son frontera con la sábana tibia,
el olor a café, la primera caricia,
y el roce de la muerte que, temprana,
teje precipitada la túnica del barro.
Dando razón de luz al carbón de la sombra,
el sol va señalando a la fachada
su destino de noche aún distante.
Dormidas las persianas, amarillo
despierto de septiembre, un visillo
entretiene su frágil esqueleto
en el lento columpio de la brisa,
mientras Mrs. McLaughlin siente un escalofrío,
protegida por Gato (y una buena ginebra)
y comienza a leer la última edición
del New York Times, cuando tan sólo son
las siete menos cuarto, en la recién
creada mañana del domingo.
15. SEIZE EL DÍA
Todos vienen del ghetto,
admiran a Selena,
quieren sacarse el Lotto,
son pesadas sus sombras,
grises sus biografías,
visten de polyester con ropa made in China,
pies ligeros de Adidas
y sonríen con dientes en andamios,
granos en sus mejillas,
grasa sobre su frente.
Hoy son cuerpos en marzo,
primavera en sus dedos,
fuego por su mirada,
la agresiva belleza de sólo veinte años,
dueños de sus caderas,
urgencias por sus lenguas,
la insolencia del sexo inundando su ingle,
el fulgor de la sangre retrasando relojes
y el descarado valle de sus pechos
umbrío de semillas.
Esto les califica de inmortales.
Mañana serán ruina,
del Olimpo expulsados para siempre,
cuerpos viejos y lentos,
oídos destemplados,
ojos llenos de tierra,
mutilados sus labios con cristales,
el olor de la rosa evaporado,
su tacto acuchillado,
ya la muerte inquilina del pecho pergamino
borrando la escritura de su sangre.
Ignorando lo hermoso y fugitivo de su tiempo
ellos no se dan cuenta cómo el viejo celebra
la clave de su piel y el lujo de sus cuerpos,
tan cerca de sus manos y a la vez tan lejanos,
ansias que le convidan a la vida,
trampas que le conducen a la muerte.
16. LA ÚLTIMA MIRADA
Para Oneida Sánchez
De todas las últimas miradas
que hemos ido dejando por la vida
sin saber que lo eran
¿cómo será la última, la mirada final?
¿Se quedará pegada a la piel de los ojos?
¿Cuándo se seque será raíz del llanto?
¿En que región oscura volverá a ser primera?
¿Tendrá fuego en su voz si la reconocemos
o será como agua si nos llega a traición?
¿Se hundirá el peso de su polvo
en el aire de la nueva mañana
que nosotros ya ciegos no veremos?
Mirar es responder a preguntas vacías
en la primera noche sin respuestas.
17. SABOTAJE
Hay peligro de bombas
y oyen desde la alcoba las sirenas
que destrozan la luz en la ventana.
Temerosos salen después al parque
y sin rozarse se saben abrazados.
¿Dónde irá, se preguntan, el temblor de la luz
cuando llenos de sombra no vean la cometa,
no oigan las sirenas, no tiemblen al roce de una boca
y el parque les resulte impreciso y borroso?
El rumor de las hojas
extiende el miedo al atentado.
Crece cerca el aviso metal de la sirena.
18. CARBONES
Ha vuelto a la maleza después de algunos años.
Se han borrado caminos, el puente se ha caído,
el agua corre espesa y parece más hondo el precipicio.
Los cuerpos que ofrecieron su belleza
han desaparecido fulminados después de aquel verano
o muertos de cansancio y de vejez más tarde.
Siguen las sombras cerrando el laberinto,
oscureciendo el hilo que a algunos de nosotros nos salvó.
Salvados sí pero bien muertos
que desde entonces nadie ha vuelto su rostro
a nuestro paso.
Sigue también la vida:
dos cuerpos con los torsos desnudos,
dos carbones a punto de encenderse,
abrazados se ocultan en lo oscuro
sin saber si saldrán victoriosos
o serán perfumados por el rosal de la espesura.
19. MIRADAS
La niebla empaña mi mirada
y al pasar por el lago
ve dos cisnes felices
que escriben en el agua
un mensaje secreto
con mala ortografía y tinta seca
que yo puedo leer y tú no puedes.
Tú crees que son dos patos
que volando hacia el Sur
hacen tiempo en el lago
cebándose de pan
que les dan los vecinos.
Dentro de poco ya no estarán
mis cisnes ni tus patos,
yo seguiré nublado con la niebla
y tú verás más claro cada día.
20. PREGUNTA
En la mañana
la luz hablaba a gritos,
la sombra muda.
En el atardecer
el miedo a reflejarse
sin saber
si es la sombra del cuerpo
la que quema
o es el fuego del alma
que se extingue.
Ya con la oscuridad te haces la pregunta
que no tiene respuesta:
¿Ha sido siempre la sombra tan pesada?
Noche clara del cuerpo.
HILARIO BARRERO DIAZ. Nació en Toledo y vive en Nueva York desde 1978. Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de la ciudad de Nueva York. Ha enseñado español en la Universidad de Princeton. En la actualidad es profesor de español en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, (Borough of Manhattan Community College). Quedó finalista del Adonais en 1967 y ha ganado varios premios literarios. Ha traducido a Robert Frost, Jane Kenyon, Donald Hall y otros poetas norteamericanos contemporáneos. Es autor de Las estaciones del día, (2003), Siete sonetos, In tempore belli (1999, Premio de poesía Gastón Baquero) y Siete postales del sur y una postdata (edición no venal). Ha sido incluido en Piel-palabra (Muestra de la poesía española en Nueva York), de Francisco Álvarez-Koki, 2003; en el volumen colectivo Líneas urbanas. Lectura de Nueva York, editado por José Luis García Martín, (2002); Miradas de Nueva York. (Mapa poético), de Juan Luis Tapia; Timor: Do Poder das Armas a Forca do Amor, de Maria Teresa Carrillo (2002) y en Aquí me tocó escribir, editada por Paquita Suárez Coalla (2004). Ha ganado el I Premio de poesía lúbrica Café Muskiz 2003 con el libro El ascensor de Rockefeller Center. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés por Gary Racz y publicados en la revista Downtown Brooklyn de la Universidad de Long Island.
En la mañana
la luz hablaba a gritos,
la sombra muda.
En el atardecer
el miedo a reflejarse
sin saber
si es la sombra del cuerpo
la que quema
o es el fuego del alma
que se extingue.
Ya con la oscuridad te haces la pregunta
que no tiene respuesta:
¿Ha sido siempre la sombra tan pesada?
Noche clara del cuerpo.
HILARIO BARRERO DIAZ. Nació en Toledo y vive en Nueva York desde 1978. Es doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de la ciudad de Nueva York. Ha enseñado español en la Universidad de Princeton. En la actualidad es profesor de español en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, (Borough of Manhattan Community College). Quedó finalista del Adonais en 1967 y ha ganado varios premios literarios. Ha traducido a Robert Frost, Jane Kenyon, Donald Hall y otros poetas norteamericanos contemporáneos. Es autor de Las estaciones del día, (2003), Siete sonetos, In tempore belli (1999, Premio de poesía Gastón Baquero) y Siete postales del sur y una postdata (edición no venal). Ha sido incluido en Piel-palabra (Muestra de la poesía española en Nueva York), de Francisco Álvarez-Koki, 2003; en el volumen colectivo Líneas urbanas. Lectura de Nueva York, editado por José Luis García Martín, (2002); Miradas de Nueva York. (Mapa poético), de Juan Luis Tapia; Timor: Do Poder das Armas a Forca do Amor, de Maria Teresa Carrillo (2002) y en Aquí me tocó escribir, editada por Paquita Suárez Coalla (2004). Ha ganado el I Premio de poesía lúbrica Café Muskiz 2003 con el libro El ascensor de Rockefeller Center. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés por Gary Racz y publicados en la revista Downtown Brooklyn de la Universidad de Long Island.