Dos Cuentos Breves
LA ESPERA
Como todos los domingos, mi padre me dijo que iría a pescar y regresaría al atardecer y yo le creí; mi madre me dijo que iría a visitar a mi abuela y yo le creí; mi hermana habló de una excursión al Tunari con su novio y tampoco dudé.
Han pasado cuatro años y empiezo a sospechar que no volverán. Me he quedado sin teléfono y sin electricidad, imagino que por falta de pago, y no me gusta leer. Mis provisiones se han agotado y cada vez me es más difícil encontrar ratones o gusanos.
Y tampoco puedo salir de esta casa: me es intolerable la idea de que en el momento en que lo haga ellos regresen y volvamos a desencontrarnos. Así que me dedico a esperar sin hacer nada de la mejor manera posible.
«La espera» se incluye en el libro Las máscaras de la nada, Los Amigos del Libro, Cochabamba, 1990
Acabamos de enterrar a papá. Fue una ceremonia majestuosa; bajo un cielo azul salpicado de hilos de plata, en la calurosa tarde de este verano agobiador. El cura ofició una misa conmovedora frente al lujoso ataúd de caoba y, mientras nos refrescaba a todos con agua bendita, nos convenció una vez más de que la verdadera vida recién comienza después de ésta. Personalidades del lugar dejaron guirnaldas de flores frescas a los pies del ataúd y, secándose el rostro con pañuelos perfumados, pronunciaron aburridos discursos, destacando lo bueno y desprendido que había sido papá con los vecinos, el ejemplo de amor y abnegación que había sido para su esposa y sus hijos, las incontables cosas que había hecho por el desarrollo del pueblo. Una banda tocó “La media vuelta”, el bolero favorito de papá: Te vas porque yo quiero que te vayas, / a la hora que yo quiera te detengo, / yo sé que mi cariño te hace falta, / porque quieras o no yo soy tu dueño. Mamá lloraba, los hermanos de papá lloraban. Sólo mi hermana no lloraba. Tenía un jazmín en la mano y lo olía con aire ausente. Con su vestido negro de una pieza y la larga cabellera castaña recogida en un moño, era la sobriedad encarnada.
Pero ayer por la mañana María tenía un aspecto muy diferente.
Yo la vi, por la puerta entreabierta de su cuarto, empuñar el cuchillo para destazar cerdos con la mano que ahora oprime un jazmín, e incrustarlo con saña en el estómago de papá, una y otra vez, hasta que sus entrañas comenzaron a salírsele y él se desplomó al suelo. Luego, María dio unos pasos como sonámbula, se dirigió a tientas a la cama, se echó en ella, todavía con el cuchillo en la mano, lloró como lo hacen los niños, con tanta angustia y desesperación que uno cree que acaban de ver un fantasma. Esa fue la única vez que la he visto llorar. Me acerqué a ella y la consolé diciéndole que no se preocupara, que estaría allí para protegerla. Le quité el cuchillo y fui a tirarlo al río.
María mató a papá porque él jamás respetó la puerta cerrada. Él ingresaba al cuarto de ella cuando mamá iba al mercado por la mañana, o a veces, en las tardes, cuando mamá iba a visitar a unas amigas, o, en las noches, después de asegurarse de que mamá estaba profundamente dormida. Desde mi cuarto, yo los oía. Oía que ella le decía que la puerta de su cuarto estaba cerrada para él, que le pesaría si él continuaba sin respetar esa decisión. Así sucedió lo que sucedió. María, poco a poco, se fue armando de valor, hasta que, un día, el cuchillo para destazar cerdos se convirtió en la única opción.
Este es un pueblo chico, y aquí todo, tarde o temprano, se sabe. Acaso todos, en el cementerio, ya sabían lo que yo sé, pero acaso, por esas formas extrañas pero obligadas que tenemos de comportarnos en sociedad, debían actuar como si no lo supieran. Acaso mamá, mientras lloraba, se sentía al fin liberada de un peso enorme, y los personajes importantes, mientras elogiaban al hombre que fue mi padre, se sentían aliviados de tenerlo al fin a un metro bajo tierra, y el cura, mientras prometía el cielo, pensaba en el infierno para esa frágil carne en el ataúd de caoba.
Acaso todos los habitantes del pueblo sepan lo que yo sé, o más, o menos. Acaso. Pero no podré saberlo con seguridad mientras no hablen. Y lo más probable es que lo hagan sólo después de que a algún borracho se le ocurra abrir la boca. Alguien será el primero en hablar, pero ése no seré yo, porque no quiero revelar lo que sé. No quiero que María, de regreso a casa con mamá y conmigo, mordiendo el jazmín y con la frente húmeda por el calor de este verano que no nos da sosiego, decida, como lo hizo antes con papá, cerrarme la puerta de su cuarto.
«La Puerta Cerrada» se incluye en Amores imperfectos, Santillana, La Paz, 1998
EDMUNDO PAZ SOLDÁN, narrador, ensayista y crítico boliviano nacido en Cochabamba en 1967. Estudió Relaciones Internacionales en Buenos Aires, Ciencias Políticas en la Universidad de Alabama y obtuvo un doctorado en Lenguas y Literatura Hispana por la Universidad de Berkeley. Sus primeras publicaciones aparecieron en Bolivia, en el Suplemento Correo del periódico Los Tiempos. Ha escrito para medios como El País, The New York Times, Time y Etiqueta Negra. Actualmente es columnista de temas de cultura y política en el diario chileno La Tercera y docente de la Universidad de Cornell, donde dicta el curso de literatura latinoamericana. En 1992 recibió el Premio Erich Guttentag por Días de papel; en 1997, el Premio Juan Rulfo por el cuento Dochera; el Premio Nacional de Novela de Bolivia 2002 por El delirio de Turing y la Beca Guggenheim en el año 2006. En 2011 presidió la primera edición del Premio de las Américas. Sus obras han sido traducidas a varios idiomas y han aparecido en antologías en diferentes países de Europa y América.
Obras Publicada
Cuentos
1990 Las máscaras de la nada,
1994 Desapariciones
1998 Dochera y otros cuentos
1998 Amores imperfectos
1999 Simulacros, Antología
2004 Desencuentros
2006 Norte, Antología
2008 Lazos de familia
2009 La puerta cerrada y otros cuentos
2012 Billie Ruth
Novelas
1992 Días de papel
1997 Alrededor de la torre
1998 Río fugitivo
2000 Sueños digitales
2001 La materia del deseo
2003 El delirio de Turing
2007 Palacio Quemado
2009 Los vivos y los muertos
2011 Norte
2014 Iris, ciencia ficción
Ensayos y crítica
2000 Latin American Literature and Mass Media, coeditores: Debra A. Castillo y Paz Soldán
2003 Alcides Arguedas y la narrativa de la nación enferma