Carolina Zamudio nació en Curuzú Cuatiá, un bellísimo y antiguo pueblo de Corrientes, Argentina, y reside hoy en Puerto Colombia, Atlántico, Colombia. Entre un lugar y otro ha mediado una vida tocada por residencias en Medio Oriente y en Europa; una vida, esa, que en el mundo de un poeta se plasma en valiosa obra de un lirismo que va de lo íntimo y confesional hasta la luz de la experiencia revelada.
La poesía de esta autora construye un espacio donde lo cotidiano se enuncia y aspira a lo trascendente. Para que ello suceda, es necesario un tú, que en el caso de esta poética se trata de un interlocutor amoroso en armonía con el sujeto de la enunciación. Por esta razón, el amor es uno de los temas que sostiene esta poética, atravesada por un temple cuya fuerza de origen capta, imprime, resalta y proyecta las emociones. La vida es movimiento y la poeta crea sus textos con la conciencia de quien escribe para no morir o —simplemente, nada menos— para no desaparecer.
Desde lo formal, el verso libre rige el discurso mientras imagen y metáfora son el recurso elegido: podemos así afirmar que estamos ante una poesía de lenguaje surrealista donde la recurrencia de imágenes y metáforas se trama con sutileza original para resaltar la paradoja. Lo insólito es con frecuencia el aleph que justifica o marca el punto de partida para un decir que, muchas veces, se resuelve como en un caleidoscopio sorprendente.
En el arco de la multiplicidad de poéticas contemporáneas se evidencia, una y otra vez, el deseo de desdibujar o borrar el yo, para distanciar y distanciarse del discurso y crear así un efecto de pura objetividad. En este caso, la conciencia del yo tiene un peso fundamental. La escritora se instala en el centro mismo del poema para emitir un discurso que expresa las diferentes dimensiones que presenta el sujeto de la enunciación —un sujeto ineludible que genera el discurso por y desde él.
A lo largo de los textos de “Rituales del azar” se constatan pertenencia y esencia: lo que se tiene y lo que no se tiene; la expresión de lo que se es y de lo que no. Algo así como la urgencia o necesidad de nombrar y decir lo que existe para que ello tenga una presencia real, como si la palabra fuera la que instaurara la realidad y todo lo que existe tuviese ese estado por el hecho de haber sido pronunciado.
Al amor, tema sobresaliente en este conjunto, se suma, en segundo término, la muerte. Y entre ambos cuenta la sensualidad de la palabra —esa que la autora ha cribado tras su vital contacto con paisajes y experiencias deslumbrantes y conmovedoras. Acotemos que la muerte, también, surge como una constatación de lo que existe y la sensualidad que emerge de esta combinación queda sugerida con extrema sutileza: no se trata de una poesía que reafirme el género o tenga visos de erotismo trillado. De estos elementos combinados nace, también, la necesidad de la belleza y su constante búsqueda, ya desde el discurso, ya desde la elección de las palabras para construir cada poema.
En esta búsqueda de lo que existe y de la ubicación del yo de la enunciación en este mundo, el camino a transitar muchas veces es azaroso y repentino. Por esta razón, la naturaleza cobra un papel fundamental: porque apela a los sentidos o porque es espejo de la realidad. Acaso, también, porque sintetiza el pensamiento como la praxis de un discurso teórico. Y es así que el yo poético se deja fluir y describe lo que siente y lo que le sucede —sin que implique, necesariamente, una reflexión sobre ello.
Estamos ante una lírica que crece en su desarrollo por la riqueza de abordajes, así como por su imaginería; poesía que nombra lo que existe en un lenguaje que no riñe, las más de las veces, con lo tradicional ni desdeña lo simple; poesía que llega para conmover. Carolina Zamudio escribe sus poemas desde un lugar poderoso de intuitivo conocimiento. Deja que la realidad brille, la atraviese y la deslumbre, para así interpretar el mundo y expresarlo.
JORGE PAOLANTONIO
Buenos Aires, febrero de 2016
TEORÍA SOBRE LA BELLEZA
La belleza no cabe
en un trozo de papel
sí en los ojos. Como ajustar
el enfoque de una lente
por detrás.
No en la punta de la lengua
más allá.
Cabe en el aire
al abarcar el ser.
Puede asirse la belleza
en silencio al reposar el cuerpo
desde atrás, en eso de ser
atesorar lo que haya sido
y bello es.
La belleza habita en la oscuridad
el don que nos fue dado oculto
la cáscara que se quita
lo bello es un fin vacío de principios
nace en el último tramo del próximo deseo.
La belleza abraza la luz de la muerte
o desata la nebulosa de la vida.
CENTRO Y FIN
I
El último abrazo
antes de la primera muerte
el franco coqueteo con la locura
la vez que el amor
fue un pozo
absoluto
como el cosmos
el aliento originario de un más allá difuso
de la única verdad
que es el nacimiento.
II
La vida no está allá
ni entonces.
La vida es esta
este aliento, esta piel
esta sensación de pozo seco
de colmena abandonada
de centro y de fin.
III
El vacío tiene el peso
de lo absoluto
nunca menos.
Centro.
El vacío es
la medida del mundo.
UN TROZO DE VIDRIO
Nada tengo
y todo al mismo tiempo.
Río de ideas
que se alimentan en algún arroyo
denso de infancia.
La copa en la mano
como toda medida del ahora.
Pasado y futuro no importan.
Intervalo fugaz
—ya no es—.
Aquí hay
un trozo de vidrio.
PLENITUD
Al amparo del árbol de la sabiduría india
en la letanía impasible de la tarde
con los brazos abiertos y las palmas al cielo.
Vuela una mariposa
y su impudicia
modesta síntesis de mundo en los ojos.
Templar belleza
mirando bajo las arrugas
la longitud de la nariz
el bosquejo del aliento
los pliegues de las orejas
hasta dejarla ir.
ARRAIGO
Quizá sea un roble
con aroma a eucaliptus
cuyas raíces son ramas
que tanto anclan un fondo
como rozan una cúpula.
Exilios ciertos
ni hazañas tengo
la casa es campo de batalla
el cuerpo es la casa.
Alma
espíritu y vacío habitan en ella.
A veces en el silencio humeante
que presagia los sueños
me paro ante mí y pido.
Casi siempre me obedezco
Alguna vez quizá plante un árbol
ahí donde mueren las palabras.
Por ahora me conformo con ser durazno
y que su piel desgarres, hija de una tierra
que tanto me crece como me carcome
rama de un tronco que se deshilacha lerdo
fruto del fruto de una y otras ramas
que crecen desordenadas, profusas.
Jardinera del desarraigo
quizá
alguna vez yo misma plante ese árbol.
NUEVO RITUAL
El cuadro que hoy completo
hace un tiempo no era
yo, antes de los pinceles
ni mis manos antes de la paleta.
Como estas palabras que aún no
son pero quieren
la suavidad del vino en la boca
una noche que sí es —lo sé por la furia de afuera—
los ángeles que velan el sueño de las niñas
mientras la madre pinta, mientras la madre crea
y el padre atraviesa un océano
sin pedir a cambio nada
navega aire de olvido
adivina un frío que aquí no merodea.
Quizá mañana armemos un árbol
un deseo, quizá, pidamos también
las niñas bailarán invocando fiesta
la madre les hablará de los días allá lejos
llegará el padre, un brindis
se colgará el cuadro, se prenderá la estufa a leña
se iniciará un ritual que atraviese océanos
nuevo, uno que antes no era.
CARICIAS
La gente anda llena de consejos
y los lanza como piedras.
De palabras se erigen
infalibles murallas
y solo ellas mismas —otras—
pueden demolerlas:
sutiles como ostras frescas
carnosas como mangos maduros
blancas como nardos.
Lo menudo como avío
para un gran cambio.
Mejor aún, pronunciadas al pasar
al descuido
delgada caricia
para quien quiera atraparlas.
Palabras, no piedras.
PARIRSE
Parirse, ¿se puede?
Dice que sí y argumenta:
volver a nacer como acto inaugural
y básico. Infrecuente egoísmo.
Loba que aúlla a la aureola traslúcida de un lucero
ojos precisos
intensos como lente
lazarillo que obtuvo su acta de emancipación
y con lágrimas de tinta imprime ahora historia.
Pelos al viento, corriente
libertad soldándose a la cara.
Parirse se puede.
ATARDECER DE CULTO
I
Las cosas bellas también se lacran.
Cuando terminan pueden doler
como si algo se soltara. Pesar
como lo perdido.
II
Atardece. Un párpado a punto de cerrarse.
Un dios que no es mío
ofrece sus prodigios.
Artista solitario que golpea
justo a los vacilantes
guiña un ojo escondiendo un sol
y nada hay allí de culto. Todo
solo belleza que atardece.
EXTRANJERA
Puedo extrañar
a quien no fui
en aquellas tierras
que tampoco fueron mías.
Una brisa furiosa
me planta y abandona.
No atina a besar
a esta que tampoco soy:
nuevo paisaje
en el que un faro indigente
distante se esmera en alumbrar.
Yerta, pesados los brazos
en cruz.
ILUSIÓN DE SÁBADO
Agua se derrama hacia los ojos
nada quiere contenerse
cúpula magistral y abierta
enfatiza
todo siempre estuvo allí.
Día vital y sin matices
suspiro profundo desde el estómago
la fuerza de la mano derecha
sobre el lado izquierdo del pecho.
La holgura del propio amor
sostenido y recóndito.
Son mentira
el sol, los pájaros, el cielo y su azul
el verde que estalla una verbena íntima
sábado, en la paz de una selva personal.
Es mentira el día
sin ojos
que lo vean.
ESBOZO PARA UN AUTORRETRATO
No nos fue dado un guion.
Intuí al nacer que el paraíso me fue negado
la premura de parto
alumbró un camino en sombras
un trasluz de audacia que me ubica en bordes
por allí, erguidas o doblegadas
van las noches.
Tampoco nos fue dado un final.
Huyo del paraíso
me entrego a la lucha de los hombres
que es la falta de certezas
el exiguo tintineo de palabras
la razón o el amor, según el día
la convención, precaria
de la felicidad.
OBVIEDAD DE HAMACA
I
No puede reconocerse
al ver su cara en el espejo
¿Quién pudo, acaso, con los reflejos
y otros íntimos conocimientos?
Somos anécdotas
lo que ignoramos
o muestra una ilusión.
II
La obviedad de la hamaca
lo pendular de abarcar
eso efímero en movimiento.
Estrujarnos palabras
y quizá allí ser poesía.
III
Las manos moldean
enredaderas
versos, orgasmos
las mismas, esas, manos.
Jugar a la vida con sus máscaras
amante inadvertida
el día hace
la tarde duda
la noche crea
espejo en el que balancearse
la vida hamaca.
SIN RED
En tierra de mariposas
a la caza de sofismas.
Sin red.
La noche tiene un balcón
con vista hacia adentro.
A veces ingreso.
Amo el silencio que duerme
la casa. Y yo
todo agita
yo muchos, ninguno
desde afuera hacia un bullicio único
que todo ancla
vierte.
Noche: tus pasillos me develan
el infinito
y ese yo.
Los otros claudican.
LUZ DE MIS SOMBRAS
I
Quizá vuelva a encontrarte luz de mis sombras
y como viento de paso que has nacido
toques mi hombro
—sea mayo, Buenos Aires—
un nuevo aliento cargado de fronteras vista lo que llamamos hogar
la música sea corriente doméstica que nos proteja del mundo
nuestros silencios: los polos de un imán.
Y pisemos el pasto o nos llenemos de olas
las niñas sean voces que vuelvan abrazos
y sepamos que fuimos solo lo que pudimos
temprano o sábado, algo que de espaldas a nosotros
pareciera volver a empezar.
Quizá no sea mayo, menos Buenos Aires
ni me quede un hombro donde apoyes la mano
pero seas una estela que navega
por un río de luz.
II
Hoy en cambio quiero ser esa brasa que te incendia
como la línea delgada de plata que sobreviene sobre el mar
a espaldas del horizonte la tormenta
pero soy oscura
te apago con lo sombrío que llena
me debato entre lo que potencia y reprime
voy siendo esa víbora que se arrastra
lleva en la piel lo que el camino desecha
una profundidad de aljibe
un río de rápidos
viento que arrebata la calma que te fue dada
calma que se conforma con fundirse
al silencio que vive justo al medio de tus labios.
Aunque puedo ser la nada que eliges que sea
y a veces fehacientemente soy
no soy, no eres.
Nada.
CODICIA
Hay reparo, avaricia en los bordes de la lengua
lo que se derrama todo inunda
un hueco de luz amanecido ancla
a una ventana la tarde
la frescura densa del agua
agita a lo lejos
por el ángulo de mis piernas sale el sol
donde antes se escatimaba un cuento
fantástico relato delira jadeante
la magia que cabría a lo lábil del momento
en historias prestadas oscurece demente
no hay ahora, nunca, quien extraiga y cuente
que dos cuerpos usados apenas improvisan.
LLORAR
Llorar no es limpiarse
es mojar un vestido
correr el maquillaje
ahuecar los surcos de la cara
como cauce de deshielo
es sangrar del color de la piel
dejar algo esparcido
con anticipación, sobre la tierra.
Limpiar los ojos sí.
Después de llorar
lo que se ve recupera el foco
el paisaje es más claro
la flor naranja, intensa
hasta el tacto más sensible.
Limpiar
es solo cosa del agua
quizá de la lluvia, que no es agua
solo un rito que esclarece.
Las lágrimas son como de aceite
deslizan aquello
que —desde adentro—
viscoso
no puede más que verterse.
ENTERA
De boca en boca
del alimento al beso
recodo en la palabra.
Dar de comer
entregar
entera desde esta inmensidad
y finitud
desde mí
en el mundo.
Todo
desde esa boca que espera
el mordisco
desde esa otra boca
que concierta y se funde en esta.
Casi nada, ínfima
desde el cosmos
que —también— mide
se desboca.
INUNDACIÓN
Hay un par de zapatos
jugando bajo tu cama.
Parece que también hay víboras
te atan a las sábanas.
Un cortocircuito, una historia rebanada
un trago áspero
tu alma en el espejo delineando sudor.
Parece que la inundación fue por tu llanto
no cesó ni en los paros
a los que se atrevió tu corazón.
Parece que el amor abrió
de golpe la ventana
y sin haberlo pensado hizo lo suyo
el suicidio mejor.
Hay una mujer amarrada a una cama
una historia en pausa
entre alambres de púa.
ILUSIONISTA
De la soledad
el cajón abierto en el alma
niñez de palabras atragantadas
del miedo al goce que paraliza el cuerpo.
Hablabas con la determinación del temporal
que recién comienza
ojos negrísimos curtidos de tanto mar
la palabra alta, chispeante y clara.
Yo empezaba a confiar
en una seducción de ilusionista
encantadora de serpientes.
El aire amalgamaba furia y sosiego
la gente se disolvía
sonaba una melodía que
quizá, fuera Bach
en dos direcciones
algo nacía.
DETRÁS DE LOS ÁRBOLES
Dulces tardes de castañas tostadas
miro el otoño desde la ventana
veo pasar
—secuencia perdida, hilván de puntadas largas—
el camino hasta aquí.
El azar me trae remotamente, tironea
el cuadro sin acabar detiene el momento:
“no te atrevas a hablarme”.
La noche se apura detrás de los árboles desguarnecidos
y solo sé que esta tarde volverá ocre
a rodar su cadena de dudas
cuando delante esté
¿el mar, el desierto, las pampas?
la paleta desvanezca marfiles
los convierta en recuerdos.
Alguna vieja palabra punzante
este profundo silencio de la casa
todo vendrá.
Y SE DEJÓ SER SILENCIO
La misma noche, nunca acaba
olor a fin de infancia
el amor respira doliente.
La misma noche, el mismo olor
disueltos y añosos besos
compasión de luna de agua. Vieja.
La misma noche, perder lo no perdido.
La misma noche, suspendida en tiempo
el mismo mío olor en él
una almohada me piensa
me duerme
me encuentra ausente
por primera vez inmensa.
La misma noche, el mismo olor
como alguien que leyó el destino
y se dejó ser silencio.
LUZ
Sola.
No madre, no hija, no amante.
Artesana, camina entre las dudas.
Las certezas son del sol.
Con lágrimas, es de porcelana.
Cuidado con tocarla.
Se quiebra.
Agnóstica y maltrecha.
El vientre curtido de desgarros
cuchilladas.
La sombra del pasado
un grito de agonía.
Femenina
en lo que un día se duele
desentrama
se incendia
cuando lo sangrado es luz.
CANSANCIO
Deberíamos morir todos así, de golpe
y clava su lengua de acero recién afilado
justo en medio de la médula de mi noche.
Sostengo el cansancio entre temblores
y ella sigue —cándida y cruel—
tejiendo su día:
lo que queda de una enferma que aún respira
aunque quiera dejarse ir
que los restos de su madre sepultados años ha
deben ser cremados
que la muerte, la vida, la muerte.
Algo tenue, umbilical, nos mantiene
mientras una voz frenética hila dentro mío
quien me dio la vida debería abstenerse
de mezclar banalidad
con cuestiones tan cruciales:
la noche y el cansancio.
SIETE
Como gotas que la gravedad vuelve charcos
uno a uno moldeamos instantes
y entregando lo diario
azuzamos también el destello
ligero de la trascendencia.
Seremos una mirada
imágenes, uno o varios desencuentros
palabras
un día cualquiera, silencio.
Siete pasos separan
de vez en cuando del abismo
no se cuentan. Se imaginan.
Se relata como cronista
esa muerte premeditada
que no será —por poética—
nada más que eso.
CERTEZA
La muerte no se llora en remolinos de certeza.
Sucede —casi siempre— en medio de arrebatos
de una alegría a otra
se calla y fecunda en el centro del miedo.
La vida es una grieta de luz
que transcurre entre el negro más puro
y la oscuridad infinita.
Vivimos encendiéndonos estertores
no lloramos porque estamos mudos
y —como música de cajas huecas—
queremos escapar del cuerpo buscando alivio.
La muerte anda por ahí burlona
aguijonea eso que nombramos ausencia
es quien manda a otros a que vistan el cuerpo.
Entonces tememos no ser rozados
abrazados ya por nuestros hijos.
Conjeturamos, tarde, otros finales
como dueños de esa vida que compartimos
—tiempo y espacio—.
Huimos, esquivamos
nos plantamos arrogantes desvalidos
ante nuestra propia vida.
Si acaso contuviera ese mohín
que no llora o se llena de argumentos:
ante nosotros, los otros
y el único con una certeza.
Creemos vivir
un espasmo
un cortocircuito
un infarto en la carrera entrecortada por el sueño
como ese del que despertamos
preguntándonos si es cierto
si seguimos vivos
o acaso fuimos nosotros.
Y descubrimos que la muerte puede ser
ese instante luminoso
que sucede tras el negro y largo rato
que alguien nombró vida.
La muerte vive y es la única certeza.
OTOÑO
Si muero en otoño
seré redimida por mi falta de fe.
Si muero en otoño
mi cuerpo vuelto polvo
volará al fin libre
—cadencia de hoja—
ocre, amarillo.
Si muero en otoño, joven
viva quizá con tesón
en las mujeres de mi descendencia.
Pues si muero en otoño este canto
será un presagio dulce lanzado de madrugada
al arrullo de los espasmos de mi madre
que duerme la casa de la infancia.
Si no es otoño, acaso, que alguien sepa
que la dulzura de castañas
la íntima penumbra de un atardecer cualquiera
hubiera sido el escenario certero
para deshojar de una vez, ese, el día.
LOS ZAPATOS EN LA HAMACA
Los zapatos de la muerta en la hamaca. Aparecieron en sueños. Me empujaron al día.
Estaban justo debajo de la hamaca en el patio de mi casa. Eran cerrados, color cobre. Era
el patio de la casa de mi madre. Mi casa. Era la hamaca de mis hijas. Ella. Esos
zapatos eran de la muerta. ¿De quién? Solo supe que había muerto.
La memoria trae en sueños
muertos desconocidos. Profanados.
¿Quiénes son estos a quienes la vigilia trae en sueños?
No son míos. Despierto solo para recordarlos.
Me alerta su urgencia de que los recuerde.
¿Salvarlos del olvido?
¿Necesitan descansar en paz? Como yo.
No me dejan. Mi conciencia en reposo se resiste a morir.
Despierta y vive muertes.
Cierta memoria aún vive en mí.
O vivo para revivirla.
Al alba, junto conmigo.
TODAVÍA
Nada le pide y ella tiene mil palabras
que se caen de los pliegues del silencio.
La noche amalgama —acompasada—
un lado pulcro, disciplinado
con un lodazal
abundante en símbolos.
La luna —cuándo no— esa ilusión
de luz reflejada e íntimo telón.
Ella piensa (por primera vez)
la vida y la muerte
como juego de reemplazos: sobre una cama.
Y en la punta de la lengua
sostiene un todavía.
MIS MUERTOS
Llevo mis muertos vivos en mí.
Vienen de mañana a extasiarse en mi mano
cuando acarician luminosos
las frentes de mis hijas. Uno mira al espejo
en mis ojos
de un pardo más ocre que verdoso
asomando enigmático por los párpados caídos
de otro muerto que vive en mí
hasta que la muerte nos separe.
CAROLINA ZAMUDIO (Curuzú Cuatiá, Argentina, 1973). Poeta y narradora. Periodista y Magíster en Comunicación Institucional y Asuntos Públicos. Publicó Seguir al viento, (Argentina), La oscuridad de lo que brilla, edición bilingüe español/inglés, (Estados Unidos), Las certezas son del sol, (Argentina) y Teoría sobre la belleza y otros poemas, (Argentina). Ganó el Premio “Universitarios Siglo XXI” del diario La Nación de Argentina. Residió en Emiratos Árabes Unidos, Suiza y Colombia, donde vive en la actualidad. Participó de festivales y encuentros internacionales de escritores en Argentina, Colombia, Cuba, Ecuador, Estados Unidos y Perú. Fue incluida en antologías de Argentina, Colombia, España y Estados Unidos.