a Osvaldo Soriano Era muy gordo: debía pesar cerca de doscientos kilos. Después de tanto tiempo al Sol y al viento la piel se le había puesto como cuero, casi como coraza, y era difícil imaginar que abajo hubiera carne, órganos digestivos. Hacía tanto que estaba junto al mar, sentado, que pocos recordaban la primera vez que lo habían visto a las afueras del balneario, donde terminaba la playa y comenzaban las rocas. Nunca se movía: cuando llovía bajaba un poco la cabeza y las cejas espesas desviaban el agua y la hacían caer en un fi…
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