Maria Del Rosario Sola

 
Maria Del Rosario Sola 

Seis Poemas


            
De: El Humo De Los Músicos (2000)



VISITAS EN LA NOCHE.

Vengan a casa.
Los invito a escuchar unos versos robados
alrededor
del lago gris
del gato inexpugnable.

Visitas en la noche, ay... Viuda de todos soy y como tal
saco los vasos de porcelana roja y negra del resto del corazón espeso
y comienzo a servir.
No te enojes si un poema nocturno sabe a veneno o rosas. Él siempre estará allí
como un perfume raro para coleccionistas. La hamaca y el camastro de la muerte
viven adentro de los que los olvidan.
En esta casa un verso no se le niega a nadie,
Ni al condecito del alfil de la playa hundido hasta los dientes en el vino del mar.
Ni al astronauta de la escafandra rota
atado por terror al borde de las luces,
en la liquidadora del espacio.

En nuestra casa un verso
no se  niega ni guarda.
Las calles
de mi ciudad del fin del medio de la tierra
también se azulan y se alilan, frías
antes que asome el día. Y como en muchas partes
la perra ciega cruza el puente.

En la mañana
recordaré que la poesía nunca vendrá o que  se ha ido para siempre,
y que nos deja solos
al borde de las armas,
con la estampilla del invierno entre las piernas,
dormidos y  pesados  como lomas de arena.




FIESTA ESCARLATA

Llevo la mano a la frente,
viento del abanico,
abro la cabeza hasta el fondo del vaso
y giro la puerta de la puerta de abrir.
Es la gran sala del alba en donde otros festejan.
Te vuelvo a ver con tu máscara de humo
cerrada por el hilo de las enredaderas.
Se oye decir
¿La señora poeta no se deja matar?
Después la jarra, azul de amanecer
peces para beber de amor
y el pequeño zapato de la cenicienta del destino
flotando,
y dentro de él mi pie dormido.


SONATA DOMÉSTICA


Todo está oscuro
menos la mesa con la comida servida que aún humea.
Hablo de oscuridad sencilla como una mano caída sobre un mueble después del mediodía. La niebla dentro de la casa suele ser mortal.
Se aloja como una pálida luz debajo de las cosas y luego nos recuerda que el aire y el color de la copa de vino se cerrarán con el libro. Pienso entonces en aquel que alguien lee, acodado en la ventanilla de un tren, sin saber nada. La manga de su saco huele a tabaco y el sol lo empalidece. La mugre de los vidrios es como arenilla de oro, encaje abstracto tras el cual la realidad se empeña en colocar una escena:
hiedra, muro gris
con alabastros de humedad,
reja, herrumbre, ciprés. El tren parte entonces y hace rodar la escena que se debate por no entrar en el olvido y se aferra como una ortiga de plata detrás de la retina. El hombre se decide a mirar el paisaje y cierra el libro.
Todo está oscuro
menos la mesa con la comida servida que aún humea.
                                                    

LA CANCIÓN DEL LECTOR


"No __dijo__. No la estopa del mar y de la lluvia y su crujido de vidrio que se lo lleva el viento"
                           Dame una casa de piedras tan escritas que se abran
las pupilas desoladas como se abren las puertas
de una ciudad vacía.
                           Dame el tesoro de la lengua dormida,
la palabra que deshiela los ovarios de las estatuas y gotea madreselva más o menos sobre los muros húmedos de mi país
o sobre
mi casa que limpio
con violines de paja en el amanecer
y que espera sin cerrar los ojos.
Yo, pobre lector,
con mi silla de caño memorable,
con la paciencia del minero,
con el palo de vidrio de las grandes ciudades, con el aburrimiento de los coleccionistas, reviso tus poemas basurales enormes, sólo porque afuera hacen todos los fríos de todos los inviernos.
                    Mis sueños tienen las luces apagadas como un pueblo de horcones y tapiales de barro a las cuatro, sin luna, antes del gallo y después de los perros.
                                                        

RETRATO I

al poeta galés que decía...
Solo,
ebrio y gris,
ridículo entre las ramas del jardín,
manchado por la tinta del suplemento cultural,
apretando en la mano alta, desunida por la fotografía
la carcoma de la pérgola,
y en la otra, baja,
el puño del bastón,
la córnea izquierda vencida por la duda,
afirma:
Sólo vale la pena
escribir sobre el sexo y la muerte.


VERANO EN MENDOZA

Un serpentario de tormentas negras
arde en el fondo de la caja de costura.
Entonces los olivos de los óleos se abren con el aceite de plata y la pluma descampada.
La vieja música que viene de los libros empieza.
Es el verano,
entra en la casa a golpes de tormenta.
Alguien prepara la sartén y unta el plato manchado mientras el granizo se derrumba.
Luego se queda inmóvil.
Inmóviles todos en la casa.
Entonces el piso se mece lentamente.
Ciénaga de terciopelo.
Movida por la mano de niña de la muerte que sabe. Ni juegos, ni revanchas,
ni se asombra y se lleva
al hombre en pijama que mordía la tabla de lavar rodeado de humos y tabacos sagrados cerca de la ventana.







MARIA DEL ROSARIO SOLA. Poeta, Narradora y Arquitecta argentina. Nació en Mendoza, vivió en La Plata y en Bs. As  y reside en la provincia de Salta. Publicó: Música de invierno (1982); El humo de los músicos (2000); Poema negro (2002) y la novela La luz de la siesta. Formó parte del grupo fundador de la revista Ultimo Reino.