María Rosa Lojo: Poemas Escogidos | Selección de textos y nota biobliográfica de Mónica Daniela Larribau




MARÍA ROSA LOJO nació en Buenos Aires, Argentina, en 1954. Poeta, narradora, ensayista y una de las mejores escritoras argentinas contemporáneas. Es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y trabaja como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), con sede en la Universidad de Buenos Aires. Dirige dos proyectos de investigación en la Universidad del Salvador. Tiene a su cargo la coordinación del equipo internacional de investigadores que prepara actualmente la edición crítica de Sobre héroes y tumbas para la Colección Archivos de la UNESCO.


LIBROS PUBLICADOS

Poesía

Visiones, Faiga, 1984
Forma oculta del mundo, Último Reino, 1991
Esperan la mañana verde, El Francotirador, 1998

Cuento

Marginales, Épsilon, 1986
Historias ocultas en la Recoleta, Alfaguara, 2000
Amores insólitos de nuestra historia, Alfaguara, 2001
Cuerpos Resplandecientes. Santos populares argentinos, Sudamericana, 2007

Novela

Canción perdida en Buenos Aires al Oeste, Torres Agüero, 1987
La pasión de los nómades, Atlántida, 1994
La princesa federal, Planeta, 1998
Una mujer de fin de siglo, Planeta, 1999
Las libres del Sur, Sudamericana, 2004

Ensayo

La "barbarie" en la narrativa argentina (siglo XIX), Corregidor, 1994
Sábato: en busca del original perdido, Corregidor, 1997
Cuentistas argentinos de fin de siglo, Vinciguerra, 1997
El símbolo: poéticas, teorías, metatextos, Universidad Nacional Autónoma de México, 1997




POEMAS ESCOGIDOS


1. REVELACIONES


«Visto bastante. La visión se ha encontrado en todos los aires.
Tenido bastante. Rumores de las ciudades, por la noche y al sol y siempre.
Conocido bastante. Los altos de la vida. ¡Oh rumores y visiones!»

Arthur Rimbaud
(Iluminaciones)

I.

Así es como conozco la mañana; alarmada por su cántico trémulo. Viene a darme lo que aún no soy, atravesada por exclamaciones y promesas. Es anunciante y sin embargo ya estima a los hombres como cadáveres; adorna los sentidos y barre las aldeas con su guirnalda múltiple y su gloria. El hijo de David aún no ha nacido. Veo el pequeño camino del campo por donde han de pasar los carros afanosos, pobres y alegres libélulas indómitas. Toda mi palabra es una gran torpeza, ducha en entrelazar visiones indecibles. Una raja de malvón, como un fruto prematuro, me quema las manos. Las maderas benefician el aire con su rigor nórdico y su calidad lustral y su dureza consolada por el oro que un donador arroja contra las puertas.


II.

Los días nublados no te ofenden con la claridad. Bajas la cabeza requerida por la minucia terrena y el arduo crepitar de los suelos y el leño demasiado nuevo. He aquí la casa y la hoguera y el panal. No vayas a buscarlos más lejos: tu cabeza es la copa y el surtidor. Todo lo apresta quien mira, el que ensalza lugares y lagares consumidos por otros, sin agotarlos nunca. He aquí la memoria de tu estirpe difusa. Te han legado la grava y el cincel y las calles ventosas en las últimas cuevas del Sur, cuyos techos son el cielo sin límite. Caminas entre los zarzales de la niebla, con el frío, tu perro cazador. ¡Aleluya! Has rescatado lo que no se ve. ¡Píntalo!, dicen. El horizonte otea y jadea. Qué lobo es y qué azul, como si la fiereza supiese ser pura… Entre tanto amor de la tierra que te es dado la lucha se privilegia, se enaltece a sí misma con su hierro en tensión y su inflexible grito de alborozo. Aquel rayo que lanza lo indominable tiene amor: ama al ser. Nacemos en la lid, cuya más íntima quietud es combativa, cuyo más ávido temblor es tan sereno.


III.

El polvo de los vasos y la pesadumbre de sentarse a contemplar. Vas desciñendo los hilos de las vidas: la delicada herencia de los mayores se abre como un cofrecillo herrumbroso. El polvo iridiscente no es su fuerza; pero los has visto golpeando en las ventanas otoñales, humildes como la lluvia, con sus voces delgadas que aman el cielo acerbo. Ellos quisieran ver sus cuerpos abandonados en las playas, sepultados por el limpio viento del mar. Pero les han impuesto la carga de la tierra: abrumados y oscuros yacen a solas, sin la carcoma purificadora de la sal. El polvo ya no es el vidrio: el polvo es toda la niebla de la tarde que se concentra y se acongoja en la intimidad de los cuartos, en las paredes que contemplan los árboles yermos de invierno y la estrechez de las ráfagas errátiles como ciervos. Ciervos helados: bosque del Norte que asedian tradiciones y caballos de guerra, bendecido por pétreos druidas que levantan altares: santos antiguos con su cuchillo sacro y su elevada cabeza rezadora. Bosque del Sur tan nuevo como lo es la muerte para cada hombre; prístino reflejarse de las murallas verdes sobre los lagos. Allí ves el fondo: dientes puros las piedras, almas de indios que miran desde el hielo las cimas duras del amanecer. Esta mirada no es la ilusión, lo sabes bien. Alerta más que nunca vas custodiando al sol mientras se enciende la soberbia de las luces: crepúsculo acerado donde se cifra todo lo que podrías haber sido y todo lo que puedes ser aún, en otros reinos. El ser se pone en pie, inmenso, abierto.


IV.

Mañana vivirás. El sueño te acongoja y te exalta con la sólita promesa nocturna. Cierras los ojos; te cierras tú misma en la transparencia feliz de una crisálida que espera. Ves el portón acabado de barnizar, el olor crudo y brusco del cemento reciente; esos burdos umbrales de la casa nueva por donde aún asoman trenzados el hierro y su golpe sin cincelar, vibrante. Esta irrupción desmantelada de todas las primicias, estos jirones del rápido percibir. Se abre una hendija, un puñalito saja ya las brumas del día próximo. Te han de coronar con las olivas, has de montar en ese júbilo que se te ofrece, joven, flexible y gozoso como un animal selecto que ignora la cercanía del sacrificio. Oyes los salmos recién cantados. ¿Oyes? ¿Alguien ha dicho tu nombre en el sendero de arena? ¿Alguien te ha señalado? Quédate en paz. Aún no tienes destinación y cárcel. Eres. Mañana estarás viva.


2. MASCARAS


Te rodean los danzantes, te aturden. Estás volando sobre el ritmo a la velocidad de una llama. Dentro de poco tu cabeza caerá y te nacerá una piel nueva. Te brotan en los nudillos yemas de árbol y en tu sexo sube un vello de lianas. Serás una selva y una casa de pájaros, en tu corazón crecerán torres mudas, sueños de catedral bajo las aguas. Quedarás detenida y habitada mientras los otros bailan, armados con sus rostros. Ya no podrás ser lo que fuiste y la felicidad te arrasará los ojos mientras las llamas ciegan las máscaras que giran.


3. COSMOS

Una estrella para el corazón del olvidado.

Días de amores oscuros y de sueños caídos como desesperanzas que recitan oraciones de no morir sobre las calles nocturnas. Va comiendo su pan con amargura y los perros lejanos hunden su colmillar caliente sobre el cuerpo sin piel y las aves rapaces se disputan la piedad de su sombra que se disgrega. Hiel de los tiempos abrasa la transparencia de la garganta, y un alba sin pudor le desnuda los huesos y le dispersa el rostro, vacío como el ojo de las noches sin sueño.

Pero la mano desgajada pide una estrella para el hueco del corazón: que la huella en la arena sea encendida por la luz de otro mundo, que en la muerte del hombre también el cielo muera.


4. GENESIS


Ella gira en la curva desolada del mundo, ella desgarra el corazón de los inviernos y lo arroja a las hélices siderales. Ella recibe la luz inmemorial, ella vigila un crecimiento insensato de palabras en la apertura del amanecer. Y se dirán el día, la espera, el abandono, y se dirá invasión de eternidad en la hora indecisa, galope de cielos crueles que se derrumban sobre la blancura de tu pánico antiguo. Madre cósmica: sólo una cavidad despiadada, vuelo central que lanza tu alma al mundo. Tu alma en el cuerpo gris de la mañana que como una grieta del abismo se abre ya, desasida para siempre.


5. TODA LA CÓSMICA REGIÓN

Son el coro y la campana que congregan la tarde, que hacen sonar el hueco de su pequeña gloria serena. Son los varios caminos aparecidos: esa dicha olorosa del hinojo, esa corona de los salmos nuevos, la esquina de sol añejo y sus hondas bodegas, mansas como el topacio, el tapiz escarlata de las plenas iglesias y la elevada túnica sencilla de los ministros, de los siervos. Qué umbela de sofocante aletear, qué redoma de bienes penetrantes, evocadores de la luz que chasquea. El incienso de vaivén incisivo, del duro párpado de bronce con su alabanza dilatada y espesa, su lento hechizo que disemina y olvida y nos desciende a la zona remota entre el ser y el no ser, hacia la pura posibilidad reverente, en el bárbaro centro sombrío de las tumbas, junto a los nichos cómplices, en la humedad de la oscura paz prohibida. Es el camino de la verde amplitud y las veredas solares de clara invitación, es la apertura que indica, es la concavidad de la sombra frondosa. Toda la cósmica región que se te muestra en su solemne sencillez celeste y su estructura de columnas precisas, con su riqueza de márgenes sonoras por donde cruza el campanario tácito tu sueño.


6. FORMA OCULTA DEL MUNDO

Arrancada sin violencia del confín sigiloso, puesta claramente en espacio, dejas las aguas que los días han filtrado sobre la grava y aquella fragua severamente gélida que ahuyenta a los forjadores, los maestros en la transformación. Forma oculta del mundo traspasadora de las tierras compactas, allí donde reclama con cercanía el fresco temblor impalpable de la primavera que desdeñan.


7. TRANSPARENCIA

Todos los atardeceres la mujer se sienta en el patio de la casa. Si alguien la acompañara vería como su cuerpo se vuelve transparente al compás de la sombra. Primero surge un mapa encendido de venas y de vísceras, luego, más abajo, una población de huesos huecos por donde el viento corre como un golpe de música. La mujer sonríe y levanta un brazo en la noche incipiente. Unos minutos más y se apagará el resplandor del hueso iluminado por canciones remotas y ocultará la piel el color de la sangre. Cuando todo concluye, ella guarda la silla bajo el alero y vuelve a la cocina, llevándose el secreto de la transparencia del mundo.


8. FRAGILIDAD DE LOS VAMPIROS

Algunas veces cazamos vampiros. No son repulsivos ni malvados como cuentan las leyendas y predican las moralejas. Tampoco asumen formas humanas ni muerden el cuello de las mujeres hermosas para darles un placer que humilla a todos los varones mortales. No parecen fuertes y no besan con labios ni atacan con colmillos. Al contrario, son delicados como telas de araña y pequeños como luciérnagas.

Para atraparlos hay que esperar desnudos en la oscuridad y adelantar al vacío una red pálida y furiosa. El blanco de la piel o de los ojos o de los dientes, las reverberaciones lunares de la red, los marean. El olor del cuerpo sin ropas los conduce, la fantasía del cazador los abraza con ardiente silencio. Es fácil entonces asirlos entre las yemas de los dedos para devorarlos o encerrarlos en frascos transparentes. Algunos los esconden entre los vellos del pubis, otros los disuelven en jugo de adormideras para que el significado de sus sueños exceda la miseria de los días que mueren.

Otros se vuelven vampiros también ellos: criaturas de belleza incomprensible, víctimas de los nuevos cazadores que aguardan, los cuerpos irradiantes como lámparas.


9. CUALIDADES DEL INVIERNO


El invierno es redondo como una nuez y hueco como un planeta de cristal donde soplan vientos furiosos. Pero en su centro cálido hierven los frutos del mar y de la tierra y se reúnen los fugitivos de la intemperie.

El invierno es una casa que guarda en los cajones las memorias del amor más antiguo, y una temperatura de regazo y una voz anterior a la palabra que envuelven al durmiente con su ovillo de seda.

Los cuerpos del invierno se enlazan en profundos parentescos, se tejen como mantas para prestar amparo, se iluminan como candiles para guiar al que tropieza en su silencio buscando abrazo.


10. OJOS DE DIOS

Los ojos de Dios crecen en las cavidades como los hongos bajo la humedad de las lluvias. Nacen sin cultivar, indisciplinados y múltiples, para ser devorados por animales pequeños o por niños cazadores de lagartijas.

Cada ojo es un mundo minúsculo que sólo puede verse al trasluz. Pero nadie se detiene a mirarlo y el diseño profundo y delicado de todo un cosmos desaparece bajo los colmillos de un perro o los dientes de un chico, con un sabor agridulce y una consistencia viscosa que estimula la desazón y la melancolía.

Los perros vagabundos que anuncian funerales, los hombres atrabiliarios y las mujeres estériles son -dicen- los que comieron ojos de Dios y ahora ambulan por los bordes de la vida, ciegamente rencorosos y tristes porque alguna vez tuvieron y perdieron la más secreta irradiación del mundo.