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LUIS BENITEZ nació en Buenos Aires en 1956. Escritor y periodista. Es uno de los poetas más originales y personales surgido en la década del '80. Ha publicado una quincena de libros de poesía, narrativa, ensayo literario y teatro en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Uruguay y Venezuela. Su obra poética ha merecido diversas e importantes distinciones nacionales e internacionales. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, Estados Unidos, con sede en la Columbia University; de la World Poets Society (Grecia); de la International Society of Writers (Estados Unidos); del Advisory Board de World Poetry Press (India), Miembro Honorario de la sección argentina del IFLAC (International Forum for a Literature and a Culture of Peace) y de la Sociedad de Escritoras y Escritores de Argentina. Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poetes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia.
OBRAS PUBLICADAS
POESÍA
Poemas de la Tierra y la Memoria (Ed. Stephen and Bloom, Bs. As., 1980)
Poesía Inédita de Hoy (Un panorama contemporáneo de la poesía inédita argentina) (introducción, notas y selección de 100 autores, Ed. NOUS, Bs. As., 1983)
Mitologías/ La Balada de la Mujer Perdida (Ultimo Reino, Bs. As., 1983)
Behering y otros poemas (1ra. ed., Ed. Filofalsía, Bs. As., 1985, 2da. Ed. Cuadernos del Zopilote, México D.F., 1993)
Guerras, Epitafios y Conversaciones (Ed. Satura, Bs. As., 1989)
Fractal (Ed. Correo Latino, Bs. As., 1992)
El Pasado y las Vísperas (Ed. de la Universidad de los Andes, Venezuela, 1995)
Selected Poems (Selección y traducción de Verónica Miranda, Ed. Luz Bilingual Publishing, Inc. Los Angeles, USA, 1996)
La Yegua de la Noche (Ediciones Del Castillo, Santiago de Chile, Chile, 2001)
El venenero y otros poemas (Ed. Nueva Generación, Buenos Aires, 2005)
NARRATIVA
Tango del Mudo (Ed. de la Plaza, Montevideo, Uruguay, 1997. Ed. Piel de Leopardo/Wordtheque, Bs. As., 2003)
ENSAYO
Juan L. Ortiz: El Contra-Rimbaud (1ra. ed. Ed. Filofalsía, Bs. As., 1985, 2da. ed. Ed. Filofalsía, Bs. As. 1986)
El Horror en la Narrativa de Alberto Jiménez Ure (ensayo, Ed. de la Universidad de los Andes, Venezuela, 1996)
Jorge Luis Borges: La tiniebla y la gloria (ensayo, Ed. Lea, Buenos Aires, 2004)
POEMAS ESCOGIDOS
1. AL CASTELLANO
I.
En esta lengua que hablo, en estas frases de un eco
cuántas voces viven, cuánto eres la inmortalidad,
lengua de plurales que siendo una eres
metáfora de aquello que siendo uno es lo diverso.
El todo te contiene y tú contienes esa palabra: Universo.
Porque de qué otro modo podrían vivir en estos verbos,
en estas sonoridades, en estos silencios y alturas,
tantas sombras que fueron y tantas que serán mañana:
de las que serán ya están las palabras en las bocas
y estuvieron en la luna sangrienta de Quevedo,
en la mañana en que Díaz de Vivar tomó una ciudad
ya muerto, en la impávida marinería que otra mañana,
de octubre, vio una costa (sueño dentro de un sueño),
y estaba hecha de dolor, de hambre y de coraje.
Oh lengua donde cabalgan hombres y donde
tantas lenguas han desembocado,
ancho río de España que ha salido al mar,
es cierto que no conservaste para nosotros
la gracia leve de las declinaciones,
pero del sólido latín vienen tus huesos,
la carne somos hoy los que te hablamos
(el centurión que rige en la provincia
lejana de su imperio, no comprende
que al pedir el vino pide a la historia que conserve
unos distintos matices, unos cambios que no serán
fugaces como su humana sombra,
sino el futuro del habla de Virgilio).
El fenicio que apoyaba su balanza en su lanza
y desde lo conjeturable a cambio
nos dejó su sangre y sus palabras.
El doctor que en la Torá canta al Dios de Abraham,
el duro visigodo que bautiza a su hijo
con trabajosas frases que ya no son exactamente las sajonas
con que fue nombrado. El victorioso muslín,
que bajo el verde triángulo de sus banderas
no sabe que fue él el conquistado.
El probable griego que lejos de Bizancio
sumó a sus ciencias el arte de vivir en el exilio.
El capitán de hombres, asturiano,
que juró sobre la espada de hierro tomar esa colina
y en la colina duerme desde entonces.
El fraile que en la celda deleita las horas y las horas,
al resguardo del muro y de su tiempo,
inclinado sobre el tomo y que transcribe
siglos después el porvenir de esos ecos,
las frases de Aristóteles y los dobles sueños de Plutarco,
no conoce que en lo que ara su pluma
otro rumbo se ha abierto.
Lo supo el triste, el alto, el solo
que soñó en la cárcel que era Miguel de Cervantes
y que escribía el Quijote.
Ni el judío ni el moro ni el cristiano
que disputan y entremezclan sus sangres
en tu sonoro ancestro lo comprenden:
de qué miles de hombres y de historias
has salido, lengua de Gracián y las Américas.
II.
Veo en ti. No estás hecha de sonidos solamente,
ni de ideas solamente ni de conceptos. Fuiste hecha
también para nombrar esas penumbras de las imprecisiones,
la ambigua senda que entre la palabra y los hechos
declara su dominio. Otra proeza tuya, castellano.
Que la eternidad tenga un cuerpo y que podamos
palpar el peso de una hora en la palabra.
En Persia ciertas oraciones podían mover los astros;
sólo tú, ahora, puedes convocarlos. Que yo diga pradera
y la pradera se extienda, como una alfombra sin árboles,
amarillento cielo derramado de aquí hasta el horizonte.
Que yo diga volcán y que éste brote en la habitación sonora,
arrancando los pisos e hirviendo los aires y el aliento.
Que diga mar y pise el légamo del fondo
con los cabellos sacudidos por las olas, todo venido en torno
sueño líquido, blando peso en movimiento, inconmensurable.
Que diga aire y me eleve o todo hacia algún allá descienda,
como si cayera la tierra y en el mismo lugar me quedara, solo.
De alguna forma, en millones de bocas,
lo has abarcado todo, lo has devorado todo:
¿qué otras palabras, como gentes del futuro,
en ti, lengua infinita, allá adelante esperan por nosotros?
Cuáles habrá para nombrar lo que no ha nacido nunca,
como no habían nacido antes éstas que hablamos.
Si presente es eso que al nombrarlo en ti
es lo que ha sido, más el mañana de lo mismo, incluso,
lengua que has sido la de Góngora y es mía,
usando tus palabras yo te sueño tan eterna
como la tierra y el aire. A ti, que abarcas por igual
el fuego y el agua y la tierra y el aire.
2. BEHERING
En cada uno de ellos era muchos un hombre.
Eran más todavía. Traían la industria de las armas
y el reno rojo, como un bosque ondulante
y detrás el lobo que, en una mañana ya añejo,
sería el perro de la hoguera y de las sobras,
el sirviente blanco.
Eran muchos, no un hombre.
Vagos sus nombres
se referían al viento y a los tótems,
a un hecho que pasó en un nacimiento,
el deshielo que ahogó
o el meteoro fugaz que ardió en la tundra
o la muchacha audaz que en mar abierto,
salvó a su hijo de la cólera brutal de la ballena.
Sus dioses eran el salmón
que cada año retorna como el año
y que va al mar y el oso pardo,
una montaña que muge
y que el filo de lanza abate,
y el pesado bisonte y el tigre rayado,
que se quedó en Siberia
y que la manta del navajo evoca:
extranjeros, ellos serían América,
la múltiple figura que no supo Balboa y que Pizarro
abandonó a la imaginación de un franciscano.
De hueso, no de madera y de noche
serían sus dioses ni de la piedra
que labran los pueblos de una tierra supuesta,
entre la niebla de sus transmigraciones.
Eran crueles y antiguos como el Asia;
fundarían imperios en la aurora y en México,
reinos en Bolivia, fortalezas
donde un signo inequívoco mostrara
la voluntad de estos dioses:
un águila en el aire arrebatando la serpiente,
un árbol singular, como un recuerdo
de las llanuras heladas y el Mar Blanco,
que ya sólo evocaban los viejos moribundos
y el Sueño, que es eterno.
Alzarían Tenochtitlán, el Cuzco
y el enigma silencioso, Tiahuanaco,
en la isla de Pascua graves rostros
que contemplan todavía su gran marcha;
otros, sin embargo, volverían
al corazón de las selvas y al olvido,
como los muertos al pasado,
al país de la cuna y de las tumbas.
Mañana, todavía, aún faltaba,
nuevos extranjeros alzarían
ferrocarriles, calles, edificios,
calendarios regidos por el sol y no la luna,
venidos de otros Beherings y otras fechas,
en nuestras claras ciudades, oh ingenuas tierras,
seremos siempre dobles:
uno solo y muchos, hombres de ninguna parte.
3. DEL AMOR POR LOS BÁRBAROS
Lo opuesto busca su opuesto
Y en lo blanco la gota que hay de negro
Crece
Hasta hacer lo blanco negro
Y así en lo contrario hace la gota blanca
Todos deseamos lo opuesto
Que encarna frente a ti
De tanto en tanto
Y trae su exótica religión su idea del asunto
Sus distracciones sus aparentes crueldades
El poco cuidado con que trata los más preciados dones
Las ofrendas y regalos que destinábamos
Antes
A nuestro propio fetiche
Tal nuestra donación
Los bárbaros poseen la ingenuidad de lo que fuimos
Aquello que en ellos no ha crecido nunca
O bien nunca lo ha hecho en esta dirección
Son lo que fue posible que fuéramos hoy y no prosperó
Por eso la ternura el celo el interés que sentimos
Por su aparente torpeza
Su falta constante de consideración
Nuestro consuelo cuando nos matan sus actos
es mirarlos benignamente
Y acariciar o al menos intentar hacerlo
La brutalidad que destroza y que
Cuando se les reprocha
Sinceramente no comprenden
Como no comprenderían si llorásemos delante de ellos
El porqué de todas esas lágrimas se sienten inocentes
Lo son nuestra es la tragedia de entenderlo
Y de entender que nada podemos hacer
Ni por amor ni por odio para redimir a la criatura
De su condición de bárbara
Este de todos los dones es quizás el más extraño
Que nos dieron nuestros dioses
Nuestros dioses que no existen
También están esos bárbaros que se nos parecen
Pero no son nosotros cuídate sobre todo de ellos
Son los más peligrosos son los que realmente
Llegan a tu corazón
Con sus similitudes
Sus engaños de los que son desde luego
Totalmente inocentes
Pero nadie cambia a los bárbaros
Y cuando aparece su barbarie expresa su bajeza
Su violencia su impiedad su fastidiosa negligencia extrema
Ya están dentro de nosotros y es tarde
Muy tarde para todo
Y no se van jamás de aquello
Que conquistó su impericia su malicia inconsciente
Y también su destreza
Largamente adquirida
En combate contra otros bárbaros
Seremos su triunfo la gota de alegría infantil
Que dura un día
La jactancia a solas que pronto se disipa
Nuestras serán las ruinas las veneradas estatuas
Rotas que vendimos por ellos a precio de mercado
Nada o casi nada vale algo nuestro entre los bárbaros
Y nuestra será la noche donde algo se incendiará
Eternamente para siempre en llamas
Por amor a los bárbaros
4. DEL ÚTERO A LA TUMBA UN SUEÑO TE LLEVARÁ
Del útero a la tumba un sueño te llevará,
desnudo, el escarpín y la mortaja hechos de la misma seda.
Un sueño con mejillas de pétalos que martillea en tu mente,
un beso helado, un golpe en la nuca dado
por un desconocido con guanteletes de hierro,
sonando tras tu puerta en el cerrojo.
Fantasma de metal tu cuerpo,
desde los cortos pantalones al bastón del viejo
transitado por extranjeros que se acercan a escrutar tus vísceras
y las señales del cielo con sus dedos de muerte,
verás asombrado cómo la cuchara colmada
deposita por igual besos y mordiscos en tu alma cóncava.
Del útero a la tumba,
clavado a la tierra que sólo se abre dos veces,
tus ojos noviando con las fotografías
verán al niño libre de pecado y cicatrices,
diáfano, aunque su llanto presienta
y al hierro del amor marcándote la ingle
y al molino del olvido girando, por un viento de huesos.
Del útero a la tumba un sueño te llevará,
las riendas hechas trizas en ese torbellino,
en dos segundos de setenta años,
sólo una muesca, en un reloj enorme.
5. EL MAR DE LOS ANTIGUOS
No volverá jamás el mar de los antiguos
a rebañar las costas creadas por sus olas.
Un año de ancho, una vida de largo,
se sumió en la honda bocanada del fondo.
Con él las bandas de Erik el Violento
y la pacífica vela de otro ladrón, fenicio,
doblaron para siempre ese horizonte blando
y abajo el precipicio que los tragó
a todos como se cierra un libro.
Ni el ceñudo pirata que un día fue
estatura y bronceado y sombra,
ni el traficante sofocado bajo tricornio y títulos,
tuvieron el poder de detener
aquellas otras olas que se llaman horas;
menos el múltiple ahogado, ése sin nombre,
puede asomar la cabeza ahora
para su intrépido persistir
bajo la luna, a solas.
Ah mar de Eneas y de Ulises
que no eras éste y eras
la cuna del delfín y las especias
y el camino del oro y siempre, lo Otro.
Qué portugueses y españoles eran
cuando eran los que eran en el mar.
¡Y el junco de esa otra historia, la ignorada,
que salía a él bajando de los ríos
como una rama armada de astrolabio,
con hombres amarillos bajo la tensa seda
guardando sus secretos, sus caminos y sus signos!
Veo entre peces voladores
cabalgar la trirreme del romano
y al bajel del griego salir de la zozobra;
todas esas ambiciones que iban tras las Hespérides
encalladas en el arrecife del Minuto.
Y la Sirena, el paganismo de a bordo
recubierto de escamas y colocado fuera,
y el oficial Leviatán del Viejo Testamento
condensados en la ballena blanca
que surcó todavía, en mil ochocientos y tantos,
el querido inolvidable mar de los antiguos.
6. EL HUDSON
¡Oh! ¡Y luego estar con uno mismo!
¡Estos enmudecimientos! ¡Este andar a la deriva!
Gottfried Benn
Cuando la tomamos demasiado en serio,
la poesía empieza a tomarnos en broma:
Dónde es el papel, en qué otro cielo
vuela este insecto porque yo lo escribo.
Por qué cadencias la madurez de su ausencia
se troca en lo que ya antes sin yo saberlo era
una agregada catástrofe, quizá feliz,
sin que sea del todo aquí la falta del volumen
y del peso, casi inconsistente pero ya
medianamente cierto, éste
que revolotea entre el cuarto y aquel cielo,
sin duda tan entero como nosotros
lo estamos de su lado.
Y si no, certidumbre dime
de dónde viene y adónde va
su desafiante respiración
que señalas como ajena y es suya
aunque lejana, en trayecto.
De igual modo allí están
cuantos y cuanto no veo,
adonde el insecto va y donde vuela…
¿Quieres cuál insecto, dime, tras esos bordes?
Nadie conjura nada que no lo haya evocado.
Y leer que es buscar
lo que más se teme,
el otro acto tan indivisible
como el caballo o el hombre del centauro,
no es atravesar ningún borde
sino en la misma vigilia otra repentina forma;
las manos que vuelven cada página
abren la maleza de una ambigua selva.
Atardece, es de noche en la ciénaga,
ya ves como obediente a la luz que declina
se ha posado a cantar en la orilla vecina,
las alas contra el cuerpo, inocente de todo.
Nada puede ocurrir si le acierta esta piedra.
I.
¿Qué otro río es éste bajo el nombre
sino el mismo río que te mata, Heráclito, en sus aguas?
Las saladas y las dulces son el idéntico
caudal que las transporta:
una orilla es el Hudson, otra es el Ganges
y hay otra orilla, además, para otros nombres.
Ancho y angosto, largo y corto río del mundo
al que tomamos por sus meandros:
incluso el que gotea en sus sótanos profundos.
Todo es la orilla: ni la rueda ni el fuego ni el lenguaje
salieron jamás hacia otras tierras que no fueran esta azul Mesopotamia.
Siempre atrás, siempre adelante,
nunca supiste, Almirante,
cuán interiores
eran las aguas que cruzaste.
Así es de noche y es de día en cada mitad del río.
II.
Qué ingenuo, viejo Hudson, el que creyó
que iba a hablar de ti y del Rin y del Danubio,
cuando esta noche he bebido tus metáforas
como allá enfrente ¿es New Jersey? alguien bebe
su vodka, su arak, su whisky, el usho de las Cícladas,
el vino negro y espeso de un fuerte mediodía.
El trago de tus aguas que emborrachan lleva
al centro mismo de tu corriente múltiple:
cuanto más quito de ella, más le devuelvo.
¿Qué relación habrá, íntimo Hudson, entre tú
y este río al que veo escurrirse entre los puentes,
este sí, seguro, de la estirpe del río único del que habla el primer canto?
Cuánto se aclararía y se enturbiaría de saberlo,
entre un juego del mundo y un juego de palabras.
Pero tenía que engañarte a ti que lees o a ti que escuchas
(¿dónde, en qué lugar correrá ahora, después de escrito,
el poema-río?) para que con menos desconfianza
me acompañaras a estos movedizos remolinos,
donde como en el desorden de una sopa de letras
muchos nombres se asoman y se esconden.
Me pregunto también qué pasaría si estuviera a mi lado
un poderoso policía, un hombre bueno,
y tuviera que explicarle todo esto paso a paso,
la intoxicación con agua que no está
pero que sí, también ella deja su huella en el aliento
y un andar trémulo y distante,
es esto ya una experiencia rara en el mundo
pero igualmente fácil de confundir con otras dilatadas pupilas,
con otros pulsos alterados, con otras alucinaciones ¿más baratas?
Ni hablar de las secuelas. Crea un hábito incontenible.
En otros tiempos seguramente había quien mataba para proporcionársela
(¿Me escuchas Gilles de Rais? ¿Me escuchas gran Tiberio debajo de la tierra?)
O nunca hubo nadie en ese trance. Ni siquiera alguien que muriera por ella;
viejo Hudson de la mente, tú que eres su objeto y su riego
tendrías que saberlo y que decírmelo.
Ya nadie dice caballo
y hay un potrillo nuevo sobre el mundo.
Maldice, bendice, de ahora en más
el pan que lleves a tu boca sabrá a contradicción.
7. LOS OJOS DE RIMBAUD
Azules, de bárbaro.
Hoy cantan para ti
los suaves trinos y en el taller literario
adelgaza la voz el papagayo: conmovida
endulza las Grandes Miradas su lección de confitero.
De este lado rezamos por ti hincados ante un lobo:
que la bella ciencia es una habitación que da a lo oscuro
y el hombre, ese acertado inconstante,
es apenas unos pocos pasos que por ella van y vienen.
Hoy que las profesoras de letras olvidaron todo
lo que saben de ti los presidiarios
y el vago que, a riesgo de ser aplastado por los automóviles,
detiene la metáfora de su paso por recoger el milagro
de una hoja, sin alcanzar a explicárselo;
hoy que apenas los ascensoristas
se levantan de entre los demás,
hoy que esta loca materia aparece ahogada y vencida,
como lo estuvo siempre, como va a estarlo siempre,
flotando sobre las aguas de los números;
hoy que en tus selvas vírgenes arraigaron los casinos
y suena música disco en todas las Africas tonantes,
hoy que en la calle 88 y Broadway una horrible fulana te pasea
impreso en su remera, sonriente con toda la Gloria Americana,
hoy que encuadernado en cuero y con letras doradas
te exhiben los dentistas en sus huecas bibliotecas
y te honran a su modo, repartiendo venenos por las calles
del mundo los ágiles traficantes,
hoy que caen los muros y todas las posteridades se desploman,
hoy que la Historia, esa vieja enemiga,
se ríe de nosotros diciendo que no existe,
como en tu tiempo repetía el Diablo;
hoy que los blandos músculos de los diputados
pueden arrojar al mar, si quieren, a miles de forzudos extranjeros,
hoy que la tímida democracia probó ser más efectiva que los reyes,
hoy que todos por fin somos buenos
y alza su copa radiante el rosado, negro, amarillo y cobrizo
banquete de la vida, más allá
de los caritativos grupos que intentan el soneto,
a través de las bibliotecas barridas por el polvo y las secretarias,
sin dactilografía ni voz ni esperanza ni objeto,
cruzan las geografías dos luces gruesas y potentes
anillando la Tierra.
No por el símbolo sino por la mirada
eres como el dios de plástico que cuelga de su pared el asustado,
para que esos Ojos le sigan por la casa.
Para nosotros
los mínimos, para nosotros los pocos, para nosotros los débiles,
que sólo queremos estar ociosos, tus párpados están
siempre abiertos, hermano desdeñoso,
Jesucristo el Terrible,
hoy que es una vergüenza tener hambre
siguen mirando lo mismo tus fanales salvajes.
8. JOHN KEATS
Caen sobre él los actos inútiles del día.
John Keats recuerda y es también de otros el recuerdo:
humillaciones, rostros y palabras
hacen de un pozo la noche repetida.
?Fanny Brawne me has alejado,
tú me has acercado a Keats y era lo mismo?.
Suena tan distante el Mar del Norte
para ser cada segundo todos los mares,
pero si lo que fue y será mañana brilla
en su oscura hora presente, ese hombre pequeño,
inclinado sobre el verso, lo adivina.
Presiente que será uno y va a ser todos
cuando es tan caro el precio de eso múltiple:
ya no lo amparará el primer fervor por las palabras,
no aliviará sus horas la furia, perdida, de estar vivo
ni lo protegerá la noche pedida de ningún olvido;
nada lo salvará de tanto
que es, en su medida, tan un poco.
John Keats será John Keats, será nosotros.
9. DEJA QUE HABLE EZRA POUND
Si no tienes nada que decir cállate
deja que hable Ezra Pound
desde las sombras el espléndido anciano
desde la fina línea de agua
el magnífico anciano
te muestra los genuinos billetes de su fortuna
y todos brillan legítimos peces
de un río infinito que sí
ése nunca se detiene.
Si no tienes nada que decir cállate
los altos caballeros las damas abigarradas
que vivieron y murieron y nacieron por esta sola causa
no pueden tener al lado
el tartamudeo de un enano
la cojera de un monedero falso
que delata que el oro de sus verbos
carece de aquella delgada línea de agua
esa finesse salvaje la impecable mancha
que no adorna la cabeza del animal escrito
-que cruza sólo un instante por el papel-
sino que sale de adentro del animal desfondado
de las vísceras vivas donde corre la sangre real
-ésa de donde proviene el color del colorado-
y palpita afuera como un monstruo de luz
como una imagen sin otra capilla que cada cosa
de cada universo posible e imposible
la que podría muy bien ser adorada
de pie y sin velos sin altares ni nada
-ni siquiera acólitos-
bajo el nombre de nuestra señora de los verbos
nimbada de estiércoles y nervios
de eclipses y novas oh tú
alta y baja sublime maliciosa
poesía que reinas sobre la amplia noche
y el delgado día.
10. LAO-TSE PREPARA UNA SENTENCIA
Nada de lo que diga
Puede desviar la caída de una hoja.
Una palabra no
Frenará la otra.
Es inútil que a éstos
Que me escuchan dedique
Una verdad: la harán pedazos.
De sus pedazos nacerá Lao-Tsé.