JIM BRANCHS y All Rester guiados por un hombre zambo arribaron en pipante a costas del Cabo Gracias a Dios, entre Juanlaya y el Cabo Falso, huyendo de autoridades estadounidenses que le perseguían por la comisión de un crimen en el padre del primero y tío del segundo.
Jim, practicante en cirugía ortopédica, deformarse el rostro y All mostraba pronunciada cicatriz en la mejilla izquierda hecha con igual procedimiento.
Puesto a precio la captura de ambos en los países del Continente, diarios de Centroamérica informaron con detalles e ilustraciones fotográficas. Sabían ellos que una hábil red estaba tendida para capturarlos, por lo que jugándose el todo por el todo se aventuraron en la típica e insegura embarcación llegando dificultosamente a riberas del Atlántico, región pantanosa de Nicaragua.
La presencia de los fugitivos en aquel punto, Talquira no dio mucho que decir a los pobladores, porque de vez en cuneado llegaban por ahí ingenieros yanquis. No obstante, veíanlos de reojo. ¡Aquella larga cicatriz del uno!, el más joven. ¡Aquel párpado caído sobre el pómulo saliente del otro!, cubriendo un ojo de pupila que brillaba con luz ambarina extraña.
No seguros ellos dejaron el lugar y se adentraron en la montaña, ávidos, y para ocultarse más de una posible captura. Llevaban provisiones suficientes no faltándoles aguardiente, quinina y dinero. Otro guía fue contratado.
En un rancho desalojado en medio de la selva, se quedaron formulando planes.
El nuevo guía, zambo también, de cuerpo cubierto apenas con telas duras, conocía la amenaza de la selva. En la memoria retenía sus encrucijadas, el peligro de las plantas que cazan como fieras, la emboscada del tamagaz, la mimesia de pequeños insectos y gusanos venenosos adheridos a ciertas plantas, la voz del viento y la carcajada de los árboles, el acecho del tiempo y el escondrijo de la muerte en aquella bolsa para todos verde, pero para él de tamices diferentes.
En la selva no había otros problemas y peligros que los de la manigua. Uno que otro hombre trabajaba robando madera o cortando pita para tejer sombreros.
El pantano había quedado un poco atrás en aquella zona; pero el zancudo ponía inyecciones de muerte. Los que se familiarizan con la región, defiéndanse de las fieras usando puñal y arma de fuego. Para el veneno de víboras y serpientes, mascan hierbas, cáscaras o semillas.
Pasados algunos días, y aminorado el atractivo de la aventura, los fugitivos repulsaban tal vida. No era para ellos ésta, acostumbrados al holgorio, al cabaret, al radio, al goce, a las oficinas, al laboratorio. Ahí se carecía de la más ínfima comodidad. Agazapada espiaba a cada paso, a cada instante, la manigua.
Un mapa era consultado por ellos. Hacían apuntes y buscaban oro en los criques. A All le pareció dar con una veta de aluminio. Formuló un diseño para aprovecharlo en su oportunidad.
En idioma que lo entendía un poco el zambo, malhayaban, absteniéndose de mencionar el crimen por el que huían en aquellas condiciones.
Psiquis de de Walter o de Morgan, quién sabría qué contracciones morbosas experimentaban, achatándoseles los sentidos. Los diarios estadounidenses al referirse al asesinato cometido por ellos, agregaban robo rodeando de enigmas el hecho.
En esta situación, fatigándose los dos hombres, en un descenso repugnante satisfacían mutuamente sus exigencias sexuales, bastándose uno a otro.
Al pincharlos el zancudo mosco, el que deja nidos de gusanos con el piquerazo, inmediatamente, con la punta del puñal, se hacían saltar el depósito germicida infeccioso.
Ese zancudo, de largar patas, overo, "culo amarillo" y con aguijón que traspasa una frazada, es uno de los tesoros de la selva que hiere, envenena, enloquece y mata a quienes se atreven a hurgarle sus bolsillos.
De sorpresa en sorpresa, atraídos unas veces por las relaciones del guía, que parecían fantásticos, o por olvidarse de lo que adentro llevaban, los yanquis mostrábanse interesados, atendiendo indicaciones de aquél:
-Puñal, ojo y oídos listos. Fijarse donde poner los pies.
Y así, caminando por entre breñas, se adentraban más en la abruptuosidad selvática, temiendo que usar maches algunas veces para abrirse paso en los teonostes o pijivalles, calishuates o colegarrobos.
-Pasay croquis en blanco.
Blanco quería decir en descampado y no bajo los árboles. ¿Por qué? El chisgüis estaba allí, en las ramas bajeras que sombreaban la corriente. Un pajarito infeliz, parduzco, de vuelos cortos y curvos, por lo que no se atreve a volar en "blanco". Cuando el hombre o el animal están bajo de él, defeca. La deyección es poderosamente corrosiva, venenosa y cala hasta el hueso, de no cortar inmediatamente el pedazo de carne en donde haya caído la materia fecal que el habitante de la región cubre con una hierba masticada. No es más grande que un canario el chisgüis.
Iban exasperándose los fugitivos, sobre todo All. De vez en cuneado se emborrachaban, revólver listo y puñal desenvainado. Cazaban guatuzas y pavones, para el alimento. El agua les abundaba y cuando carecían de ella, el "palo diagua" se las proporcionaba.
All, a ratos, pensando en el asesinato, se quedaba modelando figuras con los ojos. Sacaba lápiz y papel y diseñaba. En tales momentos no contestaba preguntas de su compañero. Pasado el instante, exclamaba:
-This life's a calamity.
-This life's a felicity, - decía riéndose cínicamente Jim, quien en una covacha, en la que tenia varios días de encontrarse, se distraía con tiernas e inofensivas boas. A estas dejábalas son aliento por varios días. Exasperándolas. Al verlas así, íbase a buscar zapillos en los carrizales, los llevaba y se los arrojaba cayendo sobre ellos los reptiles, engulléndolos. Se les abultaba el estómago con el aliento vivo que temblaba adentro. Seguía a ésto la distracción atormentadora del yanqui. Cogía las culebritas sobándolas fuertemente de cabeza a extremidad, haciendo forzosamente salir los zapillos por el orificio de las inofensivas serpientes que, lastimadas y enfurecidas, retorcíanse. Tal distracción, como otras de maltrato a pájaros a los que les sacaba los ojos dejándolos después en libertad, o cortándoles las patas, le encolerizaba a All.
En repetidas ocasiones, al oír reproches de éste, a Jim le mordió el deseo de terminar con él. También quiso eliminar al zambo. No lo hizo porque en lo sucesivo no tendría quien le ayudara a conducir bastimentos ni para defenderse un tanto de la selva.
Hubo momentos, para All, en que dispuso entregarse a las autoridades.
-This's not life!
La vida para ellos allí era un montón verde y malhechor con una maleza fatal. El espino negro les desgarraba ropa y piel. El chichicaste les sollamaba el cuerpo. En el viento húmedo llegaba en peluznas la pica pica. El sol pringaba a manchas al abrirse con sus raíces al viento parecían monstruosos dedos con uñas queriendo desentrañar de la tierra lo que ésta esconde. La fiera o la serpiente, o el gusano, vigilaban. No sabían si podrían despertar vivos, cuando se acostaban en la noche o si al dar un paso la propia tierra les agarraría para inmovilizarlos, o si la "voladora de gancho", les ahorcaría en una noche para succionarles la sangre a través de las fosas nasales, en las que la serpiente introduce sus dos trompas para succionar...
¡Obscura vida, vida de arrastras; cenagosa y aciaga vida aquella!
Una mañana, después de enorme aguacero, dispusieron salir de ahí. Querían olvidarse del hecho en fuerza de fatigarse; pero éste les punzaba en la sangre y en el pensamiento. Los angustiaba en el deseo de existir.
Desmantelaron la covacha, cargaron al zambo, tomaron ellos su parte y se hicieron a donde el ojo mirara.
El guía apuntó:
-Mascar chanillas, por las avispas y alistas puñales y rifles.
Un chirrido seco les anunció la presencia de una clase de monos tecolotes, no agresivos. Al caminar por aquel nuevo aspecto de la jungla, las zarzas, como lenguas del demonio, parecían alargarse para martirizarlos.
Llegaron a una enorme mancha de palmeras que extendíase sonora. Jim quería continuar. All no. Se quedaron. Latas y pan negro, sacaron de las alforjas para comer. Cerca de ellos, árboles de jocote de monte. Cuando descansaban notaron que caían frutas verdes bajadas a palos. Zumbaban pequeños garrotes que daban en las ramas son saberse de dónde eran arrojados. Se pusieron de pie. Uno de los garrotes dio en el cuerpo de Jim. Otro en el de All, después otro más, defendiéndose ellos con los puñales. El zambo huyó:
-I'll come back.
Los otros huyeron igualmente perseguidos por los garrotazos. El zambo retornó sonando unos canutillos de cierto carrizo. Cesaron los garrotazos. Los yanquis inquirieron: Eran culebras garrotillo, las que primero hacen caer la fruta cuando un ser viviente está cerca de los árboles para llamar la atención. Después la emprenden con el pizote, mapachín, guatuza o guardatinaja, hasta dar con él en la tierra, alimentándose ellas de babas o residuos sanguinolentos que arrojen sus víctimas.
A Jim le interesó demasiado el accidente.
¿A dónde irían? No podrían continuar en esa trepidante agonía. El hombre ahí no se debate con los hombres en disputa de supremacía y vida, no hay conflictos sociales, ni de trabajo, ni de orden. Ahí se lucha contra la selva y sus misterios, hechos árboles, fieras o pájaros. Los totolocuiles, insecto aterciopelado y de color dorado, inflaman la piel al contacto. Las arañas, del tamaño de un puño, peludas y odiosas, deyectan viscosidades que pueden cegar o matar. Las avispas ahorcadoras, corre-coyotes o guitarrotas, runrunean con un zumbido de múltiples flechas. Pican o asesinan, a inflamación con fiebre o asfixia. Las tobobas llaman, silbando por las noches, por lo que tenían que hacer fuego y dormir cerca de las fogatas; las chilastas, de dos decímetros, verduscas y rojizas, negras o veteadas, son una mínima selva andante: manchas de arbolitos móviles son ellas, que florecen gotitas como gránulos de azúcar. Son cáusticas, queman y hacen de la piel una vejiga que al desinflarla, pinchándola, arrija agua pútrida.
¡Qué duro pagaban un crimen!
Ruido como de gente que camina quebrando ramitas secas, puso alerta al guía
-Las guerreadoras - indicó. Les invitó a traer leña rápidamente. Hicieron un círculo con ella.
Le dieron fuego y se colocaron adentro. Al momento millones de hormigas pasaron en busca de su presa. Hormigas largas, negras, brillantes, patudas, apretadas de la cintura y de tenazas curvas para morder. All tomó una. Se la acercó al oído y sonaba como chin-chin rajado.
Precipitadamente afluían y afluían hormigas que se fueron desplegando en forma de ataque. El objetivo era una culebra boa parida, encuevada en un grueso tronco de pochote. Le pusieron sitio en derredor del tronco y cayeron súbitas. El animal salió furioso, rebotando sobre él mismo para defenderse inútilmente de miles de hormigas prendidas. A poco, su rebote fue lento, terminando por retorcerse, como a doscientos metros de la cueva, en la que perecieron también las crías. Aglomerándose los insectos destruyendo el cuerpo que aun estremecíase. Comenzaron traslado de fragmentos, en dos compactas hileras.
Buscarían salida por cualquier rumbo los fugitivos ocurriera lo que ocurriera. Dejaron aun lado una profunda hondonada y se introdujeron por entre altísimos espaveles y güiligüistes. Al salir a un claro de huehuechanchos, el zambo sintiese aprisionado por brazos vegetales. Arrojó el cargamento y atendiese. All y Jim, al verlo en aquel estado dejaron alforjas y ocurrieron. Ellos también sintiéronse aprisionados. El optopus terrestre, llamado nariz del diablo por los de la región, ejecutaba su maniobra. Pero ésta resulta únicamente con los mapachines, liebres, guatuzas u otros animales pequeños. Con el hombre no puede. Los tres salváronse de los tentáculos. A duro esfuerzo pudieron cortar una de aquellos brazos estranguladores. El octopus terrestre aprisiona y estrangula, alimentándose de la savia de cuerpos que en sus garras perecen. Tienen la forma de una alta y tupida mata de maguey color verde, muy obscuro.
Iban de sorpresa en sorpresa. Temían caer en una de las emboscadas de la selva, reforzándoseles el deseo de salir cuanto antes de aquella región.
Altura que se levantaba a filo de una hondonada amarillenta tentó la curiosidad de Jim y de All. Era tan sereno aquel promontorio, que los atraía!
Notando el zambo la intención de los fugitivos, expuso:
-A esa loma no se sube. Allí está el diablo. Los que se atreven a subir, no bajan. Perecen son saberse cómo.
Esto intrigó más a ambos y dispusieron ascender, después de salvar el obstáculo. El zambo negase a seguirlos. El, que conocía los secretos de la montaña, no penetraba el profundo misterio de la Loma Bruja. Únicamente sabía a conciencia que quien se atreviera a ascender, no volvería. Por eso opuso resistencia a la que Jim se enfrentó revólver en mano:
-Elige lo que quieras. O vas con nosotros o mueres. Quizá los que suben aquí, bajen por otro lado, por donde bajaremos nosotros y esto se desconoce.
-Bajaremos a los infiernos - arguyó el zambo que por temor a Jim los siguió, recordando cómo era la crueldad de éste que gozaba con martirizar a los animales. Se le revolvió en su psiquis mitad negra mitad indígena, el ancestral odio con intención de que en la primera oportunidad les daría yerbatiempo, para que murieran naturalmente quedándole a él oro y dinero que llevaban.
Jim volvió a amenazar:
-Al primer movimiento te mato. Lo sabes. No te expongas.
Se le desgajó al hombre una protesta que paralizóse en sus mejillas enjutas. Enseñó sus dientes relumbrosos en sonrisa que se perdió en la comisura de un dolor oculto. Escupió su mirada de mentida resignación y encogió los hombros.
Después de un cañal bravo, en el que se guarecían millares de alacranes y del que salieron avispas que no atacaron a los hombres, por la "chanilla" que masticaban, llegaron al pie de la loma. El zambo no articuló prevención alguna. Sus ojos buscaban la yerbatiempo. Un bloque de mateare se interponía con sus púas. All y Jim no creían en brujerías; mas la loma les estaba sujetando ya. Ascendieron a una altiplanicie. Indagaron el porqué del temor y el guía afirmó que el diablo, que allí vivía, cargaba con los que se aventuraban a ascender. Esta vez fué All quien lanzó una imprecación.
Descansaron. No se veía abundancia de animales ni apretazón de árboles, solamente unos enormes montones de tierra, aglomerada por zompopos, y tortugas de tierra adormiladas. Ante la inquietud del guía opusieron su terquedad, sin embargo de sentirse un tanto oprimidos.
Hicieron fuego, el fuego que no les faltaba noche a noche. El zambo, sentado, miraba por todos los rumbos en espera sin duda del demonio. Los yanquis envueltos en frazadas, quedáronse dormidos. Un aire cauteloso llegaba hasta el hombre que vio brillar dos clavos fosforescentes por entre la s hojas. Los dos puntos, en otro lugar de la montaña, no le hubieran causado terror; pero ahí… Despertó inmediatamente a Jim y All, exclamando: - ¡Apareció el diablo!
Los dos brotes de fuego redondos, fijos, inmóviles le quemaban los ojos al guía, entrando el fuego hasta su sangre. Cuando All apuntó con su arma, se ocultaron las luces. El zambo comenzó a temblar. Frió jamás sentido por el le invadió, siendo inútil hierbas, cáscaras, y semillas. Desvariaba. Le dieron aguardiente y quinina en gran dosis. Cerró pesadamente los parpados, se apagaron algunas palabras en su boca y quédose dormido. De nuevo brillaron las dos luces. El rifle de Jim no pudo funcionar. Echó mano de su escuadra, como tizones las dos bolsas de fuego. Dos disparos consecutivos y algo que se resbalaba como una madeja pesada que se deslizó hasta el suelo. Era una enorme víbora terciopelo, bella y mortal.
Al amanecer, la fiebre había cedido en el zambo, pero no podía levantarse. Hizo impulso y volvió a su misma posición. Pidió agua. Se la dieron. Señalaba visiones que veía sólo él y con el terror en el semblante y en los ojos deseaba alejarse de ahí, aunque lo mataran. Le dieron más quinina y licor. Lo dejaron dormido y se alejaron.
Extraña fatiga les cansaba. El viento ahora era tibio. Tomaron a su vez aguardiente y quinina. Un aroma suave les llegaba penetrando por los poros. Sentíase flojos, como desarticulados. ¡Era preferible regresar! Buscarían salida por cualquier rumbo y a ello ocurrieron. Debajo de unos árboles encontraron cadáveres de pequeños animales. ¿Quien los mataría? Los hombres mirábanse estupefactos. ¿Qué de misterioso y fatal escondería aquel lugar? Caminaron hora y media sin rumbo, dirigiéndose únicamente por el sol, puesto que el mapa no les daba dirección certera. Frondoso árbol como de chilamate o mezcla de chilamate y caucho blanco, invitaba al descanso. Y aunque era preferible salir cuanto antes de ahí, optaron por tomarse unos momentos de reposo. Descansarían en tanto el sol pasaba del meridiano para tomar rumbo. All sentase primero. Después Jim. Letargo acariciador, sedante y grato, les arrullaba. Se acostaron en posición supina. Voló sobre sus cabezas, en círculo abierto, un aguilucho. Una enorme nube formando la figura de un dragón parecía estar cercana.
-Jim: ¿recuerdas la cara de tu hermana? La estoy viendo.
(-Jim: ¿Do you remember the face of your sister? I'm seeing her).
-All: Esta vida no sirve. Me parece oír la orquesta de "Night Club". ¿Quieres que bailemos por la vida?...All, bailemos.
(-All: This life's a bad stuff. I guess we are listening to the orchestra of the Night Club. Want to dance for our lives? Dance with me All…)
-Este es un sueño, como ninguno, el que nos llega. Ya tendremos tiempo de bailar. Pensemos en nuestro futuro. Me siento como el aire. ¿Qué pasa Jim?
(-We are so tired that we want to sleep. Later we will have plenty of time to dance. We must think about our future. I feel it as if in the air. What's the matter Jim?)
-Un aeroplano que zumba. Si nos buscaran, nosotros que huimos. ¿De qué y de quién? ¿Qué no son todos, todos asesinos? Todos son asesinos, ladrones y truhanes…
(-A plane buzzing. If they shall be pursuing us, and we fleeing? From what and from whom? All are murderers and scoundrels).
-¡No hables así! En esta fuga… En esta fuga, Jim ¿cuánto hemos aprendido…! Y seremos ricos… Muy ricos. Miro las regatas… ¡Ah! ¡Nuestra Florida! ¡Nuestro Miami…! En esta fu…
(-Don´t talk in that way. In this flight, Jim, how we have learned! And we will be rich... Very rich. I see the regates. To, our Florida! To our, Miami…! In this flig…)
Sintieron como si viajaban en una nube. Dijeron algunas otras frases entrecortadas y, con los ojos entreabiertos, cual si mirasen del otro lado de la existencia un paisaje de colores fantásticos y vivos del que ellos fueran parte; con los ojos entreabiertos y con una palabra que salió sin sentido en los labios medios cerrados, quedáronse dormidos.
La muerte entraba despacio, quedo, en forma tentacular y absorbente, en forma de tubos o de bejucos huecos. Del tronco del árbol comenzaron aquéllos a moverse. Del tronco de árbol comenzaron aquéllos a moverse, entorchados y amarillentos, casi transparentes. Como si se desperezaran, se fueron desenrollando, estirándose, tanteando, alargándose en busca de los cuerpos de quienes dormían: tres, cinco, diez tubos y algunos que como dedos que no alcanzaran lo que buscaban, se quedaron moviéndose en el aire. En las extremidades de aquellos tubos mortales, pequeñas trompas, ventosas succionadoras, se adhirieron a la piel: endosos de las manos, en gargantas, donde pudieron introducirse. Luego podria haber visto que aquellos conductos se teñían de rojo hasta el tronco del árbol.
Era el "Chupasangre" denominado así por los habitantes de tal región. Era el dueño de la Loma Bruja. Era el que esparce esencia narcótica. Por eso al subir ellos a la loma, sintieron aquel perfume y un adormecimiento. Comenzábales entonces a hacer efecto la soporífera espiración de los árboles del fatal lugar. Por eso los esqueletos de animales encontrados bajo de alguno de ellos.
Los que habitaban en tal zona, cuando llegan a árboles de tal fisonomía, se dirigen a investigar en el tronco en donde se encuentran enrollados, como en un clavijero de contrabajo, las misteriosas garras. Si ven tales conductores de muerte, se alejan rápidamente.
Los "Chupasangre" expelen constantemente el narcótico. Se acrecienta la espiración, al allegarse a ellos algún ser viviente. Los tubos alcanzan hasta donde da la sombra del árbol cuando el sol cae perpendicularmente. Al estar un ser humano o animal en el radio en que pueden operar las trompas, y como si hubiera una inteligencia, aguda, los tentáculos comienzan a moverse, se desenrollan, se estiran y se alargan hasta dar con el cuerpo para ejecutar su operación mortal. Pasada la succión, los tubos quedan estirados como las boas en el lapso de la digestión. Días después se pudren aquellos instrumentos que son repuestos por otros.
Así, Jim Branchs y All Rester, huyendo de la muerte, fuéronse a topar con ella, aunque sin sentirlo, ni saberlo, en aquel sueño de fantasía y delirio.
El zambo, cuando pudo recobrarse un poco, endemoniado y poseso, pavorido, levantóse rápido, tomó el rifle y corrió. Corrió como si lo persiguieran, lo cual él sentía. Corrió sin detenerse escuchando silbidos y no haciendo caso a voces que le llamaban por su nombre. Sentía caer agua tibia sobre su cuerpo. Saltaba sobre las zarzas, olvidándose de peligros.
En una enorme zompopera, profunda y llena de bichos, cayó extenuado, fuera de sí, agónico. Y él como Jim y All, pagaron el atrevimiento de hollar lo demonios del "Chupasangre".
Notas:
1. Del libro De dos tierras. Cuentos, San Salvador, El Salvador: Imprenta Funes, 1947. 41-53. El libro de cuentos de Dos tierras se refiere a las experiencias convertidas en ficción provenientes de las dos tierras o sea los dos países en los cuales Juan Felipe Toruño nació y creció : Nicaragua. Y desde la edad de 25 años (1923) Toruño vivió y murió en El Salvador donde además de sus libros ( 33) dejó sus hijos y nietos, siendo yo una de sus hijas Rhina Toruño-Haensly, catedrática de la universidad de Texas del Permian Basin.
2. El autor permaneció en lapso duro y amargo en estas regiones, cuando, siendo casi un niño, tomó parte en un alzamiento colectivo contra usurpadores del poder en Nicaragua (1912). Tuvo oportunidad de ver algo de lo anteriormente narrado, en lo que atinge a la montaña segoviana y zona mosca de Nicaragua en el litoral del Atlántico.