ARTURO CARRERA es un poeta y crítico argentino nacido en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, en 1948. Considerado como una de las figuras más representativas de la poesía contemporánea, su poesía se inscribe dentro de ese movimiento de vanguardia hispanoamericano, que establece un diálogo de afinidades por la constitución de una posible base de parentesco estético con poetas como el brasileño Haroldo de Campos, los cubanos Lezama Lima y Severo Sarduy, la uruguaya Marosa di Giorgio y los argentinos Alejandra Pizarnik, Osvaldo Lamborghini y Nestor Perlongher. A partir de las influencias tempranas, Carrera fue desarrollando un estilo propio que busca explorar las posilidades extremas del lenguaje poético, sus juegos retóricos, metáforas, metonimias y onomatopeyas, visuales y auditivas, su micrología fonética, los diálogos coloquiales, etc., para construir un formidable proyecto poético, denominado "neobarroso" por el poeta Néstor Perlongher, donde los recuerdos de infancia, la teatralidad del deseo, la música infantil, los niños, las tradiciones poéticas, el campo, los pueblos olvidados por el progreso, son algunos de los principales ejes teméticos que estructuran la obra de Carrera. Ha recibido diversos premios y becas entre los que se cuentan el Primer Premio del Concurso Nacional de Poesía Mauricio Cohen, otorgado en 1985 (cuyo jurado era integrado por los prestigiosos críticos Alberto Girri, Enrique Pezzoni y el escritor Juan José Hernández), y la Beca Guggenheim. Ha traducido la obra poética de Yves Bonnefoy y diversos textos de Mallarmé, Michaux, Haroldo de Campos, Maurice Roche y Pasolini.
OBRAS PUBLICADAS
Escrito con un nictógrafo (1972)
Momento de simetría (1973)
Oro (1975)
Ciudad del colibrí (1982)
La partera canta (1982)
Mi padre (1983)
Arturo y yo (1984)
Ticket (1986)
Animaciones suspendidas (1986)
Retrato de un albañil adolescente & telones zurcidos para títeres con himen (con Emeterio Cerro, 1988).
Children's Corner (1989)
Teoría del cielo (con Teresa Arijón, 1989)
Nacen los otros (1993)
La banda oscura de Alejandro (1994)
El vespertillo de las parcas (1997)
Children´s Corner (1999)
Tratado de las sensaciones (2002) elegido por el diario El País como el mejor libro de ese año.
Pizarrón (2004)
El Coco (2004)
Potlach (2004)
Noche y Día (2005)
La inocencia (2005)
Poemas Escogidos
1. PADRE O PARED
¿Padre o pared?
Padre maldita parte y padre bonapartista.
Artista, sí. Payaso. Fuiste el dios; te quise como fuiste y ahora lloro: abro un tokonoma en el muro, un pequeño agujero en la pared; celebro y disimulo tu ausencia y tu vacío; sabiduría de la muerte.
Padre muro o rumor de madre feliz al encender lo oscuro. Apicultor en el más puro azul de una noche de danzas: el botín de atronadoras flores sobre la panza de la pequeña muerta: ¿Y estaba yo?
Padre que asiste a la recolección de la miel y asiste al parto: haber nacer.
Hermosa es la aparición del padre en la luz.
Hermosos los niños de bocazas abiertas en un llanto de apiario experimental con zumbantes recolectoras de pólenes milenarios partiendo de la matriz; el hombre al aparecer con sus colores: dedito húmedo: manita que se abre sobre el arroz azul y las abejas dormidas, ebrias, sobre la pintada nariz. Panal del cuerpo feliz.
Hermoso es el hombre que no acaba de nacer.
Padre emparedado.
Padre que muere de risa en la sala de partos.
Algo escuchó en la delicadeza del sueño demerólico, la secreta mujer.
Una cabecita; el champú sebáceo de la mascarita de proa; el pequeño cuerpo de jabón que fácilmente se desliza por la borrachera o el etílico pavor: ¿se acuerda, doctor, que casi se le escapó un niño entre los confitados dátiles de aquella Navidad?
Las candilejas quirófanas; las carcajadas de las estirpe.
El carillón de los muertos latiendo en los cráneos niponizados. El esqueleto y los cuerpos de bultos sonoros, transistorizados: cartilaginosos, siempre,
(blando: las sombras de esos
niños en el vano del
libro,
blandos).
Padre el alba tomando un mate amargo y pelante. Y padre que firma, vagando por oscuros indicios: mis hijos no están a mi lado rosigando las nueces de oro y ardilleando: silencioso es el destino de los padres:
la madre envuelta en el oro de su apariencia, o parto.
Parto, padre.
Padre, no se puede nombrar tu entretenimiento: tu juego: tu caricia sangrienta cifrada en helicoides. Pared de la muerte y único hijo de Pan en el alero deseante. Envoltura y padre de la madre. Único erial y única pureza de lo real. La mano; el pie; brazos.
2. CREPÚSCULO ARGENTINO
El campo,
un espacio donde los niños
confunden la belleza con la felicidad;
la luz los atonta, el flash doméstico
y natural los oculta en catacumbas, agujeros
negros, blancos conventos insonorizados,
sin follaje…
oh pequeños religiosos de la exigencia:
una sonrisita fosforescente y acústica
y un abracito afectado que se conoce
en esa especie de Vacío Mundo
en otra más lejana galáctica
insaciable risita que lucha.
Todas las astillas cósmicas.
Todos los hilos agámicos.
Todas las taciturnas
vocecitas en la luz amarilla,
intensa, de azufre fosforescente
y de luciérnaga que agoniza.
nosotros en ese campo expulsado
donde la fatiga es imprevista
con sus misteriosos eclipses…
La insistencia de un pánico silvestre
y los diminutivos con que Arturito recorre
su paciencia, su olvido en todo lo que se
afinca como parpadeo.
Las cajas del sueño donde el poder dormir
como volver a morir se precipita; el aire
se funde con la luz oscura y el agua con
los desplazamientos del rumor acuático
imanes, imanes de felicidades remotas mímicas
en los estados de belleza pura, y variaciones
mágicas con dedos de reptil, pero ese reptil
de miniatura africana
que salta continuamente en el hirviente
desierto de arena para no escaldarse y
vivir al unísono,
para que el día entre en él por todas sus
semejantes, ínfimas, innumerables huellas
para que la presencia insaciable del día
no lo adormezca;
sin embargo,
a ellos otros espero, anhelo,
anillo sus múltiples exigencias.
Puedo envejecer esperándolos en otra humanidad
y puedo otra vez nacer; estar como un fruto
en corona, esperando el picotazo de otros
mundos,
la vida de cada minúscula noche hacia el mar.
Ellos,
bienes dormidos bajo estatuas de olmos, gnomos,
tesoros en cofres de pirotecnias perpetuas,
aún en el vacío insonoro, atraídos como ranas
En la inquietud de los estanques o el mar,
sobre la vasta ola roma, sin cresta, alzándose
silenciosa sobre el amor:
minutos sin ley ni astros
tiempos sin cuerpo ni deseo
espacios donde se cortan los afectos
a cada exiguo pie de un hombre.
Son niños siempre y
niños en un festín donde
se desconocen los nombres
Niños arrancados del cuerpo y
del corazón, como raicillas que
ya hubieran echado en otros niños
su ligazón; en otros pensamientos
su dolorosa espesura.
Niños explosiones acústicas
Niños ortigas del verano; a un punto
en la seda
vienen a mirar faisanes;
un círculo luminoso donde caen
todas las remotas ideologías naturales
y todas nuestras cósmicas huellas
estrelladas: los niños.
duelo de no pertenecer
duelo de las sabidurías desconocidas
sin órganos
sin ostentación y sin goces
duelo de apartarse dudando del patio
de la dicha: donde allí todo nos
sosegaba como sofocado dolor
aquí todo nos despierta
aquí somos el sobresalto del lince
aquí el sueño oculta
la alegría del secreto
Aquí la verdad solitaria derrumba
el placer
y el placer no sostiene
el secreto no sostiene
el despertar no me sostiene,
su realidad,
es más devastadora que el deseo
¿Qué es?
Es la desesperación
que nos impone como un sueño
el vacío, el campo…
Vaho amarillo y los diablitos
riéndose. Arrastran un perrito,
escriben una eme majestuosa;
las brujas-lolita con sus mechones
eléctricos y sus malcriadas muñecas,
la voz del perrito; los dientes de las cosas;
la acústica estirpe china del súbito día
(el té).
Los niños.
Sus rasos borran la única fiesta,
la única mentira, la única verdad,
la única risa.
No te alejes más.
No te alejes más.
¿Qué haré sin los ojillos de tu faisán?
Sin tus gestos como picotazos dorados.
Mi desesperación clavada en el deseo
como un colibrí salvaje en la
gigantesca flor acuática. La hipertrófica
magnolia del deseo:
un limón escarlata y óxido de hierro la van
centrando con sus suavísimos ganchos:
la abeja allí se empolva, los zánganos
conocen y reconocen: desconocen
El campo, la noche y
sus caretas de olores
que no enmascaran, los
mensajes cortados y los
gritos suntuosos;
la noche con sus señales
de amores de alfalfas y
alfabetos de sapos y
telarañas.
Magnolia del zorrino
con su chorro de humos acres
¿Nada sostendría?
¿Nada consentiría en su risa de chaparrones
de blancos y agrios fuegos
luminosos?
Es la madrugada: ¿pero cómo…?
Los niños se duermen:
fácilmente se duermen sobre estos clavos
de azúcar, fakires del infinito turbulento.
El campo tiembla.
El campo nuestro. (…el delirio, los surcos
de la lava del alba. El agua donde amanecemos.
Los terrores poderosos giran en torno a
objetos sin valor. ¿Te acordás? Fase del
desprecio, incluso por el no…
El No de un amarillo vibratorio,
los girasoles en el vozarrón del día
y el humo del atardecer, los ojos
en la cabeza leñosa
en el espumoso anaranjado del sol.
No te alejes más.
No te alejes más.
el deseo desdibuja en su plumosa tierra
un espacio: “que no te despierten todavía,
y que no hiervan la leche todavía”.
Multiplicidades. Multiplicidades
secretas
Lo que pasa durante la tarde
como los pequeños frutos de las intensidades
se abre, como un último frutillo
en las fogatas anaranjadas
Deja que bajo nuestra incertidumbre
croe lo incierto: el agro de la espera,
la niñita que baila… la patria de San Juan
y esas inquisitorias cartas que quemaste
para cocer la langosta y las habas:
La pintura es la extensión más sutil
3. UN BALCÓN
Tomás tiene dos años,
vive en Buenos Aires
en un exiguo Dpto. de la calle
Defensa.
Cuando llegó al campo
dijo: “¡balcón, mamá, balcón!”
El campo como un balcón
infinito,
con sus terrones azules y sus pastos
infinitos,
con sus perfumes y sabores infinitos
y los enormes perros, los cañones
enterrados, las esfinges de piedra
entre los abedules y la casa de noche
con su galería encendida,
su resplandor de arroz en la humedad
de noche de caza acuática,
rosada
Pero llegamos casi al mediodía.
Los árboles arrojaban de sus copas
ácidos sagrados:
la untuosa fragancia de los verdes
vacíos
la luz en rayas frases de los gnomos
silenciosos,
en los baldíos inesperados,
en los incendios donde recorren niños
bajo el crujir del sol
las cenizas
que al llegar nos miraban…
Debería insistir.
Nos esperaban las flores dispuestas
en los candelabros de hielo,
las bolas de nieve siempre
nunca tan blancas sino ligeramente verdes
y aplastadas al tapiz donde cruzan un río
niños chinos
cotorras y cacatúas petrificadas,
lavadas en azul, los picos rojos, las crestas
como moños de niñas embalsamadas
-¿Puedo fumar? -dijo Alicia
Y así comenzaron a reir
los comensales
Tomás invadía la mesa. Jaime lo mimaba.
Tomás invadía lentamente las cosas indiferentes
y las muequeantes salas,
los retratos,
del comedor los retratos, las pinturas,
las piedras bajo la estufa, los preciosos
vacíos, caracoles, y los ojos de Pupa,
saltones y verdes como de libélula
espantada.
Las voces italianas, francesas, el inglés
de los huesos de las tentadoras
comidas, sustancias
almibaradas
Arturito comía y comía
levantando sistemáticamente su ceja casi
postiza y el rabillo ciliado,
el cristalino visor camaleónico
y el ojillo esmerilado
Sonar, radar del ojo
Y la nodriza elemental que allí guiñaba
Arturito sin escribir nada.
Hundido en los espejos.
Tendía el puente colgante de una complicidad
con ibis; pájaros y picos que picoteaban
el vidrio; el vitral del goce; goce…
En sobremesa más pequeña, redonda, y sobre
sillones de mimbre enfundados, chillones,
Jaime (50 años) se arrojó sobre
Tomás que se reía. Los rulos de
la ceniza de oro en la luz y los ojitos
sombríos: fuertemente iluminados por
otros ojazos que de adentro salían más locos,
chorrera de millones, hipnotizados niños,
celestiales, amarillos, verdes, el mar
junto a un gato zarco: y las manitas aferradas
a ese tumulto de falsas imágenes: las mismas
que leo: las velocísimas cruzadas por umbrales
y a la risa las manos de Jaime, otra vez,
“Aquí, aquí” -decía. Le hacía cosquillas en el
pitito, en las ingles, la pancita…
“Aquí, aquí” -decía. “Esto es la realidad. Esto
es la vida. Esto”. Y señalaba acariciándole
la espalda al niñito que reía felicísimo,
“Está vivo, viviente…” -repitió, corrigió.
“Todo esto es la realidad” -repitió una vez más
y ajeno a todo estímulo
y a toda realidad gimió: “¡Viva!”
Un frío me recorrió ¿la médula?
Y me hundí un poquito
en el crujido de mimbre.
Tuve un raro pudor ante tanto reconocimiento.
Una nostalgia muy pueril y pétrea
me oprimía.
Y siguió murmurando, para su cabeza y la mía
(no recuerdo, no ví lo que hacían los otros
convidados…)
murmurando entre cortadas tiras un pensamiento
célibre, agudo, agrio, triste, sutil entre los
escombros de las palabras que metía,
y acaso harto triviales para él, que acaso
todo lo concebía (la apreciación es mía)
como Belleza: una aristocracia
de la cultura…
Nini miraba en Vogue los Rolls Royce japoneses.
Jaime pudo saltar de pronto, desprenderse,
y cayó como una brasa en la palma de un ciego:
“Son japoneses, y uno debería entrar y hacer
¡Tac! Y quedar sentado en ellos”.
Las rimas internas, ía, ía
La pura monotonía de nuestra
enorme desdicha.
Enorme desdicha usada como se “usa”
el cuerpo.
Jaime y Nini que hablaban
dándose la espalda, súbitamente pálidos,
como adultos siameses. Que decían y amaban
con cascabeles e improntus de otros
idiomas de otras lenguas, sus chistes,
lapsus y bacanales, festines desnudos con
guiños y muchas mímicas y acertijos
cruzados, rebus,
donde cortaban pequeñas imágenes
las brevísimas encantadas, conductas fuga-
císimas o historiolas de la historiola
del Arte:
que leer a Gide o Dostoievsky, aburría
hoy.
que una obra alcanza el apogeo de su
trascendencia en la misma época en que
“trasciende”. No va más allá.
¡No estoy de acuerdo! -dijo Nini. Yo ante
un Donatello… Y me miró guiñando…
Y Jaime se atrevió a decir: “En todo caso,
acepto hoy, la vigencia de los arcaísmos.”
“Sos tarada -prosiguió- si te embelesás
con el Quijote: está escrito en un pésimo
castellano. No obstante, Shakespeare…
-dudó-.
“vengan -dijo-: en mi cuarto tengo todo
lo más arcaico que amo,
y todo lo que deseo.”
Atravesamos una biblioteca escarlata:
los dos escritorios vestidos, de
brocato escarlata. Cortinados es-
carlata. Los libros encuadernados
color escarlata.
Toda la estética de la pieza se desmoronaba
ante una chimenea cuasi barroca, de piedra
peinada, herencia de unos huéspedes
arquitectos benedictinos.
-Es horrible -dijo Jaime-. Es del mismo
autor de San Benito, en Belgrano.
Los pájaros estrenduosos en el silencio
nublado de la siesta.
Nos alejamos con Alicia hacia una porqueriza
donde gozaban a los gritos dos animales
pintados o disimulados, los hocicos y los
flancos erizados de barro.
Hablábamos con Alicia,
de los mosquitos, que nos picaban, y en ese
ardor y sopor, de envenenados, todas las cursile-
rías de la ética y estética improbables
de los matrimonios…
Hacía 4 meses que ambos, por distintos motivos,
de nuestros amantes nos veíamos separados.
Tristezas y terrores, asperezas y esperanzas,
odiosos ojos y dudosas aserciones, acechanzas
de lo venidero como una epopeya inmóvil
bajo ámbar del deseo.
Invasora jerga de nuestra suspendida cháchara
también inmóvil.
Y la naturaleza como una alfombra voladora
detenida: balcón para las cinco mil Hetairas
que nos amedrentaban con sus vaselinas y
arpas y ese kool para cuervos en la laguna
fosca. De agua amarga.
Pupa -la condesa veneciana
que se casó con Jaime -me pregunta al servirme
una presa de pollo: “¿Prefiere negro o blanco?”
Blanco, dije, estimulado por mi lectura de la
mañana. Y ella agregó: “Claro, como buen descendiente
de italianos, gusta el blanco de pollo.”
Señalando la carcaza dorada y crocante
del resto, Nini exclamó: “Yo amo, fijate,
el negro”. Y añadió mirando fijamente
el dorado del plato: “¡Parece un transatlántico!”
El campo no. Ya. El mundo. Océanos.
Las palomicas no. Ya. Las cigüeñas y las garzas
plateadas.
Las calandrias tampoco.
Los ruiseñores al alba.
¿Se despierta, Pupa, entre ruiseñores?
No sé -dice Jaime-, si todavía quedan. Los he
escuchado. Preciosos, ¿no?
Nini con su dulzura habitual nos trae el
desayuno a la cama.
Alicia sonríe. Tomás refunfuña.
Me despierto a las risas.
Toda Nini invita a una noble y catártica
carcajada.
Desde muy temprano comienzan sus trabajos
con relatos de sueños, piezas de amena
conversación y ámbitos mágicos, embrujados.
¿Sarcasmos?
Imágenes del placer milenario apenas ella dice:
¡Qué placer!
Secreto triunfo de la risa
sin que en su aspecto feliz
nada de ella ridículo nos
invite a reir.
La simpatía crece en su boca. Su palabra
nos envuelve y nos llena de estupor y sorpresa,
como en el carnaval de antaño la ligera
serpentina.
Pero hay una palabra oscura que pasa por sus
labios y va penetrando como un fruto obsceno
en nuestra imaginaria boca: c o n g o j a.
Pero no esta congoja que notamos
una lentitud extrema en el desplazamiento del sol
y que el poeta Girri, señalaba como una “cualidad”
desde el tiempo…
Pues si de ella aprendí las mil maneras imposibles
de creer, de “esbozar”, de inventar
para experimentar algo que fuera el modelo
o el mimo de otras congojas,
¿para quién retuve, entonces, la sordina
de la imaginación?
Nuestra amistad austera.
Nuestra congoja agámica.
El paso veloz sobre las piedras
de nada parecido al sexo, ni al amor,
ni al fuego de la irrisoria congoja.
La urticante y nocturna congoja.
La deliciosa piel de sabandija que deshace
los guantes de vivísimos élitros
en realidad. Y en deseo,
el paso de Tomás en el balcón de la hojarasca.
El oído de Minerva (la perra Dogo) y lo que de
sus pisadas escucha Tomy,
confundido por la infinita escala de murmullos
y de alas.
Y la Señora con su aire de domadora de jirafas.
¿Yo escribo en este claustro de muros encalados?
El cuadro que miro dice: Doménico Theotokopuli:
El Greco (1547-1614). En el espejo veo mis pies,
que los mosquitos deformaron: hormas gigantescas
y máquinas de planchar; esa misma ojiva metálica;
las variadas y envenenadas
manos tergiversadas,
efímeras formas:
el cuerpo
el espejo
El Greco.
los pies.
Oigo a Minerva que se arrastra por los pasillos
hacia otro claustro.
Alicia tose.
Nini duerme.
¿Sueña Tomás? Las hojas gigantescas
y los kinotos como turgentes tetillas pintadas,
mojadas naranjas… Mujeres anaranjadas
en los superpuestos e impalpables balcones
El pingüino de yeso que Nini trajo un día
del pueblo. Enano cabizbajo.
Tomás lo toca.
El olor lo sueña.
El agua cenagosa de la pileta y acaso mi cara
gorda y barbuda.
Mi horrible cara gorda y mi
terca sonrisa o
Acaso mi sonrisa sin cara pero barbuda,
suspendida allá en el claqueteo
de las hojas: Arturo…
El sátiro hipnotizado por las velocísimas
hojas
agitadas y rosigantes
con sus decibeles
y sus secretas acústicas
¡Oh, monjes y poetas!
Nini vuela alto, lejos,
en la escoba de Rauchemberg
con sus pajas ornamentales.
Jaime hojea Vogue y se detiene ante
la contessa Marta Marzzotto, fotografata
da R.Granata.
Arturito lee un libro que tomó
de la biblioteca luciferina: “A la sombra
de los monasterios tibetanos” -un libro
de Jean M. Rivière.
Jaime dormita, ahora, un poco.
Se sobresalta por la llegada de Tomás.
En el paseo Nini repitió “embaumée”
La tierra -el balcón ambomé… con
todos los estiércoles, con todos los
osarios de flores. Acacias, jazmines.
Contó una historia de merengues y otra
de profiteroles.
Pupa pasa silenciosa portando en sus
blanquísimas manos una llavecita y enredadas,
dos pequeñas copas de cristal ahumado
Forzado el ideograma de la alegría.
Forzada la faz silenciosa de la memoria
en este campo.
El ánade canta como un ventrílocuo en un
ejemplar “demasiado estudiado” de
Liquid Ambar. Todo lo que ellos conocen
acerca de él se va vidriando en mi resentida
memoria;
se va endurenciendo como un dulce que lentamente
decolora, azucara, envenena.
Hipóstasis de la perfección
del campo en su “paz”, en su melancolía
focalizada…
Pero de pronto yo sé
que en todo este silencio no estás.
No están tus movimientos
secretamente envueltos en la impostura
de tu papel de caramelos
Y no sabemos por el sol
ni por el follaje plateado
en los árboles, donde tu risita
se expande y envejece y donde
despierta unánime tu alegría colmándome,
donde tus manos en la cabeza del amigo
celebran los trabajos y el amor como
los días sus noches
el campo.
donde la obligación con sus destrezas
parte de mí y te ocupa:
último secreto de la luz en la tarde
y último parte del secreto
en mí
sepultándote.
Olvido, pero intermitente.
De pronto tu mirada se enciende para mí
iluminando cada hoja de cada rama,
cada corteza de cada ramaje vacilante:
los árboles: los claros ínfimos donde
se abalanzan a besos las palomas
la mirada extraviada en el vapor
de los árboles celeste; celeste;
desconociendo para mí y
desconociendo todo en mí
para este campo
Una nueva manera de amarnos
arrojados por todos los convidados
incluido yo,
en el secreto que ya no nos escucha
que ya no retrocede
que ya no hiere
¿Más?
4. OTRA SIESTA
I
No había mirábilis. Marcelina dormía. Los atrajo el vaho de la letrina al fondo del sendero de malvarrubias y ortigas.
El aire retenía como piedras el humo denso de la vecina loca que pared de por medio fumaba toscanos con la cabeza fajada en tules negros.
Entraron a la letrina como dos ángeles perdidos.
Competían a quién soportaba más tiempo el hedor de la mierda.
Las alas del más alto eran largas y rozaban el piso, como las del jovencito alado que en un cuadro de Magritte se asoma al río.
Puso en los dedos del más chico una moneda de cincuenta centavos y lo forzó a que se la llevara a la boca. Después también forzó para que entrara por la ranura de dientes apretados. Forzó con sus dedos que olían a fósforo, a pólvora de cohete recién raspado. Y exclamó con voz grave, muy baja pero hiriente: “tragá, dále, tragála...”
No tuvo tiempo a decirle “ya está”—y ya se había corrido del lugar silencioso.
Quedó un rumor apenas. Y a veces oigo el rumor. Y el olor en los dedos.
Estábamos en la escuela, en el bañito del portero Raúl. No había papel y me limpié con figuritas de cartón, redondas.
Cuando me iba apareció la maestra, con su guardapolvo de yeso impecable: “¿dónde estabas; sólo te di permiso para ir al baño? —dijo.
II
Pero está el que no satisfecho con la erótica pesadilla infantil que descuenta oro, va de letrina en letrina escribiendo sin tinta:
“...hay un poema, lo ignoro;
hay un amor,
una poesía. No sé;
como el enjambre de chicharras sordas
que reclaman los celos...”
5. OTRA MONEDA
Y el dialecto de ellos, moneda de la infancia,
aunque la infancia fuera nuestra sombra
que pesa sobre la levedad de otro paladar ínfimo
—el diapasón,
diapasón para todos,
de la primera moneda —aguda en cada orden.
Entre la orfandad y el colmo de las madres,
las tías y las primas y las abuelas,
y abuelos padres,
tíos y primos últimos,
granizo de verano sobre cada imagen;
vago error en cada compás del caos.
Debiste de ir al fondo,
contar cada detalle, cada pelito, y
cómo se hacía el dinero en el metal,
cómo se dibujaba su poderosa métrica
infantil cuando al comienzo
ellas también tenían
bellezas del balbuceo: tin-tin-eo.
Pero no tienen estilo,
y aunque tengan repeticiones, sílabas,
se llaman monedas;
susurros parecidos, altos agudos pistilos
como en las flores;
no tendrán el asidero de tus sueños,
ni tu verdad, ni tu sigilo de la forma
en esa trama en zig-zag parecida al toma y daca.
¿Quién puso de relieve la regularidad oculta
de ciertos afectos tan vivos
que parecían desordenados?
6. TÍO MARIANO
Si se trata de enaltecer figuras,
pudo ser Lucio Piccolo, lavándose la cara
en su casa de Sicilia.
(Mientras se lavaba enérgicamente
oyó un tintineo).
...pero ahora está riéndose con papá y mamá
en la cocina de Pringles. Está volando
como un niño hacia ellos y a ellos se pega y despega.
Ahora cruza el puente de sombra y
la tercera arada en la sombra y la luz
no tarda.
Ahora junta ciruelas con ellos. Y papá
le alcanza una cesta pequeña, de mimbre,
con los bordes teñidos de púrpura agridulce.
Él entra en el follaje
y adentro del árbol único se oyen todavía
las risas.
Ahora parece atravesar con su pecho
las rejas de la puerta de hierro verde claro.
Parece cantar: “amo y no amo.
Los niños me desconocen
pero no los desconozco...”
Ahora los amigos muertos parecen
querellar de continuo.
Entran con ganas en la querella infinita.
En la batalla que con razones cambia el destino
pero con ilusiones e imágenes mentirosas
lo esculpe.
La carta decía:
“Allí donde Platon la dejó,
la retomó Estratón de Sardes en
la Musa de los Efebos ...”
Y donde la dejó Estratón,
la retoma Catulo
en diez cadenas... Florencia acuña
florines (tu médico se apellida
Florín). Venecia acuña el cequí.
La palabra dólar no viene de dolor sino
de tálero, thaler, que se pronuncia
“dólar”.
Y así... la noche querulante
parece extenderse
hasta la diáfana querella de las ranas.
Y así...
7. VISIBLE, INVISIBLE
Que este brío dure,
que los pájaros imiten
el grito de los terneros
al anochecer. La gata agazapada
bajo el vaho de las buenasnoches.
Y mezclas, matices,
pero como se mezclan dos nubes
y como entra en el incienso el hipo del incienso
haciéndonos sentir su barrido,
su despejo de falsas sensaciones.
Y como entra la noche en el atardecer
bajo la soledad sonora de los grillos
—la música callada de las luciérnagas mezquinas.
y que se unan otra vez esas rachas de sonido
a la única voz en que juntos vacilamos.
Sonidos que ignoraban ser iguales,
apenas iguales: secretos ejercicios de alegría
visible como el espiado,
como un habla de visible en lo invisible,
la laguna.
II
La calandria que vimos con Mauricio
canta aún en el bullicio de los patos.
La vemos y la pensamos soñada,
cara de otras monedas:
primero en la casa,
(invisible como fue,
visible como es ahora.)
Después entre la gente,
impalpable como parece,
—ruido— ahora
en el televisor.
pero visibles e invisibles “Mundos”
si la poesía los rozara,
“naturalezas” si con su palabrerío ignorara
la potencia implacable de otro estilo.
“Relámpago”
anunciaría.
“Trueno” si la música sostuviera en su rumor
la atonalidad expectante.
Pero no somos la casa, ni el hogar,
ni el árbol, ni el camino.
Sólo sus dibujos o maquetas matizadas
en una esferilla donde nieva y hay ritornelos
de caja de música
envueltos en nuestro balbuceo salado.
¿Cuántas veces necesitamos que nos digan
que la belleza es la arena movediza
de la certidumbre?
8. RÍO DE LA PLATA
“En Tres Barquitos Pintados,
vienen aún a los tumbos —dice—. La Argentina,
vuelve en la superficie ondulante
de un género impreciso: ¡el plata!”
el plata no es un eco:
El dinero no es un eco.
el río desde mí
y esas palabras que de vos también se llevan
la mirada y los ojos ambiciosos
el río.
Los chicos que a su orilla se besan
parecen decir: “...quiero sostenerme
en tu sueño, padre frágil;
quiero sostenerme en
la desmesura de tu risa detenida... pero
viajera.”
Nuestro metal fiduciario no es el eco del destino,
ni de la plata que en tus entrañas imaginaron
los usureros que a tu orilla venían...
Ahora está lleno de cuerpos de hermosos jóvenes
que pagaron con su vida inocente el precio
de otro macabro potlatch.
Oh, único Eco: ¿Me oís? Te estoy llamando.
Ya no hay plata ni sueñera ni barro: es
sangre que en su coagulación eterna imita
el prestigio de otro río: el Nilo, el limo
donde viven como ideas, cuerpos intactos
en animación suspendida...
Y vivirán para mí, para mis hijos,
para mis deseadas descendencias como
figuras intocables del contrasentido en que fluímos,
¿es aún el equilibrio o la paz
nuestra Antigua Moneda?
Aunque esta moneda es un lugar de memoria,
una Argentina, un Plata, un Amor,
una Presencia que todavía encalla. La de ellos,
tan inolvidables como la monedita inolvidable.
¿Acaso no dijo Borges: “...pensé en una moneda
de 20 centavos que,
a diferencia de sus millares de hermanas,
fuera inolvidable,
que un hombre no pudiera olvidarla,
hasta el punto de no poder pensar
en otra cosa”?
... la mención del dolor argentino es ahora esta plata,
esta monedita que brilla en el fondo en cada puño,
en cada boca parece
la augusta cárcel
del amor intangible y difícil...
El límite del horror y su repetición en su vestigio,
más que los ruidos en el bolsillo,
su desfondado vacío,
y sólo en la memoria otra vez cada vez,
aquellos 20 centavos únicos,
de cara brillante y pegada a la vida,
a la salvación.
9. EN UNA DISCO
Rosario, le dije,
algún día voy a escribir un poema que se llame:
"Rosario Bléfari".
"No podía ser otro
el nombre -dijo tranquilamente-,
porque yo sé que en algún lugar-del mundo
Bléfari quiere decir Rosario."
Bailábamos y hablábamos gritando,
en esa oscuridad nevada, de la disco.
Y al oído, siempre gritando, ella empezó: "Más
que el kabuki, más que el zen
mordedura, torcedura..."
Y siguió: "Hoy en tu charla
el momento fue cuando dijiste
que la poesía es la salvación
...y hablaste de los libros como si hablaras
de juguetes, te la pasaste hablando
de juguetes... "(Y giraba
como un precioso trompo
que volvía hacia mí).
Yo le dije (gritando también): "En un libro de viajes
de Michaux, hay un epígrafe de Lao Tsé
que dice: 'Gobernad el Imperio
como si friérais un pajarito.'"
Ella se rió y dijo: "lo inventaste vos, boludo,
ya sé,
lo inventaste vos". Y siguió bailando
y repitiendo: "gobernad, gobernad,
el imperio, el imperio de los vestidos,
el de los frufrúes, el de los pliegues y tactos
(se iba y venía
como una vocesita en fading...)
"como si friérais un pajarito...¡qué horror! "
gobernat, intuít -levantó una ceja y siguió cantando.
Y así hago yo...gobernado en la noche,
en el punto más inmóvil de la
ensoñación...
"Yo creo que no me escuchaste; ¿no?;
te pareció estúpido lo poco que me oíste
decir" -dijo, con voz afligida-. Y agregó:
"sí; no me digas que no..."
(Hablábamos otra vez a los gritos pero
ya creíamos susurrar).
Casi no la veía, las manchas de la luz
la atigraban, la unían a los amigos que bailaban también
a nuestro alrededor como animales muy ágiles, muy leves.
No... pájaros... pero sí felinos saltando, y oseznos
jugando y focas en el agua,
muy veloces, muy brillantes y oscuros.
Hasta que nos inundó la luz negra.
Con los ojos de fósforo, los dientes que restallaban,
forzaban el color más diáfano,
nos volvimos más visibles;
y restallaban también, en lo negro,
las formas de la danza
que hasta ese momento era para mí
sólo yo, la luz de mis ojos.
"Más que el amor y la muerte -siguió-,
lo que importa es que ahora únicamente por el ruido
nos escuchamos, me estás escuchando: ¡qué bueno que me
escuchás!
Y no importa, y nunca, nunca más
como ahora, me estarás escuchando ni me vas a escuchar,
¿no?"
(Se reía; se reía como a nadie nunca vi reír;
su risa era de otro mundo,
del oído de otro mundo.)
"Este momento nos unirá,
como a vos y a Chiquita y a Martín y a mí,
un momento de escucharnos nos unió;
un momento en que...(y gritó más):
" ¿me entendés?"
"Sos poeta porque me di cuenta
que podías explicarle a la gente hoy allá
lo que era la poesía; aunque después escribieras
no sé...el poema, la poesía era esa salvación: en un
momento le explicabas amablemente a la gente
que la poesía (aunque no fuera lo cierto)
era lo que tenía explicación."
Bailó un poquito y repitió: "más que el kabuki,
más que el zen..." Los gritos, y a los gritos
moviéndonos
nos escuchábamos,
Yo sonreí, creo. Ella se acercó: "La poesía para mí
es cuando actúo,
no es la laaaaaa...no;
es mi
salvación.
Como nosotros:
unidos por este ruidoso momentito
que nos escuchamos."
Ya no había luz negra
pero ahora un arco iris de láser
cortaba en dos nuestros cuerpos:
alrededor de la cintura teníamos
una especie de agua resplandeciente.
Movíamos los brazos en un espacio
tenuemente pintado,
con las piernas bailando al fondo de los siete colores.
Y a cada instante se desplazaba el eje del arco iris plano
de modo que nuestros cuerpos parecían sumergidos en un
mar calmo, sin oleaje, con la masa del agua
que iba balanceando bruscamente el horizonte
como vino en una copa que alzamos.
Dije: "...se despierta de nada, nuestra libertad
cuando tomamos el mundo como el durmiente a sus sentidos;
así nuestros sueños tienen por fin un nombre..."
Y ella vino a decirme bailando y braceando por el mar irisado:
"...no sé qué mascullas pero...te iba a decir que Bléfari
es Rosario allende el arco iris, ¿sí?
Una exigencia mía..., una extorsión..."
Aullidos, temblores, el roce de las manos húmedas y
el aliento ácido,
los ojos relámpago, los ojos tempestad. Y otra vez
la luz negro-violácea en los confines amarillos:
"admiro que hubieras encontrado
una explicación,
y asombraras a la gente
con lo que no tiene explicación."
"despierta sabe que en sueños temía..."
Oh, única muchachita
en esa multitud que no me habla, ella me habla;
atruena como feroces palomas que alzan vuelo
en la plaza, de un sitio a otro, de un chico a otro
que les arroja comida.
Le invito un sorbo de mi bebida. Bebe apenas y
se lamenta: "¿ Qué haré cuando te haya dicho
todo esto que quería decirte y lo haya dicho, sí,
completamente?
"No te rías, yo quería decírtelo,
estoy un poco borracha,
quería que me escucharas a oscuras..."
"¿Qué voy a hacer cuando amanezca,
cuando todos se vayan?"
Todo lo dice ella como por prescripción,
por mandato; y en ese misterio de las
repeticiones
cuando la duplicación del secreto enardece
la pasión del habla;
cuando la ajena desesperación de mirar es un colmo
en el carcaj de Djuna Barnes: "el mal y el bien
se conocen mutuamente
cuando se muestran cara a cara
su secreto."
Y ahí bebía, bailaba, me estremecía
con su risa;
y en la oscuridad la música cerraba sus laberintos
de vanas respiraciones,
colores útiles sólo para la desarmonía.
Las muchachas vigías rondaban y
los muchachos zorritos daban en lo alto de lo oscuro
cortos gritos, llamados de vagabundeo.
Y otros zumbaban
soñaban la danza.
Volvió y me preguntó:
"¿ya te cansaste de escucharme...
"pero no chabón, me faltan unos momentos
porque con tu perversión siempre nos estás diciendo que tiene
explicación
la salvación,
"y te mostrás así con los chicos
como el último joven;
como si estuvieras encabalgando
no los versos sino las generaciones..."
Se alejó y fue ametrallando: "...no hay inspiración
hay destino; no hay destino, no hay realidad, hay
deseo; no hay deseo ni pasiones, hay ¡secretos!
Y nuestro secreto es encontrarle una explicación a la
salvación." (Se reía con una risa que jamás oí,
como risa de las sirenas en el mar de Böcklin.
Como risas de las mujeres esquimales que imitan
las risas de las focas.)
Las luces, el arco iris, la atención,
la sorda electricidad.
La noche que terminaba en la noche de la disco.
La apariencia como una luna
que a otra velocidad
paseara. Con los ojos en la oscuridad rosada
de los bailarines más briosos
contra los más
sonámbulos.
Me encuentra Gaspar Noé y me dice
en esa pequeña luz de la salida,
también negra:
"parecés un negrito"
10. LARTIGAU (*)
Me despierto. Es muy temprano aún.
Espero el canto del gallo.
Lo escuché en un gradiente de la noche
que parecía lejano. Sin embargo,
tan sonora y minuciosa era su forma de llamado...
pero,
¿llama un gallo? ¿Se dirige a cada uno
o a su comunidad de centinelas?
¿Define en la certeza alguna duda
o llena de incertidumbre el desvelo incipiente?
El silencio parece enrojecer y
su vehemencia borra en la atención todos los límites,
todas las esperanzas.
Se vuelve delicado equilibrio -—el gallo cierto,
el tesoro del amanecer cuando los durmientes niegan
su despertar en la luz.
Pero el canto en la nada nos demora apenas
corno una alegría descartada de la noche.
Se desprendía él, incluso,
del recuerdo transparente de la noche
siempre de día,
siempre bajo el sol impensable
y en primavera o en verano,
retrocediendo en el prestigio
de las otras estaciones: Pringles, Krabbe,
Quiñihual
y en su diseño,
como en algunas flores de nácar,
faltaba ese punto de destello donde
podemos advertir la chispa hiriente
de una promesa demorada.
Lartigau era la Hécate de Virgilio,
(y él pudo ser mi padre). Un agricultor fantasioso
en una época en que la plaga de tucura,
la langosta,
sus mangas implacables
habían dejado en el borde de las espigas ruinosas
una "estructura dentada", metálica,
parecida al poema:
allí la luna decodificaba todo
entre hilos de penumbra; incluso
la Fortuna, apenas,
la injuriosa riqueza de las cosechas abultadas.
El relieve de unas
monedas campestres, rústicas,
que no entraban en ninguna alcancía.
Por la radio se escuchó esa mañana:"...hace 64 años,
en un día como hoy, nacía Gabriela Mistral."
Si algunas veces fue todavía de noche,
la llegada titilaba en el farol del guarda del
ferrocarril,
en los silbatos, rojo y verde
discontínuos,
que aseguraban la aglomeración de
unos "ritmos" en mi memoria:
estación o morada de arribo
donde un éxtasis fugitivo insistía en tomarnos
de los hombros como un ángel.
parecía
que llegábamos,
que sólo yo vislumbraba la silueta
de mi padre y de Charrúa, mi perro,
como signinos de piedra
de un alfabeto ignoto pero cercano,
áspero en la despejada estación de Lartigau.
En el sulky con mi padre en el pescante,
miraba aturdido el trasero del caballo
sabía que levantaría su cola para arrojar
entre ventosidades esas bolas de estiércol resistente
que humeaba,
que probaba el elástico esfínter de seda negra
con ribetes rosados.
...la obscenidad ofrecía
todo el artificio de una bienvenida:
Al borde del camino de tierra, al enredo de
las sensaciones: a las perdices que se alzaban
silbando
de entre los abrojales de septiembre;
al verde otro
de las mieses ya erguidas.
II
Mi padre hablaba;
durante el tiempo que no nos veíamos
solía escribirme cartas donde detallaba
las metamorfosis: caballos,
un peludo, las liebres,
los chajás que ese año no volvieron.
El zorrino que meó a Jesús, el maquinista,
cuando avanzaba en la zorra sobre las vías...
la yegüita amansada
Pero en el camino a la casa
me hablaba de los pájaros,
las cachirlas,
sus nidos de miniatura en las huellas de barro.
¿cómo se salvaban,
esos minúsculos pájaros,
del aplastamiento implacable,
si anidaban justo
sobre la exigida huella,
bajo los cascos de los caballos,
ba|o las ruedas de madera de los carros?
oh,
música embustera que escucho apenas todavía,
¿deletreo una pasión que se llama infancia
o el indestructible miedo?
Cualquiera de las formas aparecidas
no son la apariencia.
Junto a mis sentidos se vierte otra luz,
otra animación
se suspende retenida en un ritmo
descalabrado e impreciso.
Pastores todavía, ángeles intonsos
se miran la barba en los espejos de agua
y una naturaleza mentida,
y unos signos en un mito falso,
y unas reglas en un juego perdido
y un habla restablecida, dichosa:
la del niño que no conoce nada,
que confiesa lo invisible,
que intenta salvar de la noche
los juguetes menos fríos,
los más exigentes.
Sombras que se pueden decir
palpando el borde de un sombrero,
de un abrigo de piel de nutria,
de una moneda mellada.
...cosas quejumbrosas que parecen
perderse en un lugar.
Pero junto a tus sentidos.
Contra tus sentidos.
Contra el limonero florecido,
primera presencia
al llegar finalmente a la casa encendida.
Despierta
aunque no lo estuviera.
Porque adentro de la casa dormía
como una novia y como una hi|a —el rostro
apenas velado
por la pesadilla última.
¿A cuántos despertó, el gallito, esa mañana?
¿Quién se asomó a mirar, sonriendo,
el centro de los azahares, los puntos más fragantes,
casi invisibles,
lupa,
lupa,
lupa de los frutos?
(*) Lartigau es una pequeña localidad que pertenece al partido de Coronel Pringles en la provincia de Buenos Aires.
11. TESELAS, NIÑOS, PIEZAS
Cada vez más suspendidos en las piezas,
los dos amores las movían;
sus dedos regordetes,
sus manos pequeñas con hoyuelos;
pinzas perfectas que apareaban colores,
gamas de amarillos y verdes,
el color negro de
un fondo,
el anaranjado furioso y alentador
de la pista del ojo;
Dijo: «¿Y qué decían, ellos?».
...con el difícil rompecabezas
de una rana arborícola
confundida en las ramas.
La idea de mimetizarnos,
seguramente nos vino de la desunión,
de la dificultad,
de las frases que también se cortaban y
redondeaban para encajar con los
suspiros y los «así», «acá está»,
«sí, sí; no...»
«¡mirá este bordecito!»
¿Hay contornos en las palabras?; ¿hay contornos en
las piezas del rompecabezas?
Cuando lo hay, opinaba Plinio el Viejo, «la línea del
contorno debe envolverse a sí misma, (...)
terminar de modo que enseñe incluso lo que oculta».
téselas, niños, piezas
brillantes de una extrañeza verdadera.
Obtuve esta novedad: todas las palabras son
nuevas. Todas. Incluso aquellas que se presentan a
nuestro arbitrio viejas en sus falsos contornos,
antiguas como tortugas recién nacidas.
¿No son acaso como las piezas del rompecabezas
las palabras, siempre nuevas en su inconclusión
y en su desamparo?
Aun aquellas que en la cercana mezcla
no nos hablan más que del habla,
de los colores de cada imagen.
.. .y las disimulamos con el breve ruido de cada
encaje
y a cada avance,
cada juntura acertada,
nos contentamos con la nitidez de un detalle
de la rana buscada
como aire en la respiración,
y en un desmembramiento como pequeños nosotros
en la naturaleza desconocida:
¿qué necesitamos? ¿Qué perdimos?
¿Falta alguna pieza? ¿Dónde en lo inevitable
comanda el azar la incompletud, la sencillez
del final?
Con gestos siempre nerviosos de amor
la inexistencia de lo que se arma o forma
nos muestra un punto cada vez más alto
de estertor.
Y decimos: «...sí; ¡ya lo armamos!;
¡parece mentira!».
12. TEATRO DEL VACÍO
I.
Remoto,
en la serie de los niños.
Ni cerrado ni abierto
ni extenso,
y sólo
desconocido de repetir:
Que las imágenes no se ausenten
Que me recuerdes todavía
Y que en ese alimentarme
haya el mismo derroche
en que todo se pierde.
Y el mismo en que con bienes celestes
una muerte súbita
te lame y te disuelve:
¿viajes?, ¿tickets?, ¿libros lujosos?
Pero en la parte genética
unas lentísimas asas, los niños,
te aproximan.
Grandes héroes chocan entre sí
y deciden con tu horror
sus querellas;
otros mellan la llave de la lengua
Otros siembran cascabeles
como antaño bufones
y cerezas.
¿Y a vos? ¿Y a ti?
Mi realidad como fuego explorado;
mi lujo de entrever su falsedad
ostentosa: ¿pescan los niños?
(...)
Pesca no lejos de aquí
Y yo aquí miro.
Y en todo lo que decido mirar
la pesca es mi señuelo.
mi lugar,
y más que lugares,
sitiadas transparencias
que se estrellan
formas
que se
piensan.
"Sólo se piensa lo que es."
(dijo Séneca). Y sólo se desea
en lo que miras vivir;
Lo que especies de alegrías
de lo corpóreo a lo incorpóreo
como "cosas" que son y no son,
Misma naturaleza.
Por un falso pensamiento
como estertor,
y por su excelencia lo
real como incierto:
y acaso niños
porque después no tengan
forma. Y después.
"la naturaleza es su forma"
y en ella se ocupan de traer hacia sí
una guerra de palabras: y águilas,
anguilas, viejas del agua, mojarras
¿Qué diferentes líneas
por lo que volverá hacia él como esa forma
que no pudo extraer del colador del agua?
Y allí quedó (estamos) como una naturaleza
o ilusión duradera
que se movía...
reía.
Y lo que pesca
se va. O apenas como la muerte vence
la inocencia o la dicha,
la forma nuestra certeza,
en la fragilidad.
llámesele naturaleza:
Como el vacío
Como el tiempo
Como la exaltación de catástrofes
en la cúspide
el dolor.
Ternura de esperarnos:
pequeños padres e hijos,
amores y razones que obscenamente
lo impidan.
Pero el agua, ya pasó. Se seca.
Se enfría el vacío el tiempo el dolor.
Admiro ahora la pequeña locura de la tarde
que está cambiando de motivos, color.
Que está desapareciendo
en lo que va a permanecer. Oh,
la forma de nuestro idílico secreto
vano.
¡Los animales y las cosas van a respirar!
¡A ésta la hace su debilidad! ¡A ésta la besará
su apariencia!
Pero sólo en lo intangible
está
su pesca.
(...)
La pesca como plegaria
(acaso ignorándolo)
¿No ésta inclinado
sobre el mapa acuático del cielo
donde un hombre vio
otro cielo revertido?
La pez que viene a la traición
de otra mente velada
ligera y penosamente lo apresa
y adhiere
y raspa
Y después,
de un tirón lo libera
a otro cielo imantado, a otra orilla
intocada,
a otra presencia,
a otro corazón:
la tierra o el agua
pero en las diferentes noches del oído,
apenas iluminado por el ajetreo de dormir
lo enorme,
ciego,
como bajo
un colibrí.
En esa nata nocturna
Amor que no tiene
a ese amor —soplo entregado-
a la meditación de la muerte,
a la respiración.
Pícara escena trabada
en el señuelo del sueño:
el agua interrogada, su alerta, su asma,
su cóncavo movimiento,
y el sospechoso desatarse del cuerpo
en el aire
en los contrarios elementos en discordia,
el deseo. Pues sólo su manita
que sostiene la caña,
unos ojitos vivaces
y el hilo que se pierde
en el sentido.
13. ANTES HABÍA UNA ESCUELA
I
sólo bastaba “hablar” apenas;
y alguien ordenaba las frases,
y alguien el tono, la velocidad, la alegría del
helicoide de los secretos;
y alguien el aparente brío
de cada resistencia que
se llamaba “imitación”.
Algo difícil —la tiza
Algo fácil —su borrador
Las destrucciones mínimas que rozan aún
nuestra impermanencia
caen en plumillas invisibles
sobre los “guardapolvos” serviciales.
Pero dentro del tintero, ahora,
extraños movimientos van precipitando y
fraguando tu máscara…
Algo difícil.
Algo fácil.
La máscara de un alumno fiel
la mañana que “...en infinito fastidio
te alegrara…”
La posibilidad
de soltársenos de nosotros “él”,
otra vez, él mismo, allá,
cuando somos de golpe la presa fácil, de cartón
la careta,
el deseo.
Pero en dos años se acerca
para decirme: “Hombre, hombre, voy
a cerrar la ventana…”
Nunca, nadie
me había hablado en voz tan baja.
Bajísima…
Bajísima y clara
imperceptible rumor que se perdía
en el eco de la campana de la Estación.
II
Pero había también otra voz contra
la voz de las ovejas que balaban
“...este sonido —decía— más sutil que el agua,
son téselas de un mosaico que alguien debía
juntar apenas en el cuenco de las manos;
o levantar de las aguas
y fingir después que esa reunión formaba
un rostro, la persona,
la llegada de la máscara al lugar
que estaba aún entre los niños que jugaban,
jamás en reposo,
en el tintineo de los sueños;
terrones de inquietud sin animarse a vencer
la Voz de otra Sibila que volvía.
III
A pocos pasos de una casa vieja y
entre árboles de apariencia asustadiza,
acechaba la Belleza que se hamaca
en su pompa.
…bajo un cono de sombra y
un reborde de luz que vuelve de las lilas,
las chicas, las mujeres, las viejas
le enseñan a caminar. Pero ¿quién camina?
¿Cómo lo han vestido? ¿Cómo va peinado?
La estación es el continuum de una espera “de andén”,
de “andador”,
la letra dicha para el instante de la quimera.
Hunde la lengua en la goma del chicle-globo;
la retira de pronto inflando la tensión
y ese abismo en un momento estalla:
Se pega alrededor de los labios
la atención que se vuelve memoria.
14. MOCITAS EN LOS FRESNOS
I
Afuera, sin embargo, oye voces.
Otra vez, otra voz,
las mismas que en el mundo trémulo
eran sus vocecitas de parcas: “Acercáte”,
y él escucha como un perro. Hasta que una de ellas pregunta:
“¿Se dice la maestra cojía?”
—y se ríen. ¿Por qué? ¿Conocen la duración
de otra vida que extiende su fantasía a la máxima acción?
…lo que en lo invisible parece,
como en los frutos, reír,
en las palabras más obvias
madura…
En las palabras la sombra sube para decir:
“será preciso que tomes mi mano”.
O: “la mano infinita ya no estará entre tus manos”.
¿Es todo lo que murmuran?
“Alejáte”, al aceptar lo que no escuchan.
Y siguen: “…en este lugar había una economía
de la dicha.
No tengas
memoria de la otra estación.
Sale a ladrar un perro lanudo
que parece una oveja y una oveja pequeña y veloz
que corre y “ladra” como el perro.
Salen mujeres de la Sala de Espera
con ramos de corona de novia (spirae nipponica)
recién arrancadas del jardín invisible.
II
El mito sabe que no es el mundo,
pero no sabemos ¡bsbsbsbsbsbsb! ¡Otra vez!
Y tampoco se lo preguntamos nunca —¡nadie sabía!
Lo que ellos llamaban “mito” ahora
es un escamoteo de la sensación.
Como una ley,
las Parcas no quieren alejarse de nuestra incertidumbre.
Permanecen de continuo allí,
en el señorío claro del colmo del sentido,
en la sístole-diástole de la emoción.
Como un siseo que se lleva en el oído,
como un tacto de telaraña al anochecer,
al salir de la casa, en la cara.
Y en el gesto de apartarnos y correr tras el remolino de carbón,
los tiempos de la noche; especialmente
entre niños:
a) de la Tierra,
ritmo.
b) la continua génesis de una diversidad.
c) el fruto inalcanzable, el follaje aún,
la semilla ahora.
d) la nuez que robamos en la quinta del cura.
Marechal en su Heptamerón advertía:
“…aconsejo a los graves pescadores de mitos,
que no entablen el diálogo con ningún animal
si en sus redes entrara, sea o no fabuloso”.
Y concluye: “Ni yo le hablé al Centauro
ni el Centauro me habló...”
…una pasión que traba la balanza,
el ástil de las sensaciones: el mito de la infancia pura
en cada sílaba desmentido; volándose
en cada acento
parecido a la anécdota,
parecido a la autobiografía
deshilachadas formas permanentes.
III
¿Cómo olvidar a esas mujeres?
Y al revés: ¿pueden olvidarnos,
Ellas?
Si es cierto que nos hilaron, tejieron y amaron,
¿qué sigue a la señal real,
a la venérea imposición de amparo?
Les escribo todo el tiempo
aunque no hubiera tiempo.
En todos los ritmos aunque no hubiera ritmo.
Reconozco en sus caras a esos niños que las escucharon.
Y crecen de pronto hasta ser tintinábulos,
sonajeros en lo alto del ciruelo nevado: se travisten,
tíos, primos, abuelos,
Centauros que nos aleccionaron. Y en su alegría y desbordes:
faunos, faunitos, sátiros comentados
por la risa.
Lartigau: acercáte. Esta es la calle de la Estación,
que va a la Cooperativa.
Al lado está la casa del molinero… ¿cómo se llamaba?
¿Cómo pensar la virtuosa línea paterna ahora
si no como un sistema de “obligaciones” estéticas?
que no desdeñan ninguna figura, ningún trámite, incluso
“soledades”
…existen en la ceguera por ellas,
en el paso a un habla,
a una acción de las imágenes.
Yo —tartamudo— tartamudo,
el amor.
Número tenuemente color dos,
tres, cuatro;
Alumno, ¡alumno!
¿hasta dónde sabés contar?