Enrique Molina

Enrique Molina
10 Poemas

Selección de Textos y Nota Biobibliográfica
Mauro Morgan





ENRIQUE MOLINA nació en Buenos Aires en 1909. Tripulante de barco, viajó al Caribe y a Europa y vivió en diversos países de América Latina. En 1952 funda con el poeta Aldo Pellegrini la revista surrealista "A partir de cero". Considerado como uno de los más importantes poetas de Latinoamérica, obtuvo importantes galardones y en 1992 fue distinguido con el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes. Publicó, además de numerosos libros de poesía, la novela "Una sombra en la que sueña Camila O Gorman". Falleció en Buenos Aires en 1997 dejando una de las obras más importante de la Poesía Argentina.


OBRA


Las cosas y el delirio, 1941.
Pasiones terrestres, 1946.
Costumbres errantes o la redondez de la tierra, 1951
Amantes antípodas, 1961
Fuego libre, 1962
Las bellas furias, 1966.
Monzón Napalm, 1968
Los últimos soles, 1980
El ala de la gaviota, 1985.


POEMAS SELECCIONADOS



1. MUTACIONES EN EL PÁRAMO

Quien vuela sobre manteles y plantaciones
-incierto y transitorio-
con ávidos ojos a la espera
de apariciones cotidianas y frutos veloces,
elegido por la inconstancia y el remolino de la luz
en grandes desavenencias donde el destino cambia
sus derroteros,
él, que levantó como un loco la novia en el peldaño
de fuego,
quisiera, después, en las inmensas orillas
fijar el rostro de algún ser cuya imagen velara bajo
la tumba
como una sombra paralela a su sombra.

En vano, pues la pira que surge del recuerdo,
el paso de los días,
ciertos encuentros deslumbradores
donde por la voluntad de un dios o de una gota de
lluvia
coincidieron un instante el sueño y la tierra,
instalan gárgolas inconclusas
envueltas en blancos camisones lunares tejidos por
la niebla,
el despertar de una voz extinguida convertida en un
susurro de hojas,
flujo de aguas deslizándose entre guijarros,
bebidas para gente enterrada, ese soplo
que modula palabras desconocidas salidas del fuego,
y el agujero del vino en las piedras.

2. FINAL DE LA ESTACIÓN

La pálida muerte del verano se consume en el aire,
errantes hojas,
el andén se hundió y nadie vuelve a esas piedras
que ya nadie comprende, sin viajeros, sin viento,
mientras alguien espera
que algo responda a la ansiedad de estar vivo.

Una visión:
hombres semidesnudos van con la larga red tendida
hacia la costa, hacia el griterío
de sus mujeres. Ellas esperan su tesoro:
escamas brillantes, coletazos, dones
oceánicos, desesperadas bocas de la profundidad
que muerden aire, adioses. ¡Pero es tan bella
el agua dorada sobre el corazón!
Todas las nubes dispuestas para la travesía
en los ritos del sol, más allá de las lágrimas.
¿Y qué esperas recoger de cada escama,
de cada brisa de esas bocas mórbidas donde se
cumplen
los dones terribles de la tierra?
Algo responde siempre al ala que interroga,
a quien se inclina ante el graznido
de un ataúd. Todas las cosas se entreabren
un instante, te desgarran con dientes amados,
en un continente de amnesia, de promesas
en los paraísos de la catástrofe.

3. ELEGÍA

Esos cuerpos que alguna vez latieron en mis brazos
cuando el sol era un lento reverbero en su piel,
cuando sus cabelleras se volcaban como oleadas de fiebre y de nostalgia,
ahora perduran sólo como una vibración
o una angustia indeleble en el fondo del alma
mientras va la gaviota por las playas.
Relucen ya tan lejos llenos de tentaciones desesperadas,
se irisan en la espuma del mar,
llaman con el recuerdo de su piel y su aliento
y vuelven a hechizarnos como lagos dormidos
o tibias sombras prisioneras de la tierra.

Fueron cuanto tuvimos de más ardiente y hondo
-los dones más intensos de este mundo-,
arrasaron al corazón con las más altas llamas
hasta dejarnos en un ciego abandono
a orillas de su huella de brasas invisibles.

Cuerpos enamorados que una vez fueron míos,
palpitando con sus tiernas reverberaciones,
con la inolvidable tersura de sus espaldas
y sus bocas ansiosas, sus muslos de esplendor y mediodía.

Así abrieron de par en par el mundo,
llamaron a la tormenta y al relámpago, se deslizaron
por todos los rituales de la pasión,
y fueron arrastrados por la vorágine de los días
hasta perderse silenciosamente
como todos los dones más altos de esta vida
en el voraz horizonte donde nos extraviamos como niños errantes,
como todas las dádivas para siempre fugaces
que el azar y el destino nos dieron un instante.


4. LAS COSAS Y EL DELIRIO MIENTRAS CORREN LOS GRANDES DÍAS

Arde en las cosas un terror antiguo, un profundo y secreto soplo,
un ácido orgulloso y sombrío que llena las piedras de grandes
agujeros,
y torna crueles las húmedas manzanas, los árboles que el sol
consagró;
las lluvias entretejidas a los largos cabellos con salvajes perfumes
y su blanda y ondeante música;
los ropajes y los vanos objetos; la tierna madera dolorosa en los
tensos violines
y honrada y sumisa en la paciente mesa, en el infausto ataúd,
a cuyo alrededor los ángeles impasibles y justos se reúnen a recoger
su parte de muerte;
las frutas de yeso y la íntima lámpara donde el atardecer se condensa,
y los vestidos caen como un seco follaje a los pies de la mujer
desnudándose,
abriéndose en quietos círculos en torno a sus tobillos como un
espeso estanque
sobre el que la noche flamea y se ahonda, recogiendo ese cuerpo
melodioso,
arrastrando las sombras tras los cristales y los sueños tras
los semblantes dormidos;
en tanto, junto a la tibia habitación, el desolado viento plañe
bajo las hojas de la hiedra.
¡Oh Tiempo! ¡Oh, enredadera pálida! ¡Oh, sagrada fatiga de vivir...!
Oh, estéril lumbre que en mi carne luchas! Tus puras hebras trepan
por mis huesos,
envolviendo mis vértebras tu espuma de suave ondular.
Y así, a través de los rostros apacibles, del invariable giro del Verano,
a través de los muebles inmóviles y mansos, de las canciones
de alegre esplendor,
todo habla al absorto e indefenso testigo, a las postreras sombras
trepadoras,
de su incierta partida, de las manos transformándose en la gramilla
estival.
Entonces mi corazón lleno de idolatría se despierta temblando,
como el que sueña que la sombra entra en él y su adorable carne
se licúa
a un son lento y dulzón, poblado de flotantes animales y neblinas,
y pasa la yema de sus dedos por sus cejas, comprueba de nuevo
sus labios y mira una vez más sus desiertas rodillas,
acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar su secreto,
mientras corren los grandes días sobre la tierra inmutable.


5. POEMA TRES

La mujer de los pechos oscilantes
deja posar sobre ellos
a las mariposas,
al temblor de las hojas en la brisa,
al aullido del gato nocturno.
Sus dientes destilan un licor muy dulce,
se producen también circunstancias incitadoras de
fantasías
y hay más descripciones.
¿Qué se ha visto?
Madonas inasibles yacentes en pantanos perfumados,
sinfonías de lo profundo del ser en los más hondos
soles corporales,
vestigios de la dicha
cuya llama se irisa en la médula, un clamor
en la concavidad desolada del día.

Ella cubre sus muslos y sus brazos
con jaleas salvajes,
aceite de palmera sobre la arena suave,
a sus espaldas el insondable paisaje del océano,
vendedora de choclos calientes y jugo de ananá,
invoca la endemoniada dicha de vivir en un país de
la ribera de las moscas.
Frutas agujereadas, amores inhóspitos, deserciones,
pasajeros que esperan en vano que el tren se
detenga
mientras corre sin fin a través de los campos
polvorientos.

6. POEMA SIETE

Sobre el viejo recolector de pedruscos
se posa un pájaro,
sobre el hombre de los tatuajes
cristalizan las aguas de tantas travesías,
rudas orgías, ceremonias para partir,
lujuria y avidez en un reino sin pausa.
En vano intenta ver su imagen:
¿sentado junto al fuego? ¿dormido en la cueva?
¿en donde está ese antro, esa promesa?
¿en qué totalidad indecible de un sueño?
Una mujer semidesnuda sale del monte,
y el hombre a quien el mundo enardeció,
con la arena, con la miga del pan, con la piel de
las cosas
deja un mensaje para nadie,
penetra a su propia soledad, a su tormenta.

7. UN OSCURO MENSAJE

Criatura enigmática,
con el anillo verde del reino vegetal
y su respiración de silenciosa sombra,
sin pasiones,
una divinidad indescifrable.
Con su lenta explosión
el árbol me vigila
enfrente a mi ventana,
espía mis menores movimientos
a veces con un pájaro,
con un gemido solitario,
con un hilo de lluvia,
atento a mi presencia
sin que pueda acallar su interrogante.

Algo exige de mí,
algo que debo hacer pero que ignoro,
algo que debo olvidar
o quizás recordar toda la vida,
tal vez un nombre,
la luz de cierta noche
o tal vez el instante en que algo amado
desaparece también con un susurro.

Algo que pugna por surgir
como la mano del que se hunde en el mar,
algo impreciso aún,
sin duda vinculado al amor, a los astros,
y que por último
me será revelado en su raíz.
Quizás tan sólo sea
una nube, una brisa,
la misma ardiente música del mundo
oída siempre y siempre y siempre.

8. LA PRISIONERA

Perro
no toques esos senos donde las más delicadas violetas orgánicas
serán un hervidero de escorpiones un ladrido baldío
era la ribera caliente de esa sirvienta de las hojas que ha
trabajado tanto para esas flores enormes del martirio para
los azorrales
con el gatillo del pantano al rojo vivo del silencio y la terrible
prisionera
no cae no cede únicamente insulta
con su gemido de supliciada

Perro
no toques ese pelo mordido por la lluvia entre las lentas
pantallas del follaje
en la sombra de la injusticia
ella
la empecinada la desnuda
entre las hojas cómplices

No toques ese cuerpo conectado a las fibras de un pueblo
de dientes fulgurantes conectado a la savia y a la luna que
recoge esos muertos de una negra cosecha al grito del amor
y del monzón
al alarido del soldado consumido por un soplo de gelatina
ardiente

Esa presa es tantálica
como el país sin sueño que defiende
ese país de plantaciones de odio que se contagia de hoja
en hoja

Esa presa es tantálica

9. AMANTES ANTÍPODAS

Itinerarios

Tu cuerpo y el lazo de seda rústica que conduce a las plantaciones
de la costa
al sudor de tu cabellera quemada por las nubes
a los instantes inolvidables
-tantas mutaciones de nómada y de clandestinidad
tantos homenajes a una belleza salvaje
que exige el desorden-
¡oh raza de labios de abandono
hechizada por la vehemencia!
y nuestra fuerza de profundos besos y tormentas
para el infierno de los amantes
hasta volver a su placer fantasma
a su ola de hierro de ayer detrás del mundo!

Aquellos hoteles...
Todas las rampas de la vida cambiante
la velocidad del amor el mágico filtro de la excomunión
la hambrienta luz del desencuentro en nuestras venas de azote
cartas desamparadas antiguas prosas de la noche de los abrazos
y el solitario frenesí de las palmeras
cuando en la ausencia
creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra me devuelve de golpe
todas nuestras caricias
el nudo furioso de la pasión en las negras argollas del tiempo
aquellos moblajes de desvalijamiento y de lluvias
luz de senos en el mar y sus gaviotas y músicas
sobre un altar de desunión con grandes lunas fascinantes sin más
pradera que tus ojos
país incorruptible
país narcótico
con risas del alcohol del viento
y tu pelo sobre mi cara
y las cálidas bestias doradas por el trópico
y el jadeo abrasador de la ola que vuelca en tu corazón su grito
de espasmo y de caída
y de nuevo esos lugares intactos para el sol
y de nuevo esos cuerpos ilesos para el amor
en medio del perezoso meteoro del día
levantando hacia el alma aquel esplendor
los paroxismos el lecho de las dunas y de la corriente con sus besos
en marcha
y las tareas de los amantes mientras la llamarada de la muerte brillaba
alrededor de sus cuerpos
como un afrodisíaco
avivando el deseo
el hambre
¡aquella furia de ayer detrás del mundo!


10. SÓLO UNA ETAPA


Piedras llevadas por el viento,
con la misteriosa canción de los muertos
retumban
contra mi corazón, y la antigua
pasión del furor de partir sopla de nuevo,
murmura besos, calendarios de lo desposeído,
sangre de la lejanía, sangre de la lejanía.

Esa dicha fue a la vez unánime y transitoria,
tantos países de antaño, devoradores,
se fríen lejos y rechinan, irrumpen
con una belleza implacable, con bocas
húmedas del rocío de los sueños, y de pronto
un rostro de huérfana brilla de nuevo al sol.
Acabas de grabar un bisonte en la caverna,
acabas de resucitar una llamarada de la distancia,
algunas historias
para instalarte en un infierno propio donde
ya la gente no canta ni penetra a sus casas,

para llegar sólo al establo roto, al suelo desfondado,
con placeres como novias arrojadas por la escalera.
Todo aquello al fin será la luz, el grito de la lluvia,
la pisada de un cuerpo fantasma
en las orillas fulgurantes del mundo.

Ciertas criaturas de frontera, ciertos éxtasis,
alguna vez amamos en el altiplano, montaña, buitres,
el andar femenino de las llamas, tales delirios
desde las grandes fiestas al olvido en medio
de viajes y caminos que se cruzan, risotadas
de esas gentes con rostros de plumas o de cuero, en el frío,
entre los ácidos cactus erizados por el zapateo
y la embriaguez de los indios, dichosos
de una grandeza tan humilde.

En una posada, junto a la mesa, con una olla de hierro,
surgió una mujer desde el fondo de un pozo de fuego,
con ojos de una ternura viciosa,
taciturna mujer de servicio con triple falda
y la pesada trenza negra donde nacía la tormenta,
para que el camino se hundiera y la roja
franja de sus labios brillara a la intemperie,
hasta que la inmensa música de su latido
llegara hasta mi pecho como una galaxia sexual
en lo más profundo del cielo, como si nada pudiera
ir más allá de su sangre y de su ensoñación.
De todo eso un gran pájaro vuela,
sus alas atruenan en la diversidad del mundo.