Carlos Barbarito

Carlos Barbarito
Seis poemas inéditos





1. A ORILLAS DEL MAR Y SU FONDO...


A orillas del mar y su fondo
De hueco en hueco, en vaso de cobre
En cada hueco, uno o nadie
En vaso de vidrio, de hueso
Al borde del abismo, sobre un promontorio
De cámara en cámara, de día o de noche
A toda hora, en vaso de lata, de níquel
Hasta que de la carne queda su sombra
Y de la sombra un mínimo rasgón en el aire
Y así y todo, en vaso de lava reseca, de sílice

Del amor la resina, su apretada, postrera sustancia.




2. DESPERTÉ, AUNQUE TARDE DESPERTÉ, CUANDO LA CASA...


Desperté, aunque tarde desperté, cuando la casa
había sido derribada y sus restos diseminados,
abrí los ojos luego de un sueño que parecía
no tener un final, cuando a cada pez
le habían arrancado los ojos, a cada libro
la mitad de sus páginas, cuando
daba lo mismo saber que no saber,
creer que descreer, hacer que deshacer.
Desperté, sí, aunque ya era el después,
la ceniza, el vino agriado,
un paso más allá del último paso,
de la última cuenta, del último salario.
Pero desperté. Y aunque soplaba
el sombrío viento de la víspera,
mi ojo logró ver un fuego distante,
persistente, empecinado,
al que nadie recordaba cómo llamar.
Yo me propuse darle un nombre.
En eso estoy, ése fue, y es,
mi único oficio, mi único trabajo.


3. FUE ENTRE LA BRUMA, SUS SOMBRAS...


Fue entre la bruma, sus sombras
y espejismos, tras un sonido ahuecado
y ciego, un tallo quebrado
a la mitad, una textura deshilada,
un largo ahogo de criatura
puesta boca abajo en la oscuridad;
fueron pieles de cordero
sobre espaldas de lobos,
creer que lamía tu vientre
y era farol de desbastados relámpagos,
trapo con mugre de carbón,
almuerzo de cardos en hora gibosa y rancia.
Fue error en la talla,
en el modelado, en la juntura,
en la solapa y la hombrera;
el supuesto prodigio que defrauda,
el nadador con brazos de plomo,
el animal que cincela
y el escultor que mordisquea un hueso;
fue un coro con lo que en vano
procura salvar lo que se borra,
rasgo en tinta en un papel bajo la lluvia.


4. LA HORA CAE COMO FRUTA GRÁVIDA...


La hora cae como fruta grávida
sobre el último instante que ya nadie conjura:
ni vía hacia las especias, ni lengua roja
contra el frío del saurio, ni ella, ni yo, ni olor, ni hebra;
qué incesante, sucesivo, imperioso
hacia el tendón que la vida no justifica,
lo que regresa sin motivo, huye sin razón,
bebe sin tener sed y nunca es poco ni suficiente.
Si le acercaran, tal vez, un grano de polen.
O, quizás, un mínimo seno tallado en arcilla.
Pero llueve en silencio y el número se disipa,
el mundo se presenta en espectro,
el amor en efigie, bajo una tierra sólida y violeta;
podría decirse es al revés, ¿sólo eso?
¿al revés no habría lo que ahora hay,
armado en espejo, con los mismos huesos?

5. ¿Y ENTONCES, POR QUÉ VÍA, A LOMO DE QUÉ IDEA...?

¿Y entonces, por qué vía, a lomo de qué idea?
¿Hasta dónde y a partir de allí
qué hierbas, ramajes, temblores, consuelos?
¿Esperar el gesto del dios escondido en cada cosa,
su caprichosa acción ajena
al constante movimiento de tensores y poleas?
¿Por qué, entonces, florece en su hora
y en su hora lo florecido se marchita?
Por bosques de sueño y sangre,
de un lado la dolencia y del otro, su aparente cura,
demasiado ataviado para la muerte
y demasiado desnudo para la vida,
mientras crecen las preguntas
como hierbas en una tierra ablandada por la lluvia.



6. SI LE ACERCARAN UN COBERTOR, UN BÁLSAMO...


Si le acercaran un cobertor, un bálsamo,
un capítulo sin dolencia ni crispación,
un vientre de recobrada pubertad,
una espalda blanca capaz de soñar y despertar
sobre el lado celeste de la piedra,
sobre el lado terreno de la lluvia.
A qué nacer con sal en lo lastimado,
con lenta muerte que el dolor devana;
a qué acudir en días de vinagre,
de gusano perforador del pan,
de cuartos rotos, de horas harapientas
en los que la única rueda que gira
es la que mueve el cobayo,
en los que la única visión
es la de escarcha a la que nada raspa ni conjura.
Lo sé, qué lejos, ahora, su mínimo alimento.
Qué lejos, ahora, su hambre infinita.
Si le procuraran una voz repujada,
una sólida viga en su techo,
un renovado despertar
con vista al amor, el alba, los gorjeos.