Gabriel Celaya
La poesía como arma y transformación
Presentación, nota biobibliográfica y selección de textos
Mónica Patricia Blanco
Redacción Analecta Literaria
La poesía como arma y transformación
Presentación, nota biobibliográfica y selección de textos
Mónica Patricia Blanco
Redacción Analecta Literaria
Más tú cantas, yo canto, latimos
diferentes,
y al sentir sin encono que somos tan distintos,
una cósmica pena remueve mis entrañas
y lloro blando y rojo fundiéndome en el todo.
Lo demás es silencio
diferentes,
y al sentir sin encono que somos tan distintos,
una cósmica pena remueve mis entrañas
y lloro blando y rojo fundiéndome en el todo.
Lo demás es silencio
Un habla interna no escindida de la poesía, una voz en fuga que trepida a la luz del día para declararse viva a la faz de los sobrevivientes que al absurdo de la Guerra Civil Española no han sucumbido, se renueva, como una memoria empinada, en los versos de Gabriel Celaya. Es, por lo tanto, quien manifiesta la necesidad de transitar los primeros pasos de su poética en las filas del surrealismo como espacio donde la penumbra -lateral, borrosa- de la transgresión coincide con un movimiento expresivo de total afluencia del inconsciente, ese territorio cuasi cósmico, de pesadilla y ensueño tan próximo y distante, a la vez, de la idea de contienda.
Podría afirmarse que se sostiene sobre sus fundamentos un belicismo subyacente, mágica esfera de connivencia entre signo, símbolo y significado. Y es desde este insondable emplazamiento que, protagonista y mensajero nos habla:
Uno dice lo que dice, mas no dice lo que piensa.
Los espejos no reflejan: transparentan.
Todo mira fascinante de frente, pero no existe.
Todo vuelve por detrás y es lo real, invisible.
En lo que veo, no veo; en lo que no veo, creo;
en toda imagen apunta una múltiple presencia,
palpitante intermitencia del corazón: confusión;
y así me siento indeciso como un pobre hombre perdido,
como tú que ¿quién eres?, como yo que ¿quién soy?
Los espejos transparentes
Resulta casi paradójica esta adhesión de raigambre psicoanalítica de un poeta de conciencia plena tan sujeta a la tradición materialista histórica. Y es por este audaz y desprevenido sendero de la contradicción en la que Celaya se autoafirma como el dicente que entrega su desvelado lenguaje a la reivindicación de lo humano declarándose ajeno a las minorías y al sectarismo.
Será él quien juzgue y sentencie sobre la potencialidad transformadora del lenguaje en un afán reconciliador, más que vía unificadora, herramienta necesaria. Poesía como enclave de raíces y futuros, diáspora y retorno, declive y ascenso. En la evidencia, ese doblez de axioma, sublimación, crítica y burla inaugura ante un impulso de abstracción una tensa disección que desarticula forma y contenido para indagar en el misterioso dominio de la invención:
Descabalgo
el verso,
rompo el sólido
perfecto
para ver
qué tiene dentro.
................................................
Y no hay objeto
bello que dure.
Todo es fluencia
desde el origen,
persecución
de algo imposible.
Buscando en otro
el nombre de uno,
siempre esperamos
- sangre del verso-
que algo restañe
nuestro discurso.
La herida
Desde ese paraje simbólico se asoma el poeta -hombre abierto, "sospechosamente arcaico"- entre resplandores y negruras, oscilando en su vaivén acompasado y cadencioso, se apea en la palabra y resuelve en grito el sordo reclamo. Si los sombríos recovecos de los períodos amenazantes son fielmente rechazados corresponde un juego de alteridad con la tradición popular y la responsabilidad política.
Trasladarse desde el compromiso estético al ético requiere sólo un paso: deslindarse de la formalidad que presupone el acto poético para asumirse como ser pleno en la participación histórica. Historicidad encarnada en la revelación de la verdad construida socialmente alrededor de los grandes temas compartidos a lo largo de la vida de los pueblos. De ahí que irrumpa, sorpresivamente, el carácter universal de lo enunciado:
PROTAGONISTA
Todo en torno es silencio. Todo en torno es misterio.
¿Quién se calla a lo lejos? ¿Qué se extiende pausado?
¿Qué pasa que no pasa metiéndose en mí mismo?
¿Por qué yo sólo grito?
Vasto es el mundo, y triste, y sin sonido.
Sonámbulo propaga su existencia suspensa
y esos círculos anchos que me envuelven creciendo
reclaman un destino.
A veces me parece que todo me esperaba,
pedía voz a tientas, soñaba mi existencia
con balbuceo niño.
Noto cómo el silencio más pregunta que calla.
Mi conciencia es más grande que el yo que la acapara.
Sé que debo, por hombre, darle al mundo un sentido
y hacerle ser él mismo.
Lo demás es silencio
Sin embargo, la búsqueda por el pleno sentido del ser en el mundo, presencia subjetiva en el "existir" alojado en la supervivencia colectiva no lo desviará del rumbo dialéctico cuya huella será impronta en la Generación del 36: pasará de un prosaísmo existencial, como primer trámite, para llegar a una poesía despojada de repliegues bizantinos sin rémoras de abalorios ni obnubiladas imágenes. En el hondo lirismo expresado en la obra de Celaya, el hombre de la urbe, movido por los acontecimientos de la época, se aleja del misterioso orden cuyo principio rector es el destino para acercarse cada vez con más proximidad a la construcción conjunta.
¿Cómo elucidar la crudeza de la contradicción existencial en tiempos de post guerra para acoger, sin esquivos, la belleza que abarca la cotidianeidad de una mirada?
¿Desde qué lugar observa el poeta la solapada quietud circundante?
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Ponme otra copa. Veremos.
¿No somos felices? Mira el cielo.
Si me echara al abismo, me caería hacia arriba
como en tus dos ojos de noche invertida.
Ponme otra copa, que estoy temblando.
...................................................
Trascender el paisaje agnóstico significa transitar por las galerías subterráneas como en un sueño. Y en el sueño convive con fantasmal presencia la asfixia junto a la realización del ideal común. No se trata ya de compilar silencios, entonces emerge la palabra con providencial sentido liberador, la lucha de siglos se encarama en la acción manifiesta. Desde este lugar la poética es épica en la praxis del autor, epopeya como relato que transfigure en utopía la cruda semblanza de los días carcelarios. De ahí que Rafael Múgica testimonie la dualidad ser-parecer en la figura del seudónimo, Gabriel Celaya y Juan de Leceta.
A la par de la epopeya de reflejarse en el espejo de sí mismo y en la deriva de la persecución, nace en la necesidad de escape la contrapartida del regreso:
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Muérete más despacio.
Haz un pequeño esfuerzo.
Demorarse es sentir; lamer, un pensamiento;
y el tobogán, el verso
que vuelve como loco a lo supuesto
y en una rima choca
y así sonoramente certifica lo que es bueno.
La luz, cuando se ensancha,
va de blanco, mintiendo, al violeta,
del rosa, por detrás, al esmeralda, de todo lo evidente a lo que aún falta.
Pero pienso, Gabriel, que no, no es eso.
Yo me pregunto a veces si tú crees lo que dices.
¿Por qué te ríes, me ríes?
¿No te asusto en el espejo?
¿Eres feliz? ¿Estás loco?
¿Puedes más? No, no te entiendo.
Basta ya de diabluras. ¡Que te comen los muertos!
Jugando a la espiral siempre se acaba en eso.
¡Párate! No te veo.
La ironía es el truco de los viejos,
pero mira, te acecho,
no podrás escaparte
porque en mí lo que burlas vuelve a ser violento.
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La pistola en el pecho
De Juan de Leceta a Gabriel Celaya
Maduro en la espera, Celaya, hospitalario huésped de la tierra, como una pieza de espectral ajuste se acomoda en la superficie de las estrofas -lentas, parsimoniosas- para hablarnos desde allí sobre la guerra y la esperanza. Y él, quien nunca logró despedirse, reniega inmisericorde:
"Hablo sólo de mí. Ya estoy juzgado.
No cabe petición contra mi olvido"
Nota Biobibliográfica
GABRIEL CELAYA es el seudónimo empleado por Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta Cendoya. Nació en Hernani, Guipúzcoa, el 18 de marzo de 1911, y falleció en Madrid, el 18 de abril de 1991. Alojado en la Residencia de Estudiantes mientras cursaba estudios de ingeniería en Madrid entabló relación con Dalí, García Lorca y Juan Ramón Jiménez, quienes han influido en su obra a partir de su encuentro. En 1935 publica Marea de silencio, que lo sitúa en proximidad a la Generación del 27, pero será luego, un exponente destacado de la Generación del 36. En este momento a partir de su participación en la resistencia española en las filas del bando republicano sufre persecución y cárcel. A principios de 1947 funda junto a su mujer la colección de poesía "Norte". Numerosas obras suyas, enroladas en la corriente social- comprometida de los años de post guerra fueron publicadas, entre las que se destacan: Movimientos elementales (1947), Deriva (1951), Lo demás es silencio (1952), Rapsodia eúskara (1961), Los espejos transparentes (1968), Campos semánticos (1971), Parte de guerra (1977). Obtuvo en 1956 el Premio de la Crítica por su libro "De claro en claro". En 1986 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas.
POEMAS SELECCIONADOS
De: La música y la sangre, 1936
DERIVA
Son poemas, poemas;
son los entusiasmos que para bien nos mienten,
los hundimientos siempre superables,
los errores que quizá no sean errores.
Es el motor de explosión "hombre",
los fácil-felizmente caprichos sucesivos,
la melancolía con demoras sensuales,
unos versos, restos de cierta hermosa anchura.
Son los grandes gritos por pequeñas causas,
una amada, el deseo que al fin dice su nombre,
y una fecha, un lugar, un sobresalto:
Dios fotografiado al magnesio.
El brillante delirio de una rosa impalpable,
el yo que ahora resulta que realmente existe,
los mil fuegos cambiantes de un anhelo sin meta:
un ala retenida, pero que palpita.
Son las cabezudas evidencias de un niño
hidrocéfalo y tierno que, triste, sonríe;
las muchachas que mueren porque son impalpables,
las balanzas nocturnas, casi musicales.
Aquí peticiones de principio cantan.
Días suman días: yo derivo versos,
versos engañosos que no acaban nunca,
versos que quisieran morderse la cola.
Resbalo en mí mismo cambiando de nombre,
cambiando de forma, cambiando el futuro.
Es el amor -se entiende- o bien -no se entiende-
la libertad abierta: vivir de entregarse.
De: Paz y concierto, 1953
PASA Y SIGUE
Uno va, viene y vuelve, cansado de su nombre;
va por los bulevares y vuelve por sus versos,
escucha el corazón que, insumiso, golpea
como un puño apretado fieramente llamando,
y se sienta en los bancos de los parques urbanos,
y ve pasar la gente que aún trata de ser alguien.
Entonces uno siente qué triste es ser un hombre.
Entonces uno siente qué duro es estar solo.
Se hojean febrilmente los anuarios buscando
la profesión "poeta" -¡ay, nunca registrada!-
Y entonces uno siente cansancio, y más cansancio,
solamente cansancio, tiempo lento y cargado.
Quisiera que escucharais las hojas cuando crecen,
quisiera que supierais lo que es abrirse el aire
creyendo que uno colma de evidencia el instante
con su golpe de savia y ascendencia situada,
quisiera que pensarais después de tanto esfuerzo
que esa gloria y sorpresa fueron luz, fueron nada.
Lloraríais conmigo la lágrima o la estrella,
lloraríais verdades de temblor transparente,
caeríais como gotas de lo espeso afligido
y en lo pálido y liso diminutos tambores
sonarían al paso de los números neutros
como largos sumandos de implacable cansancio.
Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, yo, plural, yo, horadado,
desalmándome lento, sintiendo ya los huesos
que, sueltos, se golpean, y al fin, desencajados,
baten, baten, aventan -polvo y paja- mi vida.
Lloraríais si vierais cómo pienso en vosotros.
Lloraríais, y, ¡ay, lloro!, lluevo amén mi fatiga.
Da miedo ser poeta; da miedo ser un hombre
consciente del lamento que exhala cuanto existe.
Da miedo decir alto lo que el mundo silencia.
Mas, ¡ay! es necesario, mas ¡ay! soy responsable
de todo lo que siento y en mí se hace palabra,
gemido articulado, temblor que se pronuncia.
Pensadlo: ser poeta no es decirse a sí mismo.
Es asumir la pena de todo lo existente,
es hablar por los otros, es cargar con el peso
mortal de lo no dicho, contar años por siglos,
ser cualquiera o ser nadie, ser la voz ambulante
que recorre los limbos procurando poblarlos.
A través de mí pasa: yo irradio transparente,
yo transmito muriendo, yo sin yo doy estado
al hombre que si mira parece que algo exige,
y simplemente mira, me está siempre mirando,
y esperando, esperando desde hace mil milenios
que alguien pronuncie un verso donde poder tenderse.
Sonámbulos acuden a mí los que no saben
si sufren o si sólo por no muertos del todo
aún siguen suspirando sin encontrar su forma,
su expresión absoluta, su descanso y mi olvido.
Y como quien conjura fantasmas yo pronuncio
palabras en que dejo de ser quien soy por ellos.
Cuando grito, no grita mi yo para decirse.
Cuando lloro, quien llora dentro de mí es cualquiera,
y es tan sólo en los otros donde vivo de veras.
Mis cantos son los cantos rodados que una mansa
corriente milenaria suaviza y uniforma,
y el murmullo del agua los va deletreando.
¡Oh jóvenes poetas!, mirad, estoy llamando,
hundido en ese fondo que aún no ha sido expresado
de los muertos y el muerto que yo sumo al fracaso.
Decid lo que no supe, lo que nadie aún ha dicho.
Yo cumplí lo que pude, pero todo fue en vano,
y hoy me siento cansado -perdonadme-, cansado.
No me hagáis más preguntas. Cantad cara al mañana
lo común de la sangre, lo perpetuo y corriente.
No, al solo yo atenidos, penséis que vuestra muerte
es la muerte sin vuelta y el fin de vuestro anhelo.
Mientras haya en la tierra un solo hombre que cante,
quedará una esperanza para todos nosotros.
A PABLO NERUDA
Te escribo desde un puerto.
La mar salvaje llora.
Salvaje, y triste, y solo, te escribo abandonado.
Las olas funerales redoblan el vacío.
Los megáfonos llaman a través de la niebla.
La pálida corola de la lluvia me envuelve.
Te escribo desolado.
El alma a toda orquesta,
la pena a todo trapo,
te escribo desde un puerto con un gemido largo.
¡Ay focos encendidos en los muelles sin gente!
¡Ay viento con harapos de música arrastrada,
campanas sumergidas y gargantas de musgo!
Te escribo derrotado.
Soy un hombre perdido.
Soy mortal. Soy cualquiera.
Recuerdo la ceniza de su rostro de nardo,
el peso de tu cuerpo, tus pasos fatigosos,
tu luto acumulado, tu montaña de acedia,
tu carne macilenta colgando en la butaca,
tus años carcelarios.
Caliente y sudorosa,
obscena, y triste, y blanda,
la butaca conserva, femenina, aquel asco.
La pesadumbre bruta, la pena sexual, dulce,
las manchas amarillas con su propio olor acre,
esa huella indecente de un hombre que se entrega,
lo impúdico: tu llanto.
Viviendo, viendo, oyendo,
sucediéndote a ciegas,
lamiendo tus heridas, reptabas por un fango
de dulces linfas gordas, de larvas pululantes,
letargos vegetales y muertes que fecundan.
Seguías, te seguías sin vergüenza, viviendo,
¡oh blando y desalmado!
Tú, cínico, remoto,
dulce, irónico, triste;
tú, solo en tu elemento, distante y desvelado.
No era piedad la anchura difusa en que flotabas
con tu sonrisa ambigua. Fluías torpemente,
pasivo, indiferente, cansado como el mundo,
sin un yo, desarmado.
Estaciones, transcursos,
circunstancias confusas,
oceánicos hastíos, relojes careados,
eléctricos espartos, posos inconfesables,
naufragios musicales, materias espumosas
y noches que tiritan de estrellas imparciales,
te hicieron más que humano.
Allí todo se funde.
Los objetos no objetan.
Liso brilla lo inmenso bajo un azul parado
y en las plumas sedantes la luz del mundo escapa,
sonríe, tú sonríes, remoto, indiferente,
bestial, grotesco, triste, cruel, fatal, adorado
como un ídolo arcaico.
Sin intención, sin nombre,
sin voluntad ni orgullo,
promiscuo, sucio, amable, canalla, nivelado,
capaz de darte a todo, común, diseminabas
podrido las semillas amargas que revientan
en la explosión brillante de un día sin memoria.
No eras ni alto ni bajo.
La doble ala del fénix:
furor, melancolía,
el temblor luminoso de la espira absorbente;
la lluvia consentida que duerme en los pianos;
las canciones gangosas lentamente amasadas;
los ojos de paloma sexuales y difuntos;
cargas opacas; pactos.
Caricias o perezas,
extensiones absortas
en donde a veces somos tan tercamente abstractos
y otras veces los pelos fosforecen sexuales,
y fría, dulce, ansiosa, la lisa piel de siempre,
serpiente, silba, sorbe y envuelve en sus anillos
un triste cuerpo amado.
No hay clavo último ardiendo,
no hay centro diamantino,
no hay dignidad posible cuando uno ha visto tanto
y está triste, está triste, sencillamente triste,
se entrega atribulado y en lo efímero sabe
ser otro con los otros, de los otros, en otros:
seguir, seguir flotando.
¡Oh inmemorial, oh amigo
amorfo, indiferente!
Deslizándote denso de plasmas milenarios,
tardío, legamoso de vidas maceradas,
cubierto de amapolas nocturnas, indolente,
por tu anchura sin ojos ni límites, acuosa,
te creía acabado.
Mas hoy vuelves, proclamas,
constructor, la alegría;
te desprendes del caos; determinas tus actos
con voluntad terrena y aliento floral, joven.
Ni más ni menos que hombre, levantas tu estatua,
recorres paso a paso tu más acá, lo afirmas,
llenas tu propio espacio.
Los jóvenes obreros,
los hombres materiales,
la gloria colectiva del mundo del trabajo
resuenan en tu pecho cavado por los siglos.
Los primeros motores, las fuerzas matinales,
la explotación consciente de una nueva esperanza
ordenan hoy tu canto.
Contra tu propia pena,
venciéndote a ti mismo,
apagando, olvidando, tú sabes cuánto y cuánto,
cuánta nostalgia lenta con cola de gran lujo,
cuánta triste sustancia cotidiana amasada
con sudor y costumbres de pelos, lluvias, muertes,
escuchas un mandato.
Y animas la confianza
que en ti quizá no existe;
te callas tus cansancios de liquen resbalado;
te impones la alegría como un deber heroico.
¡Por las madres que esperan, por los hombres que aún ríen,
debemos de ponernos más allá del que somos,
sirviéndolos, matarnos!
Con rayos o herramientas,
con iras prometeicas,
con astucia e insistencia, con crueldad y trabajo,
con la vida en un puño que golpea la hueca
cultura de una Europa que acaricia sus muertos,
con todo corazón que, valiente, aún insiste,
del polvo nos alzamos.
Cantemos la promesa,
quizá tan solo un niño,
unos ojos que miran hacia el mundo asombrados,
mas no interrogan; claros, sin reservas, admiran.
¡Por ellos combatimos y a veces somos duros!
¡Bastaría que un niño cualquiera así aprobara
para justificarnos!
Te escribo desde un puerto,
desde una costa rota,
desde un país sin dientes, ni párpados, ni llanto.
Te escribo con sus muertos, te escribo por los vivos,
por todos los que aguantan y aún luchan duramente.
Poca alegría queda ya en esta España nuestra.
Mas, ya ves, esperamos.
De: Los espejos transparentes, 1968
LA DIABÓLICA PERSPECTIVA
(HOMENAJE A GIORGIO DE CHIRICO)
La mentira de la perspectiva
es a veces tan real,
tan poética y tan justa, fabulosamente real,
que uno se va por sus calles, paseando, distraído,
largamente imantado por un centro lejano, y cuando quiere volver,
se encuentra con que ha olvidad por dónde se fue.
Se va por una calle que estaba a la derecha.
No, no es eso.
Se desvía a la izquierda,
Y ahora está dentro del cuadro, no sé dónde.
Más, ¡silencio!
Pues si él advirtiera lo perdido que está caería muerto en el acto.
Dejémosle que vague estupefacto
aunque todos sabemos que ya nunca
podrá salir de ese cuadro,
y que es sólo
un fantasma que ha atrapado el artefacto.
Algunas veces asoma, perdido, por una esquina,
Mas ya no ve a quien le mira.
Y se escapa en seguida, como atolondrado,
por cualquier bocacalle.
A veces se le oye cantar cosas de niño.
Debe de ser terrible
recorrer estas calles limpias, deshabitadas,
y no encontrar salida, y notar si se canta
que no hay más niño que uno, solitario en ese cuadro.
MÉTODO MÁGICO-TERRORISTA
PARA PROVOCAR EL MISTERIO
Inicié la experiencia por razones de instinto,
y en busca de la hora de máximo peligro,
es decir, de posible locura y de prodigio.
Ahora exploto el milagro sistemáticamente.
Ya casi no me sirve. Voy a contar no obstante
cómo a veces logré llegar a lo absoluto.
Sin pensar, sin ideas, salga usted a la calle.
Busque a alguna persona que no sea atrayente.
No una chica bonita. Fallaría el sistema.
Debe usted de buscar un pobre viejecito
que va a tomar el sol, o algún representante
(y si tiene experiencia, pruebe con algún guardia),
sígale paso a paso, o pásele, y espere
metido en un portal, a que él se le adelante.
Lo básico es que advierta que usted le está siguiendo.
No cometa imprudencias. Lo importante es que él
Dude.
Provoque en él sospechas. Disimúlelas luego.
Empezará a mirarle. Mírele usted también.
Todo esto, ya se entiende, no debe proseguirse
si el objeto humano recurre a escapatorias,
calles no frecuentadas, suburbios ... No, no, nada
de eso.
Usted siempre entre luces y por céntricas calles.
A veces hay que hacer cola en los autobuses.
Sígale pese a todo, con cara de tonto
(de momento uno es o debe parecerlo),
y siga. De repente, notará que al objeto
seguido y adorado, le descompone el miedo.
¡El miedo! ¡Es ese miedo tan tremendo y tan bello!
Es el temblor visible, más si él lo disimula.
¡El paso que procura no apresura! Un tic
Estúpido del hombro. Su no mirar atrás.
Entonces uno es dios. Ha creado el misterio
y la fascinación de lo raro en un muerto.
¡Sígale! Si el terror poético-real
y el miedo que uno siente sabiéndose sin culpa
más quizá detenible -culpable bien mirado-
si una correspondencia de terror a terror
que no tiene razón en sí, pero provoca
una magia real, ¡oh, esplendor, oh explosión!
Así dará usted miedo; y el otro a usted, más miedo,
maravilla y espanto: Peligro, luz, locura.
Y uno en otro, sin ser, crearán esta magia
del doble reflejo. Ensaye usted el sistema.
Procure usted aterrar para ser aterrado.
Y en lo posible, evite siempre el asesinato.
REPAROS FINALES 1
No digáis que he roto mil cristales
en la luz del momento fugitivo.
No digáis que, perdón, no canto y vivo
Olvidado en mi yo miles de males.
En mi verso, los ácidos y sales
de la tierra terrible, y en dativo,
el fruto de dulzor aumentativo,
rompiendo entre relámpagos mortales,
denuncian la evidencia. Yo no quiero,
nunca quise atacar nada viviente,
porque a solas yo siento que me muero
y quisiera decir decentemente
que hay una luz terrible en ese cero
del hombre que se calla de repente.
2
Pero antes de callar, vuelvo al pasado,
recuerdo lo que fui, soñé no sido,
y me siento tan lejos, tan perdido
como aquella que nunca fue acabado.
Hablo sólo de mí. Ya estoy juzgado.
No cabe petición contra mi olvido.
Sólo sentimental -es un descuido-
Les doy explicaciones, desfondado.
Hablo de mi misterio prohibido,
del niño que yo fui, de la demencia
que no se lleva -sé-, mas es debido
al bajo- realismo. Yo, metido
en el ser germinal de la inconsciencia,
le busco a lo real otro sentido.
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