Álvaro Solís

 Fotografía de Pascual Borzelli


Alvaro Solís
 
Cinco Poemas Inéditos
Especial para Analecta Literaria






1. EL AGUA Y LOS SUEÑOS


... Luego todas esas aguas calmas son de leche
Y todo lo que se derrama en las blandas soledades de la mañana.

Saint-John Perse

Siempre quiso ser un pez.
Caían rayos y nadaba sin parar, se negaba al cansancio,
buscaba el rostro de mi abuela en las aguas del río que le vio nacer,
nadaba por horas y extrañas aletas se le emparejaban,
lo miraban como si fuera un pez
y mi padre dormía bajo el río, pero despertaba antes de ahogarse,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua lo tomaba por el cuello,
lo sacudía una y otra vez,
entonces despertaba y seguía nadando contra la corriente,
siempre contra el río a quien nunca pudo vencer.

Mi padre, solo por el mundo de las idolatrías,
esperaba la vuelta de mi abuelo que se embarcaba en el Carmen
y se dormía al esperar,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua,
que lo sacudía por el cuello,
lo injuriaba.
Y mi padre se despertaba entonces,
subía al mástil de los barcos,
se lanzaba al río
queriendo ser un pez que sabía volar,
nadaba por horas contra la corriente
hasta el cansancio, hasta el sueño
donde un inmenso cuerpo de agua lo sacudía por el cuello
y le cantaba las canciones que mi abuela no pudo.

Mi padre pasaba horas enteras sentado en las bancas del parque
creyendo que Dios era una mierda,
se quedaba dormido y sudaba las aguas del aire,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua lo abrazaba de pronto
con cariño maternal,
y se reconocía en el sueño, sin querer despertarse
recordaba los bailes alrededor de mi abuela
y nadando de frío por las calles silenciosas de la ciudad,
se emparejaba a furibundas aletas describiendo diminutas eses en el agua.

Mi padre encontró la felicidad en el nado,
en la imagen femenina del agua, diría por esos mismos años Gaston Bachelard,
quien trabajaba en lo mismo,
quien soñaba con inmensos cuerpos de agua que lo tomaban
por el cuello queriéndolo injuriar,
y  muy temprano con el canto de las aves, mi padre y Gaston
salían a las rutas que el servicio postal les asignaba,
repartían las cartas mientras ambos pensaban en el agua,
en los sueños femeninos, en la imagen ausente de la madre
y nadaban,
uno por el agua de los sueños,
mi padre contra el agua lunar.


2. DISTANCIA


Fuimos bajando hasta el fondo
por las calles del puerto. La noche
remaba en el abismo de los ojos.

Jorge Fernández Granados


Habíamos encontrado muchas luces en la selva,
pero perdimos el camino de regreso a casa.
Oscuridad por todas partes, sólo luces ululantes, voladoras,
algunas encerradas en nuestros frascos de mayonesa.

La noche se fue cerrando sobre nosotros
ocultándonos unos de otros. Las luces atrapadas languidecieron,
avanzada la noche nuestra casa estaba más lejos cada vez que respirábamos.
Parados en medio de la selva oscura, dijera el florentino,
esperábamos el amanecer que estaba a diez horas de distancia,
y la selva rujia mientras tanto,
y quebradizos aleteos de lechuzas coronaban nuestro miedo.
-No se alejen demasiado, advirtió mi padre,
pero seguimos nuestra vocación de nunca hacerle caso.
No había camino de vuelta, estábamos ahí para noche,
sus negras raíces fecundaban la tierra.

¿Cómo pudo la luz emboscarnos en la nada?
Habíamos encontrado muchas luces en la selva,
pero perdimos el camino de regreso a casa.


3.LA NOCHE ENTERA
Fuensanta:
¿tú conoces el mar?
dicen que es menos grande y menos hondo
que el pesar.
Ramón López Velarde

I

Nunca miramos el mar,
nunca nos detuvimos a mirarlo inalcanzable.
su furia contenida por años ruge sin parar y las palmeras inmóviles,
oleadas de sofocación, cortinas, entrecerradas ventanas.
Tanto calor como para fundar diez mil infiernos;
arden las paredes y mi cabeza arde en las brazas de este tiempo.

Nunca miramos el mar, nunca entrecerramos los ojos para mirar el mar de abril.

II

Apoyado en la ventana te esperé la noche entera.
La noche era un camino que no se podía recorrer con calma,
extendía sus fronteras hacia donde no era posible esperar.
Porque el corazón no puede soportar las heridas que produce la esperanza,
la noche era un sesgo que nunca aprendí a tomar con sigilo.

Tú me atormentabas diciendo que llegarías más tarde
con la indiferencia que se da la hora a algún desconocido.
Mi corazón era un volcán extinto que de repente exhala pequeñas fumarolas recordando el tiempo de erupción.
Pero aquel día mi paso fue más lento, y llegué tarde,
me esperabas con los jeans color rosa y tu cinta para el cabello y tus zapatos,
y tu bolso de mano y tu llavero y los rasgos de tu blusa y tu indiferencia del mismo color.
Parecías no advertir que te miraba,  y pensé que estabas sola, que no esperabas,
que estabas muy lejos de casa, de los sabores resecos del invierno,
que no pertenecías a nadie, ni a ti misma,
mientras te maquillabas sin prisa mirándote al espejo y agachabas la cabeza como avergonzada.
Ese día llegué tarde pero hicimos el amor con toda calma,
luego te pusiste mi camisa color vino
y pedimos comida china, relucían tus blancas piernas donde yo recostaba mi cabeza para recordar tu gesto entristecido de la espera.

Porque la noche extiende sus dominios sobre todos los que anhelan el retorno de alguien  que nunca volverá,
mi corazón contiene aun las furias de aquel mar que siempre nos fue inalcanzable.
Nunca miramos el mar,
nunca entrecerramos los ojos para mirar el mar de abril.


4. LA LLUVIA INCENDIA LAS PALABRAS DE LOS MUERTOS DE MI CASA


I


Mi abuela se ha ido hacia otra parte
y ha olvidado su cuerpo en la cama
junto al tanque de oxígeno.

Mi abuela se ha ido hacia otra parte
-no sé a dónde-,
me mira desde otra orilla
y desde otra orilla me pregunta:
¿Cuál es su nombre, señor?

II

Mi abuela agoniza entre las sábanas,
platica con personas que nadie puede ver.
Ordena a Paloma que prepare la mesa
y regaña a los niños que corren invisibles por la sala.

Las palabras de los muertos de la casa
los escucha mi abuela,
quizá en el sueño seamos sus fantasmas.

Agoniza entre las sábanas oscuras de su cuarto,
ya no camina, ya no regaña el cadáver de mi abuela que aún respira.
Pero hay días, en que la lluvia no le incomoda los recuerdos
y me llama, me pide que la siente, que toque su cara,
dice que otra vez quiere bailar en la playa,
le sobra el tiempo para irse de parranda junto al mar.

Mi abuela de pronto, al cerrarse la ventana,
saluda al hombre que le detiene sus manos,
el hombre de blanco que ha venido por ella con remos en las espaldas.
-Recoge la mesa Paloma, ya comieron los niños,
no olvides regar las plantas antes de irte a tu casa.
Grita mi abuela con el aire que le queda.



5. LA ESPERA
Para Antoni Marí

Desde el fondo de la soledad y aún más de la desdicha,
si es dado que una ventana se abra, se puede, asomándose a ella,
ver, pues que andan lejos e intangibles, a los bienaventurados.

María Zambrano

Siempre estamos solos, el mundo no existe allá afuera,
ni la apretujada multitud, ni los campos, ni los bosques,
ni las playas propicias para el sosiego.

Cuando asecha el sueño o la esperanza o el dolor,
estamos solos, nadie nos espera de vuelta,
nadie recuerda nuestros mejores momentos;
(nuestra fugaz parcela de felicidad.)

Cuando asecha el insomnio o la incumplida promesa o la fe,
cerramos los parpados como para dormir
y la memoria repasa con precisión los despojos del día,
porque estamos inquietos y reinicia la mañana en sus vendimias ásperas,
su duermevela en todo lo que está al alcance
entre los sueños infantiles y la reumas de la vejez.

Cuando estamos en medio, miramos hacia atrás sin remordimiento
el paso del recuerdo que no produce temor,
reconocemos el odio,
negamos abrir los ojos porque ha sido insuficiente la noche
y escuchamos el mundo que nos llama,
su ayuna indiferencia, sus trajeadas prisas,
los desocupados asientos de la fortuna que se han alejado del todo
aunque sigamos tan solos, aunque sigamos tan solos,
aunque sigamos tan solos y solos y solos, como para morir.





ÁLVARO SOLÍS, tiene 35 años al cierre de la convocatoria del XXV premio de poesía Hiperión, nació en Villahermosa, Tabasco, México el 16 de marzo de 1974, es licenciado en filosofía por la Universidad Autónoma de Tlaxcala y maestro en literatura mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado los libros de poesía Ríos de la noche oscura, (2008), Los días y sus designios (2007), Cantalao (2007), Solisón (2005), También soy un fantasma (2003), y el libro infantil Querido Balthus, yo también perdí a mi gato (2007). Es coautor de El oro ensortijado, Poesía viva de México, en colaboración con Mario Bojórquez, Alí Calderón y Jorge Mendoza. (2009); La espina en la flor (ediciones Lar, Chile); La luz que va dando nombre: Veinte años de la poesía última en México 1965-1985 (2007). Su poesía aparece antologada en Un Orbe más ancho, selección de Carmina Estrada (UNAM),  Los mejores poemas del 2005, selección de Francisco Hernández (Planeta), en los Anuarios de Poesía del 2004, 2006, 2007 y 2008 (FCE), así como en diferentes revistas tales como Biblioteca de México, Tierra Adentro, Punto de Partida, Luvina, Crítica, Trilce (Chile), Sibila (España), La estafeta del viento (España), Poesía (Venezuela), Golpe de dados (Colombia), Fornix (Perú), etc. Ha obtenido los siguientes reconocimientos: el Premio Nacional de Poesía Joven Gutiérre de Cetina 2007, Premio Clemencia Isaura de Poesía 2007, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2006 y el Premio Tabasco de poesía José Carlos Becerra 2003. Fue becario de la primera generación de la Fundación para las letras Mexicanas, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en la categoría de Jóvenes Creadores en la emisión 2005-2006 y del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Tabasco durante el 2007. Actualmente es catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Tlaxcala e imparte el curso de Poesía I en la Escuela de la Sociedad General de Escitores de México con sede en Puebla.