Manuel J. Castilla

Manuel J. Castilla:
Palabras y símbolos 
del ámbito andino

Alicia Poderti
CONICET -Universidad Nacional de La Plata



Manuel J. Castilla nació en Cerrillos en 1918 y falleció en Salta, en 1980. Realizó estudios en el Colegio Nacional de su provincia natal y luego se dedicó al periodismo y las letras. Además de sus colaboraciones en diarios y revistas nacionales, publicó los siguientes poemarios: Agua de lluvia (1941), Luna Muerta (1944), La niebla y el árbol (1946), Copajira (1949,1964, 1974), La tierra de uno (1951, 1964), Norte adentro (1954), El cielo lejos (1959), Bajo las lentas nubes (1963), Amantes bajo la lluvia (1963), Posesión entre pájaros (1966), Andenes al ocaso (1967), Tres veranos (1970), El verde vuelve (1970) y Cantos del gozante (1972), Triste de la lluvia (1977), Cuatro Carnavales (1979). También publicó un texto en prosa: De solo estar (dos ediciones en 1957) y  el libro Coplas de Salta (1972, con prólogo y recopilación de Castilla). Sus Obras Completas fueron editadas por Corregidor.

La revista literaria Ángulo publicada en Salta en 1945, estuvo dirigida por el poeta salteño, junto a Luis García Bes y Raúl Brie. En 1957 obtuvo el Premio Regional de Poesía del Norte (trienio 1954-56, Dirección General de Cultura de la Nación), por su libro Norte adentro. También fue galardonado con el Premio Juan Carlos Dávalos para obras de imaginación en la producción literaria (trienio 1958-60, Gobierno de Salta) por el poemario El cielo lejos,  y con el Premio del Fondo Nacional de las Artes (Mendoza, Trienio 1962-64) por su libro Bajo las lentas nubes. En 1967 recibió el Tercer Premio Nacional de Poesía por su obra Posesión entre pájaros. Entre sus más importantes distinciones debemos mencionar el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1973), el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1970-72) y el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1973-75).

Es uno de los fundadores del grupo "La Carpa". Este fenómeno se presenta como algo más que una agrupación de poetas, filósofos, ensayistas o amigos de la cultura. Implica un intento de elucidación teórica acerca del alcance de la literatura regional y su ámbito de producción. Pero ese criterio regional no estaba dado solamente por el espacio geográfico del que provenían sus integrantes: Jujuy, Salta, La Rioja, Catamarca, Tucumán y Santiago del Estero, sino por la unicidad de criterios que plasmaron en su actitud frente a la literatura y por su toma de conciencia ante las necesidades urgentes de la poesía. Conformaban este grupo que proponía un discurso alternativo al oficial, los escritores Raúl Galán, Julio Ardiles Gray, María Elvira Juárez, Sara San Martín, Julio Víctor Posse, Juan H. Figueroa, Alcira del Blanco, Víctor Massuh, Enrique Kreibohm, Fernando Nadra, María Adela Agudo, Raúl Aráoz Anzoátegui, Manuel J. Castilla, José Fernández Molina, Manuel Costa Carrillo, Alberto Santiago, Omar Estrella, quienes editaron durante varios años los Boletines y Cuadernos de "La Carpa".



Castilla y la región de fronteras móviles

La región plasmada en la escritura de Manuel J. Castilla -como un intento de recuperación de la raigambre altoperuana de las provincias norteñas-, excede la circunscripción administrativa de Salta, extendiéndose más allá de la frontera nacional, hacia el altiplano boliviano y las minas de Potosí y Oruro. Como ha expresado Horacio Salas: "...los versos de Castilla trazan una suerte de geografía de una amplia región del norte argentino, que se interna en Bolivia, se apuna en las alturas, se calcina en el Chaco.." (Salas, 1998).

Esa estructuración castillana del espacio se articularía en un sistema poético indigenista de vanguardia, surgido en el sur de Perú hacia fines de la década del '20, y al que Castilla habría tenido acceso durante sus viajes a Bolivia, en donde se radicó posteriormente Gamaliel Churata, fundador  del grupo Orkopata. Este sistema no sólo se difunde con independencia de los centros hegemónicos, Lima y Buenos Aires, sino que cruza las fronteras nacionales regidas por esos centros (Cfr. Kaliman, 1993, Badini, 1997).

Aquella construcción tiene que ver con una pertenencia cultural que se expresa en el espectro lingüístico de la producción castillana, que emparienta las características idiomáticas de la ciudad de Salta con las de otras regiones, como el Chaco salteño, los Valles Calchaquíes y la región fronteriza con Bolivia,  y recibe influencias de culturas aborígenes como la guaranítica (a través de las comunidades tobas, chiriguanas y matacas) o el quechua/ aymara. Como ha expresado Aldo Parfeniuk en su libro "Manuel J. Castilla. Desde la aldea americana" (1990): "En lo acentual, la tonada del  esdrújulo tiene su origen -aunque ciertamente discutido- en la desaparecida lengua cacana".

Hay en la escritura de Castilla una actitud que se homologa en todo el espacio andino con el "solo estar" de un hombre norteño escindido dentro de su medio geográfico y humano. El "solo estar" que late en los textos de Castilla no es una actitud voluntaria y forzosa, sino más bien un espacio que contiene un rizoma de preguntas, un dejarse estar y un "dejar ser", que significa, según la interpretación de Parfeniuk: "no atarse ni dejarse atar por los mecanismos de un conocimiento convencional que fuerza y que rompe, analíticamente, lo que él todavía puede recibir en la síntesis de una totalidad, en la que aún convergen y gravitan las remotas pulsaciones de la más insignificante raíz de brizna, en consonancia con la más lejana estrella."

Esta actitud procede del imbricamiento de dos significados gestados en el ámbito andino y que ha estudiado Rodolfo Kusch: por un lado, el estar contemplativo -el "utcatha"- propio del sentir indígena y rural, con su carga de irracionalidad, sentido profundo de la comunidad y del domicilio; y por otro lado, la actitud netamente occidental del saber, asimilada en las formas del individualismo y la racionalidad. El "estar" en busca de salvación, el "saber" en busca de solución.

En la escritura de Manuel J. Castilla convergen la narración, la poesía y el mito. En el libro De sólo estar, la estructura prosaica y su intensidad lírica condensan  la  presencia de los mitos del tiempo y del carnaval, pero también convocan una serie de índices narrativos que deliberadamente introducen a un narrador dentro del poema. Construcciones tales como "esto que les cuento", acompañadas de peticiones como "yo quiero que me crean" son algunos de los elementos con los que se construye una narración con algo contenido social.

Esta línea trazada por Castilla es fundante en la literatura del NOA, pues otros escritores retomarán esa problemática, como Héctor Tizón, Daniel Moyano o Carlos Hugo Aparicio.

Así, en el libro De solo estar,  la escritura se alimenta de una voz en la que el poeta-narrador denuncia las raíces de la injusticia étnica: "El Chaco de sus antiguas correrías era algo de lo que nunca se acordaba. Sólo cuando le daban vino y coca lo recordaba. La media lengua se le había alisado de asperezas y casi ni se notaba que era indio. Una vez contó algo triste, sin inmutarse. Los ojos parecían dolerle cuando pensaba. La historia era sencilla. Habían ido hasta la toldería de la costa del Pilcomayo a buscar al indio Juan, el comisario y dos agentes. Lo sacaron a empujones y lo arriaron a pie rumbo a Tonono, lejos, por el camino arenoso. Ellos, los policías, iban a caballo. La gente de la toldería se quedó quieta, pues ya conocía su mano fuerte. Inocencio, en cambio, se puso a seguirlos de lejos, sin que lo vieran. Llevarían andado una legua. El indio Juan, las manos atadas a la espalda y a pie delante de los caballos, mudo. De golpe, desde el monte, vio que el comisario sujetaba el caballo, alzaba el winchester y apuntaba. Los ojos le dolían cuando recordaba eso. Se metió callado en el monte. El indio Juan era arena y bulto y sangre en el camino"...

Las mujeres mineras de los Andes

Cuentan algunas leyendas y mitos de Inkarri, recogidos en la Puna jujeña, que en tiempos prehispánicos el Rey Inca era dueño de todo lo que existía, y que los metales estaban a flor de la tierra. Pero cuando llegaron los españoles y mataron al Inca -cercenándole la cabeza-, los metales y las riquezas se escondieron debajo de la superficie terrestre. Desde entonces, los habitantes andinos esperan el regreso de su Rey Inca, para que la naturaleza recupere su ritmo sagrado y se reintegre la paz social y étnica perdida.

La historia de la América andina contada por los indígenas explica algunos fenómenos ambientales a la luz de una falla original: el pecado de la Conquista. A partir de ese momento de ruptura, el trabajo en las minas se volvió una de las actividades económicas fundamentales durante el período de la colonia y fue decisivo en la conformación del espacio andino, centrado en el Potosí. Durante los siglos de la Colonia se generaron rebeliones y  protestas indígenas, como la de Túpac Amaru, en contra de las presiones fiscales y la explotación abusiva en minas, obrajes y haciendas...

Hoy las minas están casi agotadas y el número de trabajadores en ellas ha descendido notablemente. Una historia socio-ambiental de la minería mostraría que una economía extractiva produce pobreza y, a la vez, falta de poder político. Esto genera incapacidad para frenar la extracción o poner un precio más alto al producto. Los poderosos sindicatos mineros de ayer estuvieron muchas veces a punto de hacer una revolución, pero actualmente viven su conflicto emergiendo apenas del sofocamiento del sistema. En este drama se inserta el conocido testimonio de Domitila, la esposa de un minero, quien a pesar de las adversidades sostiene los pilares de su identidad étnica y cultural:

¡Cómo no quisiera yo que toda la gente del pueblo se sienta orgullosa de lo que es y de lo que tiene, de su cultura, su lengua, su música, su forma de ser y no acepte andar extrajerizándose tanto y solamente tratando de imitar a otra gente que, finalmente, poco de bueno ha dado a nuestra sociedad!

Dentro de esa cultura de la pobreza que caracteriza la vida de un campamento minero, lo que más impresiona es la labor extenuante de las "palliris", que trabajan al pie de las enormes montañas plomizas de los desmontes, cubiertas por una nube de polvo. Estas mujeres permanecen siempre en el exterior de los socavones, ya que tienen el ingreso prohibido a las profundidades por la creencia sobre el "Tío", que es el dueño y señor de las minas. Los mineros le hacen ofrendas para que mejore la veta o para que permita la aparición de minerales de mejor ley. Le temen porque, si quiere, puede hacer desaparecer la veta más rica. El es pródigo cuando recibe el tributo de los trabajadores, que consiste en mascar hojas de coca en su presencia o saludarle al pasar. Pero al "Tío" no le gusta la presencia de mujeres ni sacerdotes dentro de la mina, y causa serios accidentes cuando se contraviene su voluntad.

En la boca de la mina, las mujeres se dedican a la tarea de pallar, que consiste en la selección manual de piedras incrustadas de minerales de buena calidad, provenientes de una carga o desmonte. En muchos casos, una palliri consigue mejores rendimientos económicos que el esposo, que debe trabajar por un jornal en otras tareas del campamento minero. Algunas son madres solteras, otras viudas o esposas de los que trabajan en los socavones, pero a todas las une el espíritu de lucha por salvar de la muerte a sus hijos. Así pasan sus días, dobladas bajo el peso de las bolsas con las rocas mineralizadas, o removiendo el desmonte con sus rudimentarias herramientas. En el trabajo inhumano de esas humildes mujeres se puede palpar como la vida de los mineros ha retrocedido hasta su última frontera.

La "palliri", buscando el mineral de ley sin ley que la proteja, es un personaje que reinstala los parámetros de la esclavitud en los tiempos presentes. Se aferra a la vida con desesperación y es el símbolo de la injusticia. El sabor de su lucha está presente en la denuncia literaria de Manuel J. Castilla:
Qué trabajo más simple que tiene la palliri.
Sentada sobre el cáliz de su propia pollera,
elige con los ojos unos trozos de roca
que despedaza a golpes de martillo en la tierra.

(Un silencio nocturno le trepa por las trenzas
y oscurece la arcilla de sus manos morenas).

Qué inútil que sería decir que en sus miradas
hay un pozo de sombra y otro pozo de ausencia;
que pudo ser pastora de nubes
y se quedó en minera,
que pudo hilar sus sueños por las cumbres
viendo bailar la rueca.

La palliri no canta
ni tampoco hila sueños.
La mirada en la tierra
y en la cabeza el cielo
de mañana y de tarde
busca solo el silencio,
y cuando está a su lado
lo quiebra contra el suelo.

Y o sabe que a ratos, entre sus brazos recios,
se le duerme el martillo como un niño de hierro.


Junto a las palliris, que trabajan en las tareas de chancado y selección de minerales, aparecen las otras protagonistas femeninas de Copajira: las mujeres que al mediodía van a dejar la comida a los hombres y la madre que le cuenta leyendas al niño para que nunca sea minero...

Inmersas en un laberinto de herrumbres y de sueños postergados, vacilando entre las creencias de los mineros y una tradición que las condena, tal vez algunas palliris se permitan pensar que, en un pasado ancestral, todas las riquezas fueron de los habitantes andinos. Y a pesar de que la madre-tierra-Pachamama es mujer, y que la Virgen del Socavón "se irá corazón adentro", todavía están aquellas mujeres andinas en un purgatorio de piedra, expiando pecados ajenos...




Referencias bibliográficas:


Ángulo, 1945, Revista literaria dirigida por Manuel J. Castilla, Carlos Luis García Bes  y Raúl Brie, Salta.

BADINI, Ricardo; 1997    "La ósmosis de Gamaliel Churata", en Memorias de JALLA Tucumán 1995, Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana, Tucumán: Proyecto "Tucumán en el contexto de los Andes Centromeridionales", Instituto de Historia y Pensamiento Argentinos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, vol. I.

BARRIOS DE CHUNGARA, Domitila, 1976, Si me permiten hablar: testimonios de Domitila, una mujer de las minas de Bolivia, Noemí Viezzer, México: Siglo XXI.

CASTILLA, Manuel J., 1957, De solo estar, Salta: El Estudiante (2da edición, Salta: Burnichón Editor, 1957).

CASTILLA, Manuel J., 1984, Obras Completas, Buenos Aires: Corregidor, Tomos I-III.

IRIARTE, Gregorio, 1976, Los mineros bolivianos (hombres y ambiente), Buenos Aires: Tierra Nueva, Colección Proceso 11.

KALIMAN, Ricardo J., 1993, "La palabra que produce regiones: Castilla, Aparicio, Pereira", en Cuaderno de Cultura, Salta: Departamento de Cultura-Banco Credicoop, Nº 1.

MARTÍNEZ ALIER, Juan 1990 "La interpretación ecologista de la historia socioeconómica: algunos ejemplos andinos", en Revista Andina, Año 8, Nº 1, 1er semestre, tomo 15.

PARFENIUK, Aldo, 1990, Manuel J. Castilla. Desde la aldea americana, Córdoba: Alción Editora.

PODERTI, Alicia, 2000, La narrativa del noroeste argentino. Historia Socio Cultural, Salta: Consejo de Investigación- Universidad Nacional de Salta.

SALAS, HORACIO, en ANZOÁTEGUI, Raúl (comp.), 1998, Juicio a Manuel J. Castilla, Salta: Ediciones del Robledal (versión revisada por A. Poderti).