Agotada la penúltima instancia
queda una conversación en un café remoto,
sumergido. Un diálogo,
por momentos crispado, sobre un tigre
arrojado al desierto, la luz
de un fósforo en una amplia habitación
sin ventanas, dos cuerpos
que se niegan y no se desvisten
mientras hasta el blanco se vuelve incierto
y todos los ruidos se convierten
en un único e interminable ruido.
Agotados el temblor de los jacintos,
el ir y venir de las hormigas,
la mudanza de carne a espíritu,
según el dominio del aire
o del fuego, resta una charla postrera
e insular entre dos sombras
surgidas de pronto de ninguna música
y belleza, empeño de cazador
tras una presa que se esconde
o, tumbada, ya se seca, cerca del sol
y lejos de su consuelo.
EL REINO ES DEL GORGOJO EN LA HARINA...
El reino es del gorgojo en la harina
No de la quimera, la isla emergida, el sepulcro
No del sauce inclinado, la fragua, el olor de la ciruela
Sólo sabe tragar y evacuar
Sólo sabe entrar por la rotura y allí estar y morir
No sabe que va a morir
No sabe de quimera, de isla, de sepulcro
No sabe de sauce, éter y música
No sabe de ciruela, de olor de ciruela
Para él el mundo es nada más que una bolsa de harina
Para él el mundo es nada más que una bolsa
El reino es del gorgojo
OCRE EN EL NUDO DE LA MADERA...
Ocre en el nudo de la madera
y en el alma del ámbar. A distancia óptica,
a través del aire en ajustada melodía,
en facistol de cuatro caras, el Libro de las Horas.
El agua, de arriba y de abajo, se reúne,
entre alas y ramajes, dispuesta a ser bebida;
el barro, que acabará siendo fruto,
todavía dormita indiferente al borde del camino.
¿Qué vibra en la hierba, qué se ciñe
al grosor de la antigua profecía en tubo,
fino conducto abierto en la trama
de tierra y cielo, suma de fronda y bandada?
¿A qué llamar hermoso, a qué erróneo,
dónde sopla el Este, con qué retardo o premura
si el viento parece venir de todas direcciones
y, en su espesor y altura, algo parecido al sueño
que no es sueño, nudo que se corre
hacia una perfección pura y en pleno camino,
sin una razón aparente, se desata?
Ocre, luego púrpura, rojo violáceo, tinta del molusco
hervida entre futuros paños que ya se agitan
como ya se tumba, entre destellos,
tu rostro, a la vez desnudo y críptico,
súbita caída celeste, escombro de estrella.
ES MOMENTO DE DESNUDEZ, DE AIRE LIMPIO...
Es momento de desnudez, de aire limpio,
de sueño enfilado hacia Amberes, Abisinia,
la pulcra aventura con filo preciso,
de cuchillo o diamante; nítida ocasión
para el corte exacto, la herida dulce
que no sangra en el pie de toda criatura.
Yo mismo soy, ante la noticia,
mítico deslizamiento hasta lo ancho sumergido,
teatro sin tragedia, relámpago sin catástrofe,
uno más en el cortejo primero o último
que va de celeste a celeste sin dejar la tierra.
Te miro ahora desvestida y no te temo.
Desde arriba lo prometido se curva.
Lo que cae silba y lo que asciende sopla.
Sin saber todavía la medida exacta,
el peso exacto de lo que somos despojado de sombra,
de pasado inútil, de inútiles trabajos,
podemos, sí, por fin, ser casi semejantes
a lo que cuelga en el extremo de la rama,
rojo por fuera y blanco por dentro, ya maduro, el fruto.
ES UNA CASA PLANTADA EN EL AGUA...
Es una casa plantada en el agua,
una casa que no se hunde
en desafío a toda lógica. Permanece,
aunque esté cimentada en olas
que van y vienen, se chocan,
estallan y se convierten en espuma.
No se sumerge. Resiste.
¿Está habitada la casa?
Y si lo está, ¿quién es capaz de habitarla?
A un paso del colapso, del desastre,
se sostiene la casa sobre el abismo,
tiembla y cruje pero no se hunde.
Pero, ¿qué la sostiene?
¿Un persistente azar, la magia, el orgullo?
DIJO: NO SE CULPE A NADIE...
Dijo: No se culpe a nadie.
Y se sumergió en lo infecundo y disociado,
en lo meramente percibido,
en lo que se canta a si mismo
y en el eco no halla escuadra y diapasón;
del jardín unas pocas flores de tela, dispersas;
del alfabeto unas cuantas letras
picadas por las abejas en su mareo a la deriva.
Apareció entonces un zurcido en su manga,
una opacidad en el barniz,
una grieta en la textura de lacres y horas;
rizo en la superficie, agitación
de niño convulso bajo las sábanas,
pieza desencajada en el foco preciso del sueño.
Entró en médula sin imán,
en fosforescencia sin memoria,
en predicado sin hechizo.
Qué colgó del árbol,
qué penetró en lo profundo del panal,
qué nutrió a la primera y última esfera,
qué medió entre raíz y codo.
A nadie se culpe -dijo.
TRES POEMAS
Ce pays comme un miroir de la folie...
Pierre Jean Jouve
Pierre Jean Jouve
I
En la hora errónea, inútiles los relojes,
pulsión de la carne ante su propio, inevitable naufragio.
Pliegue sobre pliegue que el viento no engancha,
ojo que de ser dos pasa a ser único
y humea como hojas en el incendio, en lo remoto.
En la marca en el lodo, de forma en forma.
Nunca del niño que se enoja,
siempre del azúcar que desde lo alto se derrama.
Allí lo precario, impreciso, devenido en aire.
Todo y nada lo retiene, a nada y todo se adhiere.
Piano mecánico que toca para nadie en un baldío.
Para ninguno el sello, el hilo de cobre, la chispa
¿Y si muere, si ya no borbotea ni entona?
¿Y si nace, detrás de un cristal espeso, extranjero?
¿Y si pretende ser unánime, golfo frío, dársena invertida?
Y si procura oxígeno en el total desconcierto
¿Y si bebe nieve fundida, muerde piedra descarnada?
¿Y si testifica y se equivoca, confunde azul con relámpago,
abismo con mujer, derrumbe con pasaporte.
máscara con avidez, Sócrates con legión de sombras,
crimen con vapor, vapor con edicto, sangre con espíritu?
Ahora, poema, ¿qué se inscribe ahora en tu sustancia?
¿Qué se nutre de ella, por qué cordón o canal?
¿Surgirá hija de tu zurcido, hijo de tu oscuro y oquedad?
II
Y atareado de sombras y motores,
empuja bala de éter por entre los números perfectos que sangran,
los muslos que aspiran ser blancos, musicales.
En el fondo de la lámpara arde la última gota que no se consume.
Y gravita un Sí por encima de la roca en circo que se niega.
Pero, ¿debajo de qué desnudez aparecerá por fin el vestido?
¿de qué lado del paisaje surgirán lágrima y pétalo,
agitado friso tras la huella del musgo?
III
¿Hubo un antes del ciervo y su cuerno,
la sangre clara o sombría, el lazo
en el cuello del que huye, el ojo de la tormenta,
el perfume de la anémona? ¿Un antes del ardor,
del cabello revuelto, el iris, el No, el malentendido, la ciénaga,
la cresta del ave, el idilio, la torpeza, la vacilación, el encanto?
¿Del asilo, el polvo, el dardo cerca del blanco,
la turbación, el óxido, la curva, lo traslúcido,
el perdón, el destierro, el ojo herido, el ocaso, el sonido?
¿Velo, velamen, letanía, letargo, tapiz,
juicio, árbol, agua encrespada o lisa,
pérdida, espectro, adoración, quietud,
cintas sueltas al viento, abstracción, miseria?
¿Hay un ahora? Y, si lo hay, ¿qué contiene, exhibe, revela, expulsa?