María Julia De Ruschi

María Julia De Ruschi
Diez Poemas



De: Poemas de Nada escrito (hilos editora, 2011)



EXORDIO

La mañana llega como un pozo. Quiero creer en la belleza. ¿El mar, los árboles? La ciudad está rota. Con el viento sur se levanta un polvo sucio de la tierra reseca donde los chicos jugaron al fútbol hasta no dejar ni brizna de pasto. Los palos borrachos, enigmáticos, empiezan a lanzar el algodón de sus frutos ovales. Alguna vez escuché el silencio de esos frutos. Se recortan colgando de ramas negras contra el cielo temprano, tenue, que duda en concretarse. ¿La belleza? Los hombres que juegan con los colores son negros. Me ha seducido, y yo me he dejado seducir... Quisiera sacar al mar de su silencio, a los árboles de su soledad. Restituirle su silencio al mar, su soledad a los árboles.

Quisiera una poesía que no hable, que sea solo cuerpo abandonado, cuerpo dentro de la muerte, o más allá, con vida propia, iluminándome con sus aguas. Cuando la luz canta es silencio, en cada muerte es silencio. Necesito silencio. Soñar en la luz del silencio. Crear silencio.





MIEDO

Recuerdo lo que es disolverse en nada. Y regresar. Un vértigo, un crimen que no deja rastros en el interior de la materia que a sí misma se piensa, o se percibe, o se sueña.  Violento estallido de Inmediatez: en la oscuridad súbita la certeza de que alguien me mira con una sed que me eliminará, en ese infinito previo-instante. O antes de haber sido concebida. O la baranda del balcón en la que me apoyo para asomarme al jardín del patio, ya no está, o nunca estuvo. Porque el grito que escucho ¿es el heladero, es la hora de la siesta, mi infancia, el pueblo, el verano? ¿Dónde estoy? ¿Ya haber caído y haberlo olvidado? ¿Haber regresado? ¿Ya he sido concebida? ¿Con dicha, sin dicha? La ingenuidad de dos o tres confianzas básicas, el latir de mi corazón, el calor de mi sangre, su circulación por mis venas. El oído empieza a devorarse porque ya no existe el silencio. Pero cuando el silencio existe sin fin y ya acabado, se apodera de mí para pensarse, sentirse o soñarse, y romper su instrumento.


LA ROSA EXTÁTICA

Quizás podamos vivir siempre acompañadas por nuestro amante invisible, llevarlo con nosotras como un globo del piolín. A la manera de los niños, se orientan y alegran niño, globo, viento y piolín. Y luego criar a los hijos, escribir libros, soplar las velas de una empresa de educación o de navegantes o de alimentos, y de tanto en tanto sentarnos a la sombra de un sueño, con una sonrisa profunda, con una rosa extática, con una música afectuosa y tranquila en el pecho.

MADRE E HIJA EN EL SECTOR

la joven alta y pálida, con una sonrisa que le enturbia la cara. Una sonrisa débil, indecisa, blanda. El pelo negro, sucio, pegado. Dijo, me quiero morir. Me quiero morir. Mamá, mamá, maté a mi hijo. Por qué me dijiste como quieras. Y abierta como un barco que da contra un escollo: del casco hendido salen ratas, trozos de mármol en bruto, sangre, un pincel, intestinos, joyas, raíces, venas, como en una carnicería, como en un  matadero, como en un frigorífico, los bracitos y las pequeñas piernas de su bebé sin terminar, cortado, tajeado, desmembrado, la cabeza enorme, cada vez más grande, como un huevo, blando, como un fruto enorme en un tallo débil, cede, se inclina, el barco lo vomita, ella vomita, vomita y vomita sin parar, la luna cae de lo alto del tallo y se quiebra en mil pedazos, en el agua negra que lo tapa
se mira los pies y ve un río de coágulos negros que sube por sus zapatos y abre la boca, gime y sacude la cabeza, gime y se frota las manos una contra la otra, sobre el vientre, gime, escupe en un acceso de tos, en las convulsiones de su náusea, un corazoncito amoratado
qué has hecho mamá del dios que tenía que nacer por qué me dijiste no es nada como te parezca


LA MESA

Es ante ese pan blanquísimo y el gesto absurdo, desmedido y soberano, cuando siento que soy un depredador y que no quiero vivir más así.

Que el reino es uno solo.

Es ante esta mesa que pido el don de la santidad, la custodia del mundo.

Y sé que volveré a olvidarlo una y otra vez.

Pero volveré a la mesa, y cada día, poco a poco, mi propio cuerpo va a sentir que ha sido amasado con la misma harina, con la misma hambre infinita.

Y quien quiera lo multiplicará.


MERCADO MÍSTICO

Hablo de él:

La ternura por un caracol subiendo por el vidrio de una ventana.

Estuve dentro de una nuez y en una plaza creada por Bernini, es una cuestión de escala.

Ahora la maravilla acaba conmigo.

Hablo de él:
Fui demasiado privilegiada.

Me enseñó a ver huellas tan invisibles que les resultan intolerables a los ángeles.
Su fuego no es oscuro, no consume:

Solo que con la otra mano se pega un tiro en la sien.


NÚMEROS

Cuenta Marcel Granet que una vez en China se reunieron once generales para decidir si había o no que librar una batalla decisiva. ¿Avanzar o retroceder? Discutieron acaloradamente, y por último votaron: tres a favor de la acometida, ocho por la retirada. Entonces acordaron atacar, porque tres es el número de la unanimidad. Y, por supuesto, obtuvieron la victoria.


EPIFANÍA

Epifanía de un cielo de invierno sobre la llanura en un viaje hacia el sur, un cielo pálido de tenue claridad y nubes evanescentes de rosas y amarillos fríos y lentos que se alargan sobre infinitos grises y ocres y verdes exangües, y la visión de innumerables puntos vivos y negros que son vacas hace entrar con violencia en mi nariz el olor a bosta y barro del tambo de mi infancia y el olor a pintura cuando se mojaba demasiado el papel y se corría la témpera y se mezclaban cielo y tierra en otro infructuoso intento por hacer aparecer la llanura en la tarea escolar.

Espacio. Espacio puro, sin dimensiones, sin tiempo.

Es decir, una inexistencia que me acompañará toda la vida, olores penetrantes, colores huecos, aire que rodea a mi cuerpo ignorándome, apenas, apenas un cristal empañándose en mi mente, una invasión de eternidad a través de una levísima herida, eternidad, lo más real que puedo conservar en mi mente y donde mi mente desaparecerá.

SPHOTA

Despertar de un sueño, del cual nada recuerdo, con la angustia de ese olvido y las nimiedades que evocan la vastedad perdida. Sílabas, señales, el ala rota de un vuelo perfecto y la curva de la ola. El mar ya no es madre, ni nadie. Soledad, despertar a la soledad, a la nube que se esfuma. A los desiertos que cantan. A la gota de sangre. Me derramo y vuelco y precipito, ¿por qué? Palabra inaudible. Me gustan ciertas formas de limpieza, pero no la música higiénica. Puro espejo ¿qué puede ver? Del sueño quedan sílabas, creer que uno despierta y entrar en ese sueño como un yuródivy.  Llanuras, cielos. Esta soledad se cierra sobre sí misma, como una ola. Y luego se desata como un río, sin pensar más que en su impulso, en su loca alegría, en la punta del sueño que asoma en el grito del abedul o de la araucaria escuchado por el cielo. Vistos desde el horizonte de la noche. Vistos por una palabra silenciosa. Soy un río y me precipito. Ardo de miedo, pájaro que pierde las alas en un golpe de vuelo. Los sentimientos siempre tienen razón.



EL TIEMPO

Ábrete, boca de la luna, niña que dejas ciega al agua
Al verte poner tu barca de papel en la charca, me enamoré para siempre
de las circunvoluciones de la luna dentro de mi cráneo y paseo por su silencio mineral ...despacio, cada vez más despacio, con una lentitud que desgarra cada fibra de mi cuerpo veloz...
Cuando hemos logrado enemistarnos con el tiempo, tensar esas fibras
caer en esos pantanos
en esos sitios vulnerables donde se pierden sin remedio
algunas palabras
algunos caminos
la verdad es un animal solitario, casi tan solitario como la muerte
caídas y olvido

¿Comprendes lo que lees?

Mira, ahí hay agua
Los hombres somos todos mendigos
Yo quiero resucitar


MARÍA JULIA DE RUSCHI nació en Buenos Aires en 1951. Publicó los siguientes libros de poesía: Polvo que une, Premio Leopoldo Panero 1975, (Madrid 1975), Et amava (Caracas, 1982), Artemis cantando, Artemis (Caracas, 1982), traducido al italiano por Elémire Zolla (Firenze, 1980), La mujer vacilante (Buenos Aires, 2003) y Salir de Egipto (Buenos Aires, 2007). Tradujo a Sylvia Plath (Tulipanes y otros poemas, Buenos Aires, 1988, a Mario Luzi (Viaje terrestre y celeste de Simone Martini, Premio del Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia, 2002, (Buenos Aires, 2002) y a Milo de Angelis (Por ese arrebato innato, Santiago de Chile, (2004) y Biografía sumaria, (2011). Escribió numerosos ensayos sobre poesía, entre ellos El ropaje y la música: Un ensayo sobre Jaime Sáenz y La Aldea y el Universo, sobre Francisco Madariaga. Trabaja como traductora y coordina los talleres de escritura el caburé.