Ileana Álvarez González





Ileana Álvarez González

4 Poemas
Especial para Analecta Literaria





01. PALABRAS DE UNA POETA MENOR DE LA ANTOLOGÍA



yo no puedo, alejandra, escribir la noche.
como a ti me atormentan las palabras, el peso esencial
de las sílabas sobre la llaga abierta.
tú tomaste la ternura por el cuello
y yo ultrajo la rosa que me salva.
en sus aguas me diluyo sin llegar hasta el fondo.
el miedo me posee
y quisiera ocultarme cual una niña
en el laberinto de los espejos,
en la semejanza esparcida por la lila que se deshoja
y la muerte de una mujer que la contempla.
también he de morir de cosas así
y nunca nadie suspirará ante esta revelación.
ahora tengo la misma edad en que lograste asir para siempre
las monedas del sueño, las monedas de oro del sueño,
la otra realidad donde el silencio es tentación y promesa.
expulsabas las estaciones de tus huesos
y parís te cubría con el humo del opio,
con los versos de octavio, con los años sesenta.
en 1993, yo juré con un grupo de amigos
arribar al nuevo milenio bajo la tour eiffel
o morir intentándolo. no lo logré, ninguno lo logró.
nuestros pasos de hoy día, son los pasos de sombras.
treinta seis años que apenas dicen, de la mosca,
sus huellas sobre la página en blanco:
la nulidad que me define.
me espanta la sencillez con que alcanzaste todo
tras una sobredosis de seconal.
                                            seconal,
                                                       seconal...
una palabra que apenas ahora encuentro hermosa en su agudeza
perenne, un repique rompiendo todos los ventanales,
las luces de la ciudad,
imagen atada a las asociaciones imposibles
de tu cuerpo con el mío.

escribir la noche, escribir el alma con todos sus demonios,
el vacío de los ojos, el horror de la pérdida,
escribir al otro que dentro de sí nos huye.
escribir,
             escribirte,
                         escribirme...
cómo transmitir a la piel del tigre este temblor de cuerda floja,
las líneas de mis manos que saltan
y se enroscan alrededor de mi nuca,
la humedad de mis interrogantes, de los atardeceres
donde escuché en éxtasis el ruiseñor de teócrito,
trazo con rabia estas palabras. la rabia... cómo ofrendarla.
qué semejante soledad, amiga, nos signa con tanto ardor.
quisiera besar tus labios surcados por el aliento
de todas las imágenes hurtadas al fuego de la zarza,
acariciar la luz de tus pechos
bajo la noche que poseíste. quisiera lanzarme
desde la niebla de mi siglo a tu siglo no menos niebla, asistirte
con el resplandor del horizonte tras la tormenta,
en el cuarto oscuro donde ya nadie vendrá a rescatarnos.
los días son una red de triviales miserias.
comparte, alejandra, el frasco apretado contra el pecho,
las chispas de seconal olvidadas, la furia.
yo padezco como tú el mismo miedo,
como tú la misma esperanza.





02. DESPUÉS DE LA LECTURA DE PEDALEO DE FRANCIS



he descubierto que en un verso mi esposo me mata,
y en otro evita matarme pedaleando sin rumbo la ciudad
mohosa hasta los cimientos, el aire —dice— me salvó del disparo,
lo salvó también a él de la misma bala rebotando en su nuca.
él no sabe que yo leo sus poemas con orgullo
y no es porque el mismo verso donde se exorciza
logre acallar, extraerle filo momentáneamente a la idea,
de matarme y matarse, sino porque me hace visualizar
con un sonido mínimo, verdades que me alivian.
balbucea: “ entre los hombres más grandes
y los más pequeños sólo caben circunstancias”.
sabe que nos vamos ganando el olvido
y eso tendrá una inmensa ventaja: en esta vida
nadie nos juzgará por nuestros actos.

puedo sobrevivir a su odio momentáneo, incierto,
mientras oculto al olfato de mis espigas
la herida del disparo que no me dio,
que fluye, indetenible.
puedo sobrevivir al hecho de que napoleón, miguel ángel,
los héroes sin nombre lo sostengan en el andamio
de la cotidianidad y no aparezca yo, sobre otro andamio
aún más endeble, brindándole mis yacimientos como cuerdas.

puedo sobrevivir al dolor de que solo cargue en sus espaldas
los sacos herrumbrosos de mis gritos
y no mi cuerpo intacto como una bandera blanca
sobre su cuerpo en llamas,
y no mis manos deteniendo la avalancha de tanques
con que nos amenaza el tedio de la provincia,
el polvo de sus muros corrompiéndose
bajo la inclemencia del prójimo,
del hambre y de la desnudez de la provincia,
y sus trenes amargos, siempre a destiempo,
y no mis hijos blondos, sus hijos naciendo desde mí,
desde antes de mí, desde lo mejor de mí,
otorgándonos la verdadera trascendencia.

no puedo sobrevivir al mazo del olvido,
a la ausencia de la cierva blanca contra el horizonte
perfilada, caminos soñados bajo la misma pureza.
no se puede sobrevivir a los signos que deja una primavera
sobre el miedo adolescente.
cuánto puede pesar un parque roto en la memoria,
los juramentos derramándose
junto al azafranado olor del flamboyán.
el roce de tus manos en mi asombro,
en la redondez de la angustia.
hay que sufrir mucho para volver a aquel perfume
y encontrarlo intacto en la memoria.

he descubierto que mi esposo me mata en uno de sus versos
o que pedalea la ciudad para no recibir en su nuca
el rebote del disparo que no me dio,
mi esposo que solo intenta un día de estos
sentarse a su lado y conversar,
aun así, cuando leo en sus venas,
los túneles me descubren otros mundos vedados.



03. NOCHES BLANCAS DEL EMIGRANTE


1.
arrastras un cuerpo por siglos macerado
en la humedad de la provincia
que nace como estación de paso.
alzas el rostro sobre la costumbre:
a la distancia de un cantío
se tiende la llanura como un rail de tren.
viras el rostro y te ves a ti misma:
una niña tenue, con el asombro a flor de piel
que pretende aspirar la inmensidad que la rodea.
te ves a ti misma huyendo del gajo quebrado
en la penumbra del hogar.
sientes los huesos doblarse bajo un almendro,
bajo el rojo y el verde intenso de sus frutos.
el rojo y el verde que te signan el mañana.

2.
arrastras un cuerpo violado por los demonios que lo habitan,
en las noches blancas no encuentras el letargo de la clemencia.
deslizas el alma por los trillos de la memoria:
un columpio se mece en el abandono.
el dolor regresa.
y el dolor ya no es igual.
nada es igual.
en la verja oxidada, tu madre,
remolcando su pierna izquierda, su corazón,
ha puesto a secar la ropa con musgo de los que partieron:
pero pueden más los zarzazos que se le pegan al caer el sol.
la sal puede más.

3.
sobre el sillón en que dormían los abuelos de tu abuelo,
embadurnas los ojos con el fango de los antepasados.
son los espíritus que velan el andar sobre el dolor,
cuyos puntos infinitos cosen tus días, los ladrillos del sueño,
las torres y los sótanos tatuados bajo la piel.

4.
dibujas una miniatura medieval
entre las manos del que todo ha visto.
aquí, al centro del país, tu centro,
el espejo cóncavo donde miras
el espanto y la ternura de lo que eres,
la piedra donde contemplas todos los abismos,
las cumbres del imposible.
allá, el norte de la esperanza,
el misterio que no te es dable develar;
el sur perdido de la candidez, un árbol viejo,
y el sabor de la almendra
inagotable entre los labios hoy resecos;
el este y oeste, el miedo que dibuja la cruz,
la salvación.

5.
luego el viaje,
los muertos en el morral, los recintos
que achicaron tus ojos, la rosa sobre el estanque,
y la rana sobre la rosa que se deshoja ante el peso de la armonía,
que bebe el aliento de la adolescente fea y anhelante.
la partida
y las noches en silencio donde ocultabas
el grosor de la duda, los juramentos,
las emanaciones del miedo,
las promesas ante una virgen de cartón
que ya nadie mira.

6.
la incertidumbre
y los muertos descansando sobre tu médula,
tornados costra en tus huesos,
ya por sí ensombrecidos en el néctar de la tradición.
la interrogante, ¿la respuesta?
y los muertos, sus propias tentaciones
que se acurrucan en el pecho como un disparo de 35 mm.
los muertos que reflejan el vacío del corazón,
el dolor adentro que te empina y te cubre
de la espina mayor de no sentirlo:
del olvido.

7.
tendida sobre la tez brumosa de una ciudad ajena
procuras reunir los fragmentos de carne desperdigada
en el smog de la indiferencia, las gotas de saliva
que aún te quedan tras dar de beber
a los que te patearon con ganas el aliento.
acuclillada bajo la noche alba sientes la desazón del infinito,
el alivio del infinito.
nadie te sabe bajo tanta belleza.
te deslizas como una lombriz sobre el pantano.
ahora te yergues y tus ojos miran el después de las luces
y es como mirar una soledad distinta, más humana.
algo late en el fondo de ti,
en los subterráneos de tu ciudad interior:
paisajes de insospechadas transparencias,
territorios donde acoger el asombro de una estrella,
la redondez de una fruta, las pupilas de una niña
moldeada con el barro de tu carne.

8.
más allá de los agujeros,
otro almendro germina.
más allá despiertas tú.
sobre el aguijón,
creces tú,
de nuevo.



04. SIGNOS



a martha núñez,  más allá de todo abismo.


cada noche se torna un aguzado hierro en mi garganta,
la densidad de la sombras se adueña de mi voz,
del cuerpo abierto como una res, olvidado
sobre la mordacidad de la provincia.

por los entresijos de mi aliento
he tratado de urdir todos los peligros, sus paisajes.
no logro esbozar el que me define.
frente al tedio apisono mis carnes gota a gota,
las moldeo, las arrojo al fuego,
y yo con ellas me arrojo bien serena,
como una vasija acariciada por dios.
es inútil tanto desvarío:
los tábanos reaparecen,
se quiebra la tierra del espíritu
en el polvo huérfano de la costumbre.

lo imposible,
el desierto que abre en la blancura
un horizonte donde el agua es mentira,
la vacuidad y la extrañeza de las imágenes
que me poseen como a una puta de campo extraviada
en la gran ciudad, sollozando bajo la apatía de los rascacielos...
ellos y también la transparencia del estanque
donde se hacina el sosiego de los astros,
su opresión en el amanecer,
perfilan mis contornos, los hieren,
trazan con frenesí las arrugas,
los signos que me ocultan ante el otro...
y tanto fervor también es inútil.

¿el acto inútil me define?

          no puedo decir esto es la felicidad. soy feliz mientras miro cómo el arrebol del atardecer penetra en mis ojos y me acerca una ciudad distinta, menos irreal que esta que me anega, de la que siempre estoy huyendo como un ratón gris; tórrida sombra bajo su aburrimiento. yo sé que la felicidad existe y no es con exactitud una pistola caliente. he visto la felicidad como una muñeca  rusa, con olor a madera recién curada; una matrioska inmensa donde cabemos cálidamente todos, unos dentro de otros. sé que existe la felicidad. me basta aquella noche en que sentí en los huesos trastocarse los límites y estallar en cristales hambrientos. acaricié su desamparo y ella puso su saliva en mi dolor y el dolor desapareció, y yo le di un corazón que me sobraba y lo puse allí donde a ella le faltaba uno. la felicidad que estaba triste se rió y me besó mi sexo tenazmente húmedo, femenino. pero las chispas de luz sobre mi piel duraron una noche, apenas una brizna que se espesa cuando necesitamos aclarar las sensaciones y encontrar la raíz que nos eleve.
          
               pero ya lo dije antes, yo no sé escribir la noche, no podría jamás iluminarla. ni siquiera podría alumbrar el silencio a oscuras que yace aquí en las palabras carcomidas por tanto crepúsculo, y tanto ratón inmensa, tontamente gris y pertinaz que se atraganta con la palabra precisa y rebota siempre hasta mis manos con el eco chupado entre los dientes.

me aburro,
los aburro, diciéndome, diciéndoles
que siempre estoy al borde de todo abismo,
que siempre estoy de nuevo retornando
a una imagen ya vivida.
yo escribiendo las mismas palabras
en un tren de madrid, que pronto estallará.
abro la boca para que las gotas de horror
no caigan sobre el piso metálico, ajeno,
forzando las conchas de las sílabas
que se atropellan como carbones ardientes
al fondo del abismo que solo nombro,
que no me atrevo a franquear.

nadie me oirá.
nadie se aburre tanto.
nadie ahuyentará mi miedo.
solo me queda el impulso.
al borde el salto permanece, incólume.
y la pregunta que me domina,
que también me endroga, permanece.
y yo varada sin atreverme jamás a conocer
qué nutre su densidad,
¿permanezco?



ILEANA ÁLVAREZ GONZÁLEZ (Ciego de Ávila, Cuba, 1967). Poeta, ensayista y editora. Miembro de la UNEAC. Graduada de Filología en la Universidad Central de Las Villas, 1989. Máster en Cultura Latinoamericana. Miembro de la UNEAC. Dirige la Revista Videncia. Tiene publicados lo libros: El agua tampoco resiste los grilletes (Poesía. 1990), Libro de lo inasible (Poesía. 1996, Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara /Ed. Ávila, 2005)), Oscura cicatriz (Poesía.1999/ 2002, Premio Emilio Ballagas), El protoidioma en el horizonte nos existe (Poesía. México, 2000), Los ojos de Dios me están soñando (Poesía. 2001), Desprendimientos del alba (Poesía. 2001, Premio Raúl Doblado), Inscripciones sobre un viejo tapete deshilado (Poesía. 2001, Premio América Bobia), Dulce María Loynaz: La agonía de un mito (Ensayo. 2001, Premio de Ensayo Juan Marinello, / Islas Canarias, 2005), Consagración de las trampas (Poesía. 2004, Premio Eliseo Diego), Trazado con cenizas (Antología personal, Poesía, 2007), El tigre en las entrañas (Crítica, 2009). En proceso, su libro de poesía, Premio Dador 2007, Escribir la noche. Ha sido incluida en numerosas antologías en Cuba y en el extranjero. Realizó la antología de poesía femenina Cuarto creciente (Ed. Ávila, 2007). Creó, junto a Francis Sánchez, la Revista digital de poesía Árbol invertido.