Carmen Conde Abellán


Poemas*
Selección de Textos de Mauro Morgan


CONFORMIDAD

¡Cuánto, Señor, te debo por todos los momentos
en que pudiste hacerme sufrir y no lo hiciste!
Las horas del dolor suman tiempos tan lentos
que más que por la edad se enveceje por triste.


AUNQUE TE DIGA NO, EMPÉÑATE EN SÍ

Aunque te diga No, empéñate en Sí,
y si te empujo, procura tú vencerme.
Así que te rechace de mi vida
azotará mi espíritu el perderte.
¡Intuyo que una hoguera tan perfecta
nunca nadie podría ya encenderme...!
Y es duro y es cruel que yo batalle
quitándote de mí. Resueltamente
cortándome de ti, para librarme
de este sordo luchar en que me vences.

Sólo pienso en ti. Repito tu presencia
en un continuado nacer de tus palabras.
Imágenes que son imágenes ya fijas
de tanto recordarlas me turban y enloquecen.
Te veo como un día que fuiste una brevísima
criatura sorprendida por labios repentinos.
Te veo en alta noche, temiendo que tus ojos
mintieran por amor que era yo la que buscabas.

Oh, cómo te contemplo, oh, cómo te persigo;
das vueltas en el aire en rueda que no para!
Yo sólo pienso en ti. Te odio. Te deseo.
Libértame de verte en todo lo que miro;
auséntame de ti, martirizante imagen,
¡que te ven en mis ojos anhelantes, los ciegos!
Tus ojos son las fuentes donde beben los tigres,
que cuando tienen sed no respetan las selvas;
y arrancan, mientras rugen, esas flores sencillas
que entre el romero mueven su poderoso olor.

A tus ojos se vuelcan las entrañas del monte,
y por nacer en ellas, oh, líquido delgado,
consienten que las lenguas vellosas de las fieras,
lamiéndolos con furia, sequen ríos de ojos.

Tanto como el romero florido, cuyo aceite
persistirá en la piel de los fieros sedientos,
huelen cortas raíces y esbeltos anticipos
de las flores oscuras del secreto deseo...

La luna se deshoja como un ave en tu agua.
A los tigres con celo esa luz los persigue
como loco fantasma de una caza suprema
que en el río, tus ojos, es posible alcanzar.

Tengo frío ante ti. Porque fuentes tan frías
no se encienden sin ángel que su calor otorgue.
Y ese ángel que a ti, a tus charcas bajara,
no lo oigo cantar ni lo siento fluir.

¡Ah, tus tigres con sed! Déjalos que nos beban,
y cuando ya mi boca reseca se deshaga,
suéltalos sobre mí, no detengas su ataque:
¡para tus fieras tengo una cierva en mi cuerpo!

Dejarte perder me duele, porque duele en la tierra
que una raíz se seque sin romperse en el tallo
y alumbrar en la flor, para que el aire sepa
lo que la tierra sabe, porque tuvo raíces.

Resignarme a que fluyas por otros cauces, me duele;
porque yo soy un cauce del grueso de tu fuente.
Y para correr en otros tendrás que derramarlos
o que volcarte hondo, rompiéndolos por dentro.

Es que soy tu medida, es que ninguna tierra
será capaz de darte lo que yo te daría,
si en lugar de negarme a que germines, corras,
yo te hiciera mi agua, calentara tu grano.

¡Qué delirio de fuerza que se opone a tu empuje;
qué frenética para que no quiere cedérsete!





DÍAS DE LEVANTE


    El levante no admite señores sobre ti.

¡Él solo te señorea!
Desierto gris, o pardo, sosegado torso tuyo;
y el levante
runfándote su amor, contigo.

Yo, sí. Yo, que floto sin moverme,
dentro del viento y de tus aguas,
dormidamente quieta, respirándote...

Soledad de la luz con nubes, en lo alto.

Ni una vela se asoma, ni un dulce remo
crepita, goteándote fresquísimo.

El levante lo exige, todos huyen
y te entregan a él, ¡oh mar condueño!

Ya no soy la que fui; salgo cubierta
de tremendas soledades levantinas.



AUSENCIA DEL AMANTE

He vuelto por el camino sin yerba.
Voy al río en busca de mi sombra.
Qué soledad sellada de luna fría.
Qué soledad de agua sin sirenas rojas.
Qué soledad de pinos ácidos, errantes...
Voy a recoger mis ojos
abandonados en la orilla.


ROCE DE LÍMITES

Esto que se termina soy yo. No puedo pasar de mí.
He llegado hasta mis propios bordes;
rebosaría, derramándome, si quisiera
a la Puerta de Dios llamar.
Una mirada en sí; unos sentidos todos
dentro de ellos mismos... Soy ahora
el límite total de la criatura.
Voy a afirmarme ante el No, a gritar que vine
henchida de un latido inexpresable;
y que espero me sostengan unas manos
sin pulpa de la tierra.
Todo llegó conmigo;
fabulosas miserias traje absorta
y un delgadísimo ramaje de venturas
que soñaba bosque de amor en el mundo.
De aquí no espero brotar.
Nadie me llama.
¿Voy a persistir cual una sombra
delante de tu voz jamás oída?
Atiéndeme, misterio; no te alcanzo.
¿Eres la quietud, eres violencia
                                          de quietud...?
¿Eres yo misma?


PARTO DE LA MUERTE OTRA


Para nacerte otra vez,
quiero que vayas delante
de mis pasos por la tierra,
que, aunque pequeña, es muy grande.
Aquí estás acompañada
con mi presencia diaria,
pero huérfana de ti
yo sería, si quedaras.
Por esto quiero que andes,
pasito a pasito paso,
delante y siempre delante,
sin prisas y sin descanso.
Así, cuando yo me asome
al otro lado de aquí,
estarás tú preparada
para volverme a parir.
 

LA ENTREGA


Porque el cuerpo,
todo el cuerpo albergándole a la vida
su oscura aunque preclara omnipotencia,
siempre está aquí, estará siempre.
Y quien ama y quien desea, quiere
poseer y entregarse poseyendo.
Tarde y noche, amanecer o mañana,
al amor, el amar reclama al cuerpo
en tenue caminar, o alborotado
por de lavas repleto sendero:
la sombría eternidad que da a la vida
una muerte incrustada.
Un helado volcán; ¿son océanos
lúcidos y vertigonosos
con furia de morirme mientras amo?
Porque así es la entrega del que ama:
una despótica catástrofe.
¿Soy yo así, soy yo esto, se pregunta,
creciendo de salvaje encrucijada,
viviendo de mi muerte que rescato,
con furia de morirme cuando amo?
El cuerpo dócilmente escucha dentro
y otro yo se le asfixia en la pregunta.
Cuán intacto el despertar. Ya despojándose
la invasión de sí mismo, gime el cuerpo.
Vuelve el mar reclamándolo absorbente
y otra vez se desploma y recupera.


PRIMER AMOR

¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia!
Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo
sin haberlo soñado, sin que nunca
un ligero esperar prometiera la dicha.
Esta dicha de fuego que vacía tu testa,
que te empuja de espaldas,
te derriba a un abismo
que no tiene medida ni fondo.
¡Abismo y solo abismo
de ti hasta la muerte!
¡Tus brazos!
Son tus brazos los mismos de otros días,
y tiemblan y se cierran en torno de su cuerpo.
Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido
de cosas que tú ignoras,
de mundos que lo mueven...
¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible
que un vaho lo pone turbio
y un beso lo traspasa!
¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto!
¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos,
que toda cuanta eres cayeras como lumbre
en un grito sin cifra,
desde una cordillera gritada por la aurora?
¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura
que estrenas con la vida recién brotada al mundo?
¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!
Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo
para quemar el cielo subiéndole la tierra.


INDESCRIPTIBLE

Esperar es peor que nacer,
porque solamente espera el que se muere
de esperar sin hacerse con la vida
otra cosa que esperar. El esperarte.
Y atada a esa tu espera que me gasta
y que gasta tu vida sin traerte,
aquí me estoy muriendo de ansiedades
porque cabe, tremenda, esta esperanza.
Cada día, ¡oh tú que te retrasas!
sin saber que nos vamos alejando,
es menor la distancia irreparable
de pensar, de esperar, que nos aleje.
Y aquí sigo esperando, nada intento
por huir al tormento de tu espera.
Ya no sé si allá fuera de mi vida
quedan otros o no, queda quien ande!
solamente por ti, por cuando llegues,
a solas esperándote te espero.

CONFUSIÓN

Ahora empezarás, mi vida,
a no dejarme vivir.
A que los días y sus noches sólo sean
el ahogo feroz de tu encuentro.
De tu incorporación a mí,
de tu revestimiento de mí.
A que mi sangre no sepa detenerse sola,
y se arroje a la tuya, a ti,
con la furiosa alegría de amarte,
del éxtasis de saberse tuya;
y de la angustia,
del tremendo milagro oscuro
¡que es pertenecerte!
Ahora sí; ahora.
Cuando no me busca nadie, ni yo busco.
Porque tu voz llena de altos ecos la tierra,
y tu olor los jardines más sombríos,
y de tu pecho caen las campanas de mis deseos
de ti, de mí que por ti me recobro
y aprendo, vida mía, alma mía, amor,
que es verdad que soy de carne,
que es verdad que duelo,
y gozo, y sufro, y grito
porque soy tuya.
¡Momento agotado del mundo,
éste en que te sé lejos de mí!
Apúralo todo, regresa a nuestro abismo
y déjame en ti sumida,
fuerza que se te dio sin lágrimas
de rebeldía; aunque con llanto de violencia
por verse tuya,
yo que no era de nadie,
¡ni siquiera mía nunca!,
esclava tuya, entregada tuya, amante.








CARMEN CONDE ABELLÁN, Poeta, Narradora, Maestra nació en Cartagena en 1907. Su infancia transcurre en Melilla donde vivió hasta 1920. Estudia magisterio en la Escuela Normal de Murcia y Filosofía 
y Letras en la Universidad de Valencia. Entre 1927 y 1929 publica Ley: (entrega de capricho), Obra en marcha: diario poético y  Brocal. Dos años después se casa con el poeta Antonio Oliver con quién crea la primera Universidad Popular de Cartagena. Ambos fundan también la revista Presencia. En 1953 gana el Premio Elisenda Montcada con Las oscuras raíces . Gana el Premio Doncel de Teatro con la obra A la estrella por la cometa . En 1967 gana el Premio Nacional de Poesía y en 1980 obtiene el Premio Ateneo de Sevilla con Soy la madre. Colabora con La Estafeta Literaria y RNE bajo el seudónimo de Florentina del Mar. Dos de sus obras, La rambla y Creció espesa la yerba, se adaptan para emitir en Televisión Española. El 28 de julio de 1968 muere Antonio Oliver, promocionando su esposa tres años más tarde la edición de las obras completas de su marido. En el año 1978 es elegida académica de número de la Real Academia de la Lengua, ocupando el sillón "k", pronunciando el 28 de enero de 1979 el discurso de ingreso en la Academia, Poesía ante el tiempo y la inmortalidad. A partir de 1982 y a pesar de la continuidad en su labor creadora, comienzan a manifestársele los primeros síntomas del Alzheimer. Aun así, no deja de conceder entrevistas, participar en programas de radio, etc. Incluso en 1987 recibe el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Canciones de nana y desvelo. Fallece el 8 de enero de 1996 en Madrid. Su obra poética se resume en la antología titulada Obra poética que abarca la producción de los años 1929-1966. Entre sus obras más recientes están Del obligado dolor (1984), Por el camino viendo las estrellas (1985) y La calle de los balcones azules.