Mariana Bernárdez


Simetría del silencio




De: Simetría del silencio (2009)




La antigua Sibila respondía silenciosamente, 
recostando hojas en el ala del viento. 
En el silencio, lo sagrado, lo misterioso,
 lo que está más allá del mundo.
Michele F. Sciacca, 
El silencio y la palabra (Cómo se vence en Waterloo)




Toma la moneda fulgurante
     que rodó por las calles de Troya
              hasta los pies de Helena
              antes de la mordedura fatal
No te dejes engañar pues su ilusión
               no exonera lo irreparable
Sólo hay un silencio verdadero
               y es el que se des/oculta en la simetría
               cuando el alma renuncia a ser un paria.




Durante la oración de la mañana el oráculo se cumple

Toda súplica acude en ayuda de lo por nacer

nada me es dado revelar sobre la visitación cimbreante
ni de la alianza revoloteando en rumor de gaviotas

Oración por los muertos
      para la suerte y la buena estrella

en el margen difuso y contemplado
      de las piedras y el mar

nada habrá de limpiar la sangre inmolada
ni se erigirá montículo alguno de guijarros
      para aventurar la hora del delirio

Pese en su inanidad la gravidez de la luz.







Silencio meciéndose en el irrumpir del sol. La quietud se atempera. La silueta de los volcanes en ausente cordillera corona una ciudad destronada. He aquí la inmundicia que se arrodilla en mueca contorsionando sus caderas, el ritual de la fealdad que cautiva al incauto, anverso de una gloria prodigada en una llanura de nubes:
                   Antes del antes, cuando el caer de la piedra repudia el instante de contención, y la desesperación de Orfeo no ha franqueado la ribera del Ameles en busca del alma de su alma. 
                El amor doblega, pienso, ¿o es un gravitar alrededor de un eje recóndito que asombra en su evanescencia? Dogma de la sensación: sed de sal que disipa su aridez en la piel. Misterio del fuego:
                  Silencio cuya pesantez imanta el desasosiego de pájaros, ¿seremos el mismo pulso?, ¿o abatidos rehusaremos la justeza de lo ausente?, ¿dónde el centro sin la periferia? 
Espejismo que en el confín de su extensión desprecia nuestra simpleza, ¿habremos de ser nosotros quienes fraguados a su semejanza atisbemos en un soplo el entresijo de su desabrigo? El amor, pienso, no necesariamente es una trampa mortal.



Días con tu nombre golpeando mi memoria
ahí donde el destino se impone
          cuando caminas por mi cuerpo
              sorteando el tajo del azar
        y la noche cruza su abandono.

. . .

que alguna vez fuimos armada invencible
           es una certeza que he dejado de eludir
como cierto también es que me arrojé al viento
              por desdeñar las saetas que acortaban
              el espacio entre el dédalo y el espejo

que recorrimos las senderos que unían las montañas
y bebimos el agua de nuestra boca inasible
es una evidencia que no se diluye en la pira de un zarzal
       círculo concéntrico de la bien/aventuranza

que dilapidamos la pericia
      donde la orilla quema su sombra
es limbo que habrá de desquiciar la juntura
                            de todo argumento
y que aún hechos humo no desconoceremos
      que ni por el trozar ni por el ensueño
el aljibe de nuestro beso será la sirga
       por la que tus labios volverán a los míos
                  Más allá de la sangre
                               o del grano suelto…





Si pudiera explicar el revuelo cuando te presiento
o si lo supieras                                                
con qué despliegue de huida te sorprendería
porque in/callada es la vocación que profeso de cobarde
  cuando el desvarío es atalaya hacia lo indefinido
¿habrán de serme tus palabras entrañables
         o río que en su fluir se torne ramaje?
Y llamas para decirme
que donde te encuentras
la luz de tan clara ha perdido su peso
Y miro hacia afuera y te doy el parte
“cielo encapotado
nubes en borrasca”
       Pienso
             la luz del parque ha ido en pos de ti.





Una piedra para el silencio
fuga imprevista del viento
en signo de lo que se enduele
Un relumbre en la mirada
       delata el gemir de lo ido
y la pregunta martillea la cordura
¿dónde lo verdadero
       cuando toda traza
es un requiebre desvalido
                    del pensamiento?



Me dices tantas cosas
y el mundo en desbandada
centellea en velo
          que deshila su limpidez

Anuncio del rayo en látigo
      de quien desea no estar
           apresando el sosiego
              y termina por fracturar su pulso

Escucho entonces
en el breve equilibrio del vértigo
el roce de tus manos sobre mi cuello
y sé que habrás de apaciguar los demonios
                que embisten mis noches
          y  atravesarás su ulular
                  hasta derrotarme en ti.



Noche de cuando atardece
y lo antes luz es consumado por un destiempo
            donde el aliento serpea
             y la mano derriba el aire
                       en jaloneo imaginario
Voces sibilantes colman la mirada
                  de quien mira hacia atrás
             y la parábola refrenda su órbita
             en Eurídice y su antiguo suspiro
             o en la efigie de sal de la mujer de Lot
Dime Caronte
¿es posible desertar de la quebradura
    o condenados somos
          a derramar hasta el olvido?



Demora lo vivido
   en el punto ineludible de lo trémulo
fragilidad que antecede el espasmo
        prolongando tu cuerpo en el mío
y su tañido marchita el altozano del desapego
El halo del alba y el sonido imperceptible del muecín
confirman que no es la hora
              donde lo hallado se torna demasía
           sino la infugaz
                          la del latido en niebla adentro.





Qué solos el mundo y yo
sin la sensación de ti desatando la iridiscencia
       en el desliz de tus dedos por mi espalda
       o tu sonrisa delatándose sobre mi vientre
Lejano al titubeo que nos acecha
     cuando me cuentas sobre el frente de guerra
     o del cacimbo en las madrugadas de verano
     o enumeras la oscuridad de la celda
queda el sernos esta singularidad en plural infinito
sea ello consuelo en el recuento de las bajas
           o en la desolación del firmamento.



Tu voz delinea mi rostro
y tus ojos en carbón
           incendian la luminosidad
               del bosque donde te internas
             cuando lo inmenso te cerca

             Esto es nuestro cuerpo
             un acantilado
             donde lo insondable se postra ungido ante nosotros
             y el viento acompasa con su sal el ritmo primario
                            que sobrevuela lentamente la tarde
                      en signo de haber sido anudados
                             desde lo impronunciable
              con una fuerza que nos cimbra en la profundidad

—Escríbeme
y sopeso las palabras que habré de escoger
como si al hacerlo hubieran voces
              hilándonos a la distancia


—Escríbeme
¿será posible a través suyo rozarnos?

—Escríbeme
es lunes
        el amanecer se ha teñido de naranjas
y los volcanes majestuosos me resguardan

es lunes
       y tus ojos son ahora los míos.




Aguacero en agujas de vidrio, agua que nos inscribe al deslavarnos, aguamiel de parque inundado, de calle encharcada, del serenar que sobreviene ante su silbo encadenado, de las fechas que alcanzan su término para celebrar la nimiedad de los aniversarios, como si cada imagen fuera precedida de un número y la existencia fuera un desfile impreciso de sumas y restas.
         Te nombro siguiendo la cadencia de trasfondo: un canturreo de tablas pitagóricas que me  distrae provocando el oscilar de nueva cuenta del péndulo. El equilibrio se me resquebraja de manera estrepitosa.
             Pierdo el acento, el número, la percusión, el cordel que amarra y el mazo en consonancia…
   Pierdo y huyo, perder/huir, lazo que forja la necesidad de descubrir lo impensable: una hondura donde desmerece la ley inscrita en lajas de piedra y códigos de cedros, ahí donde cobra valía lo infatigable del deseo.

                 




Esa lluvia que bate los cristales
Es la misma de ayer.
Oyes caer las gotas,
sobre aquel mundo ausente.

Manuel Ulacia, Origami para un día de lluvia


—Escríbeme

¿Qué letras hilar para no repetirte
cómo la llovizna se bate
        sobre los cristales del ventanal?
además ya te conté del aguacero
Tú que has conocido la muralla China
¿qué fascinación podría ejercer sobre ti lo que pienso?
Tú que has crecido en el sol vasto de África
y has vadeado el Amazonas

—Escríbeme

Me aguardas
como si en ello apostaras la vida
pero la mudez se regocija en mi balbucir
¿Un caligrama?
    secreto me es su engranaje
pero atesoro esta serie de versos inconexos
     que anotaste por descuido
en la portadilla de un libro anónimo

           “Bitácora del agua o la pausa del oráculo”
           “¿Qué isla extraña usurpó
                    el  mecer de las velas?”

            “¿Si mis pies no son dueños
            de este suelo
            ni del ascenso
            dónde danzarán su alboroto?”

No comprendí su parquedad
y a pesar de su falta de significación
continúo retorciendo los sedales de su fraseo
¿será porque en esa ablución se concibe lo perdurable?
o porque en su gravedad ¿habrá de persistir solitaria la palabra?
¿quizá sea en su peso milenario
          donde se renueve
                 el sentido del absurdo?

Bitácora del agua
     tus cenizas han sido esparcidas en el mar.



Las rutas del hamada carecen de orografía
No hay constelación en la bóveda
     que devele lo íntimo de su levante
malogrado es surcarlo durante la noche
cuando se es abatido
por el cerco punzante de sus arenas
y eso que escuchas en la cercanía
es el siroco encumbrando las orlas de su furia
Póstrate ante la vida que se te ofrenda
pocos son los tocados por la cólera del fuego
pocos los que conservan el memorial de su tránsito.


—Escríbeme

Ella decía que al morir no era necesario llevarse consigo algo
¿y los recuerdos?
¿lo que hace presencia en la anchura que nos in/mora?
¿también eso habrá de entregársele al olvido?
porque deshilvanar y reinventar oficio es para la demencia

—¿Dónde lo verdadero?

Tengo por cierta esa tarde andando por el bosque
deteniendo el paso para calar la hondonada
           que nos iba penetrando
innegable lo vivido en tu nombre y en el mío
y si no he de portar conmigo su transparencia
entonces insignificante será beber el agua del Leteo.


¿Grieta
     hueco
          hendidura?

¿Abismo que acusa el hurto del sueño
o lo abierto por donde se cae
o la raja por donde la bruma vierte su ansia?

Y me enseñas la fotografía de tu abuelo
de gesto adusto y de ojos enlumbrados por la neblina
adivino la corteza de sus manos quemadas por las redes
      el silencio que lo inhabitó
            en esa lejanía donde el graznido de las aves
            era el último sonido en augurio de regreso

Tu risa baila a mi alrededor
      y escancia la primera lluvia de julio
      el aire se trama contra el vidrio
      deslindando el principio entre la noche y el cielo
      y la cuenca de mi mano refugia tu rostro
      donde en promesa profieres los días porvenir.



Otro el relámpago en lenguaje de agua
se deslee en el claroscuro de su chasquido
porque uno no se cura de la muerte
como no mata la mordedura del cuchillo
sino el prodigio de su hielo trisando la piel.



Sucede que los dioses tropiezan
          y vuelcan la tea por el camino
          y el albor fugitivo plisa el rezo
          de su hálito ahuecándose en mantra
                   donde el sino ataja su zozobra
                   para saciar la avidez
                        de cuando amanece
                        y el alumbramiento
                        es bálsamo para el perdón

                        Otro el arcano
                        Otra la tempestad.



—Escribe de nuevo el abismo nos incendia

Lo demasiado usurpa en su templanza
     exiguo e infecundo es intentar ceñir
la ceniza de su blanco
                  o la brasa aún refulgente
    reverberación que colma
  porque el siseo de sus círculos
  rebasa la falacia del disertar
       y la belleza de lo efímero

  ¿cómo condenar el desvelo del ave
  o la visión que se vierte en profecía?
  ¿qué altura se habrá de ocupar en la brisa
                       al caer o ser vencido?

  Desproporción de la dualidad
  herida que astilla el sigilo
  cuando a través de lo otro
  brota en caudal lo mismo


  Miríada que es guijarro en el merodear de tus dedos
                  al elevar su marcha
               en el trasiego recitado por el almuecín
  mientras el gorjeo monótono de la fuente
                  posterga el ser alabanza de tu sombra.



Afuera el ruido ensordecedor de la ciudad
antes bosque
antes nada
             antes del antes
pero alguien dispuso la torre y la senda
el río y los peces
las baldosas de piedra y el pozo
el campo y su siembra
la geografía inédita de lo incongruente
donde lo improbable esgrime su minucia
hasta convertirse en un saber de lo oscuro
porque a pesar del griterío
del deambular de Sísifo por entre la gente
algo ocurre
     te sé
y mis labios te bien/dicen por siempre.



MARIANA BERNÁRDEZ, es una poeta y ensayista mexicana nacida en México D. F. en 1964. Estudió la carrera de Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad Anáhuac obteniendo el título de licenciatura con la tesis: La comunicación intersubjetiva en Ortega y Gasset, posteriormente realizó la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana logrando el grado con la tesis: La teoría poética en «Cancionero y Romancero de Ausencias» de Miguel Hernández; y el doctorado con el trabajo de investigación: María Zambrano: acercamiento a una teoría poética de la aurora. Asimismo llevó acabo  estudios de posgrado por la misma universidad en filosofía obteniendo el grado con la tesis: Ramón Xirau: acercamiento al Sentido de la presencia. En Poesía ha publicado: Tiempo detenido (1987), Desvelos quiméricos (1988); Rictus (1990); Nostalgia de vuelo (1991); Luz derramada (1993); Réquiem de una noche (plaqueta) (1993); El agua del exilio (1994); Incunable (1996); Liturgia de águilas (2000); Sombras del fuego (2000); y Alba de danza (2000); Todo está en la línea: conversaciones con Raúl Renán y 15 poemas inéditos (2008); Más allá de la neblina, plaquette (2009); y Simetría del silencio (2009); Alguna vez el Ciervo (2010); en Ensayo publicó: María Zambrano: acercamiento a una  poética de la aurora (2004); La espesura del silencio (2005; Bailando en el pretil (2007) y Ramón Xirau: hacia el sentido de la presencia (2010).