La libertad que se consumió en su propia llama
Jorge Ariel Madrazo
Celia Gourinski, ansioso pájaro insomne, fue siempre aquella que en lo oscuro –incluso, en las épocas en que estuvo sumergida en los sótanos de la enfermedad– supo ver más lejos y más hondo. Por algo había consagrado décadas a desnudar los secretos de la alquimia y del gnosticismo, junto a sus fervorosos estudios de Filosofía Antigua. Podría asombrar, salvo a quienes la conocimos, que este espíritu llameante se consagrara también en alma y vida –y desde sus tempranísimos cinco años– a profundizar en los secretos de la composición, el piano, la armonía y el contrapunto, al grado de especializarse en el barroco y en J.S. Bach. Más aún: escribió ensayos sobre “Bach y la música atonal” partiendo de la base del “círculo de quintas” pitagoriano.
Es claro que a Celia la prédica de Pitágoras no podía serle indiferente: ¿cómo no iba a interesarse en quien, ya en el 500 a.C., expandió las fronteras de la matemática rescatándola de los cálculos prácticos de los comerciantes y convirtiéndola en una nueva simbología del cosmos, en el filósofo entrenado en Egipto por los magos, profesor de metempsicosis o transmigración de las almas, tañedor de la lira y poeta y, sobre todo, fundador del primer sistema astronómico no geocéntrico?
Un ser presocrático ella misma, Celia Gourinski consagró su aventura vital (1938-2008) a la poesía, íntimamente vinculada en ella a la valiente subversión del vivir y a la más radical revolución del espíritu. Celia animó los primeros pasos del surrealismo en la Argentina donde, como se sabe, este movimiento omniabarcador tuvo una insurgencia muy precoz: ya en 1926, casi en simultáneo con Bretón, un núcleo de estudiantes de Medicina capitaneado por Aldo Pellegrini fundó en Buenos Aires el “primer grupo surrealista en un idioma distinto del francés”, según la conocida expresión del mismo Pellegrini. Su vocero visible fue la revista Qué (dos números, en 1928 y 1930), cuyo sello distintivo fue el de aportar sin excepción materiales de los propios animadores argentinos; es decir, no rindieron culto servil a sus admirados maestros de Francia.
Pronto se sumarían a esa luz radiante los nombres de Enrique Molina, Carlos Latorre, Calia Gourinski, Julio Llinás, Olga Orozco, Francisco Madariaga, María Meleck Vivanco, Juan Antonio Vasco, al lado y en estrecho contacto con Oliverio Girondo y luego con Edgar Bayley, entre otros nombres decisivos.
Celia era la más joven, casi amparada por sus hermanos mayores como se ampara a un ángel-demonio promisor, en especial por Molina (dicho sea de paso, su gran amor confeso hasta los últimos minutos del autor de Amantes Antípodas)
Celia era y es artífice y vehículo de la palabra en libertad:
Sólo me recibe la intemperie
Cuando me despiden las odas familiares, cuando vago sola en la espuma de los sementales de Dios, la intemperie me cubre con su manto ávido de destruir fronteras
Ábreme, amado, ábreme en el dominio del aire y del sueño. Iremos juntos a velar a nuestros hermanos del sol
Sólo quiero que la intemperie nos una en la alborada de los que buscamos oro en la ciénaga iluminada por la palabra libre
Intemperie, sálvame del sofisma de los sabios impuros, de las canciones laudatorias en la boca del Domesticador
Aviniéndose a regañadientes a publicar libros, este raro colibrí-dragón del aire nos entregó sucesivamente Nervadura de Silencio, Editorial Malazán, 1958; El regreso de Jonás, Editorial Rayuela, 1971; Tanaterótica, Editorial Botella al Mar,1981; Instantes suicidas, Torres Agüero editor, 1982; Inocencia feroz, Editorial Argonauta, 1999; En ocasión de la aparición de un Cometa, 1952-1999, Editorial Narvaja. Y dejó inéditos Cadencia rota y En la comarca (narración poética). Por supuesto, su obra figura en antologías y diccionarios especializados y fue traducida al inglés, francés e Indi.
Otro destacado poeta argentino ya fallecido, Enrique Puccia, en un extenso comentario dedicado a Inocencia feroz, libro que traía dibujos originales de Enrique Molina, tuvo palabras tan certeras que considero un acto de justicia transcribirlas aquí:
En Inocencia feroz (Gourinski) parece disponer de una mayor libertad, hasta hacer de su práctica un ejercicio ilimitado. Consecuentemente, lo que antes se presentía como el umbral de algo más allá de las palabras, es ahora ese más allá, a partir de una exploración más profunda de los sentidos. Gourinski, al igual que otros grandes poetas, hace gala así de una percepción extraordinaria, al captar el verdadero dictado interior y desestimar cualquier presupuesto que comporte una adhesión incondicional a determinada estética.
Este libro se abre con un poema, ‘Visiones’, en el que la autora celebra ‘lluvias que anudaron’ ese ‘beso tan largo’ y la ‘estadía en la intemperie, con plegarias sin destino’. De eso se trata el libro: una sucesión de leyendas majestuosas, despojos feéricos e insignificantes cuartos perdidos, donde una ‘puta mágica sagrada’ o una ‘amante de boca ensangrentada’ se pasea por ‘bosques como matas de pelos en el lomo de la loba y en las axilas con olor a cielo’.
Pero es en ‘Carta muerta’, el segundo poema, donde está la clave para acceder a ‘lo absoluto real’ del que habla Novalis y que, en mi opinión, constituye el núcleo fundamental: ‘Y me uno a ti, señor/ en la deriva’. Y en esa deriva ‘late (tanto el) bello gemido en las caricias de la niña perversa que se entrega a siestas prohibidas’, como ‘el alcohol que (una) boca derrama en (su) vida’. Y también la ‘mujer, niña, padre’ que huele a ‘selva y glaciar’.
De esta manera, al lograr que el contenido se corresponda con la expresión y ambos se fundan en un cuerpo de notable belleza y esplendor, Celia Gourinski alcanza cimas de gran perfección y plasma una de las obras más originales y significativas de la poesía argentina de los últimos años.
Hasta aquí Puccia.
A lo que se suman, como un ácido fecundo, algunas reflexiones de la propia Celia sobre la obsesión poética a la que entregó su existencia:
La poesía es una llaga necesaria. Es un espléndido parto doloroso: surge del conocimiento por ese deseo, un acto de amor con amor con muerte con odio con densidad. También es Mutación: nace un engendro –la obra- y crece hasta convertirse en un solo ser con dos cabezas, dos sexos, un cuerno y alas, clamando por parir a su padre. Cundo lo logra le da el beso de adiós a su progenitor-creado y se desprende mientras lo mata, mientras sonríe con entraña, su nuevo Nombre.
La poesía es un no tener más remedio. Cordón umbilical que relaciona y confunde al hombre con lo sagrado.
Por mi parte, me propongo cerrar este breve homenaje a una de las voces mayores del surrealismo en la Argentina –y una voz excesivamente olvidada, pese a que eso mismo quería ella en su búsqueda obstinada del bajo perfil– recuperando algo de su personalísima cadencia, de su música entre salvaje e inocente, mediante un poema que nos deslumbra también desde Inocencia feroz:
Inocencia después
Inocencia, no desesperes en la culpa de los cuerpos marchitos
Ellos nunca fueron elegantes, nunca un fulgor echó sobre ellos su hechizo
Inocencia de bellas crueldades, acompáñame a recorrer lugares reservados a los dioses burlones, que juegan a devorar toda ley inventada por sus vástagos
Mira mis rodillas poco sumisas en el reino del verano
Mira mi escondrijo lleno de cofres que guardan ropajes saturados de hastío en las maravillosas familias
Mira la sombra de despedidas apresuradas, erróneas, que se convirtieran en reflejos extremos del amor, oh tembladeral de vidas
Te invito a pasear conmigo en los bosques, matas de pelo en el lomo de la loba, en las axilas con olor a cielo, en el duelo de los romances perdidos
Porque contigo he de cruzar leyendas majestuosas, despojos feéricos, insignificantes cuartos perdidos en la hondura de tu estigma, resurrecta orden de no obedecer al amo más que cuando se acerca el mediodía del espanto en el recinto vecino allí, donde el muerto querido alza una copa de alcohol y aúlla concediendo una visita al infierno
Tu ríspido imperio me eriza, me vuela, me estremece, me hace desear padecer partir sin consuelo. Tu sombra anega, prisionera de los viajes trazados en el vértigo del soñador
Puta mágica sagrada