La guerra en la flor del aire
“Salí del nido con el embrión vegetal sobre la frente”, y te chocaste, mamá, con la clemencia de la especulación y no quisiste pudiste la guerrilla del status quo. Y ahí vino el trino de torcaza y su filosofía de ceguera, la tanada de la estirpe sastre y la superación social, el relincho de un alazán indomable que lavabas con sarnol en la laguna, un compañero, un hijo, la poesía.
Lucio L. Madariaga
Prólogo
[Fragmento]
[Fragmento]
LA GUERRA EN LA FLOR DEL AIRE
CANTO PRIMERO
Caballo alazán
canto asirio en las ventanas del mundo.
Yo tengo solamente ríos en tu frente, que van del lago
relieve a la cintura de mi razón.
Cuando salían las embarcaciones, los puertos te dejaban
su paz
y allí olías el terror desnudo del océano y allí dios te
arrancaba de tu sueño ligero.
Pasaron vientos diversos por tu espacio entre tanto sueño
virgen.
Llegaste...
si lograbas recordar.
El hombre salía de su armadura y en las velas el viento
dejaba pasar su puerta.
Un paso en la greda, donde infinitos destinos se
cruzaban, como el ave de barro.
¡Qué nube pesada cayó sobre mí!
Tomé el color de los carros que había visto en mi infancia,
Flechas Babilonia.
¿Qué nube, cuando recobré la atmósfera surgió de las
sombras?
Desembarqué...
si lograra recordar cruzadas, fortalezas,
cansancio, odio, espuma.
Los rasgos de los tiempos me quedaban marcados, grabé
día y noche el nuevo rastro.
Yo, que entré en los cañadones perdido por la dulzura
del aire y no pude escapar al cielo, con la lanza en mi
costado cruzando la aurora.
Pude dormir porque todo lo crucé, galopando como un
diablo coronado de escamas cobrizas.
En el valle la tribu descansaba y yo bebía de todos los
inciensos ángeles.
Me alisté para la guerra en la flor de aire, para los
conjuros en voz baja y aquellos alaridos, aquellos
tambores...
Después el sudor cayó sobre mi anca con las últimas luces buenas.
Silencio vastedad...
el trueno que de noche me quiebra es
alivio y templo parta mi sencilla sed.
Porque encontré el eslabón de la verdad.
Si lograra recordar aquél canto.
CANTO SEGUNDO
Hay una mirada que marca todo como una flor que
vuela silenciosa en la imagen del destino.
La morada de aquél que ha visto caer su corazón y la paja
que cobija o que arde cuando no se sabe alzarla.
GRACIAS
mi tibio ser de enjambre se vuelca la espuma de tu
lúpulo sobre mi ansiada paz.
GRACIAS
cuando el vuelo de tus crines deshacen todos los
martirios modernos.
GRACIAS
por la imagen de tu pupila óvalo intenso donde ha
nacido en mí el cosmos único de la alegría.
He conocido mucho sobre tu lago inmaculado en tu
suave marea.
Han caído lluvias sobre la sed de los infiernos una rama
precoz a mi alcance cayó fulminada.
Llanura intemporal de poca memoria el pastizal se hunde
en vahos de impotencia en trastornos de patrias azules.
GRACIAS
por el sonido y el lamento de un cielo bajo una
maravilla un horror en marcha subterránea.
CANTO TERCERO
Compañera de vendavales
de la magia de las estrellas, del verdor
de la ciencia. Hay un color que no cambia en los ojos si
se responde a la primera luz.
Aquella que ha creído y descreído porque su paso era
inevitable, como una sustancia llevadera en los labios
que ilumina.
Aquella que cabalgaba en los silencios, mientras
se nutría de todos los ritmos del universo que la despertaban a
las corrientes.
Y es de golpe el viento
que suelta el sopor de los muertos,
porque la muerte ha pasado por tantos siglos que no
llegan...
Es aquella que ha subido a las altas piedras de la religión
del sol,
aquella que ha golpeado el tambor, que ha tratado y
reclamado el paisaje como un germen por escuchar.
Y es dios, caballo, espuma de los demonios, de las fieras,
de las aves sagaces, de los sauces dormidos en el aire de
la materia.
Y es filamento
duración
incienso que trenza y destrenza el polvo
en armonía.
CANTO CUARTO
Es todo inútil tierra de esmeralda.
Inútil aquel rastro de entraña que quedaba en el aire
como un reto azul.
Aquellos que han quedado flotando...
Un alazán salía del fondo del reino de las cosas, salía
y entraba porque no había mano ni espacio que lo
preparara todo.
Entraba y salía pez de la atmósfera, pez del fuego de una
cuenca vacía.
Nunca el calor, nunca la herramienta carne y cósmica o
el agua revelada en esfuerzo y armonía.
Y mirabas la mora como un milagro brillante, detrás de
algún horizonte.
VENAS
venas de la tarde que nací, cuando ya veía el cielo.
Venas que me cambiaron de rumbo los astros, oh qué
universo membrana de ciencias, qué gota de miel en
mis humildes sentidos.
Y fui una materia en espera cuando mis rojas
amapolas cantaban, porque no pude cambiar el
curso del tiempo
pagué mi precio de inocencia.
A veces pasaba una caricia, tal vez el destilar del
viento o alguna victoria a la soledad.
El paisaje florecía y se derrumbaba por dentro, sin
ruido
sin dolor.
Faltaba el aliento que se une a las mañanas de hierro
y la razón.
Faltaba el espesor, el equilibrio, el
vano de una puerta en maravilla, el pan concreto de una gramilla
empañada.
Por una vez sería mi mágica visión el desenredo de
noches y días sin manto, junto a una canción muy
lejana como una alabanza a un dios antiguo.
CANTO QUINTO
País de fiebres
ven a contarme tu martirio.
País aguijoneado por el sol sin quimera.
Ven acuérdate de la mano ámbar que pasó sobre ti
en una lucha secreta.
Acuérdate del dulce y riguroso animal que cantaba el
único mediodía con brazos y destinos trazados por la
conciencia.
No había llegado la geometría más que al designio del
viento, el arroyo sembraba de mapas la tarde que
enrojecía de naranjos.
Acuérdate que estaba la salvación prevista, el paraíso
montado en brillantes almas.
Ahora todo estaba ausente.
Ya no pude conocer ese disco que detenía la respiración
en la noche, cuando yo avanzaba en la gramilla mi sed
de alturas.
¿Qué era, tan blanco en la quietud de los infiernos?
Solía posarse sin temor en lo alto, como una palabra
demasiado perpleja del infinito.
...la boa era más vibrante en la espuma y los nidos sabían
hundirse más en sus pensamientos.
Yo giraba sobre mis crines bebiendo sin reservas.
Mis amapolas van cayendo a un vacío helado,
rodeadas de la agonía de las especies.
En el alba el frío me descalza los últimos leños, oh el
rigor es muy duro para mis ojos y el árbol.
No tengo reparo en el aire del sol perfecto, mi viaje
interminable no se recuerda ni como oración.
Mis amapolas van poblando la esfera eternamente
inconclusa.
Aquella torcaza que me dejó sus huellas, cómo trinaba
en silencio...
Un resorte, un gran peso toda la vida por el vasto
yacimiento de un sueño, en una llanura que se retira
lentamente a sus orillas.
1.- «La guerra en la flor del aire» fue publicada originalmente como plaqueta por Interlínea [Buenos Aires: 1973]. Es recogida en Élida Manselli, El Hueco de un relámpago. Antología Poética preparada y prologada por su hijo Lucio L. Madariaga. Publicamos esta selección de sus poemas como Adelanto de Libro. Editará proximamente El Suri Porfiado © Herederos de Élida Manselli. Analecta Literaria agradece a Lucio L. Madariaga y a la Editorial El Suri Porfiado la cesión de estos textos como Adelanto de Libros.
ÉLIDA MANSELLI, poeta y pintora argentina, nacida en Buenos Aires, República Argentina, en 1941. Ha desarrollado actividades en las Artes Plásticas y publicado los siguientes libros de poesía: La guerra en la flor del aire (1973), Gracia-Torcaza (1978) Manantiales que reinan (2005). Ha recibido el Primer Premio Municipal a Obra Inédita, por su libro de poemas Gracia-Torcaza, Ciudad de Buenos Aires, 1974. Se han realizado traducciones de sus poemas en varios idiomas, ha participado en numerosos congresos, jornadas, recitales y revistas literarias nacionales y del extranjero. Fue la segunda esposa del poeta correntino Francisco Madariaga. Falleció el 26 de enero de 2013.