Luis Thonis


Lectura de los dedos




Siempre consideró que la frase “no hay nada que festejar” no le decía nada que le impidiera el hacerlo. Había algo y mucho: los colores, la luz, su respiración, los juegos amorosos, sus amplias pestañas indagando sus ojos azul marino más allá de la línea de los pescadores y que existiera la literatura y estar listo para las palabras que musita la vida sin que sean oídas. También se tomaba por alguien honesto pero para probárselo tenía a veces que robar y festejar tanta rectitud.

El objeto no tenía importancia, podían ser cien mil dólares o una chuchería, lo importante era el acto que probaba lo que no era. Por cierto, robaba chucherías insignificantes para no perjudicar a terceros y que no suponían el riesgo de una guerra de policía donde algunos matan para probarse que no son asesinos. El robo tenía que darse en una pequeña aventura individual porque hacerlo desde el estado ya era una forma normal de honestidad...

No podía tomarse como avaricia ya que era capaz de prestar sumas importantes dadas sus posibilidades aunque cobrarlas se volvía un calvario. También si se encontraba plata hubiera buscado noche y día al dueño. Nadie por eso lo comprendía, sólo la mujer que lo amaba, que ante cada despropósito suyo se divertía y más lo amaba. 

El robo no era cobrarle una deuda personal a otro, hacerle pagar a un tercero una fechoría sufrida, no tenía que ver con eso  sino la confirmación de que el robo no era lo suyo. Sólo se prohibía hacerlo con golosinas o chocolatines porque era algo infantil que no podía tomarse como un delito.

Se inspiró en la cola de la gran farmacia donde había pasillos con mostradores donde abundaban todo tipo de objetos, jabones, chocolates, lociones, perfumes, cremas y otros frascos que desconocía cuando vio un habano que resultaba seductor. Lo tomó sin mirar a nadie, porque cuando uno no mira a nadie tampoco es mirado por una reciprocidad no escrita en los códigos. 

Lo peor que se puede hacer es mirar al que vigila. Tomó el habano y al salir tenía ganas de correr para disfrutarlo pero las calles estaban atestadas de gente. En su depto no estaba su novia que ni bien lo veía con un pucho se le tiraba encima llenándolo de besos con un “no quiero que te mueras”. Entonces él le tomaba la mano y le leía los dedos. Nada sabía de artes adivinatorias pero siempre acertaba en el momento de inventar. 

Eso de leer la mano era engañifa.

Son los dedos que hablan del deseo, la mano es un instrumento pero cada uno de los dedos que la componen no, son los dedos con los  que se toca el piano y no la mano, me basta tocar tus dedos para que la música comience, le decía mientras daba pitadas, por ejemplo, que en este momento su excitación moral se volvía sexual y se prometía más que nunca amarlo. 

Ella para agradecerle le mordía la mano y a él no le importaba porque había cumplido su objetivo de fumarse el cigarrillo. Ahora ella no estaba y era el momento adecuado para un prívate joke. Festejar precisamente porque no había nada que festejar es algo que suele despreciarse porque no tiene precio.. 

Mientras preparaba el café trataba de quitar el papel del habano y se iba complicando más hasta que tomó un cuchillo para abrir el cuerpo del delito. 

Cuando el café se calentó se extendió tomando un libro cualquiera y abriéndolo en una página cualquiera mientras prendía el habano. El encendedor no lograba asomo de llama, probó con fósforos  y tampoco hasta ver que el habano sangraba de una suerte de líquido marrón y se dio cuenta que era un chocolate diseñado como un puro. Lo probó y era delicioso mientras se leía los dedos de la mano y guardaba el chocolate para dárselo a ella: comprobar que no era un ladrón y el rostro infantil que se dibujaría en ella eran suficiente motivo de festejo con champán francés y ramo de dalias. 



LUIS THONIS, poeta, narrador y ensayista argentino, nacido en Buenos Aires en 1949.  Publicó en poesía Siglo de manos y la criatura (1987), Eunoe (1991); Cuerpos inéditos (1995) es un extenso volumen de relatos y poesía. Estado y Ficción en Juan Bautista Alberti (2001), ensayos; No vienen avispas (2012) es otro libro de poesía y Milagro infame (2012) un volumen de relatos. Algunos poemas suyos se incluyeron en la antología 200 años de poesía argentina (2010). Ha colaborado en diversas revistas literarias.