Liliana Díaz Mindurry


El mundo en continua disolución: 
Una lectura sobre «Cazadores en la nieve»
de Liliana Díaz Mindurry
      
Por Enrique Solinas


      
La écfrasis (ἔκφρασιϛ, que en griego antiguo quiere decir, 'explicar hasta el final') es la representación verbal de una representación visual. Umberto Eco considera que “cuando un texto verbal describe una obra de arte visual, la tradición clásica habla de écfrasis”. Por esta razón podemos afirmar que el libro Cazadores en la nieve de Liliana Díaz Mindurry, se enrola en la tradición de la poesía ecfrástica.

Desde la antigüedad existió una relación entre la pintura y la poesía, y en el Renacimiento llegó a ser algo natural entre los intelectuales de la época, que vieron a la poesía y a la pintura como quasi fratelli, al decir de Ludovico Dolce. En esta casi hermandad la poesía es la hermana mayor y la menor es la pintura. Para ganar la equiparación, muchos se apropiaron del dicho de Horacio, “Ut pictura poiesis”, o lo que Plutarco atribuyó a Simónides de Ceos: “la poesía es pintura que habla; y la pintura es poesía muda”. También, Pablo Picasso, ya en el siglo XX afirmó que “la pintura es poesía; siempre se escribe en verso con rimas plásticas”. 



                    

A partir del cuadro “Los cazadores en la nieve” de Pieter Brueghel, Liliana Díaz Mindurry crea este conjunto de poemas que como un rompecabezas va contándonos cómo es esa representación visual, desde una contemplación subjetiva y contemporánea, en contraposición a la edad histórica de la pintura. El cuadro representa al invierno en Holanda. Desde un primer plano elevado podemos contemplar el paisaje que deviene hoya y nuestra mirada acompaña esa caída abrupta. Por la izquierda del cuadro aparecen los cazadores, vueltos de espalda, seguidos por la jauría de perros. Entre ellos, las siluetas negras de los árboles van trazando una diagonal que lleva hacia el amplio paisaje que se abre ante ellos. Esa diagonal domina la pintura El color blanco se instala en todo el cuadro. Sobre dos lagos helados, se practican juegos invernales. El cielo es color plomo, dos cuervos aparecen en la escena como así también una mujer atizando una fogata y otros detalles que hacen de este cuadro una fotografía de la vida cotidiana en Holanda, en ese momento histórico.

El cuadro de Pieter Brueghel es la excusa que toma Liliana Díaz Mindurry para narrar en forma de poesía aquellos tópicos de interés que desarrolla sistemáticamente desde su primer libro de poemas, Sinfonía en llamas, donde también indaga en la poesía ecfrástica, y en su segundo libro de poemas, Paraíso en tinieblas, crea una serie de poemas en torno al mito de Aracné, basándose en los grabados que hizo Gustav Doré sobre el mito. De esta manera se coloca dentro de una tradición para luego romper con la misma y darle preponderancia a la imagen sobre la palabra. En este universo anclado en la posmodernidad, deconstruye a través del dictum toda materia que forma parte de aquello que llamamos realidad, realizando puestas en duda sobre todo lo que existe y comprobando que todo lo que existe está destinado a su disolución, hasta el mismo lenguaje con que enuncia y denuncia este hecho único y real. El resto del mundo son posibilidades que los sentidos no son capaces de comprobar. Por esta razón, la verdad última es la nada, el vacío oscuro hacia donde todos nos dirigimos. Y mientras nos dirigimos hacia ese fin, en el camino soportamos la locura, el miedo, el dolor, que son los verdaderos conceptos que dominan nuestra existencia en el aquí y el ahora, con cierta melancolía. 

Todo muere sin que lo podamos evitar, y para demostrarlo, el mundo de las imágenes es el más propicio para evidenciar el frenesí de la hecatombe, con recursos constantes como el oxímoron, los contrastes fuertes, sinestesias, todo en una de las formas barrocas del decir.

En este quinto libro poemas de Liliana Díaz Mindurry podremos encontrarnos una vez más con una poética vaciada que existe en la medida que puede describir ese vacío constante a los que nos somete la suma de instantes que atravesamos día a día.

Poesía de belleza distante y humana, vertiginosa y oscura, celebremos la aparición de este nuevo libro en la tristeza del existir, en la presencia constante de su simple melancolía. 







                                       







Liliana Díaz Mindurry
Cazadores en la nieve
[Selección poética]






MAL COMIENZO 

Porque no era así
(ni es así):
La luna no alumbraba compasivamente el espectáculo
de los cazadores en la nieve de Brueghel,
como no alumbraba con la misma compasión  el mal aliento del sueño donde un campo blanco
seguía hasta el fin del mundo (si es que eso termina),
ni menos la ecuación que hacía un niño, del otro lado del mundo,  en su clase de matemáticas
bajo alguna mirada descolorida de maestro
tan descolorida y ciega
                                        como un cielo de invierno
                                       descolorido y ciego
con cazadores que van a ninguna parte, abrigados por sus perros flacos
oscuros como ellos
tan oscuros
tan ciegos
tan descoloridos
como ellos.

Dije:
Porque no era así
porque no es así:
hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio,
que unos cazadores pintados
que una tan calma mecánica de lo que se disuelve
de
lo
que
se
  disuelve.




HOMBRE SOLO EN LA NIEVE


Hacía que no estaba,
que la luna no se había hundido en el fondo de las estanques
que  los otros no crecían a su alrededor, extraviados, a zarpazos,
que la espesura de las frases, mis frases, las frases de cualquiera, corrían a gran velocidad hasta perderse,
que guardaba una copia del mundo entre los dientes invisibles
que no había maleficios ni palabras astilladas, dispersas,
que no tenía el amparo de un nombre que pudiera defenderlo
contenerlo,
explicarlo.




HOMBRE DE LA CARRETILLA EN LA NIEVE



Debía ser paciente y esperar
que en la mancha obstinada de las casas,
algún día,
esas bestias dormidas
saldrían al patio de las calles
sin la luz de las vírgenes tontas o el degollador que no conoce pesadillas.

Esperar que se abriría el jardín cerrado de los ojos
y dejarían de vigilar a los muertitos durmiendo entre calas agrias y conversaciones idiotas

O que recordáramos cuando de niños alguien nos tapaba mientras se destapaba la luna,
como retazos de una fiesta olvidada.

A cierta hora una olvida quién es.
Habrá que preguntarse.




NIÑA JUNTO AL FUEGO 


Las horas en un cuadro se tuercen o se doblan,
hay una dulzura huérfana en esos momentos de estar en un cuadro
y ser una niña destinada a desaparecer
como todo.
Fuegos mecánicos,
virtuales,
presuntas palabras de amor que algún día se quedarán sin huella.

Morir es la simpleza,
el completo
aburrimiento.




MUERTO EN EL HIELO 


Alguien me dijo que la muerte es un cuarto lleno de luces
pero yo sé que es el olor disperso,
                                                            estancado
                        del hielo.

Se me hace que esa luz de invierno ha matado al muertito
o que le duele el frío en tanta agua
mansa
dormida
sin sueños.

Sus viejos pensamientos de viviente ya congelados
suben a lo más alto de los techos
y miran a las gentes.
Otros desde las ramas tienen forma de pájaros y tienen hambre:
los hay  que se suben a los perros que olfatean pisadas, presas escondidas,
los hay que señalan a la locura
que delira de tanto blanco:
la locura hunde sus lindas uñas en la escarcha,
patina cerca,
desentendida,
como si nada.
Nada.

El silencio o la locura  son  joyas raras de este mundo
que se deben guardar.