María Eugenia Caseiro | Poemas





NO ESTUVIMOS ESA NOCHE EN LONDRES



No tuvimos una noche en Londres
(como debe ser)
una noche cualquiera pero en Londres
para pulir la torva mascarada del poema 
la muesca encanecida de un poema
gris poema torpe y gris 
ese gris tropical que desconoce la nevisca
un poema lluvioso anquilosado en su pastosidad
de no jugarse el todo por el todo.
No estuvimos esa noche en Londres 
(como debió ser)
una noche cualquiera pero en Londres 
sirviendo de amuleto en contra del calor
en contra de esta capa pegajosa 
de mosquitos hambrientos gusarapos y alimañas 
enredados al gesto de ejemplares sin flema.
Y el poema se arruga como un garabato
que entierra su raíz entre las horas
y apuntala la ausencia de esa noche en un tiempo sin marco.
No tuvimos esa noche en Londres
(que debimos tener) 
validando el frío grisáceo y luminoso
de la lluvia extranjera abriéndonos los brazos
sobre el brillo del Támesis.
Ni siquiera tuvimos la muesca del poema
y nos pesa su ausencia como la adversidad.



SI LA FAROLA PIERDE LA RUTA Y SE ENAMORA...


 Tiene la noche un hato de culebras sin ojos
 a la caza del sueño.
 Tiene además el rostro pintado de carbón
 sobre las cicatrices. 
 Un farolero absurdo sacado del Averno
 con cuernos enroscados a la vara canela
 apagando esmeraldas y asustando a los perros
 que cuelgan de los palos huesudos y encendidos
 al centro de las perchas.
 Duele la noche duele la más negra de todas
 si las culebras ciegas descarrilan los trenes
 cuando las pesadillas escombrosas aplastan
 con elefantes rojos las manadas de abejas.
 Duele la noche duele si se lava la cara
 y descompuesta enseña su cicatriz al mundo
 mientras se abre apenas el pozo de la luna
 pobre luna encendida devorada y sin piernas.
 Duele la noche duele si la farola pierde
 la ruta y se enamora de una ventana abierta
 y se hunde en su centro como el recuerdo mismo
 de una sombra grotesca
 dejando atrás la calle calcada en las quimeras
 azules y amarillas pintarrajadas calles 
 de besos sanguijuelas y payasos sin rostro
 que orinan el abrazo y pisan las agallas
 de los peces del cielo.
 Duele la noche siempre detrás de las cortinas
 debajo de la cama
 en las altas paredes del reloj afilado
 sobre las horas muertas en su pasillo lento
 rebanando cornisas en los ejes del tiempo.
 Duele y duele la noche en la metamorfosis
 del manual de los gatos altos inquisidores
 fabricantes de huellas que borran los tejados.
 Duele la noche siempre en el ojo capcioso 
 de la tijera insomne cazador ya sin párpados
 en la nariz del árbol de toda epifanía
 en el oro vacío de la razón errante
 en el peso del polvo sudado de aquel mármol
 debajo de los santos cuadrados de los juegos
 y hasta en la artillería de los muertos cansados
 terribles roedores del silbo en la penumbra
 consumidos de duelo.
 Duele y duele la noche en cada extravaganza
 de la anónima cópula del ojo con el dardo
 y desambiguación de la carne quemada
 en la máscara absurda a medialuz del miedo
 en la sombra del último fantasma equivocado
 aferrado al pulmón de un tierno abrazo.




SOLILOQUIO


Dentro del botiquín descalza con la risa
que siempre se acompaña del bramido del marco 
que contiene los ecos y el augurio del viento
veo la caravana impune de los días
asaltar con sus horas como un juego de niños.
Parece que me escondo mirándome a mí misma
apoyando el reflejo del oscuro en que salto 
con los pasos del tiempo en la hoja del mundo…
pero viajo en mi marco como un barco perdido
que se aleja del llanto con su risa 
                                                        sin ruido.   
     
                                                        

ISLOTE CON TAZA Y ÁRBOL 
  

  Un hombre espera solo 
en el islote del verano  
con la taza fragante
a retrato de mujer.
  Sentado bajo el árbol 
cansado
           poco a poco
recoge las palabras 
que dejó revueltas la resaca
     sobre el húmedo silencio 
              de la playa.





FIGURAS EN LA CERA DERRETIDA

                           «haber viajado tanto inútilmente»
                                                                 Teo Lecman


Las páginas del tiempo maduran lentamente
como si una puntada al borde del acaso
atravesara el libro que parece más bien
una raíz      un freno      no la rueda afilada
que rebane la sombra      el olvido y su curso.
Las lunas y los soles se empecinan y saben
cómo se hace del tiempo esa eterna constante
de mover la distancia y tornala en silencio.
Las lunas y los soles que han hecho su camino
con figuras que nacen de cera derretida
completan el vacío con raros interludios
y llenan a su paso los renglones del tiempo
con lenguaje de honduras y entronques con fantasmas…
con verdades que asaltan con sus desprendimientos.
Las lunas traen siempre aquel dolor de sombra
de voces ya marchitas para decir me duele.
Los soles son acaso esa franja de luz que lo atraviesa todo
y hace del sol un sol y del día ese paso
marcado por el ritmo de un reloj que se aburre
si le arranca a la nada cada retorcimiento.
En esa plenitud de espacios y entrevueltas
el tiempo multiplica la voz de la distancia
y el viajero encarnado en las páginas del libro
avanza o retrocede con cada circunstancia.
Hay caminos que asaltan a la noche en su seno
dejándola en la nada de un sueño que se parte
como el hombre perdido tras los restos de un barco...
y siempre nos asusta la luna en su cadalso
convidador al tedio de aquel renglón en blanco.
Los soles siguen siendo esa franja de luz que atraviesa la nada
y hace del sol un sol y del día hacen lapsos
marcando la constancia de un reloj que no cesa
y le arranca a la suerte tal vez el fusilazo
de la muesca en la rueda
en la que huye el viajero del libro interminable
donde se ríe y llora la ilusión afilada.
Pero hoy brotan las piernas tirando de este cuerpo
y arrastran con esfuerzo los puntos cardinales…
las lunas y los soles.



VIDRIO SOPLADO FUMADOR BEODO LECTOR DE LOS PERIÓDICOS


Mientras crece la inutilidad de los periódicos
para que consumas los detalles
en la caballería burlesca que rige el contenido con sus signos
los sopladores de vidrio crecen la burbuja incandescente
crece el sol crece la fuga en todas partes crece
y el cansancio dejará de ser un acto voluptuoso
para hacer de ti un anciano hecho de vidrio
para convertirte en la visión palmaria que acentúa 
en la caquéctica escenografía
de una silla atónica sobre la que tu esqueleto 
rompe el vacío de las formas 
la insinuación de la burla como en un cuento de Casas.

Mientras las inscripciones sobre el vidrio soplado 
cumplan con las cláusulas que enferman 
gravemente a los asiduos
no habrá quien detenga a los beodos
ni la marcha gigantesca del absurdo apagará el oído.
Sus voces serán siempre el andrajo pegajoso 
resbalando del molusco de tus ojos
enrarecidos ojos crecidos como el vidrio…
y el catártico batir de la quijada 
derrumbe catastrófico del puente 
que acaso pulverice el diccionario.

Mientras los símbolos rueden sin tropiezo
por el cuello del vidrio resoplante 
seguirá tu garganta siendo embudo 
hasta drenar la herrumbre de las horas raquíticas del humo.




COLADOR DE ARQUETIPOS QUE PUEDEN CONDUCIR AL ÉTER



               «Y le toca un collar hecho con los eructos de Jove ebrio».
                                                                             Lezama


La pobreza se derrama toda lentitud
su remo es un estorbo en las manos que cuelgan.
Cuánto podría escaparse al tramo navegable
de su equivalente      desvanecimiento que antecede
al decir de Nen Santalutgarda el vaquerito     al éter.
Ese éter contrario a la pobreza que es la pobreza misma
del hilo del que tiran los destinos…
el blanco el negro el rojo     indestructible tenso
sin mecimiento alguno ya en los brazos huesudos
en que caduca ex glorioso el giro de la pantomima.
Hace un rato Noé       amigo agargolado
que arrastra los zapatos de piraña
me regaló un periódico. 
¡Ah! siempre retrasado como aquel tren lechero
no supo atemperar las entrelíneas del desastre
y hoy los ojos que leen el naufragio
no logran engarzar sus épocas de tinta 
a la caída grotesca del tintero perdido 
bajo la frialdad del alba.
No hay camino seguro no hay camino más bien
ni siquiera el oculto aleteo de la inercia
allá en el peristilo de la nada en que aguardan
los juglares sombríos con el último trueno 
estertor de madrugada
los pétalos insignes del alba prehistórica
el costillar del día con su hora duodécima
regalándose a un sol atormentado y paria.
Después atardeceres parroquianos con rondas 
de cerveza y de gula camaleónica abstrusa
y la noche se burla acantilada y osca de los bufones ebrios
egoístas que ignoran el vacío de las pobres gargantas.
El inútil cartel de John sea food que atrajo el hambre
al alma de los parias lloradores de blues melosos y cansinos
entretejió sus signos con notas de parálisis
sobre el atril del tiempo de inlograble acomodo.
Pero el eructo sobrio fortuito desprendido 
de un collar milenario
cayendo ante la búsqueda de nadie
es ya mismo una suerte de embajada difícil…
envío del demiurgo para sembrar la nada.



CONTEXTUALIZANDO EL ÉTER


     «...en un danzón que exterminó
     la vida real». 
                        José Luis Santos
  
Así una tarde
                       -digo tarde 
por la obtusa manía de apartar
tal vez un lapso del éter 
(el que Einstein no incluía en el espacio)-
el amor que tampoco pertenece a él 
ni al tiempo real
probó a restarle al verso potestades de cuchillo.
Yo insistía en mantener el paso del danzón
un cuerpo a cuerpo entre los brazos de la música
dotada del sentido de lo efímero 
de la caducidad...
Acaso indiferente 
al temor en que siempre se esconden las razones
consumía una ración de tiempo 
preciosa al instintivo paladar
echando a un lado de la oscuridad los ojos
las frías catacumbas del recuerdo
-la médula hiperbólica de la emoción 
buscando el cielo
como todo un paradigma entre las aves-
pero la flecha de la realidad
partió la música en relámpagos.



 ENTRE MUROS DE LOZA EN EL CACAO


¡Si vinieras por mí
                          ay si vinieras!

Alegres cucarachas de los años
recuerdos confundidos
el beso del ocaso en la pared
el carnaval feroz del desencuentro.
Tal vez encontrarías mis zapatos
tan viejos como yo
en su danza de siglos
colgándose del viento
de la oscuridad
de las tardes con ojos amarillos
de aquella eternidad 
de humo detenido
entre muros de loza en el cacao.

¡Si vinieras por mí
                            ay si vinieras
        Palissy consabido!
refractado en la luz de estos zapatos
iría tras el caimán de mis ancestros
por los túneles tristes de los cuadros
a rescatar mis pies del retroceso.

Colgada al viento nuevo
para viajar al sol
de las tardes sin ojos…

                 ¡Ay
            si vinieras por mí!


De: El rapto de Palissy (Inédito)



SONSONETE

A la hora vertical que ya no duele
devuélveme sin laberintos a encontrarte
arrancado fucilante a contraluz el verso. 

(Tu voz cayendo al infinito fruto alado nomeolvides nunca 
bruñéndome la oreja).

Bostézame tu amanecer en la quijada 
crujiendo tan sublime ambigüedad al dente 
tuétano del gesto.

Tras ese dulce cadáver de compases se me van los dedos...



VOCES TRAS EL VIDRIO DE LA INCERTIDUMBRE


Una simple partida de parchís nos hizo eternos
apagados juguetes del estante
empolvados de hastío frente al mundo. 
Como esas vacas viejas que están en los establos
de los cuadros de ayer                   
                                      ayer tomamos 
el rumbo que nos hizo indiferentes
pasajes a una voz que aún se escucha:
  Navegar más de lo previsto
  hace absurdo el volver.
Ayer estuvimos tan cansados
concebimos la mudez como una máscara
y al son estático de un carnaval incierto
bailamos muertos la danza de las fluctuaciones.
Ayer dormimos la razón de habernos apagado
corriendo detenidos para alcanzar el vidrio
que deja respirar la incertidumbre
sin que turbe la calma             para siempre
el ojo paralítico de los que pierden.
Empollamos el tiempo en su largura
saturado de puntos suspensivos.
Hoy nos hemos tendido en la distancia
como el hilo que pende del dibujo
que trazamos ayer.



LAS TORTUGAS HUESUDAS BAILAN EL DANZÓN ENSIMISMADAS



«...lo mensurable enmascarado que aleja con un hilo lo que recoge con un hilo».
                                                                                                             Lezama

Hay un niño que lanzado a la profundidad del día 
                                                             tiene un raro parecido con la música
aunque sea un gastado parecido como el del silencio
o como el de las tortugas sordamente articuladas por una fantasía.
Las tortugas huesudas bailan el danzón ensimismadas,
crean de modo diferente la coreografía en que los pies,
suaves artilugios sin zapatos, estrenan el oído sobre el piso
abriéndose en señales la arena caliente con el paso ligero de la música.
Las tortugas bailan el danzón ensimismadas 
                                                         en su conversación carente de preguntas,
y la escena es atractivamente llana 
con esa evocación de la muerte soluble en el altar de sus ojos cerrados.
Hay un pez que coletea debajo de las preguntas
y es su coleteo de extraña semejanza con la música
aunque sea un manoseado parecido como el de afinar el piano fúnebre
donde reposa el esqueleto del lagarto y el telar de las arañas palacea en la negrura.
Las tortugas huesudas bailan un danzón sin tiempo
sobre la arena caliente en que mi ojo cerrado coletea,
sobre el suelo caudaloso de la sal en que se pliega 
                      lanzado como un niño a la profundidad del día, mi otro ojo, abierto.




MÁRCHATE ESPÉRAME

Márchate espérame en la tuerca advenediza del reloj
posada en el atril de las quimeras
mientras pretendes despojar la noche de escalones
hundido en el abrazo letal de su forraje.
Márchate espérame el paso resbalado en su pesada eternidad
con legiones de vueltas autocráticas
clavando sus muñones en los sueños.
Deshoja el mar y cárgalo en tu hombro 
recuérdame en tu andar de nombres que marcaron la estampida.
Márchate espérame camino de otra cerrada sepultura.




QUÉ EN CASA DE YEWÁ ME ESPEREN SIEMPRE


 Con el himen de sal y senos viejos
revuelto fue con cruces el destino
en la jícara oblonga de la suerte.

  ¡Hija del viento soy!

Con mi pata de palo soy pirata
de rostro que se escuda tras la máscara
de un retazo de mar rojo y ardiente.

  ¡Hija del viento soy!

 Evocando el poema de mis muertos
se lanza el diloggún en estampida
¡Qué en casa de Yewá me esperen siempre!

  ¡Hija del viento soy!

 Viajaba con el pié sobre el oráculo
el viento trajo a mí sus remolinos
aquel trago de luz y hasta la muerte.

  ¡Hija del viento soy!

 Y yo, con esta cola de semillas
giro en el vendaval de las veletas
que cuelgan de mis uñas y mis dientes.



ASÍ LO QUE NO VUELVE

Si pudiera decirse 
sin que medien evidencias sustanciales
cada cadáver planta 
conciliación entre un nombre y su medida
pero hay cendales de polvo calculado
en ese afán inútil de atrapar 
lo que no vuelve.
Travesías irremediable la forma que persigue
el aire con su sinrazón de suerte
polvo y aire de ventanas insomnes oreándose a la eternidad.
Callejón de aguamala el viento seco
el doble cruce de un nombre y su medida
el fardo incanjeable de la longitud
el rostro acaecido alguna vez disperso
en impetuosas marejadas de ninguna luz
jorobas extasiadas del recuerdo
sin primeras ni últimas explicaciones.
Mansos cadáveres sin nombre
atados a la cuerda de otra vida.
Es la muerte en un sorbo de vino
de una sequedad elástica entramada de olvido.



ALEGACIONES SIN TIEMPO PARA UNA PIERNA ROTA  



«Arriba el sol era un hueco en el cielo 
por donde entraba el mediodía».
Guillermo Cabrera Infante


Y ya no había en septiembre
jazmines descolgándose en los barandales de la siesta
ni era capaz la siesta de abanicar el sueño;
sueño perdido ya en la bruma del catapultazo.
Tampoco era el claro dulcísimo del mediodía
el ojo destapado del pirata en que el sol se miraba
ni el mediodía el aparte destinado a fabricar la brisa.
Ya no había septiembre con brisa balconeándose
sino el claroscuro remolino de la muerte.
Septiembre había vaciado su sopor sobre las casas
y ese tufo a mordida de animal innombrable
evocaba al de secas magnolias en los búcaros
y echaba su raíz en los portales
cuando el se hundía con vehemencia en el ijar de las ciudades. 
Ni un palmo había de pavimento sin aquel
taconeo estridente del paso de los autos.
Atrás había quedado como un pan enorme
el plácido silencio de los días 
urdiendo su temible mansedumbre
en el vacío brillo de una vida anterior o de ninguna.
La luz de los semáforos era luz inservible
ante la vastedad del silencio y del polvo.
Allí ahogaba mi pierna su terrible aullido 
de fémur en pedazos.
-Así dice la Rice, la Martha Rice, 
que sabemos no es decir arroz 
el blanquísimo arroz cocido a un castellano de ironías
para engordar el cruce amargo entre colores…
y regreso a la Rice, la Marta Rice diciendo
que todo inesperado ocurre 
siempre un martes cualquiera a las tres de la tarde-.
Pero el día del grito de la vida
saliéndose de un cuerpo que por cierto era mío
no era un martes cualquiera incluso no era martes
tampoco coincidió con el horario 
que eligió la navaja para cargarse a Lola otra tarde cualquiera… 
¡Pobre Lola! ¡Ay, Lolita!, 
que eso a mí no me importe 
no es tu culpa, ni es mía, ni es la culpa de nadie
tú te fuiste hace un siglo y yo sigo 
contando todavía los sueños de septiembre.



MARÍA EUGENIA CASEIRO. Poeta y narradora cubana. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas del Caribe, Unión Hispanoamericana de Escritores, Asociación Caribeña de Estudios del Caribe, Miembro Correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba-USA y Miembro Colaborador de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE). Colabora con la Asociación Canadiense de Hispanistas. Integra la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo. Ha publicado: “No soy yo”, en versión bilingüe, español y rumano; “Nueve cuentos para recrear el café”, en versión bilingüe, español y francés, y los poemarios: “ESCAPARATE, el caos ordenado del poeta” y “Arreciados por el éxodo”.