Dos son las coordenadas en las que cabe inscribir la lírica de Rodolfo Godino: por un lado, el rigor de la forma y el acierto metafórico; por otro, una actitud en la que el elemento reflexivo indaga implacablemente la realidad personal. Ésta emerge de manera decidida a partir de Elegías Breves (1999), en poemas en los que la materia emocional y el motivo elegíaco no condescienden jamás a la exposición directa del sentimiento, ubicándose en las antípodas de cualquier derivación romántica, (vitalismo, surrealismo, espontaneísmo). Acaso por todo ello haya recibido por parte de la crítica actual, encabezada por Javier Adúriz, el título de poeta post-clásico, cuyo sentido creo que debe ser entendido en el contexto del panorama lírico a partir del 70, en confrontación con otras tendencias: neo-romántica, neo-barrosa, neo-objetivista, postmoderna. En efecto, la connotación hacia lo clásico en la poesía de Godino es notoria: ya en esta denominación del libro de 1999, aparece en la demarcación del subgénero poético “elegía”.
No obstante, los motivos provenientes de la historia literatura griega se circunscriben de manera explícita a una serie de poemas de su libro Centón1 de 1997 referidos estrictamente a la poesía (no al mito), detalle relevante, pues hace referencia a una de sus preocupaciones centrales, vinculada al sentido y origen del poema.
En este grupo bajo el título Versiones encontramos cinco poemas: “Sobre Kavafis”, “Tres lecciones de Calímaco”, “Los amantes de Paros”, “Final de Arquíloco” y “Un fragmento”. El conjunto comparte el denominador común de su alusión a “lo clásico”, aunque los poetas a los que hace referencia o los fragmentos que funcionan como hipotexto no pertenecen estrictamente al período clásico griego. En un sentido amplio, podemos considerar que Kavafis, Calímaco y Arquíloco son clásicos de la literatura, en tanto que forman parte del canon de la tradición, pero además, importa para la consideración de este conjunto que el autor haya reunido en una sección composiciones asociadas con autores cuya lengua poética fue el griego. Otra afinidad presente es la auto-referencialidad: el enfoque temático es producto de una selección peculiar entre las múltiples connotaciones que los mismos nombres de los líricos escogidos evocan en términos de poéticas. El eje que los liga es el agónico vínculo entre poesía y vida.
En el poema de Kavafis, el yo lírico se dirige a Antonio y lo exhorta a sostener frente a la muerte, que representa no sólo el fin sino también el fracaso y la ruina, una actitud de valentía y serenidad asistiendo al cortejo invisible que anuncia el hecho. Se señala una actitud digna, de entereza frente al desastre inminente.2 En su poema, Godino se pregunta cómo pudo concebir esta composición alguien tan herido en su sexualidad como Kavafis:
¿Cómo dictó el espíritu,
la pequeña voz,
en esas cuevas? ¿Cómo ajustaba
esa cabeza única
lo basto, los untuosos parlamentos
con el desfile del dios
abandonando a Antonio?
Silencio
sobre regalitos o sábanas inmundas.
Solo el duelo del cuerpo
gastándose, la pena del sentido.
Se sugiere una dualidad entre poesía y vida, y de hecho, el poema está construido en un doble plano, metaforizado por “el espíritu, la pequeña voz” y “el duelo del cuerpo”.
“Tres lecciones de Calímaco” está constituido por e brevísimos poemas en los que vuelve a aparecer la dualidad: “su alma dividida/no lo hacía un amante confiable”. En los otros dos, las lecciones constituyen indirectas autocríticas para quien ha relegado vida y placer. ¿En pos de qué? La respuesta no puede obviar la recurrencia de la pregunta por la propia definición poética del autor que, signada por la oposición poesía-vida, se expresa breve y contundentemente al final de un poema titulado “Arte poética” (muchos de sus poemas son artes poéticas) de Gran Cerco de Sombras (1982): “la vida por un murmullo inmortal”.
En “Tres lecciones...”, Godino retoma el estilo epigramático del poeta helenístico y si bien, dado el empleo del presente verbal, no se advierte la resonancia del epitafio -que es el antecedente de la forma epigramática de Calímaco-, la concisión, la incisividad y el tono fríamente aseverativo de las composiciones tienen el carácter de una sentencia conclusiva que define algo así como el resultado de una vida.
El fondo contra el que se recorta la poesía de Godino, en estos primeros poemas de la serie “Versiones”, es el del tiempo: se sugiere el balance, la revisión crítica del pasado. Ese tiempo sentido como último, agotándose, adquiere protagonismo en el conjunto de los tres poemas que siguen, en los que la presencia de Arquíloco es central, sea de manera explícita o indirecta.
¿Por qué Arquíloco? Se lo considera el primer poeta monódico, cuya acmé se sitúa a mediados del s VII a.C. Rodríguez Adrados, afirma que la lírica literaria, al igual que la épica, es un fenómeno concomitante de la introducción de la escritura en el s. VIII en Rodas o Chipre. Según este estudioso, el solista improvisador de las canciones populares habría sentido la tentación de fijar el texto. Los restos de su obra (dísticos elegíacos, yambos y épodos) han sido objeto de profusas interpretaciones que lo han presentado como expresión de la emergencia del yo caprichoso, espontáneo. Estas interpretaciones son criticadas actualmente por no considerar de manera exhaustiva las condiciones históricas de producción que tornan evidente la pertenencia del poeta a una tradición que nace de la canción popular asociada fuertemente al culto. La poesía de Arquíloco, lejos de ser la floración espontánea del ego, manifiesta una clara autoconciencia estética enraizada tanto en los motivos como en las formas. Es justamente esta autoconciencia, presente en uno de los primeros líricos, la que atrae la atención de Godino, no menos que la fusión en su poesía de un abanico de vívidas actitudes que ponen de manifiesto la atención a situaciones concretas de su existencia y de su mundo.
En el primero, “Los amantes de Paros”, la referencia al poeta arcaico aparece desde el título y se precisa en el primer verso, que es una cita textual del fragmento 33 D, en la versión de Joan Ferraté3 .
El fragmento, que pertenece a la serie de yambos, rescata el siguiente verso aislado: “Al muro se apoyaron en la sombra”. A colación de él, como si fuese el pie de una reflexión, el poeta argentino vuelve a una actitud inquisitiva, tal como en el primer poema “Sobre Kavafis”. También aquí se trata de entender el milagro poético que perdura entre las ruinas del tiempo. Godino ha dicho muchas veces que su poesía es literal. Hay algo de juego y otro poco de verdad en ello. Veamos la parte de verdad: “quisiera entender” -dice- cómo el verso aspira/el temor de la mente, diciéndome: /La vida se extenderá, prevalece / aun con daño y seccionada.
Lo que aquí se pone en relación es el temor de la mente -la del poeta mismo- con ese fragmento que constituye la perduración de lo que, aun amputado por los siglos, conserva toda una historia, la de los amantes en su inmediata realidad, en una especie de verde e inmarcesible presente. El verso es para ese lector que es el yo lírico un mensaje que dice: “ellos duran, la luz cuida su equilibrio / sobre piedras iguales y aguas casi azules / como ayer, levemente amargas.”
El segundo poema de la serie continúa la temática erótica de Arquíloco, retomando uno de los rasgos que caracterizan los restos que perduran de su poesía, la aparente inmediatez de su experiencia, con la cita de otro mínimo fragmento, esta vez modificado, en relación a la versión de Ferraté. Se trata del fr.72D: “... ¡y si pudiera caerle sobre el zurrón bregado, / y acomodarle el vientre sobre el vientre, y las piernas/ rozándole las piernas!...”, que Godino varía ligeramente: “las piernas sobre las piernas/ y el vientre sobre el vientre” y que inserta en un contexto en que se contrapone la materialidad inmediata de la experiencia erótica de aquel yo lírico que sigue inventando a Neóbule, con la actitud de éste, cuya “alma” busca:
«Dejó que el pasado entrara en él
como veladura progresiva,
sin que su deseo bajara como ave
o como pez subiendo interviniese.
Querida, afelpada era la luz
cuando la memoria se lanzó entre las mantas,
las piernas rozándole las piernas
y el vientre sobre el vientre...»
Como se advierte de lo hasta aquí expuesto, a la oposición mencionada se suma, como elemento unificador de los poemas la actitud inquisitiva. El sujeto de los primeros versos resulta difícil de definir, podría ser tanto el poeta griego que recuerda a Neóbule como el propio yo lírico. La ambigüedad se mantiene en la segunda estrofa. A partir de allí, el poema especifica la doble referencia: el destino de Arquíloco y el del yo lírico de este poema. Entendemos que la ambigüedad inicial sugiere una unidad entre ambos: aquél recordando a su amada es el mismo que hoy recuerda los versos dedicados a ella. Entonces encontramos que se ilumina el sentido del final: la afirmación de que la poesía ha forjado la inmortalidad de los amantes:
«...Pero en este milenio su voz
sigue inventando sobre Neóbule
mientras mi alma sólo busca
el encuentro,
solo quiere saber
en qué cielo virtual
son inmortales.»
Así llegamos al último poema que enfoca directa y privilegiadamente el tema de la poesía, constituyendo otra manifestación más de la poética del autor argentino: en la primera estrofa se contrasta la exigua herencia poética con la vastedad de la muerte a través de una imagen visual cuya nitidez se suma al tono aseverativo y directo de la expresión:
«Seis versos, caídos
de la monodia,
reinan como brasas en la muerte...»
La monodia es el tipo de poesía cultivada por Arquíloco. A partir de aquí, la aproximación es por la vía negativa, enunciando lo que tales versos no son:
«...No son residuos
del canto común, ni de una pulcra
fraternidad coral,
ni un vuelo frío de la mente
sobre el vértigo humano.
Esa voz dañada
no advierte, no envía su experiencia
a la atención de sus vecinos.
No es moral ni contenida,
menos le importa el pudor
que el auxilio de dioses ligeros
Habla de sí esa sombra viva,
de su mínimo incidente:
una herida o ausencia carnal
en la costa de Paros...»
Lo que se enfatiza en esta enumeración es que el contenido de la poesía de Arquíloco es su propia experiencia. En ello reside, para Godino, la intensidad, la originalidad y autenticidad de la voz. Pero a la vez, el poema podría interpretarse como una respuesta que el poeta cordobés da a los juicios que se han vertido sobre su poesía, los que han insistido en su carácter elusivo y hermético. De allí la insistencia en subrayar la verdad poética personal. En el elogio a Arquíloco, Godino pareciera decirnos que también él habló siempre de sí. Sin embargo, sabemos que un poema no dice solamente una cosa. También es un generoso homenaje al lírico arcaico y a la poesía misma como hecho no de ideas, sino de existencia.
En la misma línea, la última estrofa presenta un contraste que funciona en paralelo con la primera: por un lado, “el gemido individual” (adviértase cómo el adjetivo neutro morigera la carga emotiva del sustantivo, apartando la expresión del registro sentimental, tal como es característico en el lenguaje de Arquíloco) y, por otro, los “mayores temas”. Es la fidelidad a los propios motivos lo que perdura a través de lo que caduca y desaparece:
«...Hasta aquí llegó, aventando
el polvo de mayores temas,
el gemido individual.
Quizás no ignore
que su eternidad humilla el espacio ambiguo
de nuestros discursos generales.”
Importa advertir qué tipo de recepción hace el poeta argentino del antiquísimo poeta griego. Reparemos en que el diálogo se manifiesta en dos planos difíciles de separar: en el de un estilo poético y en el de una actitud frente a la dupla poesía/vida que, con diferentes matices de sentidos, recorre la serie entera de “Versiones”.
Si hay un tema que no aparece en Arquíloco (y en cambio sí en Godino) es el de la muerte y el paso del tiempo. Justamente, la vitalidad de su poesía es la que capta Godino. Un vigor que surge de la atención a su realidad inmediata y que se expresa en un lenguaje directo, despojado, de perfiles nítidos; un lenguaje que se amasa con las circunstancias personales en las que reconocemos la fluidez de la vida, con sus accidentes triviales, pero singularísimos, en su correspondencia con una existencia situada. El otro elemento que Godino destaca significativamente es la condición en que recibimos la obra de aquél: un puñado de fragmentos que arrojan chispas de inusitada vivacidad hacia un futuro, (nuestro presente) distante en milenios. Ése es el milagro que estos poemas actuales celebran y que también alumbran, pues su lectura nos invita a frecuentar a Arquíloco y a fascinarnos con la sugerencia de fragmentos como: “Falté, y tal vez la pena tocóle a otra persona” o “Deja Paros, sus higos y su vivir del mar” o “Te busco sin dejar de hacer presagios”, versos huérfanos en los que permanece vibrando una sensibilidad y una multiplicidad de tonos (melancólico, vengativos vulgar, sentencioso, mundano, erótico), y en particular, siempre consciente de su condición y calidad poética.
La evidencia de la perduración de la poesía, que torna igualmente perdurable esa existencia concreta, la recorta Godino contra el fondo de la certeza y del fantasma de la muerte. Ésta es la novedad: con esa certeza se amasan los versos de aquél en las “Versiones” de nuestro poeta. De allí, la búsqueda, la pregunta, el balance, pero también los versos con los que concluye el último poema de la serie, que representan una contundente afirmación de su convicción personal.
De esta manera, tanto el conjunto de “Versiones” como los tres poemas dedicados a Arquíloco son una respuesta a distantes interlocutores. Convocarlos a la página presente implica afirmar la actualidad de sus obras, la actualidad de su significado. La forma de la apropiación es la que aquí interesa: si prestamos atención a este aspecto, encontramos que el tipo de recepción que se produce en los poemas que hemos considerado no reproduce estilos, ni motivos míticos o metafóricos, sino que abre un canal de comunicación con ese pasado literario, en función de lo que moviliza toda comunicación auténtica: las propias inquietudes que parcialmente se advierten en otros. Godino no pretende que sus propias inquietudes coincidan punto a punto con la de los poetas lejanos, pero sí recoge ese eco; de allí que encontremos tonos y actitudes aproximados, sobre todo en el caso de Calímaco y Arquíloco (precisión, brevedad, contundencia, rigor). El diálogo intertextual se cumple con estas características: con una obra presente, tras de la cual se adivina una vida desaparecida. Godino se pregunta por ambas y los poemas son el producto de esa exploración personal a partir de la cual la poesía de los otros cobra una dimensión peculiar. El título mismo, “Versiones”, alude a esa modalidad: hay algo de testimonio (pero, como siempre en el caso de Godino, se trata más de la declaración de un punto de vista que de una confesión) que refuerza, desde la forma, el contenido de cada uno de los poemas que incluye el conjunto, el cual, como hemos visto sitúa la reflexión fuertemente en la relación vida-poesía. En el caso particular de los poemas vinculados a Arquíloco, el hecho de que su figura constituya la del primer lírico enfatiza el sentido general que hemos apuntado relativo a la interpretación que ofrece Godino de la poesía de aquél. Lo enfatiza postulando que el carácter fundamental de la poesía, desde el primero al último poeta es, más allá de cualquier otro valor o de cualquier otro uso público, el compromiso con la propia vida y con los propios conflictos.
Interesa señalar una opción original que en materia de diálogo intertextual con la tradición literaria realiza Godino para afrontar en su obra el tema de la poesía. No presta atención al mito sino que opta por construir otro motivo también proveniente de la tradición, pero situado en el espacio de la vida de los hombres: un motivo de este mundo. Se trata del poeta de existencia real y ya muerto junto a su obra no menos real, pero perdurable. Como estrategia poética en el contexto de la remisión a la tradición clásica, la de Godino resulta novedosa y acaso necesaria en un panorama en el que los motivos del mito griego o latino no encuentran otra cabida en nuestras letras como no sea irónica o paródica.
Notas
1. Dos poemas de Gran cerco de sombras (1982) hacen referencia también a Arquíloco y a Neóbule: “Madonne” y “Adiós a Neóbule”.
2. Citamos el poema completo, en versión de Horacio Castillo (Poesía griega moderna, Buenos Aires, 1997): «Si de pronto, a medianoche, se oye/ pasar un cortejo invisible/ con espléndidas músicas, con voces-/ tu suerte que ya cede, tus obras/que fracasaron, los proyectos de tu vida/que resultaron todos ilusorios, no llores vanamente./Como dispuesto desde hace tiempo, como valiente, /despídete de ella, de la Alejandría que parte./Sobre todo no te engañes, no digas que fue/un sueño, que se engañó tu oído;/no aceptes esas vanas esperanzas./ Como dispuesto desde hace tiempo, como valiente,/ como corresponde a quien fue digno de tal ciudad,/acércate resueltamente a la ventana,/ y escucha con emoción, pero no/ con los lamentos y los ruegos de los cobardes,/ como un último placer, esos sonidos,/ los espléndidos instrumentos del misteriosa cortejo, / y despídete de ella, de la Alejandría que pierdes».
3. Una evidencia indica que Godino se ha basado en la versión de Ferraté de 1968: el poema “El heredero” que le dedica en Tríptico (2003). Para este trabajo se ha consultado la edición del autor, Líricos griegos arcaicos, Barcelona, 2000.