César Seco | Gonzalo Rojas o del relámpago




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Decir relámpago es nombrar a Gonzalo Rojas. Oírlo es ya el fuego mismo. Relámpago. Hondura suya en el hacer y deshacer la sintaxis del poema, en el consentir la poesía como respiración otra, como necesidad, como sed diáfana para desentrañar el misterio que excede al hombre y alumbra al poeta.

En su fulgor hablante, la poesía de Gonzalo Rojas deslee la linealidad del tiempo en lo sucesivo del Ser, se gesta en el silencio numinoso de las cosas en movimiento y en el acontecer mineral de lo que residente y profundo es humano, esencialmente humano. Digo Gonzalo Rojas y nombro el relámpago, diciendo a su vez, rosa abierta y terrenal, impúdica en palabra transgresora para exaltar al cuerpo, a la compañera que es una y todas a la vez: la mujer con toda su hondura, sus rosas, sus volcanes”, y leo también: lumbre, “luz terrible de la vida o la luz de la muerte”, secuencias todas de ese alumbramiento permanente que es su decir poético.

Vuelvo de nuevo a ese su único libro presentado en varias ediciones a lo largo de su tránsito y reescrito por él otras tantas en ordenación distinta, desde La miseria del hombre y Contra la muerte hasta los más recientes: su Obra Selecta, por Biblioteca Ayacucho y ese de alargado formato, tal cual esa bella fémina a la que recurrente canta, editado por Equinoccio y Bid&Co, publicados ambos no hace mucho aquí en Venezuela, país que lo recibiera en su forzado exilio tras la muerte de Allende y de la persecución que las fuerzas militares ejecutaron contra quienes simpatizaban o integraban activamente la Unidad Popular. Por desgracia de este exilio es que viene a la luz la gracia de Oscuro, en la edición de Monte Ávila del 77, su libro, donde lo leímos por primera vez y nos pareció distinto a todo lo que habíamos leído; cercano y distante a la vez de los arrestos vanguardistas de la poesía hispanoamericana conocida hasta ese entonces.

Su poesía se colocó siempre fuera de programas y manifiestos, por eso su paso por el grupo Mandrágora, de inclinación surrealista, sin duda vital para su formación, fue también como ese relámpago al que nos referimos, ese relámpago que dura un instante tal cual la visitación de la poesía. Los integrantes de Mandrágora cumplían los dictados de André Bretón, el mago del automatismo psíquico que capitaneaba el barco surrealista como inflexible jefe teórico, por lo que a la vuelta de un año a Rojas le pareció que si bien sus compañeros tenían la posibilidad cierta de oxigenar la envejecida estética proveniente de la poesía española antes de la Guerra Civil, se apartaban un tanto de la realidad concreta del hombre. Es a partir de aquí que él quiso optar por un camino más libertario en el sentido de no obedecer a posturas puramente estéticas, sino que hizo temprano conciencia de que la primera materia dúctil del poeta es el hombre mismo y sus circunstancias, y desde muy joven se amparó en ella, libertad libérrima como suele afirmar, nunca soliviantada ésta por ningún dogma. Se apartó pues de sus compañeros de ruta sin dejar de estar vigilante de lo que escribían, para hacer él la poesía que hoy leemos con atención y nos proporciona ese placer que ensancha nuestros sentidos, que nos produce un estado de alumbramiento; poesía en la que advertimos desde un principio una especial sensibilidad y un obstinado rigor constructivo, poesía en la cual no cesamos de aprender los rudimentos del oficio y vislumbrar la hora que está adelante en el acontecer poético de nuestra lengua, pues se trata acaso del último de nuestros poetas visionarios, de la estirpe de Neruda, Vallejo, Borges y Paz; y también, en el ser poeta, su reconocida filiación romántica: Hörlderlin, Novalis, Blake, o su interés y atención por los simbolistas: Baudelaire, Rimbaud, Laforgue, Mallarme o Lautreámont, claves en su realización y en la manera de concebir el hecho poético, sin por ello desestimar el eco, el cantico de los poetas del siglo de oro español, cuya resonancia aparece y reaparece en sus versos. Rojas fue de los que prestó atención a Pound cuando éste advirtió que la música se estaba yendo del verso y que el poeta debía recuperarla en un nuevo registro. Claro, el autor de El iluminado supo temprano que a su canto no lo seducía la rima ni la exaltación lírica servida por los modernistas; supo que se le daba antes otro cantar, otro decir a partir más bien de aliteraciones, de choque verbales, incluso de prolongados silencios, todo ello a favor de la capacidad hablante del poema, más allá de lo significante, por lo que su poesía, antes que un lector pasivo, pide como receptor a un oyente constructor de ecos.

Relámpago que pasa y queda, la poesía que hoy se escribe en distintas partes de América y de España, tiene un legado significativo en la poesía de Rojas. Ha traído él otra respiración, otra conducta de asumir el sujeto en el ser y el hacer del poema, de asumirlo a través de “una imaginación verdaderamente libre y creativa”, tal como sugirió Roa Bastos, en ese momento clave de la definición de nuestra literatura, durante los años sesenta. Pero seamos reales, tal como dice Rafael Cadenas, digamos algo que es sumamente cierto, esa libertad creadora a la que hacemos mención, Rojas la obtuvo del aprendizaje surrealista, sembrándola, como él mismo ha dicho, en toda su palabra. Pero digamos también que su disidencia nunca fue gratuita u obedecía sólo a un caprichoso cambio de rumbo. No, de ninguna manera, el poeta entendió que el surrealismo si bien había abierto las esclusas del arte y la poesía contemporánea, había soslayado el ámbito del ser sin proponérselo, postulando una revolución sin hacerla en el pensamiento y la conducta del hombre, y esto lo supo bien cuando se vio en su situación de hombre desamparado, cuando sin trabajo y con una mujer a cuestas se fue a las minas y de la propia experiencia en ese ámbito difícil, de su trato con esos seres que cada día descendían a profundidades, compartiendo con ellos las pocas lecturas necesarias, alumbrando con sus angustias la suya, que vino a entender que no podía ser el surrealismo una revolución si realmente no lo era, y fue así, en la experiencia de vida, que el poeta se encontró esa otra veta magnífica de su poesía: el expresionismo: “Cuando me vi sólo me dije, esto sí es surrealismo”


2

Mientras vamos leyendo en un autobús, oigamos esta confesión del poeta: “Yo tendría unos cinco o seis años, y una noche la casa se estremecía por uno de esos ventarrones furiosos de esa parte sur del golfo. Parece que la casa se iba a desarmar por el viento, cuando de pronto uno de mis niños-hermanitos dijo “relámpago”. Y ese relámpago como palabra, como palabra esdrújula –re-lám-pa-go- pudo más en mí que todo el espectáculo de toda la cohetería preciosa en el cielo que se derrumbaba, de los relámpagos reales, de los rayos, de los truenos. Se me quedó fijada esa palabra: la palabra era más poderosa y despertaba más en mí que el episodio natural” (En Conversaciones con la poesía chilena, de Juan Andrés Piña, 1990). Es decir, al poeta su alumbramiento le viene desde niño, desde ese sentir la palabra, más que el mismo significado, el sustrato fónico; como le vino así también su expresión particular, como necesidad, a él que de niño tartamudeaba, escuchémosle acerca de esto en tanto que el autobús avanza: “En el internado se nos exigía leer en voz alta, durante unos veinte minutos seguidos, encima de una silla, novelas de Julio Verne, vidas de hombres ilustres, mientras los demás comían. Imagíname allí encaramado en ese suplicio, sin poder pronunciar los vocablos que comenzaban con los fonemas p, q, t y expuesto al escarnio y a las carcajadas de mis compañeros. Entonces fue cuando se me dio el portento del gran juego verbal, en ese espacio imaginario que se me impuso por urgencia, merced al recurso de elevar unos sonidos crueles para mi asfixia, por otros sin duda más aireados”. Todo esto será en él, según sus palabras, “harto germinal, pero desde ahí el neuma y la vivacidad de la palabra” (En Reverdecer en el oficio de la palabra, entrevista para El Sur (Concepción), 1990).

  
TARTAMUDEANTE

Corrupción y mártires, época mía la turbia
con todas las galaxias por estallar. Orgía
madre de la armonía antes, después
de la vejez del gallo aleteante
del dos mil, cúmplase
en mí la ley alta, ciérrese
el relámpago del aprendiz
que voy siendo en mi átomo;

cúmplase el cúmplase, cuélgueme de mi soga,
arcángeles
de Altazor y Maldoror,
arrebátenme hasta lejos
y mas lejos, donde ni el ojo vio,
ni el oído oyó, ni el loco
de Patmos
en la consumación, hasta lo último,
para vidente ver las multitudes,
el derrumbe, que avanzan ciegas en manadas
de serpientes aullantes de un lado a otro, perdido el Este
y el Oeste, bajo el sucio sol
del exterminio, las calles
inundadas por los océanos, los
océanos huecos, una mariposa desconocida
más grande que los bombarderos
con garras de diamante, el horror
de haber llegado a esto después de tanta
fascinación por la nada, ¿Historia?,
musa de la muerte.

Juego verbal, ahogo silábico, corte abrupto del verso mientras la imagen se consolida en el ojo no sin antes precisar el oído su sonido y así por esto su sentido, y así por sentido los vasos comunicantes entre una y otra palabra, contorsión de la palabra y tensión de los vocablos. Velocidad en el decir, como para no dejar ir el aire, “aire y más aire” ha dicho él; pasión por la historia sí, crítica de la historia, de los poderes opresivos, llámese religiones o llámese política. Así su respiración, su respirar libre de poeta. Así el mío de lector mientras el autobús corre libre por la carretera y yo cierro el libro y pienso por un instante, que dura lo que dura un relámpago, que él afirma que es un poeta fisiológico, y seguidamente me quedo mirando fijo la indetenible línea blanca del hombrillo, y la veo sucederse como transcurre el tiempo en esta poesía, velocísimo. Un poema dialoga con otro, otro lo completa, otro lo vuelve a leer con otra perspectiva, pero es lo mismo siempre, y de tantas maneras distintas nos lo dice, como si fuera siempre una sola y así su ritmo y su prosodia: un zumbido.


3

Coinciden sus críticos en señalar al menos siete variantes de su poesía o temas esenciales de su poética. Marcelo Coddou uno de los más acertados lo refiere así: 1) El oficio mayor; 2) Lo numinoso o metafísico; 3) Lo erótico; 4) Lo tanático o elegíaco; 5) Genealogía de la sangre y el espíritu; 6) El testimonio político pero sin consignas; y 7) Río Turbio.

Y es que esto es la poesía de Gonzalo Rojas: un río móvil que nos atraviesa los sentidos, nos despierta la memoria y nos incita a la reflexión lúcida. En su obra vamos a encontrar poemas que pueden participar de una y otra categoría de las ya señaladas, incluso vamos a encontrar aquellos otros que participan al mismo tiempo de las siete categorías propuestas por Coddou.

En la primera se incluyen poemas que inquieren sobre el oficio de poeta y sobre el hacer y ser de la poesía misma, casi siempre a partir de una autorreflexividad que ayuda a comprender la naturaleza y función de la escritura poética y de está manera autocriticarse y reconocer en la poesía un inconmensurable poder discursivo asentado en la vivacidad de las cosas.

LA PALABRA

Un aire, un aire, un aire,
un aire,
un aire nuevo:
no para respirarlo
sino para vivirlo.

En la segunda, aquellos que indagan en los enigmas mayores de la existencia, o bien poemas que tratan con el misterio de una manera directa, esencial, algo que el propio poeta ha referido como su manía u obsesión.

AL SILENCIO

Oh voz única voz: todo el hueco del mar.
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.

En la tercera, aquellos que alcanzan un nivel decididamente erótico, dado por el deseo del poeta de oler, de palpar, de tocar todas las cosas con la sensualidad carnal de las palabras para alcanzar así y exaltar la dimensión cósmica del cuerpo, representado éste por la mujer, liberando en el poema placer y sexo de cualquier carga limitante o pecaminosa, asumiendo el sentido sagrado del acto amatorio.

CITARA MÍA

Citara mía, hermosa
muchacha tantas veces gozada en mis festines
carnales y frutales, cantemos hoy para los ángeles,
toquemos para Dios este arrebato velocísimo,
desnudémonos ya, metámonos adentro
del beso más furioso,
porque el cielo nos mira y se complace
en nuestra libertad de animales desnudos.

Dame otra vez tu cuerpo, sus racimos oscuros para que de ellos mane
la luz, deja que muerda tus estrellas, tus nubes olorosas,
único cielo que conozco, permíteme
recorrerte y tocarte como un nuevo David todas las cuerdas,
para que el mismo dios vaya con mi semilla
como un latido múltiple por tus venas preciosas
y te estalle en los pechos de mármol y destruya
tu armónica cintura, mi cítara, y te baje a la belleza
de la vida mortal.

En la cuarta se ubican aquellos poemas originados a partir de la desaparición de alguna persona ligada a su entorno, o bien como homenaje a un referente literario, cuyas vidas guardan estrecha sintonía con la vida del poeta. Claro, no podemos ver esta parte de su obra como algo circunstancial, de momento, ya que no busca glorificar a nadie sino que procede a partir de experiencias concretas, bien a raíz de lo compartido o vivido al lado de esos seres, o cuando se trata de un referente, por la relación filial o significado que la obra de estos haya tenido con la suya.

JULIO CORTÁZAR

Ha el corazón tramado un hilo duro contra
lo arbitrario del aire, ha hilado la Espera
que ya no está ahí, a un metro, ha
del rey pacientemente urdido la túnica, la
desaparición.

Lo ha su latido palpitado todo. El catre
último, altas
las bellísimas nubes, éste
pero no otro amanecer. Lo aullado está. Nubes,
interminablemente nubes.

Es que no se entiende. Es que este juego no
se entiende. Ha el Perseguidor
después de todo echádose largo en lo más óseo de
su instrumento a nadar
Montparnasse abajo, a tocar otra música. Ha fumado
su humo, solo
contra las estrellas, ha reído.

En la quinta categoría bien se incluyen poemas dedicados o escritos a partir de sus relaciones con parientes y familiares, como una forma de indagar persistentemente en sus orígenes.

EL RECIEN NACIDO

Las galaxias estaban prácticamente en contacto hace seis mil millones de años
y los gallos de Einstein cantan desde otras cumbres
pero nadie los oye. Leamos en el cielo
libremente el origen.

Tú que vienes llegando con octubre gozoso
t los ojos abiertos en la luz de tu madre,
oh Gonzalo invasor, amárranos sin término
a la estrella más alta.

Todo es parte de un día para que el hombre vuelva,
para que el hombre vuelva a su morada.
Tú que entraste volando dinos qué pasa arriba,
Pero sigue volando.

A mi Gonzalo hijo
con sus ojos abiertos
desde antes.

En la sexta están aquellos que implican algún cuestionamiento o respuesta a las posiciones políticas que considera extremistas, condenándolas por pragmáticas y enajenantes, separadas de las necesidades de justicia y libertad del ser humano, creyendo siempre en “un cambio pero en un cambio de verdad”, que reivindique la lucha de los desposeídos, lo cual lo afirma como un testigo cabal de su tiempo, siendo esto lo que el poeta ha entendido como “compromiso”, en el siglo que le tocó vivir dominado por los extremismos, por lo que en estos poemas advierte que el poeta no debe apartarse nunca el sentido de la realidad.

AQUÍ CAE MI PUEBLO

Aquí cae mi pueblo. A esta orilla podrida de la fosa
común. Aquí es salitre el rostro de mi pueblo.
aquí es carbón el pelo de las mujeres de mi pueblo,
que tenían cien hijos, y que nunca abortaban como las meretrices
de los salones refinados en que se compra la belleza.

Aquí duermen los ángeles de las mujeres que parían
todos los años. Aquí late el corazón de mis hermanos.
mi madre duerme aquí, besada por mi padre.
aquí duerme el origen de nuestra dignidad:
lo real, lo concreto, la libertad y la justicia.

En la séptima se ubican los que bien pueden significar un ajuste de cuentas, en el sentido de lo debido, de un saldo, de un reconocimiento tardío o cuando no aclaratoria a una contradicción estética o toma de posición en determinado momento, o las veces que padeció vejación o infortunio.

ALEGATO

Buena nueva para los líridas de Chile me echaron,
me amarraron y me echaron
en una especie de camisa con un número
colorado en la tapa: -Rojas,
ahí va Rojas el Gonzalo por hocicón
y por crestón y fuera de eso por ocioso, por
desafinado.

En cuanto a mí ya no estoy
para nadie. Por eso me echaron.
porque no estoy para nadie me echaron.
de la república asesinada me echaron y de la otra me echaron.
de las antologías me echaron.
de las décadas salobres me echaron. De lo que no pudieron
es del aire


Estoy llegando a mi destino, el autobús ha de detenerse en la parada. Me digo: este Gonzalo es un disparado, un poeta para el que la poesía no se agota en un poema. Todo entra en su escritura y tiene uno la sospecha que en un momento tiene abierta su gran oreja para atrapar cada zumbido, cada nervio que el mundo mueve a su alrededor. El relámpago aparece y cesa, pero no en él, que puede mirar en lo oscuro, que puede iluminarse con lo oscuro, que ese es su alumbramiento y seguirá con nosotros hasta el día que se nos mude de galaxia. Cierro sus libros y la calle es esa abertura que me engulle, despacio pero despierto, Gonzalo. ¿Escuchas el silencio? De pronto oigo en mí mismo su voz: Sí, como un relámpago. Nos estamos viendo.