Irma Verolín | Árbol de Mis Ancestros





NACER OTRA VEZ

Anoche soñé que yo nacía
del cuerpo de mi abuela
en el instante en que nacía mi madre, entonces
ahí mismo
di a luz a mi hija.
Y salimos a la intemperie
del mundo
desnudas
sin orfandades
con los ojos abiertos
salimos
a una claridad que nos enceguecía
todas juntas
amaradas
al cordón
de la memoria
de los huesos.



ABUELAS

Todas mis abuelas están metidas
en una cajita que yo misma cubrí con cabellos
uñas
babas
insectos soñados en pesadillas.
Mis abuelas
llevan su corazón como estandarte,
lo pasean por el quiebre de las siestas
y lo esconden en las noches
lujuriosas
de fulgurantes dientes apretados.
Ellas tienen hambre
tienen sed
y me piden a mí
una infinita cantidad de alimentos,
ya se han bebido
completamente
el jugo de sus propias palabras.
Les muestro mis manos vacías
pero ellas no entienden
y siguen pidiendo.
Sus bocas desdentadas me hablan
con voces extranjeras.
Ayer intentamos armar una ronda y bailar,
no pudimos
se nos caían los bazos
y el aire no colaboraba.
Sí, intentamos bailar ayer
bajo la sombra de un árbol
que no tenía tronco
que no tenía ramas,
intentamos bailar
ayer
cobijadas por el sonido
de la palabra porvenir.


NEGRA MÁQUINA DE COSER

Máquina de coser negra.
Negra como la vida de mi abuela,
negra pero lustrosa.
La máquina y yo hemos sobrevivido
a mi pobre abuela
que persistió
en su propio cuerpo
encumbrando los cien años.
Y aquí estamos
en la sorda lucha
de enhebrar y ser enhebradas.
Mi espalda traza una curva
bajo la lamparita
de luz amarillenta
que no deja ver con claridad
el orificio de la aguja.
El color negro tampoco ayuda demasiado
a mejorar el entuerto
de que el hilo atraviese
de una buena vez
esa nada de aire y miedo.

Me gustaría ver
como un hecho de magia
los dos trozos de tela unidos
bajo mis ojos
en el hueco enorme que se abre
sobre mi pecho.
Pedaleo con vigor
como si corriese una carrera
hacia el infinito
y por desgracia
el hilo se tensa
se corta
nada queda unido, vuelvo a mirar
y repito los gestos de mi abuela
uno por uno:
el linaje de los genes me auxilia
con una perfección
capaz de aterrar a cualquiera, repito
los gestos que pueden asegurarme
el mismo resultado
al mover palancas
al girar tuercas, pero no.

Tal vez la máquina está de duelo
y se resiste.
Mi abuela me vistió desde niña
con ropa surgida de esta máquina
y ahora, nada. Miro las telas sueltas
sobre las sillas,
rectangulares
chatas
y ese color negro
lustroso y negro
que refleja mi sombra
cuando me doblo para enhebrar la aguja
una vez más.


MI MADRE

Mi madre está en mi boca.
Es una pequeña mujer
que navega por el empeine de mis pies
hasta perderse en el filo de mis vértebras.
Mi madre está en mi boca
deletreando su abecedario
en voz muy baja, la mastico
con mis ojos que se cierran
y se abren, la respiro
con mis dientes.
Sí, mi madre está en mi boca,
hace un momento
la vi repartiendo
cruces negras
sobre esas almohadas
que no la dejan dormir,
ha parido en mí
su propia imagen,
la talló
en el armazón de las palabras.

Mi madre está en mi boca,
su cuerpo hecho un ovillo
quedó encerrado
como presidiario
dentro de la palabra yo.


GARDENIA EN EL CABELLO

Si imagino a mi hermana
la veo con una gardenia prendida a su cabello,
una gardenia blanca, por supuesto, y
cuando giro alrededor de su cuerpo vibrante
se transforma en una flor de esas que no se pueden nombrar,
una flor mágica.
Sigo dando vueltas, es necesario
–la imaginación pide contribuciones,
exige al menos el ademán
de un conquistador que arriba a tierra ignota–,
de un modo que mi cuerpo gira
en torno al cuerpo de mi hermana
y la flor se convierte en una excusa para huir.
Su blancura me estría los ojos
su blancura pone luciérnagas en mi estómago
su blancura desfallece en mi propia blancura.
Somos dos fantasmas mi hermana y yo
es inútil que gire alrededor de su cuerpo:
no habrá apropiaciones
no habrá contacto.
Yo soy la usurpadora
y esa flor en su cabeza
es la prueba del delito.

Tendría que dar innumerables vueltas
para que la flor no se desprenda
de sus cabellos rubios
para que no se desplome
ni se haga añicos esta invención unida con alfileres.
Hasta aquí he llegado,
mi imaginación es pobre,
mi hermana lo sospecha y
en cualquier momento
va a salir de la escena
con su flor a cuestas.
Quizá yo la persiga
y entonces
quién sabe qué nos ocurrirá.




Estos poemas forman parte del libro «Árbol de mis ancestros». Textos de Irma Verolín y fotografías de Paola Leiva (Santa Fe: 2018). Una reseña bibliográfica de Diego E. Suárez a este libro puede leerse Aquí