Ana Basualdo | Fotografía: Humberto Rivas Al doblar la esquina, lo vio: resplandeciente, posado en el jardín como un plato volador. Sólo en el cine había visto un coche así. En esa calle de polvo, bajo el techo de cinc del garaje de su casa, era tan inverosímil como un transatlántico en un arroyo. Lo miro de cerca, sin tocarlo. Después, como despidiéndolo, paso una mano sobre la carrocería blanca. No había que tomarlo en serio: se iría con la misma absurda fatalidad con que había llegado. Se iría como llegaba y se iba todo, sin …
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