I Aún a esa hora — las diez de la noche — hacÃa un calor sofocante. El tiempo, cargado desde dos dÃas atrás, pesaba sobre el bosque, sin un soplo de viento. El cielo negro se desteñÃa de vez en cuando en vagos relámpagos de un extremo a otro del horizonte; pero el chubasco silbante del sur estaba aún lejos. Por un sendero de vacas en pleno espartillo blanco, avanzaba Lanceolada , con la lentitud genérica de las vÃboras. Era una hermosÃsima yarará, de un metro cincuenta, con los negros ángulos de su flanco bien cortados en si…
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