1 -¡Mirá, Melitón! -dijo la mujer de semblante enfermizo, tendiendo la mano hacia la ventanilla. Su voz se apagó entre el tantaneo de las ruedas. El hombre que venía dormitando a su lado, con las botas cruzadas sobre el asiento frontero y las manos sobre el vientre, no se movió. El aludo sombrero de fibra estaba volcado sobre la nariz. No se le veía más que la boca entreabierta, los gruesos labios moteados de sudor. Tuvo que repetirle las palabras. -Mirá, Melitón. ¡Parece el acompañamiento del Crucificado! El hombre reflotó pe…
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