Banderas de Tedio:
10 Poemas Inéditos
I. TANTA LUZ
No pudimos ver con tanta luz
acuchillando las pupilas, sangrando lentas
este mar que nos ahoga en un vómito
que apesta a dolor y a tabaco.
No pudimos ver este horizonte
estrecho y mezquino, las manos afanosas
que levantaban otros muros
tan altos como los sueños que mecimos
tanto tiempo bajo el frío desolado
de la noche. Perdidos y a la intemperie
atravesamos un vacío de escuálidas voces
perforando la niebla. Y la nada.
La nada envuelta en celofán,
como regalo en mal estado,
sacudió promesas y amaneceres en vela.
En los ojos anida una derrota antigua
que surcó cielos ajenos e insomnios al alba:
una cosecha de decepción creciente
que sus olas agita sobre mar de ceniza.
Asaltando trincheras de la noche perseguimos
su nombre. Ahora duerme indolente
sobre la enramada esquiva de los días.
II. GARE D´AUSTERLITZ, ENERO DEL 56
No es la Estación de Saint-Lazare que pintara Monet,
desdibujada por el humo azulado, brumosa y cálida.
Es casi madrugada y el frío de enero que me sigue
tras una despedida de gestos apretados bajo la ventanilla,
acoge una embajada de maletas malheridas por los suelos.
Gélida amanecida en París. Nadie me espera.
Todavía silba el tren y bufa como animal cansado.
Nadie me espera, ya lo he dicho. Perdido en el andén
deambulo buscando una cantina, el café caliente, un cigarrillo.
Sin contrato de trabajo, como huido –oh interminable dictadura-,
sin papeles, aprieto la dirección que llevo en el bolsillo.
Estación de Austerlitz mirando al sur, testigo de tanto dolor
y desesperación, inhóspita y desafecta hoy que llego
por vez primera… Lloraría si tuviera valor para hacerlo
pero también huyó despavorido, de inanición, de tanta injusticia.
Releo de nuevo la anotación que acaricio entre los dedos
doblada como un pañuelo. La memorizo mientras busco la salida.
III. SOLO DE TAMBOR
… y esa costumbre vieja de andar erguido y solo
JAVIER EGEA
Un solo de tambor perturba el aire podrido de la tarde,
la paz que levantan las palomas atravesada en el pico.
Soy yo arrastrando esta soledad incurable.
Me sangran los nudillos y las aceras golpeando la piel
curtida y recia con las manos, con la nariz, con el hígado,
con los pies, con el alma, con el rostro, con el corazón,
con los intestinos, con los huesos, con la ira, con los años…
Con todo hasta sangrar un hilo espeso que me atrapa
y me desata sólo cuando la noche se encierra.
Erguido y solo me observan los coches y semáforos,
los turistas cargados de tópicos añejos y postales.
No es la fiesta que sale a la calle para hacerse oir
como ruidosa tuna bajo los balcones abiertos
donde las chicas ensayan gestos frente al espejo.
No es Semana Santa de incienso y oro, de palio y nardo
ni Calanda “rompiendo la hora” que Buñuel filmara
elevando el estruendo a las cinematecas, atronando,
rasgando los tímpanos de iglesias y soportales. Tampoco
el desfile festivo que celebra conquistas de reinos y alcobas.
Soy yo. Soy yo como solo de tambor, persistente y solo,
golpeando con furia sobre el pellejo hinchado y terso
de la costumbre. Con los labios, con la hiel,
con los pulmones, con el amor, con el pecho, con la pena,
con las uñas…, con todo hasta desfallecer. Sobre el espanto
aupado, sobre mi propia ruina. No por elección
ni por misantropía, por amor siempre. Que la vida
es un solo de tambor y porque así morimos.
IV. EL LUTO Y LA FIESTA
Sucia primavera encendida de cuerpos
jóvenes segados en flor, enfrentando
el pecho a la metralla y a la furia
que almacena el tirano en palacio.
El dictador y el capitán, el verdugo
y el secretario recuentan en su libreta
las bajas, tachan nombres para el olvido.
Restan esperanzas y suman vidas rotas.
Primavera de jazmines brotando sangre,
taponando el horror que vela los ojos
al sol. Yace el insomnio y la barbarie
sobre las plazas desoladas del mundo
donde un brazo enarbola el luto y la fiesta.
V. COMPRO ORO
Compro el anillo de desposado, viudo ya de la soledad
encerrada en un cuarto con vistas al olvido,
compro las joyas que atesoró la familia antes de disolverse
como espuma hecha añicos en el fondo de la bañera,
compro la medalla del salto de pértiga o del maratón aquel
sobre el podio del hartazgo y la negrura,
compro la cruz que apresaste entre las manos, en agónicas
vigilias de tasadores y notarios junto al lecho,
compro la diadema que surcara un mar de cerveza:
la lisa cabellera escalando nerviosa por entre tus hombros,
compro aquella estilográfica antigua que vomitara un dogal
de tinta azul sobre el diario íntimo y el contrato de hipoteca,
compro los cálices y copas que contuvieron el vino antiguo
o escanciaron la noche en veladores privados,
compro las pulseras que encarcelan tus manos,
grilletes ahora de un amor envenenado que acecha,
compro el relicario que preservó tus mechones de lluvia,
testigo mudo o delator a veces de apetitos desbocados,
compro, en fin, el diente dorado que ilumina tu sonrisa
carcomida por la caries de la pena y el abandono.
Te compro, ya ves, el oro, despojo del pasado que se esfuma y palidece.
Te vendo usura y en ello pongo el empeño. Te vendo ruina.
VI. RETRATO DE FAMILIA
Ahora seremos felices
cuando nada hay que esperar
JOSE HIERRO
En torno a la gran mesa
el consejo de administración levanta su copa
y brinda por nosotros.
¿No es de agradecer?
¿No resulta conmovedor tanto desvelo?
La camisa arremangada,
desmayada la corbata por el calor y el esfuerzo,
deciden el futuro. Gobiernan el mundo.
¿No es alentador acaso?
Brindan por ti y por mi
con la sonrisa impostada,
inquietante del tiburón.
VII. SI LA OBLIGACIÓN TE LLAMA
Si la obligación te llama y contestas al teléfono
con resaca de tres noches rondando la calle,
si has perdido el apetito y te puede la indolencia
haciéndose las uñas tumbada en su hamaca,
si te reclaman y saludas con gesto despeinado
y modales de quien perdió la cartera en el casino,
si el hastío te gana la partida en el último instante
y el tedio te mete en la cama a deshoras,
si te despiertas ausente y te lanzas al abismo,
o, peor, a la piscina resignada y sin agua,
si del trabajo te echaron sin avisar siquiera,
sin una carta con membrete apuntando el gatillo…
no desesperes, que de perdidos al río, dicen.
Que puedes volver a empezar, pedir tiempo muerto
todavía y que otra noche te empuje a la derrota.
VIII. TODOS LOS WINNIPEG
Yo los puse en mi barco
PABLO NERUDA
Sobre la piel metálica del carguero,
untada de betún y sal, otra piel
llagada y oscura se tuesta al sol.
No es el crucero que se desliza como iceberg de azúcar,
agujereado de ventanitas, por el Adriático rumbo a Ítaca.
Ni crecen palmeras de plástico junto al vaso límpido
de la piscina en cubierta. Aquí el agua de lluvia
se pudre nauseabunda sin poderse beber.
Son esclavos abandonados en alta mar.
Feroz Siglo XXI, tan esperado y tan cruel,
reviviendo un pasado de negreros y galeras,
de piratas emboscados en los puertos de la abundancia.
¡Son esclavos, oíd, son esclavos!
Otro carguero en septiembre de 1.936, remendó las heridas
de más de dos mil pasajeros, dibujó sonrisas en sus rostros
y cruzó abrazos hacia Valparaíso. Españoles.
Llegaron de Le Perthus, de Argelés sur Mer, de Mont Luis,
de Barcarés…, de desnudas playas cercadas de espino
y metralletas. Sonoros nombres de una lengua tan dulce y cercana.
El hambre, siempre el hambre, pero no siempre.
No siempre el pan, también la libertad sin apellidos,
también la guerra empuja una riada humana, nómada, desvencijada,
hacia todos los puertos de Trompeloup.
¿Se hundió el Titanic con su lujo de cartón piedra
y con él todos los Winnipeg
en el fondo del olvido y la memoria?
Mandad mensajes y cablegramas. Que los lleven las sirenas
adormecidas sobre los mascarones de proa en Isla Negra.
Que despierten todos los cónsules de emigración,
todos los embajadores poetas: que se abran todos los puertos.
Que atraquen seguros todos los Winnipeg.
IX. LA VIDA
A embestidas, sin piedad,
a dentelladas devoramos la vida
y dejamos desnudo el hueso.
Nunca sabremos si mereció la pena.
La indigestión se hace crónica,
se pega a la cuchara mientras la caries
oscurece la sonrisa y se niega
a visitar al dentista como niño malcriado.
Nunca sabremos si mereció la pena
comerlo todo, saquear la despensa.
X. EPITAFIO
Agnosco veteris vestigia flamma
VIRGILIO
Aquí reposa el tedio
sobre flores marchitas de plástico
y velas en hilera cual hachones al aire.
Aquí reposa y respira a veces
el fétido aliento que la vida exhala.
ANTONIO RODRÍGUEZ ALARCÓN, Poeta, Pintor y Escultor español nacido en Albolote (Granada) en 1949. Trabaja como empleado de la administración local en su ciudad y anteriormente lo hizo en empresas de comunicación social y de artes gráficas. Comprometido con la lucha política y sindical antifranquista desde su participación en el Mayo francés del 68, ha vivido en la clandestinidad durante años, hasta la muerte del dictador. Ha obtenido una docena de premios de poesía, entre otros el 1er Premio Proemio 2001 del Ayuntamiento de Loja por el libro Diario de urgencias, el Manuel García Chamorro del Ayuntamiento de Martos por el poemario El sabor de la derrota, el Pepa Cantarero del Ayuntamiento de Baños de la Encina por El día que cruzamos Abbey Road, etc. Los poemas aquí presentados pertenecen al libro inédito Banderas del tedio. Como pintor y escultor de vanguardia ha expuesto en varias ciudades portuguesas una amplia muestra de pintura, fotografía, escultura, objetos intervenidos e instalaciones, incorporando en ocasiones fragmentos de poemas de autores portugueses y propios.