De: Naufragios [1984]
LA NIÑA DE LOS MANGOS
a Osvaldo González Real
Hoy las hojas no son sino la imagen,
perdón, sonora
de la siesta y de un cántaro
a orillas de una sombra.
Caen, caen los mangos
y se acerca una niña cuyo nombre ya no ignora
el ángel de su andar. Mira.
Ve los mangos.
Desnuda,
con sueño, confusa y aturdida
va por ellos.
Gira.
Gira y en sí misma se demora
si, cayendo,
entre frutas y a la siesta se abandona.
Lo sé.
¿Lo sabía?
Lo recuerdo
a orillas de una sombra
y en la siesta de los mangos.
La infancia duerme como fruta
y como árbol tiembla, despertando.
ANCLAS
Un carguero desespera
en un muelle no siniestro.
No es un buque, ni es pretexto
si el verano lo reduce
a ser estorbo de un cielo
vuelto flor, isla, sol, nube
y unas montañas de humo
dulce en el atardecer.
LA NINFA DE TÁNTALO
a Oscar y Ana Iris
No es el mar, no,
no es el mar quien extiende
al pie de lo azul el oro divino
de un cuerpo indiferente.
No es el mar, no es el sol;
no, no es la tarde
quien desnuda ese cuerpo
y lo lleva
y lo trae
puesto en contra del deseo
de humanizar en algo
y en alguien
el panal de unos labios
y la gruta de un sexo.
Es ella.
Y nadie más.
La ninfa de Tántalo,
suelta de nuevo
entre el viento y la arena. Cada vez más lejos
y ya nunca inalcanzable
en la hermosura
y en la tarde
bajo el sol, entre las piedras, en el calor
... de la pereza
y en la divina indolencia
indiferente y angélica.
De: Jardín de la Pereza [1987]
DELICADEZA DE LOS BALDÍOS
Llueve, llueve sin prisa,
en el aire de marzo.
Bajo la lluvia fina,
la fina palma indígena.
Y en el verano suave,
aletargado, manso
-hay tedio y no tormenta,
hay viento y desengaño-,
aparecen los cocos
intactos en el barro.
Ayer no lo pensaba
y ahora lo recuerdo.
Son frutos del olvido
en jardines y páramos
las horas de algún sueño
robadas en un patio.
NO RECUERDO LA CASA
Recuerdo el camino, lejos.
Lejos de la ciudad
y, si ahora lo pienso mejor,
aún más lejos del campo.
Recuerdo el camino
bajo la luna irreal, amarilla
hacia el fin de la tarde.
Luna, hoy, de antes.
No había chacras, kerosén había
en un olor muy distante.
No recuerdo la casa,
minifundio abolido.
Recuerdo el camino.
Tierra descalza, baldío
de árganas, de flores, recua
de nubes.
Puro pasto, puro todo.
Un ápice de sol,
un residuo de fútbol.
Allá, allá lejos, quizá un charco.
PAISAJE DE UN PINTOR INGENUO
No son flores de almanaque,
ni son, sobre un cerro gris,
asnos en paz y en la tarde.
Qué lástima, pues aún caben
en un cuadro ya feliz.
MUY CERCA DE AQUEL ARROYO
Yo siempre quise vivir
muy cerca de aquel arroyo
Tan cerca, que no recuerdo
si no era en las mismas aguas
donde quería vivir.
Ahí se bañaban... Carmen,
su madre y una sobrina.
Hermana de Carmen era,
aunque se llamasen primas.
Ahí se bañaba Elodia,
a quien quitaron la "e".
Lodia quedó por un tiempo,
después... se llamó Inés.
Sea de otros el cielo
de Arcadia y sus visitantes,
yo siempre quise vivir
muy cerca de aquel arroyo
de Arcadia y sus naturales.
Tan cerca, que no recuerdo
si no era en las mismas aguas
donde quería vivir.
Quería llamarme arroyo
y aún quiero llamarme así.
Quisiera ser ese arroyo,
arroyo claro, que pasa
ciñendo en un dulce abrazo
de muy unánimes aguas
a las mujeres de Arcadia.
LAS NUBES
Lejanas, como en los primeras días de la tierra,
por un cielo de nadie se demoran.
Ahí hermosas.
Un joven sin oficio
ni cálida familia suficiente
a esa lejanía se acostumbra, poco a poco, y al azul
donde calma y dulzura unas horas alcanza
de tarde en tarde.
Así, al pie de un árbol, solo,
después de haber seguido
el breve discurso de un arroyo,
cuando descansa el cuerpo de su ninguna fatiga
y se tiende
y espera
en la hierba y al borde
de un mirar nuevo, limpio, las mira
realmente.
La luz que en ellas vive viaja
un instante sin ellas, a él desciende
y ambos viven la gracia
o el olvido de unas formas
que el viento crea, libre, como crea un alma
un día por el aire su leyenda.
Ahí, sobre la hierba
que a veces llama yuyo
-con acierto-
algún labriego, descubre
cúan suya es la pereza
si en las divinas horas y en un prado
bajo las nubes crece.
Junto al arroyo fino,
desde una dulce sombra pura
-tumbado, la nuca
en el cuenco de ambas manos-,
las ve pasar, idénticas a nadie, a nada,
y acaso más distantes
cuando de tarde en tarde
su enajenada luz desnudan.
EL VIENTO Y LOS MANGOS
Sobre su hamaca impecable
y en cierta sombra cansada
de ser la ausencia de alguien,
duerme la luz del verano.
Duerme la luz una siesta
y, soñando, hoy se pierde
donde tiemblan unos mangos.
Ya no duerme, ya despierta
sobre unas manchas intactas:
¿Moscas? ¿Motas de un leopardo?
Quién sabe si son las manchas
que flotan sobre los mangos.
Sobre los mangos maduros,
en el suelo adormecidos.
O sobre los mangos verdes,
magullados y abatidos.
PÁJARO AZUL
Cuando se acerca, sin miedo,
a regias limas de Persia
y, probando, ya las deja,
termina siendo en mi libro
y en cierto limero airado,
objeto de algún estudio
el ave azul de la siesta.
¿Quería comer guayabas?
Puede ser, mo lo sugieren
las alas y el aire dulce
del campo lejos, en calma.
Se multiplican las hojas,
desaparecen las huertas.
Un bosque se vuelve monte
o en su defecto, floresta.
Ese pájaro ya tiene
más árboles de la cuenta
y en tanto frondoso vuelo
-patio al fin, de arena y siesta-,
cualquier árbol se parece
a sí mismo y a un guayabo.
Es así... con unas alas
cansadas hoy de volar.
LIRIO DEL CAMPO
Se aleja un cuervo, ya canta el pitogüé, afirma
su andar ese caballo saliendo a la pradera.
Y en esta relativa calma, cuando las nubes
dejan de ser el rumbo ideal de una mirada
por dar su flor al sol de una tarde gris y lánguida,
pienso en ti, simple lirio del campo, dulce siempre
cuando pasan las nubes, las aves, el sol, lejos.
De: La canción andariega [1991]
MEDIODÍA
Es más amable la sombra
de un árbol, si el caminante
en ella pisa, descalzo,
la fresca sombra de un cántaro.
Entonces (la siesta es larga,
pero acorta los caminos)
vuelve la sed y se queda
con él un rato en sus labios.
EL ALA NEGRA
Sobre el campo y la fábrica
rural de azul recién pintada
los cuervos lugareños danzan
en ronda siempre atávica.
El viento juega, los embiste
y no comete abuso
de córvido discurso
diciéndote que son felices.
AZUL DE FÁBRICA RURAL
Casi el campo, galpón de estilo establo.
A tiro de guijarro, peluquería
cerrada contigua
a sastrería
cerrada contigua
a la tierna hierba del crepúsculo.
Tan parco cementerio cívico se nutre
de bienestar fabril anexo
a pequeña ciudad dormitorio.
El patio es fábrica,
la esquina es un reducto camionero
y la basura
arde y cruje,
es basura de campo, basura vegetal.
Tras el humo de la limpieza,
tras el humo escobero de las hojas muertas,
el camino de tierra sigue
su rumbo conocido,
muy pocos mudos nuevos intercambian
señas o gestos
o saludos
y muy pocas, muy pocas nubes para lápidas dirían
que el viento por aquí no es un solitario.
Volvamos a la gente, volvamos
a María de la limpieza,
María limpiadora,
María limpia.
Dulce a ratos no deja de ser
el manso entorno de María,
pero barrer sin duda cansa
y ver barrer aburre sin remedio.
Patio en penumbra
de estibas y tinglados.
La hora en punto menos cuarto.
La sombra de María deja su escoba,
María marca en la pared horaria.
¿Hay prisa?
El sol es su naranja.
Y cae.
SORDO A UNA QUEJA
No oye un árbol la queja
del viento que me despierta.
Si aun así es digno de Céfiro,
Austro, Siroco y su séquito,
digno ha de ser de esta hoja
que no da, mas dice sombra.
De: Alegría de un hombre que vuelve [1992]
ALEGRÍA DE UN HOMBRE QUE VUELVE
Me rozo con un núcleo crespo de muchedumbre
que viene por la carne, la fruta y la legumbre.
Rubén Darío
Inopinada, sorpresiva, febril y taxativamente,
quien no fue mártir ni soplón
ni dio su labia al barrio en mucho tiempo,
camina entre fachadas familiares.
La realidad, tutora de tantos viajeros afortunados,
lo devuelve a su casa natal.
Sigue por una calle cortada, todavía comercial en tal tramo.
Saluda, se demora, compra frutas.
Feliz, feliz ahí
donde la calle es cuna y el mercado es casa.
LUCES
Faro, fanal, antorcha,
cerilla temblorosa,
sol interestelar
o pluriplanetario, nada,
nada como la luz
amante de unos ojos
enamorados.
LAVANDERA
Oscura, si es que peina
o trenza sus cabellos
cuando devuelve sombras
el agua no muy lejos.
Oscura, si se tiende
bajo idéntico cielo
después de haber lavado
la ropa o su pretexto.
Y clara cuando huye
y vuelve en un recuerdo
que al vadear el río
tropieza con su fuego.
CONTINUIDAD DE LA ESPECIE
La llanura era un charco, era un resto de sol y era el salto de los sapos. Poco a poco, la oscuridad se apoderó de los árboles, de alguna roca y de la hierba que a flor del agua era más pasto que agua. Entonces aparecieron tres o cuatro caballos. Aparecieron es un decir, siempre estuvieron ahí.
SOBREVIVIENTE
Cientos a coro cantan al héroe de la tribu.
Lo hacen cada vez mejor sin mí
mientras yo cruzo algún saludo
y dos palabras con un indio que conozco.
Oscuro aborigen ubicuo
y, con razón, urbano.
Ya fue carne de selva y choza, de toldería,
opinable sujeto de cueva y antropólogo.
Ahora es indio de bar,
de almacén, indio de ferretería.
De: La calle del violín allá lejos [1996]
¡Oh bienaventurado
albergue a cualquier hora!
Góngora
INVIERNO
Un techo rojo
de tejas en los ojos.
Un clap-clap
salido de ambas manos.
Un beso largo, un largo abrazo.
Y tantas mandarinas caídas
de una bolsa de mandarinas
en la escalera.
SONETO Y RETRATO DE LA MUJER AMADA
Antes de encaminarme a la blancura
de tu blusa, de un lirio, de otras flores,
cuando nada sabía de colores,
de falsa perspectiva, de pintura;
antes de verte a ti dejar la oscura
noche encendida en dulces miradores
y de entender por qué unos resplandores
iluminan el trazo que hoy me apura,
algo de ti sabía que entreveo
ahora, en este instante, cuando pienso
al pie del verso que mi pluma pinta,
al pie de un cuadro que en mi verso veo:
goza la luz bañándote en lo inmenso
y en tu figura al sol, hecha de tinta.
SOSIEGO
Otro día de fútbol (en el césped
rapado y militar) con jugadores
a los que la tv confirma audiencia.
Por una vez, ay, no, basta de goles.
Procédase a un domingo sosegado.
Luz de persiana (veneciana), luz
de un domingo de tregua semanal.
Almuerzo largo y digestiva siesta.
Un día para Mozart, Buda, Bach.
TIRADA FLORAL
Muro y musgo, jazmín y pacholí, dulce rosa
y amarga tuberosa.
Ylang-Ylang, flor de perfumista.
¿Para descansar la vista? Lirio colirio.
Lirio, flor que también llaman azucena.
LECHO Y LITERATURA
C'est un livre qu'au lit on lit
Apollinaire
El futuro durmiente, si es sincero,
dormita o lee un rato, luego duerme
como si entrara en el último sueño.
Es grato y oportuno leer así en la cama.
No, no depende tanto del libro,
cuenta más una buena almohada,
poesía hay siempre en las estrellas
que caben en un tomo de bolsillo
o en un formato de ventana.
Leer, leer con gusto en la divina
presencia compañera que nos dice:
«Léeme ahora el cuerpo, bien, sin prisa».
EL SOL NACIENTE
Vive el Japón en muchas lenguas
y lo hace con pocas palabras:
ayer kimono y kamikaze,
origami hoy, e ikebana.
ITAIPÚ
Ahora viene un joven que no sabe
cómo se hizo la represa.
viene a estudiar el río prisionero,
el diseño, la roca, la construcción.
En este caso, la historia le interesa
porque el hombre pudo más que el río.
Más que las muchas boas de ciego
en el abrazo de sus remolinos.
Más que su irresistible,
divina fuerza resistida.
Un dios de agua y olvido;
un río, el Paraná,
apenas por un tiempo desviado
y alzado para siempre a nuevas alturas.
Ya vive el río lejos de la selva.
Y el joven mira lejos,
pero no puede oír una queja distante.
Además, nadie sabe
si ella viene de un hombre,
de un tapir, de un tucán.
De: Adiós a la cigarra [1997]
EL MUNDO DE AQUEL JOVEN
Un pájaro, una nube, caballos, la llanura,
el aire de la aurora y un temblor de hojas.
Y una palabra antigua, terrible: rebelión.
Y un amor más que peligroso, el primer amor.
Al otro lado de las vías del tren sin tren,
amanece y comienza de nuevo la aventura.
El sol, ahora solidario, pasa una cuerda
y el joven sube, sale del pozo de su noche,
honda noche vivida con temor y esperanza.
LOS ARRANCADOS
La luna vuelve con un parpadeo.
Los techos aparecen después,
cuando el recuerdo abre los ojos,
las ventanas, las puertas.
Son unas casas, se diría, para tropezar
y demorarse y conversar con ellas.
¿Dónde estuvieron? En sí mismas,
como caídas en silencio,
como abatidas. Se van incorporando
y ya conversan: casas corpóreas,
hogares mínimos, pensiones baratísimas,
sótanos novelables, inolvidables áticos,
Lugares con un poco de historia.
Casas que dicen sí, fue aquí,
de aquí los arrancaron en la noche.
Hace tiempo, que es como hace en estos casos.
Y cada año hace un año más.
UN ÁRBOL
El sauce es apenas un árbol, pero llora
como lloran las dríades, las náyades,
los elfos en el viento, en el río
y en los desmemoriados días de quien pasa
sin pensar que su amor es pasajero.
CEREMONIA
Y bien, amigos míos,
la diplomacia sobrevive.
Esa palmera asfáltica,
embajadora del desierto,
anuncia con un poco de viento
la lenta llegada de su emir.
De su líder, quise decir.
Alguna vez vendrá el desierto
y de arena serán las mortajas.
El enigma persiste.
¿Serán de plata las estrellas
o de luz, como siempre?
PAUL GAUGUIN, POR EJEMPLO
Pintor del paraíso terrenal.
Además, gran contestatario.
Nunca pudieron coronarlo
con un casco de corcho colonial.
A UN GORDO, SINCERAMENTE
Acepta mi consejo,
di no a las francachelas,
no serás Pantagruel.
Y Sísifo no fueras,
llevando una cuchara
en lugar de su piedra.
De: Pitogué [1999]
Ya no me importa ser nuevo,
ser viejo ni estar pasado.
Lo que me importa es la vida
que se me va en cada canto.
Rafael Alberti
PITOGÜÉ
Yo te canté, pitogüé,
y quisiera seguir haciéndolo.
Yo te canté sin traductor, sin benteveo español.
(Regional, el guaraní de las aves
nos da un poco de aire para que vuele tu nombre.)
Canté la rama donde cantas,
el borde de la canaleta donde cantas,
el techo de la casa donde siembras
tu siempre tan hogareño canto.
Y la mano, canté la mano de la mujer que acaricia
su vientre
cuando le anuncias que muy pronto será madre.
Así, así será, porque sabes
a quién le anuncias nacimientos
y a quién, para mirar al cielo,
le abres caminitos en el aire.
TESTIMONIO
El techo roba cielo
a los ojos que miran a un árbol.
Y la pared es todavía blanca.
Y la ventana es el apoyacodos de una sombra.
Grabo, sigo grabando la casa
en la madera del grabado,
en el papel del poema,
en los días y en más de una noche eterna.
Quiero dejar el testimonio de un tiempo íntimo
y a la vez escondido:
el puro atisbo de una casa,
un árbol, una sombra.
LA BELLA INÉS
Ah, belleza de ayer.
De un ayer más que arcaico,
un anteayer de ayer.
Ella, la bella Inés,
era delgada entonces,
tentadora también.
Yo me cuento entre quienes
admiraban su cuerpo.
Ese cuello, esos labios.
Y el andar, el meneo,
el sensual taconeo
que invitaba a seguirla,
con los ojos siquiera,
en reuniones, en fiestas.
¿Qué pasó? ¿Se casó?
¿Divorciose? ¿Sí? ¿No?
No es jamona ya viuda
ni abuelita feliz.
No es mujer de un simposio,
sino miss, siempre miss.
No la enreda este tiempo
lineal, vulgar, sin gracia.
Vive un tiempo redondo.
No se sabe muy bien
si es redondo y oscuro
o claro y circular,
si ha venido a quedarse
o a llevarla con él.
Por de pronto, da vueltas;
es un tiempo y un trompo,
un violín, otro vals.
Y ella, ágil y bella,
bella de ayer, de siempre,
busca un punto de apoyo
en el hoy transitorio.
No un bastón, desde luego.
Un quitasol, quizás.
¿No la ves elegante?
Yo la veo anacrónica,
amable y anacrónica,
paseandera, jovial,
con sus finas maneras
o sus buenos modales,
su gimnasia, su dieta
y su higiene mental.
TAREAS TAN INÚTILES COMO LA POESÍA
El río crece, el tiempo no ayuda.
Rema, rema la luz bajo la lluvia.
Que me perdone quien se sienta herido,
los inundados son del río, de nadie más.
Clavan techitos de multiflex,
de flexiplor, paredes
de un más que servicial cartón
o se dan por entero a otras tareas
que de por sí tampoco arreglan nada.
Y justo cuando nada se arregla,
cuando la noche habla de tregua
y enciende su esperanza, su lámpara
de veinticinco vatios gratuitos
en un barcito de morondanga,
se vive un apagón, se oculta el río,
se oculta la ciudad que ocupa el río.
OBSERVACIONES DE UN MARINERO
DE AGUA DULCE QUE SE HIZO A LA MAR
- 1 -
Reflejos en el agua tranquila
Y después de una mueca, frente a manchas de aceite,
Narciso, defraudado, se encuentra con el cielo.
Sobre el agua tranquila de la tarde y, los peces,
cantan aves de paso, de estuario y de astillero.
- 2 -
El barco y los límites de mi voluntad
La brújula no engaña, vamos a Rotterdam.
Bueno, pero preferiría Bilbao
o Veracruz o Santos o Yokohama.
Qué pena que no pueda yo tomar el mando,
seguir el rumbo que me dé la gana.
- 3 -
Cuaderno de bitácora
A veces, cuando estamos cansados del agua,
del viento y de las nubes,
se nos cruza la rata que subió al barco.
Es el mejor recuerdo de la tierra lejos
para mamíferos de quilla y hueso.
Y sus ojos insisten en una confidencia.
Y te mira, no puedes darle con un palo.
No vemos a la rata entonces,
se nos viene la imagen polvorienta
de un taller, un baldío, un patio.
Sigue la travesía
con un poco de tierra en los ojos.
- 4 -
Tormenta
Un relámpago nos dibuja la rama de un árbol.
La lluvia nos recuerda
a las hojas que apenas la sostienen.
Y la costa no queda lejos, pero quién sabe.
Oscuramente navegamos, como sombras
que un destello destierra y otro sueño restaura.
De: La rebelión demorada [2005]
NOTICIAS DE TU CORRESPONSAL
Caro lector de siempre y de mis cartas en verso,
esta cartita mía tiene mil años.
Es decir, la escribí ayer.
No tardará en llegar a tus manos.
Y, mientras escribo el nombre vegetal de una calle,
despaciosamente, en el sobre, mientras elijo
dos o tres fotografías recientes
para que viajen acompañando a mis palabras,
la radio pasa música de películas
y el cierzo vierte el ácido de las hojas muertas
en esta tierra fría y próspera, tan lejos de la nuestra.
¿Qué puedo hacer, contar hoy con los dedos
los días que me faltan, las noches que ya fueron?
A pesar de algún libro, de un bar,
de la vida también social de la gente,
siento que los días costeros,
las semanas marinas del mes
y los meses como gaviotas del año,
me van dejando solo en la playa desierta.
No tengo vocación de roca
ni quiero convertirme en arena.
Espero, como de costumbre,
que Ícaro vuele, que sobrevuele
las aguas de la sal y la distancia,
que llegue a un mar de pasto y potros
y a la dulce ribera de aquel río
que volveré a cantar mañana,
cuando se me acabe la ausencia
y cuando ya no suene la rima con que pago
la elemental tristeza de no estar a su lado.
OIGA, DIGA
¿Es usted de los que da limosna?
¿De los que da limosna
de acuerdo con la cara del mendigo
o con la mano del mendigo?
¿Qué? ¿Cómo? ¿No da usted limosna
sino a mendigo conocido?
Bueno, dejemos estas preguntas para más adelante,
ahora detengámonos
ante un mendigo que recibe una limosna.
Si es un mendigo profesional, dirá
Dios se lo pague
mientras piensa otra cosa.
Y, si no es un mendigo profesional, dirá
Dios se lo pague
mientras piensa otra cosa
Siempre piensa otra cosa
quien dice, con voz de mendigo,
Dios se lo pague.
¿Y qué piensa de su pordiosero,
quien a unos andrajos de los que sale,
no sin arte, una mano,
le deja alguna monedita?
Diga, dígalo usted, que da limosna.
¿Y qué piensa de su mendigo
el que no da limosna?
Diga, dígalo usted, que se priva de hacer caridad.
De: Espantadiablos [2006]
NADIE SABE DECIRME NADA
La tormenta pasó,
los daños son menores.
Resisten bien las casas
hechas de piedra y dólares.
Fue un largo viaje, el mío,
con peligros de todo tipo.
¿Qué hice yo para estar aquí?
Muy poco, quizás incluso menos.
Soy un sobreviviente,
digamos, espontáneo.
A otros les va peor, son fósiles.
Y más de uno se sentirá molesto
por nuestra percepción del paso del tiempo.
Pero nadie me dice nada,
nadie sabe decirme nada.
Buenas noches, muchas gracias por la cena.
Caminante, al fin, sigo por estas calles,
sigo por estas largas,
larguísimas calles pacíficas
con árboles echando flores al viento
y apacibles jardines con música.
Guardias criando panza,
sentados con un aire de ayer,
cuidan alguna que otra casa,
donde hay un robo de vez en cuando
y siempre el mismo secuestro en la tevé.
Puede el sosiego ser una señal,
puede acaso inquietar a cualquiera,
no así a los guardias,
gente de tierra adentro
ya en barrios caros,
elegantes, claro, al uso nuestro.
Hoy tengo para ellos una pregunta
digna del extraviado que usa mi ropa
quisiera saber dónde estoy.
Pero nadie me dice nada,
nadie sabe decirme nada.
Y la noche me lleva lejos,
la noche es una amiga bajo las estrellas.
Es tarde para componer un nocturno
o para conspirar en un sindicato.
Es tarde también para los bares.
Entonces, sólo atino a caminar
bajo Las Siete Cabritas, Las Tres Marías
y otras estrellas, otras estrellitas,
otras cabritas en el cielo.
Cielo para seguir, sin prisa, pisando el pasto
en las veredas de pasto y lejanía.
VENENOS Y ANTÍDOTOS
Contra el presente
intolerablemente real,
el amable futuro de los sueños.
Contra los abusos del futuro,
la redentora presencia del presente.
Contra el ayer, un espejo.
Contra la usura, nada.
Contra la narcofarra,
un bocadito, un piscolabis.
ES CURIOSO
Aquella verde Arcadia
con San Francisco y con cuatreros,
si alguna vez fue cántaro,
es égloga; si égloga, recuerdo.
No es raro que así sea.
Curioso es que la gente
que hoy fraterniza con corruptos
se asuste si la llaman decadente.
UNA CIUDAD EN LA GIRA
Anuncios intermitentemente luminosos
ofrecen la cerveza que todo el mundo bebe.
Nadie, nadie los mira, son el neón de nadie,
mientras la noche se llena de gente y de bares.
UN CAPO DEL MICRÓFONO
Sabe, sabe de música.
Sabe de sinfonías,
óperas, melodías
populares o no.
Conoce el repertorio
de punta a punta, sabe
de bossa, de rapsodias,
de folclor o folclore,
de valses de ayer. ¿Jazz?
Nadie sabe de jazz
como Tato Banotti.
Uno que sabe y habla.
Uno que, hablando, tapa
al violín de Grapelli,
a las cuerdas de Django,
a las teclas de Peterson,
a los bronces del cielo,
a un saxo, a un contrabajo.
No es su voz instrumento,
es más bien un tormento,
pero no digas ay.
Aguanta, no te rindas,
acepta este consejo.
Si la música es buena,
resiste tú con ella.
Resiste cualquier cosa,
cualquier elogio, encomio,
interferencia o glosa.
De: Los años en el viento [2008].
AQUEL CAFÉ
Un día ya lejano para todos,
incluso para mí,
que estoy hecho de pura lejanía,
cierra sus puertas un café notable,
antiguo, frecuentado por gente conocida
y por gente común, por gente de café,
gente sin prisa, gente que se ofrece
a la conversación entendida como un arte;
a los dados, que son un descanso;
al ajedrez, que es una metáfora del destino;
y al billar, que no deja de ser un intento
de humana perfección lúdica.
Con la verdad del tedio y con el dolor del tiempo,
dibujo ahora flores a su memoria.
Flores rupestres, claro, porque
era una cueva aquel café.
Una cueva con cierta magia.
Un lugar para oír palabras
que venían de lo más hondo de mí mismo
como si en realidad salieran de una cueva.
Creo haberlas oído durante años.
Creo haberlas oído cuando las luces
– estalactitas de neón y estalagmitas de lo mismo-
se encendían, iluminándome.
TERESA
En el puerto, en un barrio del puerto
y en un barrio de voces de entonces,
circulaba, tenía vida propia
una dura expresión de disgusto instantáneo.
La oímos en tantas,
tantísimas películas italianas,
la repetíamos en italiano, la traducíamos
para nosotros mismos: «Puerca miseria».
El puerto era trabajo y cansancio,
el río era un lamento,
el ocio era el anzuelo de un bagre ocasional
y, desde un patio de la esperanza,
con la ropa tendida en las cuerdas,
saludaba Teresa a los barcos.
Conversar…Conversábamos con ella
a la hora de las naranjas
chupadas y arrojadas por la borda
y a la hora de alguna confesión,
cuando la gente de la ribera
y las casitas de la ribera
eran un solo y largo abandono.
Una y otra vez nos decía,
variando estas palabras:
-Quiero irme de aquí, ya no tengo yo a nadie.
Cierta oscura belleza
surgía en ella con urgencia,
surgía con la blusa vieja siempre limpia.
CLANDESTINO
Es verdad, el ayer vive en mí.
Soy un cronista de otro tiempo.
En este mismo instante, sin ir más lejos,
soy un eco del tren internacional,
de los viajeros que viajaban entonces
en los vagones de tercera rumbo al destierro
o, más amablemente,
a la tierra del dulce de membrillo.
Recuerdo la estación, el tren, el andén,
la mucha gente, el mucho frío.
Recuerdo el reloj, la campana,
los pasajes en tinta lila
y el año impreso en el calendario.
Sobre todo, reecuerdo un destello.
Un destello cruzando la noche
era aquel hombre a punto de subir al tren.
Uno del bando perdedor, un clandestino.
Ahí lo encuentran, lo capturan ahí.
Fue un descuido increíble, dijeron
quienes algo sabían del episodio.
Durante años, para no comprometer a la familia,
lo mencionaban en un susurro.
Hoy ni siquiera lo mencionan.
Yo lo recuerdo de esta manera.
Armó su brazo por un sueño
y no fue astuto ni lo acompañó la buena suerte,
compañera de tantos.
Lo derrotaron, lo persiguieron
también después de su derrota.
Lo llevaron de la estación a una zanja.
Lo mataron ahí, según algunos.
Según otros, llego muerto.
Como yo no le hago el juego a los testigos,
digo que viaja en este recuerdo.
El tren sigue su marcha bajo las estrellas.
ESCRITO A MANO
Pasamos y un cartel nos dice
que ahí venden carbón.
¿ Se vende ? Se vendía.
Hoy es oscuramente ayer
frente a esa carbonería.
De: La Nave [2010]
LA NAVE
Se parece a nuestra esperanza.
Navega todavía, no sabemos cómo,
entre viejos cargueros remozados
que a nadie engañan cuando se van a pique.
Su bandera de conveniencia
es un inconveniente panameño,
liberiano, chipriota.
Su carga es un misterio profundo.
Sus tripulantes, cuando no hablan inglés,
insultan en la lengua de Neptuno.
Podemos verla esta mañana
desde una playa de bañistas
o de este lado de la tevé.
En un mar de petróleo derramado,
esa inocente proa busca un rumbo.
Abre un surco, lo abre ahí,
donde desovan muerte los peces
y se empatanan hasta morir
las hambrientas gaviotas hambreadas.
ÉGLOGA POSIBLE
El carro lleva ramas
de las que conocieron el beso de un machete
y los infames dientes de un serrucho.
Son los vestigios vegetales
de un típico jardín que ilustra
el ocio de la clase media.
Con el carrero, su mujer.
Es el fin de la tarde.
Es un camino que no parece tener fin.
Lento, lerdo, cuadrúpedamente harto
de tirar y tirar del carro, el caballo
ya no responde al látigo.
Le habla el hombre al caballo.
No le hace caso, o resulta.
Y la mujer, encinta y cálida
a la manera de las encintas por primera vez,
algo también le dice al caballo.
Se apaga el sol, será la noche cuando lleguen
a las orillas de la ciudad,
a la casa siempre en peligro
de inapelable desalojo.
El hombre soltará al caballo
y el pasto reconocerá un relincho,
la mujer se pondrá a zurcir un vestido
y vendrá la luna a mirarse
en un balde de agua.
Acaso sea toda
la vida pastoril aún posible.
COMPAÑEROS
Un pedazo de pan, un rayito de sol
en la rubia corteza del pan.
Un rayito de vino en medio del pecho
y en el antiguo comedor obrero
.
Después volvían a la fábrica,
al desgano secreto, subversivo, al tiempo
del trabajo comprado y la vida robada.
En una claraboya envejecía el cielo
.
Con el cansancio, el fin de la jornada.
Con el atardecer, el silbato.
Triste, mecánica cigarra patronal,
y aun así les cantaba.
ELLA
El aire, el aire dulce,
el aire que la ciñe como a tallo.
Flor entreabierta, flor de blusa blanca,
flor de pies momentáneamente descalzos.
El cielo suelta estrellas, el viento sigue su camino
y, como siempre, rueda la luna en busca de un
.....poeta.
Si pregunta por mí, alguien tendrá que decirle
que no estoy, que soy feliz en un encantamiento
que tiene el nombre de la mujer amada.
Sus ojos dicen lo que sus labios callan,
su cabellera se derrama en mi mano
y un beso encuentra su lugar
en el pequeño cuenco que hace el cuello cerca de
... la oreja.
De: Las manos vacías [2010]
1
AQUÍ YA NO PROHÍBEN
pisar el césped.
¡Ah, qué felicidad!
Oiga, duro censor de antaño
y casi ecuestre prócer
de la instantánea libertad de hogaño,
la runa que a usted le debernos
es francamente tétrica.
Usted, que es tan telúrico,
piense un rato en la gente
que ahora nos rodea.
Piense, no hace daño pensar.
Piense en estos labriegos sin tierra
que van pisando el césped
como si al hacerlo tornaran
posesión de una ciénaga.
Desde ayer, ocupan la plaza.
Ella, que nunca tiene dueño,
es hoy toda la tierra que les toca.
2
RECUERDO EL TREN, PASABA POR ENFRENTE.
Y el tranvía, que al dar la vuelta a la esquina,
saludaba con una reverencia
al césped y a los árboles floridos.
Es el ayer tranviario, ferroviario.
Si agrego el hidroavión de la siesta,
es el ayer aéreo y también fluvial.
El ayer es mi especialidad en materia de transporte.
Es suficiente, basta de nostalgia.
Tanta añoranza puede ser sospechosa.
No faltará quien diga
que yo guardo un cadáver en el armario.
En fin, Asunción es así.
De modo que, en la plaza de cada día,
cuando el sol se apaga como un cigarrillo en la piel,
no sigo a Whitman, no me canto a mí mismo,
canto este banco despintado
por tres generaciones de pura lluvia,
este banco marcado, herido por un cuchillo,
acaso un cuchillito para pelar naranjas
o degollar a una mujer infiel.
3
SE HAN IDO LOS LABRIEGOS SIN TIERRA,
ahora vienen los obreros sin fábrica.
Han tomado la plaza.
Hay carteles perfectamente ilegibles,
banderas en jirones, discursos.
Sale en apoyo de la causa
la juventud en una marcha.
Hay líderes pop, hay líderes rock.
Hay líderes punk, hay líderes ye ye ye.
Lo mejor es el césped, rima el césped
con cualquier trapo que se le tire encima.
Con cualquier papelito sucio.
Con vestigios de cielo.
Con el resto de un caramelo.
Rima el césped, el césped que dejó de lado
el sindicato enterrador de obreros.
4
LA RESIGNADA MANSEDUMBRE
de esta llovizna interminable.
Una camisa apenas gris.
Un hombre gris también celeste.
Mi cuadro copia los colores
de la camisa de un obrero
y de la vida de algún otro.
Ropa simple, vida sencilla.
Ambas a un tiempo se destiñen.
5
A LA SOMBRA SERENA DE LOS ÁRBOLES
que un viento manso, fresco,
tirando a frío, mueve,
el viejo pasa y mira al cielo.
Recuerda... No recuerda...
Su memoria aletea un instante,
y la luz de la tarde
es una dulce y joven viajera.
El adiós fue sólo un rasguño,
un parpadeo, una mentira;
fue un silencio imprudente
al que siguió una palabrita necia.
Regresan hoy por un momento,
Silvia, Inés y Margarita.
No así, no aún, Adriana.
Y ella le escribe que vendrá.
Le escribe en una hoja
de las que lleva el viento,
una hoja de las que no mienten.
Le escribe con un beso.
Le escribe con todo su cuerpo.
Él aprende a esperarla
en el corazón del invierno.
6
CONTRA MUCHA, MUCHÍSIMA AUSENCIA TODA JUNTA,
suele soplar el viento que la trae
al mundo de la niña que se quedó sin ella.
Y la pequeña cierra los ojos para ver llegar a su madre.
Y la madre comienza a trabajar,
a hurgar en la memoria de la hija;
clasifica según su norma de madre,
no según los deseos de la huérfana.
Así, cuando la madre termina con su trabajo,
ambas pueden jugar un rato en la plaza
a que la muerte es otro nombre del regreso.
31
SON LOS ÚLTIMOS CUERVOS
y aún dominan el cielo.
Para alejarse esperan
que salgan las estrellas.
Es el atardecer en el muy duro feudo
de un gran señor plantócrata.
Yo sé que mi presencia aquí no es bien vista.
Los brasifarmers no me quieren,
la moni mani muni no me compra,
y los parasojayos y los comisionistas
de la tierra rifada con toda la gente dentro,
me ofrecerán, sin falta,
tomates blandos, chicle
y unos metros cuadrados de pantano
para levantar una casita y vivir en ella.
No quiero oír razones,
no quiero yo pasar aquí la noche.
Para todo propósito práctico,
no quisiera ser un intruso en este latifundio:
yo soy un primitivo incómodo,
un enemigo declarado
del calendario y de su látigo.
Mejor, me pongo en marcha.
Es el atardecer en la estación abandonada.
Hace años que el tren no pasa por este verde paraje.
En el andén cubierto de maleza,
hay gallinas, guineas, lagartijas.
No se trata del recio madero de un náufrago;
es, en el mejor de los casos, un gallinero
coronado por una veleta
que no se lleva bien con el viento.
Una vez más, a pie
y a la vera de los rieles,
sigo al tren que aún corre en mi memoria.
Cuando llegue al kilómetro cero
que es donde comienza la ciudad,
que es donde bajaban los caballos de un vagón
y los jinetes y las armas de otro vagón,
que es donde se juntaba con cuchara
la harina que caía como maná,
que es donde las lágrimas
no se secaban en los rostros,
y las valijas, que eran de puro cartón,
estaban atadas con un cordel, digo, digo nomás,
cuando llegue, y ya debo estar por llegar,
veré en la desierta estación
a todos mis fantasmas.
Enfrente, con un poco de suerte,
encontraré la plaza bajo las estrellas,
la plaza como centro de la vida posible.
De: El arte de la sombra [2011]
EL ARTE DE LA SOMBRA
Pinto a mi modo y quiero que lo sepas.
No se me acaba el tiempo cuando pinto
la mesa, el rubio pan, el vino tinto,
siendo el año un enigma en cuanto a cepas.
Y tú, sombra de ayer, a un sueño trepas.
Y lo pintas, con trámite sucinto.
Me pintas lo soñado, lo indistinto
de un tiempo en bodegones o en estepas.
Yo te admiro, ser sombra ya es un arte.
Tu casa es, desde luego, una ilusión,
y no nos hemos visto en otra parte.
Vuelvo a tu casa y vuelve a suceder.
Vuelvo a pintar ahora un bodegón.
Mi por ahora es mi por ayer.
CANCIÓN
Con el adiós a las estrellas.
Con el buen día de los pájaros.
Con el brindis que brinda la orquesta.
Con el chinchín de los platillos.
Una canción, ahora, una canción
para ella, para su gracia, para su alegría
y para su desnuda y celestial travesura.
Para ella, tan anterior a todo.
Sobre todo, al olvido.
LA CLASE OBRERA YA TIENE SU MUSEO
Son todos dentistas, policías, turistas.
Son curiosos curioseando.
Hay exposiciones, curadores hay.
La vieja fábrica es un museo abierto al público
en días de oficina y horas de museo.
El piso es puro mármol reconstituido, reimplantado.
El último obrero no ha vuelto,
dejó su ropa de trabajo.
La dejó colgada de un clavo de la memoria
a falta de pared.
La pared es textura saqueada.
ANTES DEL NOTICIERO
Tú, que gracias a la tevé,
estás a punto de aceptar
de nuevo un Apocalipsis parcial
en una, en dos, en tres
de las ciudades reducidas
al tamaño de un barrio en cenizas
por el horror que vuela, por bombas
pensantes y autodirigidas,
no, no sigas, no des por descontado
que el fin del mundo ha comenzado.
Antes del noticiero, cuando el visivo
mundo invivible te lo permita,
ruega que no funcionen los misiles.
LA CAMARERA ESTÁ CANSADA
Esta película no viene
de ningún festival.
Se filmó con actores sin experiencia,
con equipo barato, en la calle,
en una fonda, en una noche.
La camarera está cansada.
Hay gente que dormita
con los codos sobre la mesa.
La luz que da calor a una ventana
bien puede despertar cierta emoción
en quien la mira desde la calle.
El cansancio anida en la mirada
de la hermosa camarera.
Y las estrellas, sobre todo,
las de primera magnitud,
ningún otro mensaje tienen
que el que van dejando
con música y con viento en los árboles.
Avanza todavía la película.
El invierno se adueña de la calle
y algo busca un perrito en la basura:
el alumbrado público lo encandila.
Una ambulancia pasa, tan a desgano
que no se sabe si va, si vuelve o si pasea.
CORO DE MILITANTES TRAICIONADOS POR EL PARTIDO
La plaza nos ofrece el último sol de la tarde.
Hay flores de segunda clase.
Hay ciudadanos de tercera.
Hay, como siempre, enamorados
fuera de un plan inmobiliario.
Que no se demore, que venga,
que venga la noche a nosotros
con la verde verdad de los sapos.
Que venga con los sapos, las cigarras, los grillos.
Que venga con la sombra que habla con su dueño.
Que no se demore, que venga
la noche con la calesita, tema prohibido
por tantos y tan fatuos brahamanes literarios.
Que venga, que no se demore,
que venga la noche a nosotros.
Que nos traiga confianza.
Que nos deje, con una promesa creíble,
su luna humanizante y su estrella de yapa.
JACOBO A. RAUSKIN, Es un poeta fundamental en las letras paraguayas contemporáneas. Nació en Villarrica, Paraguay, el 13 de diciembre de 1941. Poeta. Pertenece a la generación del sesenta y da a conocer sus primeros trabajos en diarios y revistas literarias de entonces. Ejerció la cátedra en la Universidad Católica de Asunción y dirige la Biblioteca Municipal Augusto Roa Bastos de dicha ciudad. Miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española desde 2005. Su obra abarca una veintena de títulos, entre otros: Oda, 1964; Linceo, 1965; Casa perdida, 1971; Naufragios, 1984; Jardín de la pereza, 1987; La noche del viaje, 1988; La canción andariega, 1991; Alegría de un hombre que vuelve, 1992; Fogata y dormidero de caminantes, 1994; La calle del violín allá lejos, 1996; Adiós a la cigarra, 1997; Pitogüé, 1999; La ruta de los pájaros, 2000; Andamio para distraídos, 2001; El dibujante callejero, 2002; Doña Ilusión, 2003; La rebelión demorada, 2005; Espantadiablos, 2006; Los años en el viento, 2009; Las manos vacías, 2010; El arte de la sombra, 2011; Estrella estremecida, 2012; Esa mansa tristeza, 2013; La rosa encendida, 2014. El autor ha publicado las siguientes antologías y recopilaciones de su obra: Canciones elegidas, 1998; Poesía 1991-1999, 2000; Poemas viejos, 2001; Poesía reunida, 2004; (segunda edición, 2008 y tercera edición, 2010) Un día pasa un pájaro y otros poemas, 2008; La nave, 2010; En las afueras del mundo, 2012. Premios y distinciones: Premio La República. Asunción 1988, por La noche del viaje. Premio El Lector, Asunción 1991, por La canción andariega. Premio el Lector. Asunción y premio Municipal de Literatura, Asunción, 1996 por Fogata y dormidero de caminantes. Premio Roque Gaona de la Sociedad de Escritores del Paraguay, en dos ocasiones, en 1997 por Adiós a la cigarra y en 2003 por Doña Ilusión. Premio Nacional de Literatura en 2007, por Espantadiablos. Premio Domus Aurea de la Universidad de Roma en 2010 por el conjunto de su obra. Hijo Dilecto de Villarrica. Maestro del Arte-Literatura-Congreso de la Nación. Orden del Poder Popular, Venezuela.