ÉL
Hay un pez en su lengua nadando profundo hacia afuera.
Hay un pájaro volando hacia donde la luz insiste, adentro.
Nunca ha actuado en perjuicio ajeno; aprendió a ver,
a decir o callar, según fuera el momento.
Un afable río su rostro. Una hendidura su ceño.
En el aire que escurre su camisa
escuchas el organillo dócil de su alma escribiendo esto.
*
Prefiere apartarlos, prefiere no causarles eso
de tener ahí al lado lo que sacude el suelo;
envuelto en sábanas pulcras como quiso su madre
antes que bajara de no sé donde la bestia y le asestara
el hacha en el medio y un sol otro lo llevara oscuro lejos
y fuera el niño que despierta en otra parte del sueño,
desnudo.
*
Busca que sus pies no estén uno sin el otro.
Lo desvela la canción muda de los astros.
La vida lo hiere y lo compensa de esta manera.
Prefiere que nada interfiera entre Dios y él.
Aprendió a callar, aprendió a oír a las piedras.
VOZ
Permíteme unas palabras ahora cuando callas
y te demoras en venir.
Entre tú y yo hay un pacto de oído y boca.
Debo silenciarme cuando hablas y ser tu escucha.
Es el temblor de estas manos lo que te anuncian.
Esta sed irrecusable de verdad lo que te atiende.
Dime si me he desentendido de tu eco.
Si por serte fiel te he faltado.
Callarme en lo que callas. Decir lo que dices.
No es a mí solo a quien te diriges
y la verdad que me obsequias incluye al Otro.
El fogón donde mi madre tuvo lumbre de brasa
cuando el mirar de sus ojos nos dejó.
O bien, el árbol que plantó mi padre con sus manos
y el polvo del camino por donde un día se borró.
Tú te dices en las cosas, muda. Tú me dices.
Volvamos al principio, cuando yo no existía
y tú sólo eras el rumor de los astros lejos.
El fuego que el tiempo escindió.
Déjame seguir escuchándote. Déjame.
Sólo tú dirás hasta cuando.
Y yo callaré contigo, sin afán, sin asombro ya.
Agradecido.
INVISIBLE
Hube estado en la calle de no sé donde.
Me había bajado entre las esquinas
de nunca supe y no sé si estaba.
Había llegado de un viaje que no precisé
si a la salida partió o regreso no tuvo.
Acaso anduve caminando la ciudad de nadie
o ninguno vino con mi paso o detrás
no hubo sombra alguna que me cubriera.
Si era ese o no. Si poseía un rostro
que diera a la luz mi identidad.
Cómo saber si llego de donde no sé.
Si voy a ninguna parte. Si ya acontecí.
Si volví siempre a donde estuve.
Sólo el gong mudo de otra pregunta
despierta mi voz. ¿Qué hago aquí?
Estoy parado delante de nada y mis pies
no encuentran pavimento por donde ir.
Mis pasos se han ido en dirección que no veo.
Estoy a un segundo de la desesperación.
Sólo me contiene el que nadie me ve.
de: Cuaderno Blanco, (2013)
JAZZ DE NADIE
Nada. ofrece la arena al sediento
Sólo espinas y la promesa del oasis
entre su ir y la incierta llegada.
Alta nota que la noche esgrime
cual borrón en la piel.
Algo más que su duda
es su sombra calcinada por el sol.
No es menos lo que el mar le niega
y siempre más lo que le quita.
Su brazada alienta el desespero.
Si ha de recalar en algo
será en una isla de encanto
donde pierda la razón,
si es que la tuvo alguna vez.
Todo esto es previsible
y lo que no, milagro es.
Volver a casa,
irreconocible para los suyos,
un muerto que no ha debido volver.
Para quien fue su mujer
es un rezago del olvido.
Para su hijo, eso de que
tuvo necesidad pero no estuvo,
repentino soplo aparecido.
JAZZ DE LAS GANDOLAS
Las gandolas atraviesan la noche
llevando la necesidad puntual
o las más onerosa de las futilezas.
Las he visto partir haciendo sonar
la orquesta de sus motores.
Pasan al lado de somnolientos autobuses
acelerando el saxo de sus bujías,
el clarinete de sus radiadores,
el trombón de toda su pesada carrocería.
A sus conductores se les conoce el ángel
por la abismada pupila de sus ojos,
por sus ropas impregnadas de gasolina,
por cierto desdén en el trato
con los que les son indiferentes
en desveladas estaciones
que los esperan en el camino.
Hablan una jerga de tildantes palabras.
Silban canciones cuando el destino se alarga
y el bostezo monótono de la brisa
los inunda de sueño.
Llevan por valija recuerdos idénticos
de cuando no eran tránsito y era grato
el calor de los hijos y la mujer.
Pernoctan donde la noche los venza,
en colgaduras de chasis, entre cauchos
y remolques. Antiguos guerreros despeñados,
gente que habita un solo lugar: la carretera.
Habrá fiesta cuando regresen, si regresan,
si la promesa de Ulises era cierta.
JAZZ DE ÍTACA
Cuando la niebla azul de Ítaca aparezca
me daré a tocar mi saxo.
Cuidaré colocar la boquilla de aquel
con el que dije a mis sentidos
los acordes que me dejaban en suspenso
y que les haría oír mientras los otros
naufragaban en sexo y engañosas
substancias de elevación.
No volveré a mirarme en un espejo.
No tiene más sentido un espejo
que el que el ciego de Buenos Aires
le dio. Ah! Saxo en la vieja historia eres
el arco; nadie podrá tocarte como yo.
En la estación del metro, vueltos boñiga
mis amigos por maldición de Calipso,
me di a tocar Summertime;
la detención de algunos entre la multitud
y las monedas que arrojaron nos sirvió
para ir al mercado por nutrientes
antes de volver a embarcarnos.
Dados a la mala unos y otros esperando
encontrar el Espíritu; si era que éste
no los había abandonado ya o ninguna
esperanza podía servirles de ambición.
La música del mar, intimidante y lenta
nos fue cubriendo de olvido
como a un boxeador su muñeca y antebrazo
en palanca le sirven para botar el uppercaut
del contendor que lo aventaja.
La gracia era eso que de entre todos podía
librarme. Era de ella y sólo de ella
lo que me valía para creer que Ítaca estaba
ante mis ojos aunque estos no la vieran:
de: Jazz de Ítaca, (2014)
NADIE
Volveré por esa calle donde nadie
me recuerda y todos me conocen.
Caminaré por esta otra donde me
ignoran y ninguno sabe nada de mí.
Atravesaré aquel callejón oscuro y
tal vez el ojo que me sigue sólo vea
la sombra que la escasa luz de ese
poste fija en la esquina pensando
a dónde ir. Estaré allí esperando
nada o esperando todo. Acaso sea
la calle contigua la que me lleve a
ese otro lugar distinto a donde iba
y no llegué. La vida no se detiene
a esperar a nadie. Sólo puede mirarme
de reojo mientras paso, pero no es
su ojo lo que anhelo, lo que persigo
es el olvido que no aparece mientras
sigo, aunque lo presienta caminando
adelante distraído o sospeche ya que
no existe porque no me ha visto.
EL SUEÑO
Nunca se escribe el sueño tal como se tuvo.
Se escribe lo que se cree fue el sueño.
No hay sueño escrito a la medida del sueño.
Al despertar el sueño es un resto de sombra.
De pronto se alumbra una esquina del sueño,
pero no es la calle donde la claridad sobaba
la oscuridad. Es su penumbra la que sale
a despertarnos.Nos perdemos en un vuelo
desnudo o una suave música nos regresa
por donde entramos a una habitación que
no conocemos. Y se ha ido la luz o la hay
en demasía como para distinguir rostros
y cuerpos que nos son familiares pero se
alejan y sus pasos no dejan huellas que ver.
Un incierto lugar sin techo o cueva sin
piso debajo. Saltamos una pared sostenida
a nada. O bien, la sombra de uno nos siguió
o la de otro nos estuvo esperando y está ahí.
El trozo que olvidamos vuelve aparecer
desfasado del principio y con éste se borra
lo que pudo ser su final. ¿Lo hubo como
para que digamos es esto y no hay más?
El sueño nos devuelve al lugar donde nunca
estuvimos. El sueño se apaga como una vela
al fondo de nuestros ojos.
RAYO
El niño que quiso ser no será jamás
el que quiso ser. De la nube lo bajó
el rayo súbito que raudo atravesó
su cabeza. El niño no será más que
un tímido rostro ahogando un grito
en la aprehensiva mudez del entorno
de sus sentidos. Subirá a lo alto una
piedra y volverá a descender con
ella atada al cuello, queriendo dar
voz a esa boca cerrada donde todo
enmudece en la sospecha de nada.
El niño fulminado en la camilla se
tiene ahora en este otro ya mayor
con la vida goteando en un suero en
la habitación fría de un hospital.
¿Alguien pudo halar la nube?
¿Por que estuvo él en la trayectoria
de la piedra encendida? No. Otra
vez la mudez. El rayo sólo vino y
lo abrió.
NINGUNO
Me han dicho, pájaro qué haces
de nuevo aquí dónde no estás.
Cuántas veces el engranaje se
atascó para que dieras la vuelta
sobre tus pies y lo imposible
vieras sin moverte mientras ibas
adelante. Espaciosa se abría
la calle en medio de ti,
te engullía ella con sus fauces
de asfalto y latón, en bajada y en
subida por igual; su respiración
de fiera apacentada en la acera;
su puñalada de seda siguiéndote
detrás, loca carrera contra la
pared aruñada por gato gimoso
con voz de mujer, allá, donde un
perro latía, en ese su acariciar
la luz que tan sólo dejaba ver
tu sombra al lado de él. Juntos.
Una cruz en lo alto y aquél hombre,
desnudo, acostado en el piso,
abriendo los ojos en los de quien
lo soñaba y vio que no era él.
de: Nadie y Ninguno, (2015)
CÉSAR SECO, nació en Venezuela, en 1959. Poeta, ensayista y editor. Presencia ineludible de la poesía venezolana actual. Fundador de la Casa de la Poesía Rafael José Álvarez y de la Bienal Internacional de Literatura Elías David Curiel. Director de la revista Oikos, en Coro, su ciudad natal. Su obra ha merecido varias distinciones y reconocimiento. Invitado a encuentros literarios dentro y fuera de su país, entre los que destacan la Feria Internacional del Libro de La Habana (2005), el Festival Internacional de Poesía de Medellín (2006), la Fiesta Literaria Internacional de Porto de Galinhas (2007). Ha publicado: El laurel y la piedra (1991), Árbol Sorprendido (1995), Oscuro Ilumina (1999), Mantis (2004), El viaje de los Argonautas (2005), La playa de los ciegos (2014) y El poeta de hoy día (2014). En 2007, Monte Ávila Editores Latinoamericana publica Lámpara y silencio, antología poética que reúne sus libros hasta 2005. Autor de Transpoética (2008), libro de ensayos editado por la Fundación Editorial El perro y la rana. Traducido al inglés, portugués, italiano y al árabe sirio.