BORGES:
"CIVILIZACIÓN" Y "BARBARIE",
DOS VERSIONES
DEL SUEÑO DE LA HISTORIA*.
María Rosa Lojo**
CONICET- Universidad De Buenos Aires
"CIVILIZACIÓN" Y "BARBARIE",
DOS VERSIONES
DEL SUEÑO DE LA HISTORIA*.
María Rosa Lojo**
CONICET- Universidad De Buenos Aires
1. Dos caras de una misma moneda: la diversa unidad de las culturas
La problemática sarmientina retorna ciertamente en la narrativa de Jorge Luis Borges, aunque transformada por la relativización extrema de sus términos, que parecen presentarse -de manera coherente con la cosmovisión borgeana global- como las dos caras de una misma moneda, perfectamente complementarias e inseparables, y por lo demás, indiscernibles en cuanto a valor se refiere.
En primer lugar, cabe advertir que no se la plantea como una problemática específicamente argentina. La inserción de lo argentino en un marco universal, o bien la asimilación de lo particular vernáculo a parámetros o arquetipos universales, es un procedimiento característico de la poética borgeana que se cumple aquí eficazmente. Un relato ejemplar, en este sentido, es la "Historia del guerrero y de la cautiva", donde las vidas disímiles en localización temporal y espacial del guerrero lombardo Droctulft y de la cautiva inglesa en la toldería pampa quedan unidas, como lo enuncia el título del cuento, en una "historia" única que manifiesta dos facetas de la misma pasión humana:
Mil trescientos años y el mar median entre el destino de la cautiva y el destino de Droctulft.Los dos, ahora, son igualmente irrecuperables. La figura del bárbaro que abraza la causa de Ravena, la figura de la mujer europea que opta por el desierto, pueden parecer antagónicos.
Sin embargo, a los dos los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que la razón, y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar. Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales.1
Si la diferencia parece consistir en que en un caso se da un desplazamiento desde el "caos" de la "barbarie" al "orden" de la ciudad, y en el otro movimiento inverso, desde la civilización hacia la "vida feral", los extremos son sólo aparentemente opuestos. "Civilización" y "barbarie" se neutralizan, se despojan de positividades y negatividades, y tanto vale, o tanto pesa, en la historia universal, el guerrero lombardo que abraza la causa de Ravena, deslumbrado por el "orden" de la civitas, como la inglesa cautiva que se asimila a la vida de las tolderías, y puesta frente a la opción de abandonarla, elige, libremente esta vez, la "hediondez y la magia".
Con su habitual y transgresora "estética de la mezcla", Borges realiza además una equiparación audaz, combinando en un mismo plano jerárquico intertextos y extratextos dispares en centralidad con respecto a los paradigmas canónicos de la cultura occidental. Gibbon y Croce, célebres autoridades europeas, adensan la trama intertextual de la historia de Droctulft. Junto a ellos, la historia de la cautiva se entreteje ante todo con un clásico de la periferia: el Facundo sarmientino, tácitamente presente en el relato. Por un lado, la figura de la "india inglesa" y, sobre todo su gesto final, se remiten a la imagen de ese mayor Navarro casado con una india, que rememora Sarmiento.2 Este joven de buena familia "se mezcla en las guerras de las tribus salvajes, se habitúa a comer carne cruda y beber la sangre en la degolladera de los caballos... joven era y tan culto en sus modales como el primer pisaverde, lo que no estorbaba que cuando veía caer una res, viniese a beberle la sangre".3
Por otro lado, el mismo Facundo Quiroga, "convertido" a la sublimidad y al decoro cuando decide instalarse en Buenos Aires y apoyar la Constitución -el orden civilizado- evoca a Droctulft. Adopta entonces un aire egregio y clásico, sin renunciar a su peculiaridad americana: "Su conducta es mesurada, su aire noble e imponente, no obstante que lleva chaqueta, el poncho terciado y la barba y el pelo enormemente abultados".4
También apela Borges aquí a su biografía familiar (la memoria de su abuela Fanny Haslam, e incluso un episodio vivido por su madre y hermana en 1948 cuando son encarceladas -"cautivadas"- por manifestarse contra Perón,5 episodio que consta en el poema "Las cautivas", de Sara Tomaszevski, citado por Adela Grondona). El relato de la cautiva se duplica internamente a través de esta figura de Fanny Haslam, que se opone a la "india inglesa" y al mismo tiempo la repite a través de la acumulación de simetrías y coincidencias (ambas nacieron en el mismo país, y probablemente tenían la misma edad, ambas dieron a luz dos hijos y se unieron a un hombre de otra cultura y de otra lengua, ambas, seguramente -faltaría confirmarlo en el caso de la cautiva-, quedaron viudas a causa de las guerras de la frontera).6 Podríamos preguntarnos, por lo demás, quién es la verdadera cautiva, si la abuela de Borges, de algún modo "presa" en la ciudad amenazada por los malones, o la inglesa aindiada, libre de recorrer la inmensidad del llamado Desierto, y a la que todo parecía "quedarle chico". O, también, desde la óptica de la relativización que todo el relato permite y plantea, quién vive en la verdadera "barbarie": si Fanny Haslam, en tanto extranjera que no ha prestado ningún tipo de reverencia o comprensión a las más antiguas culturas autóctonas, que no habla la lengua indígena, o la inglesa que se ha integrado con lo aborigen.7 La "barbarie" a la que se referían los griegos es, precisamente, la marca de la extranjería lingüística y cultural: "gente que profiere sonidos tales como bar, bar, en vez de hablar griego",8 gente que "habla mal el griego... que lo balbucea o tartamudea", "bárbaro" es "el no griego, el extranjero. Esto es, el hombre que está fuera del ámbito griego o al margen del mundo del hombre que así califica".9
Un concepto no muy distante, por cierto, del que correspondía a la palabra araucana winca: el extranjero, el de afuera, el que no habla la lengua de la tierra; lengua que los ranqueles, grandes oradores, tenían en el más alto valor, al punto que no perdían ocasión de corregir, encolerizados, a los predicadores cristianos que la pronunciaban defectuosamente.10 En lo que hace a la problemática de "civilización y barbarie" no podemos dejar de tener en cuenta el carácter dual, complejo, conflictivo, que ésta adquiere en relación con Inglaterra. La "isla querida" de la que las dos mujeres partieron alguna vez, fue, por su carácter insular, una anomalía en el bloque de la cultura europea: "Una isla que primero absorbió la invasión normanda, un pueblo que Europa veía como bárbaro."11 Un territorio asediado por sucesivas olas invasoras, que "antes de la conquista normanda estaba habitado por pueblos, más que bárbaros, salvajes, tribus diversas venidas de distintos rumbos entre los que predominaban los celtas".12 Sobre estas tierras, que "difícilmente atraían la atención del continente, como poco atrajeron la de Roma, se abatirá, una y otra vez, la invasión de pueblos bárbaros llegados, en general, de Escandinavia, Holanda o Sajonia... Del frío norte de Europa llegaron invasiones frisias y teutonas"13. Pero de esta isla poco integrada al continente, extraña a los intereses del Sacro Imperio Romano Germánico, surgirá a la vez, más adelante, otro concepto de civilización que ella se ocupará en imponer y expandir sobre el planeta. Este concepto lo heredará un pueblo que de ella desciende, el estadounidense, y que experimentará, como Inglaterra, la misma pasión de reinar sobre las otras naciones, el sentimiento de insularidad que aparta de todo aquello que no incida en su propio beneficio, y el absoluto desdén por los que han elegido otra forma de vida ajena a su criterio sobre la "civilización". Ya ni siquiera considerarán a estos seres como "bárbaros", gente que habla mal una lengua o usa mal una cultura, sino como parte de la naturaleza animal y vegetal, de la selva, casi seguramente excluidos de la humanidad.
Fanny Haslam se horroriza ante la metamorfosis de la otra mujer, decididamente "contaminada" por la mésalliance sexual y cultural; sentimiento éste particularmente inglés. Contra los españoles, que condescendieron a mezclarse con seres inferiores, dudosamente humanos, el inglés preservó su pureza sexual, y a través de ella, la racial y cul tural. El narrador indica empero con sutileza que es su abuela misma la que experimenta el cambio operado por la nueva tierra en su persona, y que desde esa experiencia del cambio propio lee la imagen de la "india" rubia: "Quizá mi abuela, entonces, pudo percibir en la otra mujer, también arrebatada y transformada por este continente implacable, un espejo monstruoso de su destino. 14 Las dos se oponen a su vez a Droctulft en otro sentido. Éste -paradigma heroico viril- cae bruscamente en el combate.15 Las mujeres, en cambio, eximidas del enfrentamiento directo en guerra, parecerían prolongarse en el tiempo y en el espacio adoptado por sus profundas y raigales elecciones. Nada sabemos de la "india inglesa", pero sí de Fanny Haslam, que sobrevive largamente a su esposo, muerto en la batalla de La Verde, y que termina sus días disculpándose ante los suyos por ser una mujer anciana que está muriendo demasiado despacio. La "conversión heroica"16 femenina se presenta, pues, no como un acto de brusca iluminación sino como un proceso de paulatina metamorfosis, que abarca la duración de una extensa vida. Cabe aquí destacar el carácter excepcional de este relato en tanto coloca en un papel activo y protagónico a dos mujeres,17 que ejercen una forma particular de opción heroica -lenta, resistente, prolongada y obstinada- frente al violento vuelco que caracteriza a la heroicidad masculina. En general, en la narrativa borgeana, la mujer -¿el verdadero "otro", vedado a la comprensión y quizá también a la posesión viril?- no comparte con los varones la instantánea agresividad heroica, la necesidad de probarse por el coraje o por la realización de una obra suprema.
Diría también que éste es el único caso, entre las muchas "conversiones" de los héroes borgeanos, en que el cambio, el giro, se proyectan mucho más allá de la iluminación repentina, y que esto se debe acaso, precisamente, a la presencia de las mujeres, fundadoras de un linaje que será decididamente mestizo, criollo, y que relativizará en forma más extrema aún la dicotomía "civilización/barbarie". Los dos hijos que alumbrará Fanny Haslam, los dos hijos de la "india inglesa", exigirían alguna contrapartida del lado de Droctulft, al que también se presenta -cosa anómala en los héroes masculinos borgeanos, cuya gloria o infortunio acaban y comienzan en sí mismos, en la propia autojustificación- como cabeza simbólica de una profusa descendencia y padre lejano de un gran poeta: "Al cabo de unas cuantas generaciones, los longobardos que culparon al tránsfuga procedieron como él; se hicieron italianos, lombardos, y acaso alguno de su sangre -Aldíger- pudo engendrar a quines engendraron al Alighieri...".18 También Fanny Haslam ha engendrado a quien engendró otro poeta: Jorge Luis Borges. Un Borges que en cierto modo cumplió una función tan revolucionaria con respecto a la literatura argentina y al idioma de los argentinos -otra clase de "conversión" heroica fundamental- como Dante con respecto a la literatura y la lengua de Italia. La lengua criolla menospreciada, los héroes vernáculos, los "bárbaros", en fin, ascienden a una insólita jerarquía en la obra de alta cultura letrada que Borges emprende, lo mismo que sucede en cierto modo con la lengua romance del pueblo italiano, que deja de ser un "dialecto bárbaro" para convertirse en la materia "noble" de la más alta cultura, de un poema total, que trata sobre lo humano en su relación con lo trascendente, lo celeste y lo demoníaco.
El inquietante relato "El informe de Brodie", que da título al libro homónimo, presenta la descripción -a cargo del misionero presbiteriano David Brodie- de una sociedad por completo alejada, al parecer, de las pautas y prácticas que, para la cosmovisión occidental, al menos, constituyen la cultura. Los Yahoos (transliteración aproximada del gentilicio Mlch, que el misionero adopta "para que mis lectores no olviden su naturaleza bestial") tienen prácticas y pautas de vida aberrantes, desde el punto de vista de la mentalidad europea. Se llaman unos a otros arrojándose fango, se ocultan para comer (no para copular o defecar) y "devoran los cadáveres crudos de los hechiceros y de los reyes, para asimilar su virtud".19 El rey es mutilado y cegado, y vive cubierto de estiércol; se lo utiliza en el combate como estandarte o talismán (lo que conduce a su inmediata muerte a manos de los hombres-monos). Este carácter de la figura regia -sobrehumana y maldita, fascinante y repelente-- es compartido por la etapa primitiva de toda cultura, pero no se abandona en las culturas llamadas superiores, según ha expuesto convincentemente René Girard,20 sino que se sublima, se refina y se articula mediante mecanismos simbólicos cada vez menos cruentos. Los Yahoos están casi desprovistos de memoria pero gozan de la facultad de la previsión, al pueblo llano le está vedado fijar los ojos en las estrellas, no existe el concepto de paternidad (ni el de causalidad que es su fundamento), en el lenguaje no hay oraciones, sino palabras monosílabas que responden a una idea general variable que lleva incluso a la inmolación del poeta; obtienen el mayor placer sensual de las cosas fétidas. Aunque sus concepciones éticas, estéticas, lingüísticas, religiosas, difieran atrozmente de la civilización a la que el misionero pertenece, aunque sean "un pueblo bárbaro, quizá el más bárbaro del orbe", Brodie encuentra en ellos las marcas y las formas de la cultura: "Tienen instituciones, gozan de un rey, manejan un lenguaje basado en conceptos genéricos, creen, como los hebreos y los griegos, en la raíz divina de la poesía y adivinan que el alma sobrevive a la muerte del cuerpo. Afirman la verdad de los castigos y de las recompensas. Representan, en suma, la cultura, como la representamos nosotros, pese a nuestros muchos pecados".21
Si los contenidos cambian, las estructuras son, empero, esencialmente iguales. Y en este sentido resulta casi inevitable remitirse a un texto que no parece haberse incluido entre los libros más frecuentados por Borges, pero que difícilmente él hubiera podido desconocer, y cuya importancia en el siglo XIX bien puede equipararse a la del Facundo: Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla.22 En este otro clásico de la periferia, se sostiene la misma tesis de Brodie. Sus ranqueles son sin duda mucho más atractivos que los repulsivosYahoos descritos por el misionero escocés, y el narrador los evoca con simpatía y a veces incluso con cierta inocultable admiración. Tanto Brodie como Mansilla descubren que el mundo se conoce "por los extremos", y ambos refieren su experiencia a los relatos de Swift: Brodie adoptando el nombre de Yahoos para designar a los seres de este otro mundo (Borges hace constar en el prólogo a esta colección que el texto "manifestamente procede del último viaje emprendido por Lemuel Gulliver")23 y Mansilla cuando afirma que "los enanos nos dan la medida de los gigantes y los bárbaros la medida de la civilización". En ambos textos, en definitiva, seres a los que Occidente no consideraría humanos comparte, sin embargo, todos los elementos que constituyen lo cultural, el modo de vida y de construcción del mundo de ese "animal simbólico" (Cassirer) que es también, según Sófocles, la más extraordinaria y terrible de las criaturas. En el Informe de Brodie y en las cartas de Mansilla, el discurso del narrador tiene doble filo, doble efecto: relativizar, cambiar la dirección de la mirada, "elevar" de algún modo el cosmos del otro y "rebajar" el propio. En Mansilla los dos movimientos son marcados y evidentes, así como lo es su intención política del momento: oponerse a las teorías que promovían el exterminio del aborigen como "solución definitiva" de la cuestión indígena, y criticar la política proinmigratoria que postergaba o ignoraba al paisano gaucho, al "hijo de la tierra" como elemento básico de la nacionalidad. En el mensaje del escocés la intención es más general y más velada. Se lo ha leído24 como una "equívoca utopía" -relacionable, agregaría por mi parte con el relato "Utopía de un hombre que está cansado"-25, que postula a esta comunidad donde al fin y al cabo diversos conflictos se han resuelto (entre ellos el que opone "naturaleza" y "cultura"), como un posible espejo (un "espejo monstruoso") del futuro que podría aguardar a las mismas naciones europeas. No puede dejar de notarse que el Informe (dirigido en último término al Gobierno de Su Majestad) se sitúa cronológicamente en pleno auge del imperialismo británico y, por ende, de la arrogancia del Reino Unido como polo expansivo de "civilización". Si bien el manuscrito del misionero no tiene fechas precisas, el narrador afirma que se encontró en un volumen de Las Mil y una Noches de 1840, perteneciente al autor del Informe, como se infiere de las minuciosas notas al margen escritas por la misma mano. La índole de estas notas confirma la intensa fascinación del religioso por lo otro, lo que parece diferente y ajeno, pero es irremisiblemente cercano y propio, en tanto que humano: "Diríase que a su lector le interesaron menos los prodigiosos cuentos de Shahrazad que los hábitos del Islam".26 Brodie (como Mansilla, por cierto) es un hombre que ha elegido en tanto forma de vida el tránsito permanente, la extranjería (el extrañamiento) y la frontera: "Predicó la fe cristiana en el centro de África y luego en ciertas regiones selváticas del Brasil, tierra a la cual lo llevaría su conocimiento del portugués. Ignoro la fecha y el lugar de su muerte". Presumimos, por el fin del manuscrito, que David Brodie, auxiliado por otro misionero -lusitano y católico- y por "hombres negros que sabían arar, sembrar y rezar"27 ha corrido su aventura en alguna selva del Brasil; probablemente en esta cercanía ha escuchado hablar de los aborígenes pampeanos, a los que compara, en ciertos aspectos, con los Yahoos:
Este número [cuatro] es el mayor que alcanza su aritmética. Cuentan con los dedos uno, dos, tres, cuatro, muchos; infinito empieza en el pulgar. Lo mismo, me aseguran, ocurre con las tribus que merodean en las inmediaciones de Buenos Ayres.28
Esta descripción no se aplica a los ranqueles y más bien parece escrita, irónicamente, contra Mansilla, quién elogia los alcances del sistema de numeración ranquel y lo compara al teutónico, relativizando, una vez más, las nociones de civilización y de barbarie:
Los alemanes, justamente orgullosos de ser paisanos de Schiller y de Goethe, se parecen también a ellos. Bismarck, el gran hombre de Estado, contaría las águilas de las legiones vencedoras en Sadowa del mismo modo que el indio Mariano Rosas cuenta sus lanzas al regresar del malón.29El escocés no ha salido indemne -como no sale Mansilla- de su otra peligrosa excursión y por momentos, incluso, afronta el riesgo de identificarse con la cultura de los otros, a tal punto que, al igual que los Yahoos, rechaza el acto de comer en público que ejecuta naturalmente el padre Fernández, como una práctica repugnante y obscena. Superado esto, se enzarza otra vez en la fascinación de otra diferencia, pero ya más próxima: "Recuerdo con agrado nuestros debates en materia teológica. No logré que volviera [el padre Fernández] a la verdadera fe de Jesús".30
Otro mundo cultural aparentemente muy distinto de lo que concebimos como orden racional o civilizado es la misteriosa sociedad de "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius":31
Al principio se creyó que Tlön era un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación; ahora se sabe que es un cosmos y las íntimas leyes que lo rigen han sido formuladas, siquiera en modo provisional.32
Pero en tanto Tlön es un mundo fabricado por seres humanos, es también, en este sentido, comprensible, inteligible. Muy otra cosa sucede con la realidad en la que todos nosotros vivimos a ciegas: "Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas -traduzco: a leyes inhumanas- que no acabamos nunca de percibir".33
2. El monstruoso desorden de los Dioses.
El verdadero caos - la verdadera "barbarie"-, lo que está más allá de la cultura y de la ley accesible a los hombres, es, antes bien, lo inhumano, en sus dos puntos extremos: lo animal y lo divino, ambos absolutamente trascendentes a lo humano y mortal. El relato "El inmortal" plantea con peculiar complejidad esta situación. Tanto en "El inmortal" como en "El Informe de Brodie" el manuscrito revelador de otro mundo posible que niega o subvierte la organización del nuestro aparece en un libro fundamental de la cultura: en el caso de Brodie, se trata de un pilar del Oriente, Las Mil y Una Noches, en el caso de "El inmortal", de un texto fundador de Occidente: la Iliada (aunque no la de Homero, sino la de Pope). En este último cuento, el tribuno romano, seducido por la leyenda de la Ciudad de los Inmortales y el río que purifica a los hombres de la muerte, va a buscar esa ciudad atravesando -de acuerdo con la pista fijada- territorios salvajes. La paradoja, el contrasentido, se hacen evidentes: "Que esas regiones bárbaras, donde la tierra es madre de monstruos, pudieran albergar en su seno una ciudad famosa, a todos nos pareció inconcebible".34
El tribuno se pierde en el interminable desierto, y sus hombres son arrasados por la fiebre, la locura, la muerte, o corrompidos por la sedición. En un brillante trabajo Leo Pollmann35 señala las relaciones posibles, aunque no explícitas, de la experiencia del tribuno con la experiencia americana del conquistador en busca de la quimérica Ciudad de los Césares, y con los seculares desentendimientos entre el invasor/explorador y la tierra que pisa y cuyos númenes ignora. Agregaría, por mi parte, que la expedición de Rufo (como tantas expediciones pampeanas: la famosa de Emilio Mitre es acaso el ejemplo más conocido) resulta vencida por el "desierto" mismo: el "vértigo horizontal" de la extensión infinita que desorienta y enloquece.36
Huyendo, el tribuno cae en el delirio. Cuando despierta encuentra que alguien lo ha maniatado y depositado en un nicho "no mayor que una sepultura común". Arrojándose riesgosamente por la ladera, Flaminio Rufo consigue saciar su desesperada sed en "un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena";37 esas aguas son -él no lo sospecha- las del río buscado. Menos aún imagina que sus captores, habitantes de los nichos, "hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos" y que él supone miembros de la "estirpe bestial de los trogloditas", son nada menos que los gloriosos Inmortales.
"Barbarie" es el término habitual para referirse a los trogloditas y sus habitáculos: "Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o a morir... Para alejarme de la bárbara aldea... la atroz aldea de los bárbaros". Peor aún es el hallazgo de la "sobrehumana" Ciudad de los Inmortales, resplandeciente a la distancia. El tribuno accede a ella a través de un laberinto subterráneo para comprobar que es aún más atroz que la aldea, y no menos laberíntica que los sótanos. Antigüedad inmemorial ("sentí que era anterior a los hombres, anterior a la tierra"),38 irracionalidad, y en definitiva, inhumanidad, son las marcas de esa construcción que viola y contamina con su mera existencia toda la posibilidad de sentido. Lo caótico, lo monstruoso, lo absolutamente incomprensible, corresponden a su trabajosa descripción: "Un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas".39
Cabe mencionar aquí también, especialmente, el relato "El libro de arena", que da título al volumen homónimo. Símbolo por excelencia de la cultura, tal como la ha entendido Occidente, el libro es aquí un aterrador texto sagrado que, como la arena, no tiene principio ni fin, y que perturba y contamina lo real, lo mismo que ocurría con la Ciudad de los Inmortales: "Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió comprobar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que inflamaba y corrompía la realidad".40
La negatividad, la total inversión de las apariencias, la identificación de los extremos (la animalidad y la divinidad), la mostración del reverso de la moneda -procedimiento común en la poética borgeana-41 se articulan en el cuento "El Inmortal", con ejemplar intensidad:
En cuanto a la ciudad cuyo renombre se había dilatado hasta el Ganges, nueve siglos haría que los Inmortales la habían asolado. Con las reliquias de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorrí: suerte de parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre.42
Acertadamente señala Ana María Barrenechea que "quizá el símbolo más poderoso de la oposición Dios-hombres y de la irracionalidad del cosmos que Borges ha acuñado es el palacio de los Inmortales".43 Los Inmortales, eximidos del atributo humano por antonomasia, esa conciencia de la muerte que los animales ignoran, se han identificado con la divinidad que es todo y es nada, han concebido al mundo como un sistema de precisas compensaciones donde a la larga "le ocurren a todo hombre todas las cosas"44 y nada tiene un valor absoluto: la bondad y la traición, el ingenio y la estolidez, y también la "civilización" y la "barbarie", se ignoran y se anulan: "No hay méritos morales e intelectuales", y por eso Homero, el ambiguo y ubicuo héroe del relato que a la larga se confunde con el mismo Flaminio Rufo y con el enigmático Cartaphilus, "fue como un dios que creara el cosmos y luego el caos".45 Por eso los Inmortales son los trogloditas, a quienes Rufo cree incapaces de lenguaje articulado, y que en realidad, indiferentes al mundo físico, desarrollan una compleja vida interior, puramente especulativa.46
3. La inutilidad de la representación.
Además de este relato, podemos referirnos a otra narraciones donde "civilización" y "barbarie" se tocan y hasta se confunden en otro sentido. En "El Congreso", Alejandro Glencoe, acaudalado estanciero de la Banda Oriental, hijo de escocés (como en el caso de Brodie, lo escocés remite sutilmente al sustrato celta, bárbaro, indisciplinado, de lo británico), ha fracasado en sus esfuerzos para ser diputado de la nación, y decide entregarse a una empresa más vasta y ambiciosa, convocando a un Congreso del Mundo. Glencoe tiene dos caras o aspectos. Por un lado, es un hombre "amable y medido", un ser civilizado cuando está en la civitas, en la ciudad. Pero cambia -como el Facundo de Sarmiento- cuando traspone el ámbito citadino para instalarse en sus dominios de la campaña y comienza a ser un señor feudal criollo y también un jefe de clan "como sus mayores". Estos dominios están compuestos por los extensos campos de la estancia La Caledonia en los cuales se halla una casa larga de adobe "con el techo de paja a dos aguas y con un corredor de ladrillo". A pesar de los antepasados "gringos" de Glencoe y de acuerdo con la clásica indolencia criolla, "a nadie se le había ocurrido plantar un árbol. El primer sol y el último la golpeaban".47 Este ámbito elemental está habitado por hombres también elementales. El capataz afirma no haber probado pan en su vida -lo que demuestra a su vez que no ha salido jamás al pueblo o a la ciudad-, los intentos de comunicación del congresista Ferri con los gauchos fracasan: "Para entenderse entre ellos, usaban parcamente un gangoso español abrasilerado".48 Ferri destaca un hecho importante: su diferencia con respecto a los gauchos de la tradición literaria: "Poco o nada tenían en común con los dolientes personajes de Hernández o de Rafael Obligado [nótese que se engloba a dos héroes gauchescos muy distintos entre sí en la misma literatura criollista]. Bajo el estímulo del alcohol y de los sábados, eran fácilmente violentos. No había una mujer y jamás vi una guitarra".49
Si, dominado por influencias corruptoras (el maligno Twirl, "retorcido" como lo sugiere su apellido), Glencoe ha condescendido al afán de compaginar una biblioteca monstruosa donde se refleje el saber universal, llega el momento en que, cuando ya ha consumido su capital en dispendios inútiles, comprende que el Congreso integrado por hombres es superfluo, que el Congreso se confunde con el universo mismo, cuya secreta unidad sólo puede experimentarse a la manera de los místicos y no leerse en los libros.50 Entonces ordena quemar la biblioteca de Alejandría"; "Hay un misterioso placer en la destrucción; las llamaradas crepitaron resplandecientes y los hombres nos agolpamos contra los muros o en las habitaciones".51
Otra quema de la falible e insuficiente cultura humana, incapaz de acceder al corazón de lo real, tiene lugar en el relato "Utopía de un hombre que está cansado".52 El hombre del futuro, luego de agotar todas las experiencias posibles o deseables, decide suicidarse. Con él arderán sus modestos bienes y toda su obra pictórica, salvo la pequeña que el narrador se lleva al presente como recuerdo o testimonio. En este mundo donde el extremo despojamiento es la última forma filtrada y refinada del nuestro, en este "no lugar", ya casi no hay libros ("la imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios",53 y no existen la diversidad de los idiomas ni los nombres propios. También la ciudad, el centro de la "civilización" tal como la entendemos, ha desaparecido. El paisaje que el narrador Eudoro Acevedo contempla, no es otro que el de la pampa o llanura inmemorial, la "campaña" sarmientina en la cual los hombres viven -ahora convenientemente- aislados: "No hay dos cerros iguales, pero en cualquier lugar de la tierra la llanura es una y la misma".54 El fin de estas vidas silenciosas, ferozmente individualistas y ascéticas, que han dejado atrás todo lo que puede haber de ornamental o superfluo en la cultura, es el crematorio, que introduce de golpe en el relato uno de los episodios más siniestros de la historia del siglo XX, lanzando así la ficción de la decidida contrautopía: "Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre, creo, era Adolfo Hitler".55
4. ¿Más allá de la Historia?...
Los anteriores análisis parecen conducirnos a la conclusión de que "civilización" y "barbarie" conforman una antinomia relativa al punto de mira, parcial y situado, de una criatura humana en un momento del tiempo y en un determinado contexto cultural. Pero considerados desde una especulación sub specie aeternitatis, desde la óptica de los dioses, de los Inmortales, o de los tránsfugas y transterrados, de los extraterritoriales, que viven de frontera en frontera sin pertenecer del todo a ninguna parte, los opuestos se anulan y desaparecen, y los presuntos bárbaros (el yahoo o el ranquel) son en definitiva estructuralmente tan civilizados como un inglés, en la medida en que comparten un lenguaje, un sistema de representación, un pautado orden del mundo, y en la medida en que, también, tienen conciencia de su propia muerte y viven, de algún modo, en el tiempo, en la Historia, ya sea su conciencia temporal retrospectiva, causal, o se despliegue hacia el futuro anulando la memoria, como en el caso de los Yahoos.
La evaluación de la Historia -no sólo el abstracto río de Heráclito sino la inmediatez, concreta y candente, de lo que ha sucedido y está sucediendo- no fue ajena por cierto a Borges, el autor empírico, y tampoco al narrador, cuyos relatos se alimentan del choque cultural, de la diferencia y la violencia que atraviesa y construye -en la destrucción mutua-- y la historia argentina del siglo XIX, donde los bandos en pugna, unitarios y federales, blancos e indígenas, transliterados a menudo en "civilizados" y "bárbaros", se combatieron y ejercieron entre sí diversas formas de rechazo y de seducción.
Por encima de estas categorías históricas y relativas de "civilización" y "barbarie" que el hombre Borges identificó en su momento con facciones políticas (tomando partido explícito por aquella que juzgó del lado de la "civilización": el unitarismo, el antiperonismo,56 por hablar de los ejemplos más obvios) el narrador Borges parece colocar la dimensión de ciertos seres que no viven en la historia, que desconocen el tiempo (o se ven como invulnerables a él) y que se hallan secretamente vinculados al impenetrable Orden (o Desorden) de lo real, en permanente desfasaje con las redes que en vano arrojan hacia él las estrategias de la cultura y la representación.
Dos imágenes coincidentes, situadas en dos libros distintos, son emblemáticas de inhumanidad, suprahumanidad transhistórica. Se trata de dos ancianos de edad indefinible . Uno es un gaucho sureño -la especie de enigmática deidad que decide con un gesto la pelea de Dalhmann en "El Sur"-, el otro, un hindú que encubre el juzgamiento y la condena popular de un juez inglés, famoso por sus crueldades y representante del orden ajeno de la "civilización" británica:
En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba, inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dalhmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur.57
A mis pies, inmóvil como una cosa, se acurrucaba en el umbral un hombre muy viejo. Diré cómo era, porque es parte esencial de la historia. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra, o las o las generaciones de un hombre a una sentencia. Largos harapos lo cubrían, o así me pareció, y el turbante que le rodeaba la cabeza era un jirón más. En el crepúsculo, alzó hacia mí una cara oscura y una barba muy blanca... Sentí... lo irrisorio de interrogar a aquel hombre antiguo, para quien el presente era apenas un indefinido rumor.58
Además de las reiteraciones abiertamente literales existe una similitud global entre ambas imágenes: la posición a ras de suelo, las caras oscuras que marcan diferencias étnicas y culturales con respecto al narrador, la condición de inmemorial antigüedad, o mejor aún, de intemporalidad. En ambos también se cifra, a los ojos del interlocutor letrado, lo arcaico, el origen, la "barbarie", la primitiva forma de vida desplazada por la modernización y/o el colonialismo. Pero todo ello remite, igualmente, a otra imagen, la del "mágico animal" que anticipa, en el mismo cuento "El Sur", la figura del gaucho:
En un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido... pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.59
El hindú, el gaucho, el gato negro, son más y menos que humanos, habitan, para el que los contempla, en un eterno presente, y operan como implacables agentes del Destino. Si bien las magias de la metáfora colocan en un mismo nivel al animal y a los hombres, esto no borra el residuo de lo histórico que marca indeleblemente las figuras humanas, aunque los representantes de la cultura hegemónica u oficial (el lado de la "civilización", de lo "moderno") no ven su dramática historicidad sino que caen en la trampa de la estereotipia,60 en el hechizo de su aura mítica.61 Ni el gaucho ni el hindú son pura Naturaleza, ni mero objeto de veneración o contemplación estética; son hombres y por lo tanto sujetos culturales, "cifras" o "símbolos" de otra cultura distinta y viva que rasga y retuerce el tejido de las presunciones y los deseos del oyente (el inglés Dewey) o el pasivo contemplador (el acriollado Dahlmann). Y la trampa, el malentendido, tendrán serias consecuencias reales: Dewey no podrá rescatar al funcionario inglés, cuyo juicio popular y ejecución -aquí y ahora- está reproduciendo el hindú con el encantamiento de un relato situado en un tiempo sólo aparentemente lejano e impreciso (vecino al illud tempus del mito). Dalhmann no podrá seguir cultivando su criollismo libresco, "voluntario pero nunca ostentoso": se verá obligado a asumir un papel en lo que hasta entonces era solamente el nostálgico escenario de sus sueños.
Lo animal-divino, aunque degradado en este caso, aparece también en curiosa parábola de El Hacedor: "Ragnarok" (el crepúsculo de los dioses). Las divinidades paganas se han degenerado y bestializado al quedar al margen de las grandes religiones históricas:
Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que los dioses no sabían hablar. Siglos de vida fugitiva y feral habían atrofiado en ellos lo humano: la luna del Islam y la cruz de Roma habían sido implacables con esos prófugos. Frentes muy bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino y belfos bestiales publicaban la degeneración de la estirpe olímpica. Sus prendas no correspondían a una pobreza decorosa y decente sino al lujo malevo de los garitos y de los lupanares del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco ajustado se adivinaba el bulto de una daga. Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos.62
Rodolfo Borello63 advierte en este texto la posibilidad de una lectura política, relacionada con la "invasión" de las masas peronistas en los ámbitos más tradicionales de la cultura letrada; masas que fueron identificadas con los "bárbaros" por las elites intelectuales y la oposición política en general.64 Un hálito de carnaval, de parodia, de farsa, envuelve a éstas figuras depravadas que usurpan las antiguas formas divinas. Pero si estas formas tienen -ahora- prestigio cultural, en su momento de emergencia histórica representaron, ellas también, lo bárbaro. La palabra "Ragnarök" evoca a los dioses escandinavos en su crepúsculo: los dioses de esos bárbaros que en algún momento se alzarían contra la "civilización" romana, e invadirían las ciudades sedentarias. Dioses no tan distantes, en definitiva, de los que adoraba Droctulft: "Hertha [la tierra], cuyo ídolo tapado iba de cabaña en cabaña en un carro tirado por vacas, o de dioses de la guerra y del trueno, que eran torpes figuras de madera...".65 También se mencionan los nombres de Jano (el de las dos caras, el de las transiciones, el que mira hacia el pasado y hacia el porvenir) y el egipcio Thoth, que ni siquiera es una deidad antropomorfa.
De alguna manera, asimismo, Borges se está refiriendo aquí irónica y oblicuamente a su propia poética que, desde cierto ángulo, podría contemplarse, simplificándola, como la mixtura de antiguos vikingos con rufianescos compadritos. El final sugiere una futura absorción de la literatura por una vieja ferocidad animal capaz de negarla y destruirla. Sin embargo, la oscura mezcla del escandinavo, el gaucho o el malevo, produce alguno de los relatos borgeanos más memorables, por su intensidad y su crueldad trágica, como "La intrusa" o "El Evangelio según Marcos", donde los Nilsen o los Gutres (de Guthrie) son los frutos de un mestizaje que reduplica la violencia de las etnias y las culturas cruzadas en su sangre. Por lo demás, son los mismos intelectales congregados en las aulas de la facultad quienes responden a la invasión con "el derecho de las bestias", la fuerza: "Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses".66
"Civilización" y "Barbarie" aparecen, pues, en la narrativa borgeana como dos versiones relativas y complementarias del drámatico texto de una historia que se escribe a partir de los constantes choques y desplazamientos de las culturas y de las visiones. Un texto onírico, si se quiere, por su trémula fugacidad, que los efímeros mortales labramos y percibimos en la malla o trama inextricable de la representación simbólica, nuestra única forma de comercio con lo real que ama ocultarse. Pero un texto en el que nos hallamos irremediablemente complicados, y entre cuyos senderos que no se bifurcan deberemos obligadamente optar. Un sueño del que no podremos despertarnos sin morir o sin convertirnos en el triste inmortal para quien todos los actos, despojados ya de valor, dejan de ser únicos e irrepetibles y las palabras se vacian de necesidad y de sentido.
Notas
* Conferencia leída en las "Jornadas Borgeanas", Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Católica Argentina, 18, 19 y 29 de septiembre de 1996. El artículo fue luego publicado en Cuadernos Americanos, Nueva Época, nº 64, Vol. IV, Julio-Agosto, Universidad Nacional Autónoma de México, pp. 213-235. Este trabajo fue tomado del sitio personal de la autora (www.mariarosalojo.com.ar) a quien Analecta Literaria agradece su autorización para reproducirlo.
** Los datos biobibibliográficos de María Rosa Lojo el lector puede hallarlos y consultarlos aquí mismo en el post del viernes 8 de agosto de 2008.
1 Jorge Luis Borges, El Aleph, en Obras Completas, Buenos Aires, Emecé, 1974, tomo I, p. 560.
2 Domingo Faustino Sarmiento, Facundo (1845), prólogo y notas de Alberto Palcos, Obras Completas, tomo I, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 183.
3 Ibid., p. 184.
4 Ibid, p. 214.
5 Daniel Balderston, Out of Context; historical Reference and the Representation of Reality in Borges, Durham y Londres, Duke University Press, 1993, p. 94. [Hay edición española, Rosario, Beatriz Viterbo, 1996].
6 Ibid, pp. 89-90.
7 Quisiera remitirme aquí al prólogo de El nombre secreto, Caracas, Monte Ávila, 1969, donde Héctor Álvarez Murena señala, como terrible pecado del conquistador, la incapacidad de propiciarse los antiguos númenes del suelo conquistado y dar su "nombre secreto" a las ciudades nuevas, el tercer nombre en la fundación ritual de una ciudad (su modelo de referencia es la fundación de Roma), que "corporiza la esencia del justo habitar humano sobre la tierra" (p. 9). Recuerda allí Murena esa parte del ritual en la que cada uno de los fundadores arroja al mundus "un puñado de tierra del lugar del que procede. La religión prohibía el abandono de una tierra en la que se había fijado el hogar y enterrado a los antepasados. Porque la religión religaba no sólo con los dioses sino también con la tierra, poblada por miríadas de númenes para quien esté dispuesto para percibirlos. Al arrojar tierra del antiguo lugar en el nuevo, se declaraba que éste era también terra patrum, se puergaba la impiedad del abandono. El nombre secreto, símbolo del renovado matrimonio de la tierra y el cielo gracias a la mediación de los hombres, es el ser del vivir en común, lo que la comunidad posee en común y lo comunica" (p. 10). Murena, coincidente en esto con Martínez Estrada, señala que el espíritu del conquistador y del inmigrante no es el de la auténtica fundación religiosa, que fusiona los dioses propios y los de la nueva tierra, sino el del "campamento", que desprecia lo autóctono, y busca arrebatar a la tierra sus riquezas y paritr.
8 H. D. Kitto, Los griegos, Buenos Aires, Eudeba, 1970, p. 7.
9 Leopoldo Zea, Discurso desde la marginación y la barbarie, México, FCE, 1990, p. 23.
10 Gregorio Álvarez, El tronco de oro. Folklore del Neuquén, Buenos Aires, Siringa, 1981, p. 196.
11 Leopoldo Zea, op. Cit., p. 118.
12 Ibid, p. 119.
13 Ibid, p. 120.
14 Jorge Luis Borges, OC, tomo I, p. 559. Las cursivas son mías.
15 Julia Malpezzi e Iris Segovia marcan la relación de la figura de Droctulft con verbos de acción corporal preferentemente, y a las dos mujeres con verbos de enunciar o de decir: comentar, llamar, asentir, enunciar, responder, exhortar, jurar, contestar, etc. De todas maneras no debe olvidarse que el último y decisivo gesto de la cautiva (que experimenta marcada dificultad al hablar la lengua inglesa) no es precisamente verbal, cf. "Borges y la intertextualidad de la historia: nosotros en los otros", en Literatura como intertextualidad, IX Simposio Internacional de Literatura, Buenos Aires, ILCH-Vinciguerra, 1993, pp. 252-253.
16 Me he referido extensamente al tema de la "conversión heroica" en el trabajo "La conversión del héroe en los cuentos de Borges", en prensa en el volumen que la Biblioteca del Congreso de la Nación dedicará a la obra de Jorge Luis Borges.
17 En la cuentística borgeana las mujeres no suelen actuar con el protagonismo personalista de los hombres, aunque perpetren hazañas cruentas, como el personaje de Emma Zunz (OC, tomo II, pp. 562ss), la meta de ésta -más que colocarse ella misma en el sitial del héroe- es convertirse en el medio para consumar la venganza por la muerte del padre; otro caso es el de la viuda de Juan Muraña (OC, tomo II, pp. 422ss), que mata para conservar el alojamiento de la familia, pero en realidad actúa como mero instrumento de su marido al esgrimir su daga. Es posible que la situación más próxima, entre mujeres, a la forma del combate viril, sea "El duelo", competencia delicada y tácita entre dos amigas, ambas pintoras, donde empero "no hubo derrotas ni victorias (OC, tomo II, pp. 431ss). Sobre la posición de las mujeres en la obra borgeana, véanse los libros de Osvaldo Sabino, Borges: una imagen del amor y de la muerte, Buenos Aires, Corregidor, 1987 y de Julio Woscoboinik, El secreto de Borges. Indagación psicoanalítica de su obra, Buenos Aires, 1988.
18 OC, tomo II, p. 558.
19 OC, tomo II, p. 452.
20 El misterio de nuestro mundo. Claves para una interpretación antropológica, Salamanca, Sígueme, 1982; La violence et le sacré, París, Grasset, 1985.
21 OC, tomo II, p. 456.
22 He abordado detalladamente la problemática civilización/barbarie en este libro, en el ensayo "Una excursión a los indios ranqueles: la 'barbarie' en un viaje al 'más acá'", en La barbarie en la narrativa argentina (siglo XIX), Buenos Aires, Corregidor, 1994, pp. 131-162.
23 OC, tomo II, p. 399.
24 Beatriz Sarlo, Borges: un escritor en las orillas, Buenos Aires, Ariel, 1995, p. 200.
25 OC, tomo III, pp. 52 y ss.
26 OC, tomo II, p. 451.
27 Ibid., pp. 1077-1078.
28 Ibid, p. 453.
29 Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles (1870), Buenos Aires, Emecé, 1989, p. 157.
30 OC, tomo II, p. 456.
31 Sylvia Molloy, Las letras de Borges, Buenos Aires, Sudamericana, 1979, pp. 148ss se ocupa a menudo del "caso Tlön" y la peculiar organización conceptual del mundo que éste propone. Una organización que se hace eco del rechazo borgeano por la ilegítima -perversa- atribución del nombre para duplicar o reproducir lo real. Tlön se obstina en ignorar la causalidad (lo mismo hacen los Yahoos de Brodie) y en evitar los sustantivos; el planteo, con todo, no deja de ser utópico, ya que los sustantivos se multiplican ad infinitud en el idioma por más que nadie crea en su correspondencia con el mundo real. Mundo que, en definitiva, escapa a todas las trampas del lenguaje meramente humano; véase Gabriela Massuh, Borges: una estética del silencio, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1980.
32 OC, tomo I, p. 435.
33 Ibid, p. 443.
34 OC, tomo I, p. 535.
35 Leo Pollmann, "¿Con qué fin narra Borges? Reflexiones acerca de 'El Inmortal"', en K.A. Blüher y Alfonso de Toro, eds., Jorge Luis Borges, Variaciones interpretativas sobre sus procedimientos literarios y bases epistemológicas, Frankfurt-Madrid, Vervuert-Iberoamericana, 1995, pp. 27-43.
36 La imagen del desierto devorador, matriz de locuras y fantasmas, recurre en la narrativa argentina más contemporánea. Citaré, entre otros textos, la novela -en este sentido ejemplar- de José Pablo Feinmann, El ejército de ceniza, Buenos Aires, Legasa, 1987; cf. El trabajo de Walter B. Berg, "Civilización hecha cenizas. La presencia de Sarmiento en la novela histórica contemporánea", en Roland Spiller, ed., La novela argentina de los años 80, Frankfurt am Main, Vervuert Verlag, 1991 (Lateinamerika Studien, 29), pp. 77-97.
37 OC, tomo I, p. 535.
38 OC, tomo I, p. 537.
39 OC, tomo I, p. 538.
40 El libro de arena, OC, tomo III, p. 71.
41 Jaime Alazraki, Versiones, inversiones, reversiones (El espejo como modelo estructural del relato en los cuentos de Borges), Madrid, Gredos, 1977; Alberto Julián Pérez, Poética de la prosa de Jorge Luis Borges. Hacia una crítica bakhtiniana de la literatura, Madrid, Gredos, 1986; Estela Cédola, Borges o la coincidencia de los opuestos, Buenos Aires, Eudeba, 1987.
42 El Aleph, OC, tomo I, p. 540.
43 Ana María Barrenechea, La expresión de la irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Paidós, 1967, p. 69.
44 OC, tomo I, p. 540.
45 Ibid.
46 Cabe señalar que en la descripción que Brodie hace de los Yahoos se insinúa que éstos pudieron haber alcanzado un nivel de civilización superior para precipitarse luego en la decadencia. La "barbarie" sería así, en más de un caso (véase también "Utopía de un hombre que está cansado") la cara regresiva de la civilización que se anula a sí misma: "Los Yahoos, pese a su barbarie, no son una nación primitiva sino degenerada. Confirman esta conjetura las inscripciones que he descubierto en la cumbre de la meseta y cuyos caracteres, que se asemejan a las runas que nuestros mayores grababan, ya no se dejan descifrar por la tribu. Es como si ésta hubiera olvidado el lenguaje escrito y sólo le quedara el oral", OC, tomo II, p. 455.
47 OC, tomo III, p. 26.
48 Ibid.
49 Ibid., p. 27.
50 Iván Almeida, '"El Congreso' ou la narration imposible", Variaciones Borges (Aarhus University), 1 (1996).
51 OC, tomo III, pp. 30-31.
52 OC, tomo III, pp. 52ss.
53 Ibid., p. 54.
54 Ibid, p. 52.
55 Ibid., p. 56; cf. María Rosa Lojo, "Dos versiones de la utopía: 'Sensatez del círculo de Angélica Gorodischer', y 'Utopía de un hombre que está cansado' de Jorge Luis Borges", en Mujer y sociedad en América (Instituto Literario y Cultural Hispánico, California), vol. 1 (1988), pp. 93-184, p. 89.
56 Precisamente, quienes fueron en su momento adversarios intelectuales criticaron la renuencia de un Borges comprometido esta vez unilateralmente, a contemplar el otro bando político sub specie aeternitatis. En el libro Claves políticas, y con ardor propio de la situación polémica del momento, Sábato objeta la visión maniquea que -dice- Borges tiene del fenómeno peronista, y su nula disposición a enfocar este hecho histórico, concreto y arrasador, bajo el lema de la "coincidencia secreta de los opuestos" que prodiga, en cambio, en sus cuentos metafísicos: "Nada de simétricos y ornamentales monismos, ahora. Nada de afirmar que 'todos, de alguna manera, somos Perón'. En cuanto a la justificación histórica del peronismo, a la discriminación de la parte de verdad que asistió al pueblo insurrecto -aunque fuera conducido por un siniestro demagogo-, al reconocimiento de su trágico desamparo durante tantos años -en quebrachales y frigoríficos y yerbales- sin que Borges se ocupara de ellos en Sur, en cuanto a los obreros y estudiantes que muchos años antes de Perón sufrieron cárcel, tortura y muerte por levantarse contra la injusticia social o por la enajenación de la patria a los consorcios extranjeros, en cuanto a todo eso, nada más que anatema e infamia", Claves políticas, Buenos Aires, Rodolfo Alonso, 1971, pp. 60-61.
57 "El Sur", OC, tomo II, p. 528. Las cursivas son mías.
58 "El hombre en el umbral", OC, tomo I, p. 613. Las cursivas son mías.
59 "El Sur", OC, tomo II, pp. 528-529.
60 Beatriz Sarlo, op. cit., pp. 100-108.
61 Daniel Balderston, op. cit., pp. 107-108.
62 OC, tomo II, pp. 183-184.
63 Rodolfo Borello, "El peronismo (1943-1955) en la narrativa argentina", Ottawa Hispanic Studies, 8 (1991), pp. 149-150.
64 Maristella Svampa, El dilema argentino: civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista, Buenos Aires, El cielo por asalto, 1994, p. 229.
65 OC, tomo I, p. 557.
66 OC, tomo II, p. 184.
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