Especial para Analecta Literaria
Un escandaloso golpe de luz, fue el inicio del día. Para Prudencio, la jornada había comenzado dos horas antes. Ahora iba pisando el paisaje, rumbo al surco, su destino diario de trabajo. El verde profundo de los árboles, el alegre trinar de los pájaros, el murmullo infinito de los arroyos, le otorgan una paz silenciosa y plena. Era como un reloj que caminaba, inventándose el tiempo de la siembra. Prudencio asumía de este modo todos los días frente a la vida. Resulta que un sobrino poderoso, dueño de algunos negocios importantes en la ciudad, había arrendado estas dos hectáreas, en las que Prudencio día a día trabajaba. El negocio era a medias, entre el sobrino y el tío. Se pagaban todos los gastos y el resto si se dividía entre ambos.
Prudencio tenía aspecto europeo. Su piel era prácticamente roja y los ojos azules como el cielo. Respondía a la unidad étnica de los abuelos italianos, pero dentro suyo trajinaba un coya autóctono, herido de soles y jornales.
El camino que recorría diariamente hasta el trabajo era largo. Venía de uno de los barrios de la ciudad de Salta, hasta la legendaria Atocha, lugar donde estaba el campo. Siempre con su bolsita en la mano se comía la distancia. Mientras caminaba, soñaba con sus arvejas, sus cebollas y las zanahorias que allí había sembrado. Tenía deudas y necesidades, como todo hombre de trabajo. Entonces se metía en los números y buscaba la forma de cumplir sus compromisos. Y rogaba para que no le faltara el agua y para que el mercado recibiera con buenos precios el esfuerzo de su trabajo. Era la única forma posible de poder pagar sus deudas. En ese silencioso diálogo consigo mismo hacia todos los días este camino. Saluda a los árboles, sus amigos, y mirando los rastros, sabía si ya había pasado algún vecino. Era mucha la gente que trabajaba en las mismas condiciones, que lo hacía Prudencio.
Por fin el pueblo, pasaba por la calle principal y tan principal, que casi era la única. En los caseríos se veía gente que se preparaba para el trabajo. Prudencio avanzaba y levantaba un brazo saludando a sus paisanos. Pasaba la Iglesia, el cementerio de pájaros (obra del poeta Solís Pizarro) y ya estaba a sólo dos leguas de su campo. La mañana jugaba con la brisa una ronda de soles y el agua de una sencilla acequia se repartía e una fina música que alegraba el sembrado. Los vecinos de la hectárea lindante, hacían un trasplante de tabaco, cuando Prudencio asomó con su sombra por su lugar de trabajo. La tarea del día, consistía en sacar la mayor cantidad de maleza posible. Estas tienen la particularidad de ahogar el natural crecimiento de sus plantas, además tendría que desparramarles un poco de agua que una modestia acequia le ofrecía. Esta corría dividiendo el campo en dos mitades de una hectárea cada una. Con su pala fue ordenando el riego y el agua mansa caminaba por el camino que Prudencio le marcaba. Ya estaba con su ropa de trabajo, con esa piel curtida de sol y viento. El sol cada vez más alto, como queriendo curiosear todo lo que sucedía en ese día.
La sombra de los árboles, ya decían que se había puesto el mediodía, cuando un vehículo que traía una impresionante polvareda, detiene su marcha frente al campo y de él bajan cuatro hombres, que se dirigen decididamente hacia donde estaba Prudencio, con toda la columna inclinada hacia la tierra.
Se acercan y lo saludan. Uno de ellos explica que es martillero y que tenía un campo lindero para la venta, y como el señor tiene interés, queríamos hacerles una pregunta para saber si le convenía hacer la operación.
Y llegaron las preguntas, acerca de si había agua, acerca de la fertilidad del suelo, si era buena tierra para el tabaco y muchas otras más. Luego los hombres se pusieron a hablar de política, de las futuras elecciones, de las posibilidades crediticias, de los contactos y las relaciones que cada uno tenía. El martillero, le ofrecía al posible comprador la influencia de un pariente que estaba bien candidateado, para lograr importantes beneficios con el futuro gobierno popular. La operación ya parecía un hecho y los hombres se despidieron de Prudencio y se fueron elaborando los planes de su futura finca. Prudencio se quedó sólo con su pala y su silencio y en su mente galopaban las ideas del progreso. El andaba pensando, como sería su patria con un buen gobierno. Trabajó con bronca y fiereza, como queriendo matar al monstruo que dominaba su pobreza. Una hora después fue hasta su bolsita y sacó un pan chanchito con un pedazo de mortadela, puesto que había llegado la hora del almuerzo. Se sentó bajo un tala abuelo y fue creciendo en su pensamiento la idea de un mundo nuevo. Se imaginaba recogiendo a dos manos los frutos de su esfuerzo. Alguien le tenía que devolver todo lo que él producía en alimento. Así pasó su almuerzo, entre sueños y deseos. Se puso vertical y se dirigió hasta la acequia para a sentar lo comido. Como cuando era conscripto se tiró cuerpo a tierra y se bebió la acequia, de un solo trago como si fuese en un vaso cristalino. Había matado su perruno hambre y había calmado su sed y ahora, como en los grandes días de fiesta, tenía su postre preferido. Un poco de coca, que hoja por hoja sacó de su bolsa. Ya estaba de nuevo en el surco dialogando con la semilla y viendo crecer el fruto, que era su comida. El agua seguía regando lentamente el campo y Prudencio se puso a desyugar el sector de las zanahorias. Había echado en el campo unos productos especiales que se fabrican para desyugar, pero la sabiduría ancestral de la tierra podía más. Invirtió toda la tarde en sacar maleza, para purificar su sembrado. El sol usaba una blanca nube, como pañuelo para despedirse del día. Los árboles estiraban su sombra, acortando la jornada. Prudencio lavó sus herramientas y las guardó en su secreto lugar de siempre y emprendió el camino del regreso. Ese largo trajín de la distancia, lo fue devolviendo despacio hacia su casa. Los colores del paisaje se iban apagando lentamente. Cuando entró a la ciudad la noche la había ganado la retaguardia. Las luces de la calles ya estaban encendidas. Algunos niños jugaban su ronda provinciana en las veredas y Prudencio con su sombra y su bolsa, hacía los caminos del regreso.
Ya cerca de su casa, en un viejo boliche, unas guitarras y unas voces se unían para decir una zamba. Prudencio se sintió tocado y bendecía a los poetas que se acordaban de los campos y del que sufre sus tristezas. Y se le encendió el canto y llegó bagualeando unas coplas de sus vivencias.
Su humilde casa lo esperaba, ese íntimo generador de ternura. Besó a su mujer y saludó a sus dos cachorros. Se contaron mutuamente las vivencias del día. Los chicos le contaron que habían sacado una buena nota en la escuela.
La mujer comprendiendo el cansancio de su esposo organizó la cena. Al otro día, todos debían madrugar. Los chicos para ir a la escuela, la mujer para lavar la ropa de toda su clientela y Prudencio para volver a su siembra...
Además, debía esperar al diarero, único día que lo compraba porque ese día venía con el libro de lectura para sus hijos. Era una sección especial para los escolares y era el único elemento de consulta que Prudencio le podía comprar a sus hijitos. Luego la mesa puesta, a compartir con los suyos una sencilla sopa. Los huesos, maltratados por la fatiga cotidiana, apetecían la cama. El descanso era como un paraíso que se ofrecía en forma adelantada. Los chicos se fueron a dormir. El dormitorio de Prudencio daba a la puerta principal, como todas las cosas pobres, que en una pieza lo tenía todo. Desde su ventana miró hacia el exterior, viendo que la luna se mostraba victoriosa y parecía la reina de las tinieblas. Y el sueño lo encontró con su tangible humanidad desparramada en las sábanas y llegó galopando por su sangre, presentándole fantásticos paisajes.
Era un globo terráqueo como el nuestro. Estaba poblado por países, paisitos, estados, colonias, repúblicas independientes y de las otras. En un rincón sin petróleo y en un punto donde se daba la mano la selva y la barbarie, había un país hasta ahora inédito. Era el país de los poetas! Verde como la esperanza y breve como el beso maternal. Reunidos sus habitantes - todos poetas - resolvieron darle por nombre, para que sea significativo y universal, LIB, que traducido a cualquier idioma signifique libertad. La prensa aún no sabe explicarse quien intervino para la concesión de esas tierras, pero se tiene sospecha que vino Dios en persona, pero disfrazado magistralmente, para que no lo descubra ningún credo, a interceder ante los poderosos de este arisco e interesado globo!. Lo concreto: el país de los poetas ya está en marcha y ya se los ve cultivando en sus campos la semilla del amor. Se los ve preocupados por organizar urgentemente su sólido estado de gente intelectual. La cosa es muy seria ya que a este estado le corresponde la importantísima misión de ser la usina del mundo; del ser la gran facultad donde los hombres puedan algún día recibirse de hombres, para ser útiles a otros hombres. Su presidente, hombre octogenario, de larga barba blanca, fue elegido por pedidos y ruegos de su pueblo. Esta usina debe provocar la luz para todos los hombres; la luz total y verdadera para conocer el exacto camino de la vida. Por eso fue elegido Juan Patriarca presidente del destino del país de los poetas. Juan había hecho la escuela primaria en un pueblo anónimo de su país sin nombre y luego pasó directamente a la universidad del dolor, para recibirse de auténtico poeta.
Este era un país altamente democrático, donde la única autoridad era la moral y las leyes naturales, que rigen en el universo. Cada casa era un estado, cada barrio era un estado, donde surgía la autoridad natural, que se afianzaba en la sabiduría. No existía la moneda, había un gran mercado de concentración donde se juntaba todo lo producido, y en donde estaba la cuota que a cada habitante le correspondía. No había ni oferta ni demanda. Sólo se luchaba por ser más humano y más justo. La educación es un proceso natural, a nadie se obliga a estudiar, sólo se le enseña en forma muy efectiva lo que es importante saber y surge una clara respuesta de querer crecer para ser más útiles a cada uno y a toda la sociedad. En cuanto a las ocupaciones, cada uno hace lo que siente y la gente se pasea por todos los oficios como quien mata la rutina. Lo importante es que cada uno sabe que todo lo que haga es para bien de todos. Allá no hay créditos bancarios porque no existen, como tampoco la recomendación, puesto que todos son dueños de todo.
El estado con Juan Patriarca a la cabeza, abre cada semestre un libro de ocupaciones, donde cada uno elige la suya. Se trabaja poco, porque se entiende que el trabajo degrada al hombre. Además, no hay un aparato burocrático que demande el permanente esfuerzo de todos. En realidad la población sola, va colaborando hacia el ordenamiento social. Por ejemplo, un agricultor lleva sus verduras al mercado, para que se repartan todos y allí mismo él se sirve de lo que le hace falta. Hay un ministro de relaciones exteriores, que es el encargado de mantener los contactos con todos los otros estados. A través de ese ministro se da posibilidades para que ingresen ciudadanos de otros países y como único requisito se pide que viva una vida franca consigo mismo y que tenga como ambición principal parecerse cada vez más a un hombre. No hay ni policía, ni ejército, para evitar los golpes de estado y los estados de sitio y además porque es un país realmente democrático, donde el que gobierna es el pueblo, con Juan Patriarca abuelo que día a día les va enseñando los verdaderos caminos de la vida. Y donde el gobierno son todos no hace falta ni comisarías ni cuarteles, puesto que la ley vive con todos.
La medicina en este estado ha evolucionado favorablemente y se ha vuelto al cauce natural. Admirablemente, manejan los conocimientos biológicos y saben buscar sus medicinas en la tierra, que les ofrece a raudales, todas sus bondades. El arte crece al por mayor, como resultado de una vida bien vivida y se expresa a través de cada uno de sus habitantes. No hay fábricas de relojes, por considerarlo innecesario, allí se utiliza el reloj natural del sol. Dios aquí no fue escriturado y nadie puede sentirse dueño de la verdad; cada uno lo ve y lo descubre a su manera, sin ningún tipo de condicionamiento, y dialoga con él del modo que más lo desee. Tampoco existen las jerarquías eclesiásticas. Entró muy poco adelanto tecnológico a este país. Las razones: porque es muy pobre y también porque es la mejor forma, de pasar a ser un paisito dependiente. Lo poco que se compra en el extranjero, sucede cuando hay una superproducción y se vende al extranjero. Entonces se trae algunos adelantos. Como la vida es humana y natural, se prescinde de todo lo mecánico. Las cosas tienen el valor justo y un niño vale más que una flota de importantes camiones. Los abuelos, son las autoridades naturales, que colaboran con el gobierno de Juan Patriarca.
Hay: pan para todos, derechos plenos, libre ejercicio de la libertad, amor, comprensión, bondad, humanidad a raudal.
No hay: comisarías, cuarteles, iglesias, injusticias, negocios, moneda, bancos, golpes de estado, estados de sitio, etc.
La ciudad a obscuras, y un canillita desempeñando su diaria tarea en las tinieblas, repartiendo noticias oficiales. Se acerca hasta una puerta y tira un ejemplar por debajo de la misma.
Con el diario entró un pedazo de viento a la pieza, ocasionando un áspero ruido que lo saca a Prudencio del sueño.
Toma el diario y ve que la realidad lo invade. El título principal de la tapa, rezaba: El Poder Ejecutivo resolvió que proseguirá el Estado de Sitio.
EDUARDO CEBALLOS, escritor y periodista argentino, nacido el 25 de mayo de 1947 en la pintoresca ciudad de Salta. Desde muy joven se vinculó a los grandes poetas y músicos de la sociedad salteña; con ellos comenzó a recorrer distintos escenarios por toda la Argentina. Sobresalió en el mayor de todos, el del legendario folklorista argentino, el Payo Solá, donde animó la Serenata a Cafayate por más de quince años consecutivos. Su actividad en medios escritos se inicia como corrector del Diario El Tribuno de Salta cuando la sede del mismo se encontraba en Deán Funes 92, a comienzos de la década del setenta. Luego escribe para El Civismo de Luján y en 1971 en el de San Justo, ambos de la provincia de Buenos Aires, donde además dirigía el suplemento literario de Oeste Semanal, La Mano con el Arte. En 1974 pertenece a la redacción del Diario El Intransigente de Salta, en 1977 se incorpora al diario Mendoza, de la localidad homónima y en el semanario La Provincia de la misma ciudad cuyana. También allí trabaja para la revista de investigación científica CIEN´S. En su ciudad natal y como director del Instituto Cultural Andino, edita numerosos libros. En 1985, publica la revista libro De la mano con el Arte, donde incluye a los más notables escritores del Noroeste argentino. En 1987 edita y dirige Logos, revista Libro con la producción de los más notables escritores del Noroeste argentino, publicación que aportó tres números. Prologó diversos libros, entre ellos: "Socava El Amor", de Mirtha de Wesler en 1986; "Amoralgos" de Antonio Vilariño en 1987; "Poemas Transoceánicos" de Rubén Pérez y Chus Feteira en 1993. Publicó durante diez años consecutivos la revista mensual "La Gauchita", que le valió numerosos reconocimientos en el país y mediante la cual mantenía contacto permanente con editoriales y bibliotecas de diferentes lugares del mundo. Asimismo, el libro La Música, autoría de Rubén Chame. Es autor de un trabajo de investigación histórica denominado "Conozca la Historia de Salta a través de sus efemérides", libro que publica en 1993.Escribió también "Poetas Salteños en el Congreso Nacional", un trabajo antológico y de estudio de la literatura salteña, publicándolo en 1997. Actuó como corresponsal de la revista libro de humanidades "Dialogue", que dirigía Albert Eiguer, en París Francia. En el diario El Tiempo de Salta dirigió un suplemento literario denominado "La Gauchita en el Tiempo". A lo largo de toda su carrera literaria y artística mantuvo una coherencia notable en su tarea por mantener vigente el acervo cultural nativo, siendo reconocido como uno de los mayores difusores del folklore y la cultura salteñas.