No éramos sino tres amigos. Los dos de la confidencia, en cuyo par me contaba, y el descubridor de espantosa fuerza que, sin embargo del secreto, preocupaba ya a la gente. El sencillo sabio ante quien nos hallábamos, no procedÃa de ninguna academia y estaba asaz distante de la celebridad. HabÃa pasado la vida concertando al azar de la pobreza pequeños inventos industriales, desde tintas baratas y molinillos de café, hasta máquinas controladoras para boletos de tranvÃa. Nunca quiso patentar sus descubrimientos, muy ingeniosos …
Aquella ciudad no ofrecÃa destinos blandos, aquella ciudad marcaba. Su gran sequedad era un aviso; su clima, su luz, su cielo azul mentÃan. Una riqueza fabulosa ocultaba el hierro rojo. Sin embargo era el paÃs del hierro rojo, animales y hombres lo soportaban en el campo y en la ciudad. Ésta tenÃa un aspecto amable y engañoso; engañaban sus calles rectas y limpias, tan hospitalarias que hasta su seno entraban, venidos de ultramar, las chimeneas y los mástiles para mezclarse con los árboles del paÃs, en sus plazas; engañaban las luce…
1 Yo trabajo en más de un colegio secundario. Cuando concluyo mis actividades matutinas, encuentro que no me alcanza el tiempo para hacer una escala en casa. A la vez, es demasiado temprano para presentarme en el colegio de la tarde, sin embargo, esto es lo que hago siempre. Llego, entonces, a una hora anómala, en que ya se han retirado los profesores de la mañana y en que aún no han llegado los de la tarde. Esta situación me concede una pausa agradable: la aprovecho para leer el diario, todavÃa intacto, que lle…
LETINO Desde la ventana, Campaci sólo pudo distinguir el cuerpo delgado de un muchacho, como de veinte años o menos, que vagaba por la calle siguiendo el dibujo de las piedras. No era curioso que lo mirara en ese momento (Nora acababa de decir que el depósito del baño perdÃa agua, y él se habÃa asomado a la ventana, tratando de no oÃrla), lo verdaderamente curioso era el uniforme; algo que, después de un minuto, hacÃa aparecer la imagen del muchacho como interpolada entre los edificios, como si hubiera sido el fruto de un eq…
Sudando, secándonos la frente con pañuelos, que humedecimos en la fuente de la Recoleta, llegamos a esa casa, con jardÃn, de la calle Ayacucho. ¡Qué risa! Subimos en el ascensor al cuarto piso. Yo estaba malhumorada, porque no querÃa salir, mi vestido estaba sucio y pensaba dedicar la tarde a lavar y a planchar la colcha de mi camita. Tocamos el timbre: nos abrieron la puerta y entramos. Casilda y yo, en la casa, con el paquete. Casilda es modista. Vivimos en Burzaco y nuestros viajes a la capital la enferman, sobre todo …
Asustada, balanceándose en lo alto de una silla con dos travesaños paralelos como si fuera un palanquÃn, la llevaron a la estación del pueblo. Por primera vez se alejaba de la casa y veÃa el monte de algarrobos donde sus hermanos cazaban cardenales para venderlos a los pasajeros del tren. Inés no conocÃa el pueblo. Pasaba largas horas sentada sobre una lona, en el piso de tierra de la cocina, mientras su abuela picaba las hojas de tabaco, mezclada con granos de anÃs, para fabricar cigarros de chala. LA abuela solÃa marcharse d…
P ara Teresa Parodi, chamamecera «No me importa y no me importa. Y no quiero seguir hablando del tema». El piojo hablaba solo, parado en la cabeza del ñandú. Daba vueltas, nervioso, mirando para todos lados. Después dio tres saltos grandes y dijo: — ¡Y ahora basta! ¡Se acabó! El coatÃ, el oso hormiguero, la garza y la cotorrita verde lo fueron rodeando muertos de curiosidad: —A ver chamigo piojo, si nos cuenta eso que le anda pasando —dijo la cotorrita verde. — Nada, nada, ¿no les digo que no me importa nad…
— No, no era un hombre bueno el Capitán Giménez. Una vez mató a un hombre porque le hizo trampas en el juego y otra, tuvo a su asistente estaqueado toda una larga siesta porque le quemó la comida. ¡No! — afirmó Don Cleto — bueno, lo que se dice bueno, no era, aunque esa vez del lobisón... Se interrumpió para beber su vaso de caña, hizo chasquear golosamente la lengua y luego pasó el dorso de la mano para secar los ralos bigotes y continuó: — ¿Usted cree en el lobisón? Bueno, yo tampoco creÃa porque como usted me he criado e…
Se habÃa generalizado en el pueblo la creencia de que Luis RamÃrez estaba loco. Pero no se hubiera podido decir si él sabÃa la opinión que la gente tenÃa de su persona. Si lo sabÃa, no se daba por ofendido ni tal opinión le preocupaba. Por el contrario, miraba a los vecinos, a los conocidos y a cuanta persona encontraba a su paso con una atención que si de algo pecaba, era de una cordialidad excesivamente atenta. Su indumentaria por lo demás llamativa, se centraba en un sombrero de alas pequeñas y tan ajustado, que sólo lograba ha…
Carta a un amor secreto « Escribo más para mà que para ti. Sólo busco aliviarme» Cartas de amor de la religiosa portuguesa. Al extranjero: Hubo una vez en mi vida un extranjero. Llegó como llegan los que están de paso: cuando menos lo esperaba. Nunca supe con certeza nada de él. Después de cada encuentro, yo suponÃa o imaginaba su vida. Y él, por su lado, hacÃa lo mismo conmigo. Hablábamos muy poco, pero a veces, cuando nos g…
Esas fiestas de diciembre, cualquier cosa es un pretexto para celebrar. A cierta altura se concentra tanto el insumo eléctrico de miradas y movimientos estratégicos que una querrÃa desaparecer de ahà mágicamente y en un parpadeo privado aparecer metida en su propia cama. Ahorrarse asà la parte crucial de la cuestión, es decir, irse. Cómo irse, con quién irse y, lo que es más importante de todo, cuándo irse. Algunos consejos para irse de una fiesta: a. No seas la primera. (La segunda sÃ, cómo no, con todo gusto.) b. B…
Las mujeres deseadas y los ideales, ay, se alcanzan. Adolfo Bioy Casares Gané. Gané la totalidad del pozo en el repechaje final. Todos los jueves, durante un año, habÃa venido respondiendo sobre Vida y obra de James Joyce. Gané y cumplà mi sueño dorado. Mi sueño dorado consistÃa en abandonar a mi familia, escaparme a Irlanda, comprarme un castillo, leer el Ulises sentado junto al fuego, tener dos perros irlandeses para que me lamiesen las botas mientras leÃa, emborracharme una vez por mes en la taberna, agarrarme a trompada…
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