Fausto Burgos | La Suerte Del Viejo...





A mi amigo J . Ramón Balmaceda.



Marcelo tiene una finca a orillas de uno de los grandes canales del Diamante.

— Hombre — decíame, — estoy dispuesto a sembrar zapallos, porotos, maíz y trigo; mucho trigo! Sí, la viña no da más que disgustos. Para hacer vino, de sobra tenemos agua!...

El centenar de hectáreas que constituye la finca de Marcelo, ha sido totalmente invadido por la chilca de follaje untuoso, por la plomiza zampa y por la amarga pichana.

Marcelo ha llevado peones de confianza y ha dividido el trabajo en tareas.

Aquella tarde, mientras íljamos en el coche respirando a pulmón lleno el aire puro, Marcelo interrumpió mi silencio:

—Amigo, luego conocerá usted a mi capataz. Es un criollo buenazo, el más fiel de los peones de mi padre, Pero... ¿creerá usted que le tengo cariño y lástima?...

Resistente a la fatiga, desde muy temprano se le ve recorriendo el campo y observando el trabajo de la peonada. Para él, los intereses del patrón, en primer término.

...Lo que le pasa al pobre viejo...

El otro día le hallé tirado largo a largo, casi entre las patas de su caballo. ¡ Ah!... picaro viejo! — le dije — ¿con que le gusta el vino?...

Jacinto se incorporó turbado, los ojos inyectados de sangre y me miró vagamente como desconociéndome,

— Perdóneme, niño Marcelo; todos tenemos nuestro lao flaco ... Es cierto, estoy curao... ¡Qué quere que le haga!... — respondió después.

— Beba cuanto quiera, pero en su casa; no dé mal ejemplo a los peones — agregué en tono grave.

— Está bien, niño Marcelo... Yo sé que soy un vil, un canalla, un perro, con usté que es el retrato de su papá, el hombre que más i querío en la vida... ¡Qué quere que le haga! Cada uno sabe lo que le duele...

— Castigúeme, bóteme, que soy un canalla, un vil, un perro — dijo el pobre viejo.

El cuadro se repitió varias veces.

El domingo pasado, me topé con Jacinto en la ciénaga, venía a caballo, caíale el sombrero sobre los ojos y no manejaba las riendas...

— ¡Otro curao más! — exclamé — como para que oyera. Jacinto, al reconocerme, se apio y se puso a llorar.

— Vea, niño Marcelo... écheme, bóteme, castigúeme, que soy un vil, un canalla, un perro...

Tengo que chupar...; qué quere que le haga! El que sufre, bebe. Yo no puedo aguantar lo que me pasa — dijo.

— Chupe cuanto quiera, pero en su casa, ¿me entiende, viejo? — volví a repetirle, insistiendo.

— En mi rancho, no; ¡nunca más!, niño Marcelo. Yo, yo... yo... ¡Ay! me duele tener que decirle... respondió.

Jacinto se puso a llorar.

— Vea, niño Marcelo; sólo a usté se lo digo: Yo sé, yo sé... que mi mujer me anda fallando... No me negará, niño, que soy como burro pal trabajo. Mientras duermo sólito en la carpa, cuidando sus intereses, ella, la Rosa, ¡quién va a creer!... Ella... ella... Pero el José no tiene la culpa... Es ella, ella, la perronaza, con cuatro hijos...

— Le juro, niño Marcelo, que de la Rosa y de los niños, no va a quedar ni el rastro — asi terminó el viejo.

Yo me puse triste.

— Jacinto, vayase lejos, muy lejos, —le dije. — Así estará tranquilo.

¡Pobre viejo! Aquella vez, al escuchar mi consejo, bajó la cabeza: por el rostro curtido le corría una lágrima...

Llegamos a la carpa del capataz. Un tordillo de grupa redonda, ensillado a la usanza sanjuanina, hállase a unos pasos de la blanca posada.

Jacinto sale a recibirnos.

— Güenos días, niño Marcelo; güenos días, señor; el gusto de conocerlo.

— ¿Qué tal, viejo?... ¿cómo va el trabajo?.

— Bien, no más, patrón. Ya i mandao por las provisiones pa' la peonada. En aquel cuadro, ya se ha terminao el dismonte. Imos sembrao ocho hitarías. Las mulas son guapazas. No se olvide, niño, de las máquinas.

— ¿Y el riego?...

— Regamos mucho. Agora hay agua de sobra. Puallá se nos ha anegao un poco.

— ¿Qué tal los muchachos?

— Güenazos todos; solamente al gallego Antonio lo tuve que despedir: era muy descutidor y flojo pal sol.

— ¿Le arreglaste la cuenta?

— Sí, niño, le pagué todo. Aquí tiene la libreta,

A ratos Jacinto me mira. Su mirada es breve, humilde, superficial, tímida. En cuanto le observo, baja los ojos, unos ojos pequeños, negros, tristes. Tal vez se imagina que yo conozco a la Rosa.

Jacinto habla despacio y se nota en su acento una sorda melancolía, una honda amargara. Está intranquilo con nosotros. Un suplicio le resulta nuestra compañía.

— ¿Es mendocino usted, don Jacinto? — le digo yo.

— Sí, señor; nací pal sú, puallá cerca el Nevao.

Marcelo se ha ido a observar los rastrojos. Me he quedao con el viejo capataz.

Don Jacinto no habla ya: fuma un cigarrillo a lentas chupadas y observa atentamente, amargamente, cómo el humo plomizo se confunde, se pierde...

Yo guardo silencio.

Algunos meses después nos deteníamos en un rinconcillo umbrío, solitario, silenciosos. Rodeábanlo exuberantes parraledas, perfumadas arabias y tupidos chilcales. A unos pasos del canal y a otros de un sauce centenario, contemplamos un rancho en ruinas. Agujereado por el granizo y combatido por los ventarrones furiosos, estaba aún de pie.

— Este fué el chocil de Jacinto.

—¿Y la Rosa ?... ¿Y los niños ?

— ¡Ni el rastro!... Ya ves .

— ¿Y el pobre viejo?

— Dicen que anda alzao, muy lejos de acá, allí por el Payen, el cerro misterioso.


San Rafael (Mendoza), agosto de 1917.



* Relato extractado del libro Cuesta Arriba, Editorial Argentina, Biblioteca de Autores Jóvenes, (Buenos Aires: 1918)



FAUSTO BURGOS, escritor, novelista, cuentista y poeta argentino. Nació el 7 de febrero de 1888 en Medinas, Provincia de Tucumán, Argentina. Falleció en 1953 en San Rafael, Mendoza, Argentina.La bibliografía de Fausto Burgos es vastísima. 38 títulos editados en vida, dos obras póstumas y permanecen inéditas siete más. Publicó: En La Tierra del azahar (1910); Flores de Averno (1910); y Olas y Espumas (1914); La Sonrisa de Puca-Puca (Cuentos de una raza vencida, 1926); Cuentos de la Puna (1927); Coca, Chicha y Alcohol (Relatos puneños de pastores, arrieros y tejedores, 1927), Cachi-Sumpi (Cuentos de la Puna), La Hija de Kollana Kespe (1941); Cuesta Arriba (1918); Cara de Tigre (1928); Nahuel (1929); Alba Grande; Aibé, cuentos tucumanos (1928); Pomán; Naatuchic el médico (Estampas tobas, 1932); La Cabeza del Huiracocha (Cuentos del Kosko); Huilca (Cuentos del Kosko); María Rosario (1924); Kanchis Soruco (1929), El Gringo (1935); Refugios del Alma (1937); Los Regionales (1939); Molino en Ruinas, Aire de Mar, El Salar (traducida al inglés y al alemán, 1946); Valle de Lerma (Paisajes y figuras de Salta); Don Javier de Guandacol (1940); Paisajes y Figuras de España, Lucero de un alba (1948). Aventuras de Juancho el zorro; y junto al autor Jorge Calvetti: Cuentos de la Puna. En poesía publicó: Huankaras, Poemas tucumanos (1928); Poemas de la Puna; Poemas del Regreso; Horizontes; Rumor Leve; Hojas Caídas y De Sol a sol.