María Rosa Lojo

La Frontera en
La Narrativa Argentina*

María Rosa Lojo**
Universidad de Buenos Aires - CONICET




Como bien lo señalara Hebe Clementi1 la frontera ha jugado un papel determinante en la conformación del imaginario colectivo nacional y de sus figuras representativas. Profundamente ligada a la idea de "barbarie", esa línea móvil, fin de un mundo y comienzo de otro, opera aún hoy como una zona inquietante, nudo de fascinación y repulsión, puerta hacia lo desconocido del espacio exterior, y hacia lo ignoto y lo oculto de uno mismo.

En el siglo XIX, el Facundo de Sarmiento nos presenta un mundo invadido por el vacío, que desde un registro sociopolítico aparece como el resto degradado de un orden anterior, territorio de dispersión, carencia y pérdida, pero que, desde el espectro antropológico y estético se revela en cambio como matriz posible de la poesía y como forja de cierta imagen modélica de lo argentino. En el primer registro mencionado, la "extensión" es el "mal metafísico" que aqueja al país, territorio carcomido y devorado por el desierto, donde la ausencia de vida humana es lo que define los límites internos: "la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son, por lo jeneral, los límites incuestionables entre unas i otras provincias"2. Por otro lado, la frontera exterior delinea la presencia amenazante y fantasmal del Otro, del indio enemigo: "Al sud i al norte acéchanla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambres de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos, i sobre las indefensas poblaciones" (26) El espacio se describe mediante prefijos invariablemente negativos, que marcan, inquietantes, la apertura hacia lo caótico de un espacio salido de madre, reacio a toda medida y razón: lo in- menso, lo in-finito, lo in-audito, lo des-poblado, lo in- cierto, lo in-seguro, lo in-defenso, lo in-culto, lo i-limitado, dibujan un mapa a la vez aterrador y grandioso, un reino -volvamos a los prefijos- ingobernable e incontenible.



Las vastas campañas argentinas son vistas como un ámbito devastado por la "legislación de la montonera", barrido por las "patas de los caballos", donde las formas anteriores de asociación se han transformado en agrupaciones semejantes a las de la familia feudal o las tribus nómadas del Oriente, donde "toda clase de gobierno se hace imposible, la municipalidad no existe, la policía no puede ejercerse, i la justicia civil no tiene medios de alcanzar a los delincuentes." (36) La dicotomía ciudad/campaña no es, empero, tajante, como no lo es nada en el pensamiento sarmientino, que ha sido simplificado tantas veces por los slogans de la lucha política.3 Bernardo Canal Feijóo nos dirá, muchos años más tarde4, que en las campañas, tendenciosamente identificadas con el desierto y la "barbarie", se hallaba en realidad la mayor parte de la población nacional, y la fuente de los recursos básicos para las ciudades. Pero ya Sarmiento muestra la posibilidad de sutiles cruces. Hay -observa- ciudades "bárbaras" por su dogmatismo y su estrechez intelectual, como Córdoba, donde lo cerrado y circunscripto y el orden rígido, lejos de constituir una característica positiva, la asemejan al "estanque encantado" de aguas inmóviles que la adorna. O ciudades "barbarizadas" como la veleidosa Buenos Aires, donde la tiranía de las modas intelectuales provoca un efecto tan arrasador como las hordas de la montonera, creando un suelo estéril en el que "nada se sostituye, nada se establece" (101). Es ése el clima propicio -afirma- para la aparición de dictadores como Rosas, que restringen esa apertura intelectual inconstante y desmesurada encerrando y circunscribiendo a la sociedad en una reproducción a gran escala de la "estancia de ganados".

Vemos por otra parte, que el modelo antropológico argentino, el genuino representante de "la manera de ser de un pueblo" -asimilada a la figura del gaucho- es una criatura de la naturaleza, un ser desatado y desaforado, definido, si ello es posible, por la carencia de todo límite. Sombra que conoce los arcanos de la historia, casi numen, encarnación de las fuerzas cósmicas situada más allá del bien y del mal que se da a sí misma su propia ley, Facundo es el arquetipo de la peculiaridad americana y de la humanidad originaria anterior a la civilización. Su ámbito operativo es ese "vacío" que desde el registro sociopolítico se evaluaba como negatividad y terror pero que, en un sentido estético, es el marco ideal para el surgimiento de la poesía: "Existe, pues, un fondo de poesía que nace de los accidentes naturales del país i de las costumbres excepcionales que enjendra. La poesía, para despertarse (porque la poesía es como el sentimiento relijioso, una facultad del espíritu humano), necesita el espectáculo de lo bello, del poder terrible, de la inmensidad, de la estensión, de lo vago, de lo incomprensible; porque sólo donde acaba lo palpable i vulgar, empiezan las mentiras de la imajinación, el mundo ideal." (43). "La soledad, el peligro, el salvaje, la muerte!!!", temibles desde el punto de vista político, estimulan la imaginación del habitante de las pampas con "temores e incertidumbres fantásticas,...sueños que le preocupan despierto." (43)

En Amalia, de José Mármol -otro texto fundador de la narrativa argentina decimonónica- la naturaleza no se identifica con el caos, sino con el cosmos de una sociedad jerárquicamente estratificada. En Buenos Aires, el centro urbano dominado por Rosas, las jerarquías se han invertido y corrompido y las tensiones crecientes amenazan con diluir toda distinción -todo límite interno entre clases sociales y categorías culturales- bajo la isocromía igualadora de la sangre. Fuera de la ciudad, en la periferia, hay dos ámbitos: la naturaleza cultivada, doméstica, afín a la morada humana cuyo paradigma estético ideal es la quinta de Amalia, y la intemperie exterior donde habita el gaucho. Aquí se marca otra frontera peligrosa: desde el territorio despoblado de las pampas, el gaucho, que pertenece a este ámbito y no debe salir de él, se perfila como "la tempestad" que está rodeando siempre las orillas de las ciudades y que en cualquier momento puede asimilarse a las huestes del poder dictatorial, quebrar los límites, unir lo "naturalmente" separado, invadir y contaminar. Por otra parte, el río, imagen recurrente en la novela, es una frontera en movimiento que señala el camino hacia mundos de libertad más allá de la ciudad enferma: la ruta de Montevideo, donde se refugian los proscritos, el sueño lejano de Europa, y el mar del Sur, horizonte de una pureza desconocida que canalizará muchas veces la imaginación colectiva en la literatura argentina.

En El Matadero, de Echeverría, se contraponen dos mundos unidos por la audacia de un transgresor: el joven unitario, representante de la civilidad a la europea, que se interna en la zona del Matadero de la Convalecencia donde seres humanos y animales ejercen unos sobre otros una violencia obscena e indiferenciada. Este "simulacro" (sic en el original) de la Argentina rosista, es un "mundo al revés", mundo carnavalesco y grotesco, marcado por la deformidad, la caricatura, la parodia, que invierte las categorías dominantes en el orden civilizado, aunque sin el valor positivo, liberador y fecundante adjudicable a lo carnavalesco medieval5. El torbellino de la "mezcla" rompe límites en todos los órdenes, mixtura lo humano y lo animal, lo "culto" y lo popular obsceno, la "civilización" y la "barbarie", el grandilocuente lenguaje de la tragedia que utiliza el unitario, y el brutal coloquialismo de los asistentes al Matadero, a un tiempo espectadores y actores, victimarios y víctimas en un juego que pone de relieve las partes bajas del cuerpo, lo genital y lo excrementicio y transfiere rasgos del toro enfurecido a la figura atildada y urbana del joven que elige morir de cólera antes de ser vejado.

La violencia en sus diversas manifestaciones define invariablemente el cruce de las fronteras y la ruptura de los límites en estas obras fundacionales de la generación de los proscriptos. En todos los casos, del lado opuesto de la engañosa línea divisoria, más allá de los límites familiares de la ciudad, está el otro o lo Otro: presencia amenazante que es más y es menos que meramente humana, sombra que se agranda y se expande en la medida en que, en ese espejo oscuro, se ha proyectado también la imagen negada de la propia verdad, de lo real inexcusable. Muy distinto es el itinerario que se dibuja en Una excursión a los indios ranqueles,6 de Lucio Victorio Mansilla. Uno de sus mayores logros es el de haber traspuesto, en una medida insólita para su contexto epocal, otra frontera difícilmente transitable: la de los prejuicios, los tópoi, las convenciones retóricas que presentan al aborigen como una criatura colindante con la bestialidad, marcada por todos los disvalores, según apuntara Hugo Biagini.7 Tanto indios como gauchos son vistos, ante todo, como seres humanos, más acá del anatema político, del denuesto o de la idealización simplista. El otro, el salvaje, el que vive del otro lado, en las profundidades secretas de la Tierra Adentro, es, en la nueva mirada de Mansilla, el prójimo: un sujeto de cultura, capaz de ritos y cortesías, con un sistema de numeración, un protocolo diplomático, una lengua, una vida familiar,y una organización social superior en algunos aspectos a la cultura blanca, capaz en cambio, de la violencia más inaudita bajo la proclama civilizatoria. El viaje a la Tierra Adentro, o al llamado Desierto, que al principio se muestra como una "excursión" a lo extremo y lo exótico, termina revelándose como retorno al cuerpo, al juego y a la infancia, experiencia de recuperación del placer y reconocimiento de lo cercano y de lo propio en los antiguos terrores del espacio ignoto, de lo desconocido y lo lejano.

La transposición de la frontera que permite ver al prójimo y al semejante en las figuras de los caciques indígenas y de los gauchos tránsfugas que, como lo hará luego el Martín Fierro de Hernández, se han refugiado en las tolderías, conduce también a una revisión de la retórica falsamente descrpitiva que hasta entonces han practicado los poetas de la pampa. Ante todo, señala Mansilla que en realidad no hay "pampa" sino "pampas" diversas, que los árboles folklóricos como el ombú o el cardo, no responden a la flora de la pampa central, que el gaucho no es la figura caricaturesca de ciertos poemas, y que la tierra se conoce no a través de lecturas distantes sino en la experiencia concreta del camino interior: "más de seis mil leguas he galopado en año y medio para conocerlo y entenderlo." (69). Una nueva topología de la barbarie, contrapuesta a la vulgarización de las dicotomías sarmientinas, coloca al espacio abierto bajo el cielo del lado de la libertad, la pureza y la valorización estética, mientras que la ciudad se asocia con el egoísmo, la suciedad y el desgaste inútil de la vida. Esta imagen tendrá buena trayectoria en la narrativa argentina posterior, que suele ver a la campaña bajo un prisma de purificación, renovación y renacimiento, oponiéndola a la ciudad corrupta.

Hacia el final del siglo XIX la problemática de la frontera se complica y se ensancha. Por una parte, la Campaña del Desierto llevada a cabo por Roca ha dado el golpe de gracia a la cuestión aborigen. En el último gran mito finisecular, el de Juan Moreira, los indígenas vuelven a ser el otro, el enemigo, el salvaje inferior. Si Moreira, perseguido, opta por refugiarse como su antecesor Martín Fierro, en las tolderías indígenas, tampoco vacila en hacer trampas en el juego engañando sin remordimientos a sus anfitriones: el narrador, además, invoca como gloria y mérito que distingue a su héroe del mero delincuente, su lucha bajo la bandera patria contra los aborígenes. Por otro lado, este bandido romántico, heredero pulido y estilizado de Facundo, funciona como frontera o límite entre tiempos y mundos, entre dos siglos y dos etapas de la vida nacional, entre "dos culturas y dos justicias", como señala Ludmer8: la oral, la ley tácita del honor y la venganza, y la justicia escrita moderna.

Qué ocurre después? La Argentina del Centenario, por boca de Lugones, llevará a cabo la inscripción del gaucho en el mapa fundador de la nacionalidad argentina y en el gaucho exaltará sobre todo el elemento hispánico, rechazando o minimizando la sangre aborigen transmitida por vía materna. Si antes, desde la óptica sarmientina, el gaucho había sido considerado como factor disolvente de la civilización, ahora se lo elogia como paladín civilizador, único capaz de contener "la barbarie indígena": "El malón era, en efecto, un contacto casi permanente de los indios con los cristianos fronterizos que, pertenecientes a la raza blanca, llevaban la doble ventaja de su carácter progresivo y su mayor capacidad de adaptación."9 La presencia del gaucho en el canon de los próceres -semianunciada en Facundo y en Moreira, ambos descritos como figuras heroicas malogradas fuera de un adecuado contexto- corre paralela con su desaparición efectiva de las pampas que se modifican sustancialmente. Exterminado o sometido el indígena, se borra la línea de la frontera interna con los belicosos malones, el campo sin límites se cuadricula en el alambrado prolijo de las estancias. Ya no existe el gaucho como guerrero de la montonera o soldado de los fortines, ni tampoco como mano de obra privilegiada en el faenado de la carne. Apunta Hebe Clementi10 que, una vez que la lucha con el indio concluyó, el gaucho, desplazado por los trabajadores inmigrantes o los grandes terratenientes, desapareció como protagonista de la expansión. Su destino histórico -dice- quedó "a medio terminar", en la medida que los mismos territorios de la frontera argentina fueron sólo semiincorporados a la nación.

Dos cuestiones quedan señaladas aquí: una, la emergencia de un nuevo elemento, el inmigrante, que modificará radicalmente la población y las costumbres argentinas, hasta el punto de ser evaluado como una amenaza sobre la que se dibujan los rasgos del nuevo "bárbaro". Otra, la percepción del país sureño como una zona incompleta, horizonte indeterminado hacia una plenitud futura, forma del sueño que ronda la poética de Ricardo Molinari, los Poemas Australes de Leopoldo Marechal, la búsqueda de Martín del Castillo en Sobre héroes y tumbas, la curiosidad y la desdicha del viajero en La rosa en el viento, de Sara Gallardo.

Las fronteras culturales e idiomáticas que marcan la conflictiva asimilación del inmigrante a la vida argentina, generan una literatura muchas veces xenófoba, de la que es ejemplo paradigmático En la sangre11, de Eugenio Cambaceres. Esta novela describe la exitosa e infame trayectoria de un trepador, hijo de un tachero italiano que ha hecho fortuna y que le ha legado, junto con algún dinero, una serie de vicios y lacras que contaminarán peligrosamente la nueva sociedad argentina, inerme ante el avance de estos otros "bárbaros" sin escrúpulos que ni siquiera están dotados, como el antiguo marginal gauchesco, de coraje o grandiosa fortaleza. Si este retrato distorsionado por el temor corresponde al inmigrante urbano de las clases más humildes, no faltarán testimonios narrativos de lo que ha ocurrido en el campo. Una novela de Eduardo Acevedo Díaz (h.)12 ilustra muy bien el conflicto planteado hacia el fin de siglo pasado entre los gauchos de la guardia vieja, los laboriosos "gringos", y los "naciones" de fortuna que se apoderan aviesamente de las leguas conquistadas al Desierto. Dice con amargura el personaje Don Martín al joven Mauro, que ha vuelto de su cautiverio entre los indígenas: "-Te has portao como un gaucho de La Reyuna, pero no esperés que los del gobierno y los beneficiaos por tus servicios te lo agradezcan. (...) Trabajaste pa "los naciones". El gobierno ya les habrá pegao el grito: "Aura pueden venir tranquilos. Los criollos han limpiao el campo de indios pa que ustedes ganen la plata con comodidad, que es lo único que les interesa. No les vamos a preguntar de donde vienen. Dentren no más, los criollos se irán a la cocina pa dejarles sitio en la sala." ( 254-255) Y dentro de la misma clase social, veremos cómo Mauro, ya maduro, seguirá trabajando el campo a la usanza antigua sin aceptar las técnicas que su yerno tolerado a regañadientes, el "gringo" Gino Petrella, aplica a las labores agrícolas.

Más allá de estos problemas reales, propios de una sociedad en proceso de cambio, la frontera -en particular la frontera Sur- constituirá un horizonte imaginario de dilatada fecundidad en la literatura de nuestro siglo. La vanguardia de los años veinte -la brillante generación de Borges, Marechal, Girondo, Molinari, Bernárdez, en la que también participa, aunque es cronológicamente mayor, Ricardo Güiraldes- retomará desde una nueva óptica la cuestión de los mitos fundadores de la nacionalidad. Se ha utilizado con acierto la expresión "criollismo urbano de vanguardia"13 para caracterizar esta sensibilidad distinta que, aunque muy lejos en forma y pretensiones estéticas de la literatura popular criollista y folletinesca, practica un original reciclaje de lo criollo, rescata para el mito los tipos del suburbio, y cede a la fascinación de otra frontera: la de los arrabales, la de las "orillas" donde una ciudad ya indecisa se hace campo y se vuelve hacia el pasado. La poética neocriollista del grupo, representada sobre todo por Jorge Luis Borges, encuentra un espejo paródico eficaz pero solidario en el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. Toda la estética del movimiento se discute con humor en esta novela tardía que es, acaso, el mejor testimonio de los años de formación y consolidación del martinfierrismo.

En su última parte, Adán incluye un "Infierno" vernáculo situado bajo un ombú, cuyo demiurgo es Schultze, o sea, Xul Solar, el pintor de la vanguardia e inventor del híbrido idioma "neocriollo", otra utopía exacerbada de identidad e innovación. Los poetas martinfierristas -también Marechal (Adán) mismo- son juzgados aquí por sus delitos poéticos de arrogancia y extravagancia, aunque el juicio, a cargo de Musas esperpénticas, se vuelve otra forma del elogio. Indirectamente laudatoria, a la vez que exacta, es la caracterización que se hace de la poesía juvenil de Borges, y aun de sus resonancias posteriores en la obra de madurez, señalando sus obsesiones y sus hallazgos:

Lo malo está en que don Luis [dice la falsa Musa] ha querido llevar a la literatura sus fervores misticosuburbanos, hasta el punto de inventar una falsa Mitología en la que los malevos porteños adquieren, no sólo proporciones heroicas, sino hasta vagos contornos metafísicos. 14

La respuesta de Adán defiende la gesta borgeana y la aventura conjunta de Martín Fierro:

- No se ha dicho que sobre nuestra literatura viene gravitando un oneroso espíritu de imitación extranjera?

¡Se ha dicho, no lo niegue! Y cuando un hombre como Pereda sale a reivindicar el derecho que lo criollo tiene de ascender al plano universal del arte, se lo ridiculiza y zahiere hasta el punto de hacerle sufrir las incomodidades de un infierno.(577)

Por lo demás, en el libro tercero de la novela se ha descrito el periplo de los poetas hacia los pagos suburbanos de Saavedra, a donde se traslada ahora la vieja problemática de la frontera, enunciada en un estilo que parodia con habilidad el Facundo sarmientino, aplicando sus tópicos y sus figuras fantasmáticas al paisaje de las orillas:

En la ciudad de la Trinidad y puerto de Santa María de Buenos Aires existe una región fronteriza donde la urbe y el desierto se juntan en un abrazo combativo (...) El turista que volviendo sus espaldas a la ciudad aventura los ojos en aquel paisaje, no tarda en sentir un vago sobrecogimiento de pavor; allí, sobre un terreno desgarrado y caótico, se alzan las últimas estribaciones de Buenos Aires, rancheríos de tierra sin cocer y antros de lata en cuyo interior pululan tribus de frontera que oscilan entre la ciudad y el campo; allí, prometida del horizonte, asoma ya su rostro la pampa inmensa que luego desplegará sus anchuras hacia el Oeste bajo un cielo empeñado en demostrar su propia infinitud (...) al caer la noche, cuando Saavedra no es más que una vasta desolación, el paraje desnuda sus perfiles bravíos; y el turista que se aventura en su ámbito puede hallarse, de súbito, frente a la misma cara del misterio. Entonces, a flor de tierra, se oye la palpitación de una vida oscura: (157)


En la noche de Saavedra, entre croar de ranas y pobres linyeras que parecen brujos, empiezan a desfilar curiosos personajes surgidos del sueño de estos héroes cómicos, que recapitulan en un friso con mucho de caricaturesco y también de surrealista, la historia de la nación y sus proyecciones hacia el futuro. El "Espíritu de la Tierra" en forma de gliptodonte, invocado por el "petizo Bernini" (alter ego de Raúl Scalabrini Ortiz) les muestra la Pampa como el fondo de un antiguo mar, tierra arrasada por los vientos cuyos "contingentes humanos...se formarían también con elementos de destrucción, acarreados desde los ocho rumbos del globo hasta nuestras llanuras por el temible y nunca dormido viento de la Historia" (179-180). Aparece luego, en citación clara de Mansilla, la imagen de un cacique indígena, raíz que ha quedado en el gaucho antes de extinguirse, y comienza la discusión sobre este otro hijo de la frontera, representado por Santos Vega en su lucha contra Juan Sin Ropa, visto como el Diablo, el Progreso, y también como el inmigrante en quien se concentran todas las ambiciones, los exilios y las esperanzas. Su última metamorfosis es la absurda figura del Neocriollo, collage cibernético de disparatadas formas y colores que resume, en una última pirueta, la voluntad de juego e invención que distinguió a la Musa heterodoxa de los años veinte.

A partir de esta década de creativa efervescencia podríamos distinguir diversas direcciones en el trabajo literario sobre la frontera. Por un lado, se sigue ahondando en la imagen del Sur, y en el paradigma pampeano que triunfa en el imaginario colectivo, arrogándose una representatividad nacional. Narraciones claves de este siglo: Don Segundo Sombra, de Güiraldes, Los caranchos de la Florida o El Inglés de los Güesos, de Lynch, y muchos textos de Borges y Bioy Casares, se conciben en este ámbito, desde este espectro. El cuento El Sur, de Borges, es tal vez una de las encarnaciones más intensas e impecables de esta simbólica de la llanura que parece definir cierta esencia de lo argentino. No en vano dice Borges también en otro relato: "El muerto", : "lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros, (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura que resuena bajo los cascos"15 (OC, 546) En el Sur ya insinuado en la ciudad que "empieza del otro lado de Rivadavia" y da entrada a "otro mundo más antiguo y más firme" está el Origen y la clave profunda del destino que todo hombre debe encontrar para asumir su verdadero rostro. El cruce del límite es así, podría decirse, un tránsito iniciático que transporta al viajero hacia el encuentro crucial con esa "perfecta forma que supo Dios desde el principio" y que es la imagen desconocida de sí mismo.

Este Sur podrá quedarse en lo inmediato -la pampa bonaerense- o extenderse hacia la Patagonia (el Sur helado y puro de Martín del Castillo), o aún hacia el confín extremo del país y del continente, como en la novela Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson16. En todos los casos, la problemática de civilización y barbarie atraviesa los textos, mostrando tensiones irreductibles (Borges), marcando el círculo infernal de la violencia simétrica de las guerras civiles (como en la alucinada novela El ejército de ceniza, de Feinmann17, soñando esperanzas renovadoras (Sábato), denunciando el exterminio de una forma originaria de cultura humana que la impiedad de una civilización sedicente ha negado con atroces consecuencias (Belgrano Rawson).

Entre todas estas narraciones corrió la Historia; profundos procesos sociopolíticos, argentinos y planetarios, fueron transformando la visión de los intelectuales. A la generación que eligió al Sur como símbolo preferencial, nombre de una famosa revista literaria y sobre todo de un movimiento conceptual y estético, le tocó revisar, otra vez, la cuestión nunca resuelta de nuestra identidad argentina y latinoamericana. A los escritores de este grupo y de este período los acucia sobre todo otra frontera: la que nos separa de Europa. Ezequiel Martínez Estrada18 piensa en una Argentina-Trapalanda, ámbito de ficciones y defraudaciones donde la codicia del conquistador no encuentra ciudades áureas sino sólo tierra desnuda que tardará en dar plenamente sus frutos -y éstos serán, por lo demás, sólo materiales-. El odio y el resentimiento ante el fracaso determinarán que no exista fundación verdadera, apenas un mestizaje forzado por las circunstancias y contaminado por la violencia que producirá un tipo étnico bastardo. Bajo la máscara culta de las ciudades, y sobre todo de una gran capital hipertrofiada, nos amenaza una "barbarie" real y profunda que vuelve cíclica y fatalmente. Héctor Alvarez Murena19 plantea, por su parte, la cuestión americana bajo el signo de un "pecado original" que se define por la distancia: el mal es la distancia, la separación, la expulsión histórica de un segundo paraíso, el de la cultura europea. No es sólo una frontera sino más bien una fractura lo que nos separa de Europa: las formas de comprensión y de creación acuñadas durante siglos se deshacen y pierden vigencia ante la "Nada', ante el "mundo en bruto" que se resiste a los ojos extranjeros; ojos que de entrada se han negado a aceptar, como lo reconocerá Murena años más tarde, los númenes de las culturas vencidas. Un cosmos cerrado y completo queda más allá, irrecuperable, y otro cosmos negado -el mundo precolombino- se destruye en el más acá sin que hayamos alcanzado a entenderlo, y a crear, a partir de sus escombros, un orden nuevo.

Hay, empero, otras voces atentas a la vitalidad sepultada de lo aborigen. Bernardo Canal Feijoó, primero, que en textos como Teorías de la ciudad argentina, o Proposiciones en torno al problema de una cultura nacional argentina20 plantea otra visión de la conquista y del mestizaje, y sobre todo, Rodolfo Kusch21, cuyas tesis del estar y de la fagocitación que él deriva de un pensamiento indígena vivo, son revindicadas hoy día por los latinoamericanistas como propuestas originales de resistencia a la globalización indiscriminada.

A todo esto, los años del primer peronismo ya han puesto en primer plano de la escena pública otra frontera: la frontera interior, la de los confines de la Tierra Adentro, de donde llegaron masas de migrantes internos, campesinos criollos de las provincias, cuya piel oscura denunciaba al antepasado aborigen, y que los centros metropolitanos supieron designar, rara vez con simpatía y generalmente con temor o desprecio, como "los cabecitas". La literatura culta de entonces, que es, desde luego, antiperonista, los verá a menudo como fuerzas regresivas, descendientes de los "bárbaros" de la montonera -es ejemplar en este sentido, el cuento Sábado de Gloria, de Martínez Estrada, y también otros de Julio Cortázar, de Borges y Bioy Casares, bajo el seudónimo de Bustos Domecq-.22

Pero los años sesenta cambiarán el signo de valor de la mirada. El surgimiento, a nivel mundial, de lo que se ha llamado "postmodernidad" en el pensamiento y en el arte, dirige la atención hacia los otros, los periféricos, los diferentes, los relegados, las culturas que no se subsumen en el paradigma etnocéntrico. Y esto coincide, en Argentina, con una toma de conciencia de las raíces latinoamericanas, que se refleja en la literatura del momento: Di Benedetto, Rozenmacher, Tizón, Moyano, Ernesto Sábato, Juan José Hernández, son algunos ejemplos de este giro que pone a los autores de las provincias y a la temática del interior, en el foco de las preferencias del público y también de las casas editoriales metropolitanas.23

En los últimos treinta años la reelaboración de la Historia, o la elaboración de otras versiones de la Historia constituye una de las principales corrientes de la narrativa argentina. Y la frontera vuelve a estar presente de maneras múltiples: como el límite entre planos temporales que se aproximan y se contrastan, como contacto y colisión de culturas, como revisión -lírica o paródica- de los antiguos tópicos, como superlativa permeabilidad que conoce su apogeo en esta etapa postmoderna, signada por la penetración de los mass media, los cruces y superposiciones de mensajes, la coexistencia de visiones y de lenguas, la fragmentación y la mezcla.

Asistismos, entre otras cosas, a una significativa reaparición del indio. Daimón y Los perros del paraíso de Abel Posse24, Señales del cielo de María Angélica Scotti25, Esta maldita lujuria26, de Antonio Brailovsky, entre otros libros, vuelven sobre los tiempos de la conquista para discutir y cambiar los términos de la dicotomía civilización/barbarie. Otros textos apuntan a los indígenas argentinos de diferentes etnias: los colastiné en El entenado27, de Saer, los guaraníes, en el caso de Karaí, el héroe28, de Adolfo Colombres, de Borrasca en las clepsidras de Laura del Castillo29, o de Intangible30, de Laura Nicastro; los matacos, en Eisejuaz31, de Sara Gallardo; los ranqueles de la pampa central en el registro paródico de César Aira o Esther Cross32, o en La pasión de los nómades33 de la que firma; los indios de la Tierra del Fuego en Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson. Aparecen los grandes temas de la aculturación, la diferencia, la distinta concepción de la realidad y la temporalidad que instaura fronteras sigilosas e invisibles entre mundos que conviven sin entenderse y sin integrarse verdaderamente.

Se cruza de otro modo la frontera hacia el mundo indígena: hacia la interioridad, hacia el silencio lleno de imágenes y presencias vivas de los que tienen sólo un lenguaje inútil para la esfera de la eficacia blanca. Y también se traspone otro límite: el que ha separado a las mujeres de la historia oficial, de la historia pública. Lorenza Reynafé, de Mabel Pagano, La amante del Restaurador, de María Esther de Miguel, Las fábulas del viento, de Paulina Movsichoff34 diseñan un espacio para la presencia femenina que no se inscribió en el mapa de las hazañas bélicas.

Por fin, novelas como las de Rodolfo Rabanal o Pablo Urbanyi35 colocan nuestro territorio -marginal en el contexto del planeta- frente a la gran Babel postmoderna donde todos los lenguajes pierden sentido, frente a las diversas formas de disolución y relatividad que el fin de siglo nos propone, cuestionando, una vez más, la gran utopía civilizatoria que nos ha lanzado a los periféricos, los eternos merodeantes de las fronteras, hacia la búsqueda de ese mundo ideal por el que se sacrifica la vida real, y que siempre está, por lo que parece, en otra parte.


NOTAS

1. Hebe Clementi, La frontera en América. I. Una clave interpretativa de la historia americana. Buenos Aires: Leviatán, 1987. Cfr. sobre el concepto de "literatura de frontera", y de "frontera interior", el trabajo de Lila Bujaldón de Esteves, "La frontera interior como tema central de la literatura argentina", Boletín de Literatura Comparada, Año XVI y XVII, Universidad Nacional de Cuyo, 1991-1993, 55-66.

2. Domingo F. Sarmiento, Facundo. Prólogo y notas de Alberto Palcos. Buenos Aires: Ediciones Culturales Argentinas, 1961, p. 26. Todas las citas son de esta edición.

3. Cfr. Maristella Svampa. Civilización o barbarie. De Sarmiento al revisionismo peronista. Buenos Aires: El cielo por asalto, 1994.

4. Cfr. Bernardo Canal Feijóó. Teorías de la ciudad argentina. Buenos Aires: 1952.

5. Cfr. especialmente, Mijaíl Bajtín, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Barcelona: Seix Barral, 1974.

6. Utilizamos la edición de Guillermo Ara, Buenos Aires: Kapelusz, 1966. Todas las citas son de esta edición.

7. Hugo E. Biagini, Cómo fue la generación del 80. Buenos Aires: Plus Ultra, 1980, 52.

8. Josefina Ludmer, "Los escándalos de Juan Moreira", en Las culturas de fin de siglo en América Latina. Buenos Aires: Beatriz Viterbo, 1994, 104.

9. Leopoldo Lugones, El payador. Buenos Aires: Huemul, 1972, 54.

10. Hebe Clementi, "National Identity and the Frontier", en Where Cultures meet. Frontiers in Latin American History. Wilmington, Delaware: Jaguar Books in Latin America, Number 6, 1994.

11. Eugenio Cambaceres, En la sangre. Buenos Aires: Eudeba, 1967.

12. Cancha larga, de Eduardo Acevedo Díaz (h.), Buenos Aires: Meridión, 1958.

13. Así lo hace Beatriz Sarlo; cfr. "Sobre la vanguardia, Borges y el criollismo", en La crítica literaria contemporánea, Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1981, y "Vanguardia y criollismo: la aventura de Martín Fierro", en Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1983, 127-171. Cfr. también, de la misma autora, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires: Nueva Visión, 1988.

14. Adán Buenosayres. Buenos Aires: Sudamericana, 1970), pp. 576-577.

15. Jorge Luis Borges, "El muerto", El Aleph, Obras Completas. Buenos Aires; Emecé, 1974.

16. Eduardo Belgrano Rawson, Fuegia. Buenos Aires: Sudamericana, 1991.

17. José Pablo Feinmann. El ejército de ceniza. Buenos Aires: Legasa, 1987.

18. Ezequiel Martínez Estrada, Radiografía de la Pampa. Buenos Aires: Losada, 1957.

19. Cfr. María Rosa Lojo, "Murena: una imagen mítica de América", Argentina en su literatura, No. 4 (Instituto de Investigaciones Lingüísticas y Literarias Hispanoamericanas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán, 1989), 167-187.

20. Cfr. Bernardo Canal Feijóo, op. cit. supra, y Proposiciones en torno al problema de una cultura nacional argentina (Buenos Aires: Institución Cultural Española, 1944).

21. Cfr. Rodolfo Kusch, La seducción de la barbarie, Buenos Aires: Raigal, 1953; América profunda, Buenos Aires: Hachette, 1962.

22. Cfr. Rodolfo Borello, El peronismo (1943-1955) en la narrativa argentina. Ottawa: Ottawa Hispanic Studies, 8, Dovehouse Editions, 170-178.

23. Cfr. al respecto la documentada tesis de Victoria Cohen Imach, De Utopías y desencantos. Campo intelectual y periferia en la Argentina de los sesenta. Tucumán: Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán, 1994.

24. Abel Posse, Los perros del paraíso. Barcelona: Argos Vergara, 1983, y Daimon. Buenos Aires: Emecé, 1989.

25. María Angélica Scotti, Señales del cielo. Buenos Aires: Atlántida, 1994.

26. Antonio E. Brailovsky, Esta maldita lujuria. Buenos Aires: Planeta, 1992.

27. Juan José Saer, El entenado. Buenos Aires: Folios, 1983.

28. Adolfo Colombres, Karaí, el héroe. Mitopopeya de un zafio que fue en busca de la Tierra Sin Mal. Buenos Aires: Ediciones del Sol, 1988.

29. Laura Del Castillo, Borrasca en las clepsidras, Buenos Aires: Suae Editio Gentis, 1980.

30. Laura Nicastro, Intangible. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1990.

31. Sara Gallardo, Eisejuaz. Buenos Aires: Sudamericana, 1971.

32. César Aira, La liebre. Buenos Aires: Emecé, 1991; Esther Cross, La inundación, Buenos Aires, Emecé, 1993.

33. María Rosa Lojo, La pasión de los nómades. Buenos Aires: Emecé, Atlántida, 1994.

34. Mabel Pagano, Lorenza Reynafé o Quiroga, La barranca de la tragedia, Buenos Aires: Ada Korn, 1992; Paulina Movsichoff, Las fábulas del viento, Buenos Aires: Torres Agüero, 1987; María Esther de Miguel, La amante del Restaurador, Buenos Aires: Planeta, 1993.

35. Rodolfo Rabanal, Un día perfecto, Buenos Aires: Pomaire, 1978; Pablo Urbanyi, Silver, Buenos Aires: Atlántida, 1994.







* Este artículo fue publicado originalmente en María Rosa Lojo. "La frontera en la narrativa argentina", Hispamérica, Nº 75, Año XXV, (Diciembre 1996), 125-136. Analecta Literaria agradece a la autora su permiso para reproducirlo.

** Los datos biobibliográficos de la autora puede el lector interesado consultarlos en nuestro primer post del día viernes 8 de agosto de 2008.