José Pedroni


Poemas Escogidos
Selección de Textos, Apostillas y Nota Biobibliográfica
de Luis Alberto Vittor




De: La Gota de Agua [1923]


A LA ESPERA DEL SOL


El alba. Por la colina
bala un cuerno. Se ilumina
la aldea con la fogata.
Huele el valle a meliloto,
y en un tramonto remoto
muere el lucero de plata.


Del establo, la tambera
lleva la vaca lechera
a beber en el pozanco,
y, por ser su favorito,
sigue a la moza un cabrito
todo blanco.


La moza huele a poleo,
y es su sonreír tan franco,
que siento como un deseo
de ser su cabrito blanco.



CANTO A LA LLUVIA

¡Oh, lluvia, te espero!
y ha pasado toda la luna de enero
— una luna errante de rostro encendido —,
y tú no has caído!.
Por verte en el cielo
no duermen mis ojos,
y los tengo rojos
de tanto desvelo.
Este viento cálido
me quema la frente, y estoy todo pálido.
siento que me muerde
la sed del desierto.
¡Hazte pronto, lluvia,
que el día que llegues en tu nube verde
yo ya estaré muerto!.


Sin sueño, sentado,
miro el horizonte de luna y estero,
¡y han pasado todas las noches de enero!.
Limpio está el aljibe, barrido en tejado,
libre la reguera,
y bajo el alero,
limpia la tinaja de barro vidriado,
que espera.


Se puebla el silencio con perdidas notas
de un lejano ruido,
y aguzo el oído;
buscando tus gotas
recorro la arena de la senda clara;
para ver si caes levanto la cara,
y huelo la brisa para ver si vienes.
Oh, lluvia, ya tengo resecas las sienes,
y todo se ha ido de mi tierra nueva.


¡Entra en mi cisterna para que te beba,
cubre mi enlosado,
quítame el fastidio del rostro cansado
y mójame toda la melena rubia,
oh, lluvia!.
Más que a la nevada de invierno que alfombra
los largos caminos,
y más que a la sombra
de mis tres espinos;
más que a la palabra del fuego hechicero,
— ¡y eso que la quiero! —
más, oh, lluvia, te amo.


Y por eso siempre, te llamo, te llamo. . .,
y bajo la noche, sentado en mi puerta
te espero,
o voy a buscarte como a bien perdido
por luna y sendero,
llevando en mis ojos el pájaro herido
de mi sed abierta.


Escúchame, lluvia: De tanto quererte,
de mirarte tanto,
de las muchas noches que me habló tu canto
y salí a beberte
por donde desagua
tu copioso llanto,
como un dulce sueño me vino un deseo:
¡ser agua! ¡ser agua!
ser entre los hombres como el agua pura;
decirles palabras de paz que tuvieran
tu mismo aleteo
y que las sintieran
caer en sus almas como de una altura.
¡Ser agua! ¡ser agua!
ser sobre la tierra como el agua clara,
y decirle al hombre que me interrogara:
— Bebo en mi cisterna; me lavo la cara
con agua de lluvia; tengo a toda hora
mojada en mis hombros mi melena rubia,
y por eso ahora
¡soy como la lluvia!
¡soy como la lluvia!


Ah, si yo pudiera
caer todo un día,
como tú, del cielo, y hacer la alegría
de todo el que espera!
Ah si yo pudiera formar arroyitos
y seguir de cerca la sed del viajero;
llamar en los vidrios con tus golpecitos
y borrar las huellas
del largo sendero;
lavar los tejados y muros cantando,
y en todos los patios, bajo las estrellas,
¡quedarme soñando!.


Oh hermana encantada,
cuéntame el secreto nunca revelado,
pronuncia la blanca palabra ignorada
que transforme en agua mi cuerpo menguado!.
¡Hechízame, lluvia! para que del suelo
suba por los rayos del sol encendido
a hacerme la nube más grande del cielo,
y en un largo vuelo
de pájaro herido,
ir hasta las tierras de los vagos nombres
cayendo en la casa de todos los hombres.


LA PRIMERA YUGADA

1

Con los dos bueyes blancos voy arando la llosa
en el fresco momento de la mañana rosa.

¡Oh, yunta inseparable de piadosa mirada,
qué blanca os ven mis ojos sobre la tierra arada!

Milón, que los olivos cercanos ablaquea,
esta aguijada tosca me trajo de la aldea;
pero punzar no puedo vuestra pena callada,
¡oh, yunta inseparable de piadosa mirada!

Después que en la comarca copiosamente llueva,
sembraremos alfalfa bajo la luna nueva,
y cuando tenga flores, un perfumado aliento
en las lejanas chozas entrará con el viento.

Un día y otro día, entre arroyo y montaña,
yo segaré la alfalfa con mi primer guadaña.

Y en los heniles llenos —¡oh, qué suceso tierno!—
los bueyes serán hombres cuando llegue el invierno.

2

Mirando de la cerca con ojos de agasajo,
Simeta se distrae con mi primer trabajo.


Y cuando al lado suyo pasa la dócil yunta,
con infantil deseo de hablarme pregunta:
—¿Viniste desde lejos? ¿Te quedarás aquí?
¿Vas a sembrar centeno para ti y para mí?

Y feliz como un niño sobre la tierra arada,
le digo, rehuyendo la luz de su mirada,
mientras mi mano tiembla de amor sobre la esteva:
—Sembraremos alfalfa, Simeta, en luna nueva.

3

Pastoras de ojos dulces que vais por el camino
con los vestidos sueltos color de flor de lino.

Ancianos pensativos, filósofos ancianos
que hacéis la misma sombra de los brezos enanos.

Robustos leñadores de fuertes manos nobles,
que de tanto ir al monte parecéis viejos robles.

Pastoras de ojos dulces que oléis como las flores,
aldeanos pensativos, robustos leñadores,
tomaos de las manos, haced ronda a la llosa,
¡venid a verme todos en la mañana rosa!



De: Gracia Plena [1925]


PALABRAS AL HIJO POR NACER 


Hijo mío que estás en su seno dormido,
lo mismo que en un nido:
Antes que el beso fuerte
del sol te sobrecoja, y el aire te despierte;
antes que mi alegría venga a mirarte, loca,
y el pecho de la madre se desnude en tu boca,
y tu mirada nueva sin comprender se abra;
antes que te acunemos, escucha mi palabra:
_Hijo mío: sé bueno desde el principio, y manso,
así como tu madre, que es el agua en descanso.
En tu labio sin mancha, todavía imprecisa,
para bien de mis años tráeme su sonrisa,
y en tu faz, derramado,
ese santo desvelo de su rostro ovalado.
Hijo mío: te quiero de corazón sencillo,
tal como el Pobrecillo.
No exhumes en tu pecho mi corazón de antaño,
retorcido y huraño,
que ante el milagro eterno de todo lo que existe,
es malo ser indócil y es pecado ser triste.
Hijo mío: en la tierra, que es prieta y polvorosa,
aquí y allá tus ojos hallarán una cosa
que por clara y humilde será tu preferida,
y con cuya pureza llevarás en la vida,
si varón tu pechera, y si mujer, tu enagua.
Esta cosa es el agua.
Hermanos de la misma son la sombra y el viento
y la arena y el fuego y el humo ceniciento:
cinco hermanos amigos del bien para los cuales
harás de tu alabanza cinco partes iguales;
mas, si a elegir te dieran entre los cinco hermanos,
quédate con la arena, que es suave entre las manos;
quédate con la sombra, porque a todos se humilla;
quédate con el humo, sólo porque no brilla.
Hijo mío: no digas Abominad, ni digas:
Obedeced; no agravies, no niegues, no maldigas;
discurre, anima, observa,
siempre con la dulzura del agua entre la hierba;
y sin seguir a Kempis ni aprobar a Tomás,
trata de ser sencillo, sencillo y nada más.


MADRE LUZ

Oh luz, principio claro, causa eterna del hombre:
santificado sea tu milagroso nombre.

Oh luz, gracia absoluta, lleno simple y fecundo
dulce estado de amor alrededor del mundo:

Te debo la dulzura de mis días serenos
y el estupor azul de mis dos ojos buenos.

Te debo la alegría de ser hombre, y de amar,
y de tocar la tierra _que es pura_, y de soñar.

Oh luz, bendita seas por todo lo cumplido:
por el pan, por el agua, por la flor, por el nido. . .

Por la madre que canta, por el niño que llora,
por lo que he sido antes, por lo que soy ahora.



De: Poemas y Palabras [1935]


PALABRAS DEL AMOR EN LA SOLEDAD


En verdad
que no hay nada mejor
que nuestro amor
en la soledad.


Canto que un paso frustra es mi canto.
Encanto de intimidad tu encanto.


Mi verso
tiene la vergüenza del llanto.
No es ni sonoro,
ni diverso.
Por tanto,
no lo escribo con pluma de oro
a lo Anacreonte,
ni iría,
como Horacio,
a leérselo al César justiciero.
Plomizo jilguero
de monte,
 silbo solo y despacio,
o muero.


¿Y tú no eres, sencilla,
luciérnaga entregada
que en la mano más brilla
cuanto más apretada?


PALABRAS A DIOS


Dios:
no me cabe duda alguna
de que existes.
Te veo en la luna
y en los ojos de ella, tristes,
y en su modo
tan único de hablar,
y en la rosa,
y en el mar,
y en todo.
Por eso, oh Dios,
vengo a pedirte una cosa
sencilla para ti
que has hecho más:
¡deja que vivamos los dos
(¡por ella, por mí!)
para siempre jamás!


Pensar que un día me he de morir
o que se morirá.
Pensar
que un día no la he de oír
o que no me oirá.
Pensar
que un día me callaré
o que se callará;
que me iré
o que se irá;
que yo no veré el sol
o que ella el pinar;
que yo la flor
o que ella el mar. . .
¡Señor!


PALABRAS A MI PADRE Y A SU DIGNA HERRAMIENTA


Padre: aquí me tienes, triste,
pensando todavía
en lo raro que fuiste.


Por haberte servido
sin hablar,
atado a tu silbido
hasta que fui a estudiar,
yo tenía derecho
a tu cuchara de albañil
—la más honrada entre diez mil—;
pero no me la diste:
como la cruz en tu pecho,
orgullo de tu vejez,
ella fue puesta a tus pies
cuando te fuiste.
Y aquí me tienes, triste.


Cuchara,
recuerdo de tu casamiento,
fría como mi cara
cuando corría al viento.
Cuchara,
espejo de honor
de tu bigote polvoriento;
tu instrumento,
tu pájaro cantor.


Cuchara tu talento,
tu gloria,
tu dolor,
cuchara, palmatoria;
cuchara, tu cuchillo;
cuchara, batintín;
de mi mala memoria;
lengua contra el ladrillo
escupido de cal;
azote del rocín
si trabajaba mal.


Cuchara, tu denuedo;
cuchara, mi callar;
tu credo,
tu alegría;
mi miedo,
mi cantar. . .
¡Cuchara mía!



De: Diez Mujeres [1937]


ROMANCE DE MI PRIMERA NOVIA


Me atraía el diccionario
en tres o cuatro palabras.
Borrilla de fruta verde
el labio me cosquillaba.
¡Lo que no hacía mirándote,
figurín de mis hermanas!


Derramada en mi uniforme
cual frío vaso de agua,
mi vergüenza iba a la cita
con su joroba en la espalda:
la cartera de escolar
con el pan y la naranja.
El lugar siempre era el mismo:
una vidriera olvidada;
los días, todos los días
menos uno por semana,
y la señal convenida
la grita de la campana
que golpeándose la boca
se burlaba, se burlaba.


Los días, todos los días
menos uno por semana,
porque el sábado judío
la persiana no se alzaba.


Con la boca sobre el vidrio
yo le respiraba el alma.
Nadie tenía en el pueblo
su frente de luna clara,
nadie sus hermosos dientes,
nadie sus ojos de agua.
Para enseñarme su pie,
que cabía en una taza,
alguna vez me esperó
como recién levantada.
Para que le viera el brazo,
día por medio lo alzaba
desnudo, en el ademán
de la mujer que declama.
Para mostrarme su muslo,
en la liga le picaba.
Para enseñarme su pecho. . .
¡Ay, nunca me lo enseñara!
Yo no dormía de noche,
porque eran como mi almohada.


La amé todo el cuarto grado,
que cumplí sin una falta,
respirándole en el vidrio
rendidas frases mojadas:
Tu mejilla, piel de fruta;
tu boca, fruta cortada;
tu seno, fruta de sombra
formada y descascarada.
Te quiero porque no oyes.
Te quiero porque no hablas.
Te quiero porque no ves
mi vergüenza jorobada.
Te quiero ¡ay! Porque esperas
para llorar que me vaya.
Si me hablaras, huiría
sin enseñarte la cara. . .
Y otras cosas que no digo
 de tan lindas o tan raras.

La amé todo el cuarto grado,
que cumplí sin una falta.
Hasta que un día la tienda
amaneció abanderada
con una larga bandera
que sangraba.
Una bomba dispararon
a una nube que pasaba.
La gente vino a mirar.
¡Cuánta gente aglomerada!
El dueño iba y venía
tirándose de las barbas.
Y de pronto, sofocado,
por entre un río de espaldas,
un hombre salió a la calle
con mi novia desmayada.
¡Se la llevaba en el hombro!
¡Ay, madre, se la llevaba!

Contra el vidrio en que la quise
puse mi cara paspada;
contra el vidrio en que la quise,
como si fuera en mi cama;
dije un nombre de mujer,
un nombre, con toda el alma,
y llorando como lloran
los que lloramos por nada,
me fui muriendo en tu busca,
¡oh, madre que me esperabas!,
mientras tras de mí caía
lentamente la persiana.



ROMANCE DE LA DESTEÑIDA


¡Bienhaya el diablo, muchacha,
que te devolvió la vista!

Hasta ayer fuiste en el pueblo
mordaz marisabidilla.
Manos con leche cuidadas,
uñas en sangre teñidas;
en la cintura una vaivén
de mal gusto, y más arriba
frutas en papel de seda
y boca de brasa viva.

Nada digo de tus ojos
porque ellos nada sabían.
Hermosos ojos robados
a alguna niña dormida.

¡Qué mal te querían todos,
todos los que te querían!
Qué mal tu novio de escuela;
qué mal tu primera amiga;
qué mal tu tío el herrero,
ahumado como su pipa;
qué mal la vieja lechera,
negada como madrina,
que en jarros trae del campo
a la luna derretida.
¡Qué mal te querían todos!
Hasta yo te malquería.

Rencor te guardaba el sol
por la joya mal habida
de tu melena de sol
peinada con manzanilla.

Rencor el aire andariego
por tu manera agresiva
de llevarlo por delante
si te esperaba en la esquina.

Rencor la hierba que quiso
mojarte el zapato un día.
Rencor la espina que quiso
seguirte en la media fina.


Por todo el pueblo un murmullo:
“¡allá va la desteñida!”


Pero el diablo (fino talle,
barba en punta, vista fija)
cuando menos lo esperabas
puso un niño en tus rodillas,
y huyó colgado de un tren,
al viento la capa viva.


¡Bienhaya una vez el diablo!


¡Qué hermosa estás, desteñida!


La noche vuelve a tu pelo.


En tus ojos se hace el día.



ROMANCE DE LA BURLADA


1

Corrida por el bullicio,
tu casa —pájaro blanco—
salió del pueblo y se puso
de parte del campo arado.


La luna dio de beber
anís de leche a los álamos,
y hombro contra hombro están
dormidos como soldados.


Por el camino llovido,
que salva el río de un salto,
en un ligero corcel
va a verte un muchacho bravo.


A la grupa, clandestino,
le acompaña el ángel malo,
toda la cara cubierta
de un embozo colorado.


Una niña —¡ay, la conciencia
del jinete alucinado!—
corre que corre tras él
con los brazos levantados.


El jinete la ha perdido
delante del camposanto,
el jinete no la oye,
el jinete está entregado:
pegada lleva al oído
la boca del ángel malo.


A cien metros de tu casa
se para solo el caballo.
Tu cara quiere volarse
de tan parecida a un pájaro.
Alas tendiéndose son
las alas de tu tejado.


Rodeo de cazador
describe el recién llegado.
Como un nubarrón se abre,
para que pase, el rebaño.


El viento, para ayudarle,
hace ruido con un árbol.
Quieren gritar y no pueden
a su alrededor los gansos.
¡Por qué se callan los teros!
¡Dónde se han ido los galgos!


Una palmera ha crecido
contra el muro hasta tu cuarto.
Su tronco, con el rocío,
es un palo jabonado.


Sobre el plato de la copa
la luna funde su ochavo,
y la palmera se inclina
para que trepe el pecado.

2

Lo que sucedió después,
qué difícil es contarlo:
No te querías quitar
tu hermoso vestido blanco.


El mozo apagó la luna
—cerrando el postigo, es claro—.
Sobre el Cristo de tu cama
el mozo puso su saco.


Para desnudarse entero
un niño no tarda tanto
como tú para quitarte
uno solo de tus lazos.


Sobre el último botón,
cómo temblaban tus manos.
El fue a ayudarte, y tus pechos
por poco se le volaron.


¡Qué merecido que tiene
la cama un hermoso canto,
con una mujer dormida
a poco de haber llorado!


Pero ya se va la luna;
ya vuelven en sí los álamos;
ya el mozo salta de arriba
porque se oye hablar abajo.


¡Tarde te enciendes, oh lámpara!
¡Ay, tarde ladras, oh galgo!
¡Tarde sales al camino,
viejo fusil descargado!
El mozo ya no se ve.
Sólo un galope lejano.


¡Burlada! —grita tu padre—
¡Burlada! —repica el gallo—
¡Burlada! flacos de susto,
—los teros aliquebrados—.


Y por el soplo del viento,
que estuvo echado en el pasto,
la noticia llega al pueblo
antes que llegue el caballo.



De: El Pan Nuestro [1941]


UN ARADO


1

Cuando te bajaron del carro
—un carro que tenía una cola de palo—,
casi no te reconozco
de tan desfigurado.


Por el campo te habían retorcido
caballos desbocados.
Tenías los brazos rotos.
Estabas lleno de barro.
Cabellos rubios de trigo
en tus dedos enredados.


Cuatro hombres salieron de la fábrica.
Cuatro hombres te alzaron.
Cuatro hombres te llevaron adentro,
como se hace con los soldados.


Adentro había hasta cuarenta hogueras,
cada cual con su tajo.
Cuarenta herreros machucaban hierro,
sin compás, a lo bárbaro.
De los yunques saltaban estrellas
para todos lados.


Hasta una de estas fraguas
los cuatro hombres te arrastraron.


El primero hizo irritar al fuego,
que dormía enroscado.
El segundo te acometió en el suelo,
martillo en mano.
El tercero te entregó a las brasas,
despedazado.
El cuarto te rehizo.
Era un artista el cuarto.


Luego vino uno más;
vino con unos tarros,
y te pintó como pintan los niños:
de verde y colorado.


Porque tenía un gorro de papel
que parecía un barco,
este último te hablaba dulcemente
mientras te iba pintando.
La rodilla en el suelo,
¡que bien hablado!


(Que hay algunos obreros
que trabajan hablando,
y otros que no hablan nunca:
¡siempre callados!,
y otros que cantan y cantan,
a sovoz, olvidados).

2

De pie junto al carrero,
arado, ya te vas con tu traje de gala.
Toda la calle es tuya, que está recién regada.
La calle sale al campo pasando por la plaza.
En la plaza hay banderas porque es fiesta mañana.
Gente del pueblo sale de la misa cantada
y, cortándote el paso para verte, se para.
Arado, ¡hasta la vuelta!
Tocan altas campanas.



CANCIÓN DE LAVANDERA


1

Mi amor está en la taberna
bebiéndose su jornal.
¡Ay, la bebida olorosa,
color de leche de mar!

La ropa torcida muestra
mi fuerza para matar.
Vacía de sangre déjala
mi torcedura mortal.

¡Por qué no será mujer
mi rival!
¡Por qué no será mujer
para poderla matar!

Mi enemiga es agua verde,
color de leche de mar.
Sólo tiene de mujer
el olor y nada más.

2

Fuerte como un algarrobo,
tan fuerte que me hace mal,
y tan pequeño bebiendo
en mesa de barajar.

Postura de niño bueno
para dormir o llorar,
su postura en la taberna,
por el suelo su jornal.

¡Hazte mujer, agua verde,
para poderte matar!

3

Sin dormir lavo la ropa
bajo el sol dominical,
que él duerme por mí ocupando
su lugar y mi lugar.

Bolsita de azul, derrámate
en el agua de enjuagar,
donde su blusa de herrero
se enreda a mi delantal.

Bolsita de azul, derrama
tu cielo primaveral,
que está trenzada a su blusa
mi enagua de enamorar.

 Su pañuelo de trabajo
con el mío de llorar.


CARTA A CARLOS CARLINO 


Carlos: Aquí tengo tu libro “Poemas con labradores”,
esto es, aquí tengo tu ramo de flores.


Como yo, tú eres santafecino;
poetas ambos de la tierra del lino
(llevas el lino hasta en tu nombre, Carlino),
y es de ambos la dicha de cantarla,
que es una forma de ararla.


Cantámosla en su valor humano:
el cordial labrador,
el obscuro artesano,
el albañil cantor. . .
Cantámosla en el ademán
del sembrador,
y en la respuesta multiplicada:
el pan.
Cantámosla en la bestia inclinada
que la mira en los ojos,
y en la florecilla silvestre,
dormida entre abrojos.
Cantámosla en el pájaro obrero:
el hornero,
y en el otro, celeste,
que prende fuego al rastrojo:
el pechirrojo.
Cantámosla en el hachero
que resuelve su ira en hachazos.
Cantámosla en el parvero
con el trigo en los brazos.
Cantámosla en el herrero
que hace estrellas a martillazos.


Cantámosla en su verdad pasada:
el nono piamontés,
que en honor de la nona bienamada,
que era la propia mies,
sembróla en oro por la tierra arada,
hasta morir en paz;
y el buen nono lombardo,
que a cuchara y martillo
edificó su casa y treinta más,
sin perder un ladrillo.


Cantámosla en la madre prudente,
signadora del pan,
siempre en la casa como un ángel guardián
—según tú lo dices admirablemente—.


Cantámosla en los humildes nombres
de las mujeres y los hombres
de allende el mar,
que para rendirla en su vellón bendito
aguantaron hasta el grito
la quemadura de regresar.


Carlos: Honrado tu libro que honra al labrador.
Carlos: y hermoso con un linar en flor.


CANCIÓN DEL ARADO

La luna en el cielo
con su labrador,
la luna apagándose
porque viene el sol.
Abajo, en el llano,
casa para dos,
y un arado arando
a su alrededor.


¡Chacarero, canta,
canta tu canción!


Pintados de rojo
pintados de azul,
los arados aran
las tierras del sur.
Pasaron la noche
debajo el ombú;
sombrilla de arados
en campos del sur.
Aran en redondo
y al sesgo y en cruz,
haciendo más grande
la tierra común.


Chacarero ¡arriba!,
que viene la luz.


Caballito solo,
caballos en haz,
suma de caballos
el motor triunfal,
desgarran la tierra
con urgente afán;
tiran de la tierra
sin mirar atrás;
tiran de sus brazos
de aquí para allá,
la cabeza gacha
para tirar más.


La tierra desnuda
se ha puesto a temblar
con todo su cuerpo
tibio como el pan.
Fulgor de la rejas
—espejo o puñal—
ciégale los ojos
que quieren mirar.
¡Chacarero, tócala!
Se ha puesto a temblar.
¡Chacarero, siémbrala,
que florecerá!


Con un brazo en alto
saludando al sol
y el otro en el cuello
del hijo varón,
chacarero muestra
tu poema a Dios:
bandera de flores
el linar en flor,
bandera argentina
lino y algodón;
oro arrodillado
la mies en sazón;
camello de oro
la parva en sopor;
zumbido de oro
la trilla veloz;
oro que se quema
la encendida troj.
Oro por el aire
y a tu alrededor.
¡Chacarero, canta
con tu hijo varón!


Coro

Chacarero del campo argentino
¡a sembrar, a sembrar!
Por la patria grande, para todo el mundo,
sembremos el pan.



MÁQUINA DE COSER

Siempre me ha gustado dormirme
oyendo llover.
¡Por eso tu rumor es mi recuerdo,
oh, máquina de coser!

Formaste con la bulla de la pava
y el picotazo de las tijeras,
el tríptico de nanas
de mis horas primeras.

Durante muchos años,
apenas recogido,
lloviste a chaparrones
tu lluvia en mis oídos.

 Lluvia que a la mañana aparecía
florecida en vestidos.


De: Nueve Cantos [1944]


VILLA MARÍA DEL RÍO SECO 



En Villa de María del Río seco.
Al pié del Cerro del Romero Nací.
Y esto es todo cuanto diré de mí.
Porque no soy más que el eco.
Del canto natal que traigo aquí.


Leopoldo Lugones 


1

Villa de María del Río Seco, dueña
de todos los poetas, tan sola, tan pequeña:


Con los ojos al cielo —cosa de cielo eres—,
traigo al hogar tu imagen: piedras, flores, mujeres...


Paisaje ensimismado, tierra desentendida,
aquí estás en mis ojos para toda la vida.


Aquí, camino árido; aquí, rojiza arena;
aquí, niño desnudo que me llenó de pena.


Aquí, la cruz de palo y el cacto cruciforme;
aquí, el chañar vigía sobre la roca enorme.


Aquí, la cabra griega y el asno bletlemita;
el alabado olivo y la higuera maldita.


Aquí, las pocas casas al pie del pobre cerro.
(Como en los cuadros de antes, el rebaño y el perro).


Aquí, calle sin nombre, la calle de Lugones,
que sube hasta la loma prendida de cardones.


Aquí, la vieja casa donde naciera él,
con su pozo de balde y su algarrobo fiel.


(En el fondo del pozo la alta nube viajera,
y el agua, con su encanto, su suspiro y su espera).


(En el tronco del árbol la flor enamorada:
la suave flor del aire, que es una flor alada).


Aquí el pozo de balde y el algarrobo fiel;
aquí, toda la casa donde naciera él.


Umbrales de madera donde apoyó su cara.
Tierra sobre la cual alguna vez llorara.


Y el horno generoso de corazón profundo,
hecho todo de barro, con redondez de mundo.


Y la pared de adobe más linda que ninguna,
donde él, por vez primera, viera bajar la luna.


Y lo que en la pared pusimos sus hermanos,
en un lugar, sin duda, tocado por sus manos:


Veintiocho azulejos de juntas encontradas,
algunas flores sueltas y dos palmas cruzadas.


Veintiocho azulejos formando una poesía
que contiene tu nombre, ¡oh Villa de María!


Palabras nunca oídas por la poquita gente
que el mejor de nosotros dijo sentidamente.


(Entrechocadas piedras y entrelazadas flores,
loaron al maestro sus palabras mejores).


Grito de la lorada que cuando hablaba él
apareció ofrendando su rama de laurel.


Versos, como avecillas, que un ángel de verdad
quería y no podía poner en libertad.


Lágrima de la nube que la hirió en la mejilla,
echándole a volar la primera avecilla.


Soledad de la cruz en el cerro clavada.
Candidez de los niños que no decían nada.


Anuncio de los pájaros, anuncio de la tierra
que cien filas de antorchas bajaban de la sierra.


Triste presentimiento del corazón cobarde
que nunca llegarían, que llegarían tarde.


Palabras, versos, lágrimas, esperanza fallida,
aquí, en mi corazón, para toda la vida.

2

Oh, Villa de María, tan parecida a aquella
en cuyo cielo, un día, se detuvo la estrella:


Tal cual fuiste querida, tal cual fuiste cantada,
conserva por los siglos tu pequeñez honrada.


Postura de la madre de simple vestidura,
con la mirada baja, tu inmutable postura.


Al pie de la colina —loba petrificada—
eternamente guardes tu posición sagrada.


La cabellera suelta y el ademán caído,
sobre el sediento rastro de un río que se ha ido.


Oh, Villa de María, por el futuro nuestro,
conserva sin tocarla la casa del maestro.


Con un manto inviolable de la espalda a los pies,
junto a sus viejos muros eternamente estés.


Alrededor de ellos, profundo como el mar,
tu surco de silencio difícil de pasar.


Con un manto de piedra de la espalda a los pies,
imagen dolorosa de un río que no es.


Un pájaro en el hombro y una flor en la diestra,
¡oh, Villa de María, ama y tutora nuestra!



SALUDO A GUSTAVO COCHET



Salud, Gustavo Cochet!
Salud en Esperanza, que se alegra a tus pies.


Cuarenta años de ausencia no bastan, tú lo ves,
para perder la tierra. Ella es tuya otra vez.


A un lado del camino y a otro lado, la mies.
Como entonces, el árbol; como entonces, la res.


Puertas que te reciben son las de tu niñez.
Ciprés adelantado, es el mismo ciprés.


Paloma de la iglesia siguen sumando diez.
Nombre de las mujeres: o María o Inés.


Este señor flemático es el juez, siempre el juez.
Y esta mujer que avanza, tu amiga: la honradez.


Salud en Esperanza —te digo—. Tuya es;
de tu mujer e hijo, felices todos tres.


Y agrego: Aquí te quedes junto a mi pequeñez.
Tú y yo por estos campos una vez y otra vez.


Por estas calles solas, o en los viejos cafés
donde los malos cuadros brindan su candidez.


Lugares que se han hecho para beber jerez
o recordar amigos, como a don Luis Lauzet.


Salud, salud, Gustavo. Tuya es, tuya es;
toda esta tierra es tuya, porque eres sin doblez.


Y agrego: Aquí te quedas como un buen feligrés,
amigo de esta gente que pintarás después.


Harás cuadros hermosos —el del cura, el del juez,
el de la vieja escuela de tu padre francés.


Y el del río Salado, que nuestro río es,
con su rancho, su cina, su canoa y su pez—.


Harás cuadros hermosos. Yo, viéndolos, tal vez
llegue a hacer un buen libro, un buen libro, tal vez...





De: Monsieur Jaquín [1956]


RÍO SALADO 


Enteramente nuestro,
Enteramente indio,
desde la montaña madre
hasta la pampa del gringo.


De espaldas al cansancio,
Bajo a ti ¡oh, mi río!
Lávame de toda impureza
De todo mal designio.


Tuyo es mi cuerpo, como
nacido de ti mismo;
tuyo mi canto,
hecho de silbidos.


Tuyo y de tu orilla
De chañar y aromito
donde el árbol extraño
no tiene sitio.


En tu sal, la amargura
del indio,
con su ofrenda, frutos
por el suelo, y herido.


En tu retorcimiento
Su dolor, hasta el grito.
Círculos de su muerte
tus remansos tranquilos.


Tuyo es mi cuerpo sano,
¡oh, río nativo!
Tus brazos sosteniéndome,
son de barro cocido.


¡Quién supiera tu nombre,
para decirlo;
tu nombre verdadero,
mucho antes del trigo!


Roto en diez mil pedazos
lo tienes escondido.
No lo hallaremos nunca.
Es nuestro castigo.


Sólo, por entre espinas,
el canto de tu hijo:
¡Oh Cululú! —reclamo—.
¡Oh Culuú! —quejido—.


Enteramente virgen,
enteramente indio,
 desde el camino del Perú
hasta el camino del gringo.


Sin entregarte nunca,
pasas hundido.
Con lo que no me quieres,
yo te quiero y te sigo.


Dulce es ir a buscarte
a través de los trigos;
hallarte de repente,
como la víbora, dormido.


Dulce es tocarte en el sueño,
¡oh, mi río!


Decirte: —Tuyo soy;
Como nacido de ti mismo;
ningún puerto te ensucia;
en ti no orinan los navíos;
blanda de boca es tu canoa;
la cina, su abrigo...


Dulce es ir a buscarte
por angostos caminos;
hallarte, despertarte,
gritarte: ¡Indio!


En la estela de un pez
verte huir, evasivo.


Dulce es alzarte en las manos;
dulce admirarte, limpio;
dulce sembrarte en el aire
como en el surco el lino.


Dulce el día y la noche
caminar contigo,
a lo largo de tu ir y volver
por no llegar a destino.


Boca abajo, en tu arena
Se respira el olvido;
Boca arriba, en tu cielo
se ven los niños.


¡Quién suspira tu nombre,
para decirlo;
tenerlo entre los dientes,
grano silvestre, frío!


Leguas de llanto indígena
como pasan, sin ruido.
La amargura de todas las raíces
está en ti ¡Oh, mi río!


De voces torturadas de palomas
es tu camino.


¡Quién suspira tu nombre
- ¿triste? ¿sonoro? ¿íntimo? -;
qué pájaro lo canta,
para oírlo!


Roto en diez mil pedazos
lo tienes escondido.
No lo hallaremos nunca.
Es nuestro castigo.


Sólo una voz perdura,
filial, entre espinillos:
¡Oh, Cululú! –reclamo-.
¡Oh Culuú! –quejido-.



LA YEGUA DE WÉNDEL GIETZ


. . . los paisanos del contorno creían engañarlos,
trocándoles un caballo por un reloj de bolsillo. . .

Carlos A. Aldao: “Los Caudillos”,
Bs. As., 1925, nota de la pag. 34.


Wéndel Gietz labrador compró una yegua doradilla.
Antes de comprarla consultó con su mujer,
como se hace en toda buena familia,
y su mujer, que tenía en las manos dos largas agujas
y en el regazo una cestilla,
le dijo: “Cómprala.
La llamaremos Maravilla”.


No sé por qué elegiría este nombre la mujer de Gietz,
tan suave y tan sencilla.
Verdad que la yegua era hermosa.
Tenía el color de la miel que brilla;
la cabeza eminente;
los ojos tocados con una lucecilla.
También es verdad que en aquel momento
habían cesado dolor y rencilla.
Los hombres, a punto de partir,
iban y venían con guadaña y horquilla,
y las mujeres se cambiaban dulces palabras,
como amor, esperanza, paloma, semilla. . .


Ella le dijo: “Cómprala.
Me llevarás en la silla”.
Y Wéndel Gietz trocó por un caballo
su pequeño reloj de campanilla.


Con su yegua de oro,
luego de besar a su mujer en la mejilla,
Wéndel Gietz fue en busca de su árbol,
en la boca una cancioncilla.


Con su yegua de oro llegó a un río con ángel.
Lo vadeó, como mandaba la cartilla,
y levantando pájaros desembocó en un abra
que era de verbena y manzanilla.


Con su yegua de oro tomó posesión de la tierra;
reconoció monte y orilla;
rondó el naciente trigo; patrulló el horizonte;
pisoteó la mies cuando la trilla.


Con su yegua de oro
fue a dar gracias a Dios, a la capilla.
Por su yegua de oro, fulgurante,
supo la hablilla
si Wéndel Gietz alzaba el codo
o hincaba la rodilla.


Cuando se la robaron,
Wéndel Gietz hizo con su silencio una gavilla,
y fue con ella a cuestas de la casa al camino;
de la taberna a la capilla.
Lo habían derribado.
Le quedaba en la mano una varilla.


Hacia el lado del indio alguna vez
se iba su mirada, de guerrilla,
y la de su mujer, llevada por el aire,
como una plumilla.


El se detenía con el hacha;
ella con el cedazo a la escudilla.
Los dos paseaban su silencio
por el ocaso de arcilla.
Pero el indio no devolvió la presa.
Era de oro la doradilla.


Pasó toda la vida de un caballo.
El árbol de la casa se abrió como sombrilla.
Se marcharon los hijos; se dividió la tierra;
prosperó la villa.
Pero Wéndel Gietz no podía olvidarse
de su veloz doradilla.
La llevaba en el corazón cansado.
Era su dulce astilla.
¿Te acuerdas? –le preguntaba a su mujer
noche tras noche,
lleno de días en su silla-,
y su mujer, que seguía teniendo agujas en las manos
y en el enfaldo una cestilla,
le respondía “Si”, moviendo dulcemente la cabeza,
toda de nieve sobre la puntilla.


Jaquín que era poeta,
le hizo al noble vecino una alegre letrilla
con langosta voraz, indio que roba
y labrador que arroja la semilla.
Era para cantar.
Se titulaba Maravilla,
y estaba llena de palabras dulces,
como pájaro, flor, río, gramilla...


MONSIEUR  JAQUIN



Entre las notabilidades de esa colonia se encuentra un Beranger en  la  persona de un colono que ejerce la humilde profesión de carpintero [...]  M. Jaquín vive sólo, como conviene a un hijo de las musas.  Su mueblaje y hasta el servicio de la mesa es todo hecho de su propia mano,  y la única pieza  de que se compone su choza está llena de trabajos de su oficio: virutas y papeles. . .     
                                               .
 “El Ferrocarril”. Rosario, Nº 331, 13/4/1864.


Salve, Monsieur Jaquín; gloria a tu nombre;
gloria a ti como poeta y como hombre.
Gloria a tu corazón
que, llegado a la selva, se inclinó por la canción;
gloria a tu descrédito de no haber hecho nada
(devolviste la tierra como te fuera dada;
la amaste como era);
gloria a tu pasatiempo de labrar la madera,
sólo para esconder tu verso en la viruta;
gloria a tu pereza absoluta.


Gloria a tu respeto por la bestia y el ave;
gloria a todo lo que de ti se sabe:
a tu afición
de grabar tus enseres a punta de formón;
a tu costumbre
de compartir con canes tu pitanza y tu lumbre;
a tu resolución
de no arrancar un árbol: «El que quiera una cama
o una cuna, me ha de traer la rama...».
Y después, con unción:
“Haz tu cuna, mujer, de una rama madura,
que sea de tu tierra, la de tu vida dura.
Córtela para ti, sin lastimarla, tu marido.
Le dirás: “Corta aquella que el viento haya mecido”.
Salve, Monsieur Jaquín, gloria a tu nombre;
gloria a ti como poeta y como hombre.
Gloria a tu éxtasis, sobre la tierra echado;
gloria a tu dulce no hacer;
gloria a tu inmovilidad frente al Salado,
a quien, a falta de mujer,
le decías tu verso, de pena traspasado,
y los de Lamartine y Beranger.
Gloria a tu rancho donde tu verso se hizo;
gloria a tu rancho que en tierra se deshizo.


Salve Monsieur Jaquín. Allá arriba, contigo,
están todos los pájaros que comieron tu trigo;
todas las palomas que no mataste aquí;
todas alrededor de ti.
En tu hombro el hornero,
en tu barba el colibrí;
en tu pecho, picando, el carpintero...
Todos allá en el cielo, donde, en planchas de cera,
grabas tu verso breve
y alguna vez cepillas la madera,
a juzgar por la nieve.


ROMANCE DEL AGUA AMARGA



. . . y  después de  dos horas  de pelea lograron hacerles nueve  bajas. . . El martes  fueron  traídos  los  cadáveres por  los mismos vencedores. . . y puede decirse que fue un día de fiesta. . . A uno de los indios le contamos hasta cinco balazos. . .   
                                                                     
“El Colono del Oeste”, año II, Nº 87, 8/11/1879. Esperanza.


“El agua que era dulce, se fue poniendo amarga”.
(De la tradición oral).



Donde ponían el ojo
ponían la bala.
Los tres hermanos Lóttersberger
y Arnoldo Réutemann cabalgan.
Luna del Cululú
mira redonda y alta.
Se ve una sombra en ella,
de caballo, empinada.


“Les daremos alcance
al rayar la mañana”.
Es todo lo que dicen
sin mirarse a la cara.
No pueden decir más
bajo la noche blanca.


Los tres hermanos Lóttersberger
y Arnoldo Réutemann cabalgan.


¿Por qué se va la rama
verde de la lorada?
¿por qué el chajá y el búho
con sus pesadas alas?
¿por qué del aromito,
la paloma anidada?
Son cuatro yeguas negras
contra catorce, bayas;
cuatro fusiles negros
contra catorce lanzas;
catorce gritos largos
contra quinientas balas.


Caballos sin jinetes
ruedan y se levantan.
Relumbre de las crines
sobre la paja brava.


Los tres hermanos Lóttersberger
disparan y disparan.
Los tres hermanos Lóttersberger
contra toda la indiada.


(Paloma, ¿por qué lloras
entre las negras ramas?).


Como si fuera fiesta
dan vuelta las campanas;
como si fuera fiesta
campanas de Esperanza.
Ya viene, dando tumbos,
el carro con su carga.
Ya viene el carro negro.
Nadie en el carro canta.
Viene con nueve muertes.
No viene con alfalfa.
Cabezas de los indios
cuelgan desmelenadas.
¡Vengan a ver los indios
con sus pieles de gama!
¡Vengan a ver los indios,
madres, niños, muchachas!,
con sus ojos en blanco,
con sus melenas lacias,
con sus hermosos dientes,
con sus lustrosas caras.


Los tres hermanos Lóttersberger
y Arnoldo Réutemann, en andas.


Como su fuera fiesta,
no hay un alma en las casas.
Sí, hay una, Magdalena
Morand, ciega y callada.
Todos detrás del carro,
hombres, niños, muchachas;
todos por un camino
de espigas inclinadas,
donde los pechirrojos
se encienden y se apagan
y las perdices silban
un reclamo que daña.


(Viudita, ¿por quién llevas
las alas enlutadas?).


Fermín González cuenta:
-¡Viera usted la gringada!
El cementerio lleno
como en día de ánimas.
Bajaron a los indios
con sus pieles de gama.
Hasta nueve bajaron.
Nadie decía nada.
De a uno los tiraron
en un pozo de agua.
“Dispué l’echaron tierra
pa que no noj miraran”.


Y el agua fue poniéndose
turbia, lechosa, amarga.



INDIO


La  actitud de los colonos  se  ha impuesto  a los  indios, que  se cuidan bien  de presentarse  si no es  en  son  de amigos. . .trayéndoles pieles, cueros, lana, miel y cera. . .

Moussy, “Geographie”. Tomo 3ª. Pág. 169 (Traducción)



Quién ordenó la carga del arado
ordenaba tu muerte el mismo día.
Ella tuvo lugar junto al Salado
con paloma y calandria, a mano fría.


No te valió tu entrega de venado
frente al duro invasor que te temía.
No te valió tu miel de despojado.
Sólo la dulce espiga te quería.

 Descendiente de gringo y su pecado,
por cementerio de tu alfarería,
a lo largo del río voy callado.

 La culpa de tu muerte es culpa mía.
Indio, dime que soy tu perdonado
por el trigo inocente que nacía.



De: Cantos del Hombre [1960]


GAUCHO

Quisiera haber vivido mucho tiempo antes,
en nuestra hora prima,
en nuestro día madre,
sólo para conocerte,
gaucho que cantabas con toda la sangre,
con todos los pájaros libres en la boca,
como ya no canta nadie,
nadie en el mundo,
nadie, nadie.


Quisiera haber vivido
en tu primer instante,
antes de la entrega de la pampa,
antes del encierro de los árboles.
Haber vivido en el alto mediodía
de tu lance.
Haber corrido la mañana,
desandado tu tarde,
ambulado tu ocaso tras las voz
del caracol del mate.


Río blando de boca,
para orillar, errante,
y un puñal en el cielo, hecho de estrellas,
cada noche, al echarme.
Un puñal, una cruz,
donde pensar el alguien.


Quisiera haber vivido
en tu día grande,
el del rastreo de la libertad,
la selva por delante.
Mía tu doma;
mío tu duelo salvaje;
mío tu oído en la tierra;
míos tus ojos en las altas aves.


Haber tenido tu pulso
para la sed, para el hambre.
En la boca sin miedo ante el desierto,
tu grito penetrante.


Quisiera haber estado en todas las pulperías
junto a la guitarra amante
-voz, cintura y entrega
de mujer entrañable-;
en todas las pulperías,
sólo para esperarte;
sólo para abrirte cancha;
sólo para gritar ¡que cante!
sólo para oírte cantar;
sólo para verte ir, libre, a cualquier parte;
la luna en tus virolas;
en tu cuchillo el sol que nace;
en tu pañuelo al cuello, enjugada,
la sangre.


Mía tu luz en la cara;
mía tu esgrima en el aire;
mío tu numen;
mío tu arte.


Antes del encierro de la aguada,
donde, entre junco y ave,
alguna vez te proyectó el ocaso,
montado y con amante.

Antes del alambre con uñas,
desgarrador de carnes.

Yo no tendría ahora
este dolor cobarde.
Dormiríamos juntos
bajo la tierra madre.

2

¡Gaucho!
Gaucho que estás en todas partes,
en la tierra, en los árboles,
en toda pisada de caballo,
en todo vuelo de ave. . .
¡Gaucho de la Cruz del sur
sobre la pampa grande!

Las piernas entre ramas,
los ojos anhelantes,
desmontados andamos
de tu coraje,
sin cuchillo, sin lazo,
por amarillas calles.
Viento ladrón de libertad y honra
metido en los trigales.

¿Dónde la voz que diga ¡Por aquí!
en nuestra amarga tarde;
dónde la voz de valeroso rumbo,
que nos enanque
y el ala del sombrero
otra vez nos levante?
Fuerza que se ha alejado de nosotros,
por el mañana, ¡hágase!

Vénganos otra vez,
¡oh, gaucho!, tu coraje.
Vénganos tu conciencia del deber.
Vénganos tu arranque.
Tu cuchillo de fuego.
Tu altivez, tu donaire.
Tu canto de jilguero.
Tu baile.
Tu corazón de niño.
Tu ángel.
¡Vénganos sobre el campo,
por el aire!



EL NIÑO DE GUATEMALA 1


 Te prometí una canción:
«Tu vestido en los caminos».
Quién sabe cuándo la haré.
Llevo en brazos, muerto, un niño.

Con una fruta en la mano;
con mi corazón mordido.

Han dejado al árbol solo.
Afuera está solo el río.
Sin árbol, sin sol, en cuevas
las madres se han escondido.

Dentro de una nube blanca
está el avión mata niños.
¡Tan lindo el cielo inocente,
azul como tu vestido,

con su día de palomas,
con su noche de berilos!
¡Tan lindo el cielo inocente!
Por la ventana lo miro.

Tiene derecho y revés.
Me acuerdo de tu vestido.

Pero llevo un niño muerto.
No es rubio ni es morenito.

Dios me lo ha puesto en los brazos.
De todo el mundo es el niño.
Con una fruta en la mano,
muerto lo llevo, y es mío.

1954






MUERTE DE FRANCISCO NETRI

Ayer, en pleno centro, 
fue muerto de un balazo en el pecho 
el Dr. Francisco Netri. . .

“La Capital” (Rosario), 6/10/1916


La noche había dejado
una sombra en la esquina.
Por tu calle de siempre
hacia la sombra ibas.

Eras el abogado de los campesinos.
Llevabas en el ojal una espiga.

Cuántos hombres han muerto como tú;
cuántos morirán todavía,
por llevar distraído el corazón,
por ir mirando una espiga.

Era mi tiempo de estudiar.
También yo iba con mi florecilla,
traída del campo,
que con la luz se abría.

Me gustaba andar por Rosario
con mi dondiego-de-día.
Andar sin rumbo y sin pena
por sus calles con niñas.

Te hallé tirado en el suelo,
con tu sonrisa, con tu espiga.

Mientras en los cafés
los poetas hacen su poesía,
la libertad muere en la calle,
sola, desconocida.

A manos de una sombra te vi muerto
cuando mi verso nacía.

No recuerdo los pájaros, ni el cielo;
ni el árbol, si lo había;
todo eso tan dulce de cantar
cuando no hay muertes en la vida.

Sólo recuerdo tu clavel de sangre.
Sólo veo tu espiga.

«Es el abogado de los campesinos»
—una mujer decía—,
y tomada del brazo de su hombre,
te miraba agradecida.

También yo te miraba
con mi espontánea florecilla,
que se había cerrado
al nublarse mi día.

Después todos se fueron.
Quedó la calle vacía.
En la calle, brillando,
una cosa caída.

Yo la levanté con sangre.
Era de oro y se deshacía.



PARANÁ 


— ¿Adónde vas, hijo mío?
— Por mi caballo, al río.
— ¿Por tu caballo? ¿Cuál?
— Por mi canoa, digo, que es igual.
— No vayas, que el río viene con ruido.
— No madre, viene florecido.
— Quédate, que no se ven las orillas.
— Viene con flores amarillas.
— Quédate, que no está tu padre.
— ¡Qué hermoso es nuestro río, madre!
— ¡Y que profundo!
— Profundo y fecundo.
— Turbio, no muestra lo que encierra.
— Turbio, del color de la tierra.
— Me atrae, pero le temo.
— Es manso, de extremo a extremo.
— Es manso en apariencia.
— Lleno está de inocencia.
— Lleva la muerte escondida.
— ¡Salud, río de la vida!
— Cállate, que me haces llorar.
— ¡Salud, río solar!
— Cállate, por favor.
— Dulce es no tenerte temor.
— Hijo, no hables así.
— Dulce es echarse en ti.
Tu mundo es otro acogedor.
De ti se vuelve sin dolor.


Dilo conmigo, madre;
dilo llena de gozo,
con tu voz de cantar:
—Salud, Señor y Padre.
Bueno eres y todopoderoso.
De ti le viene al hombre de este suelo
la voluntad de dar.
Por ti el varón es fuerte y mira al cielo;
por ti, dulce de amar,
grande para la espera y el dolor,
la mujer de su vida.
La flor de ceibo es su entregada flor,
porque es como su herida.


Dilo conmigo, madre,
tu brazo de ángel protector
alrededor de mí;
dilo cantando, con amor:
—Salud, Señor y Padre.
Nuestro eres y nosotros de ti.
Es de raíz y rama
la amistad que nos une, pura como la llama.
Movido hacia tu lado,
tiene el hombre su empuje y la mujer su espera.
El es el árbol inclinado
sobre tu fuerza viajera;
ella, la lluvia verde
de tu sauce constante,
que se va contigo adelante
en cada hoja que pierde.
Irse de ti es llorar.
Mirarte, descansar.


Dilo conmigo, madre;
dilo avanzando sin recelo,
con tu voz de cantar:
—Salud, Señor y Padre.
Grato es a los ojos tu pasaje hacia el mar;
grato tu viento en el pelo;
grata tu voz en el oído;
grata tu flor
donde se huele el olvido;
grato el verdor
de tus orillas donde nace
el ave venturosa;
grata la arena que en tu seno se hace,
silenciosa.
Y el canto de tu pájaro en vuelo.
Y el arrullo de tu paloma dolorosa.
Y el fulgor de tu pez en el anzuelo.
Y la ascensión gloriosa
de tu garcita mañanera,
y su regreso de ángel por el cielo
con la estrella primera.


Grato el descendimiento de la nube
que en ti se abreva;
grata su plenitud, cuando sube,
cuando por el aire te lleva.


Grata la aparición del toro,
rey ígneo, en tu barranca de oro.
Y bajada del cielo, grata la luna hermosa,
desnuda entre tus brazos, desnuda y temblorosa.


Dilo conmigo, madre;
dilo entrando en el agua sin temor,
y como me hablas a mí, con amor:
—Salud, Señor y Padre.
Dulce es sentirte en los pies;
dulce es echarse a tu lado.
Nuestro día de espera fuerte es
porque es por ti empujado
y por ti protegido.
Eres el can pastor;
de poco dormir,
que nos arrea hacia lo prometido:
el día mejor.


Tienes la oreja levantada
“hacia el lado de venir”
y el gruñido guardián
sobre la tierra bien amada.
De ti nacen en todas direcciones
los caminos del pan;
a ti vienen con sus dones
—cardumen, flor, bandada—
los otros caminos, los que no piden nada:
¡Oh, San Javier frutal!
¡Oh, Salado: tu gárgara de sal!


Dilo conmigo madre,
dilo bajando por el sendero andado
que entra en el agua, enamorado:
—Salud, Señor y Padre.
Tu fuerza es infinita.
En vientre de la tierra en tu arteria palpita.
De tu fondo estival
donde el gran pez dormita,
asciende a bocanadas el aliento vital.
Tuyo es el hecho
de la cargada rama y del henchido pecho.
Sobre tu onda danza
con pies de bailarina la esperanza.
En ti está el aliciente
de la ilusión que viaja, permanente;
en ti la levadura
de la libérrima ciudad futura;
en ti la voz de mando
de marchar hacia el día, en multitud, cantando;
en ti la noche y la alborada;
en ti la tarde en rosas cosechada;
en ti todo el pasado;
en ti todo el presente
que arrastra el árbol derrumbado;
en ti el futuro con su sol naciente;
la voz indígena, lejana;
la voz que pasa, combatiente,
y la voz salvadora de mañana.


Dilo conmigo, madre:
—Salud, Señor y Padre.
Nuestra provincia mansa
en tu brazo descansa.
Es tu mujer encinta
que en el linar se azula y en el ceibal se pinta.
Es tu mujer madura
que apoya en tu caricia su espalda y su cintura.
Es tu entregada esposa,
el pelo en el trigal, casta, desnuda, hermosa.
De tu fecundo aliento
amanece sudada.
Luz de tu boya anclada
vela su alumbramiento.


Dilo conmigo, madre:
—Salud, Señor y Padre.
La tierra prometida, la buena tierra en paz,
es ésta que tú guardas, ancha, libre, feraz.
Porque así era, al fundador
guiáronlo hasta aquí tu pájaro y tu flor,
y aquél pudo decir,
como en ninguna parte, que era dulce vivir.
Tuyo ¡oh, río! es la gloria
de haberle dado fama al hombre sin historia.
Por tu camino, vacilante,
vino por pan un día el oscuro inmigrante,
y el pan se hizo en su mano:
tuvo pan su mujer, su hijo, su hermano,
y le sobró otro tanto para dar.
Tuya es la gloria de llevarlo al mar.


1950



De: Canto a Cuba [1960]


ROSA NÁUTICA 

Los cónsules habían tirado su honor a los perros,
su carne envenenada.
La noche andaba con su balde de petróleo
entre las estatuas.
El sol sorprendía a los mercaderes contando dinero
en las escalinatas.
Las mujeres tenían vergüenza de los hombres.
Los hijos, tristes, ambulaban.

Cuando de lado del mar de las Antillas
se alzó una palabra
y empezó a dar la vuelta al mundo,
enceguecedora, blanca,
mientras barbudos ángeles de pueblo
iban con niños en las espaldas.

El primero que la vio fue el sereno
de una fábrica.
El sereno golpeó con el revolver la puerta del dueño.
Se hizo la luz en la ventana.
El sereno dijo:
“Las doce de la noche, pero es la mañana”.

La paloma estaba dando la vuelta al mundo,
enceguecedora, alta.
Cuando los árboles se mecían
era porque la paloma pasaba.
Nunca he visto a tantos árboles mecerse,
a tanto trigo, en la tierra americana.

El herrero de chispas en el pelo
salió para mirarla.
El negro se puso a llorar en el algodonal
que era una nube blanca.
El indio apareció con su machete
de entre las verdes cañas.
El minero sacó a la luz, desde la noche,
sus ojos de cantárida.
La libertad volvía por el cielo.
Era un estrella y palpitaba.
La había puesto el hombre.
Todos la contemplaban.

Pero los cónsules seguían tirando su honor a los perros,
su carne envenenada.
Por los pasillos iban y venían
los vendedores de palabras.
Un Moisés abandonado por el pueblo
hería la peña con su vara.
La peña daba cuervos de petróleo
porque el pueblo no estaba.
Se lo veía en el desierto, lejos,
como una isla de lana.
Arriba estaba la bandera sola
salida de las aguas.

Con tizas de los niños he salido a escribir
la palabra en mi casa.
Tengo la tiza azul,
la blanca;
la verde de la ceiba de Colón
que en Cuba echó su ancla;
la amarilla de las trompetas celestes;
la roja de las marchas...
Con treinta y dos colores
escribo la palabra.
Hago una estrella, hago una rosa móvil.
Vivo en la calle Cuba de la patria.


CABALLERÍA


Iluminada de cabellos blancos
viene la caballería negra;
viene el relámpago
en la tormenta,
el latigazo del viento
en las banderas,
el relincho y el grito
y atrás la polvareda.

El cielo está sin nubes.
No es el cielo el que truena.
La nube está en la barba de los hombres.
El trueno está en la tierra.

De su escondrijo sale deslumbrada
una mujer amarillenta,
la mujer de la caña verde
que arrastra niños en cadena.

Todos los caballos de la historia
vienen a ella:
el del indio, el del gaucho,
el de la cordillera.
Cruzaron a nado el mar
y ahora vienen a ella,
a ella que no es más que una mujer
de Cuba la pequeña.
Fue en un lejano pueblo de pastores
que apareció la estrella.

Iluminada de caballos blancos
viene la caballería negra;
viene el relámpago
a libertar la tierra.


VIDA


Ven conmigo, poeta.
Deja tu mesa con su rosa triste.
La alegría está afuera.
Muriendo y renaciendo,
llegó a caballo; se sentó en la hierba.


Ven conmigo, oh, mi amigo.
el dolor está afuera.
Pasa y no acaba de pasar llorando.
Lleva setenta muertos a la tierra.


Ven conmigo. En el cielo
grandes aves dan vueltas
porque los campesinos han llegado
a su isla de hierba,
y están hablando y cantan
alrededor de ella.


Ven conmigo. En la calle
pasa una gran bandera
con una estrella, sobre flores
que las mujeres siembran.
Pasa y no acaba de pasar el cielo.
Lleva setenta muertos a la tierra.


Ven conmigo, que el hombre
tiene las voces que no encuentras;
que tu verso lo tiene
una mujer que es nueva,
a quien el viento de las ramas
le sopla el pelo y la pollera.
Ven, que no te conocen.
Tu canción está afuera.


¿Para quién la flor sola de tu vaso;
para quién, si está muerta?
Ven conmigo a encontrarte con el hombre
en la mesa de tierra;
a acompañar al hombre
por su calle de sangre y azucena.
El canto está en la voz de los que cantan.
El ángel está afuera.


De: La Hoja Voladora [1961]


LA HOJA VOLADORA 3


Derribarás un árbol, dos, tres, cuatro,
        pero la hoja no.
Siempre hay una hoja que se salva
        y vuela bajo el sol.

Encerrarás un ave, dos, tres, cuatro,
        pero su canto no.
Hay dos cosas eternas como el aire:
        la idea y el amor.

La hoja de la imprenta de Sarmiento
        era igual que su voz.
Entraba por debajo de las puertas
        como el grillo y el sol.

El tirano quería detenerla,
        pero no pudo, no.
En su propio bolsillo la encontraba,
        en el de su reloj.

Si la quemaba, se volvía llama.
Si la rompía, se volaba en dos.



DOMINGO 


No te importen las piedras.
Siempre ha sido lo mismo.
Da tu luz, tu paloma.
El cielo es tuyo. Míralo.

Duerme sobre cajones
o en el suelo, que es lindo.
No se irá tu paloma.
La luz será contigo.

No siempre es hombre libre
quien anda en el camino.
El que está preso, a veces
es el que tiene el río.

Todo lo perderás
si enajenas tu trigo.
La tristeza vendrá
detrás de lo vendido.


Para dar se te ha dado.
Para amar has venido.
El lamento es la voz
de quién perdió su niño.

Por todo lo negado
se atrasa lo querido.
Algún día, si amas,
será el día sin tiros.

Aprende de aquel hombre
que sembró su apellido,
rompió su Valentín
y se alegró en Domingo.


SARMIENTO EN ESPERANZA 


Como Moisés en el agua
echó su bastón de mando,
y el río se puso dulce
con aquel bastón flotando.

Entró en la tierra de todos
con el sombrero en la mano,
y fue saludando a todos,
y al trigo, como un hermano.

Dijo cosas muy hermosas:
Llamó al gringo ciudadano.

Cuando la tarde caía
la tierra cantó su canto,
y él estaba que seguía
la canción de tanto en tanto.

al irse, del río oscuro,
tomó su bastón de mando,
y dijo que no lloraba,
que estaba el bastón llorando.


De: El Nivel y Su Lágrima [1963]

ANILLO

Envidio
a Hipias, el sabio,
que hizo su propio anillo.

el que te di, mi amor, y llevas puesto,
no es mío.
Aprisiona tu dedo, lo cautiva;
pero no es mío.

Contemplar las estrellas,
mirarlas en el río;
pero también hacerlas
con el martillo.

Rosa comprada y rosa de mi huerto
no son lo mismo.
He de aprender a trabajar el oro,
para que duermas con lo mío.


ALMUD 

El labrador te usó
para medir el trigo;
la hija del labrador,
para el recién nacido;
el nieto del labrador,
para correr caminos.

Medida de los viejos,
cuna del tiempo ido,
trineo que se fue
tirado por un niño.

Almud hecho de tala,
uno y trino,
tu sitio está en el cielo
con la Virgen y el niño.


CANTO AL CARNICERO


El poeta de la torre salió un día a buscar la libertad
y la encontró en el carnicero;
el poeta de la torre,
que había perdido el sueño.
Qué cosa más linda
la del poeta torrero:
pensar que la libertad
era de carne y hueso.

Tardó mucho en hallarla. En el zapato
se le hizo un agujero.
Le entró el agua, la tierra...
Pero estaba contento.
Todos hablaban de la libertad.
Tenía monumentos.
Su nombre, en papelitos,
caía del cielo;
pasaba en vagones de ferrocarril,
se encendía en letreros.
Qué dulce era buscarla.
Le escribió algunos versos.
Jamás la había visto,
pero tampoco el carnicero.
La sentía mujer,
alta, de pelo suelto.
Estaba deslumbrado.
No conocía el día entero.
Era el poeta de la torre.
Había vivido en los cimientos.

La buscó en los desfiles,
en las procesiones, en los cortejos.
Esperaba reconocerla entre las columnas
en la academia, quizá en el aeropuerto.
Nunca en las vertientes de las estaciones
con la gente corriendo,
ni en el frigorífico
con su sangre en el suelo,
ni en la fábrica
donde hay hombres sin dedos.
Había vivido bajo tierra.
No conocía el día entero.
Fue el albañil quien le dijo
que se diera una vuelta por el bosque obrero;
que tal vez la libertad estaba del otro lado,
donde madruga el fuego.
“Yo encontré allí la alegría.
Estaba barriendo”.

¿Y tú quién eres? —le preguntó al poeta—.
—¿Yo? El dueño de todo esto—,
Y el albañil dejó caer su plomada,
abrió las alas de su metro,
hizo jugar su nivel
que tenía una lágrima adentro.
Empezó a salir la luna en los ojos
del poeta sin sueño.
Volaban mariposas
alrededor de su cabello.

Aquella noche el poeta no salió.
Se quedó en la puerta a conocer el pueblo.
Sobre la madrugada
pasó el tren frutero.
Al relumbrante maquinista
se le quemaba el pelo.
Detrás del maquinista
llegó el camionero.
Traía la culebra del camino
arrollada a su cuerpo.
Se la quitaba a manotazos.
Escupía tierra y reniegos.
En la torre del reloj
vive San Eloy, platero.
San Eloy dio las seis de la mañana.
Salió corriendo el maestro.
Había luz en la panadería.
—Buen día, panadero—.
El pan estaba por nacer.
—Buen día al pan naciendo—.
Sobre el puente corría con su grito
el cervatillo de Florencio.
—Buen día, canillita;
buen día, marinero—.
Por la bruma volvía el pescador.
—Buen día, San Pedro—.
Saludó a Santa Claus enmascarado.
—Buen día, carbonero—.
Se paró a conversar con la vigilia.
—Buen día, sereno.
Buen día a todo el mundo—.
—Buen día, maestro—.
Por ninguna parte se veía
la mujer del pelo suelto.
Las mujeres barrían las veredas.
Hablaban entre sí de los precios.
Alguna sacaba su canario
al sol amarillento;
otra,
regaba su helecho...

De repente en la esquina,
de mármol o de hielo,
desembocó con carro y grito
un ángel, un guerrero.
Traía a rienda firme
dos caballos homéricos.
Podía ser Aquiles
arrastrando por la arena a Héctor.
Un cuchillo en la mano;
en la oreja un clavel de fuego;
el mapa de la tierra ensangrentada
en el mandil sujeto al cuello.
“¡Eh, de la gente!
¡Carnicero!”
El grito daba saltos mortales
por patios y techos.
Era el grito alegre
del hombre nuevo.

«¿Así que usted había sido la libertad?»
Se reía el carnicero.
Se reía con toda la boca
el dios obrero.
Metió brazo y cabeza
en su cajón de cedro.
Como un niño
se reía allá adentro.
Sacó un trozo de carne, el corazón
del buey sagrado, creo.
Lo paseó como una brasa
por el aire de hielo.
Lo pesó en la balanza de la justicia.
Se lo dio al poeta de los ojos nuevos.
Ya no se reía.
Se había puesto serio.
Le dijo: —Sí, hermano, soy yo.
Al fin te veo.



De: Obra Poética [1969]


AMOR CON LLUVIA Y PALOMA


1

Llueve, llueve, llueve. . . ¡Qué te hice, lluvia;
                        qué te hice yo!
     ¡Por qué no sigues camino adelante,
                  para que salga el sol;
                 ese de los ojos claros,
                       que es mi amor.


2

Y sin embargo, cuando estamos juntos,
               juntos en la ventana,
bien que te digo: —¡Bienvenida, lluvia!—;
bien que te dice: —¡Bienvenida, hermana!—.


3

Pienso: la lluvia cae de los cielos;
 la lluvia es inocente, pura, clara.
 Obedezcamos a la lluvia, amor:
          la lluvia nos separa.


4

Jazmín de lluvia, le llamas
al que tiembla en tu parral.
Jazmín de estrellas, yo digo.
               Es igual.
Llueven flores como estrellas
          en tu delantal.


5

Las palomas de tu casa
se vinieron a la mía
el día que a mí viniste,
que ya es un lejano día.


Pero todavía hoy,
porque eres de lluvia y trigo,
adondequiera que vayas
las alas se van contigo.


Sabe, así, toda la gente
todo lo que a mí me pasa:
Tú estas conmigo si vuelan
palomas sobre mi casa.


1938


CANOA


Siempre vacía y sola.
Siempre añorando al indio.
Siempre bajo una manta
de cina con flequillo.

En una mujer triste
pienso al verte, en un niño. . .

El caballito suelto
es tu igual y tu amigo,
y a veces te visita
en la orilla del río.

De arriba para abajo
cabecea contigo.
Las cosas que te dice
han de ser tristes, digo.

Te dirá que antes, todo,
todo era más lindo.

Sauce que se despeina;
ceibo que sangra, herido;
flor que se va de viaje,
son de otros ríos.

Canoa del Salado
no quieres ver el trigo;
para que no te pinte,
no quieres ver el trigo.

Arena amarga aleja
lo verde y lo encendido.
Lágrima amarga nubla
tus ojos para el gringo.

Potro cerril, tallado;
toro de alcor, fundido;
ángel de luz, viajero,
son de otros ríos.

Canoa del Salado,
nunca has mirado el trigo,
nunca, porque tus ojos
no quieren el olvido.

Bajo la rama esperas
con tu dolor cautivo,
sin entregar a nadie
tu corazón dormido.

Extraño, en tierra ajena,
y al punto entristecido,
me siento si te llevo
a navegar los linos.

¿Por qué me pones triste,
canoa de mi río?
¿Qué niño te han quitado
y lo buscas conmigo?


ESTERO


Con el agua a la cintura
estoy solo en el estero.
Cómo pienso en ti y te quiero
con el agua a la cintura.

Será porque pienso en ti
que viene tanta ave en vuelo.
No puedo tirar al cielo.
Será porque pienso en ti.

Me gusta andar en el agua.
Por eso soy cazador.
Hay cierto canto de amor
que sólo existe en el agua.

El agua, como la tierra,
tiene su flor, y es distinta,
y su gallinita pinta
que hace olvidar a la tierra.

Con la inicial de tu nombre
viene alta la bandada
la enlazo con la mirada.
Pero se va con tu nombre.

Florecida en una pata
la garza blanca medita.
No me pidas la garcita
florecida en una pata.

Con un grito de alma en pena
el caraú se alza enlutado.
En vuelo lento y cansado
cambia de lugar su pena.

¿Por qué le ofrece el flamenco
su dulce amistad rosada
a la vaca ensimismada?
¿Por qué me teme el flamenco?

Debieras usar enaguas,
para darme a toda hora
este rumor de totora.
Debieras usar enaguas.

Lejana, la voz del hombre
me llega en una canción.
Desde aquí, con qué emoción
escucho la voz del hombre.

Es que al estero, mi amor,
de silencio tan profundo,
la voz llega de otro mundo
con un reclamo de amor.

Por eso, a veces, mi vida,
dejo la tierra en que moras
y me voy por unas horas
a quererte en otra vida.



APOSTILLAS Y NOTA BIOBIBLIOGRÁFICA


1. En este poema, escrito en 1954, Pedroni se hace eco de la jornada sangrienta del 18 de junio del mismo año en Guatemala que fue la antesala del derrocamiento del presidente guatemalteco, democráticamente electo, Jacobo Árbenz Guzmán, el 27 de junio de 1954. La mañana del 18 de junio de 1954 un avión sobrevoló el cielo de la capital guatemalteca arrojando volantes firmados por las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, advirtiendo al presidente que debía renunciar. La intervención había comenzado. Por la tarde ya eran ráfagas de ametralladora y bombas las que eran lanzadas desde aviones, con la complacencia del embajador de Estados Unidos. A las 17 horas [5 pm], Árbenz convocó a un masivo mitin en la estación del ferrocarril, mientras aviones piloteados por mercenarios al servicio de la CIA surcaban el espacio aéreo. En el transcurso de esta jornada muere  acribillado un niño que jugaba en las calles de la capital guatemalteca por  la metralla de los aviones de la CIA que apoyaban la insurrección del coronel golpista Carlos Alberto Castillo Armas. El 19 de junio otro avión acribillaría a la pequeña Leticia Torres, de 3 años, a quien el poeta entrerriano Julio Florencio Acosta le dedicará el poema «Leticia de Guatemala» publicado en la antología mundial Poemas para la Batalla de Guatemala, donde también se incluye el poema del poeta santafesino Miguel Brascó, «Ahora usted, americano del sur», escrito en junio de 1954 y que publicáramos en estas mismas páginas [Véase AQUÍ]. Curiosamente este antología que también incluye poemas de Edgar Bayley, Ramiro de Casasbellas, Atilio J. Castelpoggi, Manuel González Flores, Raúl González Tuñón, José Portogalo, Antonio Requeni, José Rodríguez Itoiz, Mario Trejo y Francisco Urondo, no recoge el poema de José Pedroni que había sido escrito para la misma época en que ocurrió el «Guatemalazo» o la «Batalla de Guatemala» como se la conoce también. La expresión «Batalla de Guatemala» había sido acuñada por el Dr. Guillermo Toriello Garrido, Ministro de  Relaciones Exteriores de la República de Guatemala durante el gobierno de  Jacobo Arbenz, en un libro con el mismo título. El Presidente Árbenz fue obligado a renunciar a la presidencia, tras varios ataques aéreos y una incursión de 300 mercenarios desde suelo hondureño encabezados por el Coronel Carlos Alberto Castillo Armas y una campaña de manipulación de la opinión pública internacional, señalamientos y acciones contrarrevolucionarias que fue inútil contrarrestar. El golpe de estado militar fraguado por el Ejército guatemalteco a instancias de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos a mediados del año 1954, supuso el abrupto final de  una exitosa experiencia democrática que desarrolló un gobierno nacional y popular con amplio apoyo de la mayoría. El golpe contra  Árbenz tuvo importantes derivaciones internacionales que trascendieron ampliamente América Latina.  Eran las 21:00 horas del domingo 27 de junio de 1954, cuando el presidente revolucionario de Guatemala, el Coronel Juan Jacobo Árbenz Guzmán [1913–1971] pronuncia su dramático discurso de renuncia por TGW: «Desde hace quince días se ha desatado una guerra cruel contra Guatemala, de la cual aparentemente no hay ningún gobierno responsable. Esto no quiere  decir que no sepamos quién ha desatado la agresión contra nuestra querida patria. La United Fruit Company, los monopolios norteamericanos, en connivencia con los círculos gobernantes de  Norteamérica, son los responsables de lo que nos está ocurriendo».  Con el derrocamiento de Arbenz, aquella noche del 27 de junio de 1954, estaba teniendo éxito la primera operación que contra sucesivos gobiernos latinoamericanos organizó e impulsó la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Fue esa sin duda la primera oportunidad que tuvo el gobierno norteamericano de «montar» procesos contrarrevolucionarios en América Latina.

2. Se conoce como «El Grito de Alcorta» a la rebelión campesina de pequeños y medianos arrendatarios rurales que, en 1912, sacudió el sur de la provincia argentina de Santa Fe y se extendió como un reguero de pólvora por toda la región pampeana, con centro en la ciudad de Alcorta. La provincia de Santa Fe es a comienzos del siglo XX la segunda del país en producción y población, insertada en un área privilegiada por las políticas estatales y el mercado internacional. En 1876 se sancionó la Ley de Inmigración o Ley Avellaneda que, con el objeto de desarrollar la agricultura, propuso un programa de colonización de tierras públicas, pero de la que también podían participar los terratenientes o propietarios de tierras privadas. El objetivo de la norma era desarrollar la agricultura poblando el interior con miles de productores extranjeros. Engañados por la promesa de acceder a tierras propias, miles de inmigrantes europeos llegaron a la Argentina esperando prosperar en una tierra de oportunidades pero, al no respetarse la legislación, muchos de esos terratenientes se apropiaron de tierras públicas y las arrendaban con la consecuencia de que esos agricultores terminaron trabajando como arrendatarios, aparceros, medieros, o lo que es más grave aún, como trabajadores golondrinas que permanecían en el país durante tres o cuatro meses de cosecha para luego retornar al viejo continente. Obligados a aceptar abusivos contratos, los arrendatarios junto al resto de los trabajadores del campo, fueron los que en definitiva desarrollaron económicamente las tierras arrendadas, para beneficio casi exclusivo de los grandes propietarios, favorecido con las concesiones de las construcciones ferroviarias y portuarias y el manejo oligopólico de la comercialización de granos. La expansión del cereal fue acompañada por una proliferación de construcciones ferroviarias impulsadas fundamentalmente por los ingleses. Las compañías ferroviarias Buenos Aires y Pacífico, Central Argentino y del Sur y del Oeste otorgaron un tratamiento preferencial a las «Cuatro Grandes» acopiadoras de granos: Bunge y Born, Louis Dreyfus y Co, Huni y Wormser, y Weil Brothers. Hacia 1914 el control de los embarques cerealeros argentinos estaba concentrado en Bunge y Born (23%), Louis Dreyfus y Co. (22%), Huni y Wormser (10,5%), Weil Brothers (10%), el resto en otras compañías también extrajeras. Estas multinacionales comercializaban el 98% del total de las exportaciones de granos. El 65% era controlado por las «Cuatro Grandes». Con el tendido de ferrocarriles y el crecimiento de las ciudades principales, Rosario, comercial y portuaria y Santa Fe, sede administrativa institucional con histórico prestigio fundacional, y, sobre todo, con el impulso de colonias en el centro, oeste y sur y la expansión de la «frontera» hacia el norte, se empezó a sembrar trigo, cuyo excedente era exportado a Europa. La cultura trabajadora del inmigrante europeo, el esfuerzo del «gringo» hizo que la tierra produjera mucho más, convirtiendo a la Argentina en el «granero del mundo». La expansión ferroviaria en manos de los ingleses y el proceso de colonización le permitió a los dueños de la tierra disponer de la fuerza de trabajo necesaria para generalizar el uso de los arrendamientos, el motor del desarrollo de la producción de granos. Esto posibilitó que los propietarios obtuvieran enormes ganancias al usufructuar bajo condiciones de explotación de la mano de obra agrícola sacarle un alto rendimiento al trabajo de esos inmigrantes, mientras la inmensa mayoría de los arrendatarios eran arrastrados hacia la ruina. En efecto, al seguir la propiedad de la tierra concentrada en manos de pocos, se profundizó la brecha socioeconómica entre los terratenientes y los inmigrantes que trabajaban las tierras. Los arrendatarios se hacían cargo de todo: sembraban por su cuenta y riesgo, pero por contratos estaban obligados a alquilar a los propietarios –y sólo a los propietarios— los elementos de labranza y las trilladoras, a cambio los chacareros debían entregarles los cereales limpios y embolsados –en bolsas que sólo podían comprarles a los dueños del campo— listos para su traslado al puerto y quedaría para los dueños entre el 40 y el 50% de la producción. Tampoco podían sembrar otro cultivo que los pactados con los dueños y no podían criar ganado vacuno ni caballar, si no pagaban una abultada suma en carácter de «multa». Así, la mayoría de los chacareros se veía obligada a comprar todos los elementos necesarios para su sostén diario en los almacenes de sus patrones a precios varias veces superiores a los valores de mercado, lo que los llevaba a vivir endeudados de una cosecha a la otra. En 1911, la mala cosecha eleva el precio de los granos y las deudas de los arrendatarios con los propietarios o terratenientes se multiplicaron. Al año siguiente, las condiciones climáticas favorables permitieron una cosecha récord que provoca la baja del precio de los granos por la abundancia de oferta. Sin embargo, para los arrendatarios, esto significa menos ingresos y grandes dificultades al momento de afrontar el pago de los elevados cánones de arrendamiento.  La situación se vuelve acuciante para los pequeños productores, ya  que a las deudas originadas por la mala cosecha del año anterior se les suma la caída de los precios del grano. Cuando todo parecía solucionarse en 1912 con una muy buena cosecha, los malos precios de los granos, sumadas a las importantes deudas del año anterior, apenas alcanzó para pagar lo que debían a sus arrendadores o terratenientes y ni siquiera pudieron cancelar los saldos de las libretas con los almacenes que no pertenecían a la patronal. Los arrendatarios quedaron sin medios ni recursos para responder por sus deudas ante sus otros acreedores. Entre estos acreedores se encontraban empresas acopiadoras, las «Cuatro Grandes», muy especialmente Bunge y Born y Louis Dreyfus y Co. El 25 de junio de 1912 se realizó una asamblea en la Sociedad Italia de Socorro Mutuo e Instrucción. El joven abogado Francisco Netri —junto con chacareros, comerciantes, agricultores y trabajadores del campo– ha promovido la protesta y conduce la asamblea en la que participan más de 2000 manifestantes. En la región de Alcorta había unos 2000 colonos, 1500 eran italianos y 500 españoles. La rebelión de los chacareros de Alcorta es el inicio de una protesta más extensa en la Argentina agroexportadora: adhieren a esta histórica huelga agraria más de 100.000 chacareros y colonos con apoyo de los sindicatos de trabajadores rurales, pequeños comerciantes, sacerdotes y profesionales que, en conjunto, reaccionan ante la injusticia de los sistemas de arrendamiento y trabajo agrario. Entre consignas combativas se declaró la huelga por tiempo indeterminado, hasta conseguir, entre otras reivindicaciones: la rebaja general de los arrendamientos y aparcerías; la entrega en las aparcerías del producto en parva o troje, como saliera; contratos por un plazo mínimo de 4 años. La convocatoria había surgido de los campesinos de Alcorta, encabezados por Javier Bulzani, quienes contaban con el apoyo de dos párrocos italianos de esa localidad y de la localidad vecina de Máximo Paz, los hermanos José (cura párroco de Alcorta entre 1908 y 1920) y Pascual Netri (cura párroco de Máximo Paz) y de los comerciantes de la zona. El abogado Francisco Netri, hermano menor de los párrocos, tuvo un papel fundamental en la asamblea y fue quien enfatizó que los chacareros debían «constituir su organización gremial autónoma». Esta huelga histórica marcó la irrupción de los chacareros, mayoritariamente procedentes de inmigrantes europeos, especialmente italianos y españoles, en la política nacional del siglo XX, dando origen además a su organización gremial representativa, la Federación Agraria Argentina que, a diferencia de la Sociedad Rural Argentina, representaba a los pequeños productores. A medida que se avanzó en la huelga, se fue adelantando también la organización sindical agraria, y tomó fuerza la idea de constituir una organización central de chacareros. Fue así como el 15 de agosto de 1912, en la Sociedad Italiana de Rosario, se fundó la Federación Agraria Argentina, bajo el patrocinio e inspiración de su segundo presidente, el abogado italiano Francisco Netri, héroe y mártir de «El Grito de Alcorta». El Doctor Francisco Netri, había nacido en Albano, Lucania, Italia, el 2 de abril de 1873. A la temprana edad de 5 años quedó huérfano de padre y fue su hermano José Netri, cura párroco de Alcorta, quien se hizo cargo de sus estudios. Ingresó en el Instituto Sarli, en Potenza, y luego pasó a la ciudad de Nápoles, lugar donde culminó su carrera en Derecho con las mejores calificaciones. Allí mismo comenzó a ejercer su profesión junto a colegas de renombre que le estimaban y guiaron en sus primeros pasos profesionales. Solo en Italia, el joven abogado decidió emigrar a nuestro país, no con intenciones de hacer fortuna, sino para reunirse con su madre y sus cinco hermanos que ya residían en Rosario, donde revalidó su título y ejerció la abogacía. Había llegado al país en 1890, incorporado al foro local dictaba también una cátedra en el Colegio Nacional. Se naturalizó ciudadano argentino.  Faltos de asesoramiento legal, los chacareros pidieron  apoyo al cura del pueblo, José Netri. Ante el requerimiento de su hermano José que había fracasado en el pedido de liberación de los presos, el Dr. Francisco Netri decidió intervenir para corregir la injusta privación de libertad de los que reclamaban condiciones más dignas de vida para las explotadas familias agrarias. Como un concienzudo y honesto explorador de los vericuetos legales del derecho, el doctor Francisco Netri, acompañado por sus hermanos sacerdotes, al ser visitado por una delegación de chacareros arrendatarios pertenecientes a distintos pueblos de la provincia de Santa Fe, estudió y analizó los contratos legales que tenían suscriptos con los terratenientes y los asesoró para renegociar los contratos de arriendo que los sumían en la miseria. Como formador de doctrina y explorador del derecho, el Dr. Netri quiso hacer entrar en razón a los terratenientes explicándoles las condiciones excepcionales de la época, por ejemplo, la depresión mundial, que impedía a los chacareros cumplir con sus contratos con el objeto de renegociarlos y concedieran rebajas en los arrendamientos y aparcerías. Los propietarios de las tierras no quisieron atender razones y se aferraron a la letra de sus contratos. Planteadas así las cosas,  Netri alentó a los colonos a resistir y continuar con la huelga. La respuesta de los terratenientes no se hizo esperar: en un acto realizado en la localidad de Firmat fueron asesinados los dirigentes agrarios anarquistas Francisco Mena y Eduardo Barros, en tanto que en el centro de la ciudad de Rosario fue asesinado de un disparo en el pecho, el abogado Francisco Netri, el 5 de octubre de 1916, mientras caminaba desde su casa a la Federación Agraria Argentina. Netri fue emboscado en la calle Urquiza entre Mitre y Entre Ríos por un asesino a sueldo, Carlos Ocampo, de 21 años de edad, ex empleado despedido por la Federación, quien argumentó que asesinó al Dr. Netri para cobrarse de esa brutal manera una deuda salarial impaga.  El atentado tuvo lugar frente al número 1212 de calle Urquiza, falleciendo instantes más tarde en la peluquería de Urquiza 1211. El crimen conmovió a la opinión pública, y los diarios de toda la república condenaron y repudiaron este injustificable crimen. El 6 de octubre sus restos mortales fueron inhumados en el cementerio El Salvador. Tenía apenas 43 años, una joven esposa y cinco hijos.

3. En julio de 1839, junto a José Quiroga Rosas, Indalecio Gómez y Antonio Aberastian, un todavía joven Domingo Faustino Sarmiento fundó en la provincia cuyana de San Juan el semanario El Zonda, donde ya se evidenciaba la importancia capital que Sarmiento le otorgaba a la hoja de imprenta como medio de expresión y de divulgación de sus ideas políticas y de la que sólo llegaron a aparecer seis números en su primera etapa. La aparición de El Zonda fue para Sarmiento una necesidad para dar publicidad a sus ideas, alertando sobre los males endémicos que minaban la salud moral e intelectual del pueblo. Este periódico funcionó, de algún modo, como órgano oficioso de la logia patriótica la «Joven Argentina», a semejanza de la «Joven Italia» inspirada por las ideas revolucionarias del político, periodista y pensador genovés Giuseppe Mazzini, autor de textos como Italia republicana y unitaria (1831) y Una nación libre (1851). Mazzini representa el modelo liberal, unitario y republicano, heredero de la tradición revolucionaria liberal,  que pretendía que todos los estados se fundieran en una República italiana, liberal democrática y laica. En 1831 Mazzini viaja a la Toscana, donde se convierte en miembro de los Carbonarios, una asociación secreta con fines políticos fundada en Nápoles durante los primeros años del siglo XIX en el contexto de la ocupación napoleónica de Italia (1805-1814) sobre valores nacionalistas y liberales. El pensamiento unitario y liberal de Mazzini, se enmarca dentro del momento de idealismo revolucionario carbonario, conectando tanto con una de las corrientes del romanticismo como corriente artística como con los ideales de la masonería especulativa cuyos ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad habían inspirado igualmente a las Logias Patrióticas americanas. En este mismo año viaja a Marsella, donde junto a otros exiliados italianos organizó en la clandestinidad una nueva sociedad política insurreccional llamada «La Giovine Italia» (La Joven Italia), una sociedad secreta formada para promover la unificación de Italia.   En 1838, también la «Asociación de la Joven Generación Argentina» fue creada en la clandestinidad y orientada por Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez. Esta asociación clandestina tuvo sedes en San Juan, Tucumán, Córdoba, y trabajaron para ella Sarmiento, Benjamín Villafañe, Marcos Avellaneda, Vicente Fidel López y Luis Domínguez, entre otros. Su programa ideológico pretendía recuperar la tradición liberal de la Revolución de Mayo, alentar el progreso material y superar la polarización entre federales y unitarios, para lo cual debían influir sobre la clase dirigente y asesorarla ideológicamente. Consideraban a la democracia representativa como un objetivo a largo plazo y cuestionaban el sufragio universal adoptado por Buenos Aires, en 1821, por las posibilidades de manipulación de sectores interesados y fraude político que a juicio de sus miembros tuvo su aplicación y porque creían que era inadecuado para la realidad social de la Argentina de ese tiempo. A fines de la década del ‘30, los miembros de la Joven Generación Argentina habían pasado abiertamente a la oposición a Rosas y muchos emigraron a Montevideo, Chile, Bolivia o se dirigieron a las provincias del Interior, donde fundaron filiales de la Asociación que llevaron a cabo su propaganda política. Adhirieron a la asociación, entre otros, Domingo F. Sarmiento, Bartolomé Mitre, Mariano Fragueiro, Vicente F. López, José Mármol y Miguel Cané. Desde el pliego de El Zonda cada sábado, Sarmiento fustigaba las costumbres conservadoras de la aldea, la estrechez de su criterio y la tiranía de un gobierno que se oponía al progreso y a las ideas renovadoras. Rosas, que vigilaba siempre desde Buenos Aires las filiales provinciales de la «Joven Argentina» trató de acallar la propaganda contraria a su gobierno. El Zonda no fue prohibido oficialmente pero, como el periódico se imprimía en la única imprenta que existía en San Juan que era propiedad de la provincia, el gobernador recurrió a un aumento en los impuestos por su utilización. Desde el número seis, El Zonda habría de pagar a doce pesos cada pliego de papel. Sarmiento se negó a pagar lo que suponía su ruina y, más aún, el cierre del periódico a corto plazo. Apareció el sexto número, no pagó el impuesto y su negativa lo llevó a la cárcel. A pedido de su hermana Bienvenida, pagó la deuda, quedó en libertad pero tuvo que marchar exiliado. En su camino hacia Chile, escribió, en un lugar visible, antes de cruzar la frontera: «On ne tue point les idées», frase que atribuyó a Hyppolite Fortfoul, pero que Pierre Verdovoye estableció que pertenece a Diderot. Una anécdota sarmientina, asegura que unos arrieros que lo habían visto escribir esa frase en francés, aunque no entendían la lengua, se rieron de ese acto simbólico argumentando que las lluvias borrarían muy pronto esas palabras. A lo que el educador y escritor sanjuanino respondió: «Lo que yo he escrito no se borrará jamás». Nadie ignora que Sarmiento concibió a las ideas como motores vitales que había que comunicar por la prensa escrita, concebida como un medio para educar a los pueblos y conducirlos hacia el progreso, mientras que por el contrario consideraba que la ausencia de ideas conducía a la barbarie pura. Descubrió en el ejercicio del periodismo al vehículo adecuado para lograr estos fines. Así lo declara desde el editorial del primer número del periódico semanal El Zonda aparecido el sábado 20 de julio de 1839: «Nos hemos propuesto escribir un periódico y por rudo que sea el lector no dejará de suponer que contamos con todas las cualidades necesarias para desempeñarnos con acierto. Vasto caudal de luces, literatura, sana crítica, miras elevadas, acendrado patriotismo, juicio recto, prudencia &. &. &. ,., y algunos exigirán también protección, o al menos tolerancia de las autoridades, de todo lo que les daremos repetidas, e incontrovertibles muestras en nuestras páginas». La imprenta fue una de sus mejores aliadas porque le permitió llevar a la sociedad la educación y la cultura con el propósito de «educar al soberano». El ejercicio del periodismo fue para Sarmiento una indispensable herramienta al servicio de la formación moral y la ilustración  del pueblo, deseoso de extender la información, luchar contra lo que consideraba injusto y conseguir profundos cambios sociales. En su editorial del número 4, publicado en la provincia de San Juan, el sábado 10 de Agosto de 1839, Sarmiento critica el uso del periodismo como medio para comunicar las «bagatelas del momento» y dice: «¿Qué es, pues, un periódico? Una mezquina hoja de papel, llena de retazos, obra sin capítulos, sin prólogo, atestada de bagatelas del momento. Se vende una casa. - Se compra una criada.- Se alquila un piano.- En el almacén tal se despachan efectos baratos.- Se ha perdido un perro.- Se ha fugado un muchacho.- Se necesita una ama de leche.- Murió fulano.- Entraron o salieron tales buques.- Se ha perdido un caballo.- Se representa una comedia, y otras mil frioleras, que al día siguiente a nadie interesan, que a la distancia no interesa nunca». La prensa representaba para Sarmiento su arma de combate a través de la cual atacaba, se defendía, criticaba o enseñaba. La inmediatez con que la prensa comunicaba esas «bagatelas del momento» al público lector, le permitió comprender a Sarmiento que el periodismo y la imprenta eran herramientas eficaces que —puestas al servicio de un intelectual que seguía modelos del  moderno pensamiento ilustrado europeo— podrían servir para la difusión de sus ideas liberales y progresistas que, para la época, eran sinónimo de civilización. Sabido es que Sarmiento, subtituló su libro más importante, Facundo, con dos términos antitéticos que para él sintetizaban su pensamiento: «civilización» y «barbarie».  Facundo comenzó a publicarse, en forma de folletín, el 5 de mayo de 1845 en el periódico «El Progreso», de Santiago de Chile, con el nombre de Civilización y barbarie: vida de Juan Facundo Quiroga. Sarmiento pensaba que el gran problema de la Argentina era el dilema entre la «civilización» y la «barbarie». Con arreglo al gusto de los románticos, el pensamiento de Sarmiento proponía un programa ideológico asentado en esa antítesis «civilización» y «barbarie» y, como muchos pensadores liberales de su época, entendía que la «civilización» se identificaba con la expansión de las ciudades, el desarrollo de las comunicaciones, la cultura europea, o sea lo que para ellos era el progreso; mientras que, por el contrario, la «barbarie», era lo bucólico y agreste, el campo, lo rural, mezclados con el atraso y lo inculto que nos venía dado por la herencia colonial  hispánica, y de la que el caudillo, el indio y el gaucho, eran sus rémoras porque detenían el desarrollo de la cultura y la civilización embargando el futuro de la nación argentina. Este dilema, según él, sólo podía resolverse con el triunfo de la «civilización» sobre la «barbarie». Por medio de una hoja volante, El Zonda, Sarmiento usó el periodismo y la imprenta para difundir sus ideas antirrosistas ya que, precisamente, el caudillo Juan Manuel de Rosas era visto como la encarnación misma de la barbarie, el atraso y la incultura, que con tanto esfuerzo combatía. Juan Manuel de Rosas, el latifundista más poderoso de la provincia de Buenos Aires, era también visto por Sarmiento como sinónimo de restauración y consolidación de las estructuras conservadoras del viejo orden colonial del cual el caudillo federal era heredero. 



JOSÉ BARTOLOMÉ PEDRONI, escritor y poeta, nació en Gálvez, provincia de Santa Fe, el 21 de septiembre de 1899. Era hijo de Gaspar Pedroni y de Felisa Fantino, ambos inmigrantes italianos, de Lombardía y Piamonte respectivamente. Durante su infancia, la vida del poeta transcurrió en el ámbito rural rodeado de las herramientas de labranza que han sido objeto de sus poemas. A la rudeza de la vida de campo, le sigue el trabajo duro del albañil, oficio que conocerá ayudando a su padre y allí se familiarizará con todos las herramientas de albañilería como el nivel, la plomada, la escuadra, la cuchara, y otros instrumentos a los que dedicará sus poemas. A la par cursa su escuela primaria. En 1912 se radica en Rosario. Estudia en la Escuela Superior de Comercio y aprende inglés y francés. Por entonces comienza a publicar sus primeros trabajos en un diario de Gálvez. Los años juveniles de Pedroni transcurren en una Rosario convulsionada por movimientos obreros socialistas y anarquistas. En 1912 se produce el Grito de Alcorta, la primera huelga agraria del país. Años después cae asesinado el abogado Francisco Netri a quien dedicará el poema «Muerte de Francisco Netri» que publicará en su libro Cantos del Hombre (1961). Ese clima de efervescencia ideológica y virulencia política influirán decisivamente en la cosmovisión social de Pedroni. En 1916, José Pedroni obtiene el título de Bachiller y comienza a trabajar como tenedor de libros, dos años más tarde y por razones laborales, se traslada a San Carlos Norte y luego a Sa Pereira. Allí comienza a conocer la historia de los primeros colonos, historia que reproducirá en sus versos. Trabajando como contador en la Casa de Ramos Generales de Alejo Chautemps, conoce a su hija Elena, a quien desposará el 26 de marzo de 1920. Un año después, el 17 de marzo de 1921, nace su primer hijo, Omar Tulio. Ese mismo año, luego de recibir la baja como conscripto en el servicio militar, Pedroni se traslada a Esperanza, donde se emplea en la Fábrica Nicolás Schneider, en la cual trabajó como contador durante 35 años. En 1923 aparece su primer libro La gota de agua que trae una dedicatoria a su esposa Elena Chautemps. Dos años después, en 1925, publica Gracia Plena . La llegada del segundo hijo, José María, fue motivo de varios de sus poemas más bellos. El 13 de junio de 1926, en una nota publicada en el diario La Nación , Leopoldo Lugones elogia la obra del poeta santafesino y lo llama  «el hermano luminoso». En 1928 nace el tercer hijo de José Pedroni: Juan Carlos, y en 1930, nace la única hija del poeta: Ana María, quién se radicó en Guatemala, quien  continuará  la herencia paterna de la vida literaria. En 1935, diez años  después de la publicación de Gracia Plena, aparece su libro Poemas y palabras . En los años siguientes José Pedroni publica Diez mujeres (1937), El pan nuestro (1941), Nueve cantos (1944). En 1954 escribe el poema «El niño de Guatemala» que incluye en su libro Cantos del hombre que se publica en mayo de 1960.  En 1956 publica Monsieur Jaquín un libro donde rinde homenaje a los primeros inmigrantes que trabajaron la tierra, especialmente a los fundadores de la Primera Colonia Agrícola Organizada del país: Esperanza. En 1959, el escritor funda en Esperanza el Teatro de Títeres Pedro Pedrito, con la colaboración de otro gran artista: Ricardo Borla. En mayo de 1960 se publica Cantos del hombre. En diciembre del mismo año aparece Canto a Cuba. En 1961 le sigue La hoja voladora y luego en 1963, el que sería su último libro: El nivel y su lágrima. Falleció el 4 de febrero de 1968, en Mar del Plata, la ciudad más grande y famosa de la Costa Atlántica, lejos del río Paraná y de Esperanza, su tierra amada, a los que dedicó bellísimos poemas.